08 octubre 1974

¿Por qué luchan los palestinos?

Mundo Árabe - 1974

[Mucha gente se pregunta todavía en España: ¿por qué luchan los palestinos? ¿Qué buscan? Y hay quien piensa que si fueron arrojados de sus casas, podrían ser compensados con una cantidad de dinero. Lo que no comprenden muchos es que el objetivo final de la lucha no es la paz simplemente, ni mucho menos la comodidad, sino la paz basada en la justicia. Si el movimiento revolucionario palestino pudiese ser comprado, caería, por su propio peso, el concepto de REVOLUCIÓN. Nuestro compañero Arturo Pérez-Reverte se ha desplazado a Beirut recientemente y ha buscado, no entre la clase dirigente, no entre los cuadros de mando, sino entre los propios palestinos refugiados y desamparados, las razones de su lucha. He aquí pues, el testimonio de ese pueblo sencillo, sin ambiciones, sin otra ilusión que se cumpla en ellos la justicia internacional, porque se saben pioneros de algo consustancial en el mundo: la lucha por una humanidad mejor.]

Hannah

“El llamado estado de Israel se descompone, como un cuerpo que se pudre al sol. Es ahora cuando, entre su propio pueblo, comienzan a levantarse voces que desean la paz y claman —todavía con voz débil— contra las injusticias que durante años se han cometido contra hombres con los que se podía haber vivido en armonía. Eso lo hace tambalearse. Golda Meir y Dayan sabían que, a partir del momento en que Israel comenzase a horrorizarse de sus actos, eso lo destruiría; habría llegado el principio del fin. Ellos quisieron evitarlo, manteniendo la confianza de su pueblo en sí mismo. Pero pasó su época”.

Entre las ruinas, Hannah recoge el cartucho de un cohete israelí y lo pone ante mis ojos, arrojándolo luego, lejos. Después clava sus ojos negros en un punto lejano, entre las montañas, y su voz suena monótona y cansada en este santuario de silencio que un día fue el campo de refugiados palestinos en Nabatiya.

—Ahora tiene miedo; siente que la tierra comienza a faltar bajo sus pies. Está desapareciendo su orgullo. Si no cede a tiempo, llegará el día en que sea aplastado. Y su final marcará el nacimiento del Estado Democrático Palestino.

Hannah tiene veintiún años, y hace cinco que milita en las filas de la OLP, en el servicio de prensa de Al Fatah. Cuando habla, lo hace absorta en sus propias palabras, como subrayando con un chasquido de la lengua cada una de ellas.

—Sabe que el peligro somos nosotros. Si no existiéramos, todo sería mucho más fácil para él. Somos la corte de los mendigos y de los guerreros que, arrastrando tras nosotros las sombras de todos nuestros camaradas muertos, atormentamos de noche el sueño de los sionistas. Para ellos, la tierra no mana ya leche y miel, sino sangre. Tel Aviv nos tiene miedo. Por eso, con su política actual, quiere destruir los movimientos de liberación árabes y asegurar de esta forma su propia supervivencia. Sus métodos están a la vista: intensificar sus acciones represivas en el interior de Palestina, intensificar sus ataques en el exterior, intensificar sus presiones diplomáticas... Pero no se da cuenta, o no quiere darse cuenta, de que al golpear a los palestinos está golpeando también a los movimientos de liberación de todo el mundo. Y éstos jamás podrán perdonárselo.

—Hannah... ¿Odias a los judíos?

—Odio el sionismo. Odio el racismo, la injusticia y la opresión. Pero no, no odio al judío. ¿Sabes que muchos de ellos colaboran con nosotros? Me gustaría poder llegar a vivir el día en que vea a un palestino y a un judío arar juntos la misma tierra. Pero para eso aún deben morir muchos hombres. Ellos no quieren reconocer nuestra existencia, como si nunca hubiésemos existido. Pero nosotros estamos allí. Y si algún día, no lejano, comprenden que deben construir la paz, tendrán que venir exclusivamente a nosotros.

—Hannah... ¿Has pensado alguna vez que puedes morir antes de que ese momento llegue?

—Sí. Y estoy preparada. Ya muchos otros, antes que yo, bajaron un día por una colina con la sonrisa en los labios, para no volver más. Las vidas son valiosas para construir la paz; pero antes, deben ganar la guerra. Lo único que importa es golpear allí donde el sionismo se cree en seguridad. Mantener las consecuencias positivas de la guerra de octubre. Por eso ahora sólo actuamos en el interior de la Palestina.

—Ahora quiero que me respondas con absoluta sinceridad a una pregunta. En ese Estado Democrático Palestino convivirán judíos y árabes. Todo el mundo será igual ante la Ley, y los hombres, olvidado el odio, trabajarán en un esfuerzo común... ¿Es así?

—Así esperamos que sea, en efecto.

—¿Te casarías con un judío, Hannah?

—Creo que no... Seguro que no. Antes tendría que lavarme demasiada sangre y olvidar los rostros de muchos muertos... Quizás mis hijos... Quizás.

Rahim

Es delgado y nervioso. Mientras mordisquea una “chawarma” habla de modo atropellado, con vehemencia. De vez en cuando se detiene y contempla los muros del castillo de Saida, como si encontrase en ellos argumentos elocuentes. En su rostro, muy moreno, hay profundas arrugas.

—El pueblo está con nosotros. Entiéndeme, el pueblo libanés, el jordano, el egipcio... Todos. Nos apoyan y nos alientan, sintiendo nuestros éxitos como suyos propios. Aquí, en el Líbano, es fácil comprobar que la gente está del lado de los palestinos. Sin embargo, no sucede lo mismo con algunas clases dirigentes.

—¿Por qué esa diferencia de actitud entre la masa popular y esas clases dirigentes del Líbano?

—Es lógico. Para los que estén arriba, somos una fuente inagotable de preocupaciones. Eso sucede aquí y en otros sitios. Si no existiese el pueblo palestino, ya hace tiempo que algunos países árabes se habrían entendido con Israel. Pero nosotros hacemos el papel de conciencia, y se ven obligados a adoptar una línea política que en muchas ocasiones no es la que mejor encaja con sus intereses. Aunque nos acogen, nos ayudan en lo que pueden —que no es mucho— y a veces parece que hasta nos defienden y se preocupan por nuestros intereses, nuestras reivindicaciones y nuestro futuro, en el fondo querrían desembarazarse de todos nosotros. Nos hemos convertido en huéspedes muy molestos.

—¿Y qué opina el Ejército?

—El Ejército, en el Líbano y en casi todas partes, está con las clases dirigentes.

—¿Os ayudarán los otros países árabes a crear vuestro Estado Palestino?

—Palestina sólo confía en los palestinos. Con los otros, o sin ellos, llegaremos al final. Tendremos nuestra tierra, aunque deba ser a pesar de algunos gobiernos árabes.

Samir

Es un periodista de veinticinco años, reflexivo e inteligente. En su despacho de Beirut, con las paredes cubiertas de carteles con las efigies de los camaradas muertos, hojeamos la prensa libanesa. “Un enfrentamiento entre un grupo de libaneses y palestinos tuvo lugar ayer en...”.

