27 abril 2025

“Sin libros estamos perdidos”


Entrevista de Mariana Mactas - tn.com.ar - 27/04/2025

Pasaron cuarenta años, pero la guerra aparece en los sueños de Arturo Pérez-Reverte, el más exitoso autor español en actividad y, por supuesto, excorresponsal de guerra. Pero él le quita importancia: se trata, simplemente, de algo que está ahí, que sigue ahí. Para eso tiene a la literatura. Para volcar en la escritura toda esa mezcla de vivencias y lecturas de sus 73 fantásticos años de vida.

Está en la Feria del Libro porteña, de la que es habitual, presentando 'La isla de la Mujer Dormida', una muy entretenida novela de aventuras, de corsarios modernos, de un marino puesto a torpedear barcos en el mediterráneo de 1937, plena Guerra Civil. Y de un triángulo amoroso con la mujer que habita esa isla del mar Egeo. El libro se abre con un mapa, y en sus páginas se suceden un sinfín de personajes atractivos, de puertos, de oscuras tabernas, hombres hoscos y curtidos, de barcos. Las descripciones de todo eso son tan puntillosas y reales que el lector viaja y se mete en esa aventura desde la primera página. Los olores, los movimientos del barco, sus tecnicismos, el silencio, los amaneceres. Es que este miembro de la Real Academia de la Lengua, con más de una decena de películas sobre sus novelas, leído en todo el mundo es, además, un hombre de mar. Capitán de yate que pasa cada vez más tiempo en su velero, bajo los cielos del Mediterráneo que lo vio nacer. Son tan visuales sus palabras que buena parte de sus novelas han sido adaptadas al cine. 'La tabla de Flandes', 'Alatriste', 'La piel del tambor', 'Territorio comanche', 'El maestro de esgrima' o 'La novena puerta', dirigida por Roman Polanski. A Pérez-Reverte no lo satisface demasiado ninguna, pero eso no es problema suyo. Cuando cede los derechos, dice, son un asunto de los cineastas.

“Mi trabajo es contar historias. Soy un escritor profesional —dice, ante la pregunta sobre el arte de entretener—. No soy un artista, de esos de la página en blanco, del universo creativo o de a ver si cambio el mundo con esta página. No. Yo cuento historias, y trato de hacerlo de una manera eficaz. Para eso aplico las herramientas aprendidas de los maestros que me forjaron como lector y de una vida que por suerte fue muy movida, y me da un montón de material. Mis historias las lee igual un chino que un croata o un argentino. Intento que funcione para todos ellos, pienso en el lector, destinatario de mi trabajo. Dentro de ese envoltorio de novela de aventuras, de eficacia profesional, se guarda, en este caso, la historia de una mujer que se está vengando del hombre que la destruyó. Hay tramas interiores que hacen que sea algo más que una novela de aventuras".

Aunque el protagonista es un marino mercante al que le encargan la peligrosa misión, el autor dice que los hombres son secundarios. “Me importaba contar cómo una mujer que ha entregado su vida, su belleza, su biografía, a un hombre que ha resultado indigno de ella. Algo de lo más frecuente. Y cómo se venga de una manera inteligente de ese hombre que destruyó su inocencia y le hizo daño, porque los hombres somos así de estúpidos. Una cosa que he aprendido en la vida es que la estupidez puede hacer más daño que el mal. Que lo peor no eran los malvados, como creí, sino los tontos, que son fácilmente manipulables por los malvados”.

El mar, ¿es un escape del mundo?

Los marinos son gente compleja, o quizá muy simple. Viven lejos de la sociedad, en un mundo cerrado, sometido a peligros, antes más que ahora. En una sociedad reducida y jerárquica. Cuando llegan a tierra, adiestrados en ese otro mundo, se sienten extraños. He visto muchos marinos, hombres con familia, llorar porque volvían a casa. El mar es una solución, porque cuando hay una tormenta o pasa un percance, te obliga a un estado de vigilia continua. No piensas en nada, y los problemas —la hipoteca, que tu mujer te dejó, que tu hijo no sé qué— desaparecen. El mar es un analgésico.

Se puede pensar que el mar se parece a la guerra, en el sentido de que tampoco se vuelve igual de ella

Sí. De hecho, para mí, son las dos cosas que más se parecen la una a la otra. Cuando has estado mucho tiempo en la guerra o en el mar ya nunca eres socialmente normal. Estás con tus amigos, con tu familia, pero hay algo que quedó allá. Hay un distanciamiento de lo concreto, muy típico del militar, del marino, del soldado, de gente que está afuera de los circuitos habituales. Tengo la suerte de haberlo vivido y puedo recurrir a mi memoria. Cuando hablo de soledad, fracaso, violencia, muerte, sangre, no me lo contaron en un bar, ni es una abstracción, sino que lo he sentido y a veces lo he practicado. He sido cruel, he hecho cosas de las que no estoy orgulloso, porque ser reportero de guerra te obliga a hacer cosas que no quieres hacer. Todo eso me da un capital sólido del que saco mis novelas. Con una ventaja: los libros. Son la gran diferencia.

¿Cómo opera esa diferencia en situaciones límite?

Lo que vi y viví ya lo había leído. Los libros me permitieron interpretar, digerir. A lo mejor, sin los libros, me hubiera terminado borracho en un bar de Bangkok o en un burdel de Filipinas o en una cuneta tirado drogado o loco. Los libros me daban cordura y mecanismos para entender el mundo. Por eso es tan importante la cultura, no como elemento snob o social sino como herramienta propia para comprender. Si yo salgo del hotel en el que estamos, camino al bar de la esquina y viene un tipo y se me pone delante sin dejarme pasar, sé que ese tipo me va a asaltar. Eso es la cultura también: saber porque lo he leído o lo he vivido. La cultura permite sobrevivir, prever y tomar decisiones. En la guerra y en el mar, depende con qué bagaje cultural llegues, puedes tener resultados positivos, como conocer el mundo, o negativos: que se te vaya la cabeza y te veas arrastrado por el torrente de la vida.

Entonces estamos en problemas. La sociedad actual que lee menos.

Sin libros estamos perdidos. Y no lo digo como viejo gruñón, sino como algo objetivo, pues yo también participo de ese problema. Como ahora leemos menos, todo es muy superficial, clicks, Twitter y tal, y no hay profundidad, con lo que cada vez carecemos más de mecanismos de comprensión del mundo. El joven de ahora tiene muchas menos herramientas de comprensión que el de mi generación. Ahora es todo una especie de papilla ligera, y la reflexión, lo que te permite comprender quién eres y dónde estás, se ha perdido. La cultura no es importante para ser cultos, sino para entender el mundo, y más ahora: Trump, las crisis económicas, Putin, la guerra de Ucrania... Ahora es cuando es más necesario que nunca haber leído a los griegos, a los romanos, para comprender que todo ha ocurrido ya. Y si sabes que todo ha ocurrido ya, lo ves distinto que cuando no tienes ni idea de lo que está pasando.

El huevo y la gallina: quizá está sucediendo todo esto justamente porque hay una sociedad atontada mirando la pantalla de su móvil.

Hay una sociedad que se deja manipular, que no ve venir de lejos al que te va a asaltar. Es así de sencillo. Pero ha ocurrido siempre. No es nuevo. Los imperios, las sociedades, caducan, terminan. Tardan a veces siglos: Roma tardó siglos en desaparecer. Estamos asistiendo al final de un mundo, de una cultura y de una civilización. Es una etapa muy interesante. Viene otra, mejor o peor, no me meto porque no voy a estar. Pero asistir con lucidez, con cultura, con libros leídos, al final de un mundo, es un privilegio. La vida me ha dado el regalo de ver cómo se acaba un mundo. Soy afortunado porque estoy viendo un momento histórico del que en un tiempo la gente hablará sobre el momento en que cayó el imperio occidental y Europa y todo eso. Si estamos vivos, miramos, leamos, comprendamos. He visto morir a mucha gente, con la tripa afuera, con la tripa adentro, resignados. Hay una forma de morir que me gusta mucho que es cuando comprendes, cuando entiendes que el mundo incluye tu muerte, incluye el final.

Despediste a Mario Vargas Llosa con afecto. El Nobel cuya conferencia inaugural de la feria fue discutida al punto de cancelarse.

No lo sabía. Pero Vargas Llosa estaba por encima de todas esas cosas. Vargas Llosa era grande. ¿A mí qué más me da que Céline era de derechas, o si Gabo era de izquierdas? He sido muy feliz leyendo su trabajo. Querer contaminar figuras de la grandeza de Mario, o de cualquier otro, con pequeñeces políticas baratas, de vía estrecha, mezquinas y parciales, me parece vil. A un hombre grande hay que verlo en su grandeza. Pero estamos en los tiempos de si no estás conmigo, estás contra mí. Ocurre en España y en todas partes. Otro síntoma de ese final: los imperios al final se polarizan, y gente toma partido por los bárbaros para reventar a los otros. Un síntoma más de que este Occidente, que tantas cosas buenas hizo, se cae a pedazos. De una Europa que fue ejemplo del mundo. Todo el mundo quería imitar a Europa en derechos y libertades, y ahora es un lugar patético, ridículo, del que todo el mundo se ríe. Un parque temático para que turistas se hagan fotos en el Coliseo, en la Puerta de Alcalá o en Londres, y ya está. Darte cuenta de eso, tener la suerte de poder advertir esos síntomas, es un ejercicio muy interesante. Y mis novelas se benefician de eso.

Vídeo:

https://tn.com.ar/cultura/2025/04/27/arturo-perez-reverte-analizo-las-dificultades-que-atraviesa-la-cultura-sin-libros-estamos-perdidos/

26 abril 2025

"Estamos en una deriva hacia un mundo analfabeto"

Astrid Pikielny - La Nación - 27/04/2025

Arturo Pérez-Reverte se presenta en el salón del hotel porteño en donde está alojado con puntualidad cronometrada, sonrisa amable y la actitud profesional de quien lleva una vida escribiendo libros y hablando sobre ellos en entrevistas, conferencias y festivales internacionales. Lleva vendidos 27 millones de ejemplares que se traducen a más de 40 idiomas y muchas de sus novelas han llegado al cine, una de las artes fundamentales en su vida.

