28 septiembre 2023

Empresarios turísticos y hoteleros nombran a Arturo Pérez-Reverte Embajador de Sevilla

RS - diariodesevilla.es - 28/09/2023

La asociación de empresas turísticas Sevilla City Centre y la Asociación de Hoteles de Sevilla se han unido para otorgar al periodista, escritor y académico Arturo Pérez-Reverte el Premio Embajador de Sevilla, que será entregado por el Alcalde de Sevilla el próximo 5 de octubre en el transcurso de un acto que se celebrará en el Salón Colón del Ayuntamiento de Sevilla.

Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es conocido y reconocido por sus dos décadas de trabajo como corresponsal de guerra y por su prolífica carrera literaria, en la que no ha dudado en ambientar algunas de sus historias más conocidas en la ciudad de Sevilla. Además, Pérez-Reverte es miembro de número de la Real Academia Española y un notable cronista de la historia y la actualidad de nuestro país. Según Manuel Domínguez, presidente de Sevilla City Centre, "Arturo Pérez-Reverte ha tenido la sensibilidad y la habilidad de retratar la Sevilla más universal, con sus luces y sus sombras, para dejar constancia de aquellos tiempos en que nuestra ciudad fue la capital de un mundo que ampliaba sus confines antes de convertirse en la sociedad global que tenemos hoy. Estamos muy agradecidos por la proyección que ha hecho de nuestra ciudad a través de sus obras, dedicándole algunas descripciones inolvidables".

Por su parte, Manuel Cornax, presidente de la Asociación de Hoteles de Sevilla, ha añadido que la proyección universal de la obra literaria de Pérez-Reverte "ha agrandado el resplandor de una ciudad como Sevilla, que hoy es más conocida, valorada y querida gracias a sus inconfundibles relatos y novelas históricas ambientadas en ella. Hoy nuestra distinción honorífica Embajador de Sevilla suma valor al otorgarse a tan eximio escritor". Los principales representantes del sector turístico de Sevilla se reunirán el 5 de octubre en el Salón Colón para hacer este reconocimiento simbólico a Arturo Pérez-Reverte, en un encuentro presidido por el alcalde la ciudad, José Luis Sanz, que hará entrega del galardón.

https://www.diariodesevilla.es/sevilla/Arturo-Perez-Reverte-Embajador-Sevilla_0_1834017370.html

27 septiembre 2023

“En las crisis el que toma el liderazgo no es el más inteligente, es el más bruto”

Entrevista de Laura Ventura - lanacion.com.ar - 27/09/2023

Escena de la vida real: dos hombres de elegante traje se acercan con estilo señorial hacia él. La entrevista, realizada en el mítico hotel Palace, se interrumpe. Le dan la bienvenida y lo saludan con la complicidad de tres décadas de relación, sin perder las formas. Conversan sobre sus vacaciones, sobre algún restaurante que han visitado con la familia, y le reiteran que están encantados con su presencia. Fragmento de su última novela, 'El problema final' (Alfaguara), sobre la cual conversaba antes de aquel saludo: “Si de algo estoy orgulloso, incluso más que de la orden de caballero del Imperio Británico, que nunca me puse en la solapa, es de mi trato con el personal subalterno. Desde muchacho aprendí que son ellos quienes solucionan los problemas, y que su buena o mala voluntad depende del juicio crítico que inspires”. Arturo Pérez-Reverte (1951) regresa con una novela que reflexiona sobre los límites entre la ficción y la realidad, sus puentes y espejos, un homenaje al policial clásico, al cine de su juventud y también a su padre.

Los televisores de los colectivos de Madrid anuncian el lanzamiento de la nueva novela de Pérez-Reverte, que en menos de una semana vendió en España veinte mil ejemplares. En la Argentina llegará hoy a las librerías. Tras su lanzamiento, el escritor debió partir a Londres, y tras este viaje regresó a la capital española para presentar su nueva novela a la prensa. 'El problema final' está ambientada en 1960 en la ficticia isla de Utakos, frente a Corfú. El escritor se inspiró en el actor Basil Rathbone, quien interpretó a Sherlock Holmes en 15 ocasiones, y también en su padre: “Yo acababa de cumplir los sesenta y cinco años, y mis vértebras ya no eran lo que habían sido: la edad encoge un poco, pero conservaba la mayor parte del metro ochenta y siete de estatura, el vientre plano y el rostro anguloso y flaco que en otro tiempo habían hecho muy popular las pantallas de cine”.

'El problema final' es una reflexión sobre aquello que nos enseña la ficción. Una tormenta aísla en una pequeña isla, donde se encuentra enclavado un lujoso hotel, a nueve personas de distintas nacionalidades y profesiones. Un crimen ocurrirá y los huéspedes le exigirán al actor veterano que ha interpretado a Sherlock Holmes en el cine que oficie como detective, que aplique su lógica y experiencia en su lectura y composición del personaje, para resolver el crimen. Pérez-Reverte plantea una novela que explora el territorio y la arquitectura del enigma de la habitación cerrada, el mismo que signó el origen del género con 'Los crímenes de la calle Morgue', de Edgar Allan Poe.

“La frontera entre ficción y realidad se diluye, no está clara, es gris. Quería escribir sobre la gente que vive en el mundo de la ficción (novelistas, músicos, actores), que a veces pueden verse del otro lado de la línea. En el policial hay dos niveles: la novela convencional que tiene un enigma que el lector normal lee y disfruta, y aquel donde el lector acepta un juego de inteligencia que más que buscar quién es el asesino va a ver cómo se plantea el enigma. Aquí apuntaba”.

Una pregunta trillada que se le realiza a los novelistas es si, al comenzar una historia, saben cómo va a finalizar o si se deja llevar y sorprender con el discurrir de las páginas. Aquí usted revela lo contrario y destaca el valor del género negro: cómo el autor, desde el crimen, desanda hasta la pesquisa y de nuevo hacia el esclarecimiento.

Sí. Tenía una intención clara. En este momento hay una inundación de novela negra, una saturación. Hay buenas y malas, pero hay un exceso. La novela policial, o novela problema, aparece en el siglo XIX. Luego aparece la novela sucia, del detective corrupto, donde el asesino es el protagonista, con Chandler, Hammett y Simenon. También se satura y vienen luego las novelas de espías. Te he resumido algo que tiene muchos siglos, que incluso encontramos en la Biblia o en Edipo, cuando se plantea la resolución de enigmas. ¿Es posible rescatar la primera novela policial para un público de ahora que ya ha leído todo y tantas novelas? ¿Es posible que disfrute? Ahí hay un problema técnico importante. Yo no puedo imitar a Arthur Conan Doyle o a Agatha Christie. Eso ya está hecho. El público actual lo rechazaría. Tengo que utilizar lo que el público actual sabe, con la forma canónica antigua, pero con el contenido moderno o incluso posmoderno. El lector que ha leído muchos policiales tiene que ser víctima de lo que él mismo sabe, que caiga en sus propias trampas tendidas por su imaginación.

¿La decisión de ambientar la novela en la década del sesenta del siglo XX tiene que ver con su necesidad de alejar la trama del uso de cierta tecnología, como los teléfonos celulares?

En mi novela no encontrarás un teléfono móvil. Eso del "hacker" que resuelve, nunca. Hay novelas muy buenas. Hace poco vi 'The Equalizer 3', con Denzel Washington, que está muy bien. Si utilizo elementos modernos, me salgo del canon, que termina en el año sesenta. Hasta ahí llega la novela de Agatha Christie. Además, necesitaba que un actor hubiese vivido la Segunda Guerra Mundial. Además hay gente elegante, que usa sombrero, que se trata de usted, que fuma de determinada manera. Yo esa época la viví. He tomado mucho de mi padre para el protagonista, Ormond Basil.

En su reciente libro 'La traducción del mundo' Juan Gabriel Vásquez señala que la historia y el periodismo son insuficientes para comprender la realidad, que necesitamos de la ficción. ¿Está de acuerdo?

Estoy de acuerdo con él, por quien además tengo un gran aprecio. Estoy de acuerdo con que no son suficientes, pero son imprescindibles. La historia y el periodismo son fundamentales, y la ficción ayuda, pero hay un peligro en los últimos tiempos: se ha abusado de la ficción. Hay muchos novelistas sin formación histórica o escasamente cualificados. Se ha inundado las librerías con ficciones que tapan otras, como 'Los tres mosqueteros', o 'Yo, Claudio' y 'El vellocino de oro', de Robert Graves. Hoy hay callejones sin salida: los lectores no siguen leyendo sobre un tema que les interesa, no siguen investigando sobre aquello que acaban de leer. Lo que importa es lo último que se publica, y eso está tapando las novelas que son buenas. Los lectores están desorientados.

“Los crímenes en la vida real son más fáciles de resolver en la vida real que en la ficción”, escribe en la novela.

En la vida real matas por despecho, por accidente. En la novela matas por intelecto, y eso es mucho más complicado.

El protagonista es consciente de su fama. No reniega de ella. Sabe que está siendo mirado, la sociedad lo respeta. Es a partir de esta reputación desde donde se le exige cierta responsabilidad. ¿Usted la siente como intelectual?

No. Yo no estoy en el mundo para hacerlo mejor. Estoy para contar historias. Que el mundo sea mejor o peor no me afecta en lo profesional ni en lo personal, sí en lo moral. Mis novelas quieren entretener, divertir, hacer pensar, seducir, mil cosas. Como autor conocido, hay cosas que ya no puedo hacer.

¿Qué ha perdido con la fama o el reconocimiento público?

No me puedo pegar con un tipo en la calle o emborracharme en un bar, como hacía cuando era reportero. Tengo mucho cuidado, pero no por miedo, sino porque tengo unos amigos, que son mis lectores, a los que no puedo decepcionar con conductas estúpidas o vulgares. Ese es mi límite.

¿Extraña la época en la que no era reconocido?

En algunos países puedo caminar tranquilo y estoy muy a gusto. Pero en otros, como en Buenos Aires, los lectores me hacen fotos hasta con sus niños.

Esta novela es un homenaje al cine de una época dorada de Hollywood. Sé que ve también muchas series. ¿Cuál ha visto recientemente? ¿Cuál le ha gustado?

Sí, estas películas que menciono, muchas de ellas fui a verlas al cine. ¿Sabes? Tengo mucha vida, mucha información, mucho libro leído, mucha película vista. 'Band of Brothers' es la guerra de verdad, y conozco la guerra, por eso me gusta la serie. 'Fauda' también me ha gustado mucho. Pero me ha marcado más ver en el cine 'Blade Runner' o 'Los duelistas' o 'Master and Commander'.

Usted es miembro de la Real Academia Española. ¿Tiene alguna iniciativa específica desde este cargo que ocupa?

Las he tenido, pero ya no. La Academia se está impregnando de la cobardía de los últimos tiempos. Por miedo a la presión social calla demasiado a menudo, no se atreve a plantar cara a determinadas exigencias de la sociedad. Esa dejadez de la Academia Española y de otras Academias, a la hora de señalar y decir que algo se está haciendo mal, no me gusta. No quieren complicarse la vida, no quieren enfrentarse a la sociedad. Cada vez me siento menos vinculado con muchas decisiones de la Academia, incluso hay normas de la Academia que no respeto a la hora de escribir.

En sus novelas suele haber, si no un héroe, un líder con mucho carisma. Pienso solo en las más recientes: 'Sidi', 'Revolución', y la reciente 'El problema final'. En los últimos años van surgiendo líderes carismáticos.

Siempre, en todos los momentos de crisis, en los desastres, la gente tiene mecanismos normales para sobrevivir, y por eso aparecen los líderes que les asegura que los ayudará a salir del atolladero, que los hace sentir protegidos. Somos todos iguales hasta que aparecen las crisis. El problema es que muchas veces en las crisis el que toma el liderazgo no es el más inteligente, es el más bruto. Eso nos ha llevado a lugares muy peligrosos. Como decía Larra, “Dios nos libre de caer en manos de héroes”.

Surgen líderes en distintos países, algunos mesiánicos incluso. ¿Le preocupa esta ola? ¿Cómo puede la sociedad evitar avances de estos líderes que a veces acuden a medidas antidemocráticas?

