Entrevista de Virginia Drake - XL Semanal - 25/09/2022
Con su nueva novela, 'Revolución', Arturo Pérez-Reverte "vuelve" a México, pero esta vez a los tiempos de Pancho Villa. Nos propone una historia apasionante de lealtad, de aventuras, de vida y de muerte en medio de un país en llamas. El académico nos invita una vez más a «aprender cosas fascinantes» con solo abrir uno de sus libros.
Se llama 'Revolución' la novela con la que Arturo Pérez-Reverte nos hace viajar en el tiempo al México convulso de Pancho Villa. Al más puro estilo Reverte, es una novela de aprendizaje a través de las balas, las mujeres, los paredones, la geometría de la guerra y los revolucionarios con causa pero sin futuro. En esta ocasión, la lealtad, el honor y las reglas tienen acento mexicano y se escriben como suenan, o como sonaban a principios del siglo XX. Es una novela para ser leída en blanco y negro y oída en mexicano.
—Parece que ha cogido carrerilla, publica libro por año.
—No, no. Los libros se van acumulando, no los empiezas y los terminas en un año; van sedimentándose durante mucho tiempo, en el que reúnes material, tomas notas…
—En este momento, ¿tiene varias novelas en sedimentación?
—Sí, tengo algunas novelas que escribiré dentro de dos o tres años, si sigo vivo. A lo mejor luego no las escribo... o sí.
—El caso de 'Revolución'…
—Llevaba muchísimos años gestándose y en su escritura concreta he tardado año y medio.
—Ha contado que de niño oía en su casa la historia de un ingeniero de minas que, como Martín Garret, el protagonista, se fue a México.
—Uno de mis bisabuelos dirigía las minas del conde de Romanones. En la carrera se hizo amigo de otro ingeniero que se marchó a trabajar a un consorcio de minas de plata en México y, desde allí, escribía cartas a mi bisabuelo en las que le contaba lo que pasaba.
—Coincidió con la revolución de Pancho Villa y Emiliano Zapata.
—Sí, aunque no le pasó todo lo que le pasa al protagonista, claro [sonríe]. Con frecuencia, en mi casa salía ese tema y yo, desde muy pequeño, tuve curiosidad y compré muchos libros sobre México —puedo tener más de cincuenta— y fui allí en varias ocasiones. Al final, año y medio de escritura, pero toda una vida de acumulación de material.
—El gachupín español de su libro tiene mucho de usted.
—Uno escribe con lo que lee, con lo que imagina y con lo que ha vivido. Mi biografía tiene una parte violenta de la que voy tomando material para mis novelas.
—Yo lo imagino de joven reflexionando como Martín Garret.
—Cuando fui a la guerra por primera vez descubrí que allí había reglas geométricas de vida y de muerte muy interesantes. Es cierto que le presto mi mirada en esa manera de descubrir el mundo a través de las mujeres, de la revolución, de la guerra, de la amistad y de la lealtad.
—Lo reconozco en esa escena en la que a Martín lo van a fusilar y, cara al paredón, se preocupa por el cabezazo que se va a dar contra el muro, algo que vivió usted en Nicaragua.
—Sí, esa escena es literal. Hay cosas que no se pueden inventar porque si no las has vivido no puedes imaginarlas [sonríe].
—Ha dicho: «No tengo ideología, tengo biblioteca». ¿La ideología es para los que no tienen cultura? ¿Los está llamando "analfabetos"?
—Evidentemente, esa es una frase que da que pensar, pero solo es una frase. Creo que es el analfabeto el que la toma contra él. Yo cuando escribo lo hago para personas que leen, a las que supongo inteligentes.
—Oiga, no se meta conmigo, que solo estoy preguntando.
—No, no, no me meto contigo. Si alguien no es lo suficientemente inteligente para captar de qué estamos hablando, que se dedique a leer a otro.
—¡Hala! Volvamos al libro. Todo un académico de la lengua ha escrito una novela redactada como suena la jerga popular.
