23 enero 2003

Pérez-Reverte, elegido miembro de la RAE



Pérez-Reverte, académico

Efe / El Mundo - 23/01/2003

Amante de la literatura y dotado para contar historias apasionantes, Arturo Pérez-Reverte, elegido académico de la Lengua, es sin duda uno de los escritores españoles de mayor proyección internacional, y buena prueba de ello son los numerosos premios que ha recibido en un buen número de países. Pérez-Reverte (Cartagena, Murcia, 1951), ha ganado el Grand Prix de literatura policiaca de Francia, el Premio de la Academia Sueca de Novela Detectivesca por 'La tabla de Flandes', el Palle Rosenkranz de la Academia Criminológica de Dinamarca por 'El Club Dumas', el Premio Jean Monnet de literatura europea por 'La piel del tambor' o el Premio Mediterráneo a la mejor obra extranjera publicada en Francia por 'La carta esférica', entre otros galardones. Traducido a más de 30 idiomas, el escritor murciano ha visto cómo varias de sus novelas eran elogiadas por la crítica de Estados Unidos y disfruta también del favor del público en la mayoría de los países de Hispanoamérica. 

El nuevo académico de la Lengua se dedica en exclusiva a la literatura desde hace ocho años, pero antes, entre 1973 y 1994, fue reportero de prensa, radio y televisión y cubrió los principales conflictos internacionales que hubo en ese periodo. Así, contó lo sucedido en las guerras de Chipre, del Líbano, Eritrea, el Sáhara (fue dado por desaparecido en este desierto en 1975), las Malvinas, El Salvador y Nicaragua, y fue espectador directo de conflictos como los de Sudán, Mozambique, Angola, Rumanía, el Golfo, Croacia y Bosnia. Su labor periodística recibió varios premios. 

La literatura es una de sus grandes pasiones la otra es el mar: "Me siento un marino que accidentalmente escribe", ha dicho en alguna ocasión, que le ha llevado a escribir libros como 'El húsar', 'El maestro de esgrima' o 'Territorio comanche'. Pérez-Reverte ha sabido también acercar a jóvenes y adultos la historia española del Siglo de Oro a través de su famosa serie 'Las aventuras del capitán Alatriste', con la que el autor pretende "luchar contra la desmemoria" y contar a la generación de su hija "aquello que los libros de historia habían dejado de contar". Dentro de esa serie que recrea las peripecias de un soldado veterano de los tercios de Flandes, ha publicado hasta ahora 'El capitán Alatriste', 'Limpieza de sangre', 'El sol de Breda' y 'El oro del Rey'. El escritor prepara en la actualidad la quinta entrega, que en principio lleva el título de 'La venganza de Alquézar' [sic]. 

Caballero de la Orden de las Letras y las Artes de Francia y premio Grupo Correo a los valores humanos, el escritor mantiene una magnífica relación con el cine y varias de sus novelas han sido llevadas a la gran pantalla, entre ellas 'El maestro de esgrima', dirigida por Pedro Olea; 'La tabla de Flandes', adaptada por Jim McBride; 'Territorio Comanche', firmada por Gerardo Herrero y con guión del propio Pérez Reverte, y 'El club Dumas', dirigida por Roman Polanski. 

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Arturo Pérez-Reverte es desde ayer académico electo de la Española. 

Trinidad de León-Sotelo - ABC - 24/01/2003

Gratísimamente sorprendido. Así se encontraba ayer Arturo Pérez-Reverte cuando el reloj rondaba las 20.00 horas. Acababa de recibir la noticia de que había sido elegido en primera vuelta -puede haber hasta tres votaciones- para ocupar el sillón T mayúscula, que ocupó hasta su muerte Manuel Alvar. Obtuvo veintiséis votos de treinta. Arturo Pérez-Reverte se convierte en el segundo académico más joven. El de menos edad es Antonio Muñoz Molina, nacido en Úbeda en enero de 1956. Cuando el autor de 'El jinete polaco' fue elegido contaba sólo 39 años y 40 cuando leyó su discurso de ingreso. El autor de 'La Reina del Sur' nació en Cartagena en 1951. Como es habitual, le había presentado a la elección una terna de académicos compuesta, en este caso, por Gregorio Salvador, Eduardo García de Enterría y Antonio Muñoz Molina.

La Academia bullía ayer. Era mucha la expectación por conocer la decisión de los miembros de la Española sobre la incorporación de Reverte a la Docta Casa. Y no sólo en España. Baste decir que en 'ABC' se recibieron llamadas incluso de Finlandia preguntando la hora de la votación. Pérez-Reverte convocó a los periodistas, una vez conocida la noticia, a una rueda de prensa en el café Gijón, lugar en el que suele conceder sus entrevistas. El periodista que ganó fama y prestigio como reportero en mil y una guerras hablaba ayer como académico. Es premio Grupo Correo a los Valores Humanos.

Confiesa el autor de 'El capitán Alatriste' que otros confiaban más que él en la candidatura y que su discurso de ingreso versará, probablemente sobre el lenguaje de los delincuentes del Siglo de Oro. Su papel como académico lo cumplirá a rajatabla, ya que «la Academia es la referencia de 400 millones de hispanohablantes. Tomárselo a la ligera sería una arrogancia y una estupidez. Si me han nombrado académico ahora debo corresponder, y lo haré con muchísimo gusto. Lo que pasa es que iré, pero durante mucho tiempo estaré callado. Si luego tengo algo que decir, lo diré. De momento, eso será lo que haga». Declaró que estaba muy agradecido a los académicos mayores, gente a quien respeta de toda la vida. «Los ves como algo muy distante, serio y formal, gente que no has tratado nunca. Gente educada que sabe quién es Galdós, que han leído a Quevedo, que saben quién es Ginés de Pasamonte, el duque de Estrada [sic], y descubres que leen tus libros y te apoyan. Eso hace que te sientas muy bien».

Dada su inmensa popularidad como escritor, todo lo que toca duplica el interés. Pero a Reverte le ha costado ser profeta en su tierra. Y es que el hecho de vender a más y mejor —baste decir que de 'La tabla de Flandes' se hicieron 46 ediciones y de 'El club Dumas', treinta y pico, amén de estar traducido a treinta idiomas— no sirvió para que en España creciera su valía como creador. Mientras que en Nueva York se le consideraba un buen escritor y en Francia, el presidente de la República le nombraba Caballero de la Orden de las Letras y las Artes o conseguía el premio Jean Monnet de Literatura europea 1997 por 'La piel del tambor', título que ‘Time’ considera un año después como una de las obras más destacadas en Estados Unidos, la gran mayoría de la crítica española —que ya parece considerarlo de otra manera— no veía en él más que a un «best seller» que sabía atraer a las masas. En julio de 2002, Pérez-Reverte le confiaba a ‘ABC’: «Sé que hay dos premios que en España no tendré jamás, el de la Crítica y el Nacional de Literatura». A la Academia nadie se atrevía a mencionarla. Sin embargo, ha sido la Docta Casa la que primero ha reconocido los méritos literarios del autor de 'La carta esférica'. 

