Alfaguara - 12/03/2015
«En tiempos de oscuridad siempre hubo hombres buenos que lucharon por traer las luces y el progreso. Y no faltaron quienes intentaban impedirlo.»
«Hay hombres que pasan por la vida sin dejar rastro, y otros que permanecen y no se olvidan jamás»
A finales del siglo XVII, cuando dos miembros de la Real Academia Española, el bibliotecario don Hermógenes Molina y el almirante don Pedro Zárate, recibieron de sus compañeros el encargo de viajar a París para conseguir de forma casi clandestina los 28 volúmenes de la 'Encyclopédie' de D’Alembert y Diderot, que estaba prohibida en España, nadie podía sospechar que los dos académicos iban a enfrentarse a una peligrosa sucesión de intrigas, a un viaje de incertidumbres y sobresaltos que los llevaría, por caminos infestados de bandoleros e incómodas ventas y posadas, desde el Madrid ilustrado de Carlos III al París de los cafés, los salones, las tertulias filosóficas, la vida libertina y las agitaciones políticas en vísperas de la Revolución Francesa. Basada en hechos y personajes reales, documentada con extremo rigor, conmovedora y fascinante en cada página, 'Hombres buenos' narra la heroica aventura de quienes, orientados por las luces de la razón, quisieron cambiar el mundo con libros cuando el futuro arrinconaba las viejas ideas y el ansia de libertad hacía tambalearse tronos y mundos establecidos.
Toda aventura cabe en un libro, pero no todo libro acaba convertido en aventura. Esto último es lo que ha conseguido Arturo Pérez-Reverte con 'Hombres buenos', del mismo modo en que acertara hace ya décadas con El club Dumas, con la que se emparenta su última novela más allá de los escenarios compartidos.
La historia que nos ofrece el autor en esta ocasión se centra en los albores del Nuevo Régimen, cuando el mundo civilizado se iluminaba gracias a las aportaciones de los nuevos pensadores y científicos por los que el siglo XVIII sería recordado como el Siglo de las Luces. Pero quienes pretendían controlar los destinos de España, reacios a todo cambio, no veían con buenos ojos la llegada de esos aires de renovación que empezaban a recorrer Europa sin remisión. Es aquí donde hacen su aparición un par de hombres buenos que, por encargo de la Real Academia Española y como estandarte de las ideas más avanzadas de su tiempo, tratarán de cambiar la situación de estancamiento sociocultural que persiste en tiempos de Carlos III, el rey que formuló nuestro particular despotismo ilustrado.
Lo que desde el primer instante de la narración se propone es una lucha feroz entre la razón y el dogmatismo, entre la renovación intelectual de la sociedad española y el premeditado estancamiento vital que fomentan quienes han vivido al amparo de la fe y del conservadurismo acérrimo, tan fructífero para quienes seguían ostentando el poder civil. Sólo de una institución como la Real Academia Española podían surgir vientos de cambio, por lo que don Hermógenes Molina y el almirante don Pedro Zárate se convierten de ese modo en los adelantados que formalizaron la decisión de la Real Academia Española de traer a España el fruto de la renovación del pensamiento que tenía a Francia como epicentro, y la 'Encyclopédie' como arma con la que dibujar el nuevo orden desde mediados de esa centuria hasta mucho más allá de la Revolución Francesa.
En un tiempo de esperanza, con la idea de dejar atrás siglos de oscuridad, el bibliotecario don Hermógenes Molina y el almirante don Pedro Zárate, personajes sagaces y de una gran altura moral, se iban a enfrentar a las mismas fuerzas que atenazaron a España durante centurias. Un mes de viaje de Madrid a París (265 leguas), dieciséis mil reales y varias semanas en busca de una primera edición de la 'Encyclopédie' les hará conocer con ojos extraños la realidad europea, y de paso la propia, con una mirada distanciada que no sucumbe a la sorpresa, sino que se asimila con la misma naturalidad con la que Arturo Pérez-Reverte trufa la trama de diálogos fresquísimos y elocuentes, punzantes y acertados. En medio del meollo, unoscuantos enemigos que parten de las mismas entrañas de la Real Academia Española pretenden hacer fracasar la empresa civilizadora que lleva a cabo la pareja de aventureros académicos en el país vecino.