Esta vez estuvo en la Argentina para presentar 'La isla de la Mujer Dormida' (Alfaguara) en la Feria del Libro de Buenos Aires. Como es habitual, colmó el auditorio, dialogó con sus lectores y disfrutó de Buenos Aires, una ciudad a la que llegó por primera vez en 1975, cuando tenía 24 años. Un enamoramiento juvenil que todavía perdura.

Pérez-Reverte lamenta ver que el mundo ha perdido cultura y prevalece el analfabetismo, dejando a generaciones enteras a merced del “canalla” de turno y su “mediocre, torticera, sesgada y canallesca epopeya”. Y añade: “Hemos dejado de educar a los chicos y a las generaciones nuevas para que sepan, para que se defiendan, para que sepan de los falsos profetas. Hemos dejado a los chicos indefensos”.

A diferencia de los escritores atormentados, sufrientes y desdichados, para Pérez-Reverte la escritura es una verdadera fiesta y, sobre todo, un juego. “Yo no quiero cambiar el mundo con mis novelas. No quiero hacer mejor al lector. No tengo otra misión que ser feliz escribiendo y hacer que el lector lo pase bien con la aventura que le propongo, que juegue conmigo. Cuando yo era niño me disfrazaba de indio, de corsario. Jugaba. Para mí escribir es seguir jugando. Yo soy un niño que sigue jugando. El día que pierda la capacidad de jugar, ese día estaré muerto como novelista”, dice Pérez Reverte, miembro de número de la Real Academia española desde 2003.

¿Sería el novelista que es de no haber sido el reportero de guerra que fue?

No, no podría ser el novelista que soy. La guerra es horrorosa. La guerra da dolor, pero también tiene un efecto positivo: cuando la miras te deja adentro una serie de visiones y de experiencias que no tendrías en la paz. Entonces, con esa mirada, con esos recuerdos, con esa memoria, voy cargando la mochila. La guerra me educó la mirada, me hizo ver al ser humano y me hizo ver que las líneas que separan el bien y el mal son muy difusas, que no hay líneas claras entre una cosa y otra, que el bueno puede ser malo y que el malo puede ser bueno al día siguiente. Esa relatividad de la vida me la dio la guerra. Y me dio, sobre todo, la certeza de que morimos, de que todo puede arder: una biblioteca, una casa, una vida. Todo puede desaparecer. Entonces, con esa conciencia de que somos finitos, vulnerables, “moribles”, es con lo que escribo novelas. La guerra también me dejó vicios, vicios menores, latiguillos, coletillas, pero también medios muy eficaces de obtener información y analizarla. Pero bueno, a mi vida como reportero de guerra le debo buena parte de lo que soy o casi todo lo que soy.

—La guerra lo educó, le enseñó...

Sí, fue mi escuela. Yo en la guerra encuentro, aparte del trabajo y la aventura, una nutrición intelectual. Si estás en las Malvinas metido en el barro, no te nutre nada. Pero si eres alguien que está de visita y tienes la distancia y la fortuna de poder verla de afuera, la guerra produce cosas y reflexiones muy interesantes sobre el ser humano, sobre la condición humana. Y con eso escribo novelas.

Menciona la guerra de Malvinas, la única, ha dicho, en la que perdió imparcialidad. Tenía un sentimiento fraternal por esos soldados que se llamaban Sánchez, González... ¿Qué podría decir sobre esa cobertura en particular?

Yo había hecho muchas guerras ya cuando vine a la Argentina en 1982. Estuve seis meses cubriéndola y por primera vez en mi vida no fui imparcial. Yo intentaba siempre ser ecuánime. Yo he hecho muchas guerras en todos los bandos y uno sabe que todos tienen razones para hacer lo que hacen. Pero aun sabiendo eso yo sabía que en esta guerra una victoria sería buena para la Junta Militar. Yo quería que la Junta perdiera, pero no quería que el pueblo argentino perdiera. Fue una lucha, digamos, que nunca me había ocurrido. Yo oía chicos que se llamaban Sánchez, Martínez, Santilli, Pignatelli. No podía ser imparcial. Todos los días era una lucha por mantener la ecuanimidad y no dejarme llevar. Y un día llamé al periódico y dije al director: “¡Le hemos dado al Invencible!”. Hasta en eso se me notaba. Pero no me arrepiento. Esos chicos de ahí merecían estar de su parte.

En su libro 'Territorio comanche' el reportero de guerra Barlés, su álter ego, relata la guerra y explica lo que significa que un lugar sea, precisamente, un territorio comanche: sinónimo de extremo peligro, de imprevisibilidad, de caos. ¿Cree que el mundo hoy se asemeja a un territorio comanche a gran escala?

Eso ha estado siempre ahí. Cuando yo iba a Beirut, a Sarajevo, a donde fuera, sabía que eso era la realidad. Ahora el mundo confortable descubre que eso estaba ahí. Ha estado siempre pero ahora empieza a acercarse y la gente se sorprende. Si hubieras visto películas, si tuvieras cultura en el sentido noble de la palabra, no te sorprendería. El mundo siempre fue un territorio comanche. No queríamos verlo. No hemos querido mirar nunca el dolor y el horror. "¡Qué espanto! ¿Ha muerto?". Pero la gente se muere. Esa negativa a asumir la parte oscura del mundo en la sociedad occidental nos ha caracterizado durante muchísimo tiempo. Ahora se ha acabado. Los que lo sabíamos vemos el espectáculo, incluso, con una sonrisa irónica. Pasé mi vida contando "mira Sarajevo", "mira Beirut". En Yugoslavia mataron a 52 periodistas. Dos eran conocidos amigos míos. Yugoslavia en Europa estaba ahí al lado. ¿Idiotas, no lo veis?

En ese territorio comanche hay líderes mundiales que invaden países, hacen guerras comerciales, ensayos nucleares y desestabilizan el mundo a su antojo. ¿Podrían ser personajes de novela? ¿Villanos, quizás?

No para mí. Podrían ser villanos de película, pero no tienen entidad para una novela. ¿Trump tiene una novela? No. Tiene una película, tiene un documental, pero una novela no. Kennedy sí tiene una novela. ¿Por qué? Porque pertenece a un mundo que estaba rodeado de una inocencia popular, de un carácter de mito. Por eso es por lo que yo en mis novelas nunca meto a los Trumps de turno.

Me preguntaba si, como escritor, le interesa observar a los políticos, que son grandes creadores de relatos.

Sí, pero ¿sabes qué pasa? Yo ahí soy un poco cruel, porque si los manipulados hubieran tenido los recursos para interpretar, esto no ocurriría. Estamos en una deriva hacia un mundo analfabeto, un mundo carente de los mecanismos de comprensión y de defensa que da la cultura. En los colegios los padres protestan cuando a los hijos los hacen estudiar latín o griego y les hacen saber cosas. Están las redes sociales y quieren las cosas fáciles con un clic. Un ejemplo muy sencillo: Manolo o Pepa están en su casa. No han leído un libro su vida, no saben nada del mundo, saben lo que ven en la televisión. Pero si defendiendo a las ballenas de la Antártida se sienten parte de una causa, sienten que están haciendo algo, les basta hacer un clic a la página de "Salven a las ballenas". No tienen que saber nada de ballenas ni leer sobre ballenas ni preguntar. "Yo defiendo a las ballenas".

Necesitan sentirse parte de alguna epopeya, quizás porque no han sido parte de ninguna. Quizás sienten que les permite salir de la insignificancia.

Ahí es cuando el canalla, que sabe que esa gente es analfabeta, le propone la mediocre, torticera, sesgada y canallesca epopeya y el tonto, que no tiene mecanismos defensivos, hace clic y se incorpora a esa epopeya. Y pasa lo que está pasando. Es siempre lo mismo: una falta de cultura en el aspecto educativo de la palabra. O sea, hemos dejado de educar a los chicos y a las generaciones nuevas, para que sepan, para que se defiendan de los falsos profetas. Hemos dejado a los chicos indefensos. Hablo en general, claro, siempre hay excepciones.

Ha escrito más de 40 novelas y, sin embargo, no se considera escritor sino “un lector que escribe novelas”. ¿Por qué?

Podría dejar de escribir mañana perfectamente, pero no podría dejar de leer. La palabra "suicidio" en el sentido romano de la palabra, que es el suicidio que admiro realmente, que es poder decir “adiós, hemos terminado con dignidad”, solamente la asumo en el caso de no poder leer. Podría dejar de navegar, quizá. Podría dejar de hacer muchas cosas, pero no podría dejar de leer.

¿Qué vida cree que podría haber tenido de no haber sido un escritor?

Hubiese sido marino, no tengo la menor duda. Las novelas son lo que me han mantenido atado al mundo terrícola. Si después de terminar como reportero no hubiera sido novelista, hubiera estado navegando.

El mar, precisamente, es central en su última novela, que transcurre en el Egeo, durante la Guerra Civil Española. El protagonista es un corsario con una misión. Hay un homenaje, un guiño o una conversación con Joseph Conrad, ¿no?

Yo me nutro de muchos escritores, están en mi biblioteca, están conmigo. Y a todos les debo infinidad. He leído 'La montaña mágica' seis veces. Es un libro que para mí fue importantísimo. Como 'Rojo y negro'. Podría citar muchos. Nunca fui muy de Faulkner ni muy de Joyce, pero fui de otros. Hay autores que han sido fundamentales en un determinado momento de tu vida, y a medida que te haces mayor, que creces, que escribes, que vives, son como un limón que exprimo y ya no me da gotas. Me ha pasado con muchos autores. El único autor que envejece conmigo es Conrad. Es el único del que tengo una foto puesta en mi biblioteca, donde trabajo, y en mi barco. Entonces, los ecos conradianos están muy presentes en mi vida y en mi obra.

