Alfaguara - 19/10/2016
«Para Falcó, palabras como patria, amor o futuro no tenían ningún sentido. Era un hombre del momento, entrenado para serlo. Un lobo en la sombra. Ávido y peligroso.»
Europa, 1936. Todo ocurre en un mundo de entreguerras, uno que está por derrumbarse. Al tiempo que los fascismos, el comunismo y las revueltas obreras recorren el continente, los mercenarios y los espías se mueven a sus anchas para sacar tajada de la carnicería ajena. El siglo promete demolición. Y mientras elegantes caballeros y hermosas mujeres se embarcan en transatlánticos y se dejan ver en balnearios y hoteles de lujo, otros se buscan la vida en rincones más sórdidos.
A ambos lados de esa línea se mueve el jerezano Lorenzo Falcó, protagonista de esta historia de aventura y espionaje. Elegante, mujeriego, canalla y aventurero, este ex contrabandista de armas será contratado como espía para cumplir una misión que puede cambiar por completo la historia de un país. En medio de dos bandos enfrentados, Falcó tendrá que cumplir con aquello para lo que ha sido contratado. En las páginas de esta historia, fascistas, nazis, marxistas, anarquistas y bolcheviques intervienen en favor de sus propios intereses mientras otros, los que defienden un ideario, se descerrajan tiros a ambos lados de una trinchera. Cada uno libra su propia batalla. También Lorenzo Falcó, que avanza encantador y letal, eficaz y amoral. Porque si hay algo claro en esta novela es que Lorenzo Falcó trabaja para sí mismo, aunque lo haga para otros.
Esta historia comienza de noche, en un vagón de primera clase. La mujer que va a morir habla de la temporada en Biarritz, también de la última película de Clark Gable y Joan Crawford. El hombre contratado para identificarla la escucha con un cigarrillo entre los dedos y una pierna cruzada sobre la otra, procurando no aplastar demasiado la raya del pantalón de franela. Ella es una misión más por cumplir. Él es Lorenzo Falcó, el protagonista de un libro que sólo necesita un párrafo para enganchar a quien lee hasta la última línea de sus quince capítulos.
Así es Falcó, la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, una historia memorable de aventura y espionaje en la Europa de las décadas de los años treinta y cuarenta. Todo ocurre en un mundo que todavía tiembla por las sacudidas de la Primera Guerra Mundial y que se prepara para hacerse pedazos en una segunda contienda de magnitudes aún mayores. Es ahí donde Lorenzo Falcó, aventurero y espía, se abre paso con la determinación de los cazadores cuando acechan a sus presas. Así es Falcó: un hombre de acción, alguien peligroso que no tiene remordimientos y apuesta siempre a la mejor jugada, la que pueda beneficiarlo a él. Es el hombre perfecto para la misión que le ha sido encomendada.
La acción tiene lugar en la España de 1936, concretamente durante los cuatro meses que siguen al levantamiento del 18 de julio perpetrado por el bando nacional —comandado por Francisco Franco— contra la República; los días más sangrientos de aquella contienda. Contratado por el servicio de inteligencia del bando franquista, Lorenzo Falcó debe cumplir una misión en territorio enemigo: liberar al líder falangista José Antonio Primo de Rivera, prisionero de la República en la cárcel de Alicante. Tres personajes lo acompañarán en esta tarea: los hermanos falangistas Ginés y Caridad Montero y la enigmática Eva Rengel. Más que una pieza en esta historia, ella es un peso en la balanza.
Tras pasar por Estambul, África, Lisboa, París, Berlín o el Líbano, Lorenzo Falcó se mueve en esa España en guerra con la tranquilidad y la sangre fría de aquel al que no le importa lo que habrá de ocurrir. Falcó todo lo ha visto, todo lo ha hecho: desde seducir a hermosas y elegantes señoras en restaurantes de cubertería de plata y bares con muebles de cuero, hasta cerrar, en esos mismos lugares o acaso otros peores, unos cuantos negocios —casi siempre turbios— en los que él se las arregla para salir victorioso. Falcó no ha venido a esa España a tomar partido por nadie, aunque todos se lo reclamen. Ésta no es su guerra.
Repartidos en ambos bandos, Falcó ya ha visto a los ingenuos y a los canallas, a los que medran y trafican, a los que se redimen en una trinchera y los que se protegen en la retaguardia. A todos esos ya los conoce. Por eso, algo distinto recorre las páginas de esta historia, una novela en la que Arturo Pérez-Reverte retoma algunos de sus temas principales —el combate, la valentía, el arrojo, la mezquindad, la redención— en una versión todavía más depurada. Falcó es una novela planificada y ejecutada con maestría, en la que un narrador omnisciente obra a sus anchas sin apenas dejarse ver, y que ofrece al lector diálogos trepidantes, escenas vertiginosas y contundentes que consiguen, a medida que avanza en la lectura, hacerle sentir parte de esta historia.