Ayer, Gregorio Salvador, vicedirector de la RAE, decía que «no es sólo un escritor de «best sellers», sino un autor con las ideas muy claras acerca de la narrativa y de lo que el público espera». Añadió que «es el escritor español que tiene más fama en el extranjero. Dentro de las fronteras del mundo hispano es probablemente de los escritores más leídos». Considera que aunque en la actualidad es menos periodista que en el pasado, sí puede afirmarse que hay un periodista más en la Academia. Declara tener un pie en la literatura y otro en el periodismo, y eso proporciona una visión viva del lenguaje de la calle, algo que se nota en las novelas. Es rotundo: «Hasta 'La Reina del Sur' no fui consciente de la enorme dimensión del español en América. Es un idioma en transformación continua».

Un reducido grupo de personas que dijeron pertenecer al mundo editorial protagonizó, ante la Academia y el Café Gijón, una protesta que fue calificada de «acto poético». Rechazaban que Pérez-Reverte hubiese sido elegido miembro de la RAE. Pero el escritor tiene muy clara su elección: «No es un espaldarazo a mi literatura, sino a la literatura en general, a los lectores. Lo que compruebo es que la Española no se resigna a ser algo cerrado, exquisito, aislado del mundo, sino que quiere estar en contacto con la vida real, con la calle. La Academia se preocupa por lo que pasa con el español, y yo estoy en ese mundo».

http://www.abc.es/hemeroteca/historico-24-01-2003/abc/Cultura/arturo-perez-reverte-fue-elegido-miembro-de-la-real-academia-espa%C3%B1ola-por-aplastante-mayoria_157688.html

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Un gran creador de aventuras

Miguel Mora - El País - Madrid - 24/01/2003 

El escritor Arturo Pérez-Reverte, de 51 años, es desde ayer nuevo miembro de la Real Academia Española. El popular autor de 'El club Dumas' ocupará el sillón T, vacante tras el fallecimiento de Manuel Alvar en agosto de 2001. El escritor cartagenero, que salió elegido en primera votación por el apabullante resultado de 26 votos a favor y cuatro en blanco, fue apadrinado por Antonio Muñoz Molina, Eduardo García de Enterría y Gregorio Salvador, vicedirector de la RAE. Poco después, en su querido Café Gijón, Pérez-Reverte mostró su emoción por la noticia, anunció que su discurso tratará del lenguaje de los delincuentes del Siglo de Oro y comentó que lo único que aportará a la RAE son sus lectores y sus novelas. "De momento, estaré mucho tiempo callado".

"Esto no es un respaldo a mi literatura, sino a la literatura", dijo Pérez-Reverte, poco después de conocer la noticia de su entrada en la Academia, en una rueda de prensa. "Y demuestra que la Academia no se resigna a ser algo cerrado, a ser una cosa exquisita, sino que prefiere estar en contacto con la calle. ¡Pero hay que ver qué raro se me hace todo esto!". Arturo Pérez-Reverte estaba nervioso, pero se le notaba también orgulloso y muy ilusionado. El escritor había esperado la noticia en el Café Gijón con sus editores de Alfaguara, Amaya Elezcano y Juan Cruz, y otros colaboradores de la editorial. Y cuando hubo fumata blanca, hacia las ocho de la tarde, los primeros en felicitarle fueron los clásicos de un café que el escritor frecuenta "desde hace 30 años: era mi oficina, mi casa, todo, el sitio ideal para enterarme de una noticia tan agradable". 

Algunos camareros, Alfonso el cerillero y varios tertulianos habituales, como el cineasta Tito Fernández y los actores Manuel Alexandre y Álvaro de Luna, abrazaron aparatosamente al escritor y brindaron con cava. "Este muchacho es como Hemingway", decía 'El Algarrobo' bebiendo una copita a la salud del nuevo académico: "No sólo escribe, sino que cuando era joven nos contaba historias de la guerra, y además le gustan mucho los barcos". Mientras Pérez-Reverte llamaba por el móvil para dar a los amigos el resultado de la votación, varios lectores espontáneos se acercaban, le daban la enhorabuena, le aplaudían, le pedían autógrafos... "¿Y qué hay que hacer para escribir?", le preguntó una joven. "Leer mucho y romper muchísimo".

Antes de la breve rueda de prensa, Pérez-Reverte comentó que "nunca había pretendido, ni esperado", entrar en la Academia, pero que intentará "trabajar con la mayor dignidad posible". ¿Y qué cree que puede aportar? "No tengo ni idea. Lo que haré será estar callado muchos meses, escuchar mucho, y, si luego veo que puedo aportar algo, lo haré". ¿Pero le apetece el plan de ponerse corbata los jueves por la tarde? "Un camarero me ha dicho que antes era más importante la silla del Café Gijón que el sillón de la Academia, y que ahora tengo las dos. Eso está bien. Luego un lector me ha pedido que no me deje domesticar. Pero yo creo que eso es imposible. No hay peligro. Es compatible ser como yo he sido y este honor tan grande que me han hecho". "Pero lo que está muy bien de la Academia", añadió, "es que los académicos son gente educada que ha leído a Galdós, conoce a Quevedo y sabe quién es Ginés de Pasamonte. El oficio de escritor es muy solitario, y que gente así, respetable, mayor, lea tus libros y te vote tan mayoritariamente es muy agradable y muy gratificante".

A una carrera marcada por las ventas de millones de ejemplares —él mismo calculó ayer que hasta ahora ha vendido cinco millones de todos sus títulos—, Pérez-Reverte había sumado ya el reconocimiento de grandes escritores (Juan Marsé habló hace poco de la "gran deuda" que tiene la literatura española con él) y el de la crítica. Pero el reconocimiento de los lectores había sido anterior. Gente de todas las edades y condición, desde jóvenes escolares hasta el propio presidente del Gobierno, José María Aznar, han expresado su admiración por sus novelas de intriga cultural, sus relatos y la serie de Alatriste, personaje nacido en 1996. Sólo de Alatriste se han vendido dos millones de ejemplares. 

Esos lectores, insistió el autor de 'El maestro de esgrima', son su único capital. "No soy un renovador del lenguaje, ni de la novela, ni de nada. Sólo soy un tipo que cuenta historias lo mejor que puede. Así que lo único que puedo aportar son mis novelas y mis lectores de aquí, de América y de otros países. Ellos entran conmigo en la Academia. Si tuviera que volver a hacer de periodista y dar un titular del día de hoy, sería ése: 'Mis lectores entran en la Academia'". 

"Aunque pienso tomarme muy en serio mi trabajo", añadió. "La Academia es la referencia para 400 millones de hispanohablantes, y tomársela a la ligera es una estupidez. Está en un momento muy interesante, tiene una gran vocación americana. Y no es raro, porque un campesino colombiano usa mejor el idioma que un universitario de aquí. El futuro de la lengua se juega allí, el español es una lengua viva, en transformación, en movimiento, y cualquier apoyo que se pueda dar al español es una tarea muy noble". 

