17 junio 1982

Clima de tensión nacional

Pueblo, 17 de junio de 1982

¿Qué va a pasar ahora? Esa es la pregunta que se formula una Argentina a la que el discurso pronunciado por el Presidente Galtieri ha llegado tarde, mal y, además, no ha convencido. Cuando se esperaban las explicaciones sobre los porqués de una derrota; cuando los padres, hermanos, esposas e hijos de los soldados argentinos en las Malvinas aguardaba que alguien les dijera exactamente cuál es la situación de sus seres queridos; cuando lo que todos quería saber era si —como Londres asegura— en las Malvinas hay 15.000 prisioneros. Mientras aquí ni siquiera se ha pronunciado oficialmente las palabras “derrota” y “rendición”, el primer mandatario de la nación se limitó a dirigir al país una serie de promesas que, si hace unos días habrían sido bien recibidas, ayer sonaban demasiado a propósito para calmar los ánimos excitados por el desastre malvinense. 

“Teniendo en cuenta la opinión de los distintos sectores del quehacer nacional, revisaremos y corregiremos todo lo que sea necesario en política interna y externa —dijo Galtieri—, rescataremos la República, reconstruiremos las instituciones, restableceremos la democracia”. Todo este atractivo programa político que surge inesperadamente tras la derrota, en lugar de haber surgido mientras tenían lugar el sacrificio y la batalla, vino acompañado por la conminación a Gran Bretaña —conminación insólita en estos momentos— para que “resuelva su actitud frente al conflicto”, indicando que Londres tiene ahora dos posibilidades: aceptar que la situación de las islas no sea ya la misma que hasta el día 2 de abril y negociar o restaurar el régimen colonial, con lo que no habrá seguridad ni paz definitiva, y recaerá sobre ella la responsabilidad por profundizar el conflicto”. 

Sobre las vicisitudes del desastre, cuando todos esperaban una explicación realista y técnica, en el sentido más o menos de aquel histórico y sincero “tenemos que aceptar lo inaceptable”, Galtieri ofreció un discurso retórico, aludiendo una vez más a la “abrumadora superioridad de una potencia apoyada por la tecnología militar de los Estados Unidos, sorprendentemente enemigos de la Argentina y su pueblo”, terminando al señalar que “la dignidad y el porvenir son nuestros, y ello nos dará la paz y la victoria”, lo que suena hermoso, pero no compromete a nada. 

Mientras estas palabras eran difundidas por los altavoces de la plaza de Mayo, todavía humeaban en ella las carcasas incendiadas de unos autobuses y el olor a gas lacrimógeno no se había disipado todavía. En efecto, tras una llamada oficial, y un tanto ingenua al “pueblo” argentino a concentrarse en la plaza de Mayo para escuchar el discurso del Presidente, los congregados manifestaron pública y sonoramente su disconformidad con la gestión gubernamental. Una dura represión policial y la actividad de grupos armados con cócteles molotov desembocaron en violentísimos enfrentamientos, que convirtieron el centro de Buenos Aires en el escenario de una batalla campal: balas de goma, barricadas, autobuses incendiados, granadas lacrimógenas, detenidos y heridos entre fuerzas del orden y manifestantes, incluyendo el apaleamiento, tanto por manifestantes como por policías, de periodistas nacionales y extranjeros, a los que también, por lo visto se les atribuyen responsabilidades por lo ocurrido en las Malvinas. 

Mientras tanto, el ministro de Asuntos Exteriores, canciller Costa Méndez, a quien las gestiones de paz en las Naciones Unidades dieron, desde hace un mes, una altísima popularidad de cara a la opinión pública argentina, proponía al Presidente Galtieri la dimisión de todo el Gobierno tras los acontecimientos del Atlántico sur, y es posible que, a pesar de iniciales desmentidos, las próximas horas o los próximos días traigan alguna novedad en este sentido. 

En el resto, mientras crecen serios rumores respecto a la existencia de graves divergencias entre el Ejército de Tierra, por una parte, y la Marina y la Aviación, por otra, Buenos Aires seguía viviendo ayer un clima extraordinariamente tengo y enrarecido, mezcla de temor y de amargura por el presente y por el futuro. En resumen, la Junta Militar argentina y el Gobierno de la nación no parecen estar en su momento de máxima popularidad. Y el país, exasperado por una derrota que ni digiere ni entiende, tiene la sangre caliente. 

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/CLIMA%20DE%20TENSION%20NACIONAL.pdf

16 junio 1982

Galtieri oculta la derrota

Pueblo, 16 de junio de 1982

La derrota de las Malvinas no ha despertado precisamente la locuacidad de los altos jerarcas militares argentinos. Ayer, en Buenos Aires, mientras los padres de los combatientes que se manifestaban en la plaza de Mayo eran dispersados con gases lacrimógenos, el protagonista era el silencio oficial. El último parte militar había sido emitido a las 4:30 de la madrugada, confirmando la rendición entre el comandante de las fuerzas británicas y el de las argentinas, y la redacción de un acta “en la que se establecen las condiciones de cese el fuego y retiro de tropas”. Nada más. Sin embargo, a esas horas ya todo el mundo sabía en Buenos Aires que se vivía la derrota total, sin paliativos, y que reporteros británicos ya transmitían a Londres crónicas desde el interior de una ciudad que vuelve a llamarse Port Stanley. Y mientras los miembros de la Junta Militar seguían reunidos a puerta cerrada en el más total hermetismo, todo el angustiado país estaba pendiente de la radio y la televisión, esperando que alguien diese la cara para explicar lo que ocurrió realmente allá abajo. 

“Dimos nuestros hijos, y nos los mataron. Los jefes nos traicionaron”... Unas seiscientas personas se congregaron con ese “slogan” a media mañana de ayer, ante la Casa Rosada, protestando por una derrota que, vista desde aquí y a la luz de las manifestaciones oficiales de los últimos días, aparece inexplicable. Pero lo cierto es que, como esos padres dispersados ayer de forma contundente en la plaza de Mayo, la opinión pública argentina ha comenzado a plantearse graves preguntas sobre las responsabilidades que a cada cual incumben en este triste desenlace. Y aunque se insiste una y otra vez en la “cohesión” reinante en el seno de las fuerzas armadas, lo cierto es que en sectores militares se comentaba ayer el “excesivo optimismo” con que el Alto Mando encaró la presencia británica en la isla Soledad tras el desembarco en la cabeza de puente de San Carlos, y se señala que el despliegue y la acumulación de medios militares británicos para la ofensiva final “ha constituido una sorpresa”, pues no se esperaba “que habían logrado meter allí todo aquello”. Y a tal respecto se añade que sólo hace tres días, en una reunión con altas jerarquías militares, éstas mostraron su plena seguridad de que Puerto Argentino podría resistir “por tiempo indefinido” frente a los ataques británicos. 

Pero no se trata sólo de eso. Otro de los “puntos oscuros” de esta historia radica, según los analistas, en la táctica defensiva terrestre adoptada desde el primer momento, encerrándose el grueso de los efectivos argentinos en la ratonera de la capital del archipiélago y abandonando prácticamente el resto de la isla a los ingleses, lo que ha posibilitado los movimientos de aquéllos y el transporte de su material hasta la zona del asalto final. A esta táctica tímida y estática, de trinchera, se añade el hecho de que en ningún momento se ha recurrido a otros efectivos situados fuera del archipiélago para intentar organizar contraataques o movimientos que permitiesen aliviar la presión sobre Puerto Argentino, o dislocar los movimientos logísticos británicos. Desde el primer momento, ésa es la impresión, la guarnición de Puerto Argentino abandonó a su suerte a los defensores de Goose Green, tras la ofensiva inglesa desde la cabeza de playa de San Carlos y, a su vez, más tarde, la propia guarnición de Puerto Argentino fue abandonada por el resto de los efectivos militares propios que, a excepción de la aviación, no llevaron a cabo intento alguno por cambiar el curso de los acontecimientos. 