Acaso aguijoneado por el atractivo del siglo XX, que ya visitó en 'El tango de la Guardia Vieja', Arturo Pérez-Reverte da un paso más en 'Falcó'. Crea un escenario fascinante, verosímil en sus contradicciones —el lujo de unos y el hambre de otros, la valentía y la abyección—, lleno de matices suficientes para recrear de manera fidedigna aquellos tiempos y a aquellos que los habitaron. Un mundo en el que cuelgan de las paredes de los bares los retratos de Douglas Fairbanks, Paul Muni y Loretta Young, y el protagonista aparca sus remordimientos para examinar los hechos a través del cristal de una copa de Martini con vodka y unas gotas de naranja. Ese lugar en el que fascistas, nazis, bolcheviques, espías y contraespías interferían a sus anchas en la política de una Europa a punto del desastre. La trama se cuece en los entresijos de ese mundo que todo lo abarca. Al recorrer estas páginas, el lector se preguntará: ¿quería Franco dejar morir a Primo de Rivera para que nadie le quitara el protagonismo? ¿Se vio obligado el Caudillo a hacer amagos de rescate por la presión de Mussolini? ¿Cuántos comerciantes de armas, antiguos conocidos de Falcó, hicieron negocios con los bandos que se mataban sin contemplación? ¿Eran todos los nazis tan leales a Hitler como pensábamos? ¿Puede alguien seducir a la mujer de un alto mando y salir airoso del lance? ¿O acaso dejarse deslumbrar por una dama tanto o más dura y tenaz que él?
La vida de ciertos hombres posee un aire de familia. Ya sea el Diego Alatriste de los tercios de Flandes, el Jaime Astarloa de 'El maestro de esgrima' o Coy, el marinero sin barco de 'La carta esférica', a todos los relaciona una cierta forma de ver la vida: son de los que no huyen y defienden su derecho a morir como es debido en el mundo que les ha tocado. Lorenzo Falcó, el protagonista que da nombre a la más reciente novela de Arturo Pérez-Reverte, pertenece a esa estirpe. Con sus matices, es cierto. Aunque su mundo sea otro, él posee los rasgos definitorios de todos los personajes revertianos, aquellos que hacen que el lector empatice con ellos a pesar de su hosquedad, su fiereza, o su carácter implacable.
Los personajes
Lorenzo Falcó
Ex contrabandista de armas y mercenario reconvertido en espía al servicio del Movimiento Nacional. Ha sido contratado por los servicios de inteligencia franquistas para completar una misión en territorio enemigo: liberar al líder falangista José Antonio Primo de Rivera, que permanece prisionero de la República en la cárcel de Alicante. Hombre de acción y de conducta amoral, Falcó, de 37 años, creció en una familia acomodada de Jerez, vinculada a las bodegas y la exportación de vino. Es elegante, educado, encantador y muy preciso en cada detalle de todo cuanto le identifica: desde la pitillera de plata, el pastillero con las cafiaspirinas y los gemelos que elige, hasta el cuidado de su Browning o ese gesto de llevar escondida en el cinto una pequeña hoja de afeitar para utilizar como arma en caso de ser necesario. Con él, nada queda al azar. Lorenzo Falcó es un canalla en toda regla, dueño de una ética muy particular. Expulsado de la Armada por un asunto de faldas, lo mueven la aventura, las mujeres, el peligro y la adrenalina. Conoce y controla los ambientes más lujosos —balnearios, hoteles y restaurantes de la Europa de los años treinta y cuarenta—, pero también los lugares más sórdidos de Estambul, los Balcanes, África y la Europa de entreguerras, donde se ha cobrado la vida de varios hombres y mujeres sin siquiera parpadear. «La guerra de Lorenzo Falcó era otra, y en ella los bandos estaban bien claros: de una parte él, y de la otra todos los demás», escribe Arturo Pérez-Reverte sobre él. Sólo un atributo puede tocar la fibra a Lorenzo Falcó: la valentía y decisión de aquellos a los que, como a él, no les tiembla el pulso a la hora de matar.
Ginés Montero
Joven falangista que, junto a su hermana Cari Montero y a Eva Rengel, forma parte de la misión en territorio enemigo encomendada a Falcó. De probada lealtad, su valentía está recubierta de idealismo, inexperiencia e ingenuidad. Con una fe inquebrantable en el avance del bando nacional, Ginés Montero cree sin fisuras en las ideas que lo empujan. «¿De verdad crees que matar a alguien une a quienes lo matan?» —le espeta Falcó—. «No me jodas. Sé buen chico, anda. Haz tu guerra, salva a José Antonio y salva a España de la horda marxista, si puedes. Pero no me jodas».