Preguntado por si considera que su entrada supone el ingreso de un periodista más, el autor de 'La Reina del Sur' dijo: "Ahora soy menos periodista que antes, pero siempre tengo un pie en cada sitio, y es verdad que en mis novelas está la lengua viva de la calle". Pérez-Reverte se dedica en exclusiva a la literatura, tras vivir 21 años (1973-1994) como reportero de prensa, radio y televisión cubriendo conflictos internacionales. Trabajó 12 años como reportero en el diario 'Pueblo' y nueve en los servicios informativos de Televisión Española.

https://elpais.com/diario/2003/01/24/cultura/1043362801_850215.html

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"Una elección brillante"

María José Díaz de Tuesta - El País - Madrid - 24/01/2003 

Ha sido una entrada espectacular la de Arturo Pérez-Reverte. Si ya en principio no es muy habitual que el candidato logre ser académico en la primera votación —necesitaba 24 votos, dos tercios de los 36 académicos con derecho a voto—, lo verdaderamente inusual es que la totalidad de los académicos presentes voten unánimemente a favor del candidato. Y eso es lo que ocurrió ayer. Acudieron 24 académicos —entre otros, Víctor García de la Concha, Francisco Ayala, Francisco Rico, Mingote, Carmen Iglesias, Fernando Fernán-Gómez, Juan Luis Cebrián, Eduardo García de Enterría, Antonio Muñoz Molina, Gregorio Salvador, Luis María Anson, Guillermo Rojo y Emilio Lledó—, y todos le dieron el sí al único candidato para ocupar el sillón T. Aún le sobraron dos votos favorables de los seis que llegaron por correo. En total obtuvo 26. "De las votaciones más fáciles que he visto aquí", destacó Muñoz Molina.

"Ha sido una elección brillante", dijo entusiasmado el director de la RAE, Víctor García de la Concha. "Pone muy de relieve que alguien que empezó siendo un periodista de combate se convirtió en uno de los narradores de más éxito de público y de crítica. Con él entra la maestría del contar". Con su ingreso, añadió el director de la RAE, se logra un equilibrio entre los tres sectores de la Academia: el de los creadores, el de los lingüistas y filólogos, y el de las ciencias sociales. "¿Cómo no voy a estar contento?", salió diciendo de la sala de votaciones Gregorio Salvador, que fue quien leyó el discurso de elogio del académico electo. "Hace tiempo que pensaba que era un escritor propio de la Academia, porque es el autor español más internacional. La Academia además siempre ha estado atenta a los escritores que rompen con la estricta norma académica". ¿Y qué es eso que se oye fuera?, preguntaban algunos académicos entre risas. Pasaba que unos 10 espontáneos, que se decían del mundo cultural, se instalaron con chufletas y cacerolas en la puerta para protestar y con pancartas a favor de Norma Duval y Chiquito de la Calzada.

Por lo demás, dentro se ocupaban de elogiar a Reverte. "Las novelas son buenas o malas, te cuentan buenas historias o no, y Pérez-Reverte es un buen contador de historias. Es uno de los buenos escritores de Historia que sin pretender contarla la recrea", dijo Carmen Iglesias. "Es una especie de Blasco Ibáñez de nuestro tiempo, un creador del idioma", a juicio de Juan Luis Cebrián, que espera además que el nuevo académico sea aplicado: "Claro que espero que acuda a las sesiones con regularidad".

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Un clásico

José Belmonte Serrano - El País - 24/01/2003 

Cuando decidí organizar un congreso internacional dedicado, monográficamente, a la obra literaria y periodística de Arturo Pérez-Reverte, hubo gente que me dijo que estaba loco. Loco de atar. A quién se le ocurre. En este país, alentados, incluso, por las más altas instituciones, estamos demasiado acostumbrados a no hacer ni puñetero caso a los que aún siguen vivos, a los escritores y artistas que están en activo. Y más locos aún si, además, se trata de un creador que vende muchos libros, aquí y en el resto del mundo; un tío famoso al que la gente, incluso la más humilde, la que lee sus artículos periodísticos, suele parar por la calle —yo lo he visto— para decirle: "Dales caña, Reverte, dales caña". 

Pero salió bien. Estuvieron los que tenían que estar (incluido Juan Marsé, al que casi nadie suele sacar del exilio voluntario en su propia casa), y se dijo, unánimemente, que, pese a quien pese, incluso yendo en contra de nuestra particular idiosincrasia y nuestra historia cainita y fratricida, Pérez-Reverte ya es un clásico, un autor al que nunca podremos pagar del todo lo que ha hecho por la literatura, creando un nuevo tipo de lector interesado por la aventura, a la vieja usanza, a lo Conrad, a lo Melville; por una historia con principio, medio y fin, como en los tiempos de Galdós y de don Pío; y en cuanto a la forma, sujeto, verbo y predicado, y las comas en su sitio. No hay más secretos para la coctelera revertiana, aunque luego resulte imposible copiar la fórmula, como han intentado hacer tantos otros. 

A Arturo Pérez-Reverte le mueve, fundamentalmente, su fe en la vida (su concepto de la vida daría para un capítulo aparte, pero bastaría escuchar con detenimiento las palabras de Lucas Corso en 'El club Dumas', o de Jaime Astarloa en 'El maestro de esgrima' (para darse por enterado) y también en la literatura. Cualquier otro, después de haber escrito y publicado, en 1986, una de sus mejores novelas, 'El húsar', sin que nadie le hiciera caso (una única reseña fue escrita por entonces, a pesar de tratarse de un reportero de guerra bien conocido), hubiera desistido y arrojado por la borda todas sus esperanzas. 

Su suerte, su gran suerte, y la suerte de todos los que le seguimos, es que, como él mismo ha reconocido, se trata de un lector que, circunstancialmente, escribe novelas. De ahí que no le preocupara el primer fracaso, el silencio de la crítica, la ausencia de lectores por aquellos años aún no lejanos. No le afectó demasiado el golpe y continuó escribiendo lo que a él le apetecía, sin tener que rendir cuentas a nadie, sólo a su propia historia, a su propia conciencia, a su mirada de lobo solitario, de héroe cansado. Y fueron surgiendo 'El maestro de esgrima', 'La tabla de Flandes' y 'El club Dumas'. El éxito no le ha cambiado en absoluto. Y eso le honra. Sólo que ahora, gajes del oficio y de la fama, apenas lo dejan —lo dejamos— en paz, cuando lo que a él realmente le gusta es leer, escribir y navegar, charlar con los amigos y tomarse un cortado con sus paisanos. 

A Reverte le daba vergüenza que se organizara un congreso a él dedicado. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Asistía, como espectador, sin advertirlo nadie, camuflado entre la gente, mezclado entre los estudiantes. Da la sensación —me decía— de que la cosa no va conmigo, que es de otro escritor del que habláis. Incluso no reconozco del todo lo que yo mismo he escrito. Y lo decía con la misma emoción que un joven que acabara de publicar su primera novela, cuando él ya llevaba a sus espaldas, en apenas quince años, casi una veintena de obras y sus libros eran leídos y estudiados en los países más remotos, en las universidades más prestigiosas de todo el mundo. De ahí que no sea un advenedizo, un impostor cualquiera al que, de momento, como ha sucedido con tantos otros, le sonríe la fama. Reverte se lo ha currado él solito y nada le debe a nadie. Escribe bien, casi como los ángeles, se deja la piel en cada libro y luego vende montones de ellos. Y, a pesar de todo, aún cree, en los tiempos que corren, en el honor, en la honradez y la amistad, sin dejar de ser generoso, incluso, con sus enemigos. Más no se puede pedir.

