28 mayo 2023

Los corsarios de 'Pueblo'

Emilio Lara - zendalibros.com - 28/05/2023

'Nido de piratas' trata sobre un periódico que muchos recuerdan y de una España muy distinta y muy parecida a la actual. En mi casa nunca se leyó 'Pueblo'. Mi abuelo sí lo compraba para los clientes de su barbería, pero cuando se jubiló se pasó al 'Ya', periódico que, siendo yo niño, me enviaba a comprarlo al kiosco de la plaza de los Jardinillos, donde se lo reservaban. Mi padre era un fervoroso del 'ABC', al igual que mi tío Emilio lo era de 'El País'. Ellos tres eran los lectores de prensa de la familia, jamás renunciaron a su fidelidad periodística, y sólo la muerte los privó de la compra mañanera de su periódico.

En mi infancia conocí al tipo de hombres y mujeres que hacían 'Pueblo', por lo que no me ha costado lo más mínimo reconocer las formas de ser de los periodistas, conserjes y trabajadores de linotipia que menudean en las páginas de 'Nido de piratas'. No hacía falta irse a Madrid para toparse con aquella fauna. En provincias se replicaban aquellas personas y personajes en diferentes ámbitos, siendo todos ellos unos buscavidas forjados en un país bronco y lleno de oportunidades, donde lo antiguo se machihembraba con lo moderno y se discutía de política con las cuerdas vocales calientes, pero por encima de las ideologías estaba la amistad y, por supuesto, el respeto personal.

Recuerdo la Transición y asentamiento de la democracia como una época en la que los hombres lucían patillones, llevaban las camisas despecheretadas y en los bares y cantinas sin ventilar desayunaban un cigarro negro, un café en vaso de caña y una copa de aguardiente o de coñac, y en todo caso, unos churros. Los hombres de edad iban trajeados con independencia de la clase social, muchos de ellos gastaban sombrero y se tocaban el ala con un dedo para saludar a las señoras; en verano, para ir fresquitos, se ponían una guayabera de manga corta, y en las tabernas sólo bebían cañas o chatos de vino blanco peleón, servido a temperatura ambiente y de botellas con tapón de plástico. Había mujeres mayores que, como promesa, vestían hábito de por vida, y el resto de ellas llevaban abrigo negro en invierno y vestidos oscuros o estampados en primavera, sin más concesiones a la moda. La compra se hacía a diario en la plaza, en el mercado de abastos; había constantes manifestaciones vocingleras donde no existían esas horteradas zombificadas de las batucadas; las almazaras de mi provincia olivarera apestaban a alpechín y los carriles de los pueblos atufaban al gasoil quemado de los land rovers y los tractores, y también a la bosta de los borricos y mulas aparejados para el trabajo agrícola. Las mujeres jóvenes —las amigas de mi madre y mis profesoras— se me antojaban tan modernas como actrices de cine, y en cualquier lugar se hablaba de todo con despreocupada libertad. Eran tiempos donde se leía la prensa con fruición y se escuchaban los transistores día y noche.

Tuve conocimiento de Emilio Romero al poco de entrar en la universidad, pues de muy joven me aficioné a las tertulias radiofónicas. En una de ellas, el que fuera muchos años director y mandarín de 'Pueblo' era contertulio habitual. Solía hablar ex catedra, masticando las palabras, y no le gustaba que le llevasen la contraria. Sus artículos en las revistas políticas me parecían aseados y demodés, y en las fotos gastaba un rictus severo, momificado. En 1988, un semanario reunió en el madrileño café Gijón para hacerles una foto a los cincuenta escritores más vendidos del año anterior. Juan Eslava Galán, que había ganado el Planeta en 1987, me contó la lástima que le dio ver a Emilio Romero ostensiblemente solo y medio grogui por la situación: nadie se acercaba a él. Todos evitaban su proximidad; unos, supongo, porque habrían sido activos cofrades de la hermandad del Santo Peloteo hacia el antiguo director de 'Pueblo' —el lisonjeo descarado siempre ha sido una eficaz forma de promoción—; y los demás porque, sencillamente, el Gallo ya no era nadie. Juan Eslava, apiadado, le dio palique a Emilio Romero, algo que él, que se coscaba de cómo era la condición humana, agradeció cortés.

Del tridente más famoso de periodistas de Pueblo cobré conciencia una vez desaparecido el periódico. Me refiero a José María García, Raúl del Pozo y Arturo Pérez-Reverte. Santísima Trinidad de la que partió la idea de que debía ser escrita la historia del citado diario. A pesar de que el fútbol me trae sin cuidado me aficioné a escuchar a José María García. En las facultades de Periodismo deberían explicar el estilo de García como el equivalente en las ondas del suspense de Hitchcock. Era todo un fenómeno sociológico, un hombre capaz de alargar hasta lo indecible la tensión radiofónica al dar una noticia. Sus informaciones, por triviales que fuesen, alcanzaban la cualidad de secretos de Estado desvelados. Le daba tal dramatismo a la información deportiva que mantenía en vilo a millones de oyentes, insomnes, atentos a sus cambios de humor, a sus geniales insultos, a su inigualable manera de hacer una crónica o de entrevistar. Los humoristas lo bordaban al imitarlo y sus contrincantes de dial recurrían a lo bajuno para zaherirlo. Fue el personaje más famoso y mejor pagado de una España que históricamente ha digerido mal el éxito ajeno.

Estudiando Humanidades me engolfé con un puñado de columnistas, entre los que figuraba Raúl del Pozo. Qué gachón, qué manera de arrullar y zarandear las palabras hasta crear un idioma con reminiscencias del Siglo de Oro, que se situaba a la vanguardia de la escritura periodística. Sus artículos eran literatura de linotipia, una mezcla de canción de cuna y cantos de guerra de la actualidad; el famoseo y los políticos se pirraban por salir en sus célebres negritas, y de la misma manera que los lectores de diarios de provincias lo primero que miraban eran las esquelas para ver si tenían que cumplir con alguien, los lectores de 'El Mundo' comenzaban a leer el periódico por la columna de Raúl del Pozo. Su estilo estaba amasado con el lenguaje culto de los clásicos y con los giros coloquiales de los garitos y del habla popular, porque esa forma de escribir nacía de la vida vivida y de la musicalidad de la lengua, y era tan desprejuiciada, castiza y garbosa que reinventaba el Nuevo Periodismo sin necesidad de imitar a los plumillas estadounidenses, entre otras cosas porque Raúl del Pozo procedía de una cantera periodística que se había pateado las calles, los salones, las altas cunas y las bajas camas de un país que se hacía moderno a zancadas.

El verano del año que hice COU leí 'El húsar', de Arturo Pérez-Reverte, y el autor me ganó para su causa. Yo andaba ya prendado de la novela histórica, así que aquel libro editado por Akal me hizo fijarme en el autor, al que años después descubrí como corresponsal de guerra en Bosnia. Salía en el telediario con un chaleco antibalas o con un casco entelado con el azul de la ONU. A veces hacía las crónicas a lomos de un BMR pintado de blanco de los soldados españoles, y otras agachaba la gaita en plena retransmisión si caían cerca pepinazos, pero aquel tipo delgado con gafas no cobardeaba ni dejaba de hablar ante el micro. Me llevé la grata sorpresa de que había vuelto a escribir novelas y me las zampé todas. 'El maestro de esgrima' me confirmó que era un escritor de raza, un galdosiano forjado con los clásicos que aportaba la estructura de los "best sellers" y la agilidad y eficacia de la prosa periodística. 'La tabla de Flandes' fue un vendaval de modernidad que, en unos momentos de confusión por una experimentación literaria agotada, reintrodujo en el panorama nacional el gusto por contar una historia con suspense valiéndose de elementos históricos. Y con 'El club Dumas' hibridó la alta literatura con la literatura popular, y también consiguió la cuadratura del círculo: un libro de culto que obtuvo ventas millonarias. Era demasiado para los culturetas de una nomenklatura, incapacitada por sus anteojeras, de darse cuenta de que había nacido una estrella literaria y mediática de alcance internacional.

Pero la obra revertiana no se entiende sin su faceta articulista. Desde hace tres décadas el académico de Cartagena simultanea la novela con el artículo dominical, lo que mantiene incólume su querencia periodística, al permitirle escanear el tiempo presente y opinar libérrimamente sobre él. Pues bien, para comprender el meollo de la literatura revertiana —periodística y narrativa— es necesario conocer cómo él y sus compañeros se foguearon como reporteros en 'Pueblo', adquiriendo allí el olfato para captar y contar una historia, y hacerlo con un cuchillo entre los dientes para que ni dios les quitara la oportunidad de publicar en primera página. Todos eran leales compañeros y encarnizados competidores entre sí, y asumían unos códigos de conducta no escritos. Eran buscones quevedescos que criaban callo en el alma, pero manejaban una deontología del respeto que no conculcaban. Truhanes y señores, como en la canción.

Pérez-Reverte escribe el prólogo apasionado de 'Nido de piratas', y lo remata con un elogio de canela fina al autor: «Un oficio que aprendí en aquel asombroso nido de piratas que este magnífico libro de Jesús Fernández Úbeda, que sin duda habría sido uno de los nuestros, rescata del olvido». ¡Bumba! «Uno de los nuestros». Que Supergarcía, Raúl del Pozo y Pérez-Reverte le encomendasen a Jesús Úbeda escribir la historia de Pueblo dice mucho de este joven periodista. Jesús, que cada vez parece más un príncipe persa criado en la Mancha y afincado en los madriles, es versátil como un todoterreno de alta gama. Es un periodista vocacional que en sus ratos libres escribe poesía y devora novelas, frecuenta las hemerotecas en sus investigaciones, publica artículos con desgarro lírico y sentido del humor y hace unas crónicas parlamentarias tan soberbias y cáusticas que producen asombro por su acerado ingenio. Cuando me llama por teléfono, al descolgar —¿se sigue diciendo así?— le digo «tío grande», y me gusta ver a mi amigo labrarse una carrera brillante en un oficio donde muchos son los llamados y pocos los elegidos.

'Nido de piratas' es la crónica de un país que metamorfoseaba y la evocación de una prensa gloriosa y golferas como a veces vemos en las películas de Hollywood. Es un libro con estructura de ensayo, concebido como un reportaje de investigación al estilo de los Pulitzer y escrito con el vértigo narrativo y el toque de suspense de una novela de Stephen King. La endiablada habilidad entrevistadora del autor y el embrujo literario de todo cuanto teclea se alían en esta obra que se lee a velocidad de "best seller". Tras entrevistar al menos a treinta antiguos empleados de 'Pueblo', utiliza el ingente material con pericia y creatividad, reconstruyendo la historia del periódico no de manera lineal, sino echando mano de numerosos saltos en el tiempo para generar tensión, mantener el ritmo narrativo y aclarar cosas.

La ristra de anécdotas es tan explosiva como una mascletà. La sucesión de situaciones vividas en el edificio de 'Pueblo' es un combinado del cine de Berlanga, los libros celtibéricos de Luis Carandell y el tremendismo de Cela. O sea, la quintaesencia del carácter y formas de vida de los españoles de antes de ayer, algo que hoy, en lo bueno y en lo malo —como en el sacramento— ha cambiado mucho por la evolución de la sociedad, la globalización de las conductas y la satrapía de lo políticamente correcto.

El muestrario anecdótico es inagotable y hay de todo, como en botica. Un linotipista cazaba ratas en los sótanos con un pistolón del nueve largo, retumbando las detonaciones hasta las plantas superiores. Había trabajadores convictos por crímenes pasionales y subdirectores a gogó para que cobrasen abultadas nóminas; un ascensor sin puertas parecía una noria porque no paraba y había que subirse y bajarse dando un saltito; existía un bar donde el whisky corría los días de paga, en la redacción se organizaban timbas donde se apostaba fuerte, y en la puerta del despacho de Emilio Romero una luz roja —un semáforo sexual— prohibía el paso, lo que significaba que el mujeriego del director se estaba trajinando a alguna artista a cambio de sacarla en los papeles; un capellán muy indulgente pastoreaba a tan irredenta grey; entre los redactores había castas, siendo los más desgraciados los llamados pelagras, que cobraban cuatro duros y no estaban dados de alta en la seguridad social, no sé si por mediocres, por reacios al pelotilleo o, sencillamente, porque daban lástima y no merecían mejor consideración a ojos de la superioridad. Pues bien, en tal ambiente se hacía un periodismo vibrante, imaginativo, descarado y en ocasiones inventado (alguna falsa entrevista de Tico Medina) que perseguía vender más ejemplares en los kioscos que la competencia.

Sobresalen por su interés y sustancia los testimonios de Cristina Losada, Manolo Molés, Rosa Villacastín y Raúl Cancio, al retratar con lúcidos fogonazos de recuerdos cómo era el ambiente del periódico, de qué manera se integraban las mujeres y las ideologías y personalidades muchas veces antagónicas de quienes trabajaban allí, siendo compañeros de tajo gente de extrema derecha, extrema izquierda y resto del arcoíris político, en una simbiosis laboral impensable en la España de hoy, donde la brecha generacional y los pasaportes ideológicos suelen determinar con quién codearse y a quién evitar.

El diario 'Pueblo', creado durante el franquismo, fue el buque insignia del régimen, al depender de los sindicatos verticales, a pesar de lo cual Emilio Romero cobijaba a periodistas izquierdistas, pues lo único que le importaba eran el mérito profesional y el empuje personal. Las bambalinas y alcantarillas del poder quedan bien reflejadas en el libro, así como el maquiavélico plan para quitarse de en medio a Emilio Romero —abulense como Adolfo Suárez—, pues ambos eran dos gallos de pelea transmutados en tiburones, por lo que sólo podía quedar uno. Ganó Suárez, claro, el político de estilo e imagen a lo Kennedy que —junto con el rey— pastoreó la Transición que democratizó España. El primer gobierno de Felipe González se encargó de liquidar un languideciente 'Pueblo'. Así terminó este singular periódico que publicaba unos reportajes espectaculares y donde coincidieron numerosos integrantes de la Legión Extranjera del Periodismo que más tarde se hicieron famosos en España.

No me extraña. Eran hombres y mujeres excepcionales que coronaron los ochomiles de su oficio y de otros nuevos allá donde fueron. Por eso su historia merecía ser contada. Y hacerlo alguien tan grande como ellos.

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¿Conoció a Kate del Castillo? Esto dijo Sandra Ávila Beltrán sobre ‘La Reina del Sur’

elfinanciero.com.mx - 28/05/2023

Sandra Ávila Beltrán, cuyo apodo era la Reina del Pacífico, es una mexicana que fue ligada al narcotráfico a principios de los 2000. Es originaria de Baja California y tras acabar sus estudios en la universidad se relacionó con Juan Diego Espinosa, alias ‘El Tigre’, quien tenía conexiones con el Cartel de Sinaloa y el Valle del Norte en Colombia. En 2007, la mexicana fue detenida y acusada por traficar toneladas de cocaína hacia Estados Unidos. Seis años después se declaró como culpable y fue condenada a 70 meses en prisión. Tras siete años, fue liberada y actualmente mantiene un perfil bajo.

