Entrevista de María Helena Ripetta - veintitres.com.ar - 05/06/2023
"Quería contar una historia de aprendizaje a través de la violencia. La violencia no solamente es estúpida, también es educativa. Depende de cómo la mires. Si lo haces con una distancia intelectual saludable, puede ayudar a formarte y a entender mejor el mundo. Martín Garret [protagonista de su nueva novela] comprende el mundo a través de la violencia. Él no soy yo, pero es cierto que le presto una parte de mí para que viva. Fui reportero de guerra y vi muchas cosas", dice el escritor español Arturo Pérez-Reverte, que estuvo en la Feria del Libro presentado su nuevo libro.
—¿La violencia puede ayudar?
—Si estás envuelto en ella no ves nada, si eres parte de la violencia o la ejerces tú mismo. Pero si la ves con distancia, si tienes la frialdad necesaria para mirar las cosas desde fuera sin implicarte en ellas, si eres capaz de ver lo bueno y lo malo en los seres humanos al mismo tiempo, es espectáculo muy interesante. Porque ves al ser humano como es, no como la sociedad, las normas sociales, éticas, políticas, sociopolíticas, políticamente correctas plantean. El ser humano es un hijo de puta en un paisaje hostil, lo ha sido siempre. En la sociedad nos hemos rodeado de un montón de cosas para dulcificar, suavizar la convivencia de esos animales tan preciosos que son los seres humanos. La guerra hace saltar todos esos mecanismos intermedios y deja de nuevo al hombre frente a la realidad. El hombre mata, sobrevive, depreda. Entonces lo peor de los humanos sale. Y en una misma persona puede aflorar lo bueno y lo malo. Observar a gente que quieres hacer cosas horribles o a gente que desprecias haciendo cosas hermosas es fascinante. Y eso solamente lo puedes ver en lugares como ese. Ese fue mi aprendizaje. La historia que quería contar era esa, un chico que mira y que mirando aprende.
—Dijo que al protagonista le ayudan las mujeres.
—Pues porque, como he dicho alguna vez, y no es la primera, el hombre tiene un recorrido de vida en el cual va progresando a medida que vive. Pero las mujeres que se cruzan en la vida del hombre le hacen dar saltos muy importantes. Ningún hombre tiene su formación completa sino que ha adquirido parte de esa formación de las mujeres. La mujer aporta al hombre una visión del mundo muy distinta. Hay una especie de inteligencia intuitiva que tiene la mujer de la que el hombre carece. Entonces la mujer, por razones históricas y biológicas, acumula una manera de ver la vida que es muy distinta a la del hombre. Somos iguales pero no somos iguales en muchas cosas, y esa es una de ellas. Entonces el hombre que es afortunado es capaz de hacer de eso y de acercarse a la mujer con humildad profesional para aprender, para ver cómo lo ve ella, para enriquecer su propia experiencia con la experiencia que la mujer puede aportarle, la mujer buena o la mujer mala, en negativo o en positivo, el daño o el beneficio. O sea, lo que la mujer causa en la vida del hombre enriquece su vida, y comprende mejor el mundo. Lo sé quizá porque tengo una hija que la vi crecer, ahora tiene 39 años. Yo vi crecer a mi hija y me quedé fascinado. Ver a una mujer formarse es un espectáculo que no tiene que ver con el mundo masculino. En esta novela hay tres mujeres emblemáticas. Martín comprende mejor el mundo con ellas.
—Es una novela sobre la Revolución Mexicana, pero el protagonista no es un revolucionario.
—Eso es lo interesante: él no está implicado, él es un tipo que mira, él no cree en la revolución. No pretende cambiar el mundo. Él pretende aprender, aprender mediante la violencia, mediante las mujeres que conoce. El Martín Garret que llega al final es un hombre distinto, es un hombre maduro, hecho, con los ojos ya educados, y eso sí es un proceso personal mío, eso se lo presto al personaje.
—Pero no es una novela histórica como ninguna suya.
—No. Utilizo la historia como contexto. Utilizo la historia como marco, pero le meto dentro mi propio trabajo, mis personajes y mi historia.
—¿Qué le gustaría que el lector encuentre en la novela?