(José Belmonte Serrano fue presidente del Congreso Internacional ‘La obra narrativa y periodística de Arturo Pérez-Reverte’, que se celebró en noviembre de 2002 en la Universidad de Murcia)

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El sonido de un lector

Juan Cruz - El País - 24/01/2003 

Este otoño, cuando Arturo Pérez-Reverte cumplió 51 años, su editora, Amaya Elezcano, llevó a su casa un regalo muy especial: la música que hay detrás de su último libro, 'La Reina del Sur'. Para hacer 'La Reina del Sur' el escritor de Cartagena no sólo viajó a Sinaloa, sino que hizo una larga excursión por la lengua de un continente que es el español y que en uno de sus trayectos tiene como filón principal lo que da de sí el genio del Siglo de Oro. Cuando Pérez-Reverte concibió su serie más emblemática, la del capitán Alatriste, tuvo en cuenta una obsesión que viene de su padre, de una biblioteca que siempre estuvo en su memoria. Anoche, en medio de las celebraciones que ella le dispuso, la editora de Arturo le ayudó al nuevo académico a entrar otra vez en esa biblioteca, de la cual proviene la música que a él le ha hecho: cinco mil libros en los que se sumergió su abuelo y en los que luego su padre estuvo buceando hasta que él mismo se hizo allí lector.

Entre esos libros que Pérez-Reverte transitó estaban los de Quevedo y los de Cervantes, y también los de Dumas. Accidentalmente, dice, es un escritor de ficciones, porque quiere prolongar con lo que supo lo que los demás le permitieron imaginar. Es un lector, simplemente; la música de la escritura es la que le hizo un narrador. El capitán Alatriste nació de esas lecturas; de la convicción de que nadie sabe nada si no lee antes, y de que es imposible ingresar en la historia de la lectura si uno no ha leído lo que otros han hecho en el remoto pasado en el que los libros no eran de papel, sino de sueños.

Es un lector clásico. En esa jornada en la que la música de 'La Reina del Sur' le despertó en su cumpleaños, los que tuvieron ocasión de ver su casa pudieron observar los libros que en ella han encontrado sitio; y ahí están, en efecto, a veces en ediciones principales, Cervantes, Quevedo y hasta Pérez Galdós, observando una vocación literaria que alcanzó en el periodismo su ámbito de leyenda. Arturo Pérez-Reverte se hizo a sí mismo un escritor transitando entre esos libros y tratando de decir adiós a la ficción que era la realidad. Fue un periodista, y aún lo sigue siendo, pues en 'La Reina del Sur' se halla ese estímulo; pero un día dijo adiós a todo aquello y se sumergió en la aventura. En ella vive. Pero nunca antes de esa novela, 'La Reina del Sur', hubo en su obra tanta música. Acaso porque en esa novela es donde él se propone hacer leer al que no sabe, obligar a la aventura al que dijo que no quiere vivir más, que mejor se halla en la cárcel. No es una metáfora tan sólo, es una apuesta, un libro que define su pasión por narrar, pero no por ser narrador, por que le cuenten. Él ha vivido gracias a que le han contado. La música viene en ese viaje que él mismo propone. En 'Alatriste' el escritor trató de detener el tiempo, de decirnos que el Siglo de Oro sigue hablando. Para escribir su última novela ha tenido que escuchar el sonido de aquella biblioteca. Con él llega a la Academia el sonido de un lector.

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Una justicia poética

José Perona - El País - 24/01/2003 

Junto a su primera novela, 'El húsar' (1986), Arturo Pérez-Reverte ha recorrido los ambientes napoleónicos en 'La sombra del águila' (1993), y la memoria emocionada del Emperador late en el nombre del protagonista de 'El club Dumas' (1992), Lucas Corso (de Córcega, la tierra de nacimiento de Napoleón). En las dos primeras novelas citadas existe ya, y se hace explícito en la tercera, la larga sombra de Dumas: entrar a saco en la historia para novelarla. Los ambientes madrileños, galdosianos y valleinclanescos se oyen, se ven y se leen en el fondo de 'El maestro de esgrima' (1988), donde se configura ya una biblioteca originaria y una forma de ser de los protagonistas de todas sus novelas: ser un clásico, tener una cierta estética, no ser de los que huyen, poco sentido práctico, batirse como es debido, mirarse francamente a la cara todas las mañanas. Así se dibujan los personajes como Jaime Astarloa en 'El maestro de esgrima'; Lucas Corso, en 'El club Dumas' (1992); el jugador de ajedrez, Muñoz, que no tiene nombre y detesta ganar, en 'La tabla de Flandes' (1990); el sacerdote cazador de cabelleras que es embrujado en la Sevilla de 'La piel del tambor' (1995); el marino sin barco en 'La carta esférica' (2000), y, por fin, Teresa Mendoza, la sinaloense de 'La Reina del Sur' (2002), que enlaza, salvando las distancias de época, con el ambiente mexicano del 'Tirano Banderas', de Valle-Inclán. Una obra novelística que, si exceptuamos la crónica de la guerra de la ex Yugoslavia, 'Territorio comanche' (1994), se centra en la historia de España de los siglos XIX y XX, y se enmarca alrededor de dos ciudades: Madrid y Sevilla, sin olvidar las salidas esporádicas a Toledo, París y Sintra, que dibujan así las geografías de los saberes cabalísticos, templarios y demoniacos. 

Y, cómo no, Flandes, ese territorio histórico de nuestro señor don Felipe II y, sobre todo, Felipe IV, cuyo reinado se describe minuciosamente en la serie 'Las aventuras del capitán Alatriste'. Las dos primeras entregas, 'El Capitán Alatriste' (1996) y 'Limpieza de sangre' (1997), se desarrollan en el Madrid de los Austrias; la tercera, 'El sol de Breda' (1998), en los Países Bajos, y la última, 'El oro del Rey' (2000), de nuevo en Sevilla. 

Sin olvidar las colecciones de artículos, 'Patente de corso' (1998) y 'Con ánimo de ofender' (2001), y resaltando el conjunto de sus importantísimas narraciones menores agrupadas en 'Obra breve' (1995), parece una justicia poética que el novelista que ha conseguido que centenares de miles de alumnos y lectores de España y América se apasionen por la España de Felipe IV acabe ocupando un sillón en la Real Academia Española, cuyo edificio está sito en la calle del Rey Nuestro Señor del mismo nombre.

(José Perona es catedrático de Lengua Española en la Universidad de Murcia)

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“La Academia me ha reservado una trinchera en la defensa del castellano”

Entrevista de Miguel Ángel Trenas - La Vanguardia - Madrid - 25/01/2003

El lenguaje de los delincuentes en el siglo de oro será el tema del discurso de ingreso del novelista Arturo Pérez-Reverte, elegido el jueves para ocupar el sillón T de la Real Academia Española (RAE). Será un importante hito en una meteórica carrera literaria, apenas doce años, en los que, en solitario, el otrora reportero de guerra se ha convertido en uno de los autores españoles más leídos en todo el mundo.

