07 septiembre 1974

Una olla a presión

Pueblo, 8 de septiembre de 1974

[Cerca de ciento cincuenta soldados israelíes penetraron ayer a las dos de la tarde hora local en territorio libanés, en las proximidades de la ciudad fronteriza de Aita Chaab, a 22 kilómetros al sudeste de Tiro, en el sur del Líbano. Mientras los soldados israelíes trataban de rodear la ciudad, la artillería y los blindados ligeros libaneses, según informa el Ministerio de Defensa, abrieron fuego contra los invasores, que debieron retroceder hasta el otro lado de la frontera.]

—Ir al sur del Líbano es una locura; no hay un solo extranjero allí.

Atravesar el control militar sobre el río Litani y encontrarse a veinte kilómetros la frontera con Israel produce una extraña sensación. El ambiente está enrarecido. La costa, desierta en su mayor parte, parece completamente indefensa. La gente no puede evitar mirar el mar con temor, sabiendo que cualquier día pueden aparecer en el horizonte las cañoneras israelíes.

Tiro se adentra en el mar, enclavada sobre una pequeña península. Las calles están llenas de refugiados palestinos que deambulan sin ir a ninguna parte, negándose a permanecer en los campos por temor a los Phantom de Israel. Cuando bajó del “jeep” mi mochila con las cámaras fotográficas, los hombres que fuman sentados sobre la escollera me miran con suspicacia. El teniente de la policía, tras las cortesías iniciales de rigor, no se anda por las ramas y me pregunta qué diablos vengo a hacer aquí.

—Mire usted, me parece muy bien que sea un periodista español, pero ya tengo demasiadas complicaciones. Me dice que viene buscando palestinos y yo estoy hasta la coronilla de tener todos los días problemas con los palestinos. Si está dispuesto a aceptar un consejo, lo mejor es que se suba otra vez al “jeep” y se largue.

Cuando le digo que quiero entrar en el campo de Borj et Chemali, el teniente se agarra un extremo del bigote y me mira como si estuviera loco.

—Escuche —su voz se ha vuelto cansada—. Para esos hombres todo extranjero que pasa por esta región es un espía israelí. Hay una enorme psicosis de espionaje en el sur del Líbano. Es muy frecuente que los sionistas se infiltren en esta zona precisamente haciéndose pasar por periodistas. Tenga en cuenta que viven en el miedo, y las incursiones israelíes son frecuentes. Desconfían de todo, hasta de ellos mismos. Además, aquí no encontrará comandos, sino milicianos. Los comandos están desplegados unos kilómetros más abajo a lo largo de la frontera. Y le aseguro que los milicianos no se andan con bromas. Si usted continúa hacia el sur debo comunicarle que me lavo las manos, declinando toda responsabilidad. Ni siquiera puedo pedir a nadie que le acompañe, pues todos temen que les acusen de colaborar con los israelíes. Y ahora va a disculparme. He dejado todo mi trabajo por usted y ya no puedo dedicarle más tiempo.

Me repitieron cien veces las mismas palabras que el teniente desde que salí de Sidón un par de días antes. La psicosis de espionaje en el sur del Líbano aumenta desde las últimas incursiones de Israel. A lo largo de la costa, en torno a la frontera, el temor a las represalias sionistas crea un clima de tensión que flota en el aire. Todos tienen miedo de todos. Los fedayines se encuentran en estado de alerta constante en las proximidades de la frontera. Sin embargo, las incursiones en los territorios ocupados ya no parten de aquí, por lo general. Los golpes que las escuadras suicidas de comandos asestan en el corazón mismo de Israel son ataques organizados por la resistencia en el interior de Palestina.

La explicación es simple: los fedayines saben que cualquier ataque formal desde la frontera implicará una reacción israelí sobre el territorio libanés. La existencia de los palestinos en el sur del Líbano es el pretexto que desde hace mucho tiempo utiliza Israel para justificar sus operaciones en la frontera y quizá algún día sea también el pretexto para la anexión por Israel de los veinte kilómetros que separan a los actuales límites del río Litani, frontera natural largamente apetecida por Tel Aviv. Esa es la razón por la que la resistencia ha cambiado de actitud en los últimos meses, haciendo que todas las operaciones militares broten dentro de los territorios ocupados.