Otra pareja —esta vez de hombres no tan buenos—, la formada por Manuel Higueruela y Justo Sánchez Terrón, tratará por todos los medios de evitar desde Madrid que la 'Encyclopédie' salga de París y atraviese los Pirineos: está en juego la pervivencia de los valores de la beatería, la devoción desmedida y el oscurantismo por los que todavía renquea España. A tal fin, nada mejor que contratar los servicios de un sicario, el esquinado Pascual Raposo, un profesional en enturbiar asuntos y en conducirlos al destino fatal si se diera el caso. Con ese permanente peligro rozándoles los talones, don Hermógenes y don Pedro —con la muy estimable ayuda del revolucionario abate Bringas— inician una aventura que les llevará a recorrer el París de finales del siglo XVIII: salones de tertulia en los que conocen a D’Alembert, Choderlos de Laclos e incluso el libertador americano Benjamin Franklin, que andaba por París en busca de apoyo para continuar la campaña contra las tropas británicas; cabarets entre los que se mueven las diez mil prostitutas que a la sazón ejercían en la ciudad; casas nobles donde el aire ilustrado recorre sus pasillos, y bibliotecas con ejemplares prohibidos pero muy leídos… Y claro, rincones donde es fácil asaltar a dos hombres buenos que todavía tienen el orgullo intacto y guardan tal sentido del honor que les hará enzarzarse en un duelo a espada con otros franceses no menos honorables.
Si a todo ello le añadimos unas decisivas dosis de aventura amorosa, con la decidida participación de Margot Dancenis, una mujer elegante, libre e inteligente, será difícil resistirse al hechizo de esta nueva aventura que nos propone Arturo Pérez-Reverte. Con una perfecta combinación de ficción e historia, la novela añade una interesantísima reflexión sobre el propio acto de creación. Junto a la peripecia de los dos académicos aparece un relato paralelo sobre los pormenores de la investigación del narrador en libros, mapas, guías, documentos y a través de conversaciones mantenidas con estudiosos, especialistas, libreros, bibliófilos y amigos que le ayudan a construir con rigor esta aventura histórica. Es ésa la razón por la que la narración se muestra plena de vida y confirma que hay novelas que nos ayudan a conocer los acontecimientos del pasado (y del presente) de manera tan precisa como un tratado académico. En el fondo se trata de escribir para averiguar, para entender, para vivir con certeza un tiempo pasado que tiene fiel reflejo —y de qué modo— en nuestro presente inmediato, y tal vez también en el porvenir.
En el París prerrevolucionario, cuna de los salones de lectura, las academias, los cabarets de los alrededores de Les Halles, los libertinos y los protojacobinos, el café Procope y los duelistas orgullosos, la pareja quijotesca de esta aventura no renunciará al amor, a la disputa, al celo que les hacía no imaginar causa más noble que la que estaban emprendiendo en pos de la luz del saber, sin apego a dogmatismos de ningún tipo. Todo ello envuelto en un doble placer por la aventura libresca: el de vivirla dentro de la propia historia de la novela y el de compartirla con nuestros protagonistas, que, como el propio autor, pertenecen a esa peculiar raza de hombres que procura amueblarse su mundo con libros. No es mala idea, visto el resultado. Si es verdad que «hay hombres que pasan por la vida sin dejar rastro, y otros que permanecen y no se olvidan jamás», también existen novelas que comparten esa segunda naturaleza que las hace inolvidables: 'Hombres buenos' será, entre las inolvidables, de las mejores. Un libro, en fin, que nos conducirá a más libros, que es lo mejor que se le puede pedir a una obra literaria. Si además propicia la diversión del lector, el excitante festín está servido para hacer historia.