La conclusión parece evidente: igual que Gran Bretaña infravaloró inicialmente la potencia y la profesionalidad de la aviación argentina, lo que se tradujo en muchos y serios descalabros para la flota inglesa, en la batalla de isla Soledad fueron los argentinos quienes subestimaron la capacidad logística y la potencia de fuego, así como la avanzada tecnología bélica británica. 

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/GALTIERI%20OCULTA%20LA%20DERROTA.pdf

15 junio 1982

Llora Argentina

Pueblo, 15 de junio de 1982

Ayer los argentinos lloraron en la calle. Los vi hacerlo mientras formaban corro en torno a los receptores de radio, puestos a todo volumen, que emitían los últimos comunicados sobre las horas finales de la lucha en Puerto Argentino. Ayer, en las avenidas porteñas, barridas por un frío viento invernal, vi derramar lágrimas a hombres ceñudos y silenciosos, a ancianos con escarapelas argentinas en la solapa, a mujeres de ojos enrojecidos... Vi lágrimas de rabia, de impotencia y de amargura. Argentina entera lloraba por los soldaditos de dieciocho años que allá abajo, en las tierras australes, libraban una feroz batalla sin esperanza y que, exhaustos, abrumados por la aplastante superioridad enemiga, pasaban después velando en sus últimas trincheras la que posiblemente sería su postrera noche antes de la capitulación y el cautiverio.

Es triste el rostro de la derrota. El general Menéndez, comandante de las fuerzas argentinas en las Malvinas, el defensor de Puerto Argentino, salió hace sólo unas horas de Buenos Aires en viaje de regreso al teatro de operaciones, de donde llegó anoche para exponer al mando militar de la nación las condiciones impuestas por los británicos para una rendición de la guarnición cercada. Un cese el fuego había entrado en vigor en la zona de combate a las dieciséis horas locales de ayer, a fin de permitir al general Menéndez conferenciar con su oponente, el general Moore, y traer posteriormente a Buenos Aires el resultado del diálogo. Y aunque fuentes militares argentinas seguían insistiendo de madrugada en que no se había firmado todavía capitulación alguna, otras fuentes señalaban que la rendición de Puerto Argentino a los ingleses era ya un hecho, y que la actuación formal tendría lugar, posiblemente, a partir de las diez de la mañana de hoy (quince en España), hora en la que finalizaba el alto el fuego decidido ayer por la tarde.

El ataque había partido de las posiciones británicas a las veintidós y treinta horas de la noche del domingo, con una ofensiva masiva en tres direcciones. El avance inglés, combinado con la actuación de potentes concentraciones de fuego artillero y naval sobre las posiciones argentinas, no tardó en convertirse en lucha generalizada, revistiendo especial crudeza los combates por la posesión de Monte Thumbledown y Wireless Ridge. Las fuerzas defensoras, que en un principio rechazaron los intentos británicos por perforar el perímetro en torno a Puerto Argentino, no tardaron en verse superadas en algunos puntos por la abrumadora superioridad británica, materializada en un armamento avanzado, especialmente adaptado al combate nocturno. Los helicópteros artillados ingleses, dotados de aparatos especiales de detección para combatir en la oscuridad, combinaron su letal actuación con las fuerzas de tierra, provistas de visores para sus armas, con intensificadores de luz y con detección por infrarrojos.

Los argentinos pelearon en la noche contra un enemigo al que no veían, pero que sí los veía a ellos. A las 8.30 de la mañana de ayer, los ingleses lograron poner pie en Monte Thumbledown y en Wireless Ridge, y los contraataques argentinos, encaminados a recuperar esos lugares, se estrellaron contra la superior potencia de fuego enemiga. Toda la península de Fresinet, en la que está enclavado Puerto Argentino, ardía de punta a punta. Desde las alturas de Harriet y Enriqueta, la artillería de grueso calibre castigaba ya con disparos en directo la ciudad, combinando su fuego con el concentrado de artillería y misiles procedentes de la flota, situada a pocas millas de la costa. El centro principal del ataque terrestre se dirigió al norte de Puerto Argentino, lugar que había estado hasta entonces terriblemente castigado por bombardeos de ablandamiento británicos.

En sus trincheras cubiertas de fango helado, acosados por incesante bombardeo y abrumados por la superioridad numérica, material y tecnológica del enemigo, los soldados argentinos, reclutas de dieciocho años, vieron surgir ante ellos a paracaidistas, comandos de Marina y "gurjas". Fieles a las órdenes recibidas, se batieron con denuedo hasta que rodeados, aplastados por la máquina profesional británica, tuvieron que rendirse o replegarse hacia la línea defensiva en torno a la ciudad, cada vez más reducida, cada vez más castigada. En su puesto de mando, el general Menéndez recibía uno tras otro desoladores informes de los diferentes sectores de la zona de combate. La consigna era resistir, resistir hasta el final, resistir mientras se pudiera, para dar una lección a los británicos, para enseñar al mundo cómo saben pelear los argentinos.

Las bajas estaban siendo atroces por ambas partes. Los heridos argentinos se retiraban hacia el interior del dispositivo, algunos por sus propios medios, otros llevados por camaradas heridos de menos gravedad. En los sótanos del hospital de campaña, las víctimas afluían sin cesar. Aterrada en sus refugios dentro de la zona neutral de Puerto Argentino, la población civil malviniense se encogía al escuchar el bramido de las bombas, el silbido de la metralla que reventaba en el exterior, desgarrando edificios, máquinas y hombres.

Hacia el mediodía, los ingleses estaban ya a menos de cuatro kilómetros de la ciudad, empujando a los defensores hacia el mar, desde el que seguían cañoneando los barcos británicos. El resto del dispositivo de defensa argentino ya no era sino una serie de posiciones que iban quedando aisladas y en las que oficiales y soldados se disponían a vender cara su piel sin la menor esperanza. Frente al puesto de mando, la bandera argentina, desgarrada por el helado viento austral y por la metralla, seguía flameando en el mástil. El general Menéndez, tras repasar los últimos informes sobre la situación, miró el reloj. Quince horas de combate. A pocos centenares de metros, los soldados ingleses llegaban junto a las primeras casas de Puerto Argentino. Jóvenes soldados con las ropas empapadas, negros de humo de pólvora, sucios y desgreñados, mostrando en sus rostros las huellas de la fatiga, el miedo, la rabia o la resignada impotencia, arrojaban las armas y levantaban los brazos. En otros lugares, aferrados a sus fusiles, con el casco de acero hasta las cejas y los dientes apretados, los soldaditos de Argentina devolvían a los atacantes, a los que ya eran vencedores, el fuego por el fuego, resistiendo hasta el último cartucho y empuñando después con desesperación la bayoneta, sucumbiendo bajo la mortal eficacia de los fusileros de choque "gurjas".

En su puesto de mando, el general Menéndez hizo un gesto de desaliento y miró con amargura el mapa clavado en la pared, en el que los trazos azules del dispositivo de defensa se veían perforados por implacables flechas rojas. Al otro lado del hilo telefónico, Menéndez tenía al general Moore, comandante de las tropas enemigas, que le ofrecía entablar conversaciones para una rendición. El jefe supremo de las fuerzas argentinas en las Malvinas echó un último vistazo al mapa de la pared, al escenario de su derrota, a los soldados bajo su mando, que se habían batido hasta el límite de lo humanamente exigible; ya resultaba imposible e injusto seguirles exigiendo aún más, seguirles pidiendo que continuasen muriendo por una batalla perdida, por una ciudad a punto de caer. "Ya es suficiente", dijo el general en voz alta, como si sus soldados desperdigados por ahí pudieran oírlo. Y envió un radiograma a Buenos Aires pidiendo instrucciones.

A las 16.00 horas (21.00 en España) los hombres de las trincheras, atacantes y defensores, bajaron sus armas y se volvieron a mirar los rostros de sus camaradas, sorprendidos, mientras sobre la ciudad envuelta en densas nubes de humo negro caía el silencio. Las armas habían callado en Puerto Argentino.

