08 enero 2025

Era mi problema final

Raúl R Méndez - raulrmendez.wordpress - 08/01/2025

Iba yo el otro día caminando por las frías pero luminosas calles del centro de Valladolid tras una comida de cuyo importe no quiero acordarme; las manos, en los bolsillos del abrigo para tratar de resguardarme del por momentos irrespirable aire gélido que puebla la ciudad estos días, el pañuelo de seda cubriendo cuello y boca para no congelarme en el intento fallido de regresar a mi casa sin constiparme o necesitar de una sopa que escupiera fuego, lava, rocas ígneas para rascar la garganta —como habrán podido notar a estas alturas, el invierno es mi estación favorita—. Cuando me di cuenta de que aquello era misión imposible, o quizá fue solamente porque buscaba una buena excusa para ello, me decidí a entrar a mi librería de confianza en busca de novedades literarias que llamaran mi atención o, en su defecto, de algunas novelas de la colección de la editorial Zenda-Edhasa a las que llevo un tiempo queriendo echar el guante. Y de paso me resguardaba del frío, descansaba un poco y respiraba sin capas de tela de por medio.

Fue entonces cuando, por entre los cientos de novelas romántico-eróticas y los miles de libros de autoayuda que pueblan las estanterías de la entrada —léeme y te harás rico, hojea mis páginas y adelgazarás, conoce el modo de vida estoico y aplícalo a tu vida diaria en estos diez sencillos pasos— y que empañan la visión de quien quiere encontrar literatura que merezca la pena (o literatura, a secas), un pequeño libro de color rubí llamó mi atención de inmediato: El problema final, del maestro Pérez-Reverte, había sido editado ahora en formato bolsillo, y yo no había podido sino reconocer, en menos de lo que canta un gallo, a mi viejo amigo Hopalong Basil en impecable traje beige ahora incluso más resaltado por el tono rojizo de la nueva portada. Hinco la rodilla —ésta sólo se hinca para los libros y las pedidas de mano, ni siquiera ante las patrias, los dictadores o los dioses— para coger un ejemplar.

De inmediato sucede algo que jamás me había ocurrido nunca. Normalmente, al pasar cerca de una lectura hecha como el que pasa cerca de un compañero o un ajado recuerdo, la reacción habitual para mí suele ser la del escalofrío, la sonrisa rápida y nada más. En este caso en concreto fue la de la melancolía, cual si echase tanto de menos aquella sensación de primera vez que me inundó al leer la historia, que hubiese dado todo cuanto tenía para que allí mismo me hubieran borrado la memoria con tal de jugar de nuevo a descubrir al culpable, desde cero. De vuelta a la casilla de salida.

Recordaba aquellas noches leyendo, apostado en mi cama y una manta sobre las piernas cruzadas, una taza con una bebida humeante y mil quebraderos de cabeza en el puzle mental que Arturo fue capaz de venderme. En un abrir y cerrar de ojos y sin darme cuenta, quizá eran ya las cuatro de la mañana y andaba yo resolviendo acertijos, atando cabos sueltos, olfateando en busca de pistas verdaderas y detectando las falsas, releyendo párrafos anteriores para cerciorarme de que estaba en lo correcto; anotando en un cuaderno (a falta de una pizarra) posibles culpables, trazando conexiones y despachando evidencias. Como lo mío será cualquier cosa salvo convertirme en detective privado, evidentemente fracasé —diablos, don Arturo, dije al alcanzar la resolución: es usted un hijo de muy mala madre— y los dos posibles culpables que me permití seleccionar fueron a cada cual más ridículos. Se quedó conmigo y bien que debió disfrutar con ello, el muy pícaro.

La gente que hacía cola para pagar debía estarme mirando como quien mira a un fantasma, o al holandés errante, pero a mí me daba exactamente igual: era mi problema final. Bien podían haber pasado cinco segundos, cinco minutos o cinco horas que yo no lo habría adivinado: tenía congelada la percepción del tiempo, recordando con una inocente sonrisa de oreja a oreja una de las historias (contemporáneas) más increíbles y adictivas que he leído nunca. Vuelvo a agacharme para dejar la novela en su debido sitio, no sin antes luchar para redimir los impulsos de coleccionista que ansía comprarla otra vez —no hay suficientes libros por comprar que vamos a lanzarnos a por uno que ya tenemos, le digo a mi subconsciente para apaciguarlo, en plan animal salvaje y tal— y continúo el paseo de rigor.

El frío que habitaba mis pulmones, después de un largo rato, se había disipado ya (a Dios gracias). Salgo de la librería —al final terminé comprando 'El tango de la Guardia Vieja', para compensar la pérdida— y entonces una ligera sonrisa vuelve a recorrer mi rostro, a la par que una resolución irónica y cuando menos divertida. Tal como afirmaría Umberto Eco, y como tantos otros dicen, o dijeron, leer te mantiene vivo. Y caliente. Porque una biblioteca, como dirían otros tantos, es casi una habitación cerrada con llave, segura, hecha de vivencias, guiños entre etapas de uno mismo, de esencias. Un lugar donde estar a salvo, no sólo en los tiempos buenos sino también en los más lúgubres.

https://raulrmendez.wordpress.com/2025/01/08/era-mi-problema-final/

No hay comentarios:

Publicar un comentario