—Es buena pregunta, porque es muy difícil de responder. Soy un escritor que juega. De niño cuando veía una película o leía me ponía a jugar, me disfrazaba de pirata, de aventurero, de cruzado, lo que fuera. En cierta forma la guerra también tenía algo de juego, como de transgresión de las normas. Había una parte lúdica, aunque parezca raro. La guerra te permite romper las reglas: puedes entrar en una tienda y llevarte las cosas. O llegar a un hotel, romper la puerta y solo hay que ir a coger la mejor cama del hotel y acostarte en ella porque no hay nadie. He hecho de todo. He robado coches, incluso asalté el banco de Etiopía. Volaron la caja y yo estaba ahí. No me quedé con nada, solo con una moneda. Esa historia la usé en la novela. Como escritor también soy un tipo que juega. Lo que quiero es que el lector juegue conmigo. Te ofrezco la posibilidad de durante 300 páginas ser revolucionario mexicano, o ser traficante, o ser buzo táctico que ataca en Gibraltar. Quiero lectores cómplices, capaces de jugar conmigo, capaces de aceptar las reglas del juego, suspender la realidad, creerse en lo que estamos y jugar como los niños. Nadie es más honrado, nadie se toma más en serio el juego que ellos, porque se lo creen. Quiero que el lector juegue conmigo como los niños. Que se lo pase tan bien como yo jugando a hacer todas esas cosas.
—¿Y usted pensó que iba a ver otra guerra?
—Sí, claro. Las guerras son continuas y no dejará de haberlas. Son parte de la humanidad. Y habrá otras en América, o en África, o en Europa. Hay una estupidez en Occidente: que creemos que hemos superado cosas. No superamos nada. Volvemos a caer y subimos. La guerra es un abismo más de los muchos que hay. Por muy civilizado, por muy avanzado que sea el hombre, vuelve a caer siempre en la barbarie. Cuando empezó me preguntaron por ella y dije: "Va a ser cruel y larga".
—¿Y le dan ganas de cubrirla?
—Ya no, porque ya no sobreviviría. Ya no podría aguantar sin comer, sin dormir, caminando por el desierto. Las guerras son muy caras de cubrir, y los medios ya no tienen ese dinero. Además los combatientes ya han perdido la inocencia. Saben que el periodista es un arma de guerra, que no conviene enseñarle, como antes, las cosas, porque lo puede utilizar el enemigo. Cualquier soldado con una cámara en el casco puede grabar hechos que el periodista no podría. El periodista, que era el que la explicaba, ya no está allí. Ahora la guerra está en manos de los que la hacen, con lo cual están manipulando todas las imágenes y todo.
—¿Qué le dio la literatura?
—Primero me dio el punto de partida. Nací en una biblioteca y me eché al mundo. Fui a comprobar si lo que había leído era verdad. Después me dio la capacidad de comprender. Cuando yo veía matar prisioneros, veía arder una ciudad, me dio capacidad de analizar. Y ahora de reordenar ese mundo. Me ayuda a reflexionar, a ordenar mis recuerdos, mi memoria, a envejecer con dignidad. Sé que mi vida se está acabando, lo digo sin dramatismo. Me han pasado cosas muy interesantes. La conciencia de que las vidas se acaban. Esa conciencia la tengo. Yo no sé lo que me queda. Hay cosas que ya no puedo hacer. Tengo una biografía estupenda, me han pasado cosas muy interesantes. He vivido cosas divertidas, fascinantes, he conocido gente interesante. Mujeres guapas, mujeres inteligentes, mujeres malas, amigos buenos, amigos malvados, amigos leales. He tenido una hija, he navegado. He visto cosas que otros no ven. He visto arder el horizonte de pozos de petróleo, de llamas de noche, he visto hoteles caerse. Todo eso es mi biografía. Aproveché mis novelas en el tren de eso. Nunca cuento mi vida en las novelas. Lo que pasa es que si utilizo lo que la vida me dejó, los recuerdos, las imágenes, las escenas. Las utilizo mucho, las cambio, las convierto en literatura. Esta novela está llena de cosas más. Son escenas mías, las tengo legítimamente, las utilizo.
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