—El Estado Democrático Palestino albergará en su seno a árabes y judíos, y las representaciones en el Gobierno se establecerán según los porcentajes demográficos. Esa es una de las razones por las que Israel no quiere aceptarlo. Su ritmo de crecimiento es cada vez menor. Ellos practican la anticoncepción, por lo que el número de hijos por familia es reducido. Para ellos sólo queda aceptar fuertes contingentes de judíos inmigrados... Sin embargo, el crecimiento demográfico de los árabes es altísimo. Israel tiene miedo a desaparecer entre nosotros.

—Debe haber muchas otras razones por las que los judíos no están dispuestos a compartir Palestina con vosotros.

—Indudablemente. Hay factores de todo tipo: culturales, sociales, políticos, económicos, religiosos... Al final, puestos entre la espada y la pared, deberán doblegarse. Pero queda mucho camino todavía.

—Y el precio será muy alto.

—Ya ha sido muy alto. Hay gentes que pagan más que otros, eso es todo. El “fedayín” que va a morir como un lobo acosado paga más que el comerciante que contribuye con dinero. Todo cuesta; pero hay algo que es claro para pobres y ricos, para los que tienen cultura y una ideología y para los que carecen de ellas. Hay algo de lo que sí están seguros: que quieren volver. No tienen nada; ni pasaporte, ni dinero, ni siquiera personalidad. La mayoría no existen jurídicamente. Pero saben que allí, al otro lado, está Palestina.

—¿Es auténtica esa armonía que dicen existe entre los palestinos y os libaneses?

—Sólo en parte, y según los niveles sociales. Los partidos de derecha libaneses están radicalmente contra nosotros. Nuestra situación aquí es muy difícil. Nos asesinaron en Jordania... El Líbano es nuestro último refugio y, al mismo tiempo, nuestra gran posibilidad. Pero los dirigentes se sienten incómodos con nuestra presencia. Hay muchas tensiones, especialmente con el Ejército, los capitalistas y algunos partidos. Opinan que somos un semillero de discordia y un imán para los ataques sionistas, que nos utilizan como excusa. El Líbano se siente perjudicado. Por eso, todos nuestros esfuerzos se encaminan a que no se produzca un conflicto. En este punto, esos grupos a los que he aludido, que se encuentran enfrentados a nosotros, también buscan cuidadosamente evitar complicaciones serias entre libaneses y palestinos. Un enfrentamiento grave entre ambos podría significar tanto el desastre para los palestinos como el desastre para los libaneses.

—Eso es lo que procura Israel, ¿verdad?

—Eso es lo que procuran Israel y Jordania. Constantemente emplean todas sus fuerzas para que se produzca un conflicto. El ataque a los puertos, los secuestros, los desórdenes, están alentados y organizados precisamente para enfrentar físicamente a libaneses y palestinos. Por eso se bombardea y se abusa y se mata. Para forzar al Líbano a desembarazarse de los “peligrosos” palestinos. Cada vez que Israel ataca al Líbano, no dice hacerlo porque le interesa, por ejemplo, llegar a las fuentes del Litani, sino porque los palestinos son un peligro en la frontera. Y así se ha llegado a crear este clima de tensión.

—¿Por qué sigue en el trono Hussein de Jordania?

—Uno de los objetivos de nuestra revolución es liquidar al régimen jordano. Sin embargo, aún no es el momento. Los tanques israelíes no están demasiado lejos de Ammán. Hay que tomar las cosas con calma, si se quiere vencer al final.

—Samir; supongamos que estalla un conflicto grave entre libaneses y palestinos...

—Habría guerra civil en el Líbano. Recuerda que la masa popular está de nuestro lado. Pero esa guerra civil, sin lugar a dudas, terminaría provocando una intervención israelí o norteamericana. Eso es lo que busca Israel.

—Una última pregunta, Samir. Considero que eres un hombre realista... ¿Crees en ese Estado Democrático Palestino? ¿Crees en la victoria final?

El periodista sonríe y me alarga un cigarrillo. Después, pausadamente, me señala las fotografías de la pared.

—Ellos creyeron. Si yo no tuviese la misma fe, no estaría aquí. Habría abandonado la Revolución.

Yussef

Tiene los ojos azules y el aire indolente. Pero cuando habla, sus palabras adquieren tal seguridad que parecen pesar como el plomo. Tiene 32 años, nacido en Jerusalén. Doctor en Ciencias Sociales.

—Creo en el Estado Democrático de Palestina. Considero que árabes y judíos pueden vivir en paz, sobre la misma tierra. De hecho, muchos judíos ayudan ya a los palestinos en los territorios ocupados, e incluso están encerrados en cárceles sionistas. Diversos movimientos —especialmente jóvenes— judíos dan su apoyo total a un diálogo con la OLP. Sin embargo, antes de llegar a eso habrá que solucionar muchos problemas. El pueblo palestino no sólo debe enfrentarse al sionismo, sino que también se ve amenazado, y muy seriamente, por los regímenes reaccionarios árabes. Y en realidad, si me detengo a pensarlo, no puedo predecirle a largo plazo cuál de los peligros va a ser el mayor.

—¿Cuál es su opinión sobre la actitud de Jordania respecto al problema de Palestina?

—Muy personal. A mi mejor amigo lo mataron en Ammán. Quizá se esté preguntando usted por qué no se dedican los palestinos a derribar el régimen hachemita... En primer lugar, nosotros no tenemos intención de liberar Jordania, sino Palestina. En segundo lugar, para la liberación de Jordania...

—Perdón. ¿Liberar quiere decir rescatar una zona ocupada por un enemigo?

—En este caso, sí. Decía que, en segundo lugar, para la liberación de Jordania haría falta un frente democrático jordano que, por desgracia, ya no existe. La oposición organizada contra Hussein fue aniquilada en septiembre de 1970. En tercer lugar, hacer caer a Hussein no es tarea fácil. Su caída sería también la de Feysal y la de otros regímenes reaccionarios. Le recuerdo que Arabia Saudí participó también indirectamente en la matanza de septiembre.

—Resumiendo: existe un complot contra los palestinos.

—Efectivamente. Por un lado, tenemos a Israel y los EEUU. Por otra parte, alineamos a los regímenes reaccionarios árabes, para los cuales los palestinos son un peligro. Esa es la tenaza que cada día amenaza estrangular a mi pueblo.

—Una pregunta, Yussef. ¿La revolución palestina está encaminada sólo a liberar los territorios ocupados y a crear el Estado Democrático?

—Esa es solo su primera fase.

—Luego hay otras después...

—Efectivamente. La siguiente es extender la revolución a todos los países árabes.

—Y la tercera, entroncar con la revolución mundial.

—Exacto.

—Entonces, no creo que los países más reaccionarios, que al fin y al cabo son los que más tienen que perder, estén muy dispuestos a que ustedes consigan sus objetivos.

—Naturalmente que no. Están desplegando todos sus esfuerzos para que nuestra revolución fracase. Piensan, no sin razón, que el Estado Democrático Palestino puede ser en el futuro un foco que exporte subversión a sus respectivos países. Esa es la razón de que, mientras declaran hacer causa común con el pueblo palestino, se dediquen bajo cuerda a su auténtico objetivo, que es eliminarnos del mapa. Su problema es que ellos mismos se han cogido los dedos en su propia trampa y, lo que es paradójico, algunos nos esgrimen todavía como bandera de combate.