El pasado 17 de mayo, Sandra Ávila Beltrán se presentó al programa de Adela Micha, en el que habló sobre su trayectoria y vida personal. En un punto de la entrevista, la periodista mexicana le preguntó sobre 'La Reina del Sur' (2011). Se trata de una serie que narra la historia de Teresa Mendoza, interpretada por la actriz Kate del Castillo, quien es una criminal cuyo apodo es ‘La Reina del Sur’. La producción se basó en una novela de nombre homónimo que salió en 2002.

“La escribe Arturo Pérez-Reverte, el escritor español, y declara al periódico 'Reforma' que su novela era descabellada. En esos tiempos, aparezco en escena”, comentó la mexicana entre ligeras carcajadas con Adela Micha. Aseguró que tras aparecer en público, el escritor español declaró que existían ciertas similitudes entre su trabajo literario y la trayectoria criminal que ella tenía. “Aparezco en escena y es cuando Pérez-Reverte dice "ella es la que le da vida a mi personaje".”. Sandra aseguró que aquella declaración sucedió durante el cumpleaños de una de sus hermanas alrededor de 2003.

Asimismo, Adela Micha le preguntó si en alguna ocasión tuvo contacto con parte de la producción de la serie, específicamente si conoció a Kate del Castillo o al autor de la novela; sin embargo, Ávila Beltrán negó con un contundente “no” haber interactuado con ambas personalidades. La personalidad concluyó el tema de 'La Reina del Sur' asegurando que la coincidencia entre la serie y su vida se debe a que el escritor español “estuvo en Culiacán haciendo una investigación precisamente de la vida del narco”.

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26 mayo 2023

'Nido de piratas': Mitificación del periodismo cavernario

Daniel Serrano - zeleb.publico.es - 26/05/2023

El señor de gafas de la imagen superior es Emilio Romero, nacido en 1917 en la abulense localidad de Arévalo, fallecido en Madrid un 12 de febrero de 2003 y (entre medias) director del diario Pueblo cuando Franco mandaba en España. Además de eso, durante la dictadura ostentó don Emilio cargos relevantes porque era muy franquista y, según asegura la Wikipedia, fue censor antes que dramaturgo. Por cierto, que el crítico de teatro de su periódico (Alfredo Marqueríe, con calle en Madrid) mientras tecleaba en la Olivetti crónicas laudatorias de las comedias o dramas escritos por su su jefe opinaba sobre dichas piezas si le le preguntaba al respecto: “Una puta mierda”. Lo cuenta Jesús Fernández Úbeda en 'Nido de piratas', alegre relato coral de lo que fue el diario 'Pueblo', mito para una facción de la clase periodística que o bien vivió los placeres de aquel popularísimo periódico o bien ejercita juvenilmente una nostalgia de cenas en el café Varela y gintónics con Pérez-Reverte (don Arturo). 

Y el caso es que leyendo este libro (ameno y muy bien escrito) pocas razones hallo para añorar aquel tiempo cavernario. A ver si me explico. El periodismo no es un oficio exactamente honorable. Ejercemos la profesión en el filo de la navaja, allí donde nos dejan, y en vez de escribir las novelas o crónicas de guerra que soñábamos resulta que estamos lo mismo fumando a la puerta de un ministerio que en el funeral de Rocío Jurado o en la Pasarela Cibeles que ahora se llama Madrid Fashion Week. Bien, vale, es lo que hay. Sin embargo, una cosa es asumir las miserias que implica la realidad del periodismo actual y otra muy distinta añorar la cochambre franquista, un paisaje de ruina moral absolutamente abyecto. En 'Nido de piratas' se repasa un anecdotario que incluye nepotismo, chantaje sexual, invención de crónicas (pero invención al 100%, nada de tomarse libertades literarias con un hecho acontecido y presenciado), hurto a viudas llorosas, trato denigrante al joven subordinado, bromas de vieja escuela con un ujier atado a la silla, timbas, whisky y pillaje. Cierto es que algunas de las historias tienen gracia pero otras resultan ofensivas vistas con la sensibilidad de hoy en día. Y no se trata de hacer “presentismo”. Que hacer chistes de homosexuales o mujeres violadas fuera normal en los especiales de Íñigo de la televisión franquista no convierte ese humor en algo aceptable. Pues con algunas de las anécdotas de 'Nido de piratas' pasa lo mismo y quien crea que es juzgar el pasado con ojos del presente pues ok, pero me da a mí la impresión de que prometer titulares y la gloria de las páginas de 'Pueblo' a cambio de un polvo estaba mal entonces y está mal ahora.

En 'Nido de piratas' hablan muchos de los que estuvieron en el diario 'Pueblo', y todos recuerdan aquella época con cariño. Al fin y al cabo hablan de los días de su mejor juventud. Y esos días (a pesar de los pesares) siempre son buenos. Destacan las intervenciones del fotógrafo Raúl Cancio, entrañable y grandísimo profesional. Está la épica impostada de Pérez-Reverte (don Arturo), siempre en su particular pose. Aparece en las páginas de 'Nido de piratas', por supuesto, Raúl del Pozo, fabuloso escritor de periódicos. Y salen Yale y Tico Medina, claro. Se menciona poco, curiosamente, a Jesús Hermida. Sí que larga José María García sobre su paso por el diario, donde comenzó a ser Butanito. Y calla Amilibia, quien escribió quizá el mejor retrato de aquel tiempo en su biografía no autorizada Emilio Romero: el gallo del franquismo.

Muy interesante es el testimonio de las mujeres de aquel periódico de hombres: Julia Navarro y Rosa Villacastín. Juan Luis Cebrián declinó ser entrevistado para el libro. Hay muchas voces, en todo caso, pero nadie aporta una mirada crítica. Porque no se trataba de eso. 'Nido de piratas' es una exaltación del periodismo canalla. Discrepamos Jesús Fernández Úbeda y yo en que dicho periodismo pueda reivindicarse. Sin embargo, dicho esto, leí 'Nido de víboras' [sic] en cuatro tardes, devorándolo sin decoro, indignándome a ratos, riendo otras veces, disfrutando de la excelente prosa del autor y, qué caramba, aplaudiendo que alguien escriba sobre ese pasado sobre el comienza a cernirse una niebla de olvido, porque sus protagonistas se están yendo y, dentro de poco, quizá no tendrán quien les reivindique en un libro o durante una cena en el café Varela.

https://zeleb.publico.es/noticia/nido-de-piratas-mitificacion-del-periodismo-cavernario/

25 mayo 2023

Imanol Uribe: "El mayor aliciente para impartir este taller era venir a Cádiz"

Tamara García - diariodecadiz.es - 25/05/2023

No es Imanol Uribe un cineasta que se prodigue mucho en la dirección de talleres, sin embargo, si la oferta viene “del insistente” (dice cariñosamente) Bruto Pomeroy y si el destino es Cádiz, la cosa cambia. “El mayor aliciente para impartir este taller era venir a Cádiz. Tengo muchos recuerdos aquí, hemos hablado antes de los carnavales, que he estado un par de veces, pero he venido durante muchos años a veranear a Zahara y me encanta esta tierra”, reconoce el director de 'Llegaron de noche' (2022), 'Días contados' (1994) y 'El rey pasmado' (1991) que ha estado esta semana en Cádiz impartiendo un pequeño curso en la Escuela de Cine de la Universidad de Cádiz.

“Me hubiera encantado estar más tiempo pero esto ha ocurrido en mitad de un proyecto con lo que tengo que volver pronto, sin embargo, en un futuro, si hay oportunidad, y aquí quieren, volveré”, se compromete el realizador que desde su debut con 'El proceso de Burgos' (1979) lleva a sus espaldas 15 películas, y las que le quedan. “Bueno, al menos creo que tengo dos disparos más, por eso hay que apuntar muy bien a la hora de elegir los proyectos”. Proyectos que le llevan “como media tres años de tu vida, tres años donde comes, duermes y sueñas con esa película”, explica Uribe que, sin embargo, no duda en vaticinar que morirá “con las botas puestas”. “Mi vida es el cine”.

De su larga experiencia y avatares habló durante dos días al grupo de más de 30 alumnos “muy ávido de conocimiento y de distintas disciplinas (directores, guionistas, actores...)” que ha participado en el taller que también ha contado con una parte práctica. “Les he hecho escribir unos guiones sobre unas noticias que les planteé y al grupo de interpretación les di unas secuencias de un proyecto de película que, toco madera, parece que voy a hacer”, cuenta Uribe sobre uno de los “dos proyectos” en los que actualmente se encuentra embarcado y que tienen visos de salir adelante porque “por cada película que uno hace hay 3 o 4 en las que has estado trabajando y no salen”.

“Estos días, hablando con uno de los alumnos, me cuenta que hace un montón de tiempo hizo conmigo un taller y que en aquel momento ensayamos con unas secuencias de 'El asedio', la novela de Pérez-Reverte, que yo estaba preparando para hacer una serie. Ni me acordaba pero es cierto que estuve trabajando durante meses en ese proyecto que, dada la envergadura, una producción súper complicadísima, ahora igual sería más fácil con las nuevas tecnologías, pues no salió”, rememora.

De lo que sí se acuerda Uribe fue de la “gozada” de rodaje de 'La carta esférica' (2007) en la provincia de Cádiz. “Yo disfruto mucho en los rodajes pero en ese, especialmente, porque además tuve el privilegio de que Arturo (Pérez-Reverte, de nuevo, “gran amigo”) me explicara los lugares de la novela in situ, pude disfrutar de su conversación en todo ese tiempo y, además, de vuestra gastronomía”. 'La carta esférica' también ocupa un lugar especial en la memoria de Uribe porque, además de ser su “película de barcos”, esa que dicen que todo director quiere hacer una vez, le proporcionó un “reto técnico enorme”. “De hecho, una de las circunstancias más potentes de un inicio de rodaje fue en 'La carta esférica'”, reconoce. “Estábamos en Cabo Palos y teníamos que buscar un barco que tuviera la dimensión suficiente para que entrara todo el equipo pero que fuera lo suficientemente pequeño para que se entendiera que pudiera ser guiado por el personaje que gobernaba ese barco junto a Carmelo (Gómez) y Aitana (Sánchez-Gijón), que eran los protagonistas. Dimos con él pero el primer día que nos subimos al barco y salimos fuera, porque no se podía ver la costa, fue un caos absoluto. Yo pensé que era imposible rodar la película... Se me viene a la cabeza el foquista, mientras se tambaleaba llevando el foco, vomitando por la esquina para hacer el plano; el equipo se tenía que tirar al suelo cuando se rodaba; las corrientes... Sin embargo, el último día de rodar en el barco, cruzamos la Bahía de Algeciras todo el equipo con lágrimas en los ojos diciendo qué pena que ya se acaba...”, recuerda divertido durante una conversación donde el pasado, el presente y el futuro se reconocen y se llaman. Como en una buena película.

https://www.diariodecadiz.es/ocio/Imanol-Uribe-taller-Cadiz_0_1795922186.html

22 mayo 2023

'Nido de piratas'

Manuel Marlasca - lasexta.com - 22/05/2023

El periodista y poeta Jesús Fernández Úbeda es uno de esos errores clamorosos de quien rige nuestros destinos, sea quien sea. Ese dominador del tiempo y de las vidas ajenas hizo llegar a Jesús al mundo bastantes años después de cuando le correspondía. Porque Jesús nació en Ciudad Real en 1989, cuatro años después de que el gobierno del PSOE acabase con el diario 'Pueblo', un lugar en el que Jesús habría estado como marrano en charco y habría disfrutado tanto como disfrutamos allí de nuestras infancias David Gistau –qué mierda, David, que no puedas leer 'Nido de piratas'– y yo.

Quizás para arreglar ese desaguisado, el Sumo Hacedor puso en el camino de Jesús a unos cuantos habitantes de aquel ecosistema periodístico único que fue la redacción de 'Pueblo', como Raúl Cancio –el mejor fotoperiodista español de todos los tiempos– y Raúl del Pozo –el mejor columnista de la prensa española–. Jesús escuchaba las historias de uno y otro y, como los mejores reporteros, iba guardando y atesorando todo aquel material, que no tenía otra salida posible que no fuera un libro que contase la historia del diario 'Pueblo'. 'Nido de piratas' (Debate) es un trabajo periodístico de primera, porque Jesús ha hilvanado, testimonio a testimonio una historia fascinante e irrepetible. El autor enlaza las decenas de entrevistas de supervivientes del diario como un orfebre para elaborar una obra redonda: divertida, emocionante y dura, como era aquella redacción.

Mamen Mendizábal –qué bien lo habrías pasado en la calle Huertas, Mamen–, Raúl Cancio y Arturo Pérez-Reverte presentaron la semana pasada 'Nido de piratas' ante un auditorio lleno hasta la bandera y en el que había unos cuantos excombatientes de aquella trinchera de Huertas, 73. Se oyeron viejas historias de viejos periodistas de aquella extinta redacción. Formas de actuar y de entender el periodismo de difícil digestión en el mundo de hoy, pero que Jesús ayuda a entender cuando las desmiga en 'Nido de piratas'. José María García, Yale, Jesús Duva, Julia Navarro, Rosa Villacastín, Miguel Ors, Manolo Molés, Carmen Rigalt, Julio Camarero, Raúl del Pozo, Raúl Cancio, Pérez-Reverte desfilan por las páginas del libro y van uniendo los puntos para terminar formando un cuadro único, el de los diecinueve años en los que 'Pueblo' fue el mejor diario de España.

El mejor diagnóstico que he leído de la profesión hoy en día lo da Arturo Pérez-Reverte en el prólogo de 'Nido de piratas': "Ahora en las redacciones prefieren tener robots de minga fría conectados a un ordenador. Ahora incluso hay una asignatura de ética profesional en las facultades y todos los periodistas tienen la Verdad y la Certeza con mayúscula sentadas en el hombro y la obligación de ser responsables, la misión de liderar opinión, salvar la democracia, garantizar la libertad de expresión, convertir el mundo en un lugar paritario de libertad, igualdad y fraternidad, salvar a los delfines y las focas, acabar con las guerras y el hambre, y cosas así. Ahora, periódicos y periodistas se toman tan en serio a sí mismos que aburren a las ovejas. Así que, aburridos, los viejos reporteros van y se mueren".

Gracias, Jesús, por haberte burlado del Sumo Hacedor y haber viajado en el tiempo para contar una historia que alguien debía contar antes de que todos muramos.

https://www.lasexta.com/el-muro/manu-marlasca/nido-piratas_20230522646b199f21596b00012eea11.html

18 mayo 2023

'El Club Dumas': Treinta años de felicidad

Eduardo Martínez Rico - zendalibros.com - 18/05/2023

Recuerdo muy bien un día de 1993: pudo ser perfectamente primavera. Una amiga, una compañera de COU, Mónica Negro, vino hacia mí y hacia otros compañeros que hablábamos en un descanso de las clases, en mi colegio, en el pasillo que comunicaba las aulas, y me dijo, entusiasmada: “Eduardo, estoy leyendo un libro que mientras lo leo me digo a mí misma: “Este libro le va a encantar a Eduardo.”” Y, efectivamente, cuando lo terminó me lo prestó y lo leí, y me encantó. Mis amigos me conocen mucho mejor de lo que yo creo, quizá mejor que yo mismo.