Mira, a mi edad me preocupan muy pocas cosas. Toda mi vida he intentado criticar, señalar, apoyar. Pero tengo una edad y ya no sé lo que me queda de vida. Con los años he aprendido que la gente tiene lo que quiere tener, bueno o malo. Los falsos profetas son el resultado de nosotros mismos. Hitler es la encarnación de la Alemania herida tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. El ser humano ya no lee Historia, y por eso repite los mismos errores. Lo peligroso es que te mate la compasión: el ser humano se golpea con la misma pared mil veces, por estupidez, por fanatismo, por lo que sea. A pesar de que la gente sabia diga que estás en el abismo, siguen caminando en el abismo. Hoy no se razona, se siente. Se eleva el sentimiento a categoría de ideología militante. Y esto anula el debate, solo hay imposición y se crean los fanatismos. Esta es la nueva religión, y toda religión crea apóstoles e inquisidores.

Destaca mucho el tema de su edad. ¿Cómo vive este presente? ¿Qué le genera serenidad?

Me atrinchero en mi reducto, con libros, con amigos. No intento cambiar el mundo a mejor, sino que intento tener una parcela de mi vida, de mis libros, de mi biblioteca que me permita vivir apaciblemente. En un mundo que cada vez me gusta menos, creo mi mundo propio.

https://www.lanacion.com.ar/cultura/arturo-perez-reverte-en-las-crisis-el-que-toma-el-liderazgo-no-es-el-mas-inteligente-es-el-mas-bruto-nid27092023/

26 septiembre 2023

«Lloro con las películas de John Ford»

Entrevista de Helena R Medina  elle.com  26/09/2023

El escritor, que acaba de publicar la novela ‘El problema final’ con detective incluido, nos da las pistas para entender más lo humano que lo divino. Y dice lo que piensa: ¿es eso un crimen?

Juguemos. ¿Qué papel elige: el de asesino o el de detective?

El de asesino es más interesante. Hoy ser detective es una vulgaridad.

¿A quién le gustaría espiar?

Al papa de ahora cuando habla a solas con Dios, para ver si se lo cree de verdad o lo suyo es simple paripé.

¿Y qué descubriríamos de usted si le espiáramos?

Que lloro con las películas de John Ford.

¿Qué cree que deberíamos mirar con lupa?

El discurso de nuestra analfabeta clase política.

¿Cuál es el móvil de los problemas de nuestra sociedad?

La estupidez internacional, altamente contagiosa.

¿Qué castigo nos merecemos?

El que tenemos y el que vamos a tener.

¿Quiénes son sus sospechosos en el delito de apatía?

Sospechosos no sé, pero cómplices somos todos.

¿En nombre de qué se cometen más crímenes?

Del dinero, sin duda. Bajo cualquiera de sus muchas apariencias.

¿Es más listo el que se sale con la suya o el que no se mete problemas?

Es más listo el que se aprovecha de que otros se salgan con la suya.

¿Quiénes son las verdaderas víctimas hoy?

Los niños, pero solamente hasta cierta edad. Luego ya son tan culpables como todos.

¿Cree que hay alguna excusa para matar?

Hay infinidad de excusas para justificar el hecho de matar. Y es asombrosa, o no tanto, la rapidez con que acaban desapareciendo los remordimientos.

Antes muerto que...

Con pantalón corto en un restaurante que no sea un chiringuito playero.

¿Todos los crímenes tienen un castigo?

No, muy pocos lo tienen.

¿La política asesina a la paciencia?

La política, en términos generales, asesina cuanto de decente tiene el ser humano. Sobre todo en España.

¿A qué o a quién le tiene miedo?

A perder los papeles a última hora.

¿Qué le hace a usted estar que fuma en pipa?

La ignorancia voluntaria. Nuestros abuelos quizá tenían excusa, pero hoy nadie la tiene.

¿En qué ocasiones recurre a la mentira?

Cada día, escribiendo novelas. Cobro por inventarme cosas.

No podría vivir sin...

Libros que leer. Lo de escribirlos es secundario.

¿Cuál es su mayor extravagancia?

Ser absolutamente leal a mis amigos.

Dígame las palabras que más utiliza.

“Buenos días, buenas tardes, buenas noches, por favor y gracias”.

¿Su posesión más preciada?

Mis primeras y segundas ediciones de Tintín.

Su capítulo pendiente es...

Estrangular con mis propias manos, sin prisa, a quien maltrata a un perro.

¿Qué le hace sonreír?

Las parejas jóvenes que se besan por la calle.

¿Qué le pide a un amigo para poder llamarle cómplice?

Que esté ahí cuando se le necesita, que pague unas cañas de vez en cuando y que no hable demasiado.

Acabe la frase, por favor: “Es un crimen...

...seguir permitiendo que los jóvenes con talento continúen huyendo de España para encontrar fuera un trabajo decente”.

¿A quién ha seguido más la pista en literatura policial y/o novela negra?

A Conan Doyle, Agatha Christie, Ellery Queen, Hammett, Chandler...

¿Recuerda algún libro de este género que le marcara de pequeño?

Las aventuras de Sherlock Holmes.

¿Y una película?

—'La máscara de Dimitrios', de la novela de Eric Ambler.

¿Qué continúa siendo un misterio para usted hoy en día?

Soy irremediablemente de letras. Cualquier problema matemático es un enigma para mí, y admiro a quienes son capaces de resolverlos.

¿Le queda algún caso sin resolver?

En la vida real, casi todos los casos quedan sin resolver.

https://www.elle.com/es/star-style/noticias-famosos/a45083073/arturo-perez-reverte-cuestionario-novela/

21 septiembre 2023

«La gente no razona, solo siente, y eso es peligrosísimo»

Entrevista con Ana Abelenda - lavozdegalicia.es - 21/09/2023

Es fácil deducir que Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) es un hombre de códigos, fiel a sus libros, sus amigos, a la elegancia alegre y tranquila de un sombrero. 'El problema final', novela-problema de las de antes, un acertijo encerrado en el cuarto de una conversación inteligentemente trabada, es el punto de partida del lector que se lance a jugar sin miedo a que sus lagunas y recelos o las bromas del autor le arruinen el ego adulto. El novelista es un niño que juega, aunque golpee con verdades como puños. Esta semana, el escritor y académico ha visitado  A Coruña, donde firmó unos 200 ejemplares de 'El problema final'.

Un gesto de un cuidado especial es el que hace al quitarse el sombrero, pero vamos al caso, sin despreciar detalles, dejando algo al margen la actualidad. «El problema de la humanidad es que no se da cuenta de que lo nuevo es lo olvidado», comienza el autor más leído. «Olvidamos que siempre hubo terremotos, volcanes, tsunamis... Pero, de pronto, la realidad viene, golpea: "Estoy aquí". Y la gente dice: "Ay, qué horror, qué espanto". ¿Cómo qué espanto? Si hubieras leído y visto un poco te habrías dado cuenta de que son cosas que llevan ocurriendo hace miles de años. Se repiten. Me sorprende que se sorprendan. Quizá porque mi aprendizaje fue en lugares así, en terremotos, en guerras», recuerda.

—El ser humano se olvida.

—El ser humano se olvida, y la vida de vez en cuando le recuerda, dolorosa y trágicamente, que el mundo es así. Cuando llevas tantos años como llevo yo hablando precisamente de eso ocurre que, cuando ves que se repiten los mismos esquemas, dices: «Bueno, vale, de acuerdo, ya está». Poco a poco te vas retrayendo. Ahí están mis novelas; el que quiera que las lea.

—Quizá una parte de su público sigue queriendo que, además de escribir ficción, se pronuncie sobre lo candente.

—Pues que se busquen otro. Evidentemente, de vez en cuando aflorará, nadie deja de ser lo que es. Pero es evidente que yo sé que no va a cambiar nada. Y eso no significa que te resignes, solo que aceptas las cosas. Soy menos agresivo, pero no es que me acomode en la vida. Mi hemeroteca está ahí, 35 años de artículos, contando guerras y diciendo cosas que después han ocurrido, pero no porque fuera muy listo, sino porque eran evidentes.

—Para usted.

—Para cualquiera que haya visto un poco o haya leído. ¿Que preferimos vivir en nuestra burbuja de confort? Pues adelante.

—Sorprende que le llamen «feminazi».

—Una de Vox me llamó feminista de ultraizquierda. Pero hablemos de la novela.

—Novela-problema o misterio de cuarto cerrado para romper la monotonía de la novela negra en el mar de novedades.

—Sí, pero esto no es un alegato contra la novela de ahora. Es tanta la moda de la novela negra o de asesinatos en serie y de cosas truculentas que pensé: «¿Funcionaría ahora, para este lector, una novela como las de antes, canónica, con los elementos clásicos de la novela-problema, donde no hay puñetazos ni carnicerías ni huesos de CSI, sino diálogos inteligentes?». El desafío era ese. No sabía si iba a funcionar. De hecho, mandé la novela a la editorial sin el último capítulo.

­—Es difícil resolver el caso.

—Mi trabajo me costó. Mi primer problema narrativo es que el lector de la novela-problema de hace un siglo era más ingenuo. He tenido que trabajar contra lo que el lector sabe ahora que antes no sabía. «Sé que sabes, así que voy a hacer trampas» era el planteamiento. Y el rizo principal: «Y voy a hacer que disfrutes». El lector se da cuenta: «Ah, Reverte me quiere liar». Esa especie de juego de ajedrez, de pulso, de cómplice enemistad, es el principal ingrediente de la novela.

—¿Por qué viajar a los años 60, a una isla con vistas a Corfú?

—Porque ahí se acaba un mundo. Mary Quant, la minifalda, los Beatles, James Bond, los misiles, la guerra ya es otra cosa. Kennedy, bahía Cochinos... Ahí termina un mundo, de gente que se hablaba de usted, señoras que vestían como Dios manda... En el 70 ya no sería creíble este tipo de novela y este tipo de personaje.

—Hoy que supura la vida en la literatura, ¿usted lleva la literatura a la vida?

—Yo intento que mi vida se diluya en mi literatura. Solo hay dos novelas en que estoy en primer plano, 'Territorio comanche' y 'El pintor de batallas'. Intento camuflar mi biografía en tramas imaginarias.

—Pero todo en literatura es ficción, ¿no? También lo autobiográfico.

—Claro. También en la biografía y la autobiografía se miente; de hecho, es el género más embustero que hay.

—¿Cómo cocinó 'El problema final'?

—Fui a los que sabían. Les dije: «Maestros, venid, voy a saquearos sin escrúpulos». Empecé a tomar los elementos canónicos que conforman esas novelas. E hice como el barman, «tacatacatá» en el cóctel.

­—El final sorprende, invita a pensar en el revés de la trama. ¿Qué libro de Graham Greene lleva el narrador, ese actor brillante en su interpretación de Holmes?

—La novela es algo que el lector debe completar. Yo no puedo ir más allá.

­—Pero sabe que el lector de detalles juega también a eso.

—Claro. Y cada novela mía es un desafío distinto; me obliga a leer, a viajar, a hacer cosas que no había hecho. Yo podría estar haciendo la misma novela continuamente, como hacen dignamente John le Carré, Ken Follett a menudo, Agatha Christie o Patrick O'Brian. Yo podría estar haciendo Alatristes, pero me gusta esto, pasar año y medio tramando una novela nueva. Es un acto de felicidad; leer, releer cosas con la mirada de mis 70 años, probar cócteles, comida, lugares... Amueblarme un mundo. Nada va en crudo a mis novelas. Lo que se dice en ellas no lo dice Pérez-Reverte, lo dice un personaje. Lo que sí tiene Reverte es esa forma de mirar de mis novelas, pero no puedes buscarme, ni a mí ni a ningún autor, en un personaje de la novela, porque es mentira. Una novela es un artefacto de ficción. Y vivir en ese mundo de trampas, de zonas grises, es muy divertido. Envejecería peor si no escribiese una novela, esto me mantiene lúcido. Es como ir en bicicleta: si dejas de pedalear te caes. Tengo que seguir pedaleando.

—¿Hacia el lector, con el lector? Da la impresión de que siempre lo tiene muy en cuenta.