—¿Un éxito más en su carrera?

—Un honor. Es un regalo inesperado, y lo que me hace más ilusión es que me lo ha hecho gente que no conocía, académicos de los que tienes una referencia lejana, que te llaman y te dicen: "Te leemos, nos interesas". Conmigo, en la Academia, se sentarán mis lectores.

—¿Qué destaca hoy de la Academia?

—Su papel en la batalla con el castellano en América. Se da la paradoja de que un campesino mexicano o colombiano habla con más propiedad, con más limpieza y con un lenguaje mejor que un universitario español. El castellano está muy vivo, y la Academia hace esfuerzos cada vez mayores por abrir la puerta y por seguir esa evolución. El que en esa batalla me reserven una trincherita pequeñita para que yo haga algo es un honor grande.

—¿Qué piensa del lenguaje?

—Es, sobre todo, una herramienta al servicio de lo que se quiere contar. Debe ser el mejor posible, pero sin olvidar que está al servicio de algo. No es el objeto en sí, no se trabaja para que esté muy bonito guardado en una vitrina, es una herramienta que debe evolucionar. En mis novelas ha sido siempre una herramienta para contar historias.

—La suya es una historia de éxitos. ¿Siente vértigo al mirar atrás?

—No siento vértigo. Mi suerte es que he hecho un camino en solitario. Cuando me decían que este tipo de novelas no interesaba me importaba un bledo, porque era lo que quería hacer y no necesitaba palmadas en la espalda. Hoy no observo grandes cambios y sigo bajando cada día a la bodega a escribir, que es lo que me gusta. La decisión de los académicos confirma dos cosas: la primera, que la Academia respeta a mis lectores, y la segunda, que la Academia cree que América es importante.

—¿Su nueva condición va a modificar su escritura?

—Va a seguir siendo la misma. Me han aceptado como soy, no me aceptan para cambiarme. Ayer me decía un lector “no te dejes domesticar”, y yo le dije que si me han elegido es por ser como soy.

—¿Qué hay que hacer para tener lectores?

—La falta de lectores en España es una gran mentira. Si al lector le das lo que quiere te corresponde de forma afectuosísima. Se ha dicho que la novela tiene que ser profunda y aburrida, o superficial y divertida, y eso es una falacia. Tiene que ser profunda, intensa, y al mismo tiempo divertida y amena. Y hacer compatible eso es difícil.

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«La putada de todo esto es que ahora me obliga a ser más humilde»

Entrevista de Antonio Astorga - ABC - 25/01/2003

Un camarero le dice a Pérez-Reverte: «Don Arturo, en otro tiempo un sillón en el Café Gijón era más importante que uno en la Academia. Ahora tiene usted los dos». Y el novelista los paladea.

—¿Con usted ingresa el «espectáculo» en la Academia?

—¿Espectáculo? ¿Por qué? Mi literatura no es espectáculo; es literatura.

—Como agitador cultural.

—No voy como agitador. Van mis novelas y mis lectores. Yo soy lo que son mis lectores, y a la Academia llevo ese capital. Si cada libro lo leen 400.000 personas, son ellas las que se sientan en la RAE. La putada de todo esto es que ahora me obliga a ser más humilde.

—Usted es uno de los escritores que más vende. ¿Con Pérez-Reverte entra la literatura popular en la RAE?

—¡Es que la literatura si no es popular no existe! La literatura elitista solamente existe en tesis doctorales y estudios exquisitos. La literatura es una inmensa biblioteca donde caben desde Agatha Christie a Dostoyevski, desde Proust a Balzac o Dumas, y todo eso forma un tejido inmenso y riquísimo en el cual estamos cada uno haciendo nuestro papel. En ese sentido, es y debe ser popular. Solamente los cretinos y los arrogantes piensan que debe ser un producto exquisito para paladares exquisitos. Y esa es la gente que le ha hecho muchísimo daño a la Literatura. Es contra lo que yo he peleado toda mi vida. Y es la batalla que pienso seguir librando.

—¿Tendrá ahora más «patente de corso» para «acuchillar», literariamente hablando, claro?

—Mis artículos están ahí. Son durísimos y van a seguir siéndolo. ¿Por qué voy a cambiar? Es mi forma de escribir.

—Usted ha creado mucho «lenguaje popular». ¿No cree que podría incluirse en el Diccionario?

—De momento lo que voy es a sentarme, a oír y a callar. Y si tengo algo que decir lo diré después. Allí hay muchas cosas que escuchar y que aprender.

—¿Cuando se le tilda de «bestsellerista» se le está acuchillando?

Pero eso no es malo. Hay «best sellers» que son absolutamente dignos. Follett y 'Los pilares de la tierra'. Umberto Eco es un «best seller», y ya ve los libros que escribe. No voy a defender yo el género. El problema es mitificar el lenguaje. Hacer del lenguaje el becerro de oro es un grave error. El lenguaje no es más que una herramienta para comunicarse, para amar, para conversar, para escribir, para leer.

—Como diría Marsé, usted detesta la «prosa sonajero».

—Por supuesto. Por cierto, cuando me propusieron para la Academia lo primero que dije es: «¿Y Marsé?». Me respondieron que a Marsé se lo propusieron, pero que no quiso estar. En ese caso, dije, puedo aceptarlo dignamente.

—Tampoco está en la Academia Umbral (con quien usted ha tenido trifulcas sonadas), que ha dicho que está bien que entre usted en la RAE, pero que sus libros no le interesan.

—Creo que Umbral también debería estar en la Academia. Umbral y yo no tenemos nada que ver. Su literatura y la mía son muy distintas. Umbral es más de prosa, yo soy más de historias, aunque mi prosa la intento cuidar tanto como él cuida la suya.

—Fue una trifulca sobre si usted insultó o no a Borges allá en la pampa.

—Fue una trifulca durísima en la cual acuchillé sin piedad a Umbral porque él se metió conmigo, evidentemente. Pero ya se resolvió: nos dimos la mano, nos llevamos muy bien y no hay ningún problema. A Umbral se lo contaron mal. Yo dije que Borges (muy presente en mis libros) era un escritor inmenso, pero como persona era absolutamente intratable y esnob. Y lo dije, pero distinguiendo entre persona y obra. Y aquí lo mezclaron.

—En Estados Unidos se le considera a usted un «buen» escritor. En Francia, el presidente de la República le nombra Caballero...

—Etcétera, etcétera, etcétera.

—¿Aquí no se entiende su obra?