Ese libro, esa novela, era 'El club Dumas', uno de los libros con los que más he disfrutado en estos 30 años de vida, un libro apasionante en el que no se deja de descubrir cosas nuevas, materia que aprender, elementos para avanzar en el mundo que contiene, en todo lo que puede ofrecer, que es mucho. Yo lo he leído, si no llevo mal la cuenta, tres veces, y ahora para escribir este artículo lo he revisado con bastante profundidad, y siempre tengo la sensación de que progreso mucho en sus contenidos, en su significado, en su propuesta de juego y de aventura. En realidad, es ahora cuando tengo la sensación de que lo entiendo bien, pero es probable que esta sensación ya la haya tenido antes, y que la tendré más adelante, dentro de un tiempo, cuando vuelva a él. Como los textos de Borges, como un laberinto, como un juego de espejos, es infinito, no se acaba de leer nunca, de recorrer nunca, y eso es un gran atractivo. De algún modo, sí, es el 'Libro de arena' borgeano. Tal vez todos los libros lo sean.

Pero éste tiene de todo, lo serio y lo jocoso, lo formal y lo informal, es mezcla de varios géneros literarios, tiene algo de ensayo, sobre los temas que trata, los libros, Dumas, los folletines, el diablo, etc.. pero al mismo tiempo es un gran "thriller", un libro apasionante que nos atrapa y nos lleva a su desenlace con los ojos pegados a sus páginas. Es un libro para perderse en sus páginas, para abrirlo al azar y leer por cualquier parte, pues cualquier página nos dice algo interesante, un matiz que no conocíamos, que nos había pasado desapercibido. Y así, efectivamente, hasta el infinito.

Alfaguara ha publicado ahora una edición especial de 30º aniversario que es una auténtica belleza. Pretendiéndolo o no, continúa el juego del libro, pues el mismo ejemplar que tenemos en las manos, por cierto numerado (son 9.000 ejemplares numerados, el mío es el 1.932), remeda los tres ejemplares de 'Las Nueve Puertas del Reino de las Sombras' del interior del libro. Tiene tapa dura y sobrecubierta, en negro, con letras doradas y un pentáculo en la portada. Es un libro grande, hermoso, con menos páginas, porque son más grandes, que la edición original. Lleva un prólogo muy narrativo de Pérez-Reverte, “30 años después”, que recuerda a ese 'Veinte años después' que continuaba las aventuras de 'Los tres mosqueteros', en el que Boris Balkan cuenta cómo va a tomar algo con los personajes del libro, 30 años después, al bar de Makarova, la amiga de Lucas Corso.

La editorial, sin duda para enriquecer todavía más la nueva edición, ha incluido nuevas ilustraciones, nuevos dibujos, que sin embargo tienen un sabor muy antiguo. En fin, este nuevo 'Club Dumas' es el mismo de siempre pero con un nuevo ropaje que lo hace todavía más atractivo, para los que ya conocemos el libro y para los nuevos lectores que sin duda encontrará. Porque los temas de 'El club Dumas' no son de ayer ni de hoy, son de siempre, muy permanentes, y las historias son universales, no se pasan si están bien contadas, y todos sabemos que Pérez-Reverte es un gran contador de historias, un maestro en el arte de contar historias. Las conoce muy bien porque las ha leído mucho, las ha estudiado, como lector y como escritor: se ha divertido mucho con ellas, leyéndolas y escribiéndolas. Y todavía más, las ha protagonizado en su propia vida, como periodista, corresponsal de guerra y viajero.

Hace no mucho tiempo Pérez-Reverte me firmó uno de los ejemplares que tengo de 'El club Dumas' —tengo tres, gozosamente, como una forma incipiente de bibliofilia—, y me escribió las siguientes palabras: “A Eduardo, que es mi amigo, ésta que sigue siendo mi novela favorita. Con un fuerte abrazo. Arturo Pérez-Reverte.” También ha dicho algunas veces que es la novela con la que más disfrutó escribiéndola, y es que yo pienso que uno de los secretos del éxito de nuestro escritor, secreto que no es secreto, es lo bien que se lo pasa escribiendo y cómo es muy capaz de transmitir esa diversión al lector. Es decir, el novelista disfruta mucho, muchísimo, y transmite esa sensación al lector. Sospecho que esto suele suceder cuando se escribe gozando con lo que se está escribiendo, incluso gozando del propio acto de la escritura, y creo que tiene algo que ver con esa otra idea que repetía Francisco Umbral: “Lo que está escrito con facilidad se lee con facilidad”. Ahora diríamos: “Lo que se ha escrito con diversión se lee con diversión.”

Arturo Pérez-Reverte ha aprendido de la alta cultura y de la llamada cultura popular. Ha aprendido mucho de los clásicos y de los modernos, desde los grecolatinos, que le apasionan, a los actuales "best sellers". Por eso tiene la habilidad de juntar todo lo que ese caudal de literatura puede ofrecerle para su propósito, que es contar historias, historias que en un primer momento le diviertan a él como escritor —y yo diría que como lector, pues antes se documenta mucho para escribir sus libros—, y que luego diviertan a sus lectores. Su gran éxito podríamos decir que consiste en que ha logrado los dos objetivos: se ha divertido mucho escribiendo sus textos, y se sigue divirtiendo, y tiene millones de lectores en todo el mundo, que siguen sus libros y sus artículos con gran fruición.

Juan Ramón Jiménez decía que los libros, leídos en ediciones diferentes, resultaban libros diferentes. Ésa es precisamente la sensación que he tenido al leer 'El club Dumas' en esta nueva edición, muy especial, muy trabajada con esmero, que ofrece Alfaguara de uno de sus grandes clásicos, clásico moderno pero clásico. He tenido la sensación de leer un libro distinto, aún leyendo la misma historia y a los mismos personajes. Y yo creo que esta nueva edición me ha ayudado a profundizar en este libro tan complejo que es 'El club Dumas'. Esta novela no se acaba de leer nunca, nos acompaña a través de la vida, va cumpliendo años con nosotros. Ahora son 30, y los celebramos con gran alegría. Pero en el futuro serán más, crecerá con nosotros, sus lectores, y a medida que nosotros vayamos ganando en vida y saber la propia novela lo hará también. Creo que es una de las virtudes de los grandes libros, y para mí El club Dumas lo es. Los grandes libros están vivos. Sus mundos laten, por siempre, como el corazón de sus lectores.

https://www.zendalibros.com/el-club-dumas-treinta-anos-de-felicidad/

'Nido de piratas': "Por suerte y por desgracia, ya no es posible un periodismo así"

Luis H. Goldáraz - libertaddigital.com - 18/05/2023

Duele escribir en esta noche de primavera que se siente más fría que las noches de Manchester. En realidad, hoy todo se siente de Manchester. Hasta la muerte huele un poco a Guardiola y los silencios de las avenidas se me antojan una burda imitación del pavor mudo que nos ha devorado en el Etihad. Sentado en esta silla, obligado a escribir, las palabras se me desbordan como la sangre o como el orgullo, frías y húmedas como el sudor que no ha gastado mi Madrí, plomizas y grises como las humillaciones británicas. Uno se pregunta cómo se enfrentan al folio en días como estos quienes tienen oficio. Cómo lo hacían mis mayores rodeados de máquinas de escribir, de ruido, de euforia, de cronómetros, de agonía y de trampas. Por suerte, esta misma tarde he podido escucharlos. Se han reunido en el Varela a recordarlo y recordarse. Y aunque en ninguna de sus anécdotas había consejos, de todas se desprende una cierta advertencia que no les sirve para revertir el tiempo pero a mí me ayuda a labrarme una esperanza.

En el diario 'Pueblo' todo podía resumirse en ella, ciertamente. La esperanza de conquistar la primera página. Una competición que duraba todo el día y cuyo premio eran otras veinticuatro horas de una gloria tan efímera como la actualidad. "Ya no hay periodistas así", dice Pérez-Reverte con nostalgia apasionada. "Vibrábamos por eso. Golpeábamos la máquina de escribir. Teníamos fiebre por firmar, hambre de triunfo. Y competíamos amistosamente por imponernos al resto". Aunque esa camaradería era cierta e incierta, o así le desmiente Raúl Cancio: "En el pan como hermanos, en la información como gitanos". Todo era posible en una redacción integrada por delincuentes. "Entre nosotros había dos asesinos confesos, varios atracadores, un ladrón de televisores…", recuerda Reverte. "Gente sin escrúpulos dispuesta a perpetrar golferías inimaginables con tal de firmar en portada". Con recuerdos así, no sorprende que ayer rulasen historias para rellenar mil nostalgias. La mayoría eran unos cabrones capaces de hacerse pasar por policías, si se daba el caso, para robar a mujeres recién enviudadas fotografías de sus maridos con las que vestir las páginas de sucesos. También había corresponsales imaginativos, escritores de talento que redactaban las mejores crónicas extranjeras de la prensa nacional desde las piernas de sus amantes, sin haber salido de El Escorial. Ayer todos recordaron, por ejemplo, a aquel analfabeto en idiomas que cogió un vuelo a la India para hacerse una foto con Gandhi e inventarse después la entrevista más impactante de la prensa mundial, "en exclusiva". Y a Emilio Romero, el gran director, un hombre tan lleno de humanidad como de buen ojo para detectar el talento, que llegó a jugarse el cuello para que esa banda de maleantes y comunistas no perdiesen el suyo en las sogas caprichosas de la censura franquista.

Nada de eso habría salido a la luz si uno de los suyos, pese a haber nacido cinco años después de que cerrase el periódico, no hubiese aceptado husmear en su pasado. Jesús Fernández Úbeda ha estado más de un año sumergiéndose en la atmósfera de una redacción que hoy sólo pervive en la hemeroteca y en la cabeza de quienes la conformaron; y ha sacado un librazo que ya es un trocito más de la historia de este país. Por las páginas de 'Nido de piratas' (Debate) desfilan personajes de la talla de Pérez-Reverte, José María García, Raúl del Pozo o Raúl Cancio. Y muchísimos más. "Una cofradía extraña, desde comunistas hasta falangistas con pistolas, todos unidos exclusivamente por el periodismo".

Ayer se reunieron para presentar el libro y recordar su juventud algunos de los periodistas con más talento de la prensa predemocrática española. Hijos de una época extinta, desde luego, pero no lo suficiente como para dejar de recordarnos que para llenar el puto folio lo único hace falta es "hambre, instinto e inteligencia", en palabras de Úbeda. Quién tuviese todo eso en esta noche de mayo, cuando sólo han pasado unas horas desde que han matado a mi Madrí.

https://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2023-05-18/nido-de-piratas-por-suerte-y-por-desgracia-ya-no-es-posible-un-periodismo-asi-7015835

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'Pueblo'

Andrés Chaves - diariodeavisos.lespanol.com - 18/05/2023

He terminado de leer el libro de Jesús Fernández Úbeda (Debate) 'Nido de piratas', la fascinante historia del diario 'Pueblo', periódico en el que tuve la suerte de seguir prácticas de diseño de la mano de José Asensi, que por cierto no aparece citado en el relato; y esto me parece injusto. La etapa de 'Pueblo' con Emilio Romero de director fue apasionante. En los periódicos en los que trabajé siempre seguí el modelo de este rotativo –de los sindicatos— que llegó a tirar 300.000 ejemplares diarios, algo inédito en la prensa española. No sé quién me recomendó para mis prácticas en 'Pueblo', si don Mariano Daranas o don Ataúlfo García Asenjo, ambos periodistas amigos de mi padre. Ni si me encomendaron a Paco Cercadillo, que era un maestro de periodistas, o a Florentino López Negrín, editorialista de 'Pueblo', nacido en Telde. El prólogo del libro, excelente, como todo lo que escribe, es de Arturo Pérez-Reverte, que aporta al autor un montón de datos y anécdotas, como el día en que metió un ballet cubano en el periódico y liaron un follón nocturno que todavía se recuerda. El relato abarca desde el año 1965 a 1984. De aquel 'Pueblo' lleno de cojos los recuerdo a todos y, es curioso, se cita el llamado "crimen de los alemanes": un padre y un hijo torturan, violan y asesinan a su madre y a dos hermanas en un piso de Santa Cruz. Lo cubrieron Raúl del Pozo y el reportero gráfico Raúl Cancio, dos artistas de la profesión. Yo estuve con Raúl del Pozo investigando ese suceso, yo para 'La Tarde' y él para 'Pueblo'. Luego, años más tarde, haríamos juntos el Camino de Santiago, invitados por Seat. Fue fantástico, porque lo recorrimos en coche, desde Roncesvalles. Creo que Raúl iba conmigo porque me parece que no tenía carnet de conducir.

https://diariodeavisos.elespanol.com/2023/05/pueblo/

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Jesús Úbeda: «Un periodista instruido por un veterano será mejor que uno instruido por Google»

Javier Ors - larazon.es - 18/05/2023

Jesús Úbeda es un funambulista, un hombre de equilibrios. Un tímido que no lo parece, que envida a la vida tirando de desparpajo, sacando desenvolturas del caño de las vivencias con mucha maña y habilidad. Asienta la personalidad en una conversación que regatea el cauce de la palabra fácil y la frase manida. Después de mucho periodismo enjaezado a sus espaldas se ha enfrentado al reto nada menor de escribir la biografía de un periódico, la del diario 'Pueblo' nada menos, que fue una cabecera de mucho éxito y también con mucha controversia encima.

Se ha empapado de hemeroteca, desgastado la labia en treinta entrevistas largas y desairado muchas madrugadas por empollar libros y rematar folios. El resultado es 'Nido de piratas' (Debate), un retrato literario y divertido, que huye la hagiografía y brinda la radiografía exacta de aquella época, de los periodistas que la contaron y de cómo la contaron en las páginas de su diario. Tico Medina, Marlasca, Raúl Cancio, José María García, Raúl del Pozo, Arturo Pérez-Reverte, Pilar Narvión, Julia Navarro, Felipe Navarro... «Es un diario polémico, pero no se puede juzgar en 2023 unos hechos que sucedieron entre 1965 y 1984. Esto es un ejercicio de documentación. Ahí está todo. Sin tergiversaciones. Desde luego, ese periódico no era la 'Crítica de la razón pura', pero qué demonios, es que ofrece unas historias fabulosas para cualquiera que sea escritor».

¿Qué le ha sorprendido más de «Pueblo»?

El amor que tenía esta gente por su trabajo, pero también por el lugar de su trabajo. Conozco periodistas que aman su profesión, pero apenas conozco periodistas de nuestra generación que hagan de la redacción un lugar de vida. Me acuerdo de Carmelo Cerezo durmiendo en el sofá de ese diario. O de Marlasca padre buscando excusas para ir de nuevo a la redacción. Esto es inédito. Hoy ese amor profundo por este oficio y por el sitio donde se ejerce no lo encuentro.

¿Cuál era la causa?

Era un lugar divertido. Era un garito. No tenía nada que ver con las redacciones actuales, que parecen laboratorios de genética. Allí se bebía, se daba al burle, se jugaba... Era donde todos se juntaban. Perseguían esa historia que les permitiera firmar en la primera página, encontrar la historia más visual y más sorprendente, aunque en ocasiones aplicaran medios más o menos éticos o más o menos lícitos. Pero ese instinto por dar con una noticia y luego poder contársela a la ciudadanía es estupendo. Me parece sublime ese instinto por informar.

¿Existía una correlación entre el whisky en la redacción y ese periodismo?