Personajes
Don Hermógenes Molina (un hombre bueno)
Bajo y regordete, afable de rostro, casaca marrón rozada y brillante en los codos, que sin duda conoció tiempos mejores (…). Bibliotecario de la Real Academia Española, jamás le interesó viajar fuera de España, excepto a Italia, cuna del mundo latino al que dedicó su vida y estudios. Ya viudo y de sincera fe religiosa, consigue, en los momentos de mayor incertidumbre, tender puentes sólidos entre su razón y su fe. Con una cara que necesita afeitarse dos veces al día y padece gota entre otros achaques…
Don Pedro Zárate (un hombre bueno)
Hombre de ojos azules, acuosos y melancólicos. Pese a su todavía buena figura, a la ropa que le cae como un guante y a su pulcra apariencia, los académicos le calculan de sesenta a sesenta y cinco años, aunque nadie está al corriente de su edad exacta. Vive soltero junto a sus dos hermanas, Amparo y Peligros, sin apenas patrimonio particular, de algunos ahorros, la pensión de brigadier, y poco más. Es autor de un prestigioso Diccionario de Marina. En su modesta parcela, era uno de esos marinos ilustrados, empeñados en contribuir a una marina moderna y honorable, a la altura del desafío asumido por el imperio español que aún se extendía a los dos lados del Atlántico y por el Pacífico. Un hombre culto, digno, honrado, como tantos otros que acabaron con escaso reconocimiento oficial, muertos en combates navales sin esperanza, o de simple miseria, a media paga o sin cobrarla en absoluto. Añadiremos que fue orgulloso combatiente en la batalla de Tolón contra los ingleses (22 de febrero de 1744 frente a la costa francesa).
Manuel Higueruela
Sesentón de cuello grueso y voz nasal, que usa casaca de tontillo y peluca sin empolvar, siempre ladeada como si se asentara mal en una cabeza cuya vulgaridad sólo alteran los ojos, que son vivos, malignos e inteligentes. Es académico de la Española, comediógrafo vulgar y poeta mediocre, pero edita el ultraconservador 'Censor Literario', que tiene fuertes apoyos en los sectores más reaccionarios de la nobleza y el clero.
Justo Sánchez Terrón
Asturiano de origen modesto, hecho a sí mismo con estudios y lecturas, goza de reputación como hombre de ideas avanzadas pero es un ilustrado radical. Funcionario del estado y miembro de la Real Academia Española, ofuscado por el éxito e incapaz de verse con lucidez crítica, se ha convertido en un figurón pedante, pagado de sí hasta la más fastidiosa arrogancia a causa del perpetuo tono moral de sus escritos y discursos, lo apodan por lo bajini El Catón de Oviedo. Además, se dice que prepara un drama teatral con el que se propone enterrar los cadáveres rancios de la escena nacional.
Pascual Raposo, el sicario.
«Un tipo de recursos, no le quepa duda. Y con los escrúpulos justos. Raposo, Pascual Raposo (…). Listo y peligroso, como su apellido.» Hombre de unos cuarenta años, pelo rizado y espesas patillas negras en boca de hacha, más bien bajo, fornido de hombros en una casaca de paño marrón. Fue soldado en caballería y también trabajó para la policía cuando la expulsión de los jesuitas. A sus cuarenta y tres años, con una vida bregada y el viejo costurón de un navajazo sobre el riñón izquierdo, hace dieciocho años que dejó el ejército, tras desertar en la batalla del desfiladero de La Guardia contra los ingleses, lo que le valió cuatro años de encarcelamiento en el presidio de Ceuta. «En su arriesgado oficio, sonreír forma parte de las reglas hasta que, en el momento adecuado, la sonrisa se transforma en mueca carnicera.»
Representante de la monarquía de Carlos III ante la corte francesa, antiguo grande de España, exembajador en Lisboa y Varsovia, es ahora un sexagenario encorvado, estrábico y con pocos dientes. Su influencia es grande a ambos lados de los Pirineos, pese a que inicialmente se muestra reticente a ayudar a los académicos españoles en su aventura.
