Pueblo, 3 de julio de 1975
[El Aaiún, por teléfono, de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]
Mientras el viento del norte, que desde hace días sopla con fuerza en el Sahara, vuelve el cielo de un gris sucio, la tranquilidad más absoluta reina en el territorio. Aunque la noche es hollada una vez y otra por las patrullas, aunque hace dos días se escucharon un par de tiros, aunque existe el peligro de las infiltraciones terroristas y no se descartan nuevos incidentes fronterizos, aunque aquí se conserva la pistola al cinto y todas las conversaciones giran en torno a "esos marroquíes a los que no nos dejan apiolar" en el Sahara, ahora no pasa absolutamente nada.
Vamos a ver si nos aclaramos. El peligro, indudablemente, existe. Nadie puede garantizar que un terrorista marroquí no coloque esta noche una bomba en la cinta transportadora de Bu-Craa o espere al sábado, para hacer una buena cosecha de oficiales, suboficiales y periodistas en el Oasis, el único cabaret de la ciudad. Todos estos riesgos, al igual que cualquier otro que podamos imaginar, existen, es cierto, pero como posibilidades, no como peligros concretos.
La gente pasea por las calles, acude en la puesta de sol al acto de arriar banderas o a escuchar los conciertos de la banda de música del Tercio. Los bares están abiertos hasta las doce de la noche y el cabaret cierra a las cuatro de la madrugada. Anoche, paseando con Pedro Mario Herrero, de 'Ya', me señaló este a un padre europeo que caminaba ante nosotros con su hija, de corta edad, sobre los hombros. "¿Tú crees -me dijo- que si hubiese peligro este padre iría por ahí con su cría a las dos de la madrugada?".
No. En el Sahara no se vive en estado de alerta permanente. En los diecinueve días que este enviado especial lleva en el territorio, ni uno solo de los incidentes fronterizos ocurridos tuvo repercusión en la población civil de El Aaiún más que al día siguiente, cuando llegaban aquí los periódicos, procedentes de Canarias y de la Península, porque esa es la forma en que los habitantes del Sahara se enteran de lo que aquí pasa: por los periódicos.
Sé que no faltará quien se sienta molesto al leer esta crónica, creyendo ver en ella un afán de infravalorar los esfuerzos y los indudables sufrimientos de quienes defienden las fronteras del territorio. No existe tal intención. En el Sahara puede ocurrir algo grave, es cierto, pero la verdad es que no ocurre, y la misión del periodista es contar lo que ve, no hacer predicciones sobre el futuro. Si un europeo, un español, puede pasar de noche por El Aaiún o detener su coche en Jata Rambla a las dos de la madrugada para conversar con un grupo de saharauis que celebran una boda batiendo palmas en la calle, no cabe duda de que ni la situación es tan angustiosa como parece ni el peligro tan inminente.
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