15 diciembre 1975

Disciplina y prudencia de los militares españoles


Pueblo, 15 de diciembre de 1975

[De nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]

“No fotos, monsieur...”

El gendarme marroquí se acerca con rapidez, interponiéndose entre mi Pentax y el grupo de soldados de las FAR que me dispongo a fotografiar. Con extrema cortesía, mi interlocutor expone ampliamente su celo en el cumplimiento de las órdenes recibidas. Y cuando al volverse de espaldas escucha el inconfundible clic de la máquina al dispararse, se limita a dirigirme una mirada de reprobadora consternación.

Son serios los marroquíes. Serios y extremadamente corteses cuando se dirigen a los españoles. De guardia en las esquinas, patrullando sobre los jeeps blancos de la gendarmería real, los marroquíes en El Aaiún cumplen a rajatabla las instrucciones recibidas: evitar a toda costa incidentes con los españoles, que pueden alterar la ya muy delicada situación para nosotros. En general, todo son mieles y cumplidos. La enemistad pasó, Marruecos y España son amigos, esta era la única solución posible, a ver si una tarde de estas nos tomamos unas copitas... Y cuando al pasar junto a los gendarmes algún español malhumorado murmura “viva el Frente Polisario”, entre dientes, los marroquíes se hacen los sordos, en un alarde de diplomacia.

Sin embargo, esta difícil convivencia resultaría imposible sin la disciplina y la prudencia de que durante estos poco agradables días están haciendo gala los militares españoles. No es poca la tensión que reina en el ambiente a nivel de la calle. “Habría sido muy distinto”, me decía uno de nuestros oficiales, “que tras un relevo en la administración civil nosotros hubiésemos salido por un lado mientras los marroquíes penetraban por el otro”. Efectivamente. Es la superposición de zonas de influencia respectivas, la confusa delimitación de competencias, los encuentros en mitad de la calle o en la barra de un bar, lo que crea una sensación de malestar, que no siempre es alejada por el amistoso interés de los marroquíes ni por la fría disciplina de los españoles. La incomodidad flota en el aire. Hace dos días estuvo a punto de originarse un incidente en el cabaret Oasis, donde un oficial marroquí confesó haber participado en la instalación de las minas que entre Tah y Negritas costaron la vida a cinco militares españoles.

Otro incidente, que sí pudo tener consecuencias graves, sucedió cuando, tras escucharse dos disparos, un grupo de altos oficiales marroquíes, arma en mano, pretendió penetrar con sus tropas en una zona que todavía se encontraba bajo custodia española, con intención manifiesta de efectuar registros y detenciones entre los saharauis de Casas de Piedra. Un pequeño destacamento de la Policía Territorial, bajo el mando de algunos oficiales, les impidió el paso, y durante algunos minutos la situación atravesó por una fase que podríamos calificar de crítica. Los marroquíes, visiblemente excitados, querían pasar adelante a toda costa, y los españoles, remitiéndose al acuerdo sobre zonas de influencia, se declararon resueltos a impedirlo. Finalmente triunfó el buen sentido y los marroquíes se retiraron. Un día después, las FAR asumían el control absoluto de la zona.

La promiscuidad de tropas españolas y marroquíes en El Aaiún resulta, evidentemente, penosa para quienes desde hace años han defendido este territorio. Es difícil para nuestros últimos centuriones de África aceptar plenamente la idea de que durante tanto tiempo defendieron de Marruecos un Sahara que, en vista de los acontecimientos, está siendo proclamado marroquí. Pero su sentido del deber y la disciplina, eso resulta evidente, se ha impuesto en este caso a cualquier tipo de sentimientos personales, y todo se está llevando a cabo según las instrucciones que en su momento fueron impartidas por el Gobierno español. En el aspecto de la obediencia militar, como en tantos otros, el comportamiento de nuestros soldados del Sahara está resultando irreprochable. Como muy bien señalaba ayer un oficial español: “Los marroquíes están aquí, y se les respeta. Lo que nadie puede esperar, como es lógico, es que nos riamos de los mismos chistes y nos demos con ellos amistosas palmadas en la espalda”.

Ya queda poco tiempo, de todas formas. A sólo cinco días de la evacuación militar de El Aaiún, la presencia española se ve reducida al mínimo. Ya no controlamos sectores importantes del territorio, a excepción de Villa Cisneros y las instalaciones de Bucraa, cuya cinta transportadora quedó paralizada tras los ataques del Polisario, aunque ignoramos si a consecuencia de éstos. “No siento ninguna tristeza por abandonar el Sahara”, ha declarado el general Gómez de Salazar. “Pero sí una enorme satisfacción de haber estado aquí y, especialmente, del comportamiento de mis subordinados”.

Entre tanto, buena parte de los saharauis que habitan la capital del Sahara conocen ya la fecha en que ésta será abandonada polos españoles y hacen a toda prisa los preparativos para salir de aquí antes de que nuestras tropas se marchen y los marroquíes queden con las manos libres en la ciudad. Pero éste ya es tema para la próxima crónica.



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