Entrevista de Belén Marinone - infobae.com - 01/11/2023
“El crimen de cuarto cerrado me fascina desde niño, cuando lo descubrí en la biblioteca de mi abuela materna”. El que habla desde España, del otro lado del teléfono fijo es Arturo Pérez-Reverte, y recuerda esa gran colección de novela policial que ella le permitía llevarse prestado a su casa y a la que ahora le rinde homenaje con 'El problema final', su nueva novela, editada por Alfaguara.
Con más de treinta títulos publicados —y otros tantos guiones— Pérez-Reverte dice, en diálogo con 'Infobae Leamos', que 'El problema final' nace de un experimento: escribir un policial clásico, una “novela de antes”, para un público lector actual. ¿Funcionó? El libro se luce en los "rankings" de los más vendidos desde su publicación. El autor de 'Revolución' y 'Falcó' es un escritor "best seller", sea cual sea la fórmula literaria que aplique.
Se trata de una novela-problema ambientada en una pequeñísima isla griega en 1960. Una tormenta aísla a nueve personas —que pronto serán sospechosos—, entre los que está Ormond Basil, un actor retirado que interpretó numerosas veces en el cine al famoso Sherlock Holmes. Una de las huéspedes aparece muerta en un aparente suicidio y le piden al actor que adopte su conducta detectivesca. Un crimen de cuarto cerrado, un enigma y una investigación. 'El problema final' rinde homenaje a grandes maestros del género, como Arthur Conan Doyle ―que escribió un cuento—, Edgar Allan Poe y Agatha Christie, pero el lector puede encontrar ecos de 'Los que aman odian', el único policial que escribieron juntos Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Con una prosa atrapante, el libro pone en valor a los grandes clásicos en los que “el cerebro es más importante que los músculos” y hace que el lector sea un detective más.
Del otro lado del teléfono se escucha otra confesión: “Además leía 'Tintín', me encantaba”, cuenta Pérez-Reverte. “Me hice reportero por él, quería viajar y vivir muchas aventuras, que de hecho, las viví”, agrega, e invita a un viaje a las historias que marcan ―tanto la vida personal como el canon― y que nunca pasan de moda.
―¿Por qué escribió una novela-problema como 'El problema final' hoy? ¿Sherlock Holmes, ese héroe victoriano, sigue siendo posible en la actualidad?
―La cuestión era un intento de ver si era posible. Fue puro experimento y ninguna certeza. Hoy vas a la librería y hay un aluvión de novela negra y de asesinatos. Pero la vieja novela-problema, que se resolvía más con la cabeza que con la acción, donde hacía falta más cerebro que músculo, tendió a haber desaparecido frente a la sangre y los huesos escondidos. Entonces me pregunté si sería posible para un público actual una novela como las de antes. Y dije: "Voy a intentar a ver si consigo una fórmula, canónica en la forma, para un lector que ha visto mucho cine, mucha televisión. Fue un intento por averiguarlo, y parece que sí, que este tipo de historias funcionan todavía. Y como pasa con todo en la vida, al final las modas se saturan.
―¿Cómo fue el caso de saturación de la novela-problema?
―Todo el mundo se puso a escribir el tipo de novelas como las de Arthur Conan Doyle y Edgar Allan Poe. Se saturó el mercado porque la gente se aburrió y pasó a la novela negra, en la que el detective es más corrupto que el asesino, con factores psicológicos, del mundo sucio. Después se abusó tanto de esa novela que se pasó al mundo de los espías. Poco a poco también pasó la moda. Ahora hay intentos de recuperar, en el cine y en la literatura, el tipo de relato olvidado, pasado de moda que, cuando lo vemos con detenimiento no ha pasado de moda, ni pasa de moda nunca. El lector y los escritores buscan fórmulas nuevas y, a menudo, en la literatura lo nuevo es lo olvidado.
―El personaje principal, Ormond Basil, basado en Basil Rathbone, pone en tensión los límites entre la realidad y la ficción. ¿Por qué le pedimos realidad a la ficción?