Caridad Montero
Ella, como su hermano Ginés, lucha con valor y candidez. Con «aires de chica bien, alterado por vientos de pueblo», Caridad —Cari, como se la llama en la novela— es una mujer voluntariosa, aunque desprovista del arrojo y la dureza de su compañera de lucha, Eva Rengel. Como el resto del comando falangista, desconfía de Lorenzo Falcó. No lo considera un camarada, no lo considera uno de los suyos: no está afiliado, no juega todas sus cartas. Sin embargo, la esperanza y la fe en el resultado de la misión que está por emprender pesan más que cualquier sospecha.
Eva Rengel
Integrante de la Sección Femenina de la Falange y amiga cercana de los hermanos Montero. «Es la chica más valiente que he conocido. Y Ginés también lo dice», asegura Caridad Montero al referirse a ella. Como Lorenzo Falcó, es un ser de pocas palabras y poseedora de un carácter avasallante. Sin embargo, su causa —aunque legítima— tal vez no sea del todo clara. Hija de un ingeniero inglés casado con una española, Eva Rengel derrocha seguridad, coraje y sangre fría. Es hermosa e inteligente. Ella será la única mujer capaz de atravesar la coraza exterior de Lorenzo Falcó, justamente porque está hecha de la misma pasta que él. La relación entre ambos está a mitad de camino entre el amor y el pacto entre los que se reconocen hermanos en la acción. En esta novela, Eva Rengel demostrará ser mucho más importante y peligrosa de lo que el lector pueda llegar a imaginar.
El Almirante
Responsable del servicio de inteligencia franquista. Tiene línea directa con el Caudillo y su hermano, Nicolás Franco. Listo, recio, malhumorado y temible, mantiene con Lorenzo Falcó una relación más cercana a la de un padre que a la de un jefe. Ambos se conocieron cuando el Almirante era todavía jefe del servicio de inteligencia español en el Mediterráneo Oriental. Entonces Falcó traficaba con armas por su cuenta. En ese momento, sólo fueron posibles dos opciones para el Almirante: aniquilarlo o reclutarlo. Optó por lo segundo. Falcó es el hombre a su servicio, su ficha en este tablero.
Coronel Lisardo Queralt
Jefe de policía y seguridad de la Falange. Lo conocen como el carnicero de Oviedo debido a su probada eficacia y crueldad como torturador, así como a su falta de escrúpulos. Queralt rivaliza con el mentor de Falcó, el Almirante, y no dudará un minuto cuando surja la ocasión de jugársela a los dos.
Chesca Prieto
Una mujer que no deja indiferente a Lorenzo Falcó y tampoco al lector. Casada con un capitán de infantería del bando nacional, es poseedora de una belleza poderosa y una afilada inteligencia.
Extractos de la novela
Sobre Lorenzo Falcó: su mundo, sus certezas y sus grietas
«Él no era militar, sino todo lo contrario. En 1918 había sido expulsado con deshonor de la Academia Naval de Marín tras un escandaloso asunto con la mujer de un profesor y una pelea a puñetazos con el marido en el aula, en plena clase sobre torpedos y armas submarinas. Sin embargo, al estallar la guerra el Almirante había conseguido para él una graduación provisional de teniente de Navío de la Armada, a fin de facilitar su trabajo.»
«Durante un momento, Lorenzo Falcó permaneció inmóvil estudiando el reflejo, satisfecho de su aspecto: rasurado impecable a navaja, patillas recortadas en el punto exacto, los ojos grises que se contemplaban a sí mismos, como al resto del mundo, con tranquila e irónica melancolía.»
«Falcó provenía de una buena familia andaluza vinculada a las bodegas, al vino y a su exportación en Inglaterra. Los modales y la educación adquiridos en la infancia le habían ido bien más tarde, cuando una juventud poco ejemplar, una carrera militar truncada y una vida vagabunda y aventurera pusieron a prueba otros resortes de su carácter. Ahora tenía 37 años y una densa biografía en la espalda: América, Europa, España. La guerra. Trenes nocturnos, fronteras cruzadas bajo la nieve o la lluvia, hoteles internacionales, calles oscuras e inquietantes, abrazos clandestinos.»
«Para Falcó, las palabras como patria amor o futuro no tenían ningún sentido. Era un hombre del momento, entrenado para serlo. Un lobo en la sombra. Ávido y peligroso.»
«Se lo había preguntado una mujer, en cierta ocasión. Siempre eran ellas quienes preguntaban esa clase de cosas. Por qué lo haces, dijo. Por qué vives así, jugándotelas al filo de la navaja. Y no me digas que es por dinero […]. Tras la pregunta, Falcó había mirado a la mujer con deliberada calma, disfrutando del paisaje perfecto que ella desplegaba ante él; y tras un silencio, encogiéndose de hombros, lo resumió todo en pocas palabras. Sólo dispongo de una vida, dijo. Un breve momento entre dos noches. Y el mundo es una aventura formidable que no estoy dispuesto a perderme.»