Se nota que se divierte escribiendo.

¿Pero quién puede ser tan boludo de escribir para sufrir? Con Javier Marías me moría de risa, porque Marías no tenía ningún sentido del humor para algunas cosas y esta era una de ellas. Él es el escritor sufridor: "No sé qué voy a escribir". Mentira, tenía 40 folios hechos. Yo era al revés, era el redactor feliz. Y es que me lo paso muy bien escribiendo. Por eso escribo. No quiero cambiar el mundo con mis novelas. No quiero hacer mejor al lector. No tengo otra misión que ser feliz escribiendo y hacer que el lector lo pase bien con la aventura que le propongo, que juegue conmigo. La palabra "jugar" es fundamental. Cuando yo era niño, veía una película o leía un libro y después me ponía a jugar a eso con mis amigos o mis hermanos. Me disfrazaba de indio, de corsario. Ahora como novelista sigo jugando, me sigo disfrazando: me disfrazo de marino, me disfrazo de lo que sea. Para mí escribir es seguir jugando. Yo soy un niño que sigue jugando. El día que pierda la capacidad de jugar, ese día estaré muerto como novelista.

¿Qué queda hoy de ese siglo XX que aparece en 'La isla de la Mujer Dormida'?

Está muerto. Tú has leído el libro de Stefan Zweig 'El mundo de ayer', en el que cuenta cómo su mundo muere en vísperas de la guerra. Y he leído a Suetonio, a Tito Livio, a Jenofonte, he leído otros finales de mundos anteriores a este. Entonces, cuando has leído todos esos finales de mundo, reconoces los síntomas. Tengo la edad suficiente, la lectura suficiente y la vida suficiente para decirlo: estamos en un final de ciclo. A lo mejor tarda un siglo en desvanecerse la historia del mundo en el que yo fui educado: la Europa de derechos, las libertades, el referente moral del mundo, la Europa sólida, admirada. Y Argentina es Europa. Se está muriendo. Viene otra cosa que ya no voy a ver porque no voy a vivir lo suficiente, pero tengo el privilegio de asistir como testigo al final de un mundo. ¿Te imaginas a un romano viendo llegar a los bárbaros y arder Roma y los templos? La experiencia es tan fascinante... Tras haber visto arder tantos mundos que no eran míos, en los cuales yo sentía que al fin y al cabo no eran mis guerras ni ardían mis mundos, ahora estoy viendo cómo se destruye el mío y es una sensación extraordinariamente interesante. Soy testigo del final de mi mundo. Estoy asistiendo al final de una civilización. Y tú también.

https://www.eltiempo.com/cultura/musica-y-libros/estamos-en-una-deriva-hacia-un-mundo-analfabeto-arturo-perez-reverte-3454791

“Tengo la fortuna intelectual de ver cómo se acaba un mundo”


Daniel Gigena - La Nación - 26/04/2025

Vídeo completo: https://www.youtube.com/watch?v=eAMgxRrDRlg

El soleado sábado otoñal templó el ambiente para los cientos de lectores que concurrieron a la presentación de dos “novelas de isla” del escritor, periodista y académico español Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951), la más reciente 'La isla de la Mujer Dormida' (Alfaguara), y 'El problema final' (Alfaguara), de 2023 y 2024, respectivamente, con su amigo, el escritor, periodista y académico Jorge Fernández Díaz. "Tengo la fortuna intelectual de ver cómo se acaba un mundo […]. Voy hacia el final sin prisa ninguna, con el único miedo de verdad, pánico, a una agonía que me estropee el final", dijo el autor, de 73 años, en la Sala José Hernández, donde habló sobre literatura, guerras, mujeres e imperios.

"Vendió veintisiete millones de libros en todo el mundo, fue traducido a cuarenta idiomas, le dio una nueva dimensión al género de la épica en español y se convirtió, de paso, en el escritor de aventuras más importante de la época", dijo Fernández Díaz para presentarlo al comienzo del encuentro. "Larga vida al rey Arturo". Entre la audiencia se encontraban los escritores Eduardo Álvarez Tuñón, Josefina Delgado y Óscar Conde. "Celebro estar aquí de nuevo en Buenos Aires", saludó el invitado, best seller internacional, que luego firmó ejemplares en el stand de Penguin Random House. "Lo amamos", dijo a este diario una lectora; otra mostró que le llevaba de regalo un cuadro con frases del escritor.

"Las novelas van contigo, llevas un mundo de lecturas, de experiencias, y un día parte de ese mundo puede darte una idea: una música, una sensación, un paisaje... y toma forma de novela", contó sobre el origen de 'La isla de la Mujer Dormida', donde se combinan la novela de aventuras y de espionaje con "una historia de amor turbia" y de venganza que transcurre en una pequeña isla del mar Egeo, en los años de la Guerra Civil Española. La protagoniza, como dijo Fernández Díaz, "un típico héroe revertiano", el marino mercante (y aventurero y mercenario) Miguel Jordán Kyriazis. Y Lena, una mujer "que lucha sola en un territorio hostil donde las reglas las han hecho los hombres", como describió el autor. "Es muy amargo ser mujer lúcida en determinadas circunstancias".

Pérez-Reverte definió así su método de escritura: "Una novela es un problema que uno debe resolver aplicando herramientas profesionales, ese es el tipo de novelista que soy; uno intenta dotarla de aquellos elementos que van a hacerla atractiva para el lector y le agrega luego algo de uno". Para él, la literatura es un juego y también una suerte de "maestra”" que lo capacitó para enfrentar diversas circunstancias.

"Ir a la guerra es como ir al mar", dijo. "He ido a Beirut, o adonde sea, con mi mochila, y el mundo quedaba atrás; no me importaba ni mi familia, ni mis amigos, nada. Vivías el momento. El mar es una solución, incluso para mí ahora; tengo un velero, paso algún tiempo en el Mediterráneo, y cuando estoy saturado de la realidad, la política, Europa, Putin, Trump, me voy a navegar. La vida terrícola queda atrás. Hay un tipo de gente para quien el mar, la guerra son una solución".

Fernández Díaz le atribuyó el rescate de géneros considerados menores en lengua española, como la novela de aventuras, el "western" y las historias de detectives. "Hay un tipo de escritor como el que soy yo, que reescribe los libros que amó, filtrados por su propia biografía", respondió el creador del Capitán Alatriste. "Los libros que leí de joven y lo que vi en el cine me marcaron profundamente. Cuando yo salía con mi mochila, iba a confirmar lo que había leído y lo que había visto". Reveló que los personajes femeninos de sus novelas eran "nietas" de Milady de Winter, de 'Los tres mosqueteros', de Alejandro Dumas, que leyó cuando era un niño. "También me disfrazo de Milady cuando escribo mis novelas", reveló.

Se invocó al escritor español Javier Marías, amigo de Pérez-Reverte. "Javier en el fondo era un niño que jugaba, pero tenía la obligación de mostrarse serio, severo y grave, pero en realidad era un crío, por eso éramos tan amigos", confió. El niño Javier y el niño Arturo jugaban con armas antiguas en los salones de la Real Academia Española.

Al referirse a 'El problema final', que protagoniza un actor británico que encarnó el personaje de Sherlock Holmes en el cine, Basil Rathbone, y que debe resolver un misterio en una isla, reveló que se había rodeado de libros de Arthur Conan Doyle. "Fue una inmersión muy agradable en el mundo holmesiano; hubo una banda de boludos que dijeron que Conan Doyle, Dashiell Hammett y Agatha Christie eran baja literatura y que Steinbeck, Faulkner y Joyce era alta literatura, y eso es mentira", afirmó con vehemencia. Anticipó que 'El problema final' estaba siendo adaptada a serie de Netflix, en España, con el actor español José Coronado como protagonista (lo que motivó un "aaaah" de la platea femenina), al igual que 'El italiano', en Italia.

Hacia el final, la conversación adoptó un tono crepuscular, cuando Pérez-Reverte reconoció que se sentía cansado. "Estoy cansado. Es difícil de explicar, porque no es pedantería ni estar por encima, sino que te sientes cada vez más fuera", admitió. "Yo vengo del siglo XIX, y vengo de una biblioteca que tiene que ver con los griegos, los latinos, los romanos, Dante, Cervantes, Montesquieu, Galdós, Dostoievski, Borges... Me nutro de todo eso". Las guerras, dijo, habían representado un "aprendizaje útil" y le habían dado una "especie de estoicismo frente a la adversidad, incluso la propia, nada me pillaba de sorpresa. Ahora observo que el común del género humano, la sociedad occidental a la que pertenecemos, al privarse cada vez más de esos mecanismos de lucidez y de comprensión, se enfrenta a los problemas normales de la vida con mayor incertidumbre y desconcierto", comparó. "No puedo sentirme solidario de un mundo que se suicida culturalmente de una manera tan burda, tan vulgar, tan ordinaria; lo siento, no es una cuestión de elitismo. La historia no cambia, la historia hace crac y pita una historia nueva. Ante ese paisaje que no puedo cambiar, y que no hay solución, al menos tengo un consuelo: el privilegio de estar asistiendo al fin de una civilización y ser consciente de eso. Tengo la fortuna, tras haber leído tantos finales de imperios y de vidas, ver que ahora es mi mundo el que está desapareciendo".

https://www.lanacion.com.ar/cultura/arturo-perez-reverte-tengo-la-fortuna-intelectual-de-ver-como-se-acaba-un-mundo-nid26042025/

23 abril 2025

“Nunca aliento la polémica, en todo caso es un daño colateral inevitable”


Entrevista de Guillermo E. Pintos - Infobae Cultura - 23/04/2025

Es dable de pensar que Pérez-Reverte, gentil y notablemente jovial a sus 73 años, vino a la capital argentina para hablar de su nueva novela, 'La isla de la Mujer Dormida' (Alfaguara - Penguin Random House). Pero la conversación toma otros caminos que conducen a otros destinos y apelan a Pérez-Reverte el polemista, o Pérez-Reverte el cronista de nuestro tiempo. También hay lugar para un poquito de Pérez-Reverte el provocador. O sea, Pérez-Reverte jugando el juego que mejor juega y que más le gusta. A continuación, el testimonio de su diálogo con Infobae Cultura. Una breve pregunta oficia como disparador y a eso le sigue una larga respuesta, florida en su lenguaje y profunda en su concepto, que permite acordar, disentir, reflexionar. O simplemente aprender.