—Cuando un lector me dice «es usted muy libre», le digo: «No se equivoque, usted me hace libre». Un lector es un amigo, es alguien que te garantiza una forma de vida. Otros no, yo pienso en el lector todos los días. ¿Cómo hago para seducirle? Y me pongo a planear estrategias. Como en una emboscada en la guerra. Y ese tipo de táctica o estrategia para seducir al lector, o a la lectora, es un trabajo que abordo con profesionalidad. Son 30 novelas. Y yo he leído toda mi vida. Tengo una biblioteca en la que digo: «A ver, ¿quién me ayuda? ¿Conrad, Balzac, Stendhal...?».

—Y tiene una memoria de cine apabullante, ¿con un guiño generacional claro?

—Lo hay. Aquí hay dos niveles, el nivel de novela policial, de enigma, y el del lector con enciclopedia audiovisual y lectora. Con ese lector estamos guiñándonos el ojo todo el rato, en un pulso de competición cómplice. Lo ciegas cuando oye y lo ensordeces cuando mira. Ese lector disfruta más, porque es consciente del juego. Para esta novela lo leí y releí todo. Agatha Christie, Conan Doyle, Gaston Leroux, Ellery Queen, Highsmith, Simenon, Hammett, Chandler... Hasta para no caer en cosas. Yo no quería una novela sucia, quería una novela limpia. Y tomé dos elementos fundamentales: el ambiente es Agatha Christie, pero los personajes y el desarrollo son Sherlock Holmes. Introduje a Holmes, con una cuña, dentro de Agatha Christie. Y luego metí yo mi iniciativa, mis caprichos, guiños, bromas. Hay incluso bromas personales que solo conozco yo.

—¿Se impone el «homo ludens» cuando escribe? Ese que nos lía en la novela.

—Siempre. Yo era un niño muy imaginativo. Leía un libro o veía una película y me ponía a jugar a eso. He sido pirata, arponero, astronauta, cowboy, indio, contrabandista... Fui de todo de pequeño. La afición por el juego me duró toda la vida. Escribir es jugar, me disfrazo. Soy "homo ludens" fundamentalmente. En todo. Yo sigo jugando. Hay muchas cosas que la vida me ha quitado, pero no ese impulso lúdico. Busco al lector que dice: «Vamos a jugar juntos, suspendamos la incredulidad». Esta novela es un Cluedo.

—«Nadie juega más en serio que un niño», observa.

—¿Tienes hijos?... Entonces lo sabes mejor o tan bien como yo. Tú a un crío le estropeas el juego al que está jugando y se violenta, se enfada, llora. La seriedad y la honradez intelectual de un niño no la tiene ningún adulto.

—Hay lectores que le pillan cada referencia y cada guiño, y otros que aprenden. ¿Qué opinión le merecemos los que a Holmes le ponemos la cara de Benedict Cumberbatch?

—Me gustó mucho la serie, y ahí se lo come Watson a Holmes... Y también me gustó la serie de Jeremy Brett. Pero el actor que para mí es Holmes es Basil Rathbone.

—Disfraza a Holmes y disfraza a Watson. ¿Por qué eligió a un escritor de novela barata de quiosco, Paco Foxá?

—Tenía que ajustarme a un canon de hace un siglo. Una de las formas de resolver problemas es el diálogo entre dos personas cómplices. Holmes y Watson, don Quijote y Sancho... Un diálogo con tensión dialéctica. Elegí cuidadosamente a Foxá, un escritor de novela policial de los 60. Algunas de esas novelas eran muy buenas y me pareció un buen momento.

—¿No hay «alta literatura», no proceden, en realidad, esos tópicos distingos de calidad?

—Siempre digo que tan alta literatura es 'Diez negritos' como 'La montaña mágica'. Yo crecí en una casa con dos bibliotecas, con tres... Aparte de la de mis padres, la de mi abuelo paterno (de clásicos) y la de mi abuela materna (una mujer empoderada, como se dice ahora, muy moderna, elegante, que leía novela policial y "best sellers" de la época). Yo leía las dos al mismo tiempo.

—Un hombre, una revolución, un tesoro. Así se armaba de partida la novela 'Revolución'. En 'El problema final' podríamos resumir el mapa inicial en «un hombre, un crimen (al menos) y un enigma».

—Sí, enigma o problema. Si algo he procurado al escribir esta novela es que nadie diga que es una novela negra. He prohibido a mis editores que usen «novela negra». Y ojo, la novela negra a mí me gusta mucho. Pero yo no quería sangre a chorro, ni persecuciones, ni "hackers". Quería gente educada, que se habla de usted, conversando. Se trataba de resolver un problema de manera matemática, y ahí entra Sherlock Holmes.

—Deja fuera emociones y sentimientos, para que brille la inteligencia, la razón. Es una de las reglas de la novela, del juego intelectual.

—Eso no lo inventé yo. ¡Era así! Si metes elementos psicológicos [en este tipo de novela-problema], no funciona el mecanismo. Hasta hubo autores que hicieron su canon de diez o veinte reglas sobre cómo se hace una novela policial. Yo he sido orgullosamente canónico, escrupulosamente fiel a las reglas de la novela-problema.

—Como dijo Pardo Bazán, es mejor entender que apasionarse. Su novela nos invita a razonar, procura «el escalofrío intelectual». ¿Hemos dejado de lado la razón?

—Hemos sustituido la razón por sentimientos y emociones, y mira lo que está ocurriendo. La gente no razona, solo siente. «Es que siento...», dicen. «Sí, pero razónamelo, debátemelo». ¿Por qué Hitler llegó al poder? Ya no hay análisis, y eso es muy peligroso. La razón es difícil de manipular, lo fácil de manipular son los sentimientos. Sustituir razón por sentimientos es peligrosísimo, lo peor que le ha pasado a la humanidad en tres mil años de memoria. Siempre hubo razón y emociones, y sabían distinguirse. Confundirlas nos hace manipulables, primitivos.

—¿No vivimos en el mejor de los mundos?

—Socialmente, sin duda, pero en cuanto a intelecto no. No quiero meterme en esto, pero vivimos un falso período de felicidad.

—¿Esta novela persigue la resolución de un misterio, invita a participar de él, pero es, sobre todo, una conversación?

—Es una conversación. Está deliberadamente planteada como una conversación. Es mi novela más dialogada. No escribí igual 'El italiano' que 'Revolución' o que 'El tango de la Guardia Vieja'. Esta es la novela más dialogada que he escrito, creo recordar.

—¿Cómo es Holmes, es un sociópata?

—Misántropo y sociópata.

—¿Y es «el hombre que nunca se enamoró»?

—Creo que eso es relativo, que sí se enamoró. Se enamoró como se puede enamorar un hombre como él.

—¿Cómo conoció usted a Holmes?

—En la biblioteca de mi abuela, contando ocho años. Quedé fascinado con 'El perro de Baskerville'. A la guerra del Líbano me llevé los libros de Holmes. Leer era una forma de escaparte. Llegabas al hotel, dejando huellas, el dibujo de la sangre en el suelo... Si seguías con eso en la cabeza, al día siguiente te volvías loco. Entonces, te ponías en un rincón con una linterna, y leías a Plutarco, a Virgilio o a Sherlock Holmes. Era como tomar una aspirina. Te ayudaba a soportar el dolor.

—Como la solución de cocaína que se inyectaba Sherlock Holmes.

—Claro. Todos tenemos nuestra cocaína, al 7%.

—¿Los libros fueron armas ante la guerra? Creo que lo expresó alguna vez de esa manera.

—Claro. No es lo mismo ir al terremoto de Marrakech o a la inundación de Libia habiendo leído o no habiendo leído. Si has leído, sabes que ha habido Troya, Vesubio, Pompeya..., que esas son las reglas. Si ignoras, todo te indigna: «¿Quién tiene la culpa? ¡El PSOE, el PP, Vox, tal..!». Tú sabes que eso forma parte del mundo. Yo cada vez que veía una barbaridad ya la había leído antes. A veces rebasaba lo que había leído, a veces iba más allá, pero la base para interpretar la tenía, y por eso soy un tipo que no está desequilibrado. Yo tengo amigos a los que se les fue la olla completamente. Los libros fueron mi asidero a lo racional. Y todavía ahora, en este momento, a los 71 años, cuando miro el mundo y veo las cosas que no me gustan, los libros me ayudan a soportarlo. Sería insoportable si no yo hubiera leído, a Séneca, a Agatha Christie... Sin ellos, soportar a ciertos vecinos, ciertos paisanos, ciertos compatriotas, sería imposible. Si has leído a Galdós, a Valle-Inclán, a Cervantes, dices: «Claro, esto es España», y todo se entiende.

—Todo se resume en memoria, también en la de la tradición oral de las familias.

—Sí, por supuesto, pero los libros son los que mejor la fijan.

—¿Porque ofrecen un punto de vista más equidistante?

—No, también un libro implicado te puede enseñar. El buen lector sabe que debe leerlo todo, no solo a este «porque es derechas» o «porque es de izquierdas». Yo he leído el 'Mein Kampf' y he leído 'El capital', y 'El diario de una bandera', de Franco, claro que sí. Y las memorias de Azaña... El lector sectario no, pero el lector de verdad lo lee todo y de todo saca su conclusión. 

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/fugas/2023/09/20/arturo-perez-reverte-gente-razona-solo-siente-peligrosisimo/00031695206391711438540.htm

20 septiembre 2023

“Mi infancia fue feliz porque crecí en bibliotecas”

Entrevista de Patricia G Fraga - elidealgallego.com - 20/09/2023

A pesar de que ya tocó el género policial en alguna de sus más de 30 creaciones literarias, Arturo Pérez-Reverte se adentra de lleno en las novelas policiales de antaño con ‘El problema final’, una novela repleta de homenajes a autores como Arthur Conan Doyle o Agatha Christie y en la que busca jugar con el lector y tratar de engañar al que ya conoce los ardides del género.

¿Cómo se ha dado esta incursión en la novela-problema? 

Empecé leyendo este tipo de novelas. Tenía la suerte de que en mi casa había dos bibliotecas. Una era la de mi abuelo paterno, que era clásica griegos, latinos—, y otra era de mi abuela materna, que era una mujer muy moderna, muy avanzada, muy de su tiempo, empoderada, como se dice ahora, y que tenía una biblioteca muy importante de novela policíaca, de "best seller" americano y de novela moderna. Y yo leía de las dos. La novela policial, esa antigua, que no era tanto de acción como de reflexión, me gustaba mucho. El tiempo pasó e hice otras cosas, pero seguí leyéndola.

¿Por qué adentrarse ahora? 

Me di cuenta de que hay una especie de exceso de novela negra y dije: "Una novela policial, a la antigua, ¿funcionaría para un público de ahora? Una novela-problema donde no hay puñetazos, ni persecuciones, ni sangre, ni huesos, ni CSI, ni cosas de esas. Una cosa de gente reflexionando y pensando, ¿funcionaría?" Intenté recuperar esa novela policial antigua, muy canónica, pero para un público de ahora, utilizando lo que ya sabe. Es como un barman: metes en la coctelera elementos diversos que no son tuyos, pero la mezcla es tuya. Un experimento.

¿Es un reto sorprender al lector que ya conoce los trucos? 

Claro. Esa es la cuestión. El lector ya ha leído, ya sabe, ya conoce, ya no es ingenuo. ¿Qué hago para engañarlo? Utilizo lo que el lector ya sabe. Tú piensas, con lo que sabes, que esto va a ser así, pero yo voy a hacerte trampa para que no sea así. Es una partida de ajedrez con el lector que a mí me ha divertido mucho, pero también hay mucho trabajo haciéndola. Hay dos niveles de lectura: el lector normal, ingenuo, que la va a leer como novela policial clásica, y el lector experto, que va a disfrutar con la estrategia perversa de la que el autor lo quiere hacer víctima. Ese es el lector ideal, el cómplice.

Ha leído y releído novelas del género para crear esta obra. ¿Cómo es releer a Sherlock Holmes con la experiencia que tiene ahora?

No había dejado de leerlas. He leído las novelas de Sherlock Holmes como seis o siete veces. No las tenía olvidadas. Lo que sí he hecho es volver a otras novelas que ya no leía, como las de Agatha Christie, que las leí todas en su momento, o las de John Dickson Carr, las de Ellery Queen, o las de Erle Stanley Gardner, novelas que ya no leía y he vuelto a releerlas. Ha sido como volver de nuevo a la infancia, como sentirte como cuando hueles a la manzana asada, el olor a chimenea... Ha sido como volver a la infancia, o a esa especie de sensación de joven que empieza a leer. Ha sido un ejercicio muy agradable, divertido, no melancólico, sino muy estimulante, muy vivo.