—Sí se entiende. Si me leen y me acaban de nombrar académico, se supone que se me entiende. Lo que pasa es que hace una década, cuando empecé, no estaba de moda contar historias. Entonces el modelo era Faulkner, la literatura que no cuenta cosas. Y se decía que la literatura tenía que ser profunda, incomprensible, exquisita y de pocos lectores. Y que si la leía mucha gente eso no era literatura. Yo dije que no, que la literatura tenía que ser al mismo tiempo profunda y entretenida, con trampas al lector. Intenté siempre combinar esas cosas y al principio no lo entendían. Me ignoraban y después me sacudían. Ahora la gente me acoge muy bien y críticos que me denostaban se han templado bastante. Ya no tengo cuentas especiales que saldar.

—¿Sigue pensando que el analfabetismo de los críticos ha hecho mucho daño? ¿A usted también?

—A mí no, en general, pero apartó muchos lectores. Mire, José Luis Sampedro escribió 'La vieja sirena' y me dijo un día: «¿Sabes qué ha ocurrido? Yo he pasado la vida leyendo a Jenofonte, a Tucídides, a Tito Livio, y un crítico dice que en mi novela se ve la influencia de 'Sinuhé el egipcio'. Claro, ese crítico sólo ha leído 'Sinuhé el egipcio', y me está juzgando el libro según su limitado conocimiento de la literatura». No puedes juzgar 'El nombre de la rosa' si no eres un tipo que ha leído mucho; no puedes juzgar 'El Club Dumas' si no eres un tipo que conoce bien esa literatura. Y a eso me refería. A veces ha habido críticos con poca preparación cultural o cuya memoria cultural empezaba en Kundera o en los libros de ayer. Y eso hizo mucho daño. Pero afortunadamente también pasó.

—Usted logró ayer algo inaudito: que la gente se plantara ayer ante la RAE con pancartas del estilo: «Algo huele a podrido en la Academia».

—Hombre, “la gente” no. Fueron exactamente once, que yo creo que eran familiares, además, porque iban todos juntos. Eso fue una anécdota absolutamente irrelevante. Por lo menos me hicieron comprender que hay once personas que no me leen, con lo cual eso es una cura de humildad. Tiene gracia esto, porque me dijo Víctor García de la Concha que hasta acudió la Policía, por si acaso. Y que el oficial le dijo: «Mire usted, don Víctor, yo soy lector de Alatriste, ¿les echo a la tropa?». A lo que Víctor respondió: «¡No, no, no, por Dios! Déjelo, déjelo...».

—Ya sólo le faltan los premios de la Crítica y Nacional de Literatura.

—No, no me faltan. Mi premio es ir en el metro, en un avión, viajar a México o llegar a Nueva York y comprobar que la gente está leyendo mis libros. Lo otro va por añadidura.

—¿Por qué el público español ningunea a los clásicos?

—Es que los hemos aburrido. Por ejemplo, en Francia la gente sí va a ver cine francés. ¿Por qué?... Porque hacen cine interesante, cuentan historias, recuperan clásicos mezclados con los modernos, y ese es el futuro.

—Allí dedican tres días de homenaje a Dumas mientras aquí se deshuesan cadáveres exquisitos una vez muertos y bien muertos.

—Naturalmente. Allí no reniegan del pasado y lo adaptan al presente. En España hace diez o quince años nadie leía. Y gracias a Marsé, a Muñoz Molina, a Sampedro, a Gala, a Terenci, a gente que está hoy denostada, y otros que no, se ha conservado el hilo conductor y las historias. Y ahora hay una eclosión de gente que cuenta historias, desde Cercas a Zafón. Mire, un escritor que escribe 500 páginas sobre lo amarga que es su vida en el café, sobre el polvo que echó o no echó, no puede pretender que eso lo quieran leer 400.000 personas.

—Usted ha sido reportero de guerra desde principios de los setenta hasta mediados de los noventa. ¿Por qué lo dejó?

—Porque estaba cansado. Porque llené la mochila y ya tenía cosas que contar. Tenía una visión del mundo que no podía resolverla en minuto y medio de telediario o en un folio. Necesitaba reflexión, tranquilidad y muchas páginas para contar esas historias. Yo escribo novelas con el punto de vista que me dejó la vida. He navegado mucho, he estado casi tres décadas en países en guerra, he estado solo y mis novelas no las escribo con lo que me han contado, sino con lo que he vivido. Yo no soy Alatriste, pero mis personajes ven el mundo como yo lo veo.

—¿'Territorio comanche' era una «vendetta» contra alguien?

—Contra mí. Yo era un mercenario honesto, pero un mercenario. Yo era un hijo de puta que trabajaba en la guerra durante más de veinte años. Y ese libro era un ajuste de cuentas con mi propia memoria y con mi vida. Pero tampoco hablaba mal de la gente. Los que estaban en ese mundo lo entendieron muy bien. Los que no estaban en ese mundo fueron los que no lo entendieron. Alfonso Rojo, Leguineche... Las viejas putas del oficio lo entendieron todo perfectamente y nadie se molestó.

—Usted disfruta con la jácara, los rufianes de la época, con el quinto Alatriste. ¿No le domesticarán ahora, como le advirtió otro lector?

—Ya soy muy viejo para que me domestiquen. Tengo una ventaja importante: no debo nada a nadie más que a mis amigos. Cuando estaba solo estaba solo, y eso me ha hecho muy libre. Desde esa libertad puedo elogiar libremente a quien quiero elogiar y puedo callar frente a quien quiero callar. Y en la Academia no me van a cambiar por eso, ni pretenden cambiarme. Soy uno de los pocos hombres libres que conozco.

—¿Quién le cuida de sus enemigos?

—De esos me ocupo en mis novelas. Yo he vivido mucho en territorio comanche —incluso literariamente— y siempre desconfié de las palmadas y de los abrazos, porque cuando te abrazan te buscan para clavarte el puñal.

https://www.abc.es/cultura/abci-arturo-perez-reverte-escritor-y-academico-electo-putada-todo-esto-ahorame-obliga-mas-humilde-200301250300-157881_noticia.html

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El académico Pérez-Reverte

Juan Manuel de Prada - ABC - 25/01/2003

Arturo Pérez-Reverte me ha profesado siempre un insensato cariño. Recuerdo que la primera vez que nos vimos me expuso, sin ánimo sermoneador, las vicisitudes de toda carrera literaria; desde entonces aquellas palabras me han servido de brújula en este mar carnívoro que es la escritura: «Hay tres etapas en la vida de un escritor —me dijo—. La primera corresponde a su debut; entonces todo son parabienes y palmaditas en la espalda, a poco que el principiante sepa juntar las letras. Enseguida llega la segunda: las cañas se vuelven lanzas, y las manos de los que antes te aplaudían sostienen súbitamente un puñal; la hospitalidad se transforma en hostilidad, quienes creías amigos son tus más enconados odiadores, todas las noches rezan antes de acostarse para que te descalabres. Muchos escritores flaquean en esta segunda etapa; no son capaces de digerir el encono y los espumarajos; aún son ingenuos y vulnerables. Pero si logras sobrevivir alcanzarás la tercera etapa, cuando por fin te hayas abierto un hueco; seguirás recibiendo varapalos, pero también te habrás ganado la confianza de un puñado de lectores que esperan tus libros; esos lectores, pocos o muchos, serán tu justificación y tu acicate. Tus detractores, para entonces, seguirán lanzando mordiscos, pero con dientes cada vez más mellados. Conque aguanta, chaval, aguanta».