—Cada vez que uno tipea Arturo Pérez-Reverte en Google siempre aparece alguna polémica en redes, algún tweet suyo que desata pasiones.

—Pero no por culpa mía. Es que en España han tomado la mala costumbre de cada cosa que digo convertirla en polémica.

—¿Y cómo se lleva con eso?

—Yo no lo busco.

—¿Entonces?

—La explicación es muy simple. Ahora todo es clics, hay que sumar clics a cualquier cosa. Yo a lo mejor digo, no sé, “el agua que tomé ayer no estaba bien”. Y el titular es “Pérez Reverte critica el agua” para tener clics. Soy consciente de eso. Soy mayor y tengo ya mucha vida en la espalda. Entonces lo tomo con naturalidad. Lo que nunca hago es alentar la polémica e intervenir en ella. Nunca debato en las redes con nadie. Digo lo que tengo que decir y desaparezco. Entonces, bueno, lo llevo como un complemento, como un daño colateral inevitable en el mundo en el que vivimos. Pero no le doy importancia ni cuántos están a favor ni cuántos en contra. Nunca.

—¿Y no ha tenido la tentación de retirarse por completo?

—No, al contrario. Vamos a ver... Mis redes sociales, Instagram y Facebook no lo llevo yo. Hay alguien que lo lleva por mí. Yo solamente llevo personalmente Twitter. Y Twitter es una herramienta estupenda. Yo tengo dos millones y medio de seguidores, lo que significa que es una herramienta muy potente. Cuando yo quiero mandar un mensaje sé que va a ser un mensaje eficaz. ¿Entonces, por qué voy a renunciar a esa herramienta poderosa? La utilizo, no abuso de ella. Yo no vivo en Twitter. De hecho, en mi teléfono no tengo Twitter.

—¿No lo tiene?

—No, yo tuiteo con el ordenador cuando estoy en casa. No tuiteo desde un teléfono móvil, y sería una esclavitud... Tengo otras cosas más importantes que hacer en la vida. Para mí Twitter es una herramienta que está bien y tal, a la que recurro cuando necesito, que me divierte cuando entro en ella y cuando hay polémica y tal. Pero no le doy más importancia. Eso, en un tipo que escribe novelas, es una actividad fundamental.

—Le voy a hacer un par de preguntas políticas.

—A lo mejor no las contesto.

—El año pasado usted le dijo a una periodista argentina: “No voy a hablar de Milei”. ¿Por qué?

—Cuando uno va a ver a sus amigos o a sus parientes a una casa en la que uno se encuentra a gusto y es muy familiar, uno no habla de cómo son los muebles, cómo se lleva la casa, cómo está el servicio, qué comida te han puesto. Uno llega, se adapta a lo que hay y ya está. Y se va con con mucho agradecimiento. Eso es lo que hago yo.

—Sí ha sido, diría, elogioso con Pedro Sánchez. No sé si es el adjetivo que corresponde...

—¿Elogioso? La palabra “elogioso” no corresponde.

—OK, pero de alguna forma ha destacado alguna de sus virtudes.

—Si yo hablo de Pedro Sánchez aquí, mañana en España dirán: “Pérez-Reverte ha dicho tal cosa de Pedro Sánchez”. Y yo no he venido aquí para hablar de Pedro Sánchez. Yo fui puta antes que monja. Es decir, conozco el mundo en el que muevo. He sido periodista muchos años y sé muy bien cómo funcionan las cosas. Por eso sé que hay un momento para cada cosa, y este momento no es para eso.

—Usted sabe y es consciente que puede haber preguntas así. En todo caso tiene el derecho de eludirlas...

—Lo sé y vengo prevenido para eso.

—Bien. Hablemos de su novela: hay ciertos tópicos que despiertan mucho interés en usted, y luego en su numeroso público lector alrededor del mundo. Uno de ellos (el contexto del relato de 'La isla de la Mujer Dormida') es la Guerra Civil Española. Han pasado casi 90 años. ¿Por qué cree que sigue despertando tanta fascinación?

—No la despierta, no es cierto. Eso es un error. Un error inducido. La Guerra Civil Española está resuelta hace mucho tiempo. Hay flecos, gente que fue fusilada y está en las cunetas todavía. Yo tuve familia fusilada por ambos bandos, con lo cual tengo bastante conocimiento del asunto. Lo que pasa es que la guerra civil estaba, digamos, no ideológicamente, sino en la parte dolorosa, resuelta en mi generación. Yo nací en el año 51. Crecí en una generación educada en la necesidad de olvidar la barbarie que fue esa bestialidad entre españoles. Y mi generación creció en eso. Pero ahora, por razones tácticas, políticas, actuales (no del pasado), políticos jóvenes que no han vivido la guerra civil, que la conocen muy de lejos, la están utilizando como herramienta ideológica. Como ahora los políticos (hablo en general) carecen de una formación cultural o política que les haga ser originales, brillantes, eficaces y decisivos en el mundo actual, recurren a herramientas tácticas para suplir esa carencia que tienen casi todos ellos.

—Un elemento de distracción.

—La guerra civil es un magnífico elemento de distracción. Porque permite oponer “estos y aquellos”. Lo que habíamos superado en mi generación. Cuando yo crecí, con 20 años, y había una actividad política importante, Franco, la universidad, bla bla bla, nadie hablaba de guerra civil. Hablábamos de Franco, que entonces era el dictador. Pero la guerra civil estaba pasada. Sabíamos los errores de unos y de otros. Lo sabíamos porque nos lo habían contado nuestros padres. ¿Queda claro entonces? Los testigos estaban vivos. Y entonces luchamos. La actitud de la gente joven era contra Franco, dictador de entonces, no contra la guerra civil que estaba ya... No era el mismo Franco de la guerra civil, era un Franco diferente, también evolucionó, como todo. Entonces, ahora los partidos que carecen de una base, de una formación política sólida, que no tienen nada nuevo que ofrecer en un mundo europeo, en un mundo occidental que está en decadencia en tantas cosas, usan la guerra civil como herramienta para poder decir muy sencillamente: “Eres de ellos o eres de nosotros”. La están resucitando como argumento táctico. Y haciendo un trabajo muy peligroso, porque están resucitando viejos demonios que estaban ya super calmados. Esa es mi visión del asunto.

—Hablamos de redes sociales, de los políticos y su alejamiento de la cotidianeidad de las personas. Usted ha sido periodista, conoce bien el rol de los medios: parece haber una separación entre la realidad “virtual” presentada en redes y medios de comunicación, y la vida cotidiana, real. ¿Cómo convive con eso?

—Yo tengo una ventaja, tengo casi 74 años. Tengo la vida, las lecturas, los viajes, el mundo suficiente para poder interpretar. ¿Entonces, qué pasa? Hay una cosa evidente. Yo nací en el año 51. Mis abuelos nacieron en el siglo XIX, los dos. Yo fui educado por una generación del siglo XIX. Yo vengo de un mundo que tiende a desaparecer. No digo para bien o para mal. No lo digo con lamento. Es un hecho histórico objetivo. Mi mundo, el mundo en el cual yo me crie, el mundo en el cual yo viví, el mundo en el cual yo hace que yo me pongo una americana para ir a lo que sea, o me comporte o ceda el paso a una señora, o a un señor, o a ti (yo a ti te cedo el paso, y eso no es machismo, pero si se lo cedo a una mujer es machismo ¿comprendes?), quiero decir, el mundo del cual yo provengo, está desapareciendo, con lo bueno y con lo malo. Entonces, hay dos actitudes. Una, decir “¡qué horror!”, gruñir, “¡el mundo es una mierda!, todo es tan grosero...”. Y la otra es decir “bueno, venga”. Que es la mía: decir: "Bueno, la evolución de la historia es así". Los momentos, los ciclos históricos, como decía Toynbee, “circulan”, o bien, como decía Spengler, “pasan, cambian y vienen otros mundos”. Bueno, yo estoy asistiendo al final de un mundo y eso es muy interesante. Asistir al final de un mundo es un privilegio. Es interesantísimo cuando uno viene de un mundo determinado y ve que ese mundo desaparece... Vivir el momento de auge de ese mundo está muy bien, la felicidad social... Pero vivir el final es un espectáculo fascinante, cuando uno es lector de historia, como yo. Soy muy lector, mi biblioteca, que es grande, tiene más de la mitad ocupada con libros de historia, desde clásicos griegos y latinos hasta la historia moderna. Entonces, claro, cuando tienes el bagaje intelectual suficiente para comprender, cuando tienes la mirada educada por la cultura, en el sentido noble (en cuanto a conocimiento y en cuanto a civilización, visión del mundo) y ves el mundo, es un espectáculo muy interesante. Ver cómo se acaba un mundo, cómo vienen las fuerzas nuevas, cómo hay en demolición viejas estructuras que merecían morir (porque los mundos merecen morir, los mundos que mueren merecen morir), porque acaso sus ciclos ya se han quedado viejos, caducos, añejos y ya no valen, deben irse. Entonces, claro, si uno no es un fanático de ese mundo y puede quedarse fuera, o sentado en un lado, aunque sea de ese mundo, ver cómo ocurre es muy interesante. Ver cómo emergen fuerzas nuevas: errores de los que llegan, aciertos de los que llegan, tensiones, coletazos de los que se van y no quieren irse. Y cómo se aferran al poder y a tal. Entonces, si tienes, como yo, la suerte de poder asistir a eso con ecuanimidad, es extraordinario. Para mí el mundo actual es fascinante, más todavía que cuando yo estaba con 20 o 30 años. Yo viví en otros lugares. Quizá porque como he visto como reportero hundirse mucho el mundo, vi arder muchas bibliotecas, violar a muchas mujeres, matar a muchos hombres, destruir muchos edificios, barrer culturas, fosas comunes... Quizá porque tengo, digamos, la cabeza adiestrada para soportar eso y para entender que forma parte de la vida y del mundo y de la historia humana, me enfrento con la ecuanimidad de decir: “Bueno, pues también a nuestro mundo le ha llegado”. Y entonces, insisto, si pudiera resumir esto, diría que es un privilegio asistir al final de un mundo. Estoy encantado. No voy a verlo terminar del todo, no me da tiempo, porque no va terminar mañana. A veces tarda un siglo, dos siglos. Por eso a veces, cuando veo a gente lúcida (y otra que no lo es) y los escucho, digo: “No tenéis ni puta idea”. Se ha acabado. Va a tardar. No siempre hay solución. La historia no se soluciona, se vive. Lo que haqy que hacer es asumirlo con el estoicismo que te da la cultura. Una vez, volando entre Chipre y el Líbano, hablo de hace ya muchos años, cayó un rayo en el avión. Se apagó la luz y tuvo una pérdida de altura enorme. La gente gritando. Y yo diciendo: “Me voy a morir entre gente que está gritando”. ¿Qué pasa? ¿Por qué yo no gritaba? Porque yo sabía que un avión se puede caer. ¿De qué vale gritar si te ha tocado? Bien, entonces la cultura sirve para no gritar cuando se cae el avión. La cultura sirve para asumir con naturalidad, con entereza, el final de las cosas, sea tu propia vida o la de otros. Este es un momento perfecto, un momento feliz, porque tengo la edad suficiente para no lamentar que mi mundo se vaya. Porque yo me voy con él y tengo todavía la lucidez suficiente para ver, para interpretar. Y la cultura adecuada para reconocer los síntomas claros. Y con eso escribo novelas.