Shalim

Le he conocido en las calles de Saida. Viene caminando desde el campo de Angelua, donde no quiere permanecer durante el día porque tiene miedo a los Phantom israelíes. Como él, una multitud de palestinos vaga por la ciudad, sin atreverse a regresar a los campos hasta la caída del sol. Es joven, delgado y muy moreno. Correctamente vestido, con algo de dinero en el bolsillo, me ha contado que es estudiante, pero aún no sé si creerle o no. Tiene los ojos grandes y asustados, y no se avergüenza de contarme su miedo mientras comemos frente al mar, en la Escuela de Hostelería de Saida.

—Ya ves... No todos los palestinos somos comandos, ni somos valientes... Yo tengo miedo las veinticuatro horas del día. Creo que se puede hacer una clara distinción entre los palestinos: un grupo, el que se encuentra movido por una ideología profunda, el que tiene fe en el futuro de Palestina y está dispuesto a luchar por él, y a morir si es necesario, es el que nutre las filas de los “fedayín”, los hombres para el sacrificio. En el otro grupo estamos los que tenemos miedo a morir, los que odiamos las bombas... Los que estamos cansados de recoger cadáveres entre las ruinas, de vivir acosados como animales... Los que estamos hartos de ser nadie, hombres sin patria y sin personalidad... Los eternos vapuleados por todos, árabes y judíos. A nosotros, a los que son como yo, que no tienen madera de héroes, que estamos hartos de morir de hambre y de vivir entre la miseria y la indiferencia, nos da igual ir allí que a otra parte, con tal de que nos dejen vivir tranquilos y no tengamos que pasar el día mirando al cielo, esperando ver aparecer los bombarderos judíos, esperando ver aparecer nuestra propia muerte. Mírame. ¿De veras me ves cara de comando? Yo ya estoy muerto; todos estamos muertos. Si no nos matan los israelíes lo harán los libaneses, o los americanos... No. Todos los palestinos no somos héroes; algunos hasta hemos perdido ya la capacidad de odiar. Queremos, quiero trabajar; quiero comer. Y me da igual que sea aquí o en otro sitio. Todo lo que deseo es que esto se acabe de una maldita vez.

Sakir

Es un doctor en Historia de veintinueve años, con largo bigote y los ojos escondidos tras los gruesos cristales de unas gafas. En su oficina del Palestine Research Centre de Beirut escucho su voz, a veces apagada por el ruido de los automóviles que circulan por la calle. Tiene el pelo castaño claro, casi rubio, y sabe sonreír como los niños.

—No. Yo no creo que los libaneses quieran terminar con los palestinos. Lo que sí desean es quitarnos las armas, desarticular nuestra organización política, etc. Tenga en cuenta que el Líbano necesita de los palestinos, porque alguien debe encargarse de los trabajos duros. Nuestro pueblo constituye aquí una clase social que es explotada. Desde hace cinco años, el objetivo de las clases dirigentes es mantenerlos a ese nivel. Los libaneses son muy prácticos. La creación del Estado Democrático Palestino les privaría de su más barata mano de obra.

—¿Cuál es en la actualidad el balance de fuerzas en el Líbano?

—Por una parte está el pueblo palestino armado, con su organización, sus cuadros de mando, sus medios de información y su aparato burocrático. Mucho más fuertes que en la Jordania de 1970, contamos con la simpatía de las masas árabes que, aunque no inciden poderosamente en el Líbano, nos respaldan con su apoyo. En contra, tenemos parte del Ejército, a las fuerzas paramilitares de los partidos de derecha, los regímenes árabes más reaccionarios, Israel y el imperialismo. En realidad, no estoy seguro de que este segundo grupo pueda liquidarnos fácilmente. El Líbano no es Jordania. Aquí estamos bien organizados, y ello daría lugar a una guerra civil en la que no intervendríamos solos. Cuando los combates del mes de mayo, gran parte de la población se puso de parte de la Resistencia. Cuando venga el ataque de nuestros enemigos, creo que no será de tipo militar.

—¿Cómo piensan sus enemigos impedir la creación del Estado Democrático?

—Nos gustaría contar con el incondicional apoyo de Siria, pero ellos se ven seriamente condicionados por una serie de problemas en su propio territorio. Llegado el momento, podrían acudir en nuestro socorro; pero también podría suceder que se viesen imposibilitados de hacerlo. El complot consiste en llevar a la Resistencia hasta una situación de conflicto que termine por hacerla capitular incondicionalmente, entregando sus armas. Eso quieren los regímenes reaccionarios, que prefieren tolerar la existencia de Israel con tal de que los palestinos no se vuelvan una fuerza política. Quieren que, si hay un Estado Palestino, en último término éste no sea independiente. Nos tienen verdadero miedo. En el Líbano se encuadra concentrada la potencia militar palestina independiente. El enemigo no sólo quiere enfrentar a libaneses y palestinos, sino que incluso desea oponer a la población palestina con la Resistencia. Quiere dividir con sus represalias y con el terrorismo al mismo pueblo palestino.

Fatma 

Licenciada en Derecho, joven y bonita. Cree firmemente en el futuro Estado Democrático Palestino, pero ello no le impide ser plenamente consciente de los peligros que amenazan el nacimiento de su nación.

—Los sionistas, en las condiciones actuales, no pueden emprender una guerra contra el Líbano para limpiar la franja sur de palestinos hasta el río Litani. Esa es la razón por la que buscan que sean los dirigentes libaneses los que hagan para ellos el trabajo sucio, presionando sobre los palestinos, desarmándoles y desguarneciendo los campos de refugiados. Por eso los jefes de la Resistencia procuran andar con pies de plomo; son muchos los problemas alentados por el enemigo, incluso la división en el mismo seno de la OLP. La exigencia es doble: por una parte, hay que continuar la presión de tipo militar contra las ciudades de Palestina ocupada, si queremos hacernos respetar e ir —si alguna vez vamos— con argumentos de peso a Ginebra. Sin embargo, no podemos indisponernos con los libaneses, quienes ya están bastante preocupados por su propia seguridad... El segundo aspecto es que se debe mantener la difícil armonía entre las diversas ramas de la Resistencia, pues un conflicto armado entre ellas es precisamente el objetivo esperado por el enemigo. No olvidemos que uno de los problemas a que debe enfrentarse la tarea de creación del Estado Palestino es precisamente la división que existe en el mismo movimiento de la Resistencia.

Abu 

Es un famoso médico dentista de Beirut. En su consulta de la calle Hamra me muestra folletos y estudios que él mismo ha realizado sobre el potencial humano del futuro Estado Democrático Palestino.

—Me preocupan los hombres que deben construir la paz, cuando la guerra haya terminado. He tenido la suerte de poder efectuar estudios sobre los palestinos que han hecho carreras universitarias, incluso los que se encuentran en países distantes. De paso, comprobaba sus sentimientos y los lazos que les unen a su pueblo. Todos han respondido.

—¿Cuál será el papel de esos hombres, élite altamente cualificada, en el Estado Palestino?