Milot
Inspector de policía, ayudará a Raposo en sus planes de desbaratar la encomienda de los académicos.
Margot Dancenis
Elegante, inteligente y bella, su casa es centro de reunión de una tertulia famosa filosófica y literaria a la que suelen asistir algunos de los intelectuales más renombrados del París de la época. Su marido atesora una biblioteca personal de más de cinco mil libros, tanto filosóficos como galantes, que incluye joyas como 'Philosophiae Naturalis Principia Mathematica', de Newton, obra cumbre del pensamiento humano y de la ciencia moderna del siglo XVIII o la anhelada 'Encyclopédie'.
El Abate Bringas
Poeta, libelista, revolucionario jacobino y fugitivo de la Inquisición, frecuenta a los exiliados y radicales en los años previos a la Revolución Francesa. Traductor de Diderot y Rousseau al castellano, se ganaba la vida con servicios de mediación y trapicheos varios. Acompaña a los protagonistas en las pesquisas para hacerse con la primera edición de la 'Encyclopédie'. Sabemos que, años después de concluida esta aventura, sería finalmente guillotinado junto a Robespierre y sus seguidores.
La crítica ha dicho sobre el autor
«Digámoslo claro: nunca se agradecerá bastante a Reverte haber hecho entrar a tantos lectores en esa literatura y esa historia cautivándolos con unas narraciones apasionantes y, por la fascinación que produce el héroe, implicándolos como coprotagonistas.» Francisco Rico
«Su sabiduría narrativa, tan bien construida siempre, tan exhaustivamente detallada, documentada y estructurada, hasta el punto de que, frente a todo ello, la historia real resulta más endeble y a veces hasta tópica.» Rafael Conte
«Arturo Pérez-Reverte es uno de los maestros del suspense inteligente.» 'Le Figaro Magazine'
Extractos de la novela
'Encyclopédie, ou dictionaire raisonné' (1751-1772): la mayor aventura intelectual del siglo XVIII: el triunfo de la razón y el progreso sobre las fuerzas oscuras del mundo entonces conocido […] los veintiocho volúmenes editados en París por Diderot, D’Alembert y Le Breton (…). Una de esas obras sabias y decisivas, raras en la historia de la humanidad, que iluminan a los hombres que las leen y abren la puerta a la felicidad, la cultura y el progreso de los pueblos.»
«A esta edad hay más historias por escribir que tiempo para ocuparse de ellas. Elegir una implica dejar morir otras. Por eso es necesario escoger con cuidado. Equivocarse lo justo.»
«Se trata de elegir entre nuestros compañeros a dos hombres buenos.»
«Con tal panorama, París supone un desafío. Una tentadora experiencia. En esa ciudad, convertida en ombligo indiscutible de la razón en pugna con la sinrazón, olla donde hierve la crema del intelecto humano y la moderna filosofía, se desatan hoy nudos gordianos, se desmoronan creencias antaño imbatibles, se discute de cuanto existe bajo el cielo y sobre al tierra.»
«En su mayor parte, esos académicos eran hombres sagaces y con altura moral (…). Intuían que definiendo con rigor la lengua, haciéndola más racional y científica, estaban cambiando España.»
«Maldita la falta que nos hace ese torrente impreso de descreimiento e impiedad que insulta todo lo tradicional y todo lo honorable…»
«Estimado colega, le propongo una tregua. Una alianza táctica temporal y fructífera. De los dos extremos.»
«Nadie pretende causar daño a nuestros dilectos bibliotecario y almirante —dice el periodista—. Sólo se trata de entorpecer la cosa. De ponerles tan difícil la tarea, que deban volver con las manos vacías…»
«Se trata de un viaje largo, azaroso. Extraña y noble aventura propia de su prodigioso tiempo: traer las luces, la sabiduría del siglo, hasta aquel humilde rincón de la España culta, su Real Academia.»