—¿En este fin de un mundo, la verdad no tiene sentido? Pareciera que cualquiera puede decir cualquier cosa y no pasa nada.

—La verdad no existe. El mundo es una suma de verdades y de errores que se combinan. Y la verdad es evolutiva, no es definitiva. Esto es un teléfono, pero mañana puede ser un artilugio desfasado. Las verdades evolucionan como el ser humano. Vuelvo a la cultura. La cultura no te dice dónde está la verdad. La cultura te dice la manera de dudar de la aparente verdad, de tomar previsiones y de interpretar. Es decir, si yo voy por la calle a cenar y veo que viene un tipo de frente y ese tipo gira y se me viene a caminar detrás, digo: “Este tipo me quiere asaltar”. La cultura es interpretar al tipo que viene y saber que me va a asaltar. Sin cultura, el tipo me va a asaltar y yo no me voy a enterar hasta que tenga la navaja en el cuello o la pistola en la cabeza. La cultura sirve para eso, para interpretar. Te protege, te ayuda a sobrevivir, te ayuda a que no te asalten en la calle. Entonces, en mi opinión, el problema fundamental de esta generación actual es que se la está privando de los mecanismos culturales que permiten interpretar, sustituyéndolos por clichés, lugares comunes, frases fáciles, clics. Si haces clic aquí, salvas a las focas y a las ballenas y eres un tipo estupendo y eres parte de una comunidad. Ahora es muy fácil. Antes había que pelear por formar parte de una comunidad. Ahora estás en tu casa, haces clic y ya está. No estás solo, ya formas parte de una comunidad. No has tenido ni que esforzarte, ni siquiera que leer, ya formas parte. Estamos privando a las generaciones jóvenes de una capacidad de análisis e interpretación. Los estamos dejando indefensos. Frente a eso, tus hijos están más indefensos que lo que estuvimos nosotros. Frente a los grandes problemas: vida, muerte, fracaso, dolor, sufrimiento, enfermedad, agonía, incertidumbre... Esos son los temas. Y entonces, claro, al privar a un joven de esos mecanismos culturales, lo estamos dejando indefenso ante lo importante. Cuando fracases, cuando pierda tu equipo de fútbol, cuando te encuentres en la calle sin poder alquilar una casa y con un hijo que tienes que darle de comer, cuando tu madre o tú tengas un cáncer... Para eso no los estamos educando. Entonces, el problema grave de la humanidad, y señal también del final de un mundo, es que justamente los mecanismos defensivos que hacen que el ser humano pueda hacer frente a la realidad (al final siempre hay un terremoto, un tsunami, una dictadura, un Trump, lo que sea) ya no se enseñan. Ahora no lo estamos haciendo.

—¿Cómo lo afectó la noticia de la muerte de Vargas Llosa?

—Bueno, yo conocí a Mario. Era un caballero. ¿Pero sabes una cosa? Mario estaba ya... Había terminado su ciclo. Ya estaba viejo, ya no tenía facultades. Era natural que se fuera. De hecho, tuvieron la inteligencia de apartarlo de la vida pública. Mario ya no estaba en condiciones. Había cumplido un ciclo. Ha sido un hombre atractivo, ha conocido mujeres guapas, ha tenido éxito, ha tenido el premio Nobel, una vida estupenda. Y acabó de una forma discreta y elegante, como él era. Me parece una vida perfecta. Es una buena muerte para una buena vida. Ojalá todo el mundo pudiera al final, que la muerte no te estropee. Porque hay muertes que estropean vidas. Hay agonías largas, grotescas, vulgares, dolorosas, que revientan una buena vida. Entonces, Mario ha tenido la fortuna de que su vida ha sido impecable hasta el final. Eso se lo envidio.

—Llegó a la Argentina en una semana especial por la muerte del papa Francisco. No sé si alguna vez opinó públicamente sobre él o sus posturas. ¿Cómo le caía?

—Creo recordar que nunca hice pública mi opinión. Voy a salirme de ese tema, pero voy a entrar por otro lado. Yo no soy un hombre religioso. Tuve una educación, como toda mi generación, española. Fui a un colegio de maristas, del que me expulsaron, por cierto. Hay una cosa evidente, y es que soy consciente de la tradición cultural europea. Yo soy un europeo, igual que usted lo es, porque Argentina... Esto es Europa. No hay historia. México no es Europa. Perú no es Europa. Pero Argentina sí es Europa. Y yo tengo, digamos, la formación europea. Uno no entiende Europa, no entiende España, ni Italia, ni Alemania, ni siquiera los países protestantes, sin el conocimiento de lo que es la cultura judeocristiana. Nosotros venimos del Talmud, de la Biblia, del Corán también, porque hay un fleco mediterráneo que llega a España y tal... Es decir, no hace falta que vayas a misa si no quieres, pero es importante que conozcas la religión que conformó el mundo en el que vives. Porque si no, no puedes entender ni un cuadro de Rubens, ni una catedral, ni un monasterio, ni siquiera la literatura. Entonces, mi visión de la religión siempre ha sido igual. Digamos que mi aproximación a la religión siempre ha sido cultural. Yo soy partidario de que se explique en los colegios. Desde ese punto de vista, los papas siempre han sido administradores de una institución secular de 21 siglos de antigüedad. Son las cabezas, son los gerentes, los CEOs, directores generales de esas empresas. Yo nunca he visto en un papa, ni este ni en otro, un aspecto espiritual. Y lo lamento. Entonces, desde ese punto de vista, ha sido pues uno más. Este tuvo una vida más social, otro tuvo una vida más política. Pero es que no tengo nada más que decir.

—¿Por qué sigue escribiendo? Está impecable a los 73 años, tiene una vida buena, no le debe de faltar nada...

—Yo no escribo por eso. Es muy complicado de explicar a estas alturas de la entrevista. Escribir es plantearse una aventura cada día. Es decir, yo soy marino. Otra cosa que hago es navegar. Tengo un velero. ¿Entonces por qué navego? Porque cuando subo al barco y me voy a navegar, me enfrento a un montón de problemas: meteorológicos, de rumbo, de velocidad, de vientos, de navegación, de barcos que vienen. Es un desafío. A mis 74 años, irme solo —a veces no voy solo— a Cerdeña, Sicilia o Grecia con el velero es un desafío. Me mantiene lúcido, pendiente del viento, de la lluvia. No soy un abuelo en su casa viendo la tele, estoy haciendo cosas. Una novela es algo parecido: me obliga a mantenerme vivo, lúcido, activo. Hay muchos tipos de novelista. Yo soy un novelista tipo cazador. Veo a una chica, un amigo, una voz, una música, y digo: “Esto sirve para una novela”. Y después voy sacando cosas de la mochila. Cada novela me obliga a enfrentarme a una nueva aventura. Me obliga... Solo se es joven en vísperas de la batalla. Yo he vivido batallas. Eres joven cuando, de noche, estás preparado porque al día siguiente vas a luchar. Afilas las armas. Engrasas el arnés. Te preparas. Duermes con mesura, pero no demasiado. Piensas en tu familia. Escribes una carta. Te preparas para luchar. Eres joven. Eres vigoroso. Eres parte del universo que exige de los seres humanos que luchen por sobrevivir o por lo que sea. Cuando ya has combatido es distinto. Tienes sangre en las uñas. Has matado. Has llorado. Has degollado. Te han matado amigos. Te han herido. Ya has envejecido. Entonces, cada novela es una batalla. Me siento como el joven que está engrasando las armas. La novela me rejuvenece. Me permite probarme a mí mismo: ¿todavía soy capaz, o ya no? Además, hay otro factor importante. Esto es complicado. Todo novelista tiene la cuestión de la “obra maestra” que quiere alcanzar. Y en realidad nunca se alcanza. Ni siquiera los mejores. A veces ocurre, pero es raro. Yo sé que mi mediocridad me impedirá hacer nunca esa obra maestra con la que sueño. Pero cada novela es un intento. Yo empiezo una novela queriendo hacer esa obra maestra. Y sé, a las diez páginas, que no la voy a hacer. Pero también sé que si hago esta novela, tal vez la siguiente sí lo sea. Ese pensamiento me obliga a trabajar. A seguir escribiendo. En busca de esa novela que nunca escribiré, pero que deseo. Al mismo tiempo, tengo en la cabeza un rumbo, como si quisiera llegar a Cerdeña dentro de tres días. Eso me mantiene vivo. Podría dejar de escribir y dedicarme a leer. Podría dedicarme a vivir. Tengo la vida resuelta. O si me doy cuenta de que ya no funciono, que mi novela ya no funciona… Veréis que eso no ocurre. Todavía funciono. Mientras funcione, una novela es un motivo. Es un estímulo. La idea de escribir nuevas novelas me mantiene vivo. Y es una magnífica actitud ante el mundo. Quizá no envejezco tan mal, me siento razonablemente bien. Por esto, el día que pierda esa ilusión, ese desafío, esa necesidad, ese día pasaré a ser el viejo, el abuelo que mira la tele, que recuerda los viejos tiempos, aquella mujer hermosa, aquel amigo, aquella aventura. Pero ese día no ha llegado aún.