—Muchos de mis encuestados, que se encuentran trabajando en excelentes condiciones en el extranjero, me han escrito diciendo que están dispuestos a trabajar por la causa, a regresar a su tierra cuando llegue el momento. No son guerreros, sino técnicos. Y Palestina necesitará muchos técnicos cuando sea libre. Al mismo tiempo, esa élite palestina es la que, sin saberlo, ha empujado a existir a la Revolución. Los primeros cuadros no fueron 1os jóvenes de ahora, sino ese grupo ilustrado. Es la élite la que ha potenciado el movimiento, la que ha impulsado a las masas. Vive y trabaja en todos los países árabes y aporta su contribución a la Revolución. Otros, como yo, tienen la nacionalidad libanesa, o kuwaití... Pero no se lavan las manos. Cada uno aporta en la medida de sus posibilidades.

—Sin embargo, si están bien situados en otros países árabes, no creo que estén dispuestos a cambiar una posición estable por un problemático futuro dentro del Estado Palestino.

—En efecto, muchos no tienen ya deseos de volver, pues ya han normalizado su vida y están sólidamente establecidos. Pero ello no les impide continuar sintiendo amor por su patria. Son nuestros aliados en el exterior, envían dinero, etc. Otros sí están dispuestos a regresar. Pero no es cuestión de que llegado el momento lo hagan o no. Lo que buscamos es el reconocimiento de nuestro derecho a dejar esto e irnos a Palestina, no porque alguien nos haya obligado, sino porque nosotros queremos ir. En una palabra, exigimos el derecho a elegir.

—Entonces, el papel de estos hombres en la Revolución es por el momento más bien pasivo.

—En parte sí, en parte no. Habrá muchos intelectuales que, creado el Estado, irán a Palestina. Siempre habrá gente dispuesta a ir allá y preguntar: “¿Qué debemos hacer?”.

—¿De qué tipo son esos técnicos de los que en el futuro dispondrá el Estado Palestino?

—Ha comenzado a cambiar la antigua tendencia hacia carreras humanísticas. Ahora los palestinos altamente cualificados se dedican más bien a la electrónica, química y mecánica. En el Estado Palestino, el sector educativo será el que esté mejor cubierto. El profesional electromecánico y médico será el más deficiente. Por esa razón la Organización Mundial de la Salud ha hecho un llamamiento a los jóvenes para que estudien Medicina, pues hay una escasez alarmante. Palestina necesita urgentemente técnicos. Es un fenómeno que se da también en todos los países árabes: hay carencia de estamentos intermedios entre los ingenieros de la élite y la masa. Falta el técnico. Eso no sucede en Israel, que se encuentra mucho mejor preparado que nosotros en ese terreno. Además, posee escuelas especiales e incluso los importa de Europa, dándoles preferencia.

—Doctor; constantemente remarcan ustedes la palabra “democrático” cuando hacen referencia al futuro Estado Palestino. En ese Estado, dicen, convivirán pacíficamente árabes y judíos. Sin embargo, hay algo que puede ser fuente de innumerables problemas: las diferencias de tipo socio-cultural entre “sabrás” y palestinos. ¿Cree que para la creación de ese Estado Democrático habrá evolucionado lo suficiente el pueblo palestino? ¿No existirá en el seno de ese estado una desigualdad de nivel entre las dos comunidades?

—En efecto, opino que habrá un tremendo problema de tipo cultural y social. Esa es la razón de que algunos palestinos piensen que no será posible hacer un Estado Democrático, sino que es preferible dar a cada comunidad un Estado independiente. Yo creo que debe ser un Estado democrático. Por eso debemos esforzarnos en ampliar las perspectivas de nuestro pueblo. Lo importante es la buena voluntad y el deseo de vivir en paz. Tengo gran confianza en los cristianos de Palestina. A ellos corresponde ser lazo de unión y limar las asperezas que, sin lugar a dudas, surgirán. Pero creo que, hartos los hombres de la injusticia y de la guerra, llegará el día en que comprendan que vivir sin odio, hermanados en el trabajo, que es lo único que realmente cuenta, es mucho más precioso que el afán de poder o el racismo.

Recopilación completa de los reportajes de Pérez-Reverte sobre la guerra de las Malvinas.

07 septiembre 1974

Una olla a presión

Pueblo, 8 de septiembre de 1974

[Cerca de ciento cincuenta soldados israelíes penetraron ayer a las dos de la tarde hora local en territorio libanés, en las proximidades de la ciudad fronteriza de Aita Chaab, a 22 kilómetros al sudeste de Tiro, en el sur del Líbano. Mientras los soldados israelíes trataban de rodear la ciudad, la artillería y los blindados ligeros libaneses, según informa el Ministerio de Defensa, abrieron fuego contra los invasores, que debieron retroceder hasta el otro lado de la frontera.]

—Ir al sur del Líbano es una locura; no hay un solo extranjero allí.

Atravesar el control militar sobre el río Litani y encontrarse a veinte kilómetros la frontera con Israel produce una extraña sensación. El ambiente está enrarecido. La costa, desierta en su mayor parte, parece completamente indefensa. La gente no puede evitar mirar el mar con temor, sabiendo que cualquier día pueden aparecer en el horizonte las cañoneras israelíes.

Tiro se adentra en el mar, enclavada sobre una pequeña península. Las calles están llenas de refugiados palestinos que deambulan sin ir a ninguna parte, negándose a permanecer en los campos por temor a los Phantom de Israel. Cuando bajó del “jeep” mi mochila con las cámaras fotográficas, los hombres que fuman sentados sobre la escollera me miran con suspicacia. El teniente de la policía, tras las cortesías iniciales de rigor, no se anda por las ramas y me pregunta qué diablos vengo a hacer aquí.

—Mire usted, me parece muy bien que sea un periodista español, pero ya tengo demasiadas complicaciones. Me dice que viene buscando palestinos y yo estoy hasta la coronilla de tener todos los días problemas con los palestinos. Si está dispuesto a aceptar un consejo, lo mejor es que se suba otra vez al “jeep” y se largue.

Cuando le digo que quiero entrar en el campo de Borj et Chemali, el teniente se agarra un extremo del bigote y me mira como si estuviera loco.

—Escuche —su voz se ha vuelto cansada—. Para esos hombres todo extranjero que pasa por esta región es un espía israelí. Hay una enorme psicosis de espionaje en el sur del Líbano. Es muy frecuente que los sionistas se infiltren en esta zona precisamente haciéndose pasar por periodistas. Tenga en cuenta que viven en el miedo, y las incursiones israelíes son frecuentes. Desconfían de todo, hasta de ellos mismos. Además, aquí no encontrará comandos, sino milicianos. Los comandos están desplegados unos kilómetros más abajo a lo largo de la frontera. Y le aseguro que los milicianos no se andan con bromas. Si usted continúa hacia el sur debo comunicarle que me lavo las manos, declinando toda responsabilidad. Ni siquiera puedo pedir a nadie que le acompañe, pues todos temen que les acusen de colaborar con los israelíes. Y ahora va a disculparme. He dejado todo mi trabajo por usted y ya no puedo dedicarle más tiempo.