Sí, porque eso generaba algo que trasciende el fichaje laboral. Algo alimentaba la vocación, ese hambre y ganas que tenían ellos por conseguir una noticia. Había, como en todas partes, gente que se llevaba mal y otra que se llevaban bien. Ellos solían decir: «En el pan como hermanos y en la información como gitanos». Lo explico: había enormes lealtades, se ayudaban entre sí, hasta el momento del «sprint» final, el instante de alcanzar la primera página. Ahí comenzaban los navajeos. En nuestras redacciones parece que debemos ser éticos, buenos chicos, pero ellos no eran precisamente monaguillos ni tampoco el padre Ángel. Dicho esto, hoy no se pueden emplear los métodos de 'Pueblo', porque sería terrorífico. Hay que subrayar que estamos hablando de una época concreta. No puede observarse con presentismos.

¿Cuál es la clave de que salieran tantos periodistas famosos de 'Pueblo'?

El elemento técnico. Era más visual, tenía mejor tecnología y eso permitía que las portadas fueran más llamativas y que llamaran más la atención. Con una buena rotativa ilustras mejor, por ejemplo, un artículo sobre un tigre que se ha comido a alguien en Murcia, que fue una de las cosas que publicaron. Pero existe otro aspecto. Ese diario alimentó la vanidad de los aspirantes por querer ser mejores, por firmar en el principal escaparate, la portada, y eso también perfeccionó la profesionalidad de muchos. No todos podían aparecer en el escaparate más vistoso. El hecho de que se juntaran periodistas tan brillantes incitaba otros a ser igual brillantes. Eso derivó en la formación de una tribu. Todos ellos, de hecho, tenían un sentimiento de pertinencia. Se sentían inmortales, que nada les podía pasar.

¿Cómo explica su éxito?

Por la originalidad y la libertad, en cursiva, que tenía. Era evidente que no podías meterte con la madre del ministro de turno porque te cortaban la cabeza, pero más allá de la política tenían una libertad que no existe en los periódicos actuales. Ahora la libertad se ha recortado mucho.

¿Hay algo vigente de esa manera de hacer periodismo?

Quiero creer que el amor por la verdad, y también que pesaba mucho más la información. Hoy cotiza más la opinión y el refuerzo de la creencia. Al disidente se le intenta fusilar al amanecer si se mueve. Me gustaría que se recuperara esa propuesta por la información y por el reportaje. Esto fue una característica de 'Pueblo'. Fue un diario que apostó por el reportaje de una forma fabulosa. Sus grandes estrellas fueron reporteros. Hoy los que tienen más seguidores son columnistas. Esto dice bastante de la sociedad en la que vivimos.

El papel del veterano aparece constantemente.

Un ministro de universidades dijo que había que dejar que los estudiantes siguieran memorizando porque todo estaba en internet... ¿Pero qué me estás contando? Hay que instruir al estudiante y al periodista. Un periodista que se ha instruido con un veterano va a ser mejor que si lo ha instruido Google. Ojalá esas empresas que prejubilan a los veteranos para invertir en máquinas dejaran de hacerlo, porque ganaríamos todos, no solo los periodistas. También los ciudadanos, porque dispondrían de información más elaborada.

La figura de Emilio Romero es también polémica.

Emilio Romero fue un gran patrón de periodistas. De hecho, lo llamaban «patrón». Fue su gran Rey Sol. Sin él no hubiera resplandecido el diario. Al margen de que fuera un jerarca del régimen, Emilio Romero protegió a sus periodistas como pocos directores de diarios de hoy, en plena democracia, protegen a sus periodistas. Esa protección que les brindó fue absolutamente crucial para que se pudiera hacer buen periodismo. Hay un ejemplo descarado. Carrero Blanco va con una lista de rojos a 'Pueblo' y le dice a Emilio Romero: «A todos estos ponlos de patitas en la calle». Emilio Romero comenta entonces: «Falta uno». Y apuntó su propio nombre. Al final no se despidió a ninguno. En esa lista estaban Javier Reverte y Raúl del Pozo. ¿Imagina que se hubiera prescindido de ellos? El periodismo español, sin duda, hubiera sido peor.

¿Cuál fue el papel de Suárez en la caída de Emilio Romero y 'Pueblo'?

Bueno fue el enemigo de Emilio Romero. Este lo desprecia. Incluso escribió un artículo en el que dice: «¿Y quién es Suárez?». Lo infravaloraba, y Suárez tomó nota de eso. Luego le dieron un ascenso envenenado a Emilio Romero, un puesto donde tenía más medios a su cargo pero menos poder. En cuanto Suárez le dio la patada para arriba los descoyuntó. Ahí se inició el descenso al ostracismo periodístico, lento pero irremediable, de Emilio Romero. Él fue uno de los pocos jerarcas que no fue amnistiado por la democracia por su enemistad con Suárez. España, creo, al final ha sido injusta con él porque, más allá de su ideología y su «mujerismo», también es cierto que fue el descubridor de José María Carrascal, Jesús Hermida, José Luis Balbín, Julia Navarro, Rosa Villacastín, José María García y tantos otros. Si él no los hubiese subido a la palestra, no hubiéramos sabido nunca nada de estos gigantes.

¿Echa de menos algo de estos reporteros?

El amor por el trabajo, la aventura y esa sensación de estar todos los días detrás de una historia y sin saber con qué historia se van a encontrar. Ahora rigen más las previsiones... aunque seguramente me hubiera avergonzado, porque soy tímido, correcto y pequeño burgués, me hubiera gustado ser becario allí en Sucesos.

https://www.larazon.es/cultura/jesus-ubeda-periodista-instruido-veterano-sera-mejor-que-uno-instruido-google_202305186464fb9bea31940001812bc3.html

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'Nido de piratas': reflotando el Titanic

Juan Cermeño - libertaddigital.com - 19/05/2023

Cuando el compadre Úbeda me contó sus planes de entrevistar a Julio Merino, subdirector del antaño defenestrado diario 'Pueblo', para continuar con la redacción de 'Nido de piratas', me encontraba exiliado en "terras galegas", en la muy noble y muy leal ciudad de La Coruña. Merino vivía en Córdoba, y Úbeda, alérgico al coche, andaba a la búsqueda y captura de la manera más económica de plantarse allí. Los precios para viajar a la ciudad califal estaban por las nubes y resultaba más tentador subirse a una burra y cruzar La Mancha cual Quijote y Sancho, así que optamos por que yo cruzara la península e hiciera un "pit-stop" en la villa y corte. Nos alojamos en la pequeña habitación de una típica casa andaluza de la zona vieja. Salimos al encuentro de Julio Merino y lo encontramos en un piso del callejuelo cordobés, respirando con dificultad, merced a los estragos covidianos, y rodeado de libros. Pero fue entrar en harina, pronunciar la palabra mágica, 'Pueblo', y con la pasión de un purasangre Julio se arrancó verborreico a hablarnos de ese mundo perdido.

Ese cuarto se convirtió en la sala del alma y el tiempo donde Son Goku entrenaba durante un año mientras en la Tierra sólo transcurrían veinticuatro horas. Echamos la tarde y parecía que habíamos cambiado de mes. Cuando dejamos su piso tras agradecerle infinitamente su tiempo y ganas, más propias de adolescente que de veterano, tuve una rara sensación que sólo nos atrapa cuando algo nos apasiona: lo recién vivido parece lejano y los detalles se tornan borrosos. Me acordé de esa primera cita adolescente con la mujer que hace enloquecer: uno queda agotado después de prestar toda su esencia y atención al otro, y cuando se despide ni siquiera puede recordar su rostro con precisión. Fue ahí cuando me convencí de que este sería un libro apasionante, teniendo en cuenta lo mejor de todo: no tenía ni la más mínima idea de lo que era 'Pueblo' hasta aquel fin de semana.

Estas líneas son parte de una trama muy secundaria que no aparece en este libro y, desde luego, mucho menos emocionante que las escritas en sus páginas, pero así les ahorro el "spoiler". Es mejor que las descubran ustedes mismos, porque he venido a hablar del libro pero no a contárselo. Y es que estas páginas consiguen eso que todo libro pretende, pero pocos logran: dejar poso. En este híbrido de crónica periodística y amago de folletín canalla de aventuras, Úbeda cuenta la historia de un diario y sus periodistas, pero, sobre todo, de una pandilla de currantes insaciables que daban todo por el oficio. Es ese componente humano, telón de fondo de la historia, el que dota de cuerpo a sus páginas. Para colmo, el autor salpica la narración con todo un compendio de jugosas y apasionantes historias –hay capítulos e incluso párrafos de los que se podría sacar una novela– del mundillo periodístico, digno de las mejores intrigas palaciegas y que al resto de los mortales nos resulta con frecuencia opaco.

Este libro puede servir tanto de manual para cualquier futuro periodista que se precie como para arrancar las sonrisas de los que ya llevamos unos años en esto del mercado laboral sin importar el gremio. Muchas de las historias que cuenta Úbeda rescatarán otras tantas de las retinas del lector: la picaresca de una clase trabajadora canalla y a la vez responsable con sus deberes; el compañerismo en el oficio demostrado a base de palo y zanahoria y no en el falso barniz de la corrección política –ese insulto cariñoso en el café de primera hora y la mano amiga en los momentos de mayor necesidad–; el ansia vital de exprimir cada acontecimiento y no balconear la vida, como tanto repite el Maradona católico, entre otras.

Dicen el autor y otros periodistas que hoy día las redacciones son asépticas y funcionariales, más parecidas a un quirófano que a otra cosa. Desde aquí sólo podemos darles la bienvenida. En mi oficina, la moqueta y el teletrabajo hacen de la profesión una cuestión extrema de optimización y eficiencia. Nuestro amigo Paco nos recuerda, mientras charlamos sobre el libro, que el hostelero acudía no hace tanto al bar de al lado a pedir lo que le faltara como bajaba el vecino del quinto a pedir sal. Hoy es práctica en desuso porque no sería raro que te lanzaran una mirada incrédula, como si fueras el enemigo invadiendo su territorio. En plata: la dimensión humana del trabajo se muere. Por todo ello, esta crónica es también un libro de historia valiosísimo para no olvidar no sólo una manera de trabajar sino una forma de entender la vida. Internet y las nuevas formas de comunicación han sido el iceberg del periodismo "de toda la vida", pero no es algo exclusivo del gremio. Todo está cambiando –para mejor o peor, juzguen ustedes–. 

Hace unas semanas, en un coloquio en la RAE, Pérez-Reverte insistía en que Europa, tal y como la conocemos, es ese Titanic yéndose al carajo. Quizá este 'Nido de piratas', la historia de los primeros "influencers" de la comunicación, es parte ya hundida del barco. Pero como decía su colega José Carlos Llop, me jode darle la razón, y no lo haré. Si él, Del Pozo y García pensaron este libro, Úbeda lo ha escrito y nosotros lo leemos es porque albergamos una mínima esperanza de reflotar el barco. Ellos, que peinan canas, serán esa orquesta que toca hasta el final mientras disfruta lúcida e impávida del hundimiento, sabiendo que van a espicharla antes de que el barco naufrague por completo. Los que venimos detrás tendremos que rescatar el buque de las oscuras aguas de la mediocridad, la corrección política y el victimismo de todo a cien. Confío en que no sea demasiado tarde. Este libro y su autor son buena muestra de ello.

https://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2023-05-19/juan-cermeno-nido-de-piratas-reflotando-el-titanic-7016684/

17 mayo 2023

Jesús Fernández Úbeda: «La de 'Pueblo' es una historia que se ha olvidado y era justo recuperar»

Miguel Ángel Santamarina - zendalibros.com - 17/05/2023

Hay una frase que se repite como un mantra en 'Nido de piratas' (Debate, 2023), «'Pueblo' no era un periódico, sino una escuela de periodismo». El libro de Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) ha resucitado del olvido la historia de uno de los diarios más míticos de la historia de España de la segunda mitad del siglo XX. Al enumerar a los periodistas que pasaron por allí es imposible no olvidarse de alguien, pero, para que nos hagamos una idea, en esa redacción estuvieron dándole a la tecla, entre nubes de tabaco y litros de whisky, Tico Medina, Jesús Hermida, Pilar Navarro, Rosa Villacastín, José María García, Raúl del Pozo, Arturo Pérez-Reverte, Jesús Hermida, Miguel Ors, Andrés Aberasturi…

'Pueblo' era el diario de los sindicatos verticales del régimen, que acabó convirtiéndose en uno de los más importantes del país, al mando de Emilio Romero, un director con un gran olfato para llenar la redacción de futuras leyendas del periodismo nacional. La Transición no le sentó bien, y aunque Luis Ángel de la Viuda —el sucesor de Romero— trató de poner orden administrativo y económico, el periódico comenzó un lento declive a finales de la década de los años 70 que culminó con su cierre en 1984. Llega a las librerías 'Nido de piratas', una hagiografía de un periodismo que ya nunca volverá, justo en el mismo mes en el cual uno de los medios de comunicación digitales que iba a revolucionar el periodismo declara la suspensión de pagos. Al primero dicen que se lo cargó el PSOE —con la ayuda de la UCD—, al segundo la Inteligencia Artificial. Como en las novelas de Agatha Christie, todos pueden ser los culpables.

Hablamos con Jesús Fernández Úbeda en Zenda del veneno de 'Pueblo', del Rey Sol, de bailarinas brasileñas pululando por la redacción, de la whiskería y de un periodismo en llamas más allá de Orión, cuya esencia se perdió entre Huertas 73 y la puerta de Tannhäuser.


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—¿Por qué había que rescatar al diario 'Pueblo' del olvido y por qué lo ha hecho alguien que nació cinco años después de que parasen sus rotativas?

—Creo que había que rescatar la historia del diario 'Pueblo' porque su ecosistema es un mundo perdido, apasionante, salvaje, lleno de bucaneros, una gente que buscaba hacer el mejor periodismo y conseguir la mejor de las historias. Esa pasión y esa voracidad son inéditas en mi generación. Si a ese hambre por contar le sumas el talento de firmas como Arturo Pérez-Reverte, Raúl del Pozo, Felipe Navarro «Yale», su hija Julia Navarro, Rosa Villacastín, etcétera, tienes la historia del periodismo español de los últimos cincuenta años. Esta es una historia que se ha olvidado, y era justo recuperarla para homenajear a esos periodistas sobre los que nos sustentamos los que ejercemos ahora esta profesión. ¿De dónde viene escribir este libro? Cuando publiqué, junto a Julio Valdeón, 'No le des más whisky a la perrita', una biografía de Raúl del Pozo, Arturo Pérez-Reverte, que ya me conocía de Zenda, pensó que después de escribir esa obra podía ser yo el que contase la historia, repleta de anécdotas, de Pueblo. Arturo y Raúl me citaron a comer en la Posada de la Villa con José María García y me ofrecieron el encargo. Yo acepté con mucho vértigo, pero también con mucha ilusión. Y ahí están las trescientas doce páginas del libro.

—La redacción de 'Pueblo' era mucho más que una redacción, era un clan, era una familia. Según Manolo Molés, había algo que los unió: el veneno.