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/LLORA%20ARGENTINA.pdf

14 junio 1982

Argentina se batió a la desesperada

Pueblo, 14 de junio de 1982

Desde cerro Dos Hermanas y monte Harriet, conquistados el pasado fin de semana, tras treinta y seis horas de lucha, la artillería británica hace ya fuego directo sobre Puerto Argentino. Replegados hasta las afueras de la ciudad, vendiendo caro cada metro de terreno cedido, de cinco a siete mil soldados argentinos seguían batiéndose ayer con denuedo en un desesperado intento por detener la penetración británica en sus posiciones, tras el ataque masivo que las tercera y quinta brigadas inglesas reanudaron en tres direcciones durante la noche. Según fuentes militares argentinas, en el momento de transmitir esta crónica la lucha ya se había generalizado a lo largo de toda la línea del frente, y los efectivos argentinos se mantenían, "hasta el momento", en sus posiciones, batiéndose a la desesperada.

"Hemos rechazado cuatro asaltos en diez horas de combate... Seguimos resistiendo, pero ignoramos cuánto podremos aguantar más. Viva la patria." Este comunicado, textual, fue uno de los últimos recibidos ayer de una de las posiciones avanzadas argentinas en las proximidades de monte Sapper, promontorio todavía en poder de las tropas argentinas a la hora de esta transmisión, que según los indicios era uno de los objetivos próximos del ataque británico. Todos los radiogramas militares de los jefes de unidades en el perímetro defensivo de Puerto Argentino hablaban de intenso fuego enemigo y solicitaban evacuación para sus heridos, reafirmando al mismo tiempo su voluntad de resistir hasta el límite. Por parte británica, señalan los informes que citan las comunicaciones de radio británicas captadas en el continente, las pérdidas humanas estaban siendo también muy altas ayer, y un anónimo oficial informaba de la dificultad en desalojar a los argentinos de determinada posición no identificada: "Les tiramos con todo lo que tenemos, aguantan el chaparrón de fuego y después, cuando avanzamos de nuevo, nos reciben con intenso fuego. Progresamos, pero necesito helicópteros."

Mientras me encuentro efectuando esta transmisión, llegan hasta mí las últimas noticias del frente. Una fuente militar de toda solvencia me asegura que las avanzadas británicas se encuentran ya a sólo cuatro kilómetros de la ciudad, y que la enconada resistencia que les oponen los efectivos argentinos no basta para evitar que, una tras otra, las posiciones vayan siendo desbordadas. Algunas, se me indica, totalmente cercadas, se mantienen desesperadamente, batiéndose todavía bajo el alud de fuego británico.

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/ARGENTINA%20SE%20BATIO%20A%20LA%20DESESPERADA.pdf

13 junio 1982

Todos los efectivos, en combate

Pueblo, 13 de junio de 1982

Buenos Aires. De nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte 

Se combate en las afueras de la capital de las Malvinas. Los soldados argentinos, en una furiosa serie de ataques y contraataques, al precio de centenares de bajas propias y enemigas, lograron ayer frenar momentáneamente la peligrosa penetración de las tropas británicas en el interior de su perímetro de defensa. 

Fuentes militares bonaerenses hablan de la batalla de este fin de semana como la más sangrienta de todas las libradas hasta ahora en tierra desde que se inició el conflicto, con feroces ataques cuerpo a cuerpo, a la bayoneta peleando trinchera por trinchera y con masiva intervención de fuego de mortero y artillería de grueso calibre. 

La tragedia se desencadenó a las 2,50 horas de la madrugada del sábado pasado, tras un intenso bombardeo naval que produjo bajas militares y civiles en Puerto Argentino. Coincidiendo con el cumpleaños de la reina de Inglaterra, las tropas británicas se lanzaron al asalto nocturno de las posiciones más avanzadas enemigas. Soldados ingleses avanzaron por la línea que se alarga hacia la capital malvinense, cayendo inesperadamente sobre las defensas exteriores argentinas en monte Dos Hermanas, monte Harriet y cerro Enriqueta. Comandos paracaidistas y “gurjas” desbordaron las posiciones, llegando algunas de las avanzadas hasta penetrar cuatro kilómetros dentro de la línea defensiva argentina. 

La aviación argentina hizo acto de presencia con las primeras luces del alba, en ataques contra las unidades navales inglesas que continuaban castigando la capital malvinense con denso fuego de artillería y misiles. Como resultado de esas acciones, informa un comunicado oficial de Buenos Aires, una fragata británica no identificada fue seriamente alcanzada, “quedando fuera de combate y siendo abandonada por su tripulación”.

Mientras tanto, los efectivos de Infantería británicos proseguían su avance, respaldados por el empleo masivo de una alta potencia de fuego concentrado sobre los puntos de defensa enemigos. Los argentinos se replegaron, abandonando monte Dos Hermanas y monte Harriet, reagrupándose en la ladera este de esta colina y lanzando desde allí un contraataque desesperado que, según los informes de radio de los Cercados, logró frenar allí el avance inglés. Sin embargo, en otros puntos los británicos continuaban la progresión de los “gurjas” en cabeza efectuando misiones de limpieza de las posiciones argentinas. A la concentración de fuego inglés se unió la aparición de aviones Harrier en misiones de ataque a tierra, de los que, según fuentes de la defensa aérea argentina, uno fue derribado y otro se alejó averiado. 

A mediodía del sábado, el fuego de artillería, las bombas de aviación y el estrépito de las armas de Infantería se escuchaban nítidamente en Puerto Argentino, pues los británicos habían logrado poner pie en cerro Enriqueta, a unos ocho kilómetros de la ciudad. 

Según fuentes militares argentinas, tras diecisiete horas de despiadados combates, “con altísimas bajas por ambas partes”, las tropas defensoras lograron estabilizar nuevamente las líneas de frente, quedando los ingleses en posición de Dos Hermanas, Harriet y Enriqueta, con avanzadas a una distancia de ocho a cinco kilómetros de Puerto Argentino. 

Las últimas horas de la visita de Juan Pablo II a la Argentina estuvieron, como el resto de su viaje, profundamente marcadas por la guerra. Mientras en el sur austral se desataba el más dramático episodio de esta guerra, en Buenos Aires, en torno a la figura del Pontífice, se vio la mayor multitud jamás concentrada, con la que, por cierto, el Papa tiene una especial relación, ya que su mediación evitó una guerra con Chile a causa del canal de Beagle, cuando las armas estaban a punto de sonar, y aquí se unía al Vicario de Cristo en su angustiada rogativa por la paz. No fue este viaje del Papa a Argentina una etapa de alegría desbordante, como lo ha sido en otros continentes, sino la dramática presencia del rebaño, sin esperanza de aportar solución alguna, sino tan sólo con el deseo de acompañar, en silencio y en oración, a un pueblo que vive un conflicto armado. Un pueblo que habló de derechos humanos y reparación social y política en recientes momentos decisivos para el país. Y el extraordinario poder de convocatoria, el amplio eco que su visita ha tenido en la Argentina, ha puesto una vez más de manifiesto que, especialmente en este difícil momento histórico, el Papa Juan Pablo II es para los argentinos la más alta autoridad de la tierra. 

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/TODOS%20LOS%20EFECTIVOS%20EN%20COMBATE.pdf

12 junio 1982

El Papa condena con energía la guerra

Pueblo, 12 de junio de 1982

Buenos Aires (De nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte) 

"Mi paz os doy..." 

Bajo el viento y la lluvia, Juan Pablo II besó ayer tierra argentina, a las nueve de la mañana, en el aeropuerto de Ezeiza, en su tercer viaje a Iberoamérica. La fuerte tormenta que azotó Buenos Aires estuvo a punto de causar problemas en el aterrizaje, pero finalmente el DC-10 de Alitalia que le transportaba desde Roma pudo posarse sin novedad en la pista del aeropuerto porteño. allí, con la cabeza descubierta, flanqueado por el presidente Galtieri, el Papa pronunció sus primeras palabras en Argentina, utilizando un castellano de recias resonancias polacas. Y sus palabras fueron de amor, paz, reconciliación y esperanza. 