Hay un momento, en una conversación entre Basil, el protagonista, y el personaje español, en el que el primero dice que nunca había sido tan feliz como leyendo a Holmes. ¿Con qué obras le pasa lo mismo a usted? 

Con esas me pasó. Me pasa con más también. Yo soy muy feliz leyendo a Sherlock Holmes y a Jack London, pero también a Robert Louis Stevenson, a Agatha Christie, a Dumas... a muchas. Digamos que le presto a Basil ese comentario, que en mi caso es mucho más amplio. Pero sí, la felicidad lectora es algo que está muy vinculado a mi vida y a mi memoria. Si mi infancia fue muy feliz fui de los niños felices, tuve mucha suerte en eso fue en parte porque crecí en bibliotecas, y las bibliotecas eran una fuente inagotable de felicidad.

También demuestra mucho cariño por el cine de antaño. 

Sí, claro. Ten en cuenta que yo conozco la tele con doce años. En el cine, las películas duraban años en pantalla. Igual veía el estreno de ‘Ben-Hur’, ‘Los diez mandamientos’, ‘Río Bravo’ o ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, que veía películas incluso mudas. El cine fue muy importante, no solo para mí, sino para mi generación. Eso está presente en la novela, hago una incursión por ese cine que a mí me marcó. 

Ahora que ha hecho esta incursión en la novela-problema, ¿se adentrará en otros géneros? 

Yo podía estar haciendo siempre la misma novela: si funcionó bien, ¿por qué no? Otros autores lo hacen muy bien. Pero a mí me apetece cambiar, me apetece tocar géneros nuevos, me apetece hacer incursiones nuevas. Porque así no es una mera manufactura mecánica, es aprender. Porque cada novela que hago es un aprendizaje, te obliga a leer, a pensar, a mirar, a ver el mundo según lo ven tus personajes. Entonces, si cambias, ves el mundo de diferente manera. Tengo 71 años y sigo aprendiendo, es como ir a la escuela, eso es maravilloso, es un privilegio. Yo soy muy afortunado. 

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19 septiembre 2023

“Yo no tengo talento para hacer una novela policial buena, tenía que saquearlo de quienes tenían ese talento”

Entrevista de Ana Carro - laopinioncoruna.es - 19/09/2023

Arturo Pérez-Reverte entró un día en una librería y vio una mesa llena de libros de novela negra. Ahí pensó que había quedado “al margen” la novela-problema y se fijó el “desafío” de escribir una de esas historias que recuerdan a Agatha Christie. El resultado es 'El problema final', que ha estado promocionando en A Coruña.

—Dice uno de sus personajes que los autores copian recursos de otros. ¿Lo ha hecho usted en esta novela?  

—En la novela policial, absolutamente. Agatha Christie desarrolló todas las situaciones posibles. Es una especie de panoplia o manual de todo, del que coges trucos. Hasta los de la novela negra también lo han hecho. Yo esta vez lo he hecho de una manera absolutamente deliberada y clara. Como una especie de barman que coge bebidas hechas por otros, pero quien las agitas eres tú. La novela es eso, es un cóctel hecho con todas las recetas canónicas de la novela-problema clásica antigua. La cosa era ver si una novela que estuvo muy de moda hasta los años 20 o 30 y que fue sustituida por la novela negra funciona para un público de ahora. Una novela que requería más intelecto que músculo, más reflexión que puñetazos o crímenes o chapoteo de sangre. Ese era el desafío. 

—¿Qué ha leído en este año y medio para crearla?

—Todo. He releído mucho, yo empecé leyendo este tipo de novela justamente y de aventura. Y he leído cosas que no había leído, cosas que no conocía. De alguna  manera es como ir al colegio, apuntando, buscando trucos, referencias, subrayando, yendo a los lugares... Ya  con una estrategia ya determinada. El objetivo era engañar al lector, hacerle trampas. Hay dos tipos de lector para esta novela: el lector ingenuo, normal, y el lector perverso, que ha leído muchas novelas de estas, que conoce mucho cine de este, y entonces jugar con lo que él sabe. Esa especie de Cluedo, de jugar con lo que el lector sabe y que disfrute, diciendo: "Este tío me está queriendo llevar por aquí". 

—En ese juego, de hecho, incluye referencias cinéfilas, y algunas ni siquiera existen, las ha inventado.

—Sí. Muchas me las invento. Por eso además el actor, que es Basil Rathbone pero no es él, es un trasunto de él. Yo necesitaba la libertad de poder manipular. Un novelista no es un historiador ni es un notario. Un novelista es alguien que está creando cosas a partir de otras que existen ya. Su imaginación, su lectura y su vida. He manejado todos los elementos, pero manipulándolos yo, para mi lector, para mi objetivo. Han sido herramientas eficaces para narrar la historia. Yo no tengo talento para hacer una novela policial, tenía que saquearlo de quienes tenían ese talento.  Mi talento solo ha sido el combinar todo eso para que funcione hoy. 

—¿'El problema final' es una reivindicación de la novela-problema?

—No es una reivindicación, es un ejercicio personal. Sí hay una sobredosis de novela negra. Cuando se puso de moda la novela nórdica policía, todos empezaron a imitarla. Pero eso ha pasado siempre. La novela-problema antigua murió porque se imitó muchísimo. Después llegó la novela negra y también se imitó muchísimo. Igual que con la de espías. De todo se abusa. Quise rescatar la novela de antes para un público de ahora. No pretendo hacer homenaje al género, pretendo pasármelo bien. Durante un año y medio leo, trabajo, viajo, como, imagino, recuerdo, mezclo cosas... Eso es lo bonito. Y después, que el lector disfrute de lo que yo he disfrutado. 

—¿Pero le aburrió la novela negra?

—No, me gusta mucho. Hammett, Chandler o Patricia Highsmith son magníficos. Pero como ahora hay mucha novela negra, quería hacer este otro tipo de novela. Yo ya tomé elementos de novela policial en 'La tabla de Flandes' o 'El club Dumas', pero una novela policial pura y dura como las de antes no la había hecho nunca, y tenía muchas ganas.

—¿Lo más importante es el cómo?

—Absolutamente. En la novela negra lo que importa es quién lo ha hecho y por qué. En la novela-problema lo que importa es cómo lo hizo, que es lo bonito. Es decir, tú se sientas a pensar, a dialogar, a discutir, a reflexionar, no a actuar. Me apetecía volver a eso. Ahora todo son persecuciones, tiros, teléfonos móviles, puñetazos, disparos, mujeres espías, hombres espías... Me apetecía gente tranquila, elegante, educada y que resuelve un problema matemático. Es como jugar al Cluedo. 

—Y al lector le resulta imposible adivinar quién es el asesino.

—Sí, no lo sabe. Mandé la novela a la editorial sin el último capítulo para saber si funcionaba. Ninguno lo adivinó. Y hay gente en la editorial muy lista y muy lectora. Mis trampas funcionaron, así que ya me quedé tranquilo.

—También tiene un toque de  humor.

—Sí. Tiene mucho humor. No es de carcajada, pero el lector que la lee de una manera cómplice sonríe muy a menudo porque se da cuenta de cómo busco su complicidad y le hago trampas.

—La novela está situada en 1960, pero su idea es llegar a un público moderno. ¿Le preocupa que cada vez la gente lea menos?

—Se lee menos, evidentemente, pero no es ninguna tragedia. El mundo cambia y hay formatos diferentes, como los audiolibros o videojuegos. Al joven le gusta más ser un "gamer" que un lector. El mundo va cambiando. Yo tengo 71 años, así que todavía tengo un núcleo de gente que me va a leer. Todavía me muevo en ese terreno. Siempre habrá gente que cuente historias aunque cambien los soportes. 

—¿Es también un guiño a las novelas de kiosco?

—Sí. La gente no habla mucho  de eso, pero eran novelas policiales y del oeste baratas, y algunas estaban muy bien. Eran muy  populares y crearon a muchos lectores. Eso era muy bueno y muy digno. Quería hacer un homenaje, ahí sí, a ese tipo de literatura, de kiosco, que alguna era muy talentosa.

https://www.laopinioncoruna.es/coruna/2023/09/19/talento-novela-policial-buena-tenia-92298833.html


«No escribo para cambiar el mundo, sino para ganarme la vida»

Entrevista de Ángel Peña - theobjective.com - 19/09/2023

¿Es Arturo Pérez-Reverte un enigma? Claro. Como todo el mundo. Pero el suyo nos resulta más interesante. Nos fascina. Él o su personaje… si es que hay alguna diferencia. Desde el duro corresponsal de guerra al novelista de éxito, pasando por el francotirador de Twitter y el académico de la RAE. Sin embargo, él insiste en agazapar su mundo interior. Repite hasta la saciedad que escribe novelas por placer y por dinero. Punto. Ni salvar al mundo ni psicoanálisis ni gaitas. Es más, Pérez-Reverte insiste en utilizar el verbo «hacer», en vez de «escribir», para hablar de su relación con la mercancía que vende. Quizá por eso opta por "best sellers" puros (no le avergüenza el término, al contrario) alejados de experimentalismos o de la tan sobada autoficción (aunque aquella extraña bifurcación en 'El pintor de batallas'… ¿Un MacGuffin en su carrera?). Su último trabajo, 'El problema final', abunda en esta faceta que tanto le gusta mostrar de mercenario de las letras: una novela de enigma según los cánones más ortodoxos del género. 

En 1960, un actor (muy) inglés de 65 años, que hizo fortuna interpretando a Sherlock Holmes en la adaptación cinematográfica de un buen puñado de las novelas de Conan Doyle, se encuentra atrapado por un temporal en un elegante (aunque todo es elegante en esta novela, y se agradece) hotel de Corfú con un grupo de personajes perfectamente encuadrables en aquellos "dramatis personae" que salían al principio de los libros de Agatha Christie: el italiano vividor y charlatán, el alemán cuadriculado, el español atractivo con un punto canalla, la voluptuosa diva libanesa, la anfitriona judía con una dura experiencia a sus espaldas, la inglesa fría y correcta… Un misterioso crimen le obligará a encarnar una vez más al detective más famoso de la historia, pero esta vez en la vida real. 

Estereotipos que en otro contexto harían rechinar la obra literaria como conjunto, pero que se revelan justos y necesarios para lo que ofrece el autor sin disimulo ni medias tintas: un planteamiento de novela de enigma puro y duro, un reto al lector que linda a veces con el ajedrez o el crucigrama. Nada de zarandajas psicologistas ni metafísicas… Y sin embargo, quienes estén familiarizados con el personaje Pérez-Reverte quizás perciban al pasar las páginas de su fabuloso artefacto, técnicamente magistral (nadie tiene su sentido del ritmo, por ejemplo), como el eco de un enigma mayor, denso y fascinante. Pero hay que escuchar con atención, porque los tipos duros no lloran: es apenas un murmullo, un latido, un regusto que queda al final… O a lo mejor son imaginaciones mías, que puede ser.

El mismo personaje Pérez-Reverte se encarga de presentar 'El problema final' en carne y hueso durante una entrevista en el Hotel Palace: «Es una novela problema como las de antes, que se dejó de escribir y leer tanto como antes en los años 30, desplazada por la novela negra de detectives corruptos y rubia platino. En ellas el cómo se hizo era más importante que el quién y el por qué lo hizo». Y ahí aparece el Perez-Reverte siempre belicoso, a contracorriente: «En esta saturación del mercado por la novela negra, quería escribir una novela problema a la manera canónica de antes, pero para un lector de ahora».

¿En qué hemos cambiado? «Aquel era un lector, digamos, ingenuo. El de ahora ha visto ya mucho cine, mucha televisión. Pero precisamente puedo jugar con lo que sabe para hacerle trampas y engañarlo en una especie de duelo». Aquí se empapó de «todos los clásicos del género» para «utilizar aquellos mecanismos narrativos canónicos». Un movimiento cuanto menos curioso en la carrera de uno de los novelistas más consolidados de nuestras letras. «Soy un escritor profesional. Llevo 35 años contando historias, tengo 32 novelas publicadas. No soy un artista, soy un artesano: intento contar historias de forma eficaz». Profesionalismo matizado por esa constante del desafío tan característica del personaje Pérez-Reverte: «Podría hacer siempre la misma novela, como hacen otros autores muy legítimamente, algunos muy buenos desde hace mucho tiempo con la misma fórmula, como John le Carré o Patrick O’Brien, que hizo 22 novelas de lo mismo». 