—El veneno, el hambre, el duende, ese no sé qué que no sé lo que es, pero es lo único que importa, como canta Bunbury. Me están preguntando en las entrevistas qué es lo que más echo de menos de esa época. ¡Pero si a mí me faltaban cinco años para venir al mundo cuando cerró 'Pueblo'! (risas) Lo que sí puedo decir es que, ¡ostras!, me gustaría ver ese veneno en mi gente, y esa pasión y ese amor hacia un medio de comunicación, un periódico no sólo visto como el sitio al que vas a trabajar, sino como el lugar en el que vives. Uno de los personajes que más aparece en el libro es Manuel Marlasca Cosme, el padre de Manuel Marlasca. Este tío vivía por, para y casi en Pueblo. Tenía un nervio, un instinto, que le hacía ir a la redacción aunque no le tocara, simplemente iba porque ahí era donde realmente se sentía realizado y era feliz. Eso es algo que no solo tenía Manolo Marlasca, lo tenían todos ellos. Ojalá lo viéramos ahora.

—Vamos con los habitantes de la redacción de 'Pueblo'. Nos encantan Hunter S. Thompson y Tom Wolfe, pero aquí tuvimos a Yale. Después de leer la historia del trasplante de corazón del yernísimo de Franco, debemos reivindicar a este guerrillero de la noticia, como lo definió Carmen Rigalt.

—Emilio Romero, creo recordar, lo definió como un periodista que cuando los otros llegaban él ya estaba saliendo. Yale es una de las tres personas con las que no he podido hablar, porque falleció en 1994. Me hubiera vuelto loco poder entrevistarlo. Fue un reportero purasangre. Tenía un perfil hasta cinematográfico. Tuvo una poliomielitis de niño que le dejó cojo. Felipe Navarro, «Yale», era un tipo súper ingenioso, con un talento brutal, con un olfato increíble y que pese a su discapacidad era capaz de conseguir las exclusivas más potentes. Yale fue capaz de conseguir la exclusiva de las fotos del trasplante de corazón que hizo el «yernísimo» del general Franco. También acudió a entrevistar a Raymond Burr —el actor que interpretaba a Ironside, un asesor policial paralítico— en una silla de ruedas empujada por el boxeador José Legrá —que ejercía para la ocasión del otro protagonista de la serie de televisión, el sargento de color Mark Sanders—. Recomiendo leer su libro de memorias 'Un reportero a la pata coja' (Planeta). Su historia tiene un punto agridulce, porque él fue uno de los pioneros de la televisión y al final de su carrera se sintió marginado. Yale fue una de las grandes figuras no solo de 'Pueblo' sino de la historia del periodismo patrio.

—En su libro hay muchas voces, multitud de personajes, pero cada capítulo, cada historia, acaba llevándonos al mismo hombre. Si 'Pueblo' era un nido de piratas, Emilio Romero era su John Silver.

—Emilio Romero era el Rey Sol. Él fue quien convirtió 'Pueblo' en una criatura única de la prensa española. El tipo tenía olfato para la noticia y para elegir a los mejores profesionales que había en su momento. Todos sabemos que tenía una faceta, digamos, erótico-festiva…

—Era un «mujerista».

—Era «mujerista», pero yo ahí no me meto. Creo que hay que juzgar a Emilio Romero por su labor profesional, que fue mucho más buena que mala. Por poner un ejemplo, Carrero Blanco —el hombre de confianza de Franco— fue una vez y le pidió que despidiese a veintidós periodistas. El director de Pueblo le dijo que faltaba uno en esa lista. El almirante le preguntó quién era, y el periodista escribió «Emilio Romero» en el papel. Al final no echaron a ninguno. Que un gerifalte del régimen se niegue a despedir a unos comunistas que trabajan en su periódico, llevándole la contraria a todo un Carrero Blanco, me parece de una nobleza y de una lealtad hacia a su gente impresionantes.

—Tenía dos caras. Por una parte su voluntad para defender a su gente, y por otra el nepotismo.

—Sí. En el libro hay una relación de todos los parientes de Emilio Romero que trabajaban en Pueblo. Como no he podido hablar con los hijos de Emilio Romero, me he limitado a plasmar lo que me han contado de ellos, sobre todo Julio Merino, que es el único subdirector vivo del periódico. De esos testimonios, el más interesante cuenta que Emilio Romero junior quiso despedir a la novia oficial de su padre, Rosana Ferrero, que trabajaba en el periódico. Fue toda una tragedia de Shakespeare.

—Después de Emilio Romero llegó Luis Ángel de la Viuda, del que se comenta en su libro que «modernizó 'Pueblo'».

—Luis Ángel de la Viuda es el que pone orden en el periódico, cuadrando las cuentas y conservando el «espíritu Apache» de Pueblo. A veces fantaseo sobre qué hubiese ocurrido con el diario si él hubiese seguido en su puesto. Quizás se hubiese salvado, pero a Luis Ángel de la Viuda se lo cargan cuando lleva un año, un mes y un día. En su lugar ponen a Juan Fernández Figueroa, que quiere convertir a Pueblo en una especie de diario del falangismo socialista… Esa herida no es letal, pero hay un antes y un después. Pueblo resiste más o menos bien otros cuantos años con el sucesor de Figueroa, José Ramón Alonso, aunque va iniciando un declive que se hace más profundo con Manuel Cruz y José Antonio Gurriarán. Hay que ser justos: el diario Pueblo lo cerró el gobierno de Felipe González, pero el que deja los instrumentos de tortura colocados en la mesa y el modo de proceder fue el de Suárez, con un decreto en el que dice que los medios de titularidad pública se tienen que cerrar.

—Arturo Pérez-Reverte creció en ese periódico. Ha escrito el prólogo a su obra, y en sus páginas afirma sobre 'Pueblo': «Era una especie de adiestramiento en la dureza. Todos éramos, ellos y ellas, duros, audaces, desvergonzados, descarados, brillantes».

—Ahí está todo. Aunque también es cierto que en 'Pueblo' había gente de todo tipo. También me he encontrado con tipos muy formales, fantásticos a nivel profesional y personal como Jesús Soria, Gerardo Bustos y Mercedes Jansa. Pero digamos que el rock and roll lo pone la gente de la que habla Arturo, unas personas que literariamente ofrecen una barbaridad de recursos. El material con el que yo he trabajado es oro. ¿Esa gente actuaba de una forma ética? Pues evidentemente, inventarse una entrevista del tirón es algo que yo no aconsejo hacer. Yo nunca lo he hecho, ni pienso hacerlo jamás. Pero tampoco hay que ser presentistas.

—Lo de Tico Medina, que no sabía hablar una palabra de inglés, inventándose desde el primero hasta el último párrafo la entrevista con Indira Gandhi es épico.

—Lo comentamos en una comida de prensa. Varios compañeros les preguntaron a Arturo y a Raúl si nadie había protestado por esa entrevista. Y ellos respondieron que era tan buena que nadie se lo cuestionó. (risas)

—Pérez-Reverte cuenta en el libro sus inicios en la redacción, cómo entró a formar parte de la plantilla —algo que le costó tener mucha paciencia y tenacidad—, de qué forma se hizo reportero y acabó luego como jefe de internacional y tuvo a su mando a los «mosqueperros».

—Sí. Julio Merino le hizo ir cinco días seguidos hasta que lo contrató. A Pérez-Reverte se le recuerda por el reportero mayúsculo de guerra que era. A él no le gustaba mandar. Le nombraron jefe de internacional, pero iba muy de vez en cuando por la redacción. Lo de los «mosqueperros» fue en la última época. Se llamaban así porque tenían un dibujo de D’Artacán por ahí pegado. Entre esos mosqueperros estuvo Juan Ramón Lucas. El epígrafe, o llámalo equis, del capítulo de los corresponsales dedicado a Arturo es apasionante. No sé cuántas páginas habrá, pero se podría hacer un libro entero solo con sus experiencias.

—Lo de Eritrea.

—Sí. El hecho de que desapareciera y que lo dieran por perdido. Y que mandaran a un tipo para buscarlo y que cuando iba a buscarlo, Arturo estaba volviendo…

—Con disentería y medio muerto.

—Sí. Ahí hay una gran novela de aventuras.

—Vamos con José María García. Su primera gran portada en 'Pueblo' no fue una crónica deportiva, sino política, de una masacre, la matanza de la plaza de las Tres Culturas, en México. «Los muertos se amontonan» fue el titular.

—Fue un exclusivón. Y eso dice mucho de él, de su inteligencia periodística. García llega a cubrir unos Juegos Olímpicos a México y se da cuenta de que allí hay unos chispazos sociales, que la noticia está en la calle. Entonces llama a 'Pueblo', lo explica y le dicen lo de siempre: «Allá tú, pero tráeme las noticia». Y le dan dos portadas por sus crónicas de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas. Además, hizo un chanchullo para entrevistar a la periodista italiana Oriana Fallaci, que estaba en el hospital porque había sido herida por varios disparos.

—Esa era la siguiente pregunta.

—Insisto, a lo mejor no son procedimientos dignos de un monaguillo del padre Ángel, pero estamos hablando de periodistas, no de monaguillos del padre Ángel.

—'Pueblo' fue un periódico innovador en muchos aspectos: este diario fue uno de los primeros que contó con una presencia destacada de mujeres como Rosa Villacastín, Carmen Rigalt y Julia Navarro.

—Y otras como Pilar Narvión, que fue subdirectora. En los años 60, en los 70 y en los 80 no había cuotas de igualdad equiparables a las de ahora. Pero sí que es verdad que 'Pueblo' fue un periódico en el que las mujeres tuvieron peso, mujeres bravas, que desarrollaban su labor como el más macho de de los que había allí. Según los testimonios que he consultado, 'Pueblo' era el periódico en el que había más mujeres, incluso más que en 'El País'.

—Hay otro gran personaje —uno de mis preferidos— en su ensayo que no estudió para periodista ni escribió una sola línea en el periódico, Paco el Pata.

—Paco el Pata, el de la UGT (Unión General de Televisores). (Reímos) Para escribir ese capítulo hablé con Cristina Peña, una súper abogada que litigó en casos como el GAL, el de los Fondos Reservados, el de los papeles del CESID o Football Leaks. De ella se podría escribir también un librazo. Esta mujer empezó a trabajar en 'Pueblo' como «censora», como asesora, aconsejando lo que se podía publicar y lo que no. De repente se encuentra con que tiene que defender a un conserje, Francisco Galán, alias Paco el Pata, que ha montado una red de robo de electrodomésticos y que está retenido en la Dirección General de Seguridad (DGS). Ella les explica a los policías que Paco es un tío trabajador, y entonces le dicen «señora, venga aquí» y la meten en una habitación llena de televisores hasta el techo. (risas) La historia de Paco el Pata es fabulosa. Él era el que llevaba la whiskería.

—De la whiskería quería yo preguntarle.

—En 'Pueblo' había un bar, digamos de alto "standing", la whiskería. Paco era el que servía las copas y ponía bandejas de jamón. Raúl Cancio me ha dicho que cree que allí no pagaba ni Dios. (Risas) Imagínate un bar, al margen del hecho de que se fume, de que se beba en un periódico o de que se hagan timbas, pero imagínate un bar de copas, no una cafetería o un comedor. Es un mundo perdido y muy atractivo.

—Además de whisky y timbas, en Pueblo hubo hasta unas bailarinas que llevó Arturo Pérez-Reverte.

—(Risas) Bailarinas brasileñas. Sí. Eso me lo chivó Manuel Marlasca en una entrevista para Zenda. Me dijo: «Que te cuente Arturo lo de las bailarinas brasileñas». Y es fabuloso. Un día se presentó Pérez-Reverte con un grupo de bailarinas brasileñas en la redacción. Había tres o cuatro y montaron un fiestón. Al día siguiente José Ramón Alonso, el director, lo llamó al despacho y le dijo, «Me han dicho que es usted propenso a la macumba».

—En el organigrama de 'Pueblo' había una sección que, según Raúl del Pozo, era vital, los telefonistas.

—No sé cómo lo hacían, pero sabían dónde estaban los periodistas. Estamos hablando de una época en la que no había Internet ni redes sociales ni teléfonos móviles. Si el director te necesitaba, los telefonistas te encontraban. Era como en la película 'La vida de los otros': tenían a todo el mundo fichado.

—Raúl del Pozo es otro de los grandes periodistas que estuvo en 'Pueblo' cuando militaba en el Partido Comunista.

—Sí. De hecho, Emilio Romero y Julio Merino lo mandan a Moscú para que pruebe las mieles del Soviet. Hay una cosa graciosa en este libro. En 'No le des más whisky a la perrita' Raúl me hablaba con una fascinación tremenda de la Unión Soviética, de Moscú… Lo que no me dijo entonces es lo que sí que me contó Julio Merino para 'Nido de piratas'. Por lo visto, cuando Raúl enviaba alguna noticia y llamaba por teléfono a España les decía «por favor, sacadme de aquí», y ellos le respondían: «¿Pero tú no eras comunista?». (risas) A Raúl le pilló el 23-F en el congreso con la acreditación de 'Mundo Obrero'.

—En 'Pueblo' también hubo un gran fotoperiodista, Raúl Cancio.

—Cuando me encargaron el libro, Arturo, Raúl y José María me dijeron que primero hablase con ellos para darme unas bases y a partir de ahí ir contactando con el resto de la gente. El problema era que Arturo estaba de promoción con 'El italiano', José María García tiene una agenda complicada y Raúl estaba perezoso. Total, que cuando ya llevo dos o tres semanas que me están dando largas, dije: «Voy yo por mi cuenta». La primera persona con la que hablé fue Raúl Cancio y hubo un entendimiento fabuloso. Nos hicimos amigos y he recurrido varias veces a su testimonio mientras redactaba 'Nido de piratas'. Y nos hemos hecho tan amigos que lo considero de mi familia. Aparte de que es el mejor fotoperiodista deportivo de la historia de España.

—En 'Pueblo' había castas, y la más baja era la Pelagra, de la que formaron parte periodistas como Andrés Aberasturi.

—Los de la Pelagra a veces se tiraban meses sin cobrar, o empezaban a hacerlo pero mal, no estaban dados de alta en la Seguridad Social…  Pueblo encima era el periódico de los sindicatos verticales. Luis Ángel de la Viuda acabó con esta situación cuando llegó a la dirección.

—El libro está lleno de buenas anécdotas. Una de las mejores es la de Felipe Mellizo en Moscú.

—Hay muchas anécdotas, pero el libro, más que centrarse en la anécdota, lo hace en la categoría. Lo que pasa es que las anécdotas son una salsa que le dan un sabor muy potente al filete. Dicho lo cual, lo de Felipe Mellizo es fascinante. Para eso hay que valer. No lo quiero desvelar mucho, pero digamos que Mellizo le dice a su mujer que se va a ir a cubrir algo, no sé si a París o no sé dónde, pero en realidad se va con su amante a Moscú. En paralelo, la mujer de Mellizo se va con una amiga a la capital de Rusia y cuando están haciendo cola en la tumba de Lenin se los encuentran… ¿Qué pasa a continuación, queridos amigos? Lean 'Nido de piratas'.

—Terminamos. Usted pertenece a una generación de periodistas que trabaja en un lugar más parecido a un laboratorio de biogenética que a la jungla de tabaco, whisky y máquinas de escribir del diario 'Pueblo'. ¿Qué daría por haber vivido como esa experiencia? ¿Un dedo? ¿Una mano? ¿El brazo entero?