"He querido venir para expresaros mis sentimientos...". Juan Pablo II explicó en primer lugar que su reciente y anterior visita a Gran Bretaña, de la que ésta es continuación, "fue una incesante plegaria por la paz, en la que mi pensamiento y afecto estuvieron constantemente con vosotros". Añadió el Pontífice que su presencia en Argentina "quiere ser una prueba de ese amor en un momento histórico tan doloroso". El Papa, que se manifestó "plena y consecuentemente gozoso de la catolicidad de esta nación", procuró subrayar que su viaje es exclusivamente pastoral, "lejos de toda intencionalidad política". 

Se refirió el Papa al conflicto de las Malvinas sin mencionarlo de forma directa, sin pronunciar su nombre, a diferencia del Líbano y a la guerra irano-iraquí, a las que mencionó directamente, al expresar la necesidad de lograr el restablecimiento "de una paz justa y duradera". Sus palabras fueron una condena a la guerra, una condena desusadamente dura, que contrastó con la habitual moderación de sus términos, denunciando "ese espectáculo triste de pérdida de vidas humanas en los pueblos que sufren la guerra. Porque no estamos ante aterradores espectáculos como los de Hiroshima y Nagasaki, pero cada vez que extinguimos la vida del hombre emprendemos el camino que nos lleva a esas situaciones". Y, matiz importante, añadió que "sólo la negociación puede evitar este doloroso y siempre injusto espectáculo de la guerra. 

Sobre las 10,45 de la mañana (17,45 en Madrid) la comitiva papal llegó a la plaza de Mayo, pasando ante un cartel enorme con las palabras: "Por la victoria de la paz". Ante un público denso, recogido y respetuosamente atento y silencioso, asistió después el Pontífice a un oficio religioso en la catedral metropolitana, orando por la paz y la comprensión entre los pueblos. Se dirigió más tarde el Papa, a bordo de su "papamóvil", hacia la Casa Rosada, en la que mantuvo una conversación de media hora con el presidente Galtieri y los otros dos miembros de la Junta Militar, almirante Anaya y brigadier Lami Dozo. Más tarde, pasado el mediodía, Juan Pablo II se desplazó a la Nunciatura, en donde almorzó pescado, tallarines y fruta. El Papa se dirigió por la tarde a cumplir con la más importante etapa de su visita: la misa en la basílica de Nuestra Señora de Luján, Patrona de Argentina. 

Para la jornada de hoy el programa de la visita papal incluye un recorrido desde la Nunciatura a la Curia metropolitana, donde Juan Pablo II mantendrá una reunión con los obispos y los presidentes de las conferencias episcopales latinoamericanas. Finalizada la reunión, siempre en su "papamóvil", el Pontífice celebrará una misa en el parque Tres de Febrero, con asistencia de los miembros de la Junta Militar. 

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/EL%20PAPA%20CONDENA%20CON%20ENERGIA%20LA%20GUERRA.pdf

11 junio 1982

Inglaterra no lo tiene fácil

Pueblo, 11 de junio de 1982 

Buenos Aires. De nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte.

Poco a poco, según las noticias que llegan del frente de batalla, la provista gran ofensiva británica sobre Puerto Argentino va mostrando indicios de haberse iniciado ya o, al menos, de encontrarse en la “fase caliente”, previa su desencadenamiento total. Eso es lo que parece desprenderse de los combates y escaramuzas, intentos de desembarco y actividad aérea registrados en las últimas horas. 

Medios militares argentinos confirmaban ayer a un enviado especial que se había registrado un importante intento de penetración terrestre de Puerto Argentino, combinado con otro ataque desde el sector costero de Bahía Fitzroy, donde el martes fue destrozado el convoy de desembarco inglés. Tanto esto avance como el anterior, que tuvo lugar en el sector Mount Kent, fueron rechazados por las tropas argentinas, que están fuertemente atrincheradas, mientras se efectuaban duelos artilleros en diversos sectores del dispositivo. Posteriormente, comandos anfibios británicos lanzaron un desembarco en Puerto Enriqueta, cinco kilómetros al sur del Puerto Argentino, con objeto de descolocar el área sur del perímetro defensivo, intento que, siempre según fuentes militares bonaerenses, fue rechazado con dureza, manteniéndose las posiciones propias. En el curso de este ataque, los británicos se encontraron con campos de minas y con una tensa resistencia argentina, abandonando material y equipo sobre el terreno en el curso de su repliegue. 

Mientras tanto, los efectivos de los “royal marines” que el martes lograron poner pie en Bahía Agradable eran sometidos ayer a un intenso fuego de artillería y a acciones con denso fuego de la infantería de montaña argentina, en un hostigamiento calificado de continuo. Unidades navales británicas, por su parte, sometieron a intenso cañoneo naval las defensas argentinas, y los Harrier hicieron una incursión, en el curso de la cual, según comunicado oficial del estado Mayor conjunto, habrían sido abatidos dos de estos aparatos, así como dos helicópteros Sea King en el sector del Monte Kent. En general, las opiniones que sostienen que el “ataque decisivo” británico ya está en marcha, señalan que todos estos acontecimientos no constituyen la iniciación de tal ataque, sino la continuación, ya que se considera aquí el dramático intento del desembarco del pasado martes como el verdadero principio de la batalla final por Puerto Argentino. 

Batalla final, dicha sea de paso, de la que antes se daba como seguro vencedor a Gran Bretaña, pero que hoy, en vista de la contundente dureza de la respuesta argentina, no muestra ya tan fáciles perspectivas para las armas de Su Majestad británica. 

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/INGLATERRA%20NO%20LO%20TIENE%20FACIL.pdf

10 junio 1982

La chica del fin del mundo

Pueblo, 10 de junio de 1982

En un lugar del teatro de operaciones (Atlántico sur). De nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte

—Mi corazón ha elegido entre un país de origen, que hace una guerra colonial en 1982 contra el derecho de todo un pueblo, y un país de adopción, que defiende lo que es suyo, de una forma hermosa y sincera. 

La furgoneta nos lleva por un camino irregular y embarrado, bajo el cielo pesado, cuajado de negros nubarrones. La luz del día se filtra con dificultad y da un monótono color al triste paisaje, desprovisto de árboles: tierra gris, mar gris, y allí al fondo del camino, una "estancia" de edificios bajos y también grises. 

Ella es rubia, con los ojos claros, muy azules, y se ríe como lo hacen los niños, con dos profundos hoyuelos, que le marcan las mejillas. Viste un grueso jersey de lana, un chaquetón militar, unos tejanos y unas botas. Maneja el volante de la Chevrolet con destreza, esquivando los agujeros, en los que el agua helada cruje bajo las ruedas. Las gaviotas levantan el vuelo a veinte metros, sobre la playa, y la columna de soldados que viene en dirección opuesta se convierte en un bosque de manos levantadas, de saludos y de sonrisa bajo los cascos de acero y los pasamontañas. 

—Me llamo Rachel, Rachel Apolinaire, nacida Scoffield. Mi padre era piloto de la Royal Air Force, bombardero durante la guerra, y mi nacionalidad de origen es la británica. Al estar casada con un argentino, tuve la doble nacionalidad. 

—¿Tuvo? ¿Ya no la tiene? 

—No, ya no la tengo. Cuando comenzó el conflicto, renuncié a mi nacionalidad británica. Como le escribí en una carta a Margaret Thatcher, me avergüenza el comportamiento que mi país de origen ha tenido y tiene en el tema de las Malvinas. Y a causa de esa vergüenza, he dejado de sentirme británica. A través de la embajada suiza he devuelto mi pasaporte. 

En una "estancia", junto a un acogedor fuego, un hermoso gato se frota contra sus piernas hasta que Rachel se inclina y lo coge entre sus brazos. "Mi esposo es argentino; mis hijas son argentinas. Ahora yo también soy únicamente argentina...". La propiedad, una de las fincas más importantes del lugar, está ocupada por las tropas. Los soldados se ven por todas partes, desde los que, libres de servicio, pasean junto a los cercados del ganado hasta el silencioso centinela que, envuelto en su poncho impermeable, aguanta estoicamente la lluvia esperando la hora del relevo. 

