30 agosto 2025

Misión (de Milady) en París

María José Solano - zendalibros.com - 31/08/2025

Aunque 'Misión en París', la última aventura del capitán Alatriste, no concede presencia directa a Milady, sí nos queda constancia de una huella sutil y elocuente: un breve intercambio de sonetos (¿de amor?) entre ambos. Estos versos, nacidos de una sola noche de escarceo —y no en el fango de La Rochela, sino en el secreto de unas sábanas de Holanda—, atestiguan la intensidad y el peligro de esa pasión. Fue la antesala placentera de una empresa arriesgada, cuando la dama más peligrosa y el soldado más recio se rindieron, por unas horas, a lo inevitable del deseo.

Así pasó aquella noche, víspera de riesgo y de sombra, en que el capitán Alatriste se entregó, no sin cautela, a los brazos de la más peligrosa de las hembras. Lo cuenta, como el resto de su historia junto al capitán, el fiel Íñigo Balboa:

No fue en los caminos de Flandes, ni en las húmedas trincheras de La Rochela donde el capitán arrostró aquel singular enemigo, sino en una alcoba de París: Milady, peligrosa como un amanecer, aguardaba con la paciencia de los que saben que el tiempo les pertenece. Siempre cauta, entre el lino perfumado de las sábanas, ocultaba un puñal tan afilado como la sonrisa que dejaba entrever.

Alatriste la miró con la misma calma resignada con que miraba a la muerte en los campos de batalla. Sabía que esa mujer pertenecía a un tipo de hembra especial; hecha de promesas y abrazos letales. Su amigo don Francisco de Quevedo lo había resumido magistralmente:

“Que eres así a la espada parecida,

que matas más desnuda que

vestida”.

Y sin embargo, se quedó. Tal vez porque el destino pesaba más que la prudencia, y porque, en vísperas de misión incierta, hay un tipo de hombre que busca un último resquicio de consuelo en la piel de quien puede condenarlo. No hubo palabras de amor ni juramentos, sólo placenteros silencios y una primera mirada tan despojada de compromiso como una promesa incumplida. Fue un combate donde ninguno de los dos se rindió, pero donde ambos, a su manera, quedaron heridos.

Así la recordaría siempre el capitán: como una dulce sombra en la que se dejó envolver la víspera de jugarse la vida. "Nox atra cava circumvolat umbra", que diría el Fénix citando a los clásicos. Fue aquella una derrota inevitable, cuyo recuerdo a veces le sombreaba la piel como una noble cicatriz.

Como epílogo, aquellos dos sonetos, conservados en la Sección “Condado de Guadalmedina” del Archivo y Biblioteca de los Duques del Nuevo Extremo (Sevilla).

De Milady al Capitán Alatriste

Capitán, recordad la noche aquella,

cuando París, rendido a vuestros brazos,

cedió, sin voz, los muros de sus lazos

al asalto feroz de centinela.

Fui plaza abierta al golpe de la estrella

que guió vuestro paso por mis pasos;

y en cada embate, rotos los abrazos,

mi cuerpo fue frontera sin querella.

Vuestro clarín marcó la acometida,

y en sábanas, trincheras encendidas,

juré perder banderas y gobierno.

Hoy guardo en la memoria la embestida,

aquel fragor de lides compartidas,

que aún quema más que todo fuego eterno.

*

Soneto del capitán Alatriste a Milady

No trueco acero por blanduras vanas,

ni el tajo por la flor de galas mansas;

mas sé que en tu bastión hallé las lanzas

que hieren más que pólvoras cristianas.

Tus ojos —dos almenas soberanas—

rindieron mis espadas y mis plazas;

y en campo de tu piel, con breves trazas,

mi estandarte juró nuevas hazañas.

París fue fuerte en noche guarnecida,

sus calles, laberinto de emboscada,

tu abrazo, trinchera en llama erguida.

Mas toda lid, si vence, deja herida:

y amar, Milady, es carga a cuchillada,

gloria que sangra, paz que no se olvida.

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