«Además de la ropa cara, los cigarrillos ingleses, los objetos de plata y cuerpo, los analgésicos para el dolor de cabeza, la vida incierta y las mujeres hermosas, a Lorenzo Falcó le gustaban las cosas salpimentadas con detalles. Con solera.»
Falcó y las mujeres
«A las señoras solían gustarles sus maneras elegantes combinadas con el perfil apuesto y la sonrisa simpática y atrevida, calculada al milímetro, probada mil veces, que acostumbraba a utilizar ante ellas como tarjeta de visita. Desde muy joven había aprendido, a costa de algunas rápidas desilusiones propias, una lección crucial: las mujeres se sentían atraídas por los caballeros, pero preferían irse a la cama con los canallas. Era matemático.»
«Ahora Chesca lo miraba de un modo diferente. Como si buscara grietas en la estructura. Cruzó las piernas, y Falcó pensó que una mujer como era debido sabía cruzar las piernas, fumar y tener amantes con la elegancia adecuada. Sin darle importancia. Y aquélla, sin duda, sabía.
—¿Es imprescindible que sean guapas? —preguntó ella al fin, a bocajarro.
—¿Perdón?
—Me refiero a las mujeres de su vida.
Falcó siguió sosteniéndole la mirada. Si la apartaba, sabía de sobra, el pez rompería el sedal y se zambulliría con un coletazo […].
—¿Siempre es tan brutalmente sincero?
—Sólo cuando además de guapa la mujer es inteligente.
Vio que apoyaba despacio la mano sobre la mesa. La de los anillos.
—Señor Falcó…
—Lorenzo, por favor. Ya le dije, Lorenzo.
—No va acostarse conmigo.
—¿Ahora, quiere decir?
—Nunca.»
«Greta Lenz era bastante sucia, comprobó Falcó apenas iniciado el primer asalto. Muy alemana, en eso. Muy eficiente para tal clase de asuntos, como había insinuado el Almirante, que parecía conocer el percal. Manejaba la lengua con una soltura sorprendente, disfrutando realmente de la tarea, y él se vio en apuros para conseguir que la cosa no acabara allí mismo, con una explosión de afecto prematura. Pensó con urgencia en el general Franco, en la misión que le esperaba, en los tres falangistas de hacía un rato y eso enfrió algo el ánimo, devolviéndole el control de las circunstancias. Aparte de una boca ávida, ella tenía un cuerpazo colosal, confirmó.»
«Latía en Eva Rengel algo sólido y oscuro que él podía reconocer con facilidad porque estaba hecho de la misma materia. Era consciente de que horas antes había estado abrazando un misterio, y supo que ella se daba cuenta de que él lo advertía. Ni siquiera haciendo el amor se había llegado a abandonar del todo, excepto unos instantes cada vez y recobrando de inmediato el control de sí misma. Como habría dicho el Almirante, concluyó Falcó con una sarcástica mueca interior, ella era uno de los suyos, de su casta, sin duda alguna. Aquel frío desarraigo. Uno de los nuestros.
—Eva… Tu pasado empieza mucho antes de esta guerra, ¿verdad?
Sostuvo la joven su mirada, sin pestañear siquiera. En silencio. Después desvió los ojos al mar y él tuvo que hacer un gran esfuerzo para no besar su cuello desnudo.»
«Pensó Falcó en las recatadas señoras de la nueva y católica España de novena, misa y rosario. En las viudas de guerra y en las que tenían al novio o al marido en el frente; o en las que simplemente tenían hambre, hijos o familiares a los que alimentar, y la suerte de contar entre las piernas con algo que ofrecer: el recurso eterno de todas las mujeres en todas las miserias y todas las guerras, desde que el mundo tenía memoria.»
Sobre matar y vivir
«Matar no es difícil, pensó Lorenzo Falcó. Lo difícil era elegir el momento y la manera. Matar a un ser humano se parecía a jugar a las siete y media, pues una carta de más o de menos podía dar al traste con todo. Matar por improvisación o arrebato estaba al alcance de cualquier imbécil. También lo estaba por creerse impune, caso muy frecuente en tiempos como aquéllos. Sin embargo, matar de forma adecuada, impecable, profesional, era otra cosa. Palabras mayores. Aquí se requerían altas dosis de intención, sentido de la oportunidad, frialdad de juicio y cierto grado de adiestramiento. También era necesaria paciencia. Mucha. Para matar o para no hacerlo.»
«Una vida, la suya, que tal vez algún día acabara por pasarle la factura de un modo implacable, toc, toc, toc, señor Falcó, le toca a usted abonar los gastos. Hasta aquí hemos llegado. Fin de la fiesta. En previsión de que ese fin de fiesta fuera, si llegaba el caso, lo más rápido e indoloro posible, Falcó llevaba escondida en el tubo de cristal de las cafiaspirinas una ampollita de cianuro potásico que le permitiría tomar un atajo si los naipes venían mal dados. Bastaba con ponerla en los dientes y apretar. Clac, y angelitos al cielo, o a donde fuesen. Morir despacio y en pedazos mientras lo interrogaban no era uno de los objetivos en su vida.»