Todo el mundo adora a Rachel en esta zona. El comandante de la unidad acampada en los terrenos, un militar de poblado bigote y modales rudos, enrojece como un colegial y se mueve como un oso torpe y desmañado cuando ella detiene la furgoneta para cambiar con él unas palabras, preguntándole cuando tendrán tiempo para ir a la "estancia" a tomar el té con ella, su marido y sus hijas. Rachel es dulce y muy bonita. Trabaja en las tareas de la defensa civil, ayuda a mejorar las condiciones de vida de los soldados, da clases de idiomas a los niños de las "estancias" próximas y es la mujer más querida y respetada en las costas del Atlántico Sur. Todos los soldados de dieciocho años y todos los mostachudos oficiales, desde el último recluta hasta el coronel, están encantados con ella. sería imposible no enamorarse perdidamente de esta muchacha sonriente, insólito ángel rubio en un paisaje desolado y agreste, oscurecido por el invierno austral y por la guerra. 

En la playa, el agua se agita suavemente a sus pies, mientras las gaviotas caminan a su alrededor. La bruma y el aire húmedo le pegan al rostro el largo y claro cabello. 

—¿Sabe una cosa, señor periodista? Bernard Shaw escribió una vez algo que define perfectamente a mis antiguos compatriotas, los británicos. Nunca encontrará un inglés equivocado. El británico lo hace todo por principios, decía Shaw: “Lucha por principios patrióticos, roba por principios comerciales y esclaviza por principios imperiales”. Para mí, ¿sabe usted? Esto está muy claro. Mi corazón ha elegido ya entre un país de origen, que hace una guerra colonial en 1982 contra el derecho de todo un pueblo, y un país de adopción, que defiende lo que es suyo, y lo defiende de una forma hermosa y sincera. Es curioso que a mí, una mujer de educación absolutamente británica, hija de un héroe de guerra británico, Margaret Thatcher y sus sueños imperiales me hayan convertido en rotundamente argentina. 

El centinela —capote, bufanda, casco y manoplas— hace un gesto de saludo. 

—Adiós, señora. 

—Adiós, soldado. 

Ella se vuelve al cabo de un rato a mirar hacia atrás, sobre la arena que conserva la huella de nuestros pasos, entre las gaviotas que revolotean con penetrantes graznidos, hacia la silueta verde del soldadito que vigila la playa. 

—Mírelo. Tiene dieciocho años y está pasando frío, para quizá morir pronto, en vez de estar allá en el Norte, en su ciudad, estudiando o yendo al cine con su novia. ¿No es absurdo? Inglaterra manda soldados profesionales a los que paga para mantener lo que le queda de imperio. Estos muchachos, sin embargo, están peleando porque estudiaron en sus libros del colegio que las Malvinas son argentinas. Yo los he tratado mucho, ¿sabe? Me gusta ponerme a charlar con ellos. Son jóvenes, están solos y tienen, como todo soldado, miedo a morir. Sin embargo, todos aceptan esa posibilidad como algo necesario, quizá inevitable. “Es por Argentina”, me dicen. Y a mí me dan ganas de llorar, de ternura por esos pequeños soldaditos. Supongo que si para algo está sirviendo esta guerra es para que tantos y tantos jovencitos de dieciocho años aprendan a amar a su país. Es posible que de todo esto salga una generación mejor, más noble, con más capacidad de sacrificio, con más solidaridad entre ellos, a una Argentina distinta. 

Al otro lado de la cerca, las lanudas ovejas fueguinas nos contemplan con expresión aburrida. Rachel me cuenta que de vez en cuando desaparece una, y ese día se enciende una hermosa fogata en el fondo de alguna trinchera. No ocurre a menudo, y tanto los jefes militares como los propietarios suelen hacer la vista gorda. Al fin y al cabo, también esas ovejas mueren por la patria. 

Una lancha patrullera pintada con colores de camuflaje pasa lentamente entre la bruma, muy cerca de tierra. En la playa hay tres ballenas varadas, muertas desde hace una semana. Sus cuerpos son moles grises medio descompuestas ya, un cuadro patético que despide un hedor insoportable. Rachel, de pie sobre una loma, con las manos en los bolsillos del chaquetón militar y el cabello ondeándole bajo la brisa, las contempla con tristeza. 

—Es terrible. Las ballenas son el ser más encantador, más noble y pacífico de la Tierra. Eso lo sabe muy poca gente, pero es cierto. Son animales fieles, amorosos, que nunca se abandonan cuando hay alguno herido. Las madres se dejan matar por sus hijos. Mírelas: tres muertas en esta playa, y sabe Dios cuántas más habrá repartidas por la costa malvinense y por la Tierra del Fuego. Las matan las cargas de profundidad de los barcos. Sus sonidos bajo el agua son confundidos por los marinos con ruido de submarinos y les tiran bombas que las matan. Pobres ballenas. 

Las gotas de lluvia le corren por las mejillas y su dulzura da calor a este desolado paisaje gris de las heladas tierras australes. Pienso que me gustaría tener una cámara de cine en las manos para filmar este bello perfil que contempla el mar desde el promontorio rodeado de nubes y lluvia, con el rubio cabello reluciendo como el oro sobre el sombrío decorado del cielo cargado de tormenta. O quizá me gustaría saber componer para hacer una canción, una balada triste y melancólica que pudieran cantar esos soldados que esperan en las trincheras. Una balada sobre Rachel Apolinaire, nacida Scoffield. La chica de la guerra en el confín del mundo.

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/LA%20CHICA%20DEL%20FIN%20DEL%20MUNDO.pdf

Las Malvinas, un callejón sin salida

Pueblo, 10 de junio de 1982

El desembarco británico en Fitzroy y en Bluff Cove, unos 25 kilómetros al sur de Puerto Argentino, que respondía a un intento de aumentar la presión sobre la guarnición cercada mediante la puesta en tierra próxima de hombres y material de refuerzo, se saldó con uno de los mayores desastres navales que el Reino Unido ha sufrido en el curso de la guerra. Fuentes argentinas de alta solvencia confirmaban ayer que la fragata ‘Plymouth’ había sido tan gravemente dañada que ya no se encontraba a flote y que dos buques de desembarco fueron destruidos, quedando un tercero fuera de combate. Todo ello, con elevadas pérdidas humanas por parte británica, en lo que pilotos argentinos participantes en el ataque califican como “una carnicería”. 

El drama comenzó cuando unidades navales inglesas se aproximaron a la costa al sur de la capital malvinense, para desembarcar en el sector conocido como “Bahía agradable”, efectivos que reforzasen el dispositivo en torno a Puerto Argentino. Detectado el convoy, tres escuadrones de la Fuerza Aérea argentina iniciaron incursiones sobre los buques británicos, con la total precisión que hasta ahora ha caracterizado a estos pilotos. Fuentes del Estado Mayor conjunto aseguran que en primer lugar fue alcanzado por hombres el buque nodriza, identificado como del tipo Fearless, que se escoró y se alejó de la zona, rodeado por espesa humareda. La ‘Plymouth’, una fragata de la clase 12, de 2.800 toneladas y una tripulación de 235 hombres, recibió impactos que habrían llegado hasta la santabárbara, por lo que se sucedieron a bordo grandes explosiones, hundiéndose acto seguido. 

Mientras tanto, siempre según fuentes argentinas, los otros buques de desembarco llegaban a las playas, y los infantes de Marina ingleses se lanzaban a tierra bajo el intenso fuego de los aviones argentinos, que los atacaron con bombas y fuego de ametralladoras. “El ataque -señala gráficamente un portavoz argentino- continuó sobre los elementos depositados en tierra y los que trataban de defenderlos, provocando un caos de bajas, explosiones e incendios.” Otros dos buques de desembarco dañados y abandonados por su tripulación fueron el ‘Tristan’ y el ‘Sir Galahad’. 