Para él, y aquí aparece otra clave del personaje, el desafío se mezcla con un estilo de vida tirando a epicúreo: «Cuando me surge una idea me digo: "Esto me garantiza un año, año y medio, metido en un mundo que me gusta, que me apetece, de lecturas, de viajes, de comidas, de placer, de pensamiento, de reflexión, así que voy a hacerlo y ya está". Soy un escritor libre». Reconoce que hay «autores que plantean este trabajo como si fuese un acto creativo trascendente, que cambia el mundo. Para mí es un medio de vida y una diversión, un juego. La novela me permite seguir jugando, igual que cuando era niño me disfrazaba de mercenario, de pirata, de astronauta o de indio y jugaba después de ver una película o leer novela. Me sigo disfrazando de mis personajes, soy un señor que sigue jugando, y ya está». 

Volviendo a 'El problema final', ¿por qué le apetecía jugar justo en ese año de 1960? «Porque a partir de ahí empieza otro tipo de novela y de cine, de espías, con artilugios y cosas técnicas, que me aburre muchísimo. Además, hay como una frontera psicológica en los años 60: la gente todavía se sentaba a hablar y lo hacía de usted, y para mí era importante pasar un tiempo con gente educada. No es que me desagrade el mundo moderno, vivo en él… Pero para lo que yo quería hacer 1960 era la fecha idónea». Ese ambiente tan especial, el Corfú elegante de aquella época, permite una novela de dos capas: «Para el lector, digamos, normal, es una novela policíaca divertida. Con el que conoce el género y está interesado en sus mecanismos narrativos mantengo, además, un diálogo más intenso, más teórico, de más trascendencia literaria». La obra de Conan Doyle ejerce de tablero principal. El actor inglés protagonista y narrador cuenta con la inestimable ayuda de un joven escritor español de novela negra, encantado de ejercer de fiel Watson. Todo muy elemental. Como debe ser.

Desde ahí, la partida se juega con un arsenal de citas, que solo la extrema pericia narrativa de Pérez-Reverte consigue desplegar con fluidez: no solo no entorpecen la trama, sino que la anima, la hace correr. Aunque «no hay una intención didáctica. Todo eso no se puede eludir porque justamente ahí, en la teoría narrativa del policial, está el núcleo que explica la novela». Bien. Ya le hemos arrancado a Pérez -Reverte la palabra trascendencia. Aunque sea literaria. ¿Una nueva vuelta de tuerca? Los dos protagonistas, el actor y el escritor, confiesan en algún momento de la novela que sienten remordimientos por disfrutar de la «estética» del crimen. ¿Ha sentido algo parecido Pérez-Reverte, como novelista o periodista, como corresponsal de guerra? «En la guerra no me lo pasaba bien», contesta rápido y algo cortante. No enfadado, ojo. «La guerra era para mí como la literatura: un trabajo. Quería ser eficaz. Otra cosa, diferente, es que la guerra, si vas con lecturas y una formación que impida que te arrastre en su torbellino, te da lecciones muy interesantes sobre la vida y sobre la muerte, sobre el ser humano. Yo a la guerra le debo mucho, ha sido una escuela para mí, por haber visto al ser humano, lo bueno y lo malo. Pero no hay nada de estético en ella». ¿Entonces esos remordimientos…? «Nada que ver conmigo, son parte del personaje». De nuevo seco. Correcto, pero cortante.

Sin embargo, reconoce cierto paralelismo con la relación simbiótica entre el protagonista y Sherlock Holmes. «Si hay alguien cuya literatura refleje su vida, sus lecturas y su mirada sobre el mundo, ese soy yo…  O yo soy uno de ellos». Pero, en seguida, el control: «Nunca me he sentido arrastrado por los personajes. Al contrario, siempre han estado controlados por el autor. Sí les presto actitudes, gestos… Basil [el protagonista y narrador], por ejemplo, tiene mucho de mi padre, como la elegancia en el vestir. Utilizo mi biografía para dar vida a mis personajes, pero en un sentido amplio, no de forma directa». 

¿Y viceversa? «Es cierto que tu personaje te cambia un poco», reconoce como a regañadientes, «igual que el cazador queda marcado por la caza. Terminas adoptando actitudes de la presa, hay una especie de contaminación o de transmisión. Los personajes leídos y escritos forman parte de tu vida, te modifican. No soy el mismo al terminar una novela que al empezarla. En ese proceso inicial de preparación de mis novelas, de año y medio de aprendizaje, estoy mirando el mundo como lo ven mis personajes, adoptando determinadas actitudes. Y, evidentemente, al final incorporo gestos de mis personajes o ellos los míos. Cada novela me cambia la vida y eso permanece claro. Te olvidas de la novela, pero su huella permanece».

¿No es capaz de seguir la fórmula higiénica que Spencer Tracy le regaló al protagonista de 'El problema final': «Llega al trabajo puntualmente, apréndete los diálogos, coge el dinero y regresa al hogar a las seis de la tarde»? Pérez-Reverte niega con la cabeza. «Imposible. Un buen actor no vuelve a casa: después de un papel importante queda marcado por él. Y los escritores igual, sin duda. Insisto en que cada novela es un aprendizaje, es como ir al colegio. Es como un profesor que te obliga a hacer, a leer, a pensar, a reflexionar. Eso ya no se te va de la cabeza. Yo no sería el mismo si no hubiera hecho 30 novelas».

Una relación nutritiva, pues, en ambas direcciones. En otro momento de la novela le dicen al protagonista que volver a interpretar el papel de Sherlock Holmes lo rejuvenece. ¿Le pasa lo mismo a Pérez-Reverte con la escritura? «Escribir una novela te mantiene despierto más que rejuvenecer, esa no es la palabra exacta, aunque ella lo utilice [al fin y al cabo, es una diva a la antigua usanza]. Es como el cazador: está todo el tiempo echando cosas al zurrón, pensando… O como ir en bicicleta: si dejas de pedalear te caes, por eso te obliga a pedalear todo el tiempo. Estoy seguro de que si no escribiera novelas estaría peor. No es que me rejuvenezca, porque la juventud no se puede recuperar, sino que retrasa el final; es un ejercicio continuo que te obliga a salir de la comodidad de la biblioteca, de las zapatillas, de la televisión, que te hace mirar a las mujeres de una forma…».

Se extiende en ese último ejemplo, el más universal y se diría que predilecto por la pasión que despliega. «Yo miro a una mujer guapa ahora y sé que si no fuera novelista la vería como la ve un abuelo, ya lejos de mí, con la melancolía de quien sabe que esa mujer es ya inalcanzable, porque ya no tengo la edad para acercarme a ella; pero como novelista sí puedo hacerlo. Esa mirada que estudia a una mujer guapa me mantiene los instintos, la lucidez, la necesidad de estar atento, porque aunque mi vida ya no lo exige, mi novela sí. En definitiva, el hecho de ser novelista me mantiene despierto frente a un mundo que a lo mejor ya no me interesaría tanto».  A cambio, se podría matizar, hay que lidiar con el síndrome del Quijote. Pérez-Reverte no tiene el menor problema en reconocer que no solo no le preocupa, sino que le encanta. «Hay un momento, cuando llevas mucho tiempo leyendo y escribiendo, en el que la frontera entre la vida y la ficción se borra. Te aseguro que para mí es tan real el Hans Castorp de 'La montaña mágica' como lo puedes ser tú. Me resulta muy agradable la sensación de vivir a mi edad [71 años] inmerso en un mundo hecho de literatura leída, vida vivida e imaginación, en el que a veces todo se confunde y no sabes si algo lo viviste, lo viste o lo imaginaste. Es una hermosa forma de terminar una vida larga».  

A sus 71 años, su aspecto físico y el vigor de su conversación no hacen sospechar que la caída del telón esté demasiado cercana. Más bien al contrario. Pérez-Reverte lleva ya cuatro meses en otra novela. Pero no se puede hablar algo de ella porque «no está terminada». Siempre hay algo en el horno. «Ahí juego con ventaja: no tengo problemas narrativos, nada de miedo a la página en blanco, lo que no tengo es tiempo para escribirlo todo. Mi única angustia es que moriré sin llegar a escribir muchas novelas que tengo en la cabeza. Ahora tengo que elegir con mucho cuidado lo que hago y lo que no hago». Buen punto final. Aunque ha quedado una pregunta en la recámara. Ya que estamos en el territorio de la novela problema, nos podemos permitir algo así como un epílogo más o menos explicativo. Al fin y al cabo, Pérez-Reverte lo hace en 'El problema final'.

Me llama la atención un motivo recurrente que puntúa la novela: el alcoholismo del que quiere escapar el protagonista, que este mismo conecta con la adicción de Sherlock Holmes a la cocaína. ¿Por qué ese énfasis en el talón de Aquiles del héroe? 

Porque ya no me creo el héroe perfecto. Ni yo ni nadie. El héroe redondo, impecable y de corazón puro ya no funciona, hace mucho tiempo que dejó de tener sentido en la literatura. Cuando releo las historias de ese tipo de héroe, les encuentro cosas en las que no caía de joven. A Robinson Crusoe, por ejemplo, ahora lo veo como un inglés arrogante, un hijo de puta racista que, cuando encuentra un amigo lo esclaviza para que sea su criado. Yo he conocido héroes de primera mano, por eso lo que creo no es producto de la teoría narrativa. Mis héroes lo son, porque los héroes existen, pero tienen la parte oscura que todo ser humano tiene, y yo la muestro, a veces de una manera muy descarnada.

https://theobjective.com/cultura/2023-09-19/arturo-perez-reverte-escritor-novela/

18 septiembre 2023

Así es Cristina Vittoria, la sobrina artista (y desconocida) de Arturo Pérez-Reverte

Nuria Hernández - revistavanityfair.es - 18/09/2023

Arturo Pérez-Reverte publicaba este fin de semana dos fotografías en su perfil de Twitter que han provocado miles de comentarios en la red social. “A esto lo llamo yo tener una sobrina guapa”, comentaba el escritor, que no suele hablar de su vida familiar, junto a las dos instantáneas de la joven. “Es mi sobrina Tisti”, añadía Arturo Pérez-Reverte ante la avalancha de preguntas de sus seguidores.

En 'Vanity Fair' hemos sabido que se trata de Cristina Vittoria, hija de la hermana del autor de 'La piel del tambor', y hemos podido hablar con ella sobre su carrera en el mundo de la música y la interpretación y sobre la relación que tiene con su tío. “Perez-Reverte es mi tío. Lo llevo ocultando años pero su tweet me ha delatado”, nos dice entre risas la actriz. “Siempre he querido llevar mi carrera por mi cuenta y hacer mi propio camino sin que se me asociara a ningún otro nombre que no fuera el mío ni aprovechándome de nada ni de nadie”, añade y reconoce que no se esperaba la repercusión que ha tenido el tuit de su tío.

Cristina Vittoria es actriz y cantante. Ha colaborado con un coro musical y el mundo de la música forma parte de ella desde hace años. De hecho, en sus redes sociales se pueden ver numerosos vídeos de ella cantando y haciendo covers. “Estudié Educación Infantil pero la vida me llevó a ser actriz y a cantar. Ahora estoy componiendo mis canciones y las iré sacando en breve”, nos dice. Además, la joven ha participado en algunas producciones cinematográficas como 'La vida que no es nuestra', en la serie noruega 'Historias de Noruega' y ha sido modelo en numerosos anuncios de publicidad.

Cristina Vittoria fichó además hace unos meses por 'Malinche', el grandioso musical que quiere ser una celebración del encuentro entre dos pueblos y sus culturas creado por Nacho Cano. “Mi personaje en el musical se llama Tendile –un personaje que en un principio iba a ser para un hombre– y es una azteca, consejera del emperador Moctezuma, que hila toda la historia de la llegada de Hernán Cortés a México”, revela. “Ahora quiero centrarme en el mundo del teatro, pero no descarto volver al cine”, añade. De hecho, en las instantáneas que subió Pérez-Reverte a Twitter se veía a su sobrina posando en el "photocall" del musical, que ha estrenado este fin de semana su segunda temporada en cartel y que contó con la presencia de la infanta Elena, con la que Cristina se fotografió.