https://www.infobae.com/cultura/2025/04/24/arturo-perez-reverte-nunca-aliento-la-polemica-en-todo-caso-es-un-dano-colateral-inevitable/

22 abril 2025

Con Pérez-Reverte en primera fila, Fernández Díaz recibió la Cruz de la Victoria asturiana

Natalia Blanc - La Nación - 22/04/2025

Para Jorge Fernández Díaz, su padre, el inmigrante asturiano Marcial Fernández, fue “un soldado” del centro que agrupa a la comunidad asturiana en Buenos Aires. De hecho, la institución ubicada en el barrio de Congreso es uno de los escenarios de su última novela, 'El secreto de Marcial', con la que el escritor y periodista ganó este año el prestigioso Premio Nadal. Allí tuvo lugar esta noche un emotivo acto, en el que el autor del relato autobiográfico centrado en la figura de Marcial fue homenajeado con la Cruz de la Victoria (un símbolo que representa la identidad de la comunidad) y donde habló sobre el libro (publicado por el sello Destino, del Grupo Planeta), su familia de inmigrantes y su relación personal con Asturias. Antes de las palabras de bienvenida, hubo un minuto de silencio en homenaje al papa Francisco y se proyectó un video institucional mientras los asistentes se acomodaban en el salón Alejandro Casona, ansiosos por escuchar a uno de los escritores más queridos por el público.

En la primera fila se ubicó su colega y amigo, el escritor español Arturo Pérez Reverte, que sorprendió al homenajeado ya que hizo fila como “un asturiano más” para ingresar al centro. “Quería darte una sorpresa”, le dijo a Fernández Díaz. Pérez Reverte llegó el lunes a la Argentina. El autor en lengua española más leído en el mundo va a presentar 'La isla de la Mujer Dormida', el sábado a las 16, en la Feria del libro porteña en una charla con Fernández Díaz.

“Madre hay una sola pero todo padre es un enigma; yo decidí resolverlo”, dijo el autor del best seller 'Mamá', cuando recibió el Nadal en febrero pasado. “En la Argentina, mis padres construyeron una épica inmigrante en una comunidad española; dedico la novela a esa comunidad donde fui criado”, completó y resaltó que su padre murió en 2005: “Desde entonces me rondaba su fantasma literario”. La directora editorial del grupo Planeta en la Argentina, Adriana Fernández, acompañó al autor durante la presentación. “Una gran novela que leí de corrido en llanto”, definió la editora, también descendiente de asturianos. En el inicio de la charla, Fernández Díaz pidió un aplauso para Perez-Reverte y, también, para su hermana Mari, coprotagonista de la historia protagonizada por Marcial. En la primera fila se ubicó también el periodista Marcelo Birmajer y Verónica Chiaravalli, pareja del homenajeado.

“Marcial fue solo un capítulo en 'Mamá', basada en 50 horas de entrevistas con mi madre. Y me había quedado la sensación de que había sido un personaje secundario. Empezó a perseguirme como un fantasma literario. Preguntarse por los deseos y los secretos del padre es subversivo”, dijo Fernández Díaz. “Esta novela habla sobre la emigración y los hijos y los nietos en general. No descendemos de los barcos. Descendemos de nuestras familias. Yo me crie en una familia que hablaba bable. Hasta los 18 años, yo todo lo que quería ser era un argentino normal”. Novela de iniciación y de educación sentimental, según definió la editora, 'El secreto de Marcial' se inscribe, para el autor, “en el terreno de lo sociologico” justamente por su abordaje de una familia inmigrante de clase media que vivía en “Palermo pobre”, como le dice Fernández Díaz al actual Palermo Soho. El cine y las películas de TV del ciclo “Sábados de súper acción” marcaron la relación entre el escritor y su padre hasta los 18 años del autor cuando, en el contexto de la guerra de Malvinas, el joven Fernández Díaz quiso anotarse como voluntario. Ya antes, la vocación literaria de Jorge había alertado a Marcial.

“Cuando a mis 15 años se enteró que yo quería ser escritor, pensó directamente que yo quería dedicarme a la vagancia. Luego, entré al periodismo. Cuando vio el ambiente bohemio del periodismo me dio por perdido. Dejamos casi de hablar durante siete años. Fue muy doloroso. Profetizó mi derrota”.

Fernández Díaz contó a una anécdota que es, en realidad, uno de los tantos secretos que mantuvo Marcial a lo largo de su vida. El columnista de 'La Nación' se enteró hace unos años, a través de un mozo de un restaurante de Palermo que había sido presidente del Centro Asturiano de Buenos Aires, que su padre participó de “una misión secreta” que no le había contado jamás a su familia. En plena crisis del 2001, Marcial se ocupó de “recuperar” socios para la institución. “Mi padre tomó la lista de asturianos del club y todos los días caminaba diez kilómetros, se sentaba con un asturiano y hablaban de sus vidas. Tenemos que volver a estar unidos, creer en nuestras vidas... ” Logró que varios volvieran a pagar la cuota. Con el cruce entre ficción y realidad, Fernández Díaz logró, según sus palabras, “resucitar a Marcial”. Además de la Cruz de la Victoria, el autor recibió también el carnet de socio honorario de la institución.

En el cierre del acto, se escuchó el himno de Asturias interpretado por el director de la banda de la institución. Hubo firmas de ejemplares, claro, y como despedida, un vino de honor.

https://www.lanacion.com.ar/cultura/con-perez-reverte-en-primera-fila-fernandez-diaz-recibio-la-cruz-de-la-victoria-asturiana-nid22042025/

05 abril 2025

Cabo de Palos sorprende con unos bancos con forma de libros de Pérez-Reverte en el Paseo de la Barra

Cristina Fernández - Murcia Plaza - 05/04/2025

Disfrutar de la vista y la brisa del mar sentado en un banco en el Paseo de la Barra de Cabo de Palos, con un libro en las manos, no parece un mal plan. Solo que en este caso, el libro se convierte también en el propio asiento donde descasar o leer un rato. Es lo que pasa con los originales bancos con forma de libro que este fin de semana han sorprendido a los muchos visitantes que se han acercado al pueblo costero aprovechando el buen tiempo. 

Se trata, en concreto, de dos piezas de mobiliario urbano que simulan un libro abierto. Pero no cualquier texto literario. Las dos novelas que se abren para reposo de los paseantes llevan el título de dos obras del escritor cartagenero Arturo Pérez-Reverte, quien ha llevado en alguna ocasión a sus personajes hasta Cabo de Palos. Y quien, como Manuel Coy, protagonista de 'La carta esférica', ha entrado en numerosas ocasiones a este puerto pesquero en barco. Precisamente, a 'La carta esférica' esta dedicado uno de los bancos-libro, ya que en esta novela se habla del puerto de Cartagena, el Arsenal Militar, la cartografía del Museo Naval, de la Calle del Osario, la Posada Jamaica y hasta del restaurante El Pez Rojo de Cabo de Palos. Además, hay que recordar que la novela publicada por la editorial Alfaguara en el año 2000 fue adaptada al cine por el director Imanol Uribe, quien también estuvo rodando por Cartagena y Cabo de Palos con Carmelo Gómez y Aitana Sánchez Gijón.

La segunda obra en la que se pueden sentar los paseantes es la última publicada del escritor cartagenero, 'La isla de la Mujer Dormida', publicada 24 años después y donde el autor con alma de marinero cuenta una historia de mar, amor y aventuras en el Egeo durante los años de la Guerra Civil española. "Mientras en España transcurre la guerra civil, el marino mercante Miguel Jordán Kyriazis es enviado por el bando sublevado para atacar de modo clandestino el tráfico naval que desde la Unión Soviética transporta ayuda militar para la República. En la base de operaciones, una pequeña isla del mar Egeo, la vida del corsario español se cruzará en turbio triángulo con la de los propietarios, el barón Katelios y su esposa: una seductora mujer madura que busca, con fría desesperación, el modo de escapar a su destino", se puede leer en el resumen.

