Entrevista de Javier Márquez Sánchez - tapasmagazine.es - 02/11/2023
Arturo Pérez-Reverte ha recorrido medio mundo como reportero primero y novelista más tarde. Su experiencia en las trincheras le ha llevado a tener una visión muy particular sobre la gastronomía.
El de 2023 empezó siendo un otoño atípico debido a unas temperaturas más altas de lo habitual. Eso de andar ya bien metidos en octubre sin necesidad de echarse una rebequita por los hombros ha traído de cabeza a más de uno. Por suerte, hay cosas que nunca cambian y que nos ayudan a mantener una sana rutina, como la llegada puntual de cada nueva película de Woody Allen o cada última novela de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951). Si bien siempre ha sido un autor prolífico –37 novelas en 37 años–, desde 2016 es ya fija la cita con sus lectores cada mes de septiembre, y este año no ha sido una excepción.
'El problema final' es el título de la obra con la que el de Cartagena se ha sumergido esta vez en el mundo de la novela criminal clásica, la de los casos de “habitación cerrada”, y ha aprovechado para rendir homenaje a algunas de sus pasiones de infancia y juventud, desde el cine clásico a las novelas de Agatha Christie o, sobre todo, las aventuras del detective Sherlock Holmes y el actor más célebre que le dio vida en la pantalla, Basil Rathbone. Un trasunto del célebre intérprete de origen surafricano es el protagonista de la historia. Hopalong Basil, que así se llama, es un actor británico en decadencia que se hizo popular por encarnar al personaje de Sherlock Holmes en el cine. El azar lo llevará hasta una isla donde comienzan a sucederse los crímenes, y a falta de autoridad más competente, los presentes le conminan a emplear los conocimientos adquiridos tras trabajar tan a fondo la obra de Arthur Conan Doyle para resolver el misterio. Así, el actor trae a la vida real a la popular creación de ficción.
Que la novela está plagada de guiños personales resulta más que evidente, pero tal vez el más patente de todos sea esa circunstancia, la del creador emulando al personaje. Al fin y al cabo, eso es lo que lleva haciendo Pérez-Reverte durante todos sus años como lector y escritor: viviendo una vida de novela. “Cuando yo salgo de mi casa con una mochila, con 18 años, me voy queriendo ser uno de esos personajes que había leído”, evoca el autor: “Yo quiero ser Lord Jim o Jim Hawkins… Quiero conocer a mujeres, quiero conocer amigos, quiero vivir aventuras… Salgo para comprobar si el mundo real se corresponde con el mundo que yo había leído en la biblioteca de mis abuelos y en la de mi padre. Y entonces, en ese proceso de exploración, acabo comportándome como esos personajes. Es decir, yo, que estoy impregnado de esas lecturas, proyecto en la vida que estoy viviendo ese mundo de las novelas, y así, la frontera desaparece”.
Asegura Pérez-Reverte en ese sentido que se siente un personaje de los libros que ha leído, e incluso procura comportarse como ellos, imitar sus actuaciones y actitudes. “Y al final, claro, cuando haces eso durante 20 o 30 años, ya forma parte de tu vida. Yo me conformo, ya de adulto, sobre el patrón de los libros que había leído de jovencito, y al final termino siendo eso. No una imitación, sino que me siento realmente uno de ellos. Ahora, cuando miro hacia atrás, veo esa evolución, pero todo empezó con los libros. Todo empezó porque yo quería saber si los libros eran verdad. Y eran verdad”, explica. Para Arturo Pérez-Reverte, los libros son familia y hogar. Según su último censo, tienen en casa unos 34.000 libros, pero nunca se ha planteado esa pasión con inquietudes bibliófilas o coleccionistas. “La biblioteca es un lugar vivo, donde yo vivo”, puntualiza: “Cuando no estoy navegando o de viaje, estoy en mi casa trabajando o leyendo. Siempre en la biblioteca. Por eso es mi hogar. Los libros están ahí, allí alrededor. Hay libros que no leeré nunca, ya no me dará tiempo. Otros los he leído muchas veces, los consulto, recurro a ellos cuando tengo dudas. Abro un libro, paso un rato con él… Para mí la biblioteca no tiene sentido de coleccionista, tiene sentido de compañía. Tengo alguna edición rara o curiosa, incluso algunas firmadas por autores que ya están muertos hace mucho tiempo. Pero siempre es con un sentido práctico, nunca meramente contemplativo o estético, de colección. Estoy entrando y saliendo continuamente de los libros”. El académico recuerda con ternura que, además de la de su padre, en su familia había dos grandes bibliotecas, la de su abuelo paterno, que era una biblioteca clásica –“con Thomas Mann, Dickens, Balzac, Galdós, Homero, Dante…”– y la de su abuela materna, “que era una mujer muy moderna, muy activa, y era lectora de "best sellers" de la época y de novela policíaca”. A esa dualidad literaria que le permitió disfrutar por igual de 'El asesinato de Rogelio Ackroyd' o 'Diez negritos' como de 'Crimen y castigo' y 'La montaña mágica' atribuye Pérez-Reverte la esencia de su éxito.
Asegura que cuando debutó, y especialmente en los 90, cuando se desató el fervor por sus obras, “el universo literario estaba en manos de un grupo de esnobs a los que