“En mis inicios colaboré con la página web Zenda Libros, que la dirige Arturo. Me leía un libro al mes y luego me caracterizaba de un personaje femenino de ese libro y hacía un pequeño vídeo para una sección en YouTube que se llamaba 'Las mujeres de Cristina Vittoria'. Por ejemplo hice de Madame Bovary o de Milady de Los tres mosqueteros. Era una forma más de atraer a los más jóvenes al mundo de la lectura”, nos dice.

Aunque hasta ahora no se ha sabido que es la sobrina del escritor, la joven nos asegura que tiene una excelente relación con él. “Todo lo que sé del mundo de la cultura es gracias a él. Él me ha culturizado desde pequeñita. Le admiro muchísimo y me siento muy orgullosa de él. Como yo también escribo novela, no quería que la gente luego nos comparase porque él para mí es el más grande de todos los escritores vivos”, nos cuenta.

Por supuesto, la sobrina de Pérez-Reverte –que acaba de lanzar su último libro, 'El problema final'– se ha leído todos los libros de su tío y nos cuenta que sus preferidos son 'Los perros duros no bailan' y 'Falcó', obras escritas por el de Cartagena en 2018 y 2016, respectivamente.

https://www.revistavanityfair.es/articulos/cristina-vittoria-sobrina-arturo-perez-reverte-actriz-malinche

17 septiembre 2023

Locura por Pérez-Reverte

Locura por Pérez-Reverte

Pablo Portabales - lavozdegalicia.es - 17/09/2023

El autor de Alatriste viajará mañana a A Coruña para una firma privada de ejemplares de la novela «El problema final» organizada por Manuel Arenas. «Como casi no firma en ningún sitio, nos llamaron de toda Galicia y otros puntos de España porque querían reservar un libro», asegura Manuel Arenas. Mañana, Arturo Pérez-Reverte estará en A Coruña para dedicar en privado más de doscientos libros, lo máximo que puede abarcar. «Si no hubiese una cifra tope, no quiero pensar en la cantidad a la que llegaríamos», destaca Arenas, que tiene todas las reservas completas y ejercerá de cicerone del autor de 'El problema final'.

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/coruna/2023/09/16/locura-perez-reverte/00031694897813734730566.htm

Firma masiva de libros en A Coruña

Pablo Portabales - lavozdegalicia.es - 18/09/2023

Más que una montaña, una cordillera de libros se encontró el escritor. Como habían anunciado desde librería Arenas, Arturo Pérez-Reverte estuvo este lunes en A Coruña haciendo algo que no suele hacer, dedicar libros. Fue una firma privada. Reverte, Arenas y unos 200 ejemplares de 'El problema final', la última novela del autor. También había alguno de sus éxitos anteriores porque, como les contaba el domingo, la demanda fue impresionante. El escritor se pasó varias horas dedicando y firmando los libros a las primeras personas que lo habían reservado. Lo hizo en una sala del hotel Meliá María Pita. Acabó con el brazo como el Capitán Alatriste después de una dura pelea, pero con la satisfacción de haber hecho feliz a decenas de sus seguidores coruñeses y a los clientes de Arenas.

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/coruna/coruna/2023/09/18/firma-masiva-libros-coruna/00031695060884172801242.htm

16 septiembre 2023

"Desconfío de los novelistas que dicen escribir para mejorar el mundo"

Entrevista de Jorge Bustos - El Mundo - 16/09/2023 

El más leído de nuestros novelistas no habla nunca de escribir novelas, habla de "hacerlas", con orgullo fabril. Esa consumada artesanía se aquilata ahora con 'El problema final', la feliz incursión en el género detectivesco clásico de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), que enreda al lector en un juego perverso y elegante de la mano de un Holmes conradiano y un Watson español. Una novela magnética, técnicamente perfecta, que envasa la nostalgia no como una queja amarga sino como un aroma delicioso. Un retorno a la inocencia.

—Todo escritor tiende a pensar que su último libro es lo mejor que ha escrito. ¿Cuál es su listón interior, esa obra de referencia con la que se mide cada vez que se pone a escribir una nueva?

—Una novela corresponde a un momento y a una intención. No hay mejor novela como tal: cada una responde a lo mejor que puedes o quieres hacer en un momento dado. 'El club Dumas', por ejemplo, es una buena novela. 'El pintor de batallas' es mi novela digamos más seria, más densa, más importante como novela, pero cada novela me pide el momento en el que está escrita, así que no puedo decir si una es mejor o peor. Quizá mejor técnicamente sí, pero tu mejor novela no es tu última novela. Hay autores que están muertos y no lo saben: los mataron los lectores, o ellos mismos se suicidaron hace años, y no se dan cuenta. Por eso es tan importante estar pendiente de los lectores, pero no de los amigos, que nunca te dicen la verdad. Hay que salir fuera, mirar librerías, no encerrarte, mirar cómo te ven y darte cuenta de cuándo el lector, que es el juez auténtico, empieza a aburrirse de ti. Cuando un escritor dice "oye, es que a mí el público me da igual", o miente o no se entera, porque el público es tu espejo, aunque el lector de verdad no enjuicia una novela sino una obra en su conjunto.

—¿Importa más el público que la crítica?

—La crítica es un juego de vanidades y de simpatías, nada más. Si un escritor se guía en su trabajo por lo que la crítica positiva o negativa dice está listo. Es el público. Y no hablo del número, ojo, hablo de la reacción de los lectores porque el escritor que está vivo tiene un retorno. Hay escritores para un sector: las mujeres, los jóvenes, los señores de tal ideología... Yo tengo la suerte de que me leen desde los 18 hasta los 90 años, y además en cuarenta países. Sentarte ante ese público tan diverso, intentando seducirlo, convencerlo y fidelizarlo, es un trabajo que no depende de la inspiración del talento, es un oficio. Esa es mi actitud frente a la literatura. Siempre digo que yo no soy un artista, sino un tipo que cuenta historias, un artesano. El artista es otra cosa. Pero a veces la vanidad del escritor, su necesidad de sentirse reconocido intelectualmente, le impide ver la realidad profesional y lo aparta de una actitud más práctica y más útil y más necesaria.

—Hoy reivindica la novela problema frente a la novela negra, el cerebro frente al músculo, por así decir, pero los autores de novela negra dirán que su género es superior porque sus personajes son más complejos, más densos, más literarios.

—¿Y quién decide qué es más literario? ¿'La isla del tesoro, o 'Los tres mosqueteros', o 'El asesinato de Roger Ackroyd', que es una obra maestra, son menos literarios que 'Ana Karenina' o Kerouac? Pues no sé qué decirte. Y después hay otra cosa: existen las reglas. La novela policial nace como un enigma. Agatha Christie es eso. Con ella la novela problema se pone de moda, y todo el mundo se pone a imitarla, y claro, destrozan el género. Entonces se produce una reacción, que es la novela opuesta, la novela sucia, la novela criminal americana a lo Hammett, Chandler o Simenon en Francia. Y ocurre lo mismo: se abusa tanto de ella que la gente se aburre, y llega la novela de espías, Ian Fleming o Le Carré, y también se abusa de ella. ¿Y qué pasa ahora? Hay otra vez un exceso de novela negra. El policial negro nórdico hizo muchísimo daño. Por eso, si tú a Agatha Christie le metes densidad psicológica estás destrozando la novela policíaca, porque su objetivo no es trabajar las emociones sino el método: que el lector se enfrente al cómo no al por qué ni al quién. Hay un canon, y yo no puedo transgredirlo sin destruir el concepto. Una novela policial de quinientas páginas no puede funcionar nunca. Tiene que ser escueta. Diálogos breves. Si alteras eso, ya es otro tipo de novela. Yo planteo un duelo no entre el detective y el asesino, sino entre el autor y el lector.

—En la elección de este género y en su factura hay una opinión estética contracultural. ¿Un voluntario exilio interior hacia el pasado elegante?

—Más que huida es atrincheramiento, porque yo nunca me he ido de ahí. A mí me educan unos abuelos nacidos en el siglo XIX. Mi biblioteca está llena de clásicos. A mí lo que me seduce es sumergirme en una historia durante un año y convivir con unos personajes, y necesito que ese mundo sea confortable. Yo quiero vivir ese año leyendo libros agradables, conviviendo con gente elegante que se pone corbata y dice "buenos días" y "por favor", habla de usted al otro y se sienta y discute y razona y piensa. Esta novela es un ejercicio para ver cómo puedo atraerme al lector de hoy sin traicionar mi manera de entender el mundo y la vida la literatura. Le propongo recuperar el placer del viejo estremecimiento intelectual. No hay un disparo ni una persecución. No hay violencia. No hay ni un puñetazo. Todo es gente hablando. Está llena de guiños al cine clásico porque es mi conformación intelectual. Yo elijo el campo. No estoy dispuesto a congraciarme con el lector de ahora sino que quiero que el lector de ahora se venga a mi terreno.

—No es casual que la acción suceda en Grecia, cuna de un Occidente que usted ve en decadencia. ¿Ante la llegada de los bárbaros hay que refugiarse en el arte, como hacían los refinados artistas del último período helenístico?

—Ahí hay un peligro, que es la afectación snob, gente que se convierte en una especie de caricatura ridícula de lo que pretende reivindicar. Hay que tener mucho cuidado con eso, porque en este mundo es muy fácil hacer el ridículo. El error es aislarse. Yo no hago mi trabajo desde una torre de marfil, yo no estoy por encima sino al lado, que es diferente. Mi amigo Javier Marías creía posible aislar su mundo de la realidad, pero para mí no es posible: el mundo es tu mundo y debes negociar todos los días con la realidad. Mis novelas mantienen todas ellas el aroma, el tono, pero siempre interactúan con la realidad. Por eso imagino que funcionan. Si no, me leerían solo los de mi quinta. Estoy consiguiendo mantener ese vínculo, aunque cada vez me cuesta más entender el mundo actual. 

—Quizá el género detectivesco clásico vuelve a estar de moda. Ahí están 'Puñales por la espalda' o 'Solo asesinatos en el edificio'. No me extrañaría que quisieran llevar esta novela a la pantalla.

—Ya me han hecho alguna petición, pero cuando escribo no estoy pensando en el cine nunca.

—Su protagonista es un modelo de racionalismo y autocontrol que choca con el arquetipo del detective de novela negra. ¡Ni siquiera bebe alcohol!

—Cuando era jovencito descubrí muchos autores, pero Joseph Conrad es el único que envejece conmigo. Ahí yo descubrí un tipo de héroe, no siempre un héroe intelectual ni siquiera inteligente, un Lord Jim o capitán Lingard. Me seduce ese tipo de hombre dueño de sí mismo, capaz de afrontar la desgracia o la felicidad con ecuanimidad, con estoicismo, con entereza. Yo llego a la vida con esos héroes de Conrad en la cabeza, y me voy a buscarlos, y me los encuentro en la guerra, y me convierto en uno de ellos, ese tipo de personaje que mantiene la sangre fría en el ojo del huracán. Por eso mi Holmes no solamente se beneficia de Conan Doyle: es un hombre conradiano pasado a través de mí.

—En sus novelas las mujeres son más complicadas que los hombres, pero ¿no es la complejidad femenina un tópico literario? ¿O así las ve usted?

—Es que es la verdad. Cualquiera que tenga hijos, chicos y chicas, sabe de qué estamos hablando. La mujer es mucho más compleja por razones de tipo biológico, genético, evolutivo y social. El hombre la ha obligado a tener un papel marginal, y en esa marginación la mujer necesita desarrollar un montón de habilidades para sobrevivir a los hijos de puta de los hombres. Eso ha generado una complejidad defensiva que el hombre no necesitó nunca. Hablo en general. Claro que hay mujeres simples y hombres complejos, pero hasta las mujeres simples tienen esa complejidad instintiva, sin ser conscientes de que la tienen, y a mí eso me interesa mucho literariamente. En mis novelas no hay una sola mujer que no sea un personaje interesante.

—Watson es Foxá, un autor español de novelas baratas que ofrece el contrapunto metaliterario: enseña los mecanismos de la novela mientras la novela se va desarrollando ante nosotros.