—Para mí esa ha sido la parte más divertida. Los personajes hablan como lo hacían en 1913. Desde 'La Reina del Sur' me ha fascinado la extraordinaria creatividad lingüística del analfabeto mexicano porque su falta de cultura le da una osadía muy ingeniosa y riquísima de la que en España carecemos.
—Sorprende que un académico de la lengua escriba sus expresiones como suenan, sin reglas ortográficas.
—Sí, sí [sonríe], yo quería que el lector los oyera hablar. Y eso requiere un trabajo minucioso, lento, lo más perfecto posible. Habrá algún fallo, por supuesto, al fin y al cabo soy español.
—Y consigue que los malos parezcan buenos, los buenos malos, y todos muy violentos: marca de la casa.
—Pasa en todas mis novelas [ríe]. Precisamente porque empecé a moverme muy joven por ese mundo, descubrí que el bien y el mal son conceptos muy relativos. He visto a personas que por la mañana son héroes y por la tarde unos villanos asquerosos. Y esto no es teoría, lo he visto. Tú, que eres una señora elegante, educada y culta, podrías ser de pronto una mala bestia, como yo podría serlo también. Hay mil razones para generar odios, venganzas… Mi obsesión en la vida, como periodista, columnista y novelista, es intentar demostrar a mis lectores que el ser humano no es bueno o malo, sino las dos cosas a la vez.
—¡Ni perdón ni piedad! Los seguidores de Pancho Villa no hacían prisioneros, los fusilaban si no se unían a su causa. Pienso en la escena en la que mandan al paredón a un corneta que no cumplió los 13 años.
—Se fusiló muchísimo, sí; la revolución mexicana fue una atrocidad.
—Pero nos hace creer que actúan con códigos de honor. ¿La lealtad a Pancho Villa justifica esa barbarie?
—Esa lealtad es muy mexicana. La figura de Pancho Villa la trabajé mucho porque me interesaba el personaje en sí mismo.
—Emiliano Zapata, en su novela, está casi eliminado de la Revolución.
—Sí, porque Zapata luchó en el sur y Villa en el norte, y yo tenía que elegir. La del sur era una guerra más clara, como ahora, de gente pobre; la del norte era más compleja, y por eso la elegí.
—En 'Revolución' hay tres mujeres claves: una periodista americana con poca ética, que no cae nada bien; una bella mujer de clase alta, elegante y egoísta, que tampoco; y una revolucionaria poco agraciada y analfabeta, paradigma de la generosidad y la lealtad.
—La periodista no me la invento, está basada en una mujer que cubría en Europa la Guerra Mundial, y no pretendo que caiga bien. La pija tiene unos ojos de cuarzo líquido muy bonitos, una mujer muy lista que solo aspira a que le vayan bien las cosas, se mueve por intereses. Por eso la interesante es la soldadera, porque es la mexicana mexicana, y que tampoco me la invento, porque de ella hay relatos, fotos, novelas, películas… Representan la sumisión al hombre, y si este muere se van con otro. Las tres mujeres tienen mucho peso. De las tres aprende el protagonista. Siempre he dicho que en el aprendizaje de un hombre las mujeres son fundamentales. Quien no accede al conocimiento que le brindan las mujeres se queda a medias. Nadie conoce la vida si no la ha visto a través de una mujer; sin mujeres habría sido incompleto.
—¡Qué frase para alguien que algunos tildan de machista! [Risas].
—Eso lo dicen las feministas, pero no las inteligentes. El que dice «Reverte es un machista» no ha leído ninguna novela mía, porque en todas las mujeres son personajes muy potentes. Hay un tipo de feminista elemental, analfabeta o primaria que dice esas cosas.
—Hablando de frases, cito textual: «Las balas tienen ideas propias. Las disparan los hombres, pero las reparte Dios».
—¡Jajaja! Esa frase es muy mexicana, refleja la resignación fatalista.
—«Era un presente tan intenso que lo dispensaba del futuro». ¿Vivían la revolución de tal manera que, al final, les daba igual si tenía o no futuro su causa?