El desarrollo de la batalla de Bahía Agradable pone de manifiesto por parte británica la carencia de una cobertura aérea adecuada, patente desde las averías sufridas por el ‘Hermes’ y el ‘Invincible’ y el hundimiento del ‘Atlantic Conveyor’, y las graves dificultades que el terreno y el clima de las Malvinas oponen al proyecto inglés de lanzar un ataque directo que salde definitivamente a su favor el conflicto. Una situación ésta que, de eternizarse sin resultados positivos para Gran Bretaña, puede colocar a las tropas ya desembarcadas y a los efectivos navales ingleses de la zona en un callejón sin salida, un dramático “impasse” que los argentinos están dispuestos a prolongar, en beneficio propio, durante todo el cruel invierno austral. 

La Alianza Atlántica respeta y comprende la posición de España favorable a la Argentina en el conflicto de las islas Malvinas, declaró ayer el secretario general, Joseph Lune. Lune indicó en rueda de prensa que cada país miembro de la Alianza es soberano y tiene, por tanto, derecho a mantener la política exterior que desee. Por eso se respeta la posición española favorable a los derechos argentinos respecto a las Malvinas, así como su actitud en relación con el actual conflicto libanés. El secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) destacó en sus declaraciones la categoría “histórica” de la cumbre de la OTAN que se celebra hoy, la primera en que interviene un primer ministro español y la primera también a nivel de jefes de Estado y Gobierno que convoca la OTAN desde 1978. “Un gran país occidental -dijo refiriéndose a España- se une a una Alianza que algunos creían agonizante y que demuestra así su validez y su futuro.” 

La imagen de Juan Pablo II ha sustituido, de la noche a la mañana, a los agresivos carteles bélico-patrióticos que durante dos meses han estado empapelando las calles de Buenos Aires. Los comercios y edificios oficiales, en los que ondea la bandera blanquiazul de la República Argentina, ostentan también, a partir de ahora, los colores blanco y amarillo del Estado Vaticano. Argentina, país mayoritariamente católico, mosaico de razas que vive una guerra en sus límites más australes, se prepara activamente para recibir al Papa con cariño y esperanza. 

Se calcula que dos millones de personas tributarán mañana viernes una clamorosa acogida al Pontífice cuando éste descienda del avión en el aeropuerto de Ezeiza a las ocho de la mañana. El programa papal, cuyos detalles están siendo ultimados en la capital porteña por el coordinador de viajes pontificios, monseñor Paul Marcinkus, se prolongará en suelo argentino durante treinta horas y media. Ya es seguro que Juan Pablo II mantendrá conversaciones a puerta cerrada con los miembros de la Junta Militar argentina, lo que, habida cuenta de las circunstancias bélicas por las que atraviesa el país, contribuye a aumentar el marcado carácter político de este viaje, aunque monseñor Marcinkus haya asegurado que se trata “exclusivamente de un viaje pastoral”. A pesar de que esa es la orientación que el Vaticano da al viaje, aquí se interpreta la visita papal con el telón de fondo de la guerra austral, como un respaldo espiritual de la máxima autoridad de la Iglesia católica a un país católico que lucha contra un país colonialista y anglicano. Y toda Argentina se va a volcar mañana en la acogida, a fin de mostrar al Papa la diferencia entre la recepción fría y a veces hostil que tuvo en Gran Bretaña y la que saben dispensarle estas tierras de sangre latina.

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/LAS%20MALVINAS%20UN%20CALLEJON%20SIN%20SALIDA.pdf

09 junio 1982

La línea del frente permanece estabilizada

Pueblo, 9 de junio de 1982

Ayer, mientras los siete mil soldados atrincherados en Puerto Argentino seguían esperando bajo la lluvia y el frío el asalto británico, volvieron a registrarse pequeños choques de tanteo y escaramuzas a lo largo de la línea de frente que, según las últimas noticias argentinas, permanece estabilizada, y según las británicas retrocede lentamente hacia la capital malvinense. Respecto a los combates, éstos se materializaron solamente en fuego de artillería sobre posiciones contrarias y movimientos de patrullas de reconocimiento británicas y argentinas. 

Hasta el momento de transmitir esta crónica, la aviación inglesa permanecía ausente de la zona, relacionando medios militares argentinos esa ausencia con la puesta fuera de combate de los dos portaaviones de la fuerza de tareas británica, así como con el mal tiempo que -aunque parece estar despejando en estos momentos- ha estado reinando sobre el área de operaciones durante todo el pasado fin de semana. Fuentes argentinas aluden también a una intensa actividad de los ingenieros británicos para intentar habilitar, para su utilización por los “Harrier”, la pista de Goose Green, capturada hace una semana, pero que todavía no sería operativa. 

Aunque los medios periodísticos londinenses aseguraban ayer que ya se habían iniciado las operaciones para el asalto final, medios militares argentinos no se dan por enterados de un supuesto “estrechamiento del cerco” enemigo. Por el contrario, se ha dado cuenta aquí de un violento choque entre patrullas de reconocimiento argentinas con efectivos del comando 42 de los Royal Marines, en el que éstos se habrían replegado, abandonando sobre el terreno nutrido material. Por otra parte, unidades especiales argentinas que patrullan en el frente informan que en la cara note de Monte Fitzroy han sido abandonados, hundidos en el fango, diversos vehículos ligeros británicos. 

Según los informes provenientes del lado argentino, la situación bélica actual en las Malvinas es en cierta forma comparable a la “guerra de posiciones” de la primera guerra mundial: ejércitos desplegados y atrincherados, actividad de pequeñas unidades en la tierra de nadie, posiciones defendidas por trincheras y ametralladoras, duelos artilleros y ausencia de grandes formaciones blindadas. Sin embargo, este panorama no sería tan estático como parece a simple vista, si es que la táctica británica consiste más en una intensificación paulatina de la presión que en el ataque a fondo, que tanto se espera y que nunca termina por llegar. Esta táctica de “estrangulamiento” encajaría con las noticias, todavía sin confirmar, de que la principal línea defensiva exterior argentina, que hace unos días se situaba a cuatro kilómetros y medio de la capital malviniense, se describe a hora a sólo kilómetro y medio. Pero fuentes militares argentinas, que niegan que su área defensiva se esté viendo reducida, niegan este extremo. Incluso no descartan futuras operaciones ofensivas propias, tanto desde Puerto Argentino como desde el exterior, con la posible intervención de Infantería de Marina y tropas aerotransportadas que hasta ahora se mantienen en reserva. 

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/LA%20LINEA%20DEL%20FRENTE.pdf

05 junio 1982

"Ya no podemos claudicar"

Pueblo, 5 de junio de 1982

[Por razones de máxima seguridad, las Fuerzas Armadas argentinas no permiten la presencia de periodistas en la zona de guerra, y sólo algunos corresponsales argentinos han sido movilizados militarmente para informar desde algunas poblaciones del lejano Sur. Ningún periodista extranjero había llegado hasta ahora al teatro de operaciones desde el inicio de la guerra. Arturo Pérez-Reverte lo ha conseguido para 'Pueblo'.]

En una isla del teatro de operaciones (Atlántico Sur), de nuestro enviado especial Arturo Pérez-Reverte

Dentro y fuera del avión de la Fuerza Aérea argentina, la oscuridad es total. Adormecidos por el ronroneo de los motores de hélice, los soldados sentados en el suelo, desprovisto de asientos, entre las cajas cargadas de suministros y municiones, se despiertan con sobresalto cuando el piloto inicia un brusco picado. Algunas brasas de cigarrillos iluminan rostros crispados por la tensión. Descendiendo sin luces hacia la pista balizada con el mínimo imprescindible de señales, que se apagarán apenas rocemos tierra, todos cuantos vamos a bordo sabemos que en ese momento somos un punto luminoso en las pantallas de radar de los barcos ingleses, que están en algún lugar allá fuera, mar adentro, agazapados en la noche.