—Es un personaje utilitario completamente. Necesitaba un contraste para aportar la información que no puede agregar el narrador. Una novela limpia, descarnada y puramente policial tiene unas obligaciones ineludibles, y una de ellas es que la trama se desarrolle no a través del narrador sino de la tensión dialéctica que se crea entre los personajes. Foxá era fundamental para eso. Al ser un novelista que ha leído mucho género policial, expone un montón de ideas que permiten entender y también despistar. La novela es un continuo juegos de engaños. ¿Sabes que la mandé a la editorial sin el último capítulo y nadie acertó el desenlace?

—La novela quiere volver a la edad de la inocencia, casi de la credulidad. ¿Le preocupa que cueste más alcanzar ese pacto con el lector joven de hoy?

—El lector de novela policial clásica era ingenuo. El de ahora no lo es, ya ha visto mucho cine, mucha televisión, y hay dos maneras de trabajar eso: una es utilizar lo que sabe el lector para tenderle trampas perversas, y la otra es la complicidad con el lector más cualificado, el codazo, el guiño. Le invitas a suspender su incredulidad y jugar al juegos los dos juntos para que disfrute tanto como yo al escribirla. Esas dos vías se han juntado en esta novela. Quizá el lector cómplice disfruta más porque estoy apelando a su memoria, a lo leído, a lo recordado. La novela también trabaja esa nostalgia de una manera noble.

—Hay también una resonancia cervantina en la pareja protagonista: Foxá y Basil, de tanto leer novelas policíacas, acaban adoptando los papeles de Watson y Holmes a partir del primer asesinato, y esa locura hace avanzar la trama.

—Eres el primero que me lo menciona, pero es verdad,  en mi cabeza estaba presente. Es que esa dialéctica narrativa la inventó Cervantes: el diálogo como tensión narrativa, la dialéctica moderna. En 'Hombres buenos' hice lo mismo, incluso físicamente: el alto flaco y el pequeñito, y además es que un diálogo bien trabajado es muy eficaz: te ahorra descripciones, te permite ir a lo fundamental y dejar fuera lo superfluo.

—Una novela de género tan pautado requiere una precisión de relojero. ¿Ha sido su libro más exigente desde el punto de vista técnico?

—Llevo haciendo novelas treinta años y leyéndolas sesenta y cinco. Tengo cierta familiaridad con los mecanismos narrativos. Esta novela no me habría salido hace veinte años. He saqueado sin escrúpulos un siglo de literatura policial, he metido todos esos trucos en la coctelera y la he agitado como un barman. Los materiales no son míos, porque Agatha Christie ya contó todas las situaciones posibles. Lo que es mío es la manera de disponer el material para que todo encaje y no sea una mera imitación. Mi mérito es ese, y ha sido de las más exigentes, sí, junto con 'Un día de cólera', donde tenía que ensamblar doscientos ochenta personajes reales.

—Ha escrito una novela pero quizá también un tratado sobre el arte de hacer novelas, y el primer mandamiento de ese tratado es respetar el deseo de entretenimiento del lector.

—Mi misión como escritor no es hacer mejor el mundo ni ayudar a la gente. Desconfío instintivamente, por la edad que tengo, de los novelistas que dicen escribir para mejorar el mundo. Yo cuento una historia, y quien quiera que venga. No escribo para que los lectores sean felices, escribo porque me gusta y porque si me leen me permiten la libertad de seguir escribiendo, haciendo mi trabajo. El placer es mío. Si lo comparten, genial, y me alegro, porque además vivo de eso, pero es una consecuencia, no el objetivo.

—Pero eso no es del todo verdad: usted escribe para hacer feliz al lector, ese es su móvil.

—Hoy no es mi móvil, no es verdad, es una consecuencia que me encanta y que aplaudo, pero yo escribo para hacerme feliz a mí, no al lector. El lector es un amigo que comparte esa felicidad, pero mi objetivo es amueblar durante un año y medio un mundo a mi gusto, en el que me libero de la actualidad, Sánchez, Trump, Marruecos, la guerra de Ucrania... Como ser humano nada de eso me da igual, naturalmente, pero a la hora de escribir estoy en mi mundo, y cuando termino un libro lo entrego, lo olvido y empiezo otro.

—En pocas novelas como esta hay una celebración tan evidente del puro placer narrativo.

—El juego es fundamental. Yo soy un crío todavía, como el que era cuando iba a ver una película y me disfrazaba y jugaba a ser pirata y la vecina era la princesa Tal. Vivía en ese mundo fascinante de imaginación y no lo he perdido, sigo jugando. Escribir una novela de este tipo es jugar y mostrar también los mecanismos del juego. Le digo al lector que venga a jugar conmigo. Escribir novelas es disfrazarse de indio, de vaquero, de astronauta. Soy un niño que sigue jugando sesenta y cinco años después. ¿Tú sabes la suerte que tengo?

15 septiembre 2023

"Solo los tontos o los pedantes diferencian entre la alta y la baja literatura"

Entrevista de Álvaro de Luna - esquire.com - 15/09/2023

Quedamos con el periodista, académico de la RAE y escritor Arturo Pérez-Reverte con motivo de la publicación el pasado 5 de septiembre de su última novela —y van más de 30— que lleva por título 'El problema final' (editada por Alfaguara). Una novela-problema, como a él mismo le gusta definirla, ambientada en 1960 y que tiene como protagonista a Ormond Basil, un actor cuya mayor gloria fue interpretar en quince películas al archiconocido detective Sherlock Holmes. Ahora Basil se encuentra junto a una serie de variopintos individuos en la isla griega de Utakos sin ninguna escapatoria debido al mal tiempo. Cuando una de las huéspedes es asesinada el resto de personas allí también encerradas le encomendarán investigar el posible crimen dada su experiencia dando vida al personaje que nació en la mente de Conan Doyle.

Nos citan desde la editorial en una habitación del Hotel Palace de Madrid, frente al Congreso de los Diputados. Es 12 de septiembre, el bochorno en la calle es notorio, el sol irradia con fuerza y periodistas de diversos medios de comunicación están alerta en torno a la Cámara Baja a la espera de algún diputado. La actualidad política en España es un hervidero estos días (¿acaso ha cesado de serlo desde el último año?), esa misma actualidad de la que nuestro entrevistado prefiere no atender demasiado. "A mis 72 años hay cosas que me importan más ", nos dice. Como su última novela está repleta de citas literarias, esta entrevista también lo estará, extraídas en su mayoría de 'El problema final'. Tratamos con Pérez-Reverte de muchos asuntos —algunos de ellos soslayados por él con galantería— como la literatura, el cine, los premios, las guerras o la fama. 

—Ya había utilizado con anterioridad ingredientes de la novela policiaca en títulos como 'El club Dumas', por ejemplo, pero nunca había escrito una novela enmarcada al completo en este género.

—Ni tenía intención de hacerlo. Lo que ocurre es que me di cuenta que en los últimos tiempos se había producido una saturación de novela negra, en especial de la nórdica, que ha hecho mucho daño y de la que se han realizado muchas imitaciones. Lo mismo ocurrió en su momento con la novela-problema: el exceso provoca la saturación. Yo me pregunté si era posible que un lector de ahora, que ha leído novela negra moderna y ha visto mucho cine, disfrutaría con una novela-problema a la manera antigua canónica. ¿Es posible utilizar los elementos de la novela policial clásica o novela-enigma para un lector moderno? Y este fue el desafío. Entonces acudí a la literatura antigua y a los clásicos de este género, los cuales saqueé sin escrúpulos, los leí estudiando y buscando trucos y mecanismos narrativos y los apliqué para un público de ahora.

—¿Y cuál es ese público de ahora?

—Por una parte está el lector ingenuo, el que no ha leído ese tipo de novela y que se encuentra, por tanto, con un género nuevo, que no tiene nada que ver con el actual. Paradójicamente, lo antiguo viene a ser lo nuevo. Y por otra parte, está el lector que más me interesa, que es el que sí conoce el género, el lector cómplice que sabe, que conoce los trucos. Y yo sé lo que sabe, con lo cual intento tenderle trampas con lo que sé que conoce y será objeto de una estrategia perversa, un juego de partida de ajedrez entre autor y lector. Este era uno de los grandes objetivo que tenía antes de comenzar a escribir la novela.

—«En un relato policial siempre hay tres misterios clásicos: quién es el culpable, cómo lo hizo y por qué. El porqué y el quién suelen ser menos importantes, porque en la verdadera novela-problema, al autor y al lector inteligentes lo que de verdad interesa es cómo se hizo». Es un diálogo extraído de 'El problema final'. ¿Eso piensa acerca de la novela-problema?

—Hay novelas negras que ahondan en la psicología del personaje que son muy buenas. 'Crimen y castigo', de Dostoyevski, es una novela policial, por ejemplo. Y las de Simenon son novelas policiales en las que el factor psicológico es muy importante. Pero a mí me interesaba más volver a la fuente original, a la novela-problema original en donde la emoción era lo de menos. Incluso el quién y el por qué eran lo de menos, porque lo que importa es el cómo. Yo he hecho una novela ajustada a este canon clásico en donde al lector lo que más le interesa es el cómo se hizo.

—«En las historias policiacas clásicas, donde se plantea un problema, la profundidad psicológica perjudica más que beneficia (…). No cabe ahí, porque en esa clase de relato es necesario que el novelista olvide cierto concepto de la literatura y se centre en otros aspectos».

—La novela policiaca clásica tiene unas normas. Tú le metes cien páginas más a una novela de Agatha Christie o de Conan Doyle y la revientas, porque hay una manera adecuada de contar estas historias. Querer introducir emociones psicológicas aquí hace que se transforme en otro tipo de novela, que puede estar muy bien, pero ya no es la novela-enigma clásica. Aunque el contenido sea mucho más perverso porque yo escribo ya para un lector diferente y también soy un autor diferente, en cuanto a la estructura general, diálogos y descripciones breves me he ajustado al canon.

—¿Existe la alta y la baja literatura?

—No, todo es alta literatura, eso de baja y alta es mentira, porque tan alta es una novela de Agatha Christie como una de Balzac o de Galdós.

—¿Y cómo definiría la literatura que hace el personaje de Foxá en su novela?

—Foxá es un autor de novela policial barata, de quiosco, pero el tío sabe mucho. Es que una novela barata de quiosco también hay que saber hacerla. Hubo gente en España como Mallorquí o aquellos que firmaban con nombres extranjeros que ganaron muchísimo dinero y obtuvieron gran éxito porque escribieron novelas muy buenas. Una novela no es mejor porque sea más compleja, más profunda, emocionalmente más intensa o psicológicamente más desarrollada, sino que una novela es buena si está bien contada para el público a quien va destinada. A un público que lee novelas del Oeste se sentirá decepcionado si le introduces un filósofo en una de estas novelas, le revientas sus expectativas. Por tanto, en cada género de novelas hay obras maestras, y estas pueden ser de quiosco o súper exquisitas. Yo en este asunto no tengo complejo alguno, nací en una casa que tenía dos bibliotecas. La de mi abuelo paterno era una biblioteca clásica, estaba Stendhal, Galdós, Balzac, Dostoyevski, Cervantes, Homero, Virgilio, Píndaro, Terencio… Y la biblioteca de mi abuela paterna, que por cierto era una mujer muy moderna, muy activa, muy de su tiempo y muy empoderada ya, albergaba novelas de tipo policial, novela negra, novela de enigma, "best sellers" americanos… Para mí las dos bibliotecas fueron muy importantes, leí de las dos por igual, y es por eso por lo que nunca hice de pequeño distinción entre una novela y otra, todo era literatura. Por eso en mis novelas hay una mezcla de literatura compleja y de literatura simple. Esta es mi manera de contar, porque soy fiel a mis lecturas originales.

—Son muchos los autores desprestigiados a lo largo de la historia por escribir novelas populares, de bastante éxito entre la población.

—Solo los tontos o los pedantes dicen “esto es baja y esto alta literatura”. No se puede afirmar, por ejemplo, que es baja literatura 'El asesinato de Roger Ackroyd', que es la mejor novela que ha escrito Agatha Christie, porque es tan buena en su género como puede serlo 'La montaña mágica', de Thomas Mann, solo que son novelas diferentes, en registros diferentes y para públicos diferentes. Hay tontos o esnobs que no admiten, que no consiguen entenderlo, pero es así.