Me repitieron cien veces las mismas palabras que el teniente desde que salí de Sidón un par de días antes. La psicosis de espionaje en el sur del Líbano aumenta desde las últimas incursiones de Israel. A lo largo de la costa, en torno a la frontera, el temor a las represalias sionistas crea un clima de tensión que flota en el aire. Todos tienen miedo de todos. Los fedayines se encuentran en estado de alerta constante en las proximidades de la frontera. Sin embargo, las incursiones en los territorios ocupados ya no parten de aquí, por lo general. Los golpes que las escuadras suicidas de comandos asestan en el corazón mismo de Israel son ataques organizados por la resistencia en el interior de Palestina.

La explicación es simple: los fedayines saben que cualquier ataque formal desde la frontera implicará una reacción israelí sobre el territorio libanés. La existencia de los palestinos en el sur del Líbano es el pretexto que desde hace mucho tiempo utiliza Israel para justificar sus operaciones en la frontera y quizá algún día sea también el pretexto para la anexión por Israel de los veinte kilómetros que separan a los actuales límites del río Litani, frontera natural largamente apetecida por Tel Aviv. Esa es la razón por la que la resistencia ha cambiado de actitud en los últimos meses, haciendo que todas las operaciones militares broten dentro de los territorios ocupados.

—Nuestra situación es muy delicada —me decía un miembro de Al Fatah en Beirut—. No sólo tenemos que luchar contra Israel, sino evitar que nuestros ataques y las brutales represalias israelíes no sean dispongan con el Gobierno libanés. El Líbano es hoy el lugar donde se decidirá el puerto el futuro del conflicto de Oriente Medio, pues en él está concentrada la potencia militar independiente de la Resistencia palestina. Y esta potencia nuestra condiciona, evidentemente, la independencia política de nuestro huésped.

Precisamente la independencia de que goza por el momento la Resistencia en el Líbano es la causa de que hayan fracasado todos los esfuerzos —norteamericanos e israelíes, por supuesto— para conseguir que el régimen jordano ostente la representación exclusiva del pueblo palestino. Por eso todos los intentos de Israel están encaminados a romper el frente que forma la Resistencia, único obstáculo en la actualidad para neutralizar las fronteras con los países árabes: Egipto ya tiene Suez y su franja del Sinaí, garantizada por las Naciones Unidas; Jordania está más inclinada a un compromiso con Israel que a seguir la lucha, pues la existencia de los palestinos sigue siendo una espina clavada en el cuello de Hussein; en Siria, un emparedado de cascos azules... Sólo queda el Líbano. La existencia de los palestinos es el único inconveniente para la ruptura total del que, en otro tiempo, fue compacto frente de guerra árabe. Israel lo sabe y, lejos de preocuparse cuando hay un ataque de la Resistencia, lo archiva rápidamente en el cajón de los pretextos a esgrimir cuando llegue el momento de arrasar un poco más el sur del Líbano, preparándose el terreno.

El alto mando israelí sabe que bombardear las bases de los fedayines, y solo eso, es inútil y absurdo. No es en las bases de comandos donde se encuentra la raíz del mayor problema con que en la actualidad debe enfrentarse el sionismo. El “quid” radica en el interior. Es allí donde se reclutan comandos, donde todos los palestinos, tanto los que se encuentran en el extranjero como los que viven en el Líbano, concentran esfuerzos y organizan cada vez más eficazmente la Resistencia. Los campos de refugiados constituyen una cantera inagotable de fedayines; son el alma de la resistencia. Por eso, durante un tiempo, Israel se ha dedicado a machacar sistemáticamente los campos de refugiados, a fin de enfrentar a la población civil palestina con las organizaciones militares palestinas.

Sin embargo, el “sistema” ha producido resultados completamente opuestos a los deseados por Tel Aviv. En primer lugar, por cada familia abrasada por el napalm, por cada niño en cuyas manos estallaba un juguete-bomba, uno, cuatro, diez palestinos desesperados se presentaban en los cien centros de reclutamiento de la OLP, pidiendo formar parte de las “escuadras suicidas”. En segundo lugar, la adopción por el Consejo Nacional de El Cairo del programa de diez puntos para crear un sólido poder nacional palestino hizo fracasar las aspiraciones sionistas para desmembrar la resistencia.

¿Qué otra solución queda a Israel? Desafortunadamente para él, en la actualidad no puede iniciar una guerra contra el Líbano que le permita limpiar el sur de palestinos. Y no puede hacerlo porque en tal caso destruiría su laboriosa tarea de hormiguita en los demás frentes árabes. Todos los resultados, militares y diplomáticos, que han ido consiguiendo durante tanto tiempo se vendrían abajo con una invasión al Líbano. Y en las actuales circunstancias, no demasiado fáciles, por cierto, Israel sabe que tendría que volver a empezar desde Suez hasta Kuneitra.

Sin embargo, los “cerebros” de Tel Aviv encontrado una solución, quizá la más peligrosa para los palestinos en toda su historia de exilio. Los israelíes han comprendido que si ellos no pueden liquidar personalmente a los palestinos alguien debe hacerlo. La maniobra de Husein en aquel “septiembre negro” no dio malos resultados y la Resistencia palestina en Jordania fue destrozada en las calles de Ammán. Por eso los dirigentes sionistas están decididos a que sea el Gobierno del Líbano quien esta vez haga para ellos el trabajo sucio. El sistema es sencillo, no ofrece riesgos para Israel y si triunfa liquidará el único inconveniente que en la actualidad le impide hacer doblar la rodilla para siempre a los países árabes. Los pasos a seguir son elementales: presionar provocando enfrentamientos entre las autoridades libanesas y la Resistencia palestina.

21 julio 1974

Chipre, regreso del infierno

Pueblo, julio de 1974

[Nuestro compañero Arturo Pérez-Reverte, que se encontraba de vacaciones en Oriente Medio, al tener noticias del golpe militar en Chipre se trasladó a Nicosia, siendo el primer periodista español que llegaba a la isla tras el derrocamiento de Makarios. Huésped del Ledra Palace, con más de un centenar de periodistas de diversos países, nos ofrece en este primer reportaje su testimonio directo de los acontecimientos dramáticos y las horas de angustia pasadas en dicho hotel hasta conseguir los periodistas ser evacuados por soldados de las Naciones Unidas.]

La batalla por Nicosia comenzó a las seis horas cinco minutos del sábado [20 de julio de 1974], cuando seiscientos paracaidistas turcos tomaron tierra a dos kilómetros del hotel Ledra Palace, en la zona norte de la ciudad. 

En el Ledra, donde los periodistas habíamos establecido nuestro cuartel general, soldados chipriotas y turistas descompuestos por el pánico corrían de un lado a otro mientras el tableteo de las ametralladoras y los obuses de mortero se iban aproximando. Los paracaidistas se estaban abriendo paso con rapidez hacia el sector turco. Mujeres y niños corrían en busca de refugio, y en las calles hacían su aparición los primeros civiles armados, con escopetas de caza y viejos fusiles ingleses.

Movilización general en Chipre. Muchachos de 18 años, soldados, reservistas con su cartilla azul en las manos crispadas, afluían a los centros de reclutamiento. Los partidarios de Makarios, que durante días habían estado combatiendo a la Guardia Nacional, salían de sus escondites de francotiradores para unirse a los que hasta entonces habían sido sus adversarios. Ni Sampson ni Makarios contaban ya. Llegaban los turcos, el enemigo secular de los grecochipriotas. Ellos eran en aquellos momentos el único enemigo al que había que destruir.