―Lo que pedimos a la ficción es que nos haga sentir que estamos viviendo una realidad. La realidad en crudo no vale para la ficción. Rara es la novela ―y hablo de cualquier tipo de novela― que, llevada en crudo de la vida a la literatura, funciona. El novelista tiene que transformar esa realidad en ficción. Incluso en las novelas muy realistas ha pasado por un trabajo, por un filtro que ha hecho el autor. Ninguna realidad cruda funciona como libro.
―El personaje de Paco Foxá dice: “Los autores solemos copiarnos los recursos sin demasiados escrúpulos”. Y el título de esta novela es el mismo de un relato breve de Conan Doyle. ¿Por qué?
―Si uno lee el teatro griego, ya está todo ahí: el incesto, la venganza, el tesoro, el crimen, el abandono, la soledad, el héroe trágico, todo. Lo que hace el ser humano es que va renovando, con el arreglo a su tiempo, para hacerlo un producto actual y moderno. Aquí pasa lo mismo. En la novela policial todo está inventado desde hace mucho tiempo. Agatha Christie planteó todos los problemas posibles en una trama policíaca. Lo mío fue un experimento. No tengo talento policial, pero sí soy un lector empedernido con una buena biblioteca. He leído todo lo que se puede leer de novela canónica, clásica, para obtener de ahí los elementos que fueran útiles para contar mi historia. Imagínate un barman que no fabrica los licores pero los conoce, y combina los licores para hacer el cóctel, que sí está hecho por él.
―'El problema final' tiene las influencias de Conan Doyle, Poe, Christie, y al leer el libro suena el eco de 'Los que aman odian', de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. ¿Cuánto influyó el policial argentino de Borges, Bioy Casares, Piglia en esta obra?
―A Piglia no lo he leído mucho, y lo digo con todo respeto. A Bioy Casares y Borges, sí y mucho. Ellos son admiradores de la novela policial, que jugando con ella se divierten y crean estructuras narrativas y problemas, incluso a Isidoro Parodi. Ellos no son autores policiales, son autores que disfrutan y que juegan con lo policial. Los he leído y he sonreído compartiendo trucos, miradas y reflexiones, pero para este libro me basé en los auténticos, las fuentes originales, los autores clásicos de los que ellos fueron lectores y yo también. Me han influido los que influyeron en Borges y Bioy Casares. Soy un devoto de los dos.
―En uno de sus últimos textos, Ricardo Piglia sostiene que el detective es una de las representaciones modernas del lector, y para eso acude a 'Los crímenes de la calle Morgue'. ¿Cómo ve la relación entre lector y detective?
―Es una gran idea de Piglia, y estoy de acuerdo con esa formulación. La novela policial que funciona es aquella que consigue que el lector esté dentro de la novela, que no es testigo sino participante, no está viendo una acción sino que se siente dentro de ella. El detective y el lector se funden en un solo personaje. En la novela intenté decirle esto al lector: "Yo sé que sabes, sé que conoces de novelas policiales y has visto cine, ahora voy a hacerte trabajar. Vamos a jugar tú y yo, voy a tenderte trampas, voy a cegarte mientras miras, voy a usar todos los trucos". La novela policial que no lo consigue no es una buena novela. En todas las novelas el lector es importante, pero en estas mucho más, que tiene que ser activo.
―Menciona a los lectores activos. Sin embargo, en la actualidad se reescriben clásicos en función de lectores sensibles, para que no tengan sobresaltos, no haya ofensas ni descubrimientos que perturben
―Eso responde a lo políticamente correcto, a las modas. El lector que acepta eso no es un lector de verdad, es un lector limitado. No puedes pedirle a la literatura que se adapte a una ideología, justamente debe ser libre. Uno debe poder leer a Bukowski, que es absolutamente sucio pero genial, al marqués de Sade, a Santa Teresa de Jesús, Roberto Arlt, Borges, Tolstói... Adaptar la literatura al tiempo moderno y reescribir las historias del pasado me parece una aberración. La literatura es nuestro último reducto de libertad. Limitar, amputar, reducir y proyectar la mojigatería y la estupidez de algunos sobre la literatura es privarla de la libertad que la hace rica y necesaria.
―En el relato 'El problema final', de Conan Doyle, Sherlock Holmes pelea con su némesis, el profesor James Moriarty. ¿Cuál es el gran enemigo de la sociedad hoy?