«En una partida se gana o se pierde… Pero siempre hay que atacar a unas cartas con otras… ¿Me siguen?»
«La certidumbre de que, en un mundo injusto como el que le ha tocado conocer [a Raposo], sólo hay dos maneras posibles de soportar la injusticia, sea divina o humana: resignándose a sufrirla, o aliándose con ella.”
«Qué triste. Los españoles seguimos siendo los primeros enemigos de nosotros mismos. Empeñados en apagar las luces allí donde las vemos brillar.»
«La omnipresente religión impide florecer. No hay libertad… Cuanto llega de fuera se acepta con la punta de los dedos, por no quemarse […]. Pocos en España se atreven a cruzar los límites del dogma católico.»
«El sustantivo es educación, sin duda. Ella será palanca del hombre nuevo […]. Por eso viajamos usted y yo, don Hermes […], para poner nuestro humilde tornillito en esa palanca.»
«En un lugar donde los nobles no pagaban impuestos, donde el trabajo se consideraba una maldición, y donde daba lustre que ninguno de tus antepasados hubiese realizado oficios mecánicos, la tendencia natural era la indolencia, el rechazo a cuanto pudiera cambiar las cosas.»
«No tuvimos luces en el sentido de otros lugares de Europa, porque nunca hubo un núcleo coordinado de filósofos y tratadistas políticos que manejara con libertad las nuevas ideas.»
«La urgencia de nuevos españoles que no sean esclavos del mundo viejo.»
«Hay un ejercicio fascinante, a medio camino entre la literatura y la vida: visitar lugares leídos en libros y proyectar en ellos, enriqueciéndolos con esa memoria lectora, las historias reales o imaginadas, los personajes auténticos o de ficción que en otro tiempo los poblaron.»
«Debe saber que en París los duelos son frecuentes. Raro es el día que no despachan a alguien […]. Aquí está de moda el duelo como pueden estarlo las pelucas de ala de pichón…»
«Mi compañero es un ilustrado de los que van a misa: variedad más frecuente en España de lo que se cree.»
«Los ministerios en Francia son despóticos […]. Al pueblo se le desangra a impuestos que van al bolsillo de unos pocos, y al Estado le roen las deudas… Hace falta una buena sacudida. algo que cambie todo esto. Que le revuelva de arriba abajo. Una revolución sangrienta.»
«Voltaire es lo que más requisa la policía. Eso lo encarece mucho.»
«Poco tiene que ver la suerte […]. Y mucho la abulia y el desinterés por las artes, las ciencias y la educación, materias que hacen a los hombres libres.»
«La nueva filosofía hará ese trabajo. Sin duda. […] pero a bofetadas. El pueblo es demasiado grosero para comprender. Por eso hace falta que deje de respetar la autoridad que lo aprisiona… Que se agiten los espíritus del hombre bajo, mostrándole la vergüenza de su propia esclavitud.»
«La misión de quienes manejamos la pluma, nuestro deber filosófico, es demostrar que no hay esperanza ninguna. Enfrentar al ser humano a su propia desolación. Sólo entonces se alzará pidiendo justicia o venganza…»
«Fue la desesperación de los amargados pobres diablos la que, al estallar en las capas sociales más bajas, acabó inflamando al pueblo. En la práctica, fanáticos rencorosos como el enloquecido abate, con su frustración y su odio, echaron más gente a la calle que todos los enciclopedistas juntos.»
«Cuando se ha vivido de forma adecuada, no hay nada mejor que un largo, bien ganado descanso.»
«España, concluye, debe dejar de resistirse a la ciencia y la razón. Que aprenda a pensar, y a leer. Que apañada va, y buena falta le hace.»
«Que los viajeros tienen dificultades para encontrar lo que buscan, y se dispone a entorpecerlo más todavía. Que están en manos, además, de un individuo de poco fiar, y que la embajada se desentiende… Todo bien, como ve. Favorable para nuestros planes.»