Los bancos han causado una gran expectación y en las redes sociales se pueden encontrar comentarios aplaudiendo el homenaje a Pérez-Reverte, así como pidiendo más obras y más autores.

https://murciaplaza.com/murciaplaza/cartagena/cabo-de-palos-sorprende-con-unos-bancos-con-forma-de-libros-de-perez-reverte-en-el-paseo-de-la-barra

04 abril 2025

Frente del Ebro: La guerra según Pérez-Reverte

Rafael Narbona - inmediaciones.org - 04/04/2025

España es un país de hombres y mujeres temperamentales, espíritus libres y apasionados que detestan morderse la lengua o reprimir sus emociones. Quizás eso explica su propensión a lo que se ha llamado «energumenismo», una categoría donde se incluyen nombres tan notables como Unamuno, Baroja, Bergamín, Cela o Rafael Sánchez Ferlosio. No empleo el término “energúmeno” con un carácter despectivo. Para mí, no es sinónimo de arbitrariedad, intolerancia o vesania, sino de una convicción sincera que no excluye el diálogo. Los energúmenos no siempre se llevan bien entre ellos, y algunos son más civilizados que otros. Pienso en Unamuno, con sus adhesiones y rupturas, sus paradojas y contradicciones, sus arrebatos y sus arrepentimientos. Es la quintaesencia del genio hispánico. Nunca le he considerado un histrión, sino un escritor que hizo visibles sus conflictos interiores, mostrando una sinceridad tan descarnada como la de Rousseau o san Agustín. Creo que Pérez-Reverte pertenece a este club —no sé si selecto o maldito—. Siempre está en la línea de fuego, aceptando los riesgos que eso conlleva. La prudencia y el cálculo no entran en sus planes. No es un fanático, sino alguien que defiende con ardor sus opiniones. Quizás por eso se ha atrevido a acometer una nueva temeridad, escribiendo una novela sobre la batalla del Ebro, titulada 'Línea de fuego'. No ha elegido la neutralidad, ni la equidistancia, sino la única beligerancia razonable: tomar partido por esa Tercera España que defendió con tanta valentía Manuel Chaves Nogales, distanciándose con idéntico fervor de fascistas y comunistas, reaccionarios y revolucionarios. Su apuesta ha cuajado en una novela extraordinaria, donde la agilidad narrativa convive con hondas reflexiones sobre el ser humano, la guerra, la amistad y el compromiso. 'Línea de fuego' es un poderoso fresco sobre una de las mayores tragedias colectivas de un país que desea vivir en paz, honrando a todos los caídos en esa hora trágica. Añade una página esencial a la literatura sobre la Guerra Civil, mostrando que el hábitat natural del hombre no es el blanco ni el negro, sino un gris repleto de matices.

Pérez-Reverte nunca ha ocultado su admiración por Chaves Nogales, al que ha calificado como «el mejor periodista español del siglo XX». Ante el actual cuadro de crispación de nuestra vida política, ha recomendado leer el prólogo de 'A sangre y fuego' (1937), una lección magistral sobre ética e historia que escarnece mitos y consignas, señalando la miseria de las ideologías que utilizan la retórica para maquillar su deseo de exterminar al adversario. Chaves Nogales se define a sí mismo como «un pequeño burgués liberal». Su trabajo como periodista le hizo viajar a Moscú y Roma, revelándole que comunismo y fascismo oprimían a los trabajadores con la misma ferocidad. Su liberalismo le impidió entusiasmarse con el mito de la revolución, ya fuera proletaria o nacionalsindicalista: «Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones». Sin miedo a irritar a los supuestos libertadores de los pueblos, el periodista sevillano afirmaba: «Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario». Chaves Nogales describe el fascismo y el comunismo como los dos rostros de una nueva peste fabricada en «los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín». Esa plaga ha sembrado la semilla de la crueldad y la estupidez, desatando odios cainitas. Desde que España se partió en dos bandos, los idiotas y los asesinos han proliferado con idéntica feracidad en ambos lados. Sin saber quién vencerá, Chaves Nogales sostiene que el triunfador no será un político, sino un caudillo que utilizará la violencia para conservar sus privilegios. La sangre, lejos de interrumpirse, seguirá fluyendo, anegando un país donde las trincheras continuarán abiertas para disparar contra todo el que opine de otro modo. Al comienzo de la guerra, Chaves Nogales escribió artículos y editoriales a favor de la República, pero cuando el gobierno se trasladó a Valencia, se exilió en París para preservar su independencia y no ser fusilado por cualquiera de los dos bandos, que ya le habían incluido en sus listas: «Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo».

Pérez-Reverte ha incurrido en el mismo lujo, atrayéndose la ira de los que han sentido cuestionado su canon de la Guerra Civil. Durante décadas, soportamos la versión del bando triunfador, que hizo lo que pronosticó Chaves Nogales: defender su éxito con un cuchillo entre los dientes. Ahora, sufrimos la versión no ya del bando perdedor, sino de los que intentan obtener réditos políticos manteniendo vivas las heridas. Es indiscutible que las familias de los represaliados del franquismo tienen derecho a recuperar los restos de sus seres queridos, sepultados en cunetas y fosas clandestinas, pero eso no debería abrir la puerta a que ahora «nos vuelvan a contar la guerra desde la otra beligerancia, desde las otras mentiras», como advirtió Julián Marías, víctima de la represión franquista. Creo que Pérez-Reverte coincide con Marías en que «la única manera de que la guerra civil quede absolutamente superada es que sea plenamente entendida». Aquella tragedia debe quedar «detrás de nosotros, sin que sea un estorbo que nos impida vivir». ¿Significa eso blanquear el franquismo? ¿No se puede decir que en Madrid funcionaron más de doscientas checas y que en la retaguardia republicana se cometieron incontables crímenes, como ha documentado Fernando del Rey, el último Premio Nacional de Historia, en su obra 'Retaguardia roja: Violencia y revolución en la guerra civil española'. Señalar que los falangistas, los requetés y los regulares también eran seres humanos capaces de acciones nobles no significa ensalzar la dictadura, sino constatar que la fibra moral de los españoles sobrevivió incluso en los peores escenarios de la contienda. A Pérez-Reverte le trae sin cuidado la corrección política y no le preocupa ser intempestivo. Sabía que 'Línea de fuego' despertaría la cólera de los que no toleran que se ponga en tela de juicio su interpretación de la Guerra Civil. Sus previsiones se han cumplido. De nuevo le han llovido lindezas, acusándole de «fascista», «misógino», «belicista» y otras majaderías. De paso, se ha cuestionado el mérito literario de la novela. Creo que esa andanada, que evoca el clima de histeria de los linchamientos, carece de justificación. La bilis ha prevalecido sobre la razón; el improperio sobre el juicio objetivo.

'Línea de fuego' es una novela excelente, con el aliento de las grandes epopeyas y la humildad de los ejercicios más sinceros de autocrítica. A pesar de su longitud, sostiene el interés del lector con personajes de profunda y creíble humanidad. Los diálogos no son artificiales. Los personajes no se despeñan por un coloquialismo afectado ni incurren en discursos moralizantes. El relato de la batalla del Ebro revela un riguroso conocimiento de la historia, pero sin caer en esa erudición incompatible con un ritmo vertiginoso, capaz de recrear unos días de furia, rabia y confusión. La prosa ágil de Pérez-Reverte siempre deja una esquina al lirismo, pero sin esteticismos gratuitos. Las escaramuzas sobrecogen y los personajes conmueven. Pienso en Patricia Monzón, a la que sus compañeros llaman Pato, una operadora de transmisiones que lleva a la espalda una pesada mochila con un emisor-receptor. Antigua empleada de Telefónica, los crueles bombardeos de Madrid pusieron patas arriba su vida, obligándola a tomar una postura. Tras leer la propaganda marxista, se afilió al Partido Comunista. Es de las pocas mujeres que participa en la ofensiva del Ebro. No es una miliciana que pose ante las cámaras con un fusil, intentando conquistar simpatías, sino una mujer valiente que quiere aportar su granito de arena. Sus convicciones son firmes, pero no es una fanática. Escuchar y presenciar algunas cosas le hace cuestionar las simplificaciones de las obras de propaganda. Vivian Szerman, corresponsal de 'Vanity Fair', no es un personaje menos intenso que Pato. No se arruga con facilidad y contempla los hechos desde una perspectiva libre de filtros ideológicos. No es una mujer atractiva, pero su presencia en el frente enciende las fantasías de hombres que no saben si habrá un mañana donde gozar y reír. Lejos de acobardarse, asume grandes riesgos para escribir una crónica fiel de lo que sucede en el campo de batalla. Los que han acusado a Pérez-Reverte de machista deberían familiarizarse con estos personajes, donde despunta la dignidad de la mujer, sin la necesidad de utilizar estereotipos que falsean la realidad.

Pérez-Reverte también dignifica a los marroquíes de los tabores de regulares. Selimán al-Barudi no titubea a la hora de fusilar o desvalijar a los muertos, pero es un amigo fiel que cuida del soldado Ginés Gorguel, dominado por el pánico y cuyo único anhelo es sobrevivir. Se ha demonizado a los regulares, sin reparar en que esa forma de proceder escondía una buena carga de racismo. Violadores, asesinos, bárbaros sin entrañas, los moros de Franco han sido despachados como presunta escoria. Pérez-Reverte se atreve a destacar que también eran humanos y que poseían virtudes como el coraje, la lealtad y el sentido de la amistad. La mayoría se alistó huyendo de la pobreza y conservó las costumbres de su cultura rural, donde aún no circulaban los valores de las grandes urbes occidentales. Sin preocuparse por los tópicos y la leyenda negra sobre la Legión, Pérez-Reverte compone un retrato conmovedor del alférez provisional Santiago Pardeiro, que ha asumido sin deshumanizarse su condición de «carne de cañón». Combate en primera línea, adelantándose a sus hombres y sin ignorar su condición de candidato a difunto, pues casi todos los alféreces caen a los pocos días en el frente. En la lucha cuerpo a cuerpo se emplea con dureza, pero cuando los adversarios se rinden respeta sus vidas. Se muestra muy afectuoso con Tonet, un niño de unos diez años que se ha unido a los legionarios, guiándoles por un terreno que conoce como la palma de su mano. Pardeiro intenta retirarlo de la línea de fuego, pero el niño, que sueña con ser legionario, aparece una y otra vez, con una mezcla de obstinación y temeridad no exenta de ternura. Los requetés del Tercio de Montserrat también combaten con nobleza. Disciplinados, valientes y religiosos, nunca rehúyen el peligro y respetan a los prisioneros. Los falangistas son menos escrupulosos. Algunos —como Saturiano Bescós, un pastor enrolado en la XIV Bandera de Falange de Aragón— son buenos soldados que tratan con honor al enemigo vencido; otros —como el teniente Zarallón— disparan a la cabeza de los oficiales rojos que se han entregado, dejándose llevar por el odio, pues mataron a su hermano por la espalda cuando colgaba en las calles carteles de Falange.

