Arturo Pérez-Reverte - zendalibros.com - 12/11/2023
Prólogo para 'Generación Negroni'
David Gistau fue, sin lugar a dudas, el Hemingway de su generación. El más admirado, el más respetado. Tenía algo peculiar que lo hacía diferente a todos: no era encasillable en nada, y eso no es común. En lugar tan incómodo como España, propenso siempre a la bandería y la puñalada, escritores y periodistas, incluso los claramente situables a la derecha o la izquierda, lo admiraban y respetaban. Con el tiempo, poco a poco, artículo tras artículo, David había ido creando su propio estilo. Una manera propia de abordar los asuntos y de contarlos. Tenía una gran cultura y eso era fundamental; también una formación norteamericana importante, pero sobre todo una profunda consistencia europea. Y esa mezcla, riquísima, le permitió cuajar un modo de abordar los temas al mismo tiempo tradicional e innovador. Un estilo inconfundible y propio.
El resultado, siempre espléndido, fue que al leerlo se percibía el aroma clásico de los grandes escritores y columnistas de toda la vida, y al mismo tiempo una extrema modernidad. No era alguien que mirase atrás. Miraba para el futuro desentrañándolo en el presente con las luces del pasado. No había en él nada caduco, apolillado o rancio, sino todo lo contrario: era esa clase infrecuente de escritor capaz de agarrar un tema sobado por todo el mundo desde hacía cien años, quitarle el polvo, darle la vuelta y presentarlo como nuevo, o con un enfoque que nadie había sido capaz de darle hasta entonces. Ése era su encanto. Su talento. Y a ello hay que añadir su manera de ser. Sus amigos lo queríamos por lo que era, y también por lo que decía y cómo lo decía. Por eso es natural que hoy hablemos de él y de este libro que se cobija en su memoria.
Toda generación necesita un referente de autoridad, bien para imitarlo o bien para atacarlo, pues las generaciones se unen tanto en la admiración como en el desdén. Pienso, como ejemplo anterior y más reciente, en Francisco Umbral, que indudablemente marcó toda una época en el periodismo de opinión español. Sin embargo, la enorme influencia de Umbral operó de un modo singular, pues los columnistas que admiraban su estilo y trataban de emularlo se encontraban casi en la misma proporción a los que estaban en contra. E incluso entre quienes lo admiraban, esa admiración se dirigía con frecuencia a la obra, no al hombre.
Con David Gistau se da una circunstancia insólita, al menos en un país como España, donde la sombra de Caín siempre es alargada: resulta casi imposible encontrar a alguien que esté contra él. En su caso —y hablo de David en presente, porque su obra sigue viva, y no sólo para sus amigos— se concita una admiración general y un respeto profundo, en cierta forma debido a que en vida ejerció como una especie de padre o padrino de nuevos escritores de periódicos, lo que incluye a ambos sexos, sin que la edad tuviese nada que ver. Hasta para los veteranos de su misma edad actuó como hermano de armas. Quien no quería parecerse a David, al menos quería tenerlo como referencia, como modelo, como amigo, como juez. Un elogio suyo se consideraba un galardón: una medalla en el pecho del compañero de profesión que empezaba a crecer. A abrirse camino en el complejo mundo de las redacciones de los periódicos.
Es natural, por tanto, que una notable generación de periodistas que se ha ido asentando en los últimos años y ahora firma sus columnas en medios importantes, desee, o necesite, o aprecie, agruparse bajo un patrocinio, aunque sea simbólico. No se trata, naturalmente, de que sus integrantes escriban, emulen o persigan a Gistau. El asunto es más sencillo que eso: les gusta reivindicar su magisterio. Su figura y talante de tipo grande, bondadoso, culto, brillante, a menudo con un negroni en la mano, con aquella barba rubia que le hacía parecer un pirata vikingo o un comandante de submarino alemán después de una campaña en el Atlántico. Es, hoy, una cuestión de solidaridad y de afecto. Están orgullosos de él y lo dicen sin complejos. A nada más se obligan con ello. Hasta quien no cree en una fe o una idea religiosa puede perfectamente, sin contradecirse, tener un santo como referente, como protector, como patrón.