«Falcó los había visto en tiempos inmediatos al alzamiento, enfrentados a tiros en las calles: falangistas, socialistas, comunistas, anarquistas, matándose entre ellos con admirable tenacidad. Jóvenes valientes y decididos, unos y otros, que a veces se conocían o incluso habían sido compañeros en universidades o fábricas y compartido bailes, cines, cafés, amigos y hasta novias. Los había visto asesinarse a conciencia, represalia tras represalia. Unas veces con odio, y otras con el frío respeto hacia un adversario al que se conoce y se valora pese a la diferencia de trinchera. O él o yo. El móvil. O ellos o nosotros. Así que lástima de todo eso, concluyó. De la hoguera donde se iba a consumir, o se estaba consumiendo, lo mejor de una y otra parte […]. No era asunto suyo, se dijo. Allá quien matara o muriera, y sus razones para hacerlo. Su idiotez, maldad o motivos nobles. La guerra de Lorenzo Falcó era otra, y en ella los bandos estaban bien claros: de una parte él, y de la otra todos los demás.»
Aquel mundo de los años treinta y cuarenta
«Con tranquila resignación, rutinaria a estas alturas de su vida, recordaba otros trenes y otros tiempos más confortables, allí donde los hombres parecían —o eran— más elegantes y las mujeres eran —o parecían— más hermosas al cruzarse con ellas en los pasillos de pullmans y wagon-lits. Sobre ese particular, Falcó poseía un buen repertorio mental de imágenes y momentos retenidos como si de un álbum de fotografías se tratase: desayunos en lujosos vagones restaurante camino de Lisboa o Berlín; copas en los taburetes de cuero del Train Bleu, más refinado incluso que el del Ritz de París; cenas con cubertería de plata en el Orient Express, camino de una habitación con buenas vistas al amanecer en el Pera Palace de Estambul…»
Sobre el combate, la valentía y los escrúpulos
«Todo el cuartel general franquista en Salamanca era un hormigueo de agentes y servicios nacionales y extranjeros: paralelo a los alemanes del Abwehr operaba el Servizio Informazioni Militare italiano, además de los múltiples organismos de espías y contraespías españoles que se hacían competencia y a menudo se entorpecían unos a otros.»
«En las zonas ocupadas por los militares rebeldes a la República, toda la gentuza y todos los oportunistas se apresuraban a vestir la camisa azul y a afiliarse al Movimiento Nacional. Con un poco de enchufe y algo de suerte, formar parte de las milicias de Falange en la retaguardia era una forma ideal de mantenerse fuera de los combates. Emboscados, como se decía. Aquellos patriotas de ocasión podían ajustar impunemente cuentas con sus vecinos, delatar a sospechosos, robar en sus casas y hasta pegarles un tiro a la luz de unos faros, en la cuneta de cualquier carretera.»
«Los bombardeos de la aviación nacional, resumió Montero, enfurecían mucho. Sobre todo cuando había víctimas civiles. Y cada vez se daban represalias como las del otro día. Los milicianos sacaban a la gente para matarla en el cementerio o en el campo. Los comunistas guardaban cierto orden y disciplina; pero los anarquistas —todo desharrapado se apuntaba a la FAI y se negaba a obedecer a ninguna jerarquía— eran un peligro para la República. Buena parte de los delincuentes comunes liberados cuando se abrieron las cárceles paseaban con armas y no iban al frente ni en sueños.
—Los decentes están en la línea de fuego, luchando —concluyó—. Aquí se han quedado los que nunca dieron la cara, apoderándose de las fábricas y talleres, y también la marinería de la Escuadra, que después de asesinar a los jefes y oficiales no sale a la mar ni a pescar atunes.»
«Falcó es una consecuencia de mis últimas novelas»
El escritor y académico regresa con una nueva novela, una historia de aventuras y espías ambientada en la Europa de los años treinta y cuarenta del siglo XX. ¿Qué busca? ¿Quién es Falcó y qué representa?
A esas preguntas contesta en esta entrevista.
Han transcurrido exactamente treinta años desde que Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, España, 1951) publicara su primera novela —'El húsar', en el año 1986— y veintidós desde que, en 1994, se retirara de su labor como corresponsal de guerra, una tarea a la que dedicó más de dos décadas de su vida y que lo llevó a la primera línea de diecinueve conflictos, entre ellos el de las Malvinas, los Balcanes o la guerra de Irak. Allí vio hombres matándose, gente que moría porque alguien más lo ordenaba. Lo ha visto todo, o casi todo. Por eso sus libros son como son y saben como saben: a sangre en la boca, a veces; también a lucidez, muerte, mierda y mezquindad; a valentía y arrojo; a nobleza y abyección; a estropicio y redención. A fin de cuentas: a contradicción. Esos pliegues donde las heridas escuecen, porque su profundidad confiere, a la vez, entendimiento y dolor.