—Nuestra situación es muy delicada —me decía un miembro de Al Fatah en Beirut—. No sólo tenemos que luchar contra Israel, sino evitar que nuestros ataques y las brutales represalias israelíes no sean dispongan con el Gobierno libanés. El Líbano es hoy el lugar donde se decidirá el puerto el futuro del conflicto de Oriente Medio, pues en él está concentrada la potencia militar independiente de la Resistencia palestina. Y esta potencia nuestra condiciona, evidentemente, la independencia política de nuestro huésped.

Precisamente la independencia de que goza por el momento la Resistencia en el Líbano es la causa de que hayan fracasado todos los esfuerzos —norteamericanos e israelíes, por supuesto— para conseguir que el régimen jordano ostente la representación exclusiva del pueblo palestino. Por eso todos los intentos de Israel están encaminados a romper el frente que forma la Resistencia, único obstáculo en la actualidad para neutralizar las fronteras con los países árabes: Egipto ya tiene Suez y su franja del Sinaí, garantizada por las Naciones Unidas; Jordania está más inclinada a un compromiso con Israel que a seguir la lucha, pues la existencia de los palestinos sigue siendo una espina clavada en el cuello de Hussein; en Siria, un emparedado de cascos azules... Sólo queda el Líbano. La existencia de los palestinos es el único inconveniente para la ruptura total del que, en otro tiempo, fue compacto frente de guerra árabe. Israel lo sabe y, lejos de preocuparse cuando hay un ataque de la Resistencia, lo archiva rápidamente en el cajón de los pretextos a esgrimir cuando llegue el momento de arrasar un poco más el sur del Líbano, preparándose el terreno.

El alto mando israelí sabe que bombardear las bases de los fedayines, y solo eso, es inútil y absurdo. No es en las bases de comandos donde se encuentra la raíz del mayor problema con que en la actualidad debe enfrentarse el sionismo. El “quid” radica en el interior. Es allí donde se reclutan comandos, donde todos los palestinos, tanto los que se encuentran en el extranjero como los que viven en el Líbano, concentran esfuerzos y organizan cada vez más eficazmente la Resistencia. Los campos de refugiados constituyen una cantera inagotable de fedayines; son el alma de la resistencia. Por eso, durante un tiempo, Israel se ha dedicado a machacar sistemáticamente los campos de refugiados, a fin de enfrentar a la población civil palestina con las organizaciones militares palestinas.

Sin embargo, el “sistema” ha producido resultados completamente opuestos a los deseados por Tel Aviv. En primer lugar, por cada familia abrasada por el napalm, por cada niño en cuyas manos estallaba un juguete-bomba, uno, cuatro, diez palestinos desesperados se presentaban en los cien centros de reclutamiento de la OLP, pidiendo formar parte de las “escuadras suicidas”. En segundo lugar, la adopción por el Consejo Nacional de El Cairo del programa de diez puntos para crear un sólido poder nacional palestino hizo fracasar las aspiraciones sionistas para desmembrar la resistencia.

¿Qué otra solución queda a Israel? Desafortunadamente para él, en la actualidad no puede iniciar una guerra contra el Líbano que le permita limpiar el sur de palestinos. Y no puede hacerlo porque en tal caso destruiría su laboriosa tarea de hormiguita en los demás frentes árabes. Todos los resultados, militares y diplomáticos, que han ido consiguiendo durante tanto tiempo se vendrían abajo con una invasión al Líbano. Y en las actuales circunstancias, no demasiado fáciles, por cierto, Israel sabe que tendría que volver a empezar desde Suez hasta Kuneitra.

Sin embargo, los “cerebros” de Tel Aviv encontrado una solución, quizá la más peligrosa para los palestinos en toda su historia de exilio. Los israelíes han comprendido que si ellos no pueden liquidar personalmente a los palestinos alguien debe hacerlo. La maniobra de Husein en aquel “septiembre negro” no dio malos resultados y la Resistencia palestina en Jordania fue destrozada en las calles de Ammán. Por eso los dirigentes sionistas están decididos a que sea el Gobierno del Líbano quien esta vez haga para ellos el trabajo sucio. El sistema es sencillo, no ofrece riesgos para Israel y si triunfa liquidará el único inconveniente que en la actualidad le impide hacer doblar la rodilla para siempre a los países árabes. Los pasos a seguir son elementales: presionar provocando enfrentamientos entre las autoridades libanesas y la Resistencia palestina.