Pueblo, 22 de diciembre de 1975
[El Aaiún, de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]
"Safi". Se acabó. "Sahara mogrebía". Sahara marroquí, como gritan esos chiquillos que, ante el Parador Nacional, agitan banderas rojas con la estrella verde de cinco puntas.
El taxi se detiene con estrépito de chatarra mal atornillada.
—¿Dónde vas?
—Al aeropuerto.
El nativo, con expresión indiferente, coloca mi reducido equipaje en el asiento. Es cuanto me llevo tras casi seis meses en el Sahara. Una granada vacía de mortero, una vieja pistola inutilizada, que alguien capturó en combate al Frente Polisario, y algunos amigos. Son las 16,30 del domingo 21 de diciembre, y el Ejército marroquí es dueño de la ciudad.
Y se nota. "Sahara mogrebía". El coronel Dlimi, jefe del sector sur de las FAR, se ha convertido en el hombre más poderoso del Sahara, el más temido después de Hassán II. "Los saharauis van a tener ahora el amo que merecen", ha dicho alguien de los que se marchan con la conciencia tranquila. Este cronista no sabe lo que merecen los saharauis, pero sí lo que ha visto con sus propios ojos. El Aaiún se ha convertido en una ciudad fantasma, en estado de sitio. "Pas plus d'espagnols ici". Se acabaron los uniformes españoles. Pocos son los transeúntes que circulan por las calles. Algunos saharauis y pocos, muy pocos, europeos. Pero en cada esquina, en cada cruce de calles, soldados de las FAR y gendarmes pasean con el arma en bandolera. Los jeeps blancos asomando los cañones de las armas automáticas recorren la ciudad. Libres al fin de la necesidad de guardar las apariencias, los marroquíes "pacifican" la ciudad. Se asegura, sin confirmación oficial, que se ha entregado a Marruecos una relación de los polisarios fichados por los españoles. Al caer la noche, saharauis con los ojos vendados son conducidos hacia misteriosos puntos de destino, con un fusil apoyado en la espalda. La suciedad se acumula en las aceras, el viento arrastra papeles descoloridos por el sol, y tras las casas abandonadas, basuras e inmundicias despiden un hedor insoportable.
"Safi". En el zoco viejo, donde nuestros soldados fueron durante tiempo los mejores clientes, las tiendas de electrodomésticos muestran sus escaparates casi vacíos. Son los nuevos dueños de El Aaiún quienes entran y salen de los comercios, ostentando sobre la guerrera la insignia de las tropas españolas en el Sahara, de venta en los bazares a cincuenta pesetas unidad.
Última noche en el cuartel de la Policía Territorial. La tropa ha sido licenciada ya o marchó a Las Palmas. La unidad está disuelta. En el cuartel sólo quedan doce soldados, de dos mil, y un grupo de oficiales. En el desmantelado bar de oficiales, durante mucho tiempo refugio de periodistas desamparados, los mandos dan los últimos toques a su propia evacuación. El teniente coronel López Huerta tiene la mirada perdida en el vacío. "Dios, qué tristeza…". Los oficiales beben en silencio. Un capitán observa el humo de su cigarrillo y chasquea la lengua. Un tercio de su antigua compañía está en la Península, otro en Las Palmas, y el otro, los saharauis, con el Polisario. "Era una magnífica unidad". La placa de madera con los nombres de los muertos, españoles y nativos, ha desaparecido de la pared. En la estancia, desnuda, sólo quedan dos mesas, unas botellas y algunos cartuchos de fusil, trofeo de sabe Dios qué combate.
Ante la residencia del gobernador, y en el edificio donde permanecerán las autoridades españolas hasta el 28 de febrero, gendarmes marroquíes han relevado a los centinelas espanoles. Innumerables perros abandonados por sus dueños durante la evacuación recorren las calles con mirada lastimera, pegándose a los talones de los pocos europeos que encuentran. En el cabaret El Oasis, convertido en sala de bingo, las chicas se han marchado. Aburridos oficiales y soldados marroquíes sustituyen a la clientela habltual. Pepe, el inefable gerente, cruza las manos sobre su estómago y suspira: "Azi ez la vía, compadre".
En los barrios musulmanes, los nativos pegan la oreja al receptor de radio para escuchar Radio Sahara Libre. En el desierto, al este y al sur, la lucha continúa. "Llevaremos nuestra guerra de liberación a las zonas ocupadas, e incluso аl interior de Marruecos". Desde su cuartel general, el coronel Dlimi y su Estado Mayor siguen dirigiendo la "marroquización" del Sahara. "No existe el Polisario", han declarado. "Es una invención de los periodistas". Pero en la mañana de hoy los guerrilleros han atacado Bu Craa con fuego de mortero, causando dos heridos en el destacamento de tropas nómadas que todavía permanece allí protegiendo las instalaciones.
"Sahara mogrebía". En los muros de la capital del Sahara, el sol y las recientes lluvias comienzan a borrar las inscripciones de "Fuera Marruecos" y "Viva el Frente Polisario" que decoran la ciudad. Colgadas de hilos eléctricos, las banderas del Frente son ya sólo jirones sucios y descoloridos. El Aaiún, diría Lartèguy, es una ciudad silenciosamente estrangulada.
Esta es mi última crónica desde el Sahara marroquí. Hace frío. Dentro de tres días será Navidad.
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