—No sé. Es que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, que canta Sabina. Yo creo que es peor añorar lo que nunca jamás se vivió. Pero sí que me hubiera gustado tener ese amor incondicional y voraz que tenía esa gente por su trabajo. Esa especie de adicción romántica. No sé si daría un dedo, pero me hubiera fascinado haber sido becario de Manolo Marlasca o de Vasco Cardoso, y haber hecho unos pinitos en la sección de sucesos con esa gente que cuando se moría el marido hacían llorar a la viuda para la foto. Eso sí que es absolutamente imposible hoy día, gracias a Dios. Esas costumbres son hijas de su tiempo y está bien que lo sean. Si eso se hiciese hoy yo sería el primero en censurarlo. A fin de cuentas, soy un buen tipo, un pequeño burgués, civilizado. No me veo recurriendo a ese tipo de prácticas, pero me hubiera gustado probarlo y vivirlo.

https://www.zendalibros.com/jesus-fernandez-ubeda-la-del-diario-pueblo-es-una-historia-que-se-ha-olvidado-y-era-justo-recuperar/

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Diario 'Pueblo': una inmoralidad que fue necesaria

Daniel Ramírez - elespanol.com - 17/05/2023

Raúl del Pozo tiene la mano apoyada en la mesa. Mantel blanco y comedor grande en la Posada de la Villa. El otro Raúl, Cancio, amaga con clavarle un cuchillo en el centro de la palma: “Éramos compañeros, pero cuando llegaba el momento de la verdad, no dudábamos en darnos la puñalada”. El “momento de la verdad” era la pelea por la primera página del diario 'Pueblo'. Y su traducción fue lema en aquella redacción de la calle Huertas: “En el pan como hermanos, en la información como gitanos”. Arturo Pérez-Reverte, que está sentado con los dos Raúles, fue el chaval que, como nosotros ahora, quedó fascinado por lo que había dentro de 'Pueblo' cuando llegó. Y nosotros, los que no habíamos nacido, podemos conocer esa historia gracias al otro miembro de la mesa: el escritor y periodista Jesús Fernández Úbeda. El libro, recién publicado, se titula 'Nido de piratas' (Debate, 2023). 

En la Posada nos tratan hoy a los plumillas como trataban en los restaurantes de los sesenta y setenta a esa élite periodística que fue 'Pueblo': como no sabemos cuándo volveremos a comer así, dudamos todo el tiempo entre la libreta y el plato. Fernández Úbeda ha escrito la historia de 'Pueblo' desde el asombro, que es el único camino posible. Los Raúles y Pérez-Reverte eran y son hermanos. Se saludan con un abrazo y un beso en la mejilla. Pero confirman la hipótesis de Cancio y el puñal. 'Pueblo' era así. Para firmar en la portada, no había escrúpulo que valiese.

El libro de Úbeda, vamos comentando a lo largo de la comida, tiene una virtud inquietante. Obliga preguntas que tambalean la creencia de lo políticamente correcto, que es donde más confortable se está. Asumir el gris y digerirlo nos deja sin credo; y ese es el estado más vulnerable de hombres y mujeres. Preguntas como por ejemplo éstas: ¿cómo es posible que el periodismo más libre de entonces se hiciera en el diario del sindicato vertical? ¿Cómo es posible que el periodismo más brillante ocurriera en un lugar donde no importaba la veracidad? ¿Cómo es posible que el fin siempre justificara los medios? ¿Cómo es posible que los piratas de aquel nido recuerden con nostalgia un lugar donde trabajaban asesinos, fascistas, militantes de extrema izquierda y “simpatizantes de ETA”? "¡Qué coño simpatizantes!", tercia Raúl del Pozo cuando Úbeda los define como “simpatizantes”. Etarras, vamos. A nosotros, educados en la deontología de la facultad, también nos cuesta entenderlo. Pero el libro de Úbeda, sin ser un evangelio, nos convence a través de una narración de los hechos que a ratos, ¡tantos ratos!, parece una novela.

Conviene precisar algo: los nostálgicos de 'Pueblo' aquí presentes no creen que deba volver a existir un periódico como aquel. Es más, se reiteran en lo contrario. Pérez-Reverte: “'Pueblo' no debe volver a existir”. Lo dice a cuenta de una pregunta que trasladamos los que todavía tenemos abril en los ojos, que decía Ruano. “No había sentido de la moral”, concluye el académico. Arturo y los Raúles no creen que el periodismo necesite de aquel ambiente para germinar. Fue una “coyuntura”, una situación muy concreta. Pero ocurrió, pasó y, en ese clima, renació el periodismo. Siempre se escribió bien en la España de Franco. Muy bien. De hecho, las plumas azules de Falange merecen muchísima consideración estilística: el cura Yzurdiaga, Ridruejo, García Serrano, Torrente Ballester, Cunqueiro, Ángel María Pascual… Pero el periodismo languidecía asfixiado por el nacionalcatolicismo. Y 'Pueblo' inventó un género: esa especie de populismo que consistía en burlar al máximo posible la censura para contar todas esas historias amarillas, vivas, humanas. Es icónica la definición de censura que hacía Emilio Romero, su director: “La censura es una cuchilla que baja rítmicamente cada tres segundos. Si entiendes el mecanismo, puedes pasar”. 

Han sacado ya la carne roja. Casi todos los bueyes al punto y poco hechos. Lame la sangre nuestros platos. Y es una imagen visible, agradable, de bonito contraste con el mantel blanco… y fiel parecido con aquella redacción. Momento por tanto de dibujar –sin destripar demasiado– lo que convenimos en llamar “el ambiente de 'Pueblo'”.

Hilario, el conserje, mata las ratas en Talleres con un 9 mm largo. Paco el Pata, otro conserje, ha fundado la UGT (Unión General de Televisores): toda una red de robo, contrabando y venta de teles, cámaras de fotos… Hay dos asesinos en la redacción. Uno mató a puñaladas a su novia. Otro tiró a un paralítico por las escaleras. Los ha fichado en la cárcel Julián Camarero. Vasco Cardoso, el jefe de Sucesos, tiene un cartel en su pared: “Menos urnas, más crematorios”. Tomás García de la Puerta, el crítico de cine, lleva una pistola prendida del cinto. Eso en estático, pero veamos algunas de las técnicas periodísticas empleadas: Felipe Mellizo, corresponsal en Londres, escribe unas crónicas magistrales… desde un hotel en El Escorial, donde se funde la pasta que le ha dado el director. Tico Medina hace toda la cola de los pobres que recibía Indira Gandhi. Cuando le toca el turno, Medina se abraza a la hija de la paz, un fotógrafo escondido dispara... y luego el texto: “Entrevista exclusiva”. José María García le repite a la viuda del suceso: “Su marido se ha muerto”. Cuando, al fin, la viuda llora, el fotógrafo escondido dispara de nuevo. Toda esta galería de personajes representa el lado más extremo de 'Pueblo', pero el resto de reporteros, quedándose la parte más útil de estas técnicas, conseguía información veraz, brillante, relevante. Irma Deglané se infiltró como enfermera en el hospital donde se extinguía Franco. Yale logró las fotos del primer trasplante de corazón en España. Las guerras de Pérez-Reverte, las de Vicente Talón. Los sucesos de Marlasca padre.

Gobernaba este sindiós Emilio Romero, un “rey feudal” que, según nos explican los piratas de 'Pueblo', tenía su propia Corte: sus pelotas, sus amantes, sus bailarinas, sus bufones, sus esclavos… Romero permitía ese ambiente porque su despacho estaba en otra planta y porque él era el máximo exponente de ese maquiavelismo. Si follas conmigo, portada. 'Pueblo' era un edificio mastodóntico con su peluquería, su whiskería, su médico y su gimnasio. No fue Romero ni de lejos reflejo de ese tan manido como falso “para ser buen periodista hay que ser buena persona” de Kapuscinski. Pero su carisma, su olfato y su defensa de los periodistas le encumbraban ante sus trabajadores. Una vez, el régimen le llevó una lista. “A estos 22 los tienes que despedir por rojos”. Él contestó: “Falta un nombre. Son 23”. Y añadió de su puño y letra: “Emilio Romero”. Cancio, con esas gafas de sol que lo presentan como un agente del FBI, nos cuenta que Romero le pagó durante meses el tratamiento de la meningitis.

A Úbeda le brillan los ojos cuando narra el proceso de elaboración del libro: más de treinta entrevistas con protagonistas directos, sus días en la hemeroteca de Conde Duque. Tiene el autor una habilidad especial –escrita y hablada– para dibujar ambientes, para resucitarlos. Coincide con sus padrinos en que 'Pueblo' tenía que morir. Pero lamenta que muriera de aquella manera triste, sobrevenida, cruel. 'Pueblo' fue, al cabo, el gran alborotador de aquellos años finales de dictadura. Si nos creemos, como Miller, que un periódico es “una sociedad mirándose a sí misma”; el que mejor la retrataba era 'Pueblo'. En una dictadura, ¿qué es más importante? ¿La veracidad de lo publicado o la libertad de lo publicado? Es otra de las preguntas que van naciendo en la tertulia.

Raúl del Pozo firmó el artículo en la última contraportada de 'Pueblo'. Escribió: “He visto muchas cosas. La dictadura, la libertad, los pases y los goles. Me he dejado aquí la esperanza y media vista y ya no creo que el periodismo es una pasión, sino una gaceta que cuenta cada día las relaciones de clase y las contradicciones sociales. Pero cuando suena el teléfono, mi corazón de reportero aún se acelera”.

https://www.elespanol.com/opinion/columnas/20230517/diario-pueblo-inmoralidad-necesaria/764553564_13.html

Arturo Pérez-Reverte, ¿en qué quedamos: periodistas sí, libros no?

Adrián Desiderato - perfil.com - 17/05/2023

El lunes 15 de mayo de 2023, el diario 'Perfil' subió a su página web un reportaje de su revista 'Noticias' al escritor Arturo Pérez-Reverte, con motivo de la venida de éste al país para la presentación de su libro 'Revolución' (la mexicana) en la última edición de la Feria del Libro de Buenos Aires. Lúcido como de costumbre y con puntos de vista siempre atendibles, el escritor español incurre, sin embargo, en una flagrante contradicción cuando, a la pregunta postrera de la periodista sobre el futuro de los libros, responde con un panorama desolador de aquí a treinta o cuarenta años, pronóstico que horrorizaría al mismísimo Bradbury y sobresaltaría en su cuartel de inmortalidad al bombero Guy Montag, protagonista de 'Fahrenheit 451', la célebre novela publicada en 1953.

Las apreciaciones de Pérez-Reverte en el reportaje realizado para 'Noticias' por Gabriela Picasso marchaban perfectamente bien y no se podía sino estar en sintonía con ellas, sobre todo cuando se refiere a nuestra Feria del Libro. "Hacía cinco años que no venía. Esta Feria me hace sentir envidia, porque en España no hay nada igual. La de España es una feria de libreros, mientras que aquí es un acto cultural nacional. Hay colegios, chicos, gente que paga por entrar... ¡y no es barato! Me conmueve cómo, a pesar de todo, la Argentina que yo amo todavía sigue viva en esas cosas", comentó Pérez-Reverte.

Y segundo, pero no secundario, cuando se refiere a la Guerra de Malvinas, dijo: "Tengo imágenes imborrables que todavía me emocionan, como ver a los aviones Skyhawk pasar rasantes sobre el agua, por entre la flota británica que les tiraba con todo; hasta los ingleses los aplaudían», frasea donde su pulso como el corresponsal de guerra que durante añares fue vibra intacto, refrendada en su reflexión insoslayable: «De esa guerra me quedó un sabor amargo, porque no se entiende cómo ustedes han mezclado a esos héroes con una Junta militar compuesta por asesinos y psicópatas borrachos”, opinó. “¿Por qué no honrar la memoria de tantos chicos, que sin ninguna obligación y con armas oxidadas y botas húmedas, lucharon lo mejor que pudieron? ¿Qué tienen que ver esos héroes con Galtieri o con la ESMA? Mi gran reproche a la Argentina es que no ha sabido distinguir, no pudo tener una memoria selectiva. Fue una gran injusticia y eso es terrible”, agregó. Aunque algo, si no semejante asociable, haya ocurrido también durante interminables años en las entrañas y la fachada de la España franquista.

La contradicción de Pérez Reverte consigo mismo, si se admite esta percepción, ocurre cuando la periodista lo confronta con la cobertura informativa de las guerras actuales en comparación con las guerras pretéritas. Pérez-Reverte afirma algo concreto y real: "Todas las guerras son iguales, pero es verdad que la tecnología las cambió. El peligro de esta nueva guerra es que tanta imagen, tanto video, la deshumaniza. La aleja más que la acerca. Además, a la guerra ya no la cubren periodistas. Nosotros éramos una especie de eslabón que conectaba al desgraciado que estaba allí, con el mundo al que mostraba el horror. Ya los periodistas no están, porque es caro. Ese testigo cualificado ha desaparecido. Ahora es como un videojuego. Y todo es manipulable, nada es fiable. Por eso los grandes periódicos hacen falta. Puedes o no estar de acuerdo con la gente que los hace, pero son una garantía de credibilidad. Hay una degradación que no tiene vuelta atrás. A mí, a la edad que tengo, ya me da lo mismo. Voy a cumplir 72". 

O sea, Pérez-Reverte reclama que "los periodistas y los grandes periódicos" deben estar, ser los intermediarios, el eslabón, el puente entre los hechos y su interpretación, se compadezca con la de uno o no se compadezca, pero que se la sienta en carne viva, y uno vuelve a estar de acuerdo con él. Sin embargo, en la última pregunta, cuando la periodista le inquiere sobre el futuro de los libros, Pérez-Reverte recula: "Me da igual", dice, para detallar: "En la biblioteca del futuro no va a haber libros. A los libros les quedan 30 o 40 años. Hasta yo mismo claudico. Antes leía todas las noches antes de irme a dormir, ahora veo una serie de televisión. Ya está, ya fue, vivamos el presente», concluye y se arrebuja bajo las frazadas de ese conformismo. ¿Pero cómo?, se pregunta el lector que venía escuchándolo con dedicación, ¿no era que se necesitaban los periodistas y los grandes periódicos para franquear ese abismo? Y entonces, ¿cómo no se necesitarán los libros y los escritores para franquear los otros abismos de la realidad, incluido ése? ¿A qué parte de Pérez-Reverte creerle? O, para decirlo a la manera en que lo diría su capitán Alatriste, ¿el espadachín es él mismo contra él? Él dice: "A mí, a la edad que tengo, ya me da lo mismo". Él dice: "Voy a cumplir 72". Él dice: "Hasta yo mismo claudico". ¿No será que el inconsciente lo traiciona y le hace lamentar que él también morirá y no podrá escribir más libros? ¿No podrá volver a ser el intermediario, el nexo, el testigo rotundo que recoge la visión dantesca de los Skyhawk volando a ras del mar entre los cañonazos de la flota inglesa? ¿Será que no pensó que es demasiado elemental, pero sobre todo insuficiente, ver el filme de Peter Weir con Robin Williams, que aquí se tituló 'La sociedad de los poetas muertos', para entender qué nos quería decir el poeta latino Quinto Horacio Flaco cuando nos dijo todo lo que nos dijo? ¿No será imprescindible siempre el libro que escribieron, escriben y escribirán los grandes y pequeños escritores, eso que Ray Bradbury nos vino a suplicar tantos siglos después? 