Me consta que ninguno de los periodistas aquí reunidos intenta imitar el estilo columnístico o literario de David Gistau; pero sé también que algo especial ocurrió tras su muerte, cual si se hubiese acelerado un proceso de cristalización extraordinario. A los héroes que caen jóvenes en el campo de batalla les sonríe el Olimpo, y eso fue lo que ocurrió con David. Su muerte prematura, su prestigio, la admiración de los que éramos anteriores a él o de sus contemporáneos materializó su aura. Lo convirtió en leyenda. Y así, incluso quienes ni siquiera tuvieron ocasión de conocerlo o de leerlo pueden hoy ponerse bajo su patrocinio con absoluta naturalidad. Con plena justicia y derecho. Por eso los hombres y mujeres que se dan cita en este libro podrían legítimamente llamarse Generación Gistau; no porque, insisto, lo imiten, lo sigan o le rindan culto, sino porque él ennobleció con su obra el espacio por el que ellos ahora transitan. Es en cierto modo lo que ocurrió con Manu Leguineche y aquella generación de jóvenes reporteros de guerra de los años 70 y 80 del siglo pasado. También David es el indiscutible jefe de su tribu. Así pues, la grandeza de David Gistau es que después de muerto ha ganado la batalla del prestigio que ya lo hacía destacar en vida. Ha logrado que incluso periodistas y lectores que apenas lo seguían antaño se interesen, lo recuperen y hablen de él con reverencia. ¿Qué más puede pedir un escritor y columnista?
En cuanto a quienes se agrupan en esta interesante Generación Negroni, les ha tocado escribir en tiempos muy convulsos: tiempos de lobos con piel de cordero y de falsos profetas. Antes todo estaba claro, o parecía estarlo: democracia frente a totalitarismos, cultura frente a demagogia, inteligencia frente a estupidez. Era más fácil que ahora delimitar campos y territorios. Hoy, tal vez debido a que el público lector ha perdido inocencia o está cansado de ver la trastienda del juego, una nueva realidad ha terminado imponiéndose. Una nueva forma de mirar y comprender, o ayudar a que otros comprendan. Es natural que surjan voces muy diferentes e incluso dispersas, o contradictorias.
No hay un hilo específico que hermane a los escritores que están en este libro; ni siquiera los textos elegidos por ellos mismos para construirlo. Es el nombre Gistau, o su espíritu. Sólo eso. O es, tal vez, la franja de tiempo, el momento en que estos escritores y periodistas se desenvuelven, miran, escuchan, pelean. Lo asombroso de 'Generación Negroni' es que da cabida a voces distintas, pero todas inteligentes, todas profundas, que tienen la humildad profesional de hermanarse bajo la sombra benéfica, la mirada entrañable de David Gistau.
Por eso éste me parece un libro de extraordinario interés referencial. De sus textos se desprende una lucidez temprana y, como en los de Gistau, mucha base: amplia y bien digerida cultura. Todos los aquí firmantes son lectores, cada cual con sus gustos, sus querencias y sus derrotes; pero se les adivinan los libros bien leídos y el respeto por el lector en todo cuanto escriben. Y debo añadir algo que me parece fundamental: no he sido capaz de advertir en ellos sectarismo alguno, ni siquiera cuando defienden posiciones de las que podríamos llamar conservadoras o progresistas, pues de todo hay. En ninguno he visto intransigencia ni arrogancia; y el simple hecho de que acepten figurar juntos en el índice de un mismo libro, amparados por un simbólico negroni —esa bebida que David Gistau adoraba y que elevó a la categoría de mito—, dice mucho de ellos. De su humildad profesional, de su forma de entender el columnismo y el país donde viven y trabajan. De su talento. De su manera admirable de ser escritores españoles.
https://www.zendalibros.com/generacion-negroni-un-homenaje-a-david-gistau/
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