19 junio 2025

Bond y Alatriste: la batalla como respeto

Aitor Pilán - El Español - 19/06/2025

Esta columna, permítaseme la libertad, no es un mero ejercicio de arqueología literaria, no es una divagación sin puerto. Es una celebración. El Capitán, que creíamos empadronado ya en el silencio, vuelve en septiembre. Vuelve el soldado, y su regreso nos obliga a preguntarnos por qué, en este presente tan saturado de ruido y huérfano de certezas y liderazgos, celebramos la vuelta de un hombre tan callado, eficaz, sereno, honrado y, pese a ello, roto.

Quizás lo esperamos porque su figura, como la de Bond, es un faro. No es un héroe impoluto, sino un hombre que camina con la dignidad de quien lo ha perdido todo menos el respeto por sí mismo. Cito a Tennyson, que en su vejez aún sentía que "no es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo". Volver a desenvainar la espada, aun con el brazo cansado, es la forma más noble de no rendirse.

Y este mundo, relleno de pamplinas, merece que no nos rindamos.

Acaso celebramos su vuelta porque, en un mundo de lealtades líquidas, de lenguaje ambiguo y mentiras constantes, la integridad áspera y silenciosa del capitán o del agente se nos antoja como el más necesario de los tesoros. La prueba de que, aunque los imperios caigan y los reyes mueran, hay algo en el espíritu humano, un último bastión, que se niega a entregar la espada que nos es más necesaria que nunca.

Menos mal, Don Arturo, que lo trae de vuelta.

La literatura nos ha regalado dos figuras que parecen la misma, como digo separadas no solo por siglos, sino por escenarios y métodos diferentes de sus autores. Sin embargo, epítomes del poso de la manera.

Pensemos en uno, con el alma curtida por el sol de Flandes y la mirada entornada por el humo de las tabernas del Madrid de los Austrias, un hombre cuya espada es tan afilada como su silencio. Y en el otro, con el corazón enfriado por la niebla de la Guerra Fría, un agente secreto que se protege del vacío con trajes caros y una lealtad mecánica a una corona que ya no rige los mares. Diego Alatriste y el James Bond de las novelas de Fleming. ¿No son, acaso, el mismo hombre contemplando el mismo atardecer de su imperio?

Su existencia es una paradoja. Sirven, sí, pero sin creer ya en los señores, solo en el servicio. Y uno se pregunta, ¿cómo es posible tal cosa? ¿cómo se puede seguir obedeciendo en medio del naufragio? Su lealtad no es para los hombres que mueven los hilos desde sus despachos alfombrados, esos de manos limpias y conciencia flexible, sino a una idea, a un eco, al juramento hecho a una bandera que ya solo ondea con toda su gloria en la memoria.

Son la encarnación de esa estirpe de hombres de los que hablaba Tennyson en su 'Ulysses'. Condenados a vivir en tiempos menguantes que ya no están a la altura de su código. El viejo orden cambia, cediendo el paso a uno nuevo, y ellos permanecen. Reliquias, peligrosas y tristes, con un pie en cada mundo.

La semejanza se adentra en el árido territorio del afecto, en la manera en que ambos hombres se relacionan con el mundo íntimo. Ninguno de los dos es capaz de construir un hogar, pues su verdadera casa es la desconfianza.

El amor duradero exige una forma de paz y de entrega que les está vedada, porque el soldado que sobrevive es el que aprende a no echar raíces, a no dejar nada tras de sí que el enemigo pueda utilizar como arma. Su soledad, por tanto, no es un capricho de carácter, sino la armadura indispensable para poder seguir respirando al día siguiente. ¿No es esa actitud el modo perfecto de sus autores de mostrar la enorme debilidad del héroe?

Y se parecen, finalmente, en la mirada. Ambos poseen el ojo del profesional, esa capacidad para desmenuzar la realidad en un inventario de peligros y detalles. Alatriste no solo ve a un embozado, sino que calibra la calidad de su capa, la empuñadura de su espada, la intención que se esconde en su forma de pisar el barro de la calle. Bond no solo entra en una habitación, sino que registra las salidas, el peso de una cortina, la marca de un cigarrillo, las debilidades del hombre al que ha venido a matar.

Ese detallismo obsesivo, que tanto Fleming como Pérez-Reverte bordan en su prosa, no es un mero adorno literario. Es el reflejo del alma de sus criaturas: hombres para quienes la supervivencia depende de ver aquello que los demás no ven, de entender que el mundo es un texto escrito en una letra diminuta y a menudo mortal.

https://www.elespanol.com/valencia/opinion/20250619/bond-alatriste-batalla-respeto/1003743811131_13.html

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