Justamente por eso, porque Arturo Pérez-Reverte conoce los raros pasillos que conectan mundos entre sí, esta novela sorprende y confirma —al mismo tiempo— la coherencia con el resto de su obra. Se trata de 'Falcó' (Alfaguara), una historia protagonizada por un hombre sin patria ni moral, un ex contrabandista de armas y mercenario, mujeriego y aventurero, al que sólo lo mueve la adrenalina, el peligro, el dinero y las mujeres. Un hombre sin principios, sin moral, sin patria. Ese es Lorenzo Falcó. Todo tiene lugar en la Europa de los años treinta y cuarenta, aquel territorio lleno de lujo y encanto sobre el que pende la oscura y amenazante nube de los fascismos y del comunismo que traerá la segunda entrega de la peor guerra que el hombre contemporáneo haya visto jamás. Es ahí, en esa geografía de intereses cruzados, de nobles y aprovechados, donde Falcó tendrá que cumplir una misión que puede cambiar el curso de la historia de España.
En un mundo en el que se dan cita falangistas, anarquistas, bolcheviques, marxistas, nazis, mujeres elegantes, rastreros oportunistas, así como un contingente de asesinos junto a hombres y mujeres que intentan luchar por lo que creen, tres personajes acompañarán a Lorenzo Falcó, no sin cuestionarlo ni sospechar de él: dos jóvenes hermanos falangistas, los Montero, y Eva Rengel. De todo ello habla Arturo Pérez-Reverte en esta entrevista.
—Lorenzo Falcó, ex contrabandista de armas y aventurero que ejerce de agente comisionado en una Europa de entreguerras, en este caso en la España del 1936. ¿Cuál es la guerra de Falcó? ¿Qué es esta historia?
—Ésta no es una novela sobre la guerra, ni siquiera es una novela sobre la Guerra Civil española. Es una novela de personaje, de aventuras, de espías, de aquella Europa de los años treinta y cuarenta, un momento donde existen hoteles lujosos y balnearios pero también lugares sórdidos. Es la Europa de los fascismos, los totalitarismos, del comunismo. Es la Europa de las revueltas obreras en la calle, de la incertidumbre política, de los nubarrones que proveían de la Primera Guerra Mundial y desembocarían en la Segunda. Falcó ha podido comenzar en los Balcanes o cualquier otro lugar del continente. Pero hay que admitir, eso sí, que el episodio que retrata la novela, la liberación de José Antonio Primo de Rivera, jamás se había novelado. Claro, un enfrentamiento en el que todo el mundo toma partido era perfecto para situar mi personaje, para marcar la amoralidad, la apoliticidad y la ausencia de ideología de un aventurero. Sin embargo, eso no convierte esta historia en una novela de la Guerra Civil.
—'El tango de la Guardia Vieja' estaba ambientada en el siglo XX. Con 'Hombres buenos' volvió al XVIII, y ahora regresa a los años treinta y cuarenta del siglo pasado. ¿Por qué?
—Cuando me senté a escribir 'El tango de la Guardia Vieja', comencé a encontrar puertas que no había visto. Me dije: "Aquí hay guías". El personaje de Max me llevó por un largo recorrido. Fui recopilando información que finalmente no utilicé. Pero me di cuenta de que aquel mundo tenía mucho para explotar. Había encanto y glamour, así como muchas miserias y desigualdades. Así que me quedé con todo aquello en la cabeza. Muchas cosas coincidieron en ese proceso. El libro 'La Guerra Civil contada a los jóvenes' sirvió para diseñar un telón de fondo. Incluso 'Hombres buenos' tenía algo que ver, porque retrataba a dos personajes morales. Falcó es una consecuencia de mis últimas novelas.
—Lorenzo Falcó no es un militar. Lo han expulsado de la Armada. Ha sido contrabandista de armas, un mercenario. Sin embargo, en algunas ocasiones parece tener más sentido de la nobleza que muchos otros.
—En eso hay matices. Para explicarlos necesito hacer un paralelismo con Alatriste, que es un personaje con códigos y reglas. Es un soldado, alguien que ha tenido fe. Falcó no. No lo mueve la patria, sino las aventuras, las mujeres (que le gustan mucho, evidentemente), el dinero, el glamour, el ir y venir. Las de Falcó son lealtades sin ética, porque él es un amoral. Se mueve por impulsos del corazón y los sentimientos, más que por una idea del deber.
—Sin embargo respeta la decisión, la valentía, el arrojo. Es lo que lo deslumbra de Eva Rengel, uno de los personajes femeninos que participa en la misión que le han encomendado.
