04 julio 1975

Nueva provocación marroquí


Pueblo, 4 de julio de 1975

[El Aaiún, por teléfono, de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]

Poco antes de la media noche del miércoles, los centinelas del puesto aduanero de Tah, junto a la frontera mаrroquí, se vieron deslumbrados por el resplandor de los faros de varios vehículos llegados del Norte. Apostados en los parapetos con las armas a punto, cegados por la luz del enemigo, los policías territoriales de la guarnición pudieron distinguir los faros de otros dos coches marroquíes que cruzaban la frontera, unos centenares de metros al oeste del puesto.

Simultáneamente se recibia en el cuartel general de la Policía Territorial de El Aaiún un radio del alférez al mando de la guarnición de Tah, en el que se informaba de la posibilidad de un ataque inminente de las fuerzas marroquíes, que desde hace varias semanas vienen llevando a cabo escaramuzas y movimientos de tropas en las inmediaciones de la posición saharaui. Por el número de luces observadas, los que se acercaban a Tah bien podían sumar un batallón.

A las cero horas se ignoraban las intenciones y el número de las fuerzas enemigas que cercaban Tah, pero la exigua guarnición del puesto fronterizo era insuficiente para contener durante mucho tiempo un pоsible ataque en toda regla. Fue entonces cuando se ordenó la inmediata salida de una patrulla de la Policía Territorial para acudir en su socorro.

Arrancados del sueño, los soldados españoles y nativos, la mayor parte en mangas de camisa, saltaron a los coches y, soportando un frio glaciar, comenzaron a recorrer los 70 kilómetros que separan El Aaiún de la frontera, apenas transcurridos quince minutos desde la orden de partida. El comandante Labajos abría la marcha de la pequeña columna, que avanzaba pisando el acelerador a fondo, dando tumbos sobre la desigual carretera. En el primer vehículo, junto al cоmandante, íbamos cuatro periodistas españoles: Pedro Mario Herrero, César de la Lama, Bernabé Pertusa y este enviado especial.

Llegamos a Tah con todas las luces encendidas, penetrando en el interior de la alambrada que protege el recinto, mientras las tropas españolas y saharauis se desplegaban a derecha e izquierda de la posición, dispuestas para repeler cualquier ataque. La luna no había salido todavía, y los hombres se tendían en el suelo, entre los arbustos, la culata pegada a la cara y tiritando de frío.

Los marroquíes no daban señales de vida. Desde el puesto se habían lanzado varias señales que iluminaron los camiones, y estos apagaron las luces y se replegaron tras unos barracones situados en la "tierra de nadie". A la llegada de la patrulla, la oscuridad y el silencio eran totales. El alférez Brahim informó de que los dos camiones infiltrados al oeste se retiraron tras permanecer veinte minutos en territorio saharaui, con las luces apagadas, apuntando la posibilidad de que hubiesen depositado allí un grupo no determinado de terroristas. Ante la falta de luz, el comandante Labajos resolvió esperar al amanecer para enviar una patrulla a recоnocer el terreno. La noche transcurrió lentamente, calentando los más afortunados el estómago con unos vasos de té y soportando los otros a cuerpo limpio el frío del desierto.

Las patrullas salieron con las primeras luces del alba, bajo un relente que lo empаpaba todo de humedad. Pero ya los marroquíes se habían desvanecido y sólo se distinguían los camiones, no militares, semiocultos tras la frontera de Marruecos. El terreno duro hacía imposible descubrir huellas de posiblеs terroristas infiltrados. Y eso es todo. Un ataque potencial que no se llegó a producir, quizá por la rápida intervención de la patrulla de socorro, pero que hizo pasar una noche en vela a un puñado de soldados españoles y saharauis. Una violación más de fronteras. Una provocación que la prudencia de los oficiales españoles fieles a las órdenes recibidas dejó sin respuesta. Uno más de los extraños incidentes de los que alguien en alguna parte debe de poseer la explicación.

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