Se combatía en todas partes al norte de la isla. Las noticias sobre la situación en Kyrenia eran alarmantes. Camiones cargados de hombres pálidos por el miedo, conducidos como ovejas a morir en algún lugar de Chipre. Marchas militares, proclamas de radio y soldados que pasan cantando a grandes voces para darse ánimos unos a otros. Y los puños se levantaban al cielo con rabia cuando los Phantom turcos volaban muy bajo entre el humo de las granadas antiaéreas bajo el cielo increíblemente azul de la isla.

En el Ledra se distribuyen uniformes a los camareros y recepcionistas. Las mujeres preparan alimentos y agua para los treinta soldados chipriotas que, mandados por un oficial griego, se disponen a defender el hotel frente a los turcos, que ya están tomando posiciones al otro lado de la piscina. Del aeropuerto nos llega el fragor de las explosiones: se lo bombardea para evitar un posible desembarco de tropas griegas en Nicosia.

La batalla del hotel Ledra Palace comienza a las siete, cuando una ametralladora emplazada en la terraza abre fuego contra los aviones turcos. El Ledra, según nos cuenta el teniente griego, es un objetivo de vital importancia estratégica. Desde sus ventanas se domina la ciudad y puede convertirse en un magnífico observatorio. Y efectivamente, los turcos parecen haberse dado cuenta de ello. Los disparos de mortero comienzan a caer por todas partes y la gente corre a refugiarse en los sótanos.

Nadie logra convencer a los chipriotas de que si se hacen fuertes en el hotel los turcos pueden matarnos a todos los que estamos dentro. Los soldados se atrincheran en la planta baja y en las ventanas. Frente a la piscina cuatro soldados muy jóvenes buscan abrigo tras los instrumentos abandonados de la orquesta del hotel. El piano pronto queda destrozado por las balas y el suelo se cubre de cartuchos vacíos. Un morterazo cae sobre la terraza, matando a un soldado e hiriendo grave a otro. Ante nuestros ojos, el muchacho se desangra con la frente apoyada sobre el cañón destrozado de su arma.

En la planta baja las vidrieras saltan hechas añicos. Soldados y periodistas nos arrastramos por el suelo haciendo cada uno su trabajo. Gritos, órdenes y explosiones que hacen temblar las paredes del hotel. El equipo de Televisión Española rueda a dos metros de mí cuando una bala se lleva el brazo de un soldado que discutía con Javier Pérez Pellón. El suelo se llena de sangre. Una periodista belga llora en un rincón, con los nervios destrozados. Se adivina a los paracaidistas turcos apenas a doscientos metros de las ventanas. Las habitaciones de los pisos altos están siendo literalmente barridas por fuego de ametralladora. Durante una pausa del combate una ambulancia de las Naciones Unidas procede a la evacuación del herido; en el salón, junto a los cristales desechos por las balas, un matrimonio británico, impasible, se dedica a llenar crucigramas.

“Niki, ¿estás luchando por Sampson?”. El soldado sonríe y se echa hacia atrás el casco de acero. No, él no lucha por Sampson, él no muere por Sampson. Nosotros, los periodistas, siempre estamos metiendo la pata. Ahora él se está batiendo por su vida, porque si los turcos toman el Ledra los van a matar a todos. Después, en segundo lugar, que quede bien claro, Niki lucha porque los turcos son el enemigo, porque están atacando Chipre y porque tiene una mujer y cuatro críos escondidos en un sótano. Por eso es por lo que Niki está toda la mañana disparando ráfagas hacia aquellos árboles de enfrente con el fusil ametrallador pegado a la cadera, muerto de miedo y de angustia. Y… “vete quitando de ahí, periodista imbécil, porque te van a volar la cabeza”.

Al anochecer, una patrulla canadiense de las Naciones Unidas llega al hotel y nos comunica que se ha conseguido de los turcos un alto el fuego en torno al Ledra durante la noche. Megáfono en mano, el oficial sale al jardín al descubierto y repite una y otra vez las palabras que estamos escuchando durante toda una terrible noche. “Cease fire, cease fire. United Nations patrol in the Ledra Palace”. Las ráfagas de ametralladora siguen brotando del otro lado del jardín. Después el fuego disminuye… para dar paso a un bombardeo con morteros que, con intervalos de media hora, continuará hasta el amanecer.

Las noches son largas en la guerra. En la oscuridad, mientras intentamos conciliar el sueño, surge el llanto de un niño. Los centinelas, la culata del fusil pegada a la cara, escudriñan las sombras con el rostro desencajado por la tensión que apenas ilumina la brasa de un cigarrillo. No hay agua, no hay electricidad, se acabaron los alimentos. Los morteros turcos nos obligan a encogernos en nuestros refugios; se habla en un susurro. Estamos en una ratonera y somos como ratones asustados.

Un periodista italiano, que dormita a mi lado, me pregunta con un gesto si quiero acompañarle fuera, al jardín. Arrastrándonos por el borde de la piscina llegamos hasta la posición avanzada de los soldados; en inglés nos ordenan guardar silencio, pues los turcos están a solo 50 metros. Se escucha el canto de los grillos apagado de vez en cuando por un obús o una ráfaga aislada que pasa sobre nuestras cabezas. El soldado, de quince años, solloza tendido boca abajo con las manos sobre la cabeza, y rechaza el cigarrillo que le ofrezco. Regresamos al hotel, donde el italiano y yo nos miramos como si hubiésemos pasado juntos muchos años. Solo hemos recorrido treinta metros, pero esta noche, en el Ledra Palace, nos sentimos como si hubiésemos regresado del fin del mundo. 

Al amanecer, las tropas de la ONU consiguen de turcos y griegos un alto el fuego para evacuar a las trescientas personas atrapadas en el hotel. Norteamericanos y británicos parten en primer lugar, con los alemanes. A las doce, cuando el plazo de alto el fuego está a punto de finalizar, aún quedamos un centenar de periodistas en el hotel. Los soldados chipriotas no nos dejan salir; nos apuntan con sus armas. Saben que en el momento que el último de nosotros abandone el Ledra los turcos lo atacarán con la artillería pesada que han estado concentrando durante la noche. En el vestíbulo suceden algunas escenas violentas entre periodistas y soldados. Nos hemos convertido en rehenes.

A la una de la tarde llegan los camiones. Los soldados de la ONU consiguen hacernos salir y escapamos bajo el fuego de griegos y turcos hacia las bases británicas del sur de la isla. Desde las ventanas en las azoteas los francotiradores hostigan a las tropas chipriotas. Atravesamos campos abrasados, casas destruidas, encrucijadas guarnecidas por tanques, y soldados que esperan a los turcos con el miedo en los ojos. 

En Dekhalia, apenas descendemos de los camiones, un oficial británico nos comunica que los paracaidistas turcos atacaron el Ledra diez minutos después de nuestra partida. La mayor parte de los soldados que durante dos días he estado fotografiando están muertos o prisioneros. Me pregunto qué habrá sido del teniente, del soldado que sollozaba de noche en el jardín, de Niki, que tenía a su mujer y a los cuatro críos escondidos en un sótano. ¿Saben ustedes?... “Niki”, en griego, significa “victoria”.