El lenguaje estructura el pensamiento. Es hora de acabar con ese equívoco de que una imagen vale por mil palabras. Es una palabra, cualquier palabra, la que vale por todas las imágenes. ¿O la mayor palabra que se inventó, esa que inventó a Dios, no resulta la prueba irrefutable?

https://www.perfil.com/noticias/opinion/arturo-perez-reverte-en-que-quedamos-periodistas-si-libros-no.phtml

13 mayo 2023

Una sociedad dolida, a punto de tomar una decisión crucial

Jorge Fernández Díaz - lancion.com.ar - 14/05/2023

Después de veintisiete años de firmar ejemplares en la Feria del Libro de Buenos Aires, y de hacerlo invariablemente de pie y durante largas horas con el buen talante de un mosquetero de Dumas, al escritor Arturo Pérez-Reverte le sucedió esta vez algo inusual, al borde de lo insólito: varios de sus lectores más agradecidos se le acercaban con los ojos llenos de lágrimas o directamente rompían a llorar cuando se hacían la foto de rigor. A medianoche, tomando la última copa con amigos y a punto de regresar a Madrid, nos preguntó qué pensábamos de aquel extraño fenómeno emocional. Supongo –cavilé entonces– que la pandemia convenció a muchos lectores de que ya no volverían a las viejas alegrías ni a los rituales de siempre, y que no tendrían nunca más la oportunidad de ver en persona a sus héroes literarios. Mi mujer recordó, sin embargo, la visita que Daniel Barenboim realizó en 2002 cuando, aislada y en default, detonada y humillada ante sí misma, con un clima deprimente y sombrío, la Argentina recibió al eximio hijo pródigo, que tocó al piano las 32 sonatas de Beethoven escandidas en ocho recitales; en el Teatro Colón no cabía un alfiler, y al término de las presentaciones lo esperaba una pequeña multitud devota, que en disciplinada fila le pedía al maestro un autógrafo en su programa de mano.

Muchos le entregaban pequeños regalos (alguna flor, bombones), no pocos lagrimeaban de emoción; la palabra que repetían era la misma: gracias. Gracias por haber venido a este confín olvidado por todos, por traernos una brizna de lo bueno que pasa más allá de las fronteras de nuestros desastres. Y gracias por recordarnos quiénes somos de verdad: algo que alguna vez fuimos, algo mucho mejor que esta degradación a la que nos han arrojado. Hablamos esa última noche con Pérez-Reverte de angustias colectivas, implícitas o manifiestas, y yo recordé a un mozo a quien conozco desde hace veinte años. Es un veterano de todas las batallas y de todos los infortunios argentos, y lleva en los ojos lúcidos y caídos un cansancio ancestral. Pertenece a la estirpe de los antiguos y eficientes camareros de chaqueta blanca y moño negro, y había comentado con él esa misma semana los estragos de la superinflación y la alarmante recesión creciente. Me recordó entonces que están por llegar nuevos aumentos de tarifas y que el sueldo se le disuelve enterito al cabo de la primera quincena, y de pronto dejó caer con un largo suspiro otra palabra decisiva. La palabra “dolor”. Que alude al primer sentimiento que cruza hoy a la empobrecida clase media –segmento en peligro de extinción–, y a las distintas clases bajas, que chapalean y se ahogan en un océano sufriente. “Estamos de vuelta en 2002 –me dijo, coincidentemente–. Y este gobierno es nuestra ruina: nos va a seguir haciendo doler más y más, y encima cualquiera que venga en diciembre nos va a tener que hacer doler si realmente quiere arreglar este quilombo. Porque yo no me voy a comer la galletita de cualquier chanta que trate de endulzarme la oreja con anestesias y soluciones fáciles: ése fija que es un mentiroso y un ladri. Y entonces, mire usted, no tenemos entusiasmo por nada ni por nadie; cuando llaman a casa para hacerme una encuesta, les corto o les digo la verdad: lo único que nos queda es elegir verdugo, señorita, no me moleste más”. Un sobrino le insiste con que vote a Javier Milei, y el mozo le responde una y otra vez: “Vos sos joven y yo jovato. Vos tenés rabia y yo tengo tristeza. Pero ése que a vos tanto te gusta es el que más dolor nos tiene que causar, si es que hace todo lo que promete”.

https://www.lanacion.com.ar/opinion/una-sociedad-dolida-a-punto-de-tomar-una-decision-crucial-nid13052023/

12 mayo 2023

A solas con Arturo Pérez-Reverte, el escritor de batallas

Santiago Rivas - pucara.org - 12/05/2023

Aunque sus libros son casi todos de ficción, Arturo Pérez-Reverte siempre escribe sobre combatientes (sean estos civiles o militares) y sus textos son una expresión de cómo él vio la guerra durante los 21 años en que fue corresponsal de guerra, entre 1973 y 1994. Durante ellos conoció como pocos América Latina (además de casi todos los demás lugares del mundo en donde la paz era poco más que un deseo), pero recién ahora hizo una novela cuya trama ocurre casi toda en la región. En estos días visitó nuevamente la Argentina para presentar 'Revolución', una mirada de la revolución mexicana desde los ojos curiosos de un ingeniero de minas español, pero, más allá de hablar de una novela que vale la pena ser leída, quisimos ahondar un poco en cómo su experiencia como corresponsal de guerra fue la semilla para la creación de sus personajes y sus historias. 

“Necesitaba una revolución, una cualquiera, cualquiera de ellas me hubiera valido” empieza contando Arturo cuando le pregunto por qué Mexico, para agregar que “México, por razones variadas, me iba muy bien. Una revolución en un momento en que todavía había cierta inocencia revolucionaria. La mexicana fue especialmente interesante: había personajes como Pancho Villa y Zapata que eran muy buenos para tenerlos como telón de fondo. Yo también tenía un conocimiento muy bueno de México, tenía una buena bibliografía sobre la revolución mexicana en casa y una historia familiar, que es que mi abuelo paterno era ingeniero de minas y uno de sus mejores amigos fue a México como ingeniero de minas, a las minas de plata del norte y le mandaba cartas diciendo cosas como que "aquí ha habido una revolución", que Pancho Villa... Todo eso en mi casa estaba ahí, se hablaba del amigo de mi bisabuelo, yo crecí de pequeño acostumbrado a Pancho Villa. Entonces, todo eso se concitó para que, a la hora de montar la historia, yo necesitaba un escenario de violencia para que mi personaje Martín Garret haga una especie de máster de vida a través de la violencia, entonces elegí esta, pero podría haber elegido cualquier otra o una guerra actual”.

Pero además, cuando uno lee el libro encuentra que su personaje principal, Martín Garret, cuya curiosidad por lo que sucede en México le hace acercarse hasta terminar siendo parte de la revolución sin quererlo, tiene una reminiscencia del corresponsal que, mientras todos escapan del peligro, siente un deseo por ver qué pasa y termina siendo parte de la historia, como lo fue él durante sus años de corresponsal. “Es que de ahí proviene. Mis novelas no son autobiograficas, yo no estoy en mis novelas, excepto en ‘El pintor de batallas’ y ‘Territorio comanche’, que son mis novelas autobiográficas. El resto no lo son. Utilizo elementos de mi propia vida para darle vida a mis personajes. En este caso yo tenía una cosa que era personal: cuanto aprendí de interesante sobre el ser humano fue en la guerra. Mis años de guerras fueron una especie de máster intenso de la condición humana, en lo bueno y en lo malo. Entonces, esa especie de aprendizaje a través de la violencia me pareció que era un buen elemento narrativo. Le pasé a Martín Garret mi propia experiencia, la mirada. Martín Garret no soy yo, evidentemente, pero mira el mundo como lo miro yo, y su aprendizaje es el mío”, explica Arturo, y esa experiencia en los conflictos reales se ve con fuerza en éste y sus otros libros, donde los personajes son crudos y reales, con sus grandezas, su sabiduría aprendida a la fuerza y sus miserias. Aunque reconoce que toma mucho de los personajes que conoció a lo largo de sus años como reportero, acota que nunca los ha empleado puros: “siempre híbridos, mezclados con imaginación y con literatura, pero sí, de muchos de ellos, y he conocido gente muy interesante, tanto buena como mala, y eso me ha dejado recuerdos, ideas, voces, actitudes, físicos, que utilizo en las novelas. Martín Garret no existe, Genovevo Garza, el mayor amigo de él, me gusta mucho ese personaje, no existió nunca como tal, pero es verdad que he tenido amigos que tenían algunas características de Genovevo Garza, he conocido mujeres que no eran Maclovia Ángeles, pero que podían asimilarse a ella, o mujeres periodistas como Diana Palmer. Hay un guiño a mi juventud lectora de cómics, a los cómics de 'El Hombre Enmascarado', pues su novia se llamaba Diana Palmer”.

En el libro el personaje de Genovevo Garza no solo es tal vez el más querible, sino que es una excelente encarnación del mexicano del interior profundo, con su sabiduría ganada en una vida dura llena de privaciones, donde una de ellas fue la educación formal, pero que comprende de qué va la revolución. “Yo a México lo conozco muy bien. De América Latina conozco casi todos los países, pero los dos que mejor conozco son México y Argentina, y de México tengo un conocimiento muy estrecho, muy íntimo, me era fácil crear un personaje mexicano que tuviera esas características. Yo estoy muy orgulloso de ese personaje, y el lector lo adopta como propio. Ha habido lectores que han dicho que lloraron con la muerte de Genovevo Garza. Pero fíjate que hasta los malvados, o los del otro lado, tienen su punto. Yo nunca coloco en mis novelas malos o buenos, siempre está mezclado todo. Por ejemplo, el enemigo de Garret, que es el capitán Córdova, pues fíjate que hay una relación casi de amistad en la enemistad. Incluso Sarmiento, que es el indio que odia a éste y que muere de una manera absolutamente indigna. De hecho, cualquiera que lea mis novelas verá que todos mis malos son así. En 'Alatriste' el enemigo de Alatriste, que es Malatesta, lo mismo. En mi literatura nunca hay líneas que separan el bien y el mal, porque el bien y el mal, lo sé por experiencia, está muy mezclado. Uno puede ser héroe por la mañana y villano por la tarde, o al revés. Incluso entre viejos enemigos se da una complicidad, y la enemistad une tanto como la amistad. Eso lo aprendí en 'Los tres mosqueteros', donde el enemigo de D’Artagnan es Rochefort. Se odian, pero 20 años después, cuando se encuentran y se hablan, dicen: "Éramos malos como no hay ahora. Ahora son todos unas mierdas, no hay gente como nosotros". Esa especie de complicidad en la enemistad me interesa mucho”.

Esto último nos llevó a hablar del respeto que existe entre los veteranos de Malvinas de ambos bandos, que muchas veces fue superior al que obtuvieron de sus propios compatriotas. “Paradójicamente, los ingleses respetan más a los argentinos que combatieron que los propios argentinos. Es una aberración histórica, tristísima” apuntó, entrando en un tema sobre el que volveríamos más adelante en la entrevista, pero antes ahondamos en esta idea de que en la guerra no hay hombres buenos y malos, como ha mostrado el cine. “En la guerra aprendí que no. Yo he visto en la guerra a la misma gente hacer cosas heroicas y cosas infames en el mismo día, y eso es una lección de humildad. No somos nadie para juzgar, para trazar líneas. Es la vida la que las traza, no nosotros. Me dicen: "Pues Reverte, defínase usted. ¿Es de derechas o izquierdas?". Digo: "Pues depende. Si me preguntas por el aborto soy de izquierda, estoy a favor del aborto. Si me preguntan por la propiedad privada soy de derecha, estoy a favor de la propiedad privada". Y se quedan desconcertados. Es que es verdad, es que no hay una línea que separe las cosas. Por eso en mi Twitter pongo: "No tengo ideología, tengo biblioteca".".

Uno aprende que no hay buenos o malos.

Incluso los malos y los malos de verdad—. Un malo de verdad puede tener ángulos muy interesantes. Primero educativos, porque el mal enseña tanto como el bien, incluso más. Yo he aprendido mucho de los malos: de asesinos, de torturadores, he aprendido mucho de ellos. El problema ahora está en que se pretende, cuando algo se considera malo, según el que lo considere malo, silenciarlo. Y no, al contrario, hay que sentarlo, que hable. "A ver, don Adolfo Hitler, ¿usted por qué mató a seis millones de judíos? Cuéntemelo". Después lo matan si quieren. "A ver usted, de la ESMA, siéntese. ¿Qué sentía usted cuando a una chica, una montonera, la torturaba?". Después lo pones en la cárcel, o lo que sea, pero escuchas, porque es muy interesante saber por qué son las cosas, y así puedes prevenir, comprender. Pero no, ahora queremos que se calle. Como es un asesino, que no hable; como no me gusta políticamente, que lo silencien; Woody Allen, como es un acosador, que sus películas no se vean. Eso es ridículo, y vamos hacia eso. Aparte, hay otra cosa. Yo desafío a cualquier persona contraria a la tortura, a la violencia, a que le cojan a su hija y se la maten o se la violen o la torturen, a ver cómo reacciona él. Hay que entender que todos los seres humanos tienen motivos para hacer lo que hacen, bueno o malo. No se trata de aplaudirlo, únicamente de entender cómo funciona el mundo, las reglas crueles, duras, implacables, viejas, que tiene la vida. Y en las redes sociales pasa eso. "Cancelémoslo". Pero si no sabes lo que dice, te estás guiando por un titular que han manipulado, lo que te han dicho que otro dice que han dicho. A eso me refiero.

Un tema interesante en 'Revolución' es cómo muestras a México, donde se ve claro esto de que el mismo que puede mandar fusilar a la vez puede ser un héroe.

México es así. México es como la vida, México es un país muy vivo. Es un país que me gusta mucho, donde la realidad humana se manifiesta con mucha evidencia, en lo malo y en lo bueno, sí.

En el México violento que existe hoy parece que esa revolución nunca terminó.

No, nunca fue una revolución. Un país donde termina habiendo un "Partido Revolucionario Institucional", esa contradicción parece argentina. Nunca hubo una revolución, fueron los de siempre. Se fueron los españoles, se quedó la oligarquía criolla. Se mataron los mismos de siempre, como en Argentina.

Es un poco la realidad latinoamericana en general.

Dicen: "No, es que España…". España se fue hace doscientos años, ahora sois vosotros. Si además siguen mandando los mismos. Si la revolución contra España no la hizo el pueblo, la hicieron las clases criollas opulentas americanas, que querían no pagar impuestos en España. Esa fue la revolución contra España. Pero han seguido mandando. Volveos contra ellos, pero no contra el español, que se fue hace doscientos años.

También está la búsqueda de echar culpas por los males de la región.

Es que eso pasa cuando la inteligencia deja de ser el factor fundamental: la estupidez fácil se hace dueña del asunto. Entonces, es más fácil decir "esto es bueno y esto malo" que analizar. La gente ya no quiere analizar, quiere cosas empaquetadas. Además, ya no se trata de razón, se trata de sentir: tú eres bueno porque sientes, no porque razonas. "Yo siento que a las focas hay que salvarlas". Convertimos sentimientos individuales en morales universales, y eso es un disparate. 

En América Latina se ve, pero pasa en todo Occidente.

En todo Occidente, no solamente aquí. Lo que hay son lugares donde se ha degradado más.

¿Cómo has visto la evolución de México? Esta violencia que ha tenido México en su historia.