Los anarquistas son buenos combatientes. Desprecian los galones, pero nunca escabullen el bulto. El dinamitero Julián Panizo asume misiones suicidas, enfrentándose a los carros blindados con cartuchos de dinamita y no deja atrás a los «biberones» que combaten a su lado, como Rafael, un muchacho de dieciocho años. El mayor de milicias Emilio Gamboa no se preocupa menos por sus hombres. No le importa arriesgarse a ser acusado de traición por increpar a los mandos que contemplan la guerra desde lejos, enviando al piquete de ejecución a los desertores, casi siempre pobres desgraciados dominados por el miedo. Pérez-Reverte destaca que hay mucha miseria en el campo de batalla, pero también afloran los gestos heroicos, los sacrificios y el compañerismo. Nos dibuja un panorama donde no caben los maniqueísmos, ni las consignas ideológicas. Su perspectiva es la de un humanista que intenta comprender, no condenar; razonar, no abominar. Desde mi punto de vista, 'Línea de fuego' debe leerse como una contribución a la causa de la Tercera España. Podría ser una lectura complementaria de la obra completa de Chaves Nogales, que ahora publica Libros del Asteroide, reuniendo por primera vez en una única edición de cinco volúmenes todos los escritos literarios y periodísticos de los que se tiene conocimiento hasta la fecha. Al igual que Chaves Nogales, Pérez-Reverte denuncia la barbarie de los dos bandos. En ambas retaguardias se cometen toda clase de iniquidades. El dinamitero anarquista Juan Panizo se cruza con un herido que agoniza, llamando a Dios y a su madre. Olmos, su compañero, le propone rematarlo. Panizo replica que mata fascistas, pero no los asesina: «Para eso están los hijos de puta de nuestra retaguardia… Los milicianos que defienden a la República en los burdeles y los cafés». Olmos asiente y añade: «Es lo malo de estas guerras. Que oyes al enemigo llamar a su madre en el mismo idioma que tú, y como que así, ¿no?… Se te enfrían las ganas». El hombre puede ser una bestia despiadada, pero también es un animal compasivo. Cada combatiente obra por motivos distintos. Unos por Cristo, otros por el proletariado. Muchos son honestos y consecuentes. Otros, cobardes, mezquinos y oportunistas. A mayor fiereza ideológica, menor respeto hacia el adversario. Los españoles son reacios a la disciplina y la obediencia, pero suelen tener un gran corazón, lo cual no evita los raptos de barbarie, casi siempre fruto del anhelo de venganza. En casi todos hay una aristocracia natural, como la del oficial carlista Pedro Coll de Rei. Su aspecto es sumamente valleinclanesco: boina roja, barba cuidada, notable altura y un bastón de paseo convertido en bastón de mando. Capaz de luchar cuerpo a cuerpo y enfrentarse a las balas con imperturbabilidad, cuando el enemigo se rinde le tranquiliza, diciéndole que bajo sus órdenes no se fusila a prisioneros. No se trata de una promesa huera. Ordena que se destruyan los carnets de los hombres capturados para protegerlos de posibles represalias.

Lejos de exaltar el franquismo, Pérez-Reverte habla de los bombardeos de Madrid, que se saldan con niños y mujeres reventados en las aceras o enterrados bajo los escombros. Eso no le impide hablar de los crímenes del otro lado, donde se caza a los sacerdotes como conejos o se fusila por ir a misa, como le sucedió al yerno de Manuel García Morente. Pese a la indignación con que censura estos comportamientos, Pérez-Reverte no cae en un estéril pesimismo. Los españoles son «valientes hasta la locura y orgullosos hasta el disparate». Los extranjeros tampoco son mala gente. Algunos son aventureros alistados a la Legión; otros, comunistas que combaten en las Brigadas Internacionales. Todos son retratados como seres humanos, eludiendo la caricatura deshumanizadora. Ese respeto se refleja en escenas particularmente conmovedoras, como el intercambio de cigarrillos entre enemigos que deponen las armas unos instantes para relajarse con un placer elemental. No es menos patético el alumbramiento de un niño que impulsa un alto el fuego por respeto a la madre y a la vida que viene en camino. Estas escenas no son concesiones sentimentales, sino manifestaciones de fe en el género humano, donde siempre hay una brizna de magnanimidad y un sincero deseo de paz. Estoicos, fatalistas, los moros de Franco también sueñan con volver a casa y lloran al evocar su niñez. En la guerra todos pierden. «No hay nada bello y romántico en un soldado muerto —escribe Pérez-Reverte—. Eso queda para las pinturas de los museos, los versos de los poetas y la demagogia de los políticos. La realidad inmediata sólo es carne muerta, carroña pudriéndose al sol». La demagogia está en los dos bandos. Gil Robles pide que los malos españoles sean pasados por las armas, y Largo Caballero afirma que el lugar de la mujer está en la cocina, la fábrica y los hospitales. Muchos soldados son indiferentes hacia las consignas de unos y otros. Combaten en el lugar que les ha tocado. Y los que se han alistado voluntariamente a un bando muchas veces titubean, pues no es fácil matar a un compatriota, especialmente cuando se repara en que detrás de cualquier soldado hay una madre, una mujer o tal vez unos hijos. Disparar no significa matar a un hombre, sino destruir a toda una familia.

En algunos pasajes de la novela, se advierten ecos shakespeareanos. «Estamos perdidos en un mundo absurdo», dice Pato. «El sueño de un dios borracho y cruel», contesta el capitán Bascuñana. «Los dioses han muerto. Estamos aquí para que la humanidad tome conciencia exacta de esa verdad histórica», concluye la miliciana. Pérez-Reverte no minimiza en ningún momento la estrategia de terror de los sublevados: «Matan con método», comenta Tabb, el periodista inglés. «Ejecutan una carnicería sistemática con objeto de aterrorizar y desgastar». Vivian, la periodista estadounidense, apunta que la retaguardia es el escenario de las peores vilezas: «Asombra tanta nobleza en los que luchan y tanta vileza en los que están lejos del frente». Tras perder a la mayoría de sus hombres, Gamboa, jefe de milicias, comenta desolado: «Ya no es una guerra de exterminio, sino una guerra donde le ven la cara al enemigo; donde a veces descubren que es del mismo pueblo que ellos y compraba tabaco en el mismo estanco». Línea de fuego nos pide que no hagamos un ajuste de cuentas con el pasado, sino que comprendamos el sufrimiento de todas las víctimas de la Guerra Civil. Como dijo Julián Marías, unos fueron «justamente vencidos»; otros, «injustamente vencedores». Pérez-Reverte nos pide que superemos la polarización derechas-izquierdas que dinamitó la convivencia en los años previos a la guerra. No podemos volver a dividir el país en dos bandos, identificando al otro, al que piensa de modo distinto, con el mal absoluto, pues ese es el primer paso para deshumanizarlo hasta el extremo de justificar su eliminación física. Hay que mirar al futuro con sentido de la responsabilidad, buscando fórmulas integradoras basadas en el diálogo y el consenso. Es necesario ponerse en el punto de vista ajeno, comprendiendo que la política solo funciona cuando no se considera al adversario un enemigo, sino un interlocutor digno de respeto. No valen las recetas mágicas que nos eximen de pensar. Es absurdo hablar a estas alturas de «asaltar los cielos» o de «hacer grande otra vez a España». Ese camino solo nos lleva al envilecimiento.

Durante un tiempo, creí —y suscribí— las mezquindades que circulaban sobre Pérez-Reverte, pero un breve encuentro con él en el Café Gijón me reveló que mis apreciaciones eran muy injustas. Me encontré con una persona cordial y sencilla, sin una pizca de agresividad o rencor. Pasional, sí, pero es un rasgo muy español, y no advierto nada malo en una actitud que revela valentía, independencia de criterio y vocación de compromiso. Tardé en leer sus libros —no lo había hecho hasta entonces— y mi opinión sobre su obra cambió definitivamente. Empecé 'Los perros duros no bailan', pero el sufrimiento de los canes que circulaban por la novela me resultó insoportable. Tengo varios perros y me afecta mucho la crueldad que muestran algunos humanos con los animales. Interrumpí la lectura y pasé a 'Hombres buenos', que me deslumbró. No dudo que será un clásico el día de mañana. Pérez-Reverte no es fascista, ni machista, como dicen sus enemigos, sino una especie de Dumas que ha pasado por el gabinete de Voltaire. Su prosa se inscribe en la mejor tradición del realismo español, con destellos cervantinos y galdosianos. 'Línea de fuego' es una gran novela que molestará a muchos, pero la verdad casi siempre es incómoda e intempestiva. Celebro que en nuestro país aún queden escritores que no se dejan intimidar por la «imbecilidad organizada» de las redes sociales, por utilizar una expresión de Javier Marías. Siempre he sentido curiosidad por la amistad entre Pérez-Reverte y Marías. No sé si cultivan «una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo» (Borges), pero no tengo ninguna duda de que encarnan los valores de la España defendida por Chaves Nogales, caracterizada por «un odio insuperable a la estupidez y la crueldad».

https://inmediaciones.org/frente-del-ebro-la-guerra-segun-perez-reverte/