CHIPRE, BAJO BANDERA BRITÁNICA

Pueblo, julio de 1974

Todo el mundo huye hacia el sur. Cuatro mil personas aterrorizadas, bajo la precaria protección que presta la bandera británica que ondea en los camiones, observan con temor las columnas de humo que surgen del horizonte y miran al cielo con angustia, esperando de un momento a otro ver aparecer los cazabombarderos turcos. Rostros marcados por la fatiga, mujeres que aprietan contra su pecho niños dormidos, livianos equipajes hechos a toda prisa entre el fragor de las explosiones… Es la imagen eterna, la que se repite en todas las guerras. Las familias que huyen huyen siempre, no importa a dónde. En ellos solo una idea late fija: escapar de los turcos, escapar de las bombas, escapar de Chipre, escapar de la muerte.

La base británica de Dekhalia está enclavada en el extremo sudoriental de la isla. Los soldados ingleses instalan a los refugiados en lo que fue un campo de deportes. Mantas, sacos de dormir, agua, alimentos… La eficiencia británica en su más depurada manifestación. Encuentros emotivos al descender de los camiones: aquí está aquel amigo que se perdió en Nicosia, aquella mujer que desapareció en el bombardeo de Famagusta… pero también hay centenares de personas que vagan por el campo buscando entre los rostros desconocidos a alguien a quien posiblemente no volverán a ver jamás.

Pero no es momento para ponerse sentimental. Ahora hay que luchar por una manta, aunque se diga que hay para todos; luchar por el agua, aunque se diga que hay de sobra; luchar por la comida, por un puesto en esa maldita cola donde te dan un papelito que quizá te sirva para salir de aquí.  Afortunadamente, la siempre bien engrasada máquina militar británica termina por ordenarlo todo, por disponerlo todo, por parcelarlo todo. Los refugiados se van reuniendo por grupos nacionales, y ante la porción de terreno donde la mayor parte deberá pasar la noche se colocan cartelitos con el nombre de los distintos países. Un pequeño número, entre los cuales estamos la mayor parte de los periodistas, conseguimos autorización para pernoctar en la base. Pero tras las rejas del campo miles de personas ven partir impotentes a los turistas ingleses y norteamericanos, para los cuales se ha organizado una gigantesca operación de salvamento. Los demás, libaneses, españoles, israelíes, egipcios, suecos… tendremos que esperar.

Esperar. La vida en el campo se convierte en una continua espera. Un educado oficial inglés —“I'm sorry, sir”— nos comunica que solo se ha recibido orden de evacuación para aquellas nacionalidades que tienen representación diplomática en Chipre. Los demás deberán permanecer concentrados en la base hasta que los respectivos gobiernos se pongan en contacto con las autoridades británicas. Eso puede durar días quizá más de una semana. Entretanto hay que tener paciencia y esperar. 

Somos siete los periodistas españoles que estamos en Dekhalia. Pedro Sánchez Queirolo, de ‘La Vanguardia’, Luis López del Pecho, de Radio Nacional, el equipo de Televisión Española y yo. Necesitamos salir de Chipre, encontrar télex y teléfonos, entregar las fotografías y las películas que durante dos terribles días hemos estado impresionando en un Ledra Palace barrido por ráfagas de ametralladora. Pero los españoles “no están en la lista”. “I'm sorry, sir”. Lo siento, señor. ¿No tienen ustedes un vicecónsul honorario en Nicosia? 

Pues es verdad. Resulta que en Nicosia hay un vicecónsul, aunque parece ser que no es español. “¿Y dónde se ha metido?”. Ni idea, nuestro representante diplomático en Nicosia parece haberse desvanecido con la guerra. Durante el asedio del Ledra, cuando todos los cónsules y embajadores llamaban por teléfono preguntando por los turistas y reporteros de sus países respectivos, cuando el embajador egipcio acudió allí personalmente a pesar de los bombazos turcos, los siete españoles nos sentíamos como huérfanos. Los siete enanitos del Ledra Palace.

En el interior de la base encontramos a muchos compañeros del hotel. Están allí Aglae Masini, Rolando, del diario argentino ‘La Nación’, Marco, el taciturno cámara italiano… Conseguimos cenar potaje inglés, sándwiches ingleses, té inglés. Y dormimos en un pabellón de sargentos ingleses. Para ser completamente felices solo nos falta obtener pasaje en un avión inglés. 

Y la noticia llega al amanecer. A las siete y media sale un avión hacia Londres transportando refugiados. Nos apresuramos a obtener el permiso de evacuación, pero dos miembros del equipo de Televisión Española no llegan a tiempo y debemos dejarlos en Dekhalia.

Llegamos al aeropuerto británico de Akrotiri, al sur de la isla, por vía aérea. Pero allí nos espera una amarga decepción —“I'm sorry, sir”—. Los españoles no pueden ser evacuados hasta que no se reciban noticias de su gobierno. Posiblemente este vaya a fletar un avión especial para repatriarles. “No tardará mucho”… “¿Cuánto?”… “Una semana, como mucho”. Un oficial nos ofrece “plum cake” y limonada para consolarnos. Pero esta vez hemos perdido el apetito.

Es la una de la tarde cuando se nos informa de que vamos a ser trasladados a Episkopis, donde el mando británico va a estudiar nuestro problema. Subimos a un autobús, donde también encontramos almacenados a los periodistas libaneses, egipcios y suecos. Somos 28. Pero la eficaz máquina inglesa, en vez de llevarnos a Episkopis, nos mete en un campo de refugiados turcos, custodiados por la policía militar. Es un auténtico campo de concentración y se nos trata como a verdaderos refugiados. En torno nuestro, tiendas de campaña, colas para la comida y el agua, dolor, miseria y centinelas. Un panorama ciertamente acogedor. Se nos informa que allí estaremos hasta que acabe la guerra, y eso es la gota que colma el vaso. Así que ponemos el grito en el cielo.

Los oficiales británicos se arman un lío; ahora resulta que los refugiados españoles no son refugiados, no quieren quedarse aquí, quieren largarse de la isla o regresar a Nicosia y, lo que es más insólito, dicen que están hartos de encontrarse bajo protección británica. Inexplicable. Como seguimos armando jaleo y los turcos del campo comienzan a alborotarse, los ingleses deciden llevarnos a Episkopis para quitársenos de encima. Nuestra llegada hace perder a los oficiales británicos su tradicional flema. Gritamos, amenazamos con escribirlo todo con pelos y señales, decimos que esto es una discriminación indigna y que en cuanto tengamos delante una máquina de escribir vamos a montar un número que se les va a caer el pelo.

En el preciso momento en que un fotógrafo sueco y un servidor se dirigían a robar un coche para irse a Nicosia, un sonriente capitán nos comunica que todo está arreglado. Un avión francés está listo para llevarnos a París. A partir de este momento los españoles podemos beneficiarnos también de la magnífica operación de salvamento organizada por los británicos. Nuestra aventura chipriota termina a las doce de la noche del lunes cuando el DC-9 que nos lleva a Francia despega del aeropuerto de Akrotiri.