La isla es grande, pero no se permite escribir su nombre. No hay constancia de que haya tropas británicas en ella, aunque nadie descarta la posibilidad de que grupos tipo comando estén ya escondidos en algún punto a la espera. En la pista del aeródromo, en total oscuridad, filas de soldados trabajan como hormigas calladas y laboriosas, descargando los pertrechos que transportaba nuestro avión. El frío es insoportable, total, bajo el pesado cielo, inmensamente negro, que destila implacable humedad. El suelo es una pegajosa capa de barro en el que se adhieren las botas, en donde resbalan las ruedas de los vehículos. La luz de una linterna ilumina fugazmente una columna de hombres que marchan en la noche como monstruosos jorobados con sus grandes mochilas, bajo los ponchos impermeables relucientes de lluvia.

El oscurecimiento es por si vienen los Vulcan ingleses comenta alguien que me estrecha la mano y a quien no le veo el rostro; esperamos que una noche de éstas se ocupen de nosotros...

Estamos en el fin del mundo, en la línea del Círculo Polar Antártico, y aquí las Malvinas no son un remoto lugar en los mapas, una manchita de color allá abajo, junto a la Tierra del Fuego, sino una realidad próxima y concreta que sirve de escenario a una guerra. Una guerra en el confín del mundo.

La camioneta Chevrolet circula despacio, sin luces, cruzando casi a ciegas las tinieblas sobre la pista de tierra. Un brusco frenazo ante un destello de linterna y una sombra confusa, cubierta con bufanda, pasamontañas, casco de acero, poncho y capucha, que se asoma a la ventanilla para identificarnos. El frío es increíblemente atroz cuando nos detenemos ante una casa con las ventanas cubiertas por mantas y trozos de lona. Dentro arde un buen fuego, y sobre el paño gris que cubre una mesa de madera, junto a un sofá Chesterfield de buen y viejo cuero, hay una botella de whisky, media docena de vasos y cuatro uniformes con insignias de alta graduación. Nada de nombres. Nada de unidades. Nada de lugares. Aclarado ese punto, con las botas empapadas humeando junto al fuego, podemos hablar.

Soy el jefe de la unidad que se encuentra desplegada en este sector pelo corto, algunas canas, pipa Dunhill, tabaco holandés, aspecto tranquilo, apellido italiano y mi misión es defender esta zona de la acción británica. Parte de los efectivos bajo mi mando tienen ya experiencia de combate, e incluso algunos participaron en el operativo de desembarco del 2 de abril. Ignoro los pormenores diplomáticos de este asunto, porque soy un soldado. En mi opinión exclusivamente personal, Argentina ya ha ido lo bastante lejos en esta guerra como para no volverse atrás. No podemos claudicar ya. Un alto el fuego, toda dilación negociadora sin garantías beneficia a los ingleses, que consolidan así su posición militar. Hacer la guerra como caballeros nos ha costado muchos muertos, nos ha perjudicado mucho a los argentinos, porque los ingleses jamás hicieron una guerra limpia. Recurren a trucos y acciones como torpedear el 'Belgrano', ametrallar pesqueros, utilizar barcos hospital para desembarcar tropas al amparo de la Cruz Roja; mienten descaradamente en sus cifras de bajas. La experiencia nos ha demostrado que con ellos es inútil el "fair play". Hay que darles duro. Y la batalla de Puerto Argentino, la gane quien la gane, no es el final, es el principio.

Amanece despacio y tarde en estas latitudes australes, especialmente bajo este denso cielo gris plomizo, de nubes bajas que se apoyan en la tierra y cubren el aire de una espesa bruma que impide ver a diez metros. La tierra está cubierta de una costra helada, barro duro como la piedra, congelado por las bajísimas temperaturas que están más allá de los cero grados. En un agujero hay un soldado inmóvil, del que la única señal de vida está en los ojos enrojecidos que brillan entre la espesa lana del pasamontañas que le cubre el rostro. Sus manos, cubiertas con gruesas manoplas, empuñan el fusil de asalto. Abajo, una decena de metros al pie de la pendiente, al otro lado de la cortina de niebla, se escucha el rumor del agua contra la playa.

¿Cómo te llamas, soldado?

Martín Codazzi, señor. Con dos zetas.

¿Qué edad tienes?

Dieciocho años, señor. Soy de Salta, salteño.

¿Qué harás si dentro de un rato te salen los ingleses de la niebla?

Los cago a tiros, señor.

Bajo una red de camuflaje hay media docena de hombres agazapados en pozos de tirador. En torno a un cañón de 105 milímetros, una radio zumba en algún lugar, entre la bruma, y la voz de un oficial llega nítidamente con las coordenadas de tiro.

¿Es un tiro de ejercicio o disparan ustedes contra algún objetivo?

No hay respuesta. Con las manos entumecidas por el frío, los soldaditos se pasan los proyectiles, los introducen, cierran la recámara. La radio emite un carraspeo y una orden, y un segundo después el estampido hace aletear la red de camuflaje. Tumbados sobre la mezquina hierba helada, dos soldados fuman un cigarrillo tras la ametralladora, con los cascos de acero calados hasta los ojos y las bandas de munición dorada alrededor del pecho, como bandidos mejicanos. Otro disparo de cañón. Y otro. Un oficial surge de la niebla por la derecha y se pierde en la niebla por la izquierda, con el auricular de radio pegado a la oreja, con el operador que le pisa los talones, la larga antena balanceándose en el aire.

Mis papás son españoles, señor el soldadito, otro soldadito, chapotea con las enormes botas en el fango helado que cubre el fondo de su trinchera—. ¿Por qué no nos han apoyado más ustedes en esta guerra? Es como si España hubiese tenido, qué sé yo, pudor, vergüenza o miedo de ponerse abiertamente a nuestro lado...: eso me ha decepcionado mucho. ¿Sabe?, yo a España la quería, mis padres me enseñaron a quererla, y ya ve usted...

La radio emite ahora una serie de comunicaciones en lengua inglesa "están tan cerca que captamos perfectamente sus comunicaciones", dice alguien desde donde llegan los graznidos de las gaviotas espantadas por los cañonazos. Sin embargo, junto a una cerca pastan tranquilamente diez o quince ovejas, lanudas y empapadas de humedad, que ni se interrumpen para mirar con curiosidad las siluetas vestidas de verde oliva que se mueven a su alrededor entre la bruma.

El clima que tenemos aquí es terrible. Uno se pasa el día continuamente empapado, la ropa no se seca, las prendas mojadas se hielan durante la noche... Y si es duro para nosotros, también lo es para los ingleses. Con la diferencia de que ellos son profesionales, soldados a sueldo que pelean por una colonia que ni les importa, mientras que nosotros, como ustedes con Gibraltar, hemos estudiado en la escuela que las Malvinas son argentinas. Además, en Europa creen por lo visto que los ingleses son unos tipos preparadísimos para hacer la guerra y nosotros unos pobrecitos indios con arcos y flechas. Bien, pues ya lo están viendo. Aunque tomasen todo el archipiélago, eso no les serviría de nada si no toman Puerto Argentino, porque esa ciudad, con el grueso de la población malviniense, es el verdadero objetivo militar y político de esta guerra. Quien lo posee, posee las Malvinas. Por eso, aún en el caso de que nos lo arrebatasen de nuevo, volveríamos a pelear para recuperarlo otra vez. Ustedes los europeos han demostrado que no conocen a los argentinos.

El cañón vuelve a disparar a través de las nubes bajas hacia el Este ¿o es hacia el Nordeste? Imposible orientarse en esta niebla espesa como puré de guisantes. El hielo cruje bajo las botas de los soldados que acarrean la munición y la humedad chorrea por sus ponchos empapados. La radio sigue carraspeando con interferencias de comunicaciones británicas.

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/PEREZ-REVERTE%20EN%20LA%20ZONA%20DE%20GUERRA.pdf


04 junio 1982

Argentina propone su retirada

Pueblo, 4 de junio de 1982 

El Gobierno argentino presentará ante las Naciones Unidas una propuesta de paz sobre la base de una administración provisional de ese organismo internacional en las Malvinas. Según el diario ‘La Nueva Provincia’, cercano a la Armada, Argentina estaría dispuesta a retirar sus tropas de las islas, en tanto que la flota británica debería permanecer a 150 millas del archipiélago. Esta será la propuesta que una misión argentina presentará en las Naciones Unidas. 