«Los pueblos, sobre todo el español, viven del sueño, del apetito, del odio y del miedo; y eso la gente como usted y yo, cada cual a su manera, lo administra como nadie.»
«Hoy, en París, toda señora que se precie debe tener en su corte al menos a un libertino y a un geómetra, como antes tenían pajes.»
«Sólo soy de los que procuran amueblarse el mundo con libros.»
«Una biblioteca no es algo por leer, sino una compañía —dijo, tras dar unos pasos más—. Un remedio y un consuelo […].Una biblioteca es un lugar donde hallar lo conveniente en el momento oportuno.»
«El policía Milot y su red de confidentes mantienen informado a Raposo de cuanto el almirante y el bibliotecario hacen en la ciudad.»
«Es mi especialidad, compañero. Levantar falsos testimonios, previo pago de su importe.»
«Los individuos como él encuentran con facilidad justificaciones para cada uno de los actos de su vida, por crudos o miserables que sean; y raro es quien arrastra consigo más fantasmas de los que le conviene soportar.»
«Una rata acorralada en un callejón, entre la basura. Perfecta imagen del mundo, piensa Raposo, mientras le arroja el trozo de ladrillo.»
«Lo siento, don Hermes. No era nada personal. Pero hablar de ciencia española es tropezar a cada paso con el escollo del escrúpulo religioso.»
«Se necesita una política de Estado que aliente a la sociedad burguesa a financiar, viendo negocio en ellas, las ciencias experimentales. En España, la ciencia, la educación, la cultura, todo tropieza en lo mismo. Y a causa de ello, los prudentes callan y los audaces sufren.»
«Creo que cuando alguien tiene bienes materiales o espirituales que conservar, y madurez, y deja atrás la efervescencia de la juventud, y en eso incluyo a pueblos jóvenes como el de las colonias inglesas, tiende a sentar reyes en los tronos…»
«Todo hombre, estudie o no, es peligroso cuando se le utiliza para serlo. Me parece… O cuando se le obliga a serlo […]. Olvidan la fuerza del torrente, y la del mar, y la de la naturaleza que golpea ciega cuanto halla a su paso. Olvidan las reglas de la vida.»
«Pasado mañana al amanecer, en el prado de los Campos Elíseos. Si le va bien […]. Le ruego que elija las armas […]. A primera sangre.»
«El duelista se coloca por encima de la ley y prueba que su orgullo le importa más que cualquier autoridad humana o divina…»
«Me importa. No tengo ningún interés en morir mañana por la mañana.»
«¿No lo fatiga a usted a veces ese corazón suyo, siempre acompasado con la cabeza como una aguja de reloj y su péndulo?»
«El sonido metálico de las espadas suena al fin, argentino y nítido, en el aire húmedo de la mañana.»
«Eso merece un trago, o varios —Milot llama a la camarera—. Al fin y al cabo, el dinero de los tontos es el patrimonio de los listos.»
«Aquí [en París], hechas a estar en lugares públicos y a tratar con hombres, las mujeres tienen su propio orgullo, su audacia y hasta su propia mirada…»
«Tras haber tenido un buen número de amantes, una mujer debe considerarse afortunada si sabe convertir a alguno de ellos, el más inteligente, en un fiel y leal amigo […]. Cuando se desvanece la ilusión de las primeras pasiones, la razón se perfecciona...»
«Un hombre guapo es aquel a quien la naturaleza ha formado adecuadamente para realizar las dos funciones principales: la conservación del individuo, que se extiende a muchas cosas, incluida la guerra, y la propagación de la especie, que se extiende a una sola… ¿Ha besado a alguna mujer en París, señor?»
«No imagino causa más noble que llevar esa Encyclopédie, y sobre todo lo que contiene y representa, al corazón de esa España oscura y cerril de la que vivo en exilio.»
«Fue un honor ayudarles, señores.»
«Hay hombres que pasan por la vida sin dejar rastro, y otros que permanecen y no se olvidan jamás.»