—Lo que Falcó respeta de Eva Rengel son sus cojones. Respeta que sea una tía entera, capaz de matar sin titubear. Una mujer capaz de hacer lo que él hace. Para Falcó, Eva Rengel es uno de los suyos. Aunque algo los diferencia: Eva Rengel sí tiene fe. Ella cree en su lucha. Falcó no.
—Falcó, como Alatriste, ¿es un héroe escarmentado?
—Falcó es un grandísimo hijo de puta.
—Pero despierta afectos. Hay algo en él brutal y refinado al mismo tiempo.
—Claro. Es simpático, es guapo, tiene una manera de ser que conquista.
—Es un jerezano de buena familia. Elegante, hasta el más mínimo detalle.
—En un canalla la elegancia también es importante. Porque la elegancia siempre es importante. Alguien puede tener una formación elitista en el sentido de la educación, de la familia, y a la vez moverse en ambientes canallas. Hay personas que deciden ir hacia otros territorios: por envilecimiento, por aventura, por carácter, por lo que sea. Falcó es un tío que donde lo eches se siente a gusto: igual en un burdel de Estambul que en un transatlántico lujoso. Y ese es su encanto. Pero, claro, hay una manera de conducirse en la vida. Incluso en un mundo de canallas, hay que saber estar.
—¿Falcó pertenece a un mundo extinto?
—Yo también. Nací en el año 1951. Llegué a un mundo que ya estaba apagando la luz, pero todavía tuve tiempo de ver los últimos ecos en el salón de baile; de escuchar al último músico que toca antes de cerrar el instrumento. Pude ver las últimas serpentinas en el suelo; oler el perfume de las mujeres que atravesaban los pasillos; ver los gemelos de plata; a mi padre peinarse con brillantina o bailar un tango. Pero también vi el de las tascas, las tabernas, los vinos servidos sobre mostradores de mármol, las colas para conseguir aceite. Vi, por una parte, ese mundo elegante, pero también aquel otro de enormes desequilibrios sociales, de rencores, de vencidos y de tristeza. Este libro, como 'El tango de la Guardia Vieja', intenta recrear ese mundo elegante y a la vez terriblemente injusto.
—En esa Europa donde coinciden nazis, fascistas, falangistas, republicanos, matones y canallas, Falcó es el único que no tiene patria.
—No, no la tiene. Él no se siente cerca de los nacionales. Trabaja para ellos porque su jefe trabaja para ellos. No tiene ideología. Él va hacia donde está la aventura. Le gusta sentir miedo, adrenalina, sentir el peligro, le gustan las mujeres. Hay gente así. Es un aventurero de verdad. Alatriste, en cambio, es un héroe a la fuerza, tiene códigos. Falcó vive a gusto en ese mundo.
—Como en todas sus novelas, los protagonistas están en un permanente combate consigo y con el mundo. En este caso, hay una distinción entre quienes luchan en el frente y los que, siendo falangistas o republicanos, permanecen en la retaguardia sacando partido, ajustando cuentas.
—El combate redime. En una trinchera, hasta el tipo más miserable del mundo, si se levanta y pelea por algo en lo que cree, o porque su coronel va adelante, o su capitán o su compañero, entonces alcanza una redención. Y cuando digo combate, no hablo del combate físico. Cualquier ser humano que pelea, que se arriesga, que sale de lo seguro, que se mete en territorio hostil, que camina entre enemigos reales o simbólicos, merece un respeto. En este mundo donde es más fácil claudicar, bajar la cabeza, mimetizarte con las ratas y congraciarte con el verdugo, y en el que siempre estamos a un dedo de la abyección y la vileza, la única dignidad que nos han dejado es pelear. Por eso en mis novelas siempre hay un combate. El maestro de esgrima, que es un hombre honrado, o Alatriste, que es un mercenario y un asesino, o el pintor de batallas, que ha hecho cosas que lo atormentan, cualquiera de ellos se redime.
—A Falcó no le gustan los dilemas morales, pero siendo un hombre de acción no es indiferente a muchos de ellos. Lo conmueve, por ejemplo, la inocencia de los hermanos Montero, que lo acompañan en esta misión como carne de cañón.
—Él no es de granito. Hay seres humanos que, por muy duros que sean, se ablandan. Yo soy un tipo duro y a mí un perro me moja los ojos. También los niños y los hombres valientes.
—Sobre la naturaleza de Falcó: su relación con el mundo, incluso con las mujeres… ¿Cómo entenderlo?
—Falcó es un vividor pero cae bien. Y ahí estaba el asunto: cómo conseguir que el lector no lo rechazara. Con las mujeres es un depredador pero cuando se encuentra con Eva Rengel, una mujer de carácter, no entabla ese tipo de relación. De Eva Rengel lo deslumbra que sea capaz de matar. De ser lo que él es.
—El libro es un pulso: los diálogos, la velocidad de los hechos, hasta las escenas de sexo tienen algo de lucha.