Es que hay muchos Méxicos. Hay un México pudiente, una clase alta que vive en su mundo, aislada del resto, que gana mucho dinero y vive de una forma extraordinariamente bien. Está una masa popular que vive muy mal. Está el narco que lo ha envenenado todo, pero al mismo tiempo porque ha dado una forma de vida. Evidentemente, si yo no puedo comer y el narco me da dinero, pues viva el narco, y si en mi tienda de televisores el narco que hace dinero me compra televisores, yo apoyo al narco, y si yo compro y vendo autos y el narco me compra el coche, pues yo amo al narco. Entonces, el narco va creando una especie de entorno social, que no son narcotraficantes, pero que se benefician del narco. Eso es lo que pasa en Sicilia con la Mafia, y eso es imparable. Al final eso pudre la vida y pudre a todo el mundo, y eso en México es lo que ha pasado. México es un país desgraciadamente muy podrido, y sobre todo por la presión de Estados Unidos, que han jodido cuanto han podido. Aquí os habéis jodido solos. Aquí no son los Estados Unidos, aquí sois vosotros solitos.

¿Nunca pensaste en escribir una novela sobre Argentina?

En una novela mía, ‘El tango de la Guardia Vieja’, aparece el barrio de Barracas. Pero no, porque no soy argentino. Hay una novela que siempre le digo a Jorge Fernández Díaz: "Jorge, tú eres el único tío que puede hacer esa novela, y es la gran novela de la Guerra de Malvinas. La gran novela, la que hizo Mailer con 'Los desnudos y los muertos' o la que hice yo con ‘Línea de fuego’ en España. Y no, no la hace, no sé por qué. Quizá porque el tema Malvinas sigue aquí siempre, pero la gran novela de Malvinas no se ha hecho. Pero hay dos hechos indiscutibles: uno es que hay una junta militar que es una banda de hijos de puta la mayoría, con un sistema de represión que tampoco los contrarios son angelitos hay una guerra sucia, de acuerdo, pero claro, el que está arriba hace más daño que los otros. Eso está claro, nadie lo discute. Yo entrevisté a Galtieri, borracho. Lo conocí, yo estuve aquí seis meses. Y después están unos soldados que están en Malvinas, en la colimba, que los han mandado con unos FAL oxidados, que yo los he visto, con los zapatos en el agua, quietos en el agujero pasando miseria. Después están unos militares profesionales como los comandos que viajaron en helicópteros tras líneas enemigas y los mataron a casi todos, los de Monte Longdon, los de Goose Green, los de la Infantería de Marina, los pilotos… O sea, tú no puedes meter en el mismo saco a la junta militar, a Galtieri, con el piloto de Skyhawk, que pasa y los ingleses le aplauden. No puedes hacer eso, es injusto. O sea, tú puedes condenar un sistema militar. "Esto fue la represión". ¿Pero eso qué tiene que ver con el soldado que está con su FAL oxidado en Malvinas, bajo la lluvia y muriendo? El soldado que, como me contaba un paracaidista inglés, "le disparamos a un tipo y entonces salió un chico jovencito, y lo detuvimos, y no le disparamos porque el teniente dijo: "No le tiren, que va a ayudar a su jefe". Cogió al oficial y lo llevó de vuelta a la trinchera y no le tiramos’, dice el inglés. Los huevos de ese chaval que sale a coger a su sargento, o lo que fuera. ¿Cómo puedes? ¿Porque resulta que los jefes eran malos este chico no ha existido nunca? Es un disparate. La conducción de la guerra, la guerra en sí, fue un desastre. Todo estuvo mal conducido, mal llevado, por un grupo de irresponsables y de borrachos y de asesinos. Pero coño, respeta a esos pilotos, que yo los he visto salir de la base de Río Gallegos. Yo vi salir a cuatro Skyhawk, los tíos todos peinados para atrás, con bigote, rosarios colgados en la cabina, y vi volver a uno. "No volvieron. ¿Qué pasó?". "Ahí se quedaron". De pronto dejaron de estar. ¿Tú has leído ‘La hermandad del honor’, de Jorge Fernández Díaz? El chico que ataca y se queda sin combustible y van a rescatarlo, que no se respete su historia me indigna de verdad. Hay que hacer el libro de Malvinas, que no se ha hecho. Cuando tú estás viendo la imagen de San Carlos y ves que están los barcos ingleses en la bahía y ves los Skyhawk rasando la tierra, que aparecen de repente, pasan entre los palos de los barcos ingleses y tiran bombas que no estallan, porque las lanzaban demasiado bajas, y ves a los ingleses que aplauden… ¿Y aquí están con que no se hable? Me da mucha pena y me enfurece.

Hoy hay un cambio interesante en las generaciones más jóvenes, que les llama mucho la atención Malvinas, y creo que se debe a esa falta de héroes que tiene la Argentina, esa sociedad tan frustrada.

Pero es que hasta la palabra "héroe" puede ser sospechosa para algunos, porque se ha abusado tanto de ella que es muy sospechosa. Pero hay una cosa que es evidente, y es el cumplir el deber. Es gente que cumplía con su deber. "Debes estar aquí". Pues estoy aquí. Y como el sargento va tú vas, no vas a dejar al sargento solo. Pues vas con él, porque te da vergüenza que el sargento vaya solo, y te vas con él y te aguantas. Te puede haber estado puteando antes, pero en ese momento es tu sargento, y esa dignidad, todo ese tipo de cosas, son tan emocionantes... No son héroes, es gente que cumple con el deber que la vida le impone en ese momento.

Me recuerda a un piloto que me dijo: "Fui porque si bien estaba muerto de miedo, me daba más miedo que mis compañeros vieran el miedo que tenía".

No fue valentía, fue su miedo a quedar como un cobarde, que fue más grande que el miedo a morir. Y eso es muy frecuente, yo lo he visto muchas veces: el grupo te hace ser valiente, aunque no lo seas. Van tus compañeros y todos están pensando lo mismo. Todos están asustados, pero todos van.

En cuanto a las guerras que has ido cubriendo a lo largo de los años, ¿cómo te fue impactando ver ese tipo de cosas y cómo se generó la idea de empezar a escribir ficción? 

Fue un proceso complejo. Es decir, yo salgo de casa porque quiero ver si los libros reflejan la vida. Yo me voy con una mochila, con 20 años, a vivir aventuras. Quiero saber si hay mujeres guapas, si hay peleas en burdeles de Bangkok, si hay amigos valientes. Yo quiero vivir las aventuras que he leído en los libros y, en efecto, las había. Las vivo y conozco mujeres guapas, amigos, me emborracho, me pegan navajazos, vivo la vida. Entonces, hay una fase de aprendizaje, que se completa como veréis con lo de después, con la guerra. Voy aprendiendo cosas del ser humano. Hay un momento en el cual mi mochila empieza a estar llena de cosas, cosas que ya no puedo explicar con el periodismo. Entonces siento la necesidad de escribir novelas para poder darle salida por ahí. Esa mochila llena de cosas las voy sacando para mis novelas. Yo escribo con la mirada que la vida me dejó. Entonces, yo vuelvo a ir a los piratas con mi mochila llena de cosas, y digo: "¿Qué hago con esto? Voy a hacer una novela, a ver qué pasa". Y bueno, hago una novela, me siento bien y digo: "Voy a hacer otra". Y la tercera novela es un éxito internacional, que es ‘La tabla de Flandes’. De pronto me da dinero y me da la posibilidad de vivir de la literatura. Yo nunca quise ser novelista. Es una paradoja: amigos míos que han estado la vida luchando por serlo y no lo han conseguido, y yo, que nunca lo pretendí, me lo encontré hecho, ¿no? Pero bueno, ocurrió. Y entonces dije: "Voy a dedicarme a escribir". Yo decía: "Yo no puedo estar toda la vida con una mochila, entrevistando gente". No sobreviviría ahora a cosas a las que sobreviví cuando tenía 20 años. Me da una salida honorable, una forma de ser independiente, no tener jefes, ser dueño de mi tiempo, contar historias, tener lectores, y entonces me llevo mi capital de vida a la literatura y voy dándole salida en forma de novelas de ficción. Y esa es la historia. Yo no quería ser novelista, nunca lo quise.

¿Y periodista? Porque saliste a los 20 años.

Yo quería vivir el mundo. A ver, militar no quería ser, marino no. Periodista puedo ser donde quiera. En aquella época era ser un reportero, entonces cogí mi mochila. Imagínate: 20 años, hacía África, América, no existía el SIDA, ganando dinero, la aventura que viví... Fue fabuloso.

¿Y cómo comparas ese periodismo con lo que hay hoy en día?

No tiene que ver. Es que hoy en día lo que hay no es eso. El problema grave está en que antes había medios potentes, fiables, aunque cada uno tuviera su tendencia, pero fiables en cuanto a gente seria que podían pagar, un reportero que se fuera a una guerra. Ahora nadie tiene un céntimo, entonces nadie cubre guerras de verdad. Y la guerra se cubre con cámaras de vídeo, un teléfono y te ponen musiquita de Shakira, una frivolización de todo. Entonces, seamos honrados mercenarios, como digo siempre. Como reportero me he jugado la vida y pagamos el precio con la familia, la salud, pero éramos muy buenos en nuestro trabajo. Éramos honrados en nuestro trabajo. Ahora no. Pagamos nuestros precios, y me han dado culatazos, me han dado palizas, me han metido en la cárcel, he tenido disentería, amibiasis, paludismo, he cagado sangre... Pues mil cosas, era normal. Chicas que te dejan. Recuerdo que… yo he estado viajando siempre, y entonces mi hija cumplía creo que seis años, y le prometí que estaría en su cumpleaños. Tiene su cumpleaños en la playa, con su madre, teléfono: "Arturo, oye, que en Sarajevo han pegado un tiro en la boca a Peggy, la cámara de TVE. Le han dejado la mandíbula arrancada, y Ángela Ruiz, la reportera, que dice que la saquen de allí. ¿Quieres ir?". Cuelgo, y mi mujer me mira, dice: "¿Adónde te quieren mandar?". Le digo: "Tal". Y me dice: "Y ya sabes que Carlota"… Me fui y dejé a mi hija, y eso me costó una crisis que casi me cuesta el matrimonio. Es decir, que todos pagamos nuestros precios, pero éramos profesionales. Te movías por el mundo como un profesional. El horror no te cegaba porque si no, no podías trabajar. El horror forma parte de la vida. Hay una bomba en el mercado de Sarajevo, 23 muertos y 52 heridos. No se me olvida. Andaba pisando charcos de sangre. Llegas hasta allí, "a ver, venga el cámara, la luz, a ver", y cuando ha terminado el cámara entonces te pones a ayudar. Después, no antes. Porque para eso están los médicos. Yo no voy a ir de ONG, yo voy de reportero, y si yo voy y no grabo y me pongo a ayudar, me dice mi jefe: "Vale, cojonudo, pero vente para acá, porque la CNN ha dado la imagen y nos lo ha chafado". Comprendes entonces toda esa dinámica dialéctica entre el deber, la moral, los sentimientos, el remordimiento, el trabajo profesional... Hacía falta ser muy profesional para llevarla. Yo no iba a la guerra a indignarme, iba a la guerra a contar el horror. Ahora, cuando van a la guerra van a decir: "Esto es terrible, el niño llorando, la mujer, los refugiados...". Yo iba a contar, iba a enseñar, no iba a decir: "Esto es espantoso, qué horror, estoy aquí sufriendo mucho". Eso ha cambiado. Me importa un carajo lo que tú sientes. "Estoy agobiada, angustiada". No, coño, enséñame, ve al frente, juégatela y enséñame, y deja que después me indigne yo o me horrorice yo, pero no me lo hagas tú por mí. A eso me refiero.

¿Te terminas acostumbrando?

Te acostumbras. Es un proceso, como todo en la vida. Se acostumbra el minero que está trabajando en la mina, el pescador que está pescando o el preso a estar en la cárcel. Te acostumbras a todo, claro que sí. Tardas más o menos, según como seas, y si hay gente que no vale para ese trabajo, entonces tiene que retirarse. Pero si vale, si tiene la frialdad, la cabeza adecuada, es lo bastante tranquilo para ver cómo es la cosa, tienes la cultura adecuada para todo eso, digerirlo como parte de la vida, como un horror puntual, entonces es soportable. Yo no puedo ir al mercado de Sarajevo y horrorizarme, como te decía. Es imposible. Y tengo remordimientos, cosas que no he hecho, que hice, que no me gustaron. Por ejemplo, recuerdo que una vez tenía que transmitir, y vamos a toda hostia por Sarajevo con el coche, y hay una familia que decía que los ayudáramos, y no paramos porque tengo que transmitir en 10 minutos y perdemos el satélite y es caro, pero después te quedas con eso en la cabeza. Esas cosas también están, pero hay que ser capaz de vivir con eso también.

En 'Revolución', Martín se va metiendo hasta que termina siendo uno más. ¿Te pasó en algún conflicto?

Solo una vez en mi vida. Al principio no lo conté a nadie, fue secreto muchos años, pero alguien lo dijo y ya me da igual. Yo nunca he combatido en ninguna excepto en una, que fue en Eritrea en el año 77. Estábamos con los guerrilleros eritreos, y los etíopes contraatacaron con aviación cubana y nos masacran. Éramos mil y pico y llegamos a Sudan muy poquitos, y entonces me dijeron: "Arturo, eso está muy mal. Ahora ya no podemos cuidar de ti. Únete a un grupo de estos, y toma un Kalashnikov, y búscate la vida". Entonces, durante dos semanas, andando de noche y escondidos de día, y tengo que llegar a la frontera con Sudán, y hubo que combatir. Y el final también fue un proceso, cruzar, y al llegar a Sudán me vieron los sudaneses con los prismáticos que llevaba el arma y la tiraba. Me metieron en la cárcel. Pensaron que era un mercenario, y estuve en la cárcel. Casi muero allí, con disentería. Fue de los peores momentos de mi vida. Ahí combatí, pero combatí por mi supervivencia, no por Eritrea ni por una causa, sino porque me dijeron: "Oye, mira, es que aquí ya nadie va a cuidar de ti, aquí ya eres un paquete, te unes a un grupo". Eran unos veintitantos, se armaron distintos grupos. Había que llegar a la frontera con Sudán, cercados por los etíopes, con los F-5 de la aviación de Etiopía, pilotados por cubanos, bombardeándonos con napalm, de la hostia, pues sabes que el napalm cuando cae cerca te quita el aire, quema el oxígeno. Quedaríamos unos 500 en pequeños grupos. Intentamos llegar a la frontera fragmentados, y de noche veíamos grupos que estaban combatiendo, y combatí. Tengo una foto que me hizo un amigo, una foto muy mala, muy borrosa. Estoy desnudo desde la mitad para arriba hacía mucho calor con el Kalashnikov colgado, y estoy yo con una cara, con los ojos con una especie de borrachera de pólvora, como alucinado, aturdido, con un gorro de jungla, y fue la única vez en mi vida que empuñé un arma. Me dijeron "defiéndete tú también", y me tuve que defender. Nunca más volví a hacerlo.

Como en el libro Martín se va involucrando...

Si te das cuenta, Martín no es un revolucionario. Él está porque está allí, pero él no se siente parte de la revolución, y eso me pasa a mí también. Estuve con todos, los mandos israelíes, palestinos, sirios y todo el mundo. Cuando estás con ellos todo el mundo te cae bien.

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