―Desgraciadamente, no hay un Moriarty. Si hubiese un Moriarty sería estupendo, porque significaría que hay una inteligencia moviendo el mundo, llevándolo al caos. Un ser capaz, con su inteligencia y talento, para llevar al mundo al desastre que es. No hay un responsable, ni un Dios, en mi opinión, que maneje los resortes de ese caos en el que estamos. La propia estupidez individual del ser humano es la que está creando las condiciones para que el mundo se vaya al diablo. Ojalá fuera un plan inteligente, ojalá fuera una cabeza pensante que nos maneja, como el Dr. No o Moriarty, un genio del mal, un Fumanchú, escondido en su isla queriendo destruir a la humanidad. Sería admirable. No, lo hacemos nosotros con nuestra estupidez, ignorancia y maldad.
―El escritor y periodista argentino Reynaldo Sietecase dijo que “una sociedad se muestra en un policial como en ningún otro género”. ¿Qué opina?
―Coincido, tiene razón. La novela policial general habla de la corrupción, como Jorge Fernández Díaz, que también es un novelista excelente. La novela policial refleja con más exactitud que la novela general las oscuridades, las sombras, las perversidades de los sistemas sociales. La novela-problema no refleja la sociedad, solo una parte de un mundo muy reducido y limitado. Con 'El problema final' quería reflejar un rinconcito de la sociedad.
―Menciona a Jorge Fernández Díaz, y él dijo a 'Infobae Leamos' que “los géneros populares, refiriéndose al policial, siguen estando fuera de los premios Nobel y otros galardones literarios importantes. ¿Por qué cree que sucede esto?
―Coincido plentamente. Sucede por la estupidez de aquellos que manejan los resortes culturales a ese nivel. Pensar que Agatha Christie no merece un premio Nobel o que Conan Doyle, Simenon o Poe no lo hubieran merecido es ridículo. ¿Quién tiene más categoría que Christie para un Nobel? Existe ese prejuicio de que el policial es un género menor, cuando no es verdad. 'El perro de los Baskerville' o 'Los crímenes de la calle Morgue' son obras maestras como pueden ser 'Crimen y castigo' o 'El gran Gatsby'. Están a la misma altura en cuanto a obra de arte, pero se dirige a un público determinado y tratan un aspecto de la literatura, pero son tan impecablemente bien acabadas como las otras. Quien desprecie novelas no tiene idea del concepto literatura. Todo es literatura.
―Fernández Díaz sostiene en un ensayo que "el enigma racionalista de Sherlock Holmes reproduce las habilidades del hombre primitivo para cazar". ¿Está de acuerdo?
―Sí, es cierto. El primer detective fue el cazador primitivo que seguía las huellas del animal que iba a matar. Lo seguía, lo acechaba, deducía. Ese tipo de búsqueda, de persecución de la presa a través de las huellas que va dejando, es el primer acto policial, detectivesco que existe en la humanidad. A menudo, el cazador queda marcado por la presa que persigue. La cacería de la presa transforma el intelecto y las costumbres del cazador, como ocurre en las novelas policiales.
―La violencia es un tema que le interesa. ¿Qué es lo que más le preocupa sobre ese tema en la actualidad?
―La violencia siempre ha estado ahí, ha sido parte de la vida del ser humano, pero cambia el mundo, y las formas de aplicar la violencia son diferentes. Ahora ya no se arrasa una ciudad como la de Troya con un caballo de madera y guerreros, ahora se arrasa con misiles. En mi vida como reportero vi al ser humano siendo violento, en mis novelas la violencia está a menudo, y sé que es una parte de la vida tan humana como la bondad, la ternura, el amor, la melancolía, la felicidad.
―Leía 'Tintín' cuando era chico y dijo que se hizo reportero por él. Cubrió durante veintiún años distintos conflictos bélicos e incluso tiene una novela llamada 'El pintor de batallas'. ¿Cómo ve la situación entre Israel y Gaza?
―No voy a hablar de eso. Lo que sucede no cabe en una conversación de este tipo, harían falta tres horas para hablar de eso. No puedo resumirte el problema.
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