—Eso es deliberado. Quería que el lector estuviese todo el tiempo en tensión, que se sintiera parte de la historia. Hay pocas descripciones. No hay párrafos largos, hay diálogos muy rápidos. Falcó ha sido como poner a hervir mis novelas anteriores, quitarles toda la grasa y dejarlas en lo necesario para que fuera eficaz. Falcó tiene un objetivo distinto. Las otras ya las he hecho. 'El tango de la Guardia Vieja' ya lo escribí. Yo quería otra cosa, que fuera así: dura, tensa.
—Sin embargo, en esa tensión se permite reflexiones. Una de ellas, sobre la naturaleza del acto de matar. ¿Por qué?
—En esta novela matar es un acto tan natural como comer o dormir, porque en la vida real, y aclaro, en la vida real —Pérez-Reverte señala la ventana de la estancia donde esta conversación ocurre—, me refiero a la vida real, no en ésta, sino en aquella —vuelve a apuntar el cristal con el índice—, en la que he pasado más de veinte años de mi vida, allí, matar y morir es normal. El hombre occidental le ha dado una importancia a la vida humana que, objetivamente, no posee. Quienes viven y se mueven en ese lugar donde la vida se cobra sus tributos no tienen el mismo sentido de respeto por la vida humana que tenemos en el resto del mundo occidental. Porque esos territorios se instalan en la normalidad. Falcó es de ese territorio. Para Falcó, y para la gente que es como Falcó, la vida humana no vale nada.
—Habla usted de un verdugo inocente, incluso un capítulo de la novela se titula de esa manera. ¿Existe algo como eso?
—La fe hace verdugos inocentes. Paradójicamente, el creer en cosas hace verdugos inocentes, que son los peores. Un verdugo no inocente es consciente de su "verduguez", sabe que está haciendo el mal, que matar es un mal gratuito pero a la vez inevitable. Un verdugo inocente, en cambio, tiene coartadas, justificaciones, puede dormir tranquilo porque ha cumplido con su deber, y eso es lo terrible. En esta novela quiero hacer distinción entre los verdugos inocentes y los no inocentes, como Falcó. Él tiene remordimientos, sabe que tiene sangre en las uñas, que es Ulises al volver a casa. Por eso quería confrontar esos dos tipos de verdugos.
—Falcó es un personaje que parece tener recorrido más allá de esta novela. ¿Convivirán Falcó y Alatriste?
—Tengo ganas de hacer más Alatristes, y los seguiré haciendo, pero no podía dejar pasar un personaje como éste. ¿Se te ocurre un personaje como Falcó? ¿Se te ocurre un escenario como la Europa de los años treinta? Si vivo lo bastante haré más Alatriste, pero no podía dejar de hacer un Falcó. No podía.
La crítica ha dicho:
«Un auténtico thriller, una trama maravillosamente compleja.» 'The New York Times Book Review'
«Hay un escritor español que se parece al mejor Spielberg más Umberto Eco. Se llama Arturo Pérez-Reverte.» 'La Repubblica'
«Nada más serio que el juego de Pérez-Reverte. Ese juego se llama literatura.» 'La Revue de Deux Mondes'
«Pérez-Reverte es un hábil constructor de personajes, que se erigen ante nuestros ojos, convincentes, por lo que hacen y por los diálogos en que participan.» Darío Villanueva
«Pérez-Reverte tiene una sensibilidad radicalmente moderna, inteligente y compleja [...]. Un resumen de un argumento de Pérez-Reverte es emocionante, pero no tan interesante como sus libros, cada uno de los cuales crea una atmósfera psicológica que es irresistible.» 'The Boston Globe Book Review'
«Colocando muy alta la bandera de la ficción apasionante, Arturo Pérez-Reverte elabora sus novelas como un viejo barman español refinado y elegante que se emborracha de vez en cuando con Corto Maltés. Déjense ustedes instruir por este maestro de la aventura.» 'Minute'
«Uno se siente como el perro de Goya, enterrado hasta el cuello en las historias de Pérez-Reverte, tan abrumado como fascinado; incapaz de huir, pese a que cada frase arroja en el alma un capazo más de arena, de pesar, de tinieblas.» Jacinto Antón, 'El País'
«No deje de leer este libro. Puedo prestarle mi copia si es necesario.» 'The Herald' (Glasgow)
«Arturo Pérez-Reverte consigue mantener sin aliento al lector.» 'Corriere della Sera'
«Los lectores no serán capaces de volver la página lo suficientemente rápido.» 'Publishers Weekly'
Su sabiduría narrativa, tan bien construida siempre, tan exhaustivamente detallada, documentada y estructurada, hasta el punto de que, frente a todo ello, la historia real resulta más endeble y a veces hasta tópica.» Rafael Conte
«Arturo Pérez-Reverte nos hace disfrutar de un juego inteligente entre historia y ficción.» 'The Times'