El reportaje del equipo de RTVE

Patente de Corso: El oso de peluche (2001)

19 julio 1974

Sombrilla antiaérea (piden los palestinos)

Pueblo, 19 de julio de 1974

Acabo de regresar del sur, tras recorrer durante varios días la costa y los campos palestinos de Nabatie, Tiro y Sidón. A pocos kilómetros de los fedayines, uniforme de camuflaje y fusil AK en bandolera, detuvieron mi coche y me interrogaron durante una hora bajo un sol de justicia. Me habían tomado por un espía judío.

La psicosis de espionaje en el sur del Líbano va en aumento desde las últimas incursiones israelíes contra los puertos pesqueros. El problema de la seguridad de los campos sigue poniendo de relieve las disensiones que a pesar de las declaraciones optimistas de los últimos días oponen a la resistencia y a las clases dirigentes libanesas.

Takieddine Solh se esfuerza por calmar la efervescencia que reina en el seno de la guerrilla, especialmente en lo que a cohetes antiaéreos respecta. Para ello quiere convencer a los jefes palestinos de que acepten la constitución de un sistema defensivo libanés que cubriría el conjunto del territorio. Los palestinos objetan que esa sombrilla antiaérea solo sería eficaz en un plazo de diez años e Israel tiene demasiada prisa en liquidarlos para andarse con demoras; en segundo término, al ser parte integrante de un hipotético sistema de defensa libanés, la protección de los campos estaría en manos del Gobierno de Beirut y éste, según me decía un dirigente palestino, no se mostró demasiado combativo cuando los aviones judíos machacaban los campos de refugiados.

Por su parte, el gobierno libanés está resuelto a impedir que con la fortificación de sus campos de refugiados los palestinos lleguen a la creación de un estado dentro de otro estado, y el Líbano no es Jordania. Aquí la resistencia es fuerte, está bien organizada y la constitución del sistema defensivo palestino convertiría los campos en fortines inexpugnables incluso para el Ejército libanés.

Aunque aquí se descarta un peligro inminente de nuevos ataques aéreos, todos piensan que estos podrían reanudarse en cualquier momento. Esa es la razón por la que los dirigentes palestinos están desplegando todos sus esfuerzos para conseguir del Gobierno libanés luz verde que les permita emprender por cuenta propia la fortificación de los campos.

26 junio 1974

Liz Taylor y Richard Burton: Divorcio definitivo

Pueblo, 26 de junio de 1974

A la vigésima va la vencida. Ayer, un tribunal de primera instancia puso punto final a trece años de broncas y diamantes. Elizabeth Taylor y Richard Burton, posiblemente a causa de “haberse amado demasiado” (Liz), resolvieron definitivamente vivir en el futuro sus vidas por separado. El escenario, la localidad suiza de Saanen. El motivo, “irreconciliables diferencias”. Telón.

“¿Te han dicho alguna vez que eres una chica preciosa?”… ‘Cleopatra’ fue un fracaso comercial para la 20th Century-Fox, pero para las revistas del corazón significó el alumbramiento de un filón en apariencia inagotable. Y mientras el “número cuatro”, Eddie Fisher, se veía obligado a emprender un discreto mutis por el foro llevándose sus atalajes de “chevalier servant” (a un hospital donde se le sometería a una cura de reposo absoluto para olvidar la eterna inconstancia femenina), Marco Antonio y la reina de Egipto comenzaban el que había de revelarse como largo y tormentoso idilio. Para Sybil, por aquel entonces todavía señora Burton, llegó el amargo trance de retractarse de aquellas frases que habían reproducido las revistas en letras así de gordas: “Richard es mío. Todo mío. Siempre será mío. Nunca lo entregaré a la Taylor o a cualquier otra mujer”.

Cleopatra había ganado la partida. La primera vez que Burton abrió la boca para hacer declaraciones sobre el romance fue con unas palabras que no dejaban lugar a la menor duda: “Debo reconocer que Elizabeth me fascina. Me pregunto qué es lo que la hace tan estupenda. Te mira con esos ojos y tu sangre se agita”… Tanto se le agitó la sangre a Marco Antonio que el 16 de marzo de 1964, tras haber conseguido sonados divorcios de sus respectivos cónyuges, la feliz pareja se ligó, para lo bueno y para lo malo hasta que la muerte etcétera, ante diez amigos íntimos que les acompañaron a Montreal. Primera plana, por supuesto.

‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’ tuvo el indudable mérito de mostrar a los espectadores de todo el mundo cómo una pareja puede tirarse los trastos a la cabeza. Ello habría de ser de suma utilidad a posteriori como marco de referencia cuando la gente comenzó a enterarse de que las cosas no marchaban ya como correspondía a un amor tan apasionado. Se habló de alcohol, de celos, de agarradas interminables, de lágrimas, portazos y búsquedas de consuelo en “solo buenos amigos”. Se fotografiaron encuentros enternecedores, entradas y salidas de hospitales, reconciliaciones y diamantes como puños. Comenzaba el “show” de los Burton.

“No puedo imaginar la vida sin él. Le amo. Le adoro. Nuestro amor es tan profundo que no me importa nada lo que la gente piense sobre nosotros. Si se tiene una auténtica intimidad con el hombre que se ama se puede transformarlo todo en mágico”... Sí que es cierto, sí. Pero cuando el hijo de Liz, Michael Wilding, se soltó el pelo y profesó de “hippie” en una comuna con perdón galesa toda la magia del asunto no pudo evitar que Richard se sintiese francamente molesto con el yerno. “A quién habrá salido”, y cosas así. 

Siguió la juerga. “Se divorcia él”… “Se divorcia ella”... Después resultó que no, que de momento no se divorciaban, porque no podían vivir el uno sin el otro. “Esperamos que la tormenta pase pronto”. Más titulares, más fotografías, más reconciliaciones, más canas al aire y nuevas reconciliaciones. “Pienso que quizá tenga yo la culpa de todo esto, de esta increíble decisión de Liz, al no dar mayor importancia a sus problemas familiares. Me consta que su madre está enferma, pero le he hecho poco caso al asunto. Y sé que esto molesta mucho a Liz, porque ella adora mucho a su madre”... Sin embargo, Peter Lawford se mostró más comprensivo, dedicándose por aquella época a comentar los problemas familiares con Elizabeth en los clubes nocturnos de Beverly Hills.

Intentos de solucionar la papeleta a cargo del matrimonio Ponti, frustrados en toda la línea. Todo parece anunciar el inminente divorcio, cuando Liz debe someterse a una intervención quirúrgica en California, y a la salida del centro médico Richard decide invitarla a un desayuno con diamantes. Todo parece solucionado. Richard promete no volver a oler el alcohol. Se dice que 1974 va a ser el año de felicidad definitiva de la pareja. Se admiten apuestas. Y se divorcian. Punto.

Marco Antonio y Cleopatra se van, cada uno por su lado, y los “paparazzi” afinan sus cámaras fotográficas para tenernos informados de con quién, cuándo y dónde volverán a ser actualidad informativa. Los lectores sentimentales piensan que es una lástima; los escépticos opinan que se encontrarán de nuevo; los indiferentes que ya iba siendo hora; los futurólogos se callan. El mundo da tantas vueltas…