—Dice Foxá en el libro: «La novela que llamamos negra, más innovadora, arrinconó los enigmas elegantes». ¿Opina así de la novela negra actual?

—Para resolver un enigma inteligente en una novela-problema hace falta hacerlo de manera casi matemática, con más razón y reflexión que músculo, acción, puñetazos, tiros, persecuciones… Este tipo de novela se pone de moda con Edgar Allan Poe, Conan Doyle, Agatha Christie, Gaboriau, Futrelle, John Dickson Carr, Ellery Queen, Erle Stanley Gardner… y en un momento dado se satura y comienzan a publicarse novelas malas. Y aparece la novela negra con Hammett, Chandler o Simenon, en la cual ya no importa tanto el cómo se hizo sino el quién y el por qué lo hizo. Se trata de una novela más psicológica, con personajes como el policía corrupto o el asesino con el que podías ponerte de su parte. Entonces este modelo de novela también se puso moda y de nuevo se saturó. Y entonces se pasó a la novela de espías como las de James Bond y también se saturaron. Las modas han ido cambiando poco a poco y ahora, como decía, hay un exceso de novela negra. En vista del panorama, me apetecía volver a la novela-problema pero para un lector de ahora.

—¿Lee novela negra contemporánea?

—Ahora debo decir que no, pero hasta hace poco sí que la he leído y muchas de ellas son muy buenas. Digamos que mi interés por la novela negra contemporánea termina con Patricia Highsmith, con Chandler, con Hammett… Sí es cierto que algunas que han escrito amigos míos las he leído, pero ya me interesan menos. Novela policial de la de antes sí leo mucho.

—«Ocurre con el cine y la literatura: cuanto más fieles a la ficción son los relatos que apelan a un pacto cómplice con el lector más valiosos se vuelven. Demasiada realidad acaba traicionándolos». ¿No le gusta el "cinéma vérité" o el neorrealismo italiano?

—Claro que me gusta, he visto muchísimas películas y tengo en casa una buena videoteca. Porque me guste una cosa no tengo porque excluir la apuesta. Lo que ocurre es que cada uno tiene sus preferencias, y yo prefiero la película 'Centauros del desierto' a 'La rodilla de Clara'.

—¿Y en el caso de la literatura con respecto a lo que se ha denominado como autoficción? ¿Le interesan autores como Annie Ernaux, Vivian Gornick, Emmanuel Carrère, Karl Ove Knausgård?

—No, me interesan mucho menos. Yo tengo 72 años, he leído mucho en mi vida y me han pasado muchas cosas, y uno ya en su etapa final tiene claro lo que le interesa y lo que no. Ahora prefiero mirar hacia atrás. Sin embargo, por ejemplo, el otro día vi 'The Equalizer 3', con Denzel Washington, que es buenísima, y me encantó, o también he visto 'Oppenheimer'. Pero mi placer, mi felicidad, es sentarme a ver una película de John Ford o leer una novela de Patricia Highsmith, de Agatha Christie o de Conan Doyle. Yo vivo en mi mundo. No le doy la espalda, no estoy rechazando lo nuevo, pero dedico más tiempo a releer novelas que leí con quince o veinte años, ahora con una mirada distinta, que a descubrir cosas nuevas.

—«Nunca hasta este momento (…) había comprendido la fuerza intensa que la ficción puede alcanzar entre los seres humanos», afirma Malerba en la novela. Leyendo 'El problema final' uno tiene la sensación de que con mucho cine visto y mucha literatura leída se es capaz de desenvolverse por el mundo bastante mejor. Su novela es también una alabanza a la importancia de la ficción en nuestras vidas.

—Claro. Pasa una cosa, y es que la vida está llena de situaciones que para un joven son imprevistas. Los que somos viejos o lo que hemos leído sabemos que todo ha ocurrido ya. La literatura ayuda a prevenir, a comprender, a resolver incluso. El problema que hay hoy día es que al privar a los jóvenes del pasado, al privarlo de los mecanismos narrativos, inductivos e intelectuales del pasado les impides comprender el presente. Entonces, la ficción ayuda a comprender. No mejora la vida, porque leer a Thomas Mann, a Agatha Christie, a Virgilio o a Homero no hacen mejor el mundo, pero te ayudan a comprenderlo, hacen que el mundo te duela menos, que todo lo sitúes en su sitio. La ficción no cambia el mundo, pero te cambia a ti frente al mundo. Y en un mundo como este, tan caótico, cada vez más desgarrado, confuso, con las redes sociales machacando y confundiendo a la gente, tener un bagaje literario que te permita entenderlo mejor es un privilegio. Por eso me dan tanta pena las personas que no utilizan esta herramienta, que van por la vida desorientadas sin darse cuenta que en una biblioteca tienen al menos veinte clásicos que le ayudarán a comprender y hasta a sobrevivir intelectualmente en el mundo confuso que nos viene encima.

—Usted lo ha comprobado de primera mano.

—Cuando era reportero y fui a las primeras guerras yo había leído mucho, llevaba además libros en la mochila. Cuando llegaba a Beirut o veía las matanzas en El Salvador, en Nicaragua, o cómo torturaban a un tío en Angola no me volvía loco, porque el haber leído me permitía comprender al ser humano y soportar todo aquello. Era la demostración física de lo que había leído y me consolaba. Si te enfrentas a todo eso sin esa preparación previa te encuentras desconcertado, como pollo sin cabeza. La literatura te prepara para el mundo. No es lo mismo, por ejemplo, entender el actual terremoto de Marruecos habiendo leído a Voltaire cuando habla del terremoto de Lisboa que sin haberlo leído.

—Es un gran lector, y en sus artículos ha reflexionado mucho sobre sus autores favoritos (Conrad, Verne, Camus, Cervantes, Doyle…) y los libros que han marcado su vida. También ocurre con el cine. En esta misma novela cita muchos libros, películas, autores, directores, actores… ¿Se ha planteado escribir algún ensayo sobre literatura o cine?

—No, yo soy novelista, un tipo que cuenta historias, un artesano. No soy un teórico de la literatura ni un talento especial, ni siquiera soy un artista. Yo construyo historias eficaces e intento que sean lo más eficaces posibles para un público que no es español, sino que es de cuarenta países y con edad muy diferente. Yo sí pienso en mis lectores cuando escribo una novela porque sé que son muy diversos y quiero pensar en todos. Así que bastante tengo ya con esto como para ponerme ahora a teorizar. Sin embargo, en novelas como esta el lector cualificado descubre claves ensayísticas o teorías narrativas que les puede servir. Pero mi intención no es educar, no es hacer un mundo mejor, sino contar historias.

—Ayer fue 11 de septiembre, una fecha en la que se conmemoran grandes acontecimientos históricos tanto a nivel nacional como internacional. También ayer se cumplió un año del triste fallecimiento de su amigo Javier Marías. «Que haya muerto sin el premio Nobel le quita mucha categoría al Nobel», dijo usted cuando murió. ¿Cree que hay algún autor o autora en España que merezca hoy día tal galardón?

—(Reflexiona silencioso durante varios segundos). No, no lo hay. Ni en España ni en Europa. Y no premiar a Marías fue una vergüenza. Desde mi punto de vista, el Nobel hace mucho tiempo que ha dejado de ser algo importante. Se ha convertido en otra cosa, en una operación de tipo comercial, social, que nada tiene que ver con los méritos reales.

—¿No piensa entonces que el Nobel de Literatura establezca el canon literario en la actualidad?

—No. Mira la lista y mira las ausencias. Los premios, en general, no me interesan. En España yo no tengo ninguno, ni tampoco me he presentado nunca a alguno. Dejemos este tema.

—«Es rehén de su propio papel, de esa imagen del detective por excelencia que sus películas nos dejaron a todos. Así que no puede elegir», le dice la dueña del hotel al protagonista en un momento del libro. ¿Se ha sentido alguna vez rehén de esa imagen que muestra en sus artículos o en sus tuits?

—No, yo soy un hombre libre. Mis lectores, ya sean españoles, polacos, rusos, colombianos o franceses, me hacen libre. Puedo despertar odios o amores, los dos igual de injustificados, pero no estoy condicionado por eso. No tengo una presión social, aunque se ejerza sobre mí no tengo la necesidad de defenderme ante ella. Soy demasiado mayor, si tuviera 20 ó 30 años quizás sí, pero llevo escribiendo 35 años, los lectores me conocen de sobra. He escrito crónicas, reportajes, artículos cada semana… Está todo ahí, quien me conoce me conoce muy bien y quien no me conoce no lo va a hacer ya.

—Ya que ha citado por segunda vez sus crónicas de guerras, ¿está siguiendo de cerca la guerra entre Ucrania y Rusia?

—No mucho. Realmente, la actualidad del mundo la sigo muy poco. Hay cosas que me importan más que la guerra de Ucrania, aunque suene raro.

—Sigamos con las citas de su libro. «La humanidad no es sino un grupo desamparado en demanda de alguien que ofrezca esperanza física o espiritual».

—Sí, y eso es bueno y es malo. Sobre todo porque en momentos de crisis hay líderes que se hacen con el mando de las masas y no siempre son líderes honrados. Esa tendencia de la gente a buscar amparo, liderazgo o protección es buena, pero también puede llevarnos a lugares oscuros y muy malos. Ha ocurrido ya, con el nazismo, y hay muchos ejemplos en la historia. Por eso debemos ser siempre muy prudentes con aquellos que se ponen a la cabeza de los movimientos populares.

—Explicaba hace poco en un artículo en 'XL Semanal' la razón por la que últimamente ya no escribía sobre política actual. Yo le pregunto, ¿cree que habrá investidura o elecciones?

—No sé de qué me estás hablando.

—Entonces del caso Rubiales ya ni hablamos, ¿no?

—(Ríe). Es que de baloncesto yo no entiendo, no tengo la menor idea sobre este deporte.

—No han pasado ni siete días desde que saliera a la venta y ya se ha colocado 'El problema final' como número uno en la lista de libros más vendidos en España.

—Eso de los número es muy relativo. Mañana puedo estar en el dos, en el cinco o en el seis. Eso es muy simple, temporal y aleatorio. Lo importante es que los lectores, aquellos que me llevan leyendo toda la vida y me son fieles, no se sientan decepcionados. La presión es acertar, no equivocarme; que mi lector, que es mi amigo, porque un lector es un amigo, no diga “este año Reverte me ha dejado tirado”. Lo único que me importa es no decepcionar al lector, lo demás no, yo tengo la vida resuelta hace mucho tiempo.

—Pero se sentirá satisfecho de ser un autor tan leído y admirado, ¿no?

—¡Por supuesto! Me encanta leer libros y que se publiquen en cuarenta países, cómo voy a renegar de todo eso. Pero sinceramente, no es tan importante.

—¿Volveremos a leer otra novela-problema de Pérez-Reverte?

—No creo. Mi misión está cumplida, prueba superada. Ya está. Ahora estoy con otra cosa que no tiene nada que ver con esto. Además, yo no sé lo que me queda como novelista, si un año, si dos, diez…

—¿Se ha planteado escribir unas memorias?

—No. Mis memorias están escritas ya. En mis artículos y en mis novelas están mis memorias. En 'Territorio comanche', en 'El pintor de batallas' o en mis artículos, donde cuento continuamente historias personales. Otra cosa es que alguien algún día las recopile, pero yo las he escrito ya.

—Entonces, algo de autoficción ha escrito Pérez-Reverte.

—No es autoficción, es realidad. Curiosamente, mis novelas están llenas de realidad. La vida que llevé me ha ayudado a construir mis novelas. En ellas afloran continuamente mi vida y las vidas de gente que conocí, pero estas están vestidas de literatura. No, yo no hago ficción con mi vida, es mi vida la que aflora en la ficción.

—¿Le da vértigo cuando publica una nueva novela, o uno se termina acostumbrando?

—Yo escribo todos los días. No tengo presión alguna, ni la editorial me presiona ni nadie lo hace. Tengo 72 años, 33 novelas publicadas, una biografía bastante movida, ¿qué vértigo me va a dar? Eso sí, el temor a que los lectores no les guste la novela existe siempre. Por eso intento hacerlo lo mejor posible. Yo nunca estoy seguro de nada, cada novela es una apuesta que haces. Si me equivoco, intentaré no equivocarme en la siguiente.

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