¿Se habrá acordado Pérez-Reverte de sus detractores de dientes mellados en la hora de su apoteosis académica? Imagino que sí: lo habrá hecho con un poco de piedad socarrona, con un poco de benigno sarcasmo, con un poco de enternecida melancolía incluso, porque lo cierto es que los detractores de Pérez-Reverte se han ido convirtiendo en sombras errabundas, a medida que crece el brío de su escritura. Quizá Pérez-Reverte, en aquella somera arenga que me endilgó sobre las vicisitudes de toda carrera literaria, se olvidó de referirse a una cuarta etapa que sólo alcanzan los elegidos, en la que los detractores se quedan desdentados de tanto morder en hueso y acaban comiendo, cabizbajos y mohínos, en la mano del escritor al que en otro tiempo quisieron despedazar. Y el escritor, que podría pisarlos desprevenidamente, como a cucarachas que patalean panza arriba, les dedica una sonrisa conmiserativa y hasta se inclina para ayudarles a dar la vuelta. Así podrán seguir hozando en la mierda que les da sustento.

Arturo Pérez-Reverte siempre ha sido un lobo solitario, un exiliado de todas las camarillas. Esta vocación de pureza y hosquedad se transparenta en cada uno de sus libros, transitados por criaturas de lealtades tan ancestrales como discretas, tan desencantadas como inamovibles. «Me limito a vivir con mi sable y mi caballo —me confesó en cierta ocasión—, como el húsar de mi novela. He visto demasiadas cosas perdurables que, de súbito, caen hechas añicos. A lo único que aspiro es a envejecer sin perder las maneras. A morir de manera digna». Ahora que lo han hecho académico tendrá que resignarse a que su epitafio sea cincelado en mármol, pero estoy seguro de que, mientras fluya la sangre por sus venas, rehuirá las solemnidades y pompas inherentes al cargo. En la amistad, como en la literatura, es abrupto y expeditivo, frugal y vehemente, generoso y entusiasta como un personaje de Dumas; con ese punto de aspereza o desabrimiento que caracteriza a los hombres que encubren por pudor sus sentimientos más acendrados. Excelentísimo Señor don Arturo Pérez-Reverte, ha sido y sigue siendo un honor leer sus libros, esa patria en la que tantos lectores nos reconocemos; pero un placer aún más honroso es haber disfrutado y seguir disfrutando de su amistad, dura y transparente como el cuarzo.

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Pongamos que hablo de Reverte

Julia Navarro - diariodeleon.es - 25/01/2003

Algunos días también hay buenas noticias, y por eso merece la pena pasar por alto las estupideces de algunos políticos, pongo por caso a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Estados Unidos, que ha intentado proferir un insulto al referirse a Francia y Alemania como representantes de la «vieja Europa». No sé si Rumsfeld es uno de esos norteamericanos que creen que España está más o menos cerca de Argentina, y a los que también cuesta situar a Francia en el mapa. Lo que sí sé es que representa a una Administración en la que desde el presidente hacia abajo no defiende los intereses generales sino los de las grandes compañías petrolíferas en las que estaban trabajando antes de ocupar sus actuales cargos. No se me ocurre mayor perversión política que esa.

Pero me estoy desviando de la cuestión. Porque hoy no quiero analizar la situación política, ni contar qué pasa en el Partido Socialista o en el Partido Popular, o qué se cuece en el Parlamento, y no quiero hacerlo por lo que comentaba al principio: algunos días también hay buenas noticias. A mí, al igual que al resto de sus millones de lectores, me parece una gran noticia que Arturo Pérez-Reverte entre en la Real Academia Española. Hace muchos, muchos años que conozco Arturo. Éramos amigos en los tiempos en que los que él volcaba su pasión vital yendo a cualquier lugar del mundo donde hubiera un conflicto para luego contarlo a los lectores. Entonces era un tipo de una pieza. Me explico: Arturo era una persona que sabía hacer honor a la amistad, era el amigo con el que siempre se podía contar, de los que tienen una sola palabra y, eso sí, no se muerden la lengua. En aquellos tiempos en que ejercía fundamentalmente de corresponsal de guerra jamás se le ocurrió darse mayor importancia, ni mucho menos ponerse medallas porque corría auténtico riesgo con tal de hacer un buen reportaje. Era generoso, además de audaz e intuitivo, y como es un tipo tierno y pelín tímido, aunque ponga todo su empeño en disimularlo, e incluso consiga hacerlo, pues ya entonces cultivaba la media sonrisa administrando el silencio. Hace tiempo que no le veo, pero sé por lo que me cuentan que continúa siendo más o menos igual: sincero, valiente, con su código de andar por la vida intacto y, sobre todo, sin permitir que el éxito alcanzado le haya embotado el cerebro. Que Arturo Pérez-Reverte haya entrado en la Real Academia de la Lengua es de justicia porque son millones los lectores que le avalan, porque este hombre, lo puedo asegurar, no le debe nada a nadie, porque se ha hecho a sí mismo. Arturo pertenece a una raza especial de escritores y de periodistas de esos que no se conforman con contemplar la realidad, sino que la tocan y la sienten, estén donde estén, con quién quiera que estén, en cualquier circunstancia. 

Seguramente Donald Rumsfeld no haya leído nunca un libro de Pérez-Reverte, porque un tipo que se refiere a la Vieja Europa con desprecio es sencillamente un idiota. Así que no me imagino a Rumsfeld leyendo las aventuras del capitán Alatriste, ni emocionándose con ‘El húsar’, ni empaparse de vida sumergiéndose en la lectura de ‘La Reina del Sur’, su última gran novela. Verán, no es que quiera aprovechar el éxito de Arturo para arremeter contra Rumsfeld, es que a veces la actualidad coloca en paralelo a dos personajes y entonces uno ve con claridad dónde anida la grandeza y dónde la estulticia y la mediocridad. 

Para terminar, les contaré que, en estos años en que no he visto a Arturo, sin embargo me he encontrado con él a través de sus personajes, de los protagonistas de sus libros, de esos tipos valientes, aparentemente descreídos, llevados por el vaivén de la vida, abiertos a lo que pudiera pasar, sinceros, haciendo siempre honor a la amistad y a la palabra dada. Y es que Arturo es también un personaje de libro, por eso un tipo como él se ha hecho con el santo y seña y ha entrado por la puerta grande en la Academia. ¡Felicidades!

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Sabina a la Academia

Fernando Iwasaki - ABC de Sevilla - 26/01/2003

Decía Julio Camba en 'Sobre casi nada' (1928) que las Academias suelen ser lugares donde hay muchos obispos y generales, y de vez en cuando algún escritor. Resulta que en este país se asume como algo normal que cada individuo tenga en la mente su propia selección de fútbol o su propio ganador de 'Operación Triunfo', pero cuando uno deja caer sus preferencias sobre la selección de los académicos siempre te tildan de mezquino y envidioso.

