28 marzo 1983

Así se desactivan las bombas

Pueblo, 28 de marzo de 1983

[Con motivo del reportaje que ‘Pueblo’ realizó en el País Vasco, publicamos esta fotografía de Miguel Garrote, en la que nuestro enviado especial, protegido por un equipo Tedax, soportaba la explosión de una bomba de ETA a un metro de distancia.]

No hay dos bombas iguales. Cada una tiene personalidad propia, según el carácter, el ingenio y la preparación técnica del hombre que la construye. Las hay tan elementalmente simples que hasta un niño podría desactivarlas, y tan complejas que incluso los más destacados expertos, tras echarles un vistazo, prefieren hacerlas detonar a distancia en lugar de librar el peligroso duelo hombre-bomba con escasas probabilidades de supervivencia.

Las bombas son tan diversas como el ingenio humano, dotadas a menudo con una serie de trampas destinadas precisamente a matar al hombre que intenta desactivarlas: contactos especiales, hilos casi invisibles, cuya tracción desata el estallido, circuitos que la hacen explotar al ser cortados, electroimanes que, al ser privados de corriente, hacen bajar una placa metálica que produce el letal contacto… Normalmente, el experto en desactivar explosivos, voluntario que realiza ese peligroso trabajo por un extraño impulso de curiosidad, vocación y amor al riesgo, prefiere desactivar antes que recurrir al fácil recurso de hacer estallar a distancia el artefacto. Es así como se aprende, me decía hace pocas semanas, en Bilbao, uno de los Tedax de la Policía Nacional, compañero de los dos hombres que en el País Vasco acaban de ser víctimas de una bomba de ETA.

Los Tedax del País Vasco cuentan con un moderno equipo para desactivar artefactos: trajes especiales, robots dotados con cámaras de televisión. Sin embargo, lo habitual es que sus propias manos sean las herramientas a las que se recurre con mayor frecuencia. La explicación es simple. A veces como fue el caso de la reciente tragedia, la bomba está colocada en un lugar cuya explosión a distancia produciría, sin embargo, graves daños materiales en las proximidades, e incluso, por la premura del tiempo, la pérdida de vidas. Además, cuando el artefacto se encuentra en zonas urbanas, como una calle estrecha, un pasillo o un lugar de difícil acceso, la utilización del robot u otros medios voluminosos o que hacen difícil la maniobra entorpece considerablemente el uso de estos recursos precautorios. “Gato con guantes no caza ratones” es otra de las frases favoritas de los Tedax de la Policía Nacional. Por eso, lo frecuente en el tenso duelo hombre-bomba es que éste se desarrolle de tú a tú, contando el desactivador, como mucho, con la ayuda de unos alicates, su buen pulso, su paciencia y su ingenio.

No es habitual que las bombas de ETA sean complicadas. La organización terrorista las fabrica simples, consistiendo a menudo en un simple circuito electromecánico, una pila de alimentación, un detonador y la carga explosiva. No es frecuente que haya trampas suplementarias, ni siquiera que el diseño del artefacto sea complicado. La razón es muy sencilla: el que fabrica una bomba corre durante la operación un peligro directamente proporcional a la complejidad de ésta, y un error cualquiera durante el proceso, incluso durante el transporte o la colocación posteriores, puede suponer un estallido prematuro y mortal.

Sin embargo, para el desactivador que se enfrenta a la tarea de convertir la bomba en un objeto inerte e inofensivo, aparte del factor de riesgo implícito en la operación, existe un peligro inmediato y latente, cuyo cálculo resulta imposible de establecer. El terrorista sabe, aproximadamente, cuándo va a estallar el artefacto, ya que él mismo, al activarlo, ha establecido la hora de la explosión. Sin embargo, el Tedax que se acerca al paquete donde está la bomba, ignora cuánto tiempo le queda para desactivarla antes de que ésta haga explosión. El plazo hasta el estallido puede ser de horas, de minutos, o acaso de segundos. Es ahí donde tiene lugar la estremecedora carrera contra el tiempo que, a veces, como en el reciente suceso de San Sebastián, se salda con la victoria de la bomba.

Cuando se produce la alarma, el equipo Tedax entra en alerta inmediata. Normalmente, se actúa por parejas, siendo un policía nacional el encargado de desactivar, mientras su compañero realiza las tareas de apoyo. Tras un primer reconocimiento visual del artefacto, el Tedax que va a operar, equipado con escudo y casco especiales, a los que se añade una pequeña coraza protectora, se aproxima al paquete sospechoso, llevando en la mano un maletín con herramientas simples, como alicates, destornilladores, cinta aislante y un bisturí. Tras palpar el paquete, el Tedax efectúa un corte con el bisturí en el envoltorio, que le permita ver lo que hay en el interior. Es así como quedan a su vista los circuitos, el reloj, la carga explosiva, las pilas eléctricas que la alimentan…. Después, con infinita paciencia, el desactivador comprueba si existen trampas suplementarias. Una vez comprobado que no es así, o desmontadas las existentes, se aplica a la tarea de estudiar detenidamente el sistema, comparándolo mentalmente con otros, en los que ha trabajado en experiencias anteriores. A veces, cuando surge una duda, el Tedax se retira a consultarla con su compañero, que se mantiene a pocos metros, dispuesto a aconsejarle o a poner a su alcance nuevos medios técnicos que puedan ser precisos.

Establecido el modelo de artefacto, comprobada la ausencia de trampas, el Tedax utiliza los alicates y sus manos para aislar la carga explosiva del circuito, procurando evitar que restos de la carga adheridos al cebo puedan hacer explosión. Aislada la carga, cortados los cables, la bomba se convierte en un conjunto inofensivo.

Cuando una bomba estalla en plena desactivación, sólo puede ser por tres motivos: el Tedax ha cometido un error, hay una trampa suplementaria o el reloj que activa la bomba ha llegado a la hora establecida para la explosión, antes de que finalice la operación. El primer caso no suele ser frecuente, ya que la larga experiencia de los Tedax que actúan en el País Vasco, su preparación técnica y características psicológicas han sido previamente probadas hasta la saciedad antes de aceptar su oferta voluntaria para este tipo de trabajo. La segunda posibilidad, la de la trampa, puede ser habitualmente descartada, ya que, o bien ETA suele colocar artefactos simples, o bien la preparación del Tedax le permite detectar la existencia del engaño. Lo habitual, cuando se produce una tragedia como la de San Sebastián, es que el tiempo fijado por el terrorista para la explosión haya pasado ya, y el reloj que detona la bomba la haga explotar entre las manos del hombre que lucha por neutralizarla, sin saber cuánto tiempo le queda para hacerlo. La victoria de la bomba sobre el Tedax no es una victoria del terrorista, es tan sólo un siniestro azar de los segundos que transcurren implacables en el reloj que lleva en la muñeca el hombre que trabaja sin saber que va a morir.

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/ASI%20SE%20DESACTIVAN%20LAS%20BOMBAS.pdf

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