Escribo esta crónica en un aeródromo cercano a Buenos Aires, al pie del avión que me llevará dentro de un instante a “algún lugar del teatro de operaciones del Sur”, a la zona de guerra. Hasta ahora, ningún periodista extranjero ha estado presente en el territorio austral argentino desde el comienzo de las hostilidades, e incluso dos intentos de este enviado especial de desplazarse a la zona han fracasado. Esta vez, las posibilidades de llegar al litoral patagónico parecen concretarse y dos colegas, un reportero francés y otro argentino, son los compañeros de aventura. 

Puerto Argentino está totalmente cercado y no existe la más mínima oportunidad de llegar hasta allí. Los cinco o siete mil hombres del general Menéndez ya se baten en los alrededores de la ciudad con las avanzadas británicas, que, como ayer, se encuentran en posesión del monte Kent y en el sector de la colina Dos Hermanas. Según noticias llegadas a Buenos Aires, el general Menéndez ha rechazado las ofertas de rendición hechas por los británicos, que pueden lanzar el esperado gran ataque en cualquier momento. 

Aunque las noticias procedentes del frente terrestre malvinense no son excesivamente alentadoras, en honor a la verdad hay que señalar que en las fuerzas argentinas se sigue manteniendo un alto espíritu de combatividad, del que es buena muestra el discurso que el general Menéndez, comandante en jefe de las tropas defensoras de Puerto Argentino, ha dirigido a los hombres bajo su mando: 

“La mirada de los argentinos está puesta en nosotros: nuestros padres, esposas, novias e hijos, todas nuestras familias, confían en nosotros -dijo el general en su arenga-: en esta hora suprema tenemos el deber de no defraudarlos… ¡A las armas! ¡A pelear!” 

Este es el clima. Sin embargo, según las noticias recogidas por este enviado especial, en las más altas instancias dirigentes del país se están registrando en los últimos días serias discrepancias sobre la forma en que se conduce el conflicto, con marcadas diferencias de criterio entre el sector “duro” -representado principalmente por la Marina y el ejército del Aire, hasta ahora principales protagonistas de esta guerra- y el “blando”, del que participaría, según noticias, determinado sector del Ejército de Tierra. Según estos rumores, es estaría abriendo un foso entre aquellos que estiman que la situación terrestre en las Malvinas se ha vuelto difícil, porque no se replicó en su momento a los británicos con la contundencia necesaria, y los que opinan que se ha ido demasiado lejos, llevando la situación a una crisis sin retorno. Al mismo tiempo, mientras los “halcones” son partidarios de la guerra a ultranza, hasta el último hombre, sin ninguna concesión al enemigo, los otros se estarían mostrando más partidarios de llegar a un arreglo negociado con los ingleses que evite la matanza que se prevé en Puerto Argentino, aunque para ello tengan que hacerse concesiones. 

Joaquín Ortega Salinas, subsecretario español de Asuntos Exteriores, llegó ayer a Buenos Aires en una misión informativa relacionada con el conflicto de las Malvinas. El funcionario español manifestó a su llegada al aeropuerto bonaerense, donde se reunió con Costa Méndez, que salía hacia La Habana, que “he sido encargado de una misión de información de doble sentido, he venido a exponer nuestra posición, la cual ya es conocida, y también a recabar cuáles son los planteamientos de las autoridades argentinas, referentes a este problema”. 

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/ARGENTINA%20PROPONE%20SU%20RETIRADA.pdf

01 junio 1982

Tensa espera

Pueblo, 2 de junio de 1982

Soldados argentinos y tropas inglesas estaban enzarzados ayer en combates de intensidad creciente en los aledaños de Puerto Argentino, habiéndose efectuado algunos contactos a 10 kilómetros de la capital del archipiélago malvinense. Según informes obtenidos por este enviado especial, que fuentes militares argentinas se negaron a comentar, los royal marines británicos habrían puesto pie en la cima de monte Kent, importante cerrojo del dispositivo argentino, y fuertes combates tendrían lugar en las laderas de esta estratégica elevación de 486 metros de altura, situada a unos veinte kilómetros de Puerto Argentino.

Según los datos que llegan del frente, a pesar del hermetismo oficial que fuentes castrenses mantienen en Buenos Aires sobre el desarrollo de las operaciones terrestres, parece posible establecer que los efectivos británicos se encuentran ya en un arco que va desde bahía Anunciación hasta Puerto Fitzroy, cercando la totalidad de la península de Fresinet, en la que está enclavada la capital. Ello significa que los ingleses tienen ya en sus manos, salvo la fortificada península defendida por entre 5.000 y 7.000 hombres, todo el resto de la mitad norte de isla Soledad.

Mientras la pinza del norte del avance británico se concentraba en el combate del monte Kent, avanzadas de paracaidistas británicos llegaban hasta diez kilómetros de Puerto Argentino, a la colina Dos Hermanas. Allí fueron detenidos por intenso fuego, iniciándose a continuación una serie de combates calificados de "violentos" por la posesión de esta importante altura, cuyo control daría a los británicos una considerable ventaja para atacar desde el sur el perímetro defensivo de la ciudad cercada. Otras noticias no confirmadas aquí oficialmente señalan que los 3.500 soldados que transportaba el 'Queen Elizabeth II', previamente transbordados a unidades más ligeras, han sido desembarcados en el sector norte de la isla. Entre ellos se encuentran los famosos soldados "gurjas", a los que se utilizará como fuerza de choque contra posiciones argentinas que requieren combate a corta distancia.

En resumen, la situación de las tropas británicas podía establecerse a última hora de ayer en el ya mencionado arco con un radio de 10 a 20 kilómetros en torno a Puerto Argentino. Las tropas recién desembarcadas se encontraban en el norte, junto a bahía Anunciación. Algo más abajo, en el sector del monte Kent y las estribaciones orientales de los montes Rivadavia, ocupaban posiciones los comandos número 40, 42 y 45 de la Infantería de Marina británica, así como el primer batallón paracaidista.

El extremo sur del arco, hacia la colina Dos Hermanas, estaba constituido por el segundo batallón paracaidista. Todos estos efectivos, cuyo grueso se ha estado desplazando a pie en una marcha terriblemente dura, a través de la difícil geografía malvinense, están siendo reforzados con artillería y misiles tierra-aire y contracarro, transportados por helicóptero desde los puntos de desembarco y cuentan con el apoyo de blindados ligeros.

La situación, al menos como la vemos desde aquí los enviados especiales que cubrimos esta guerra, no parece optimista para las fuerzas argentinas, aunque sean constantes las manifestaciones de confianza que el mando militar hace diariamente a través de los medios de comunicación.

Según el Estado Mayor Conjunto argentino, los daños causados a las fuerzas aeronavales británicas son éstos:

-Veinticinco aviones Harrier y 22 helicópteros destruidos (sin contabilizar los que se hallaban a bordo del 'Atlantic Conveyor' u otras unidades navales británicas hundidas).

-Un portaaviones fuera de combate.

-Dos destructores de la clase 42 hundidos, un destructor de la clase 42 seriamente averiado y otros dos destructores averiados.

-Dos fragatas de la clase 21 hundidas, dos fragatas de la clase 22 averiadas, una fragata de la clase Denver seriamente averiada, cinco fragatas varias averiadas.

-Cinco embarcaciones de desembarco seriamente averiadas.

-Un buque portacontainers, transformado en portaaviones, hundido.

En cuanto a las bajas generales británicas estimadas tras evaluación de los combates terrestres y acciones navales, a fecha de 28 de mayo, se cifraban, según fuentes de la Armada argentina consultadas por 'Pueblo', a las siguientes:

-Doscientos setenta muertos y desaparecidos.

-Ochocientos noventa y dos heridos.

-Sesenta capturados por fuerzas argentinas.

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/TENSA%20ESPERA.pdf