Creo que un escritor debe serlo hasta cuando escribe “e-mails”, mas si el valor de sus libros consiste en reproducir el habla de la calle, supongo que las mejores aportaciones lingüísticas del acervo barriobajero siempre las haría un propio del barrio de Malasaña o de las Tres Mil Viviendas, según. ¿Cuál ha sido la docta reacción del flamante académico al enterarse de la noticia?: «La putada de todo esto es que ahora me obliga a ser más humilde».

Ni Valle-Inclán ni Blasco Ibáñez fueron académicos, aunque los dos por distintas razones: Valle Inclán era un autor de minorías, de primoroso estilo y de miniada prosa, cuyo prestigio e influencia entre los jóvenes despertaba una envidia violácea entre los académicos. Blasco Ibáñez era un escritor exitoso, millonario y mundialmente célebre gracias al interés de Hollywood por sus novelas, cuyo resplandor contrastaba con la penumbra en que vivían los sombríos académicos. La literatura de Pérez-Reverte no tiene nada que ver con Valle-Inclán ni mucho menos con la de Blasco Ibáñez. Cualquiera que haya leído 'La araña negra' (1928) o 'La vuelta al mundo de un novelista' (¡Que en 1924 tuvo una primera edición de doce mil ejemplares en tres tomos!), podrá comprobar que hay una distancia sideral entre los espadachines del valenciano y el cartagenero, o las navegaciones de Blasco y Pérez-Reverte. Los antecedentes literarios de Pérez-Reverte habría que buscarlos más bien en otro Pérez, Rafael Pérez y Pérez, quien entre los años 30 y 40 escribió medio centenar de novelas galantes y de aventuras que se vendieron como roscas. A saber, 'El monasterio de la Buena Muerte' (1932), 'El último cacique' (1933), 'Cien Caballeros de Isabel la Católica' (1934) o 'El conde maldito' (1949), entre otros títulos. Así, el antecedente literario del capitán Alatriste no es 'La Araña Negra' sino 'El señor de Albarracín'.

A mí me llama la atención que la globalización sea perversa para algunas cosas y bienhechora para otras, de acuerdo con el interés empresarial o político del mismo grupo de comunicación. Que las novelas de Pérez-Reverte se reseñen en 'The New York Review of Books' ¿es bueno para la lengua española, o para el grupo de comunicación que posee sus derechos? ¿En qué sentido se enriquece nuestra lengua cuando las novelas de Pérez-Reverte se venden en Barnes & Noble? Si los grupos de comunicación hubieran existido a comienzos de siglo, seguro que 'El caballero audaz' o Felipe Trigo hubieran sido académicos.

No conozco a Pérez-Reverte, y debo decir que quienes le conocen aprecian y ponderan su lealtad, pero uno sólo le juzga a través de sus libros, artículos y declaraciones, y no comprendo en qué podría contribuir el nuevo académico al estudio y conocimiento de nuestra lengua. A no ser que la Academia Española se convierta en otra sucursal del «show business» y que a partir de ahora puedan ser académicos quienes más vendan en los supermercados. ¿Cuándo serán académicos Alberto Vázquez Figueroa, Elvira Lindo, Antonio Gala y Joaquín Sabina?

Leo que Pérez Reverte disertará sobre el habla de la cárcel en su discurso de ingreso. Me parece bien, pues si la cárcel no puede ir a la Academia, que vaya la Academia a la cárcel.

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Espectros en la Academia 

Alfonso Ussía - ABC - 26/01/2003 

Me turbó la imagen de esas once sombras fantasmales, espectros del resentimiento, caceroleros de la envidia, que se reunieron en torno a la Real Academia Española para protestar, en nombre del aire, por la admisión del escritor Arturo Pérez-Reverte, que fue recibido por los académicos por abrumadora mayoría. ¿Qué hacían ahí esas estantiguas dolientes y entrepadas? En las entreluces de la calle de Felipe IV se antojaban, a veces, espantos coléricos, almas en pena vocingleras, trasgos tontos del culo. Más dibujo sindical que literario. Parecían acampados de Sintel fuera de tiempo y de sitio. Quizás escritores sin libro, o críticos sin lectores, o simplemente esforzados de la amargura. Pudiera ser que también laringes al cobro, mercenarios a cincuenta euros pagados por un eterno aspirante de los muchos eternos aspirantes que se mueven por los alrededores de la literatura. Todo muy chungo, espeso y cutre. 

Los académicos, tan difíciles y bromistas en algunas convocatorias, no se tiraron en esta ocasión los diccionarios a la cabeza. Con pasmosa mayoría admitieron el ingreso y compañía de un joven novelista que va por libre y no trajina en las trastiendas literarias. Que se ha ganado a pulso de talento y trabajo a millones de lectores. Que tiene sus libros en los escaparates de las mejores librerías de Nueva York, Londres, París, Roma, Sydney e, incluso, Madrid. Y que probablemente se pueden leer sus aventuras medievales también en zulú. Arturo Pérez-Reverte es de los pocos escritores que no le tienen miedo a su verdad. Ha armado follones prodigiosos con su sinceridad descarnada. Todos bebemos de Borges, pero tuvo que ser Pérez-Reverte el que nos recordara que Borges, como persona, era un esnob y un tanto gilipollas. Un argentino que presumía de leer el 'Quijote' en francés merece el cariñoso adjetivo. Y lo de Borges no fue nada comparado al terremoto que regaló a la retroprogresía tópica cuando se atrevió a decir que Manuel Azaña no pasó de mediocre en la literatura y calamidad en la política. Que Azaña había sido un desastre. Las cosas que tuvo que oír y leer Pérez-Reverte de todos los santones de los lugares comunes sobre su persona. 

Pero Arturo Pérez-Reverte no ha sido elegido miembro de la Real Academia Española por decir que Borges se comportaba en ocasiones como necio y que Azaña fue un mamotreto desdeñoso y un político pésimo. Pérez-Reverte es académico por sus méritos, por conseguir que decenas de miles de españoles hayan adquirido, gracias al capitán Alatriste, el hábito de leer. Por recuperar la novela bien escrita, que además enseña, y para más pecado, entretiene, engancha y divierte. Por desmontar la teoría de que la literatura coñazo es la buena, cuando en realidad sólo es la coñazo. Todo esto le ha servido a Pérez-Reverte para ser libre, parcial, subjetivo y, en algunas ocasiones, distante e intemperante con los pelmazos y con los tontos. Su popularidad es real porque nace de su obra y no de su personalidad. Se ha pasado media vida en el riesgo físico y la crónica espantada. La otra media huyendo de sus peores recuerdos y haciendo buenas palabras. Ha ganado muchísimo dinero y es un triunfador. Y, para colmo, en un país de envidiosos, en una profesión con más envidiosos todavía y en una actividad artística en la que no cabe un envidioso más, se topa con sólo once espectros detractores. 

La Real Academia Española se rejuvenece y se justifica con su presencia. Siempre hay voces y plumas disidentes, que establecen comparaciones y se preguntan por qué uno y por qué no los otros. Ese es un problema de los otros. Los once espectros sindicales han desaparecido y la calle de Felipe IV ha amanecido más risueña después de ver cómo los académicos saludaban al capitán Alatriste.