—Exacto. Eso también lo he vivido yo. La situación es tan intensa que te da igual lo que vaya a pasar en el futuro: solo existe el presente. Están metidos en una burbuja en la que no existe el pasado ni el futuro, y esa es una sensación muy interesante.
—Hay que estar muy trastornado para sentir satisfacción al matar.
—Yo conozco gente a la que le gusta matar, sin duda. Pero es que matar forma parte de las reglas, y ellos las asumen. Lo que no podemos hacer es aplicar nuestros criterios morales a esas situaciones. Tus sentimientos o los míos no tienen nada que ver con los de un campesino analfabeto del año 1915. Yo no romantizo a los personajes, no los lavo, no los blanqueo. Son unos hijos de puta, pero unos hijos de puta interesantísimos, fascinantes.
—Los revolucionarios que describe, salvajes, por cierto, saben morir con honor. Describe que a uno, pegado al paredón, no se le cae al suelo la ceniza del puro que fuma.
—Esa asunción de la muerte es muy mexicana y esa escena de la ceniza también la he visto, es un caso real. Fui testigo de un tipo al que no le tembló el pulso hasta el final. Hay cosas del ser humano que me admiran, y la dignidad ante la adversidad siempre me ha conmovido.
—¿Ha visto muchos fusilamientos?
—Sí. Yo he visto a un tío al que fusilaban en pijama y no se arrugaba ni suplicaba por su vida, daba por sentado que esas eran las reglas. En mi vida y en mi literatura las reglas son importantes.
—¿También las injustas o innecesarias?
—Vamos a ver. Vivimos en un mundo peligroso, sin sentimientos. Si hubiera dioses, serían dioses injustos que maltratarían a los hombres. Frente a eso hay dos formas de reaccionar: protestar porque son injustas o aceptar que esas son las reglas. A mí los que asumen las reglas me encantan.
—El ingeniero español, al que yo le veo muchas cosas suyas, dice que él se une a la revolución pero que no es revolucionario, pese a que terminó formando parte del Estado Mayor de Pancho Villa. ¿Me lo explica?
—Martín tiene mi propia mirada. Él no quiere cambiar el mundo, él ve que la revolución es una escuela: «Aquí aprendo cosas. Observando a esta gente aprendo cosas sobre la vida y sobre mí mismo». Es el aprendizaje lo que lo lleva a la revolución y, cuando ya ha aprendido, se va. Regresa a la vida normal, pero con otra mirada.
—Aprender matando y jugándose la vida…
—Es que esta es la clave de la novela: el aprendizaje. Él no cree en la Revolución, no está ahí por ideales, él está ahí porque siente que está aprendiendo cosas fascinantes. Para mí este es el eje de la novela. Y para mí es muy importante usar a un tipo que tiene una carrera técnica. No quería un tipo de mucha literatura, que hubiera leído a Homero o a los románticos, yo quería una cabeza técnica, racional.
—El ingeniero pone su ciencia al servicio de la violencia, ¡qué paradoja!
—Eso siempre ha sido así y, además, la violencia hace que la ciencia progrese porque todas las guerras son adelantos científicos enormes. Tristemente, la historia de la humanidad es esa.
—Y utiliza a un español, pese a que los mexicanos desconfiaban de ellos: «Los españoles nos fregaron durante tres siglos, solo sirven para ahorcarlos».
—Pancho Villa odiaba a los españoles y, si podía, los mataba. Pero aquellos revolucionarios distinguían entre el español de España (Martín) y el de allí. Poco a poco van aceptando que él no es un español de los convencionales.
—¿En México va a chirriar su novela?
—No, les va a interesar la mirada de un extranjero sobre su revolución, y todo el material mexicano que he manejado lo conocen de sobra.
—Cada vez que uno de sus personajes quiere justificar la corrupción o una salvajada dice: «Es que esto es México».
—[Ríe]. Porque esa mezcla de crueldad, de ternura y de violencia es puramente mexicana. México es un lugar fascinante; si yo fuera mexicano tendría miles de novelas para escribir. Conozco muy bien toda América y es muy interesante, pero México me fascina por su relación con Estados Unidos, por su historia, por lo español… Cuando conoces México llegas no a justificar pero sí a comprender las causas de la corrupción y la violencia. La Revolución Mexicana es una sucesión de ocasiones tristemente perdidas. Tú vas ahora a México y dices: ¿aquí ha habido una revolución? ¿Para qué? Tantos muertos, tanto sufrimiento, tanta gente buena, tanto heroísmo, tanta barbarie, tanto fusilamiento, tanto paredón… ¿Para qué? ¿Para estar como están? Fue una hermosa causa fagocitada por los de siempre. Como ocurrió en Nicaragua, una revolución que yo viví, ¿para que ahora Daniel Ortega esté haciendo de aquello su finca y su feudo? Esto es muy frecuente en América.
—Tanta barbaridad, ¿para nada?
—Sí, pero hay algo que estamos olvidando y que es importante tener en cuenta, y es que ha pasado un siglo de todo aquello. Ahora hay cosas que nos horrorizan porque nos parecen contrarias a todo lo que somos, pero entonces no éramos así. En las guerras españolas del siglo XIX, en las guerras de liberales y carlistas, en la guerra turco-griega, en la Primera Guerra Mundial… matar al enemigo era absolutamente cotidiano. No lo justifico, pero a nadie le sorprendía que los turcos fusilaran a quinientos armenios o que ahorcaran a cincuenta mil. Qué horror, sí, pero en aquel tiempo la vida no se valoraba igual que hoy, nuestra mentalidad no es la misma. En mis novelas siempre intento llevarme al lector a que mire desde allí: ven conmigo, sumérgete en este mundo, vívelo, huélelo, siéntelo y entiéndelo. No justifícalo, entiéndelo.
—Hoy en México asesinan a dos periodistas al mes, aunque quizá el problema tenga que ver más con el narcotráfico.
—El narco ha anidado en el país de la violencia, y ahora les parece algo tan natural que a nadie le sorprende. Pero antes de ser narcoestado también asesinaban, y en Juárez matan a mujeres. México hay que entenderlo y conocerlo porque es un país violento y lo ha sido siempre, no hay que irse al narco. El campesino también se cargaba al vecino o al policía… Lo de México es terrible: es un país maravilloso que está siendo destruido por los propios mexicanos.
—El presidente de México, al que, por cierto, usted llamó "imbécil"…
—[Interrumpe]. Con todos los motivos.
—...exigió el perdón público al Rey de España y al Papa por lo que considera que fue un genocidio durante la conquista de América.
—Y a mí también me hizo el honor de poner una foto grande mía mientras pedía mi rectificación, pero yo no rectifiqué nada.
—Sin embargo, el papa Francisco lo ha hecho hasta en tres ocasiones.
—Bueno… este Papa es muy así.
—¿Muy cómo?
—Es jesuita, tiene una escuela sinuosa y él tiene sus motivos.
—A lo mejor acabamos teniendo tres sumos pontífices vivos.
—Pues es posible, no lo descartes. Pero es un tema que no me interesa. Y no estamos aquí para hablar del papa, sino de mi libro. No es asunto mío, quien lo compre que lo maneje. Yo ni lo compro ni lo manejo.
—Pero estamos hablando de México… y de reparaciones.
—Lo de las reparaciones entra dentro de una tendencia, sobre todo de los últimos veinte años, demagógica y populista que recurre a lemas fáciles para gente fácil de manejar. Pero, bueno, hay quien compra ese discurso y yo mantengo el mío fuera de eso.
—Termino con una frase amable. Umberto Eco ha dicho: «Me gusta Reverte porque me recuerda a Dumas y a Salgari». ¿Se ha inflado como un globo?
—Le agradecí mucho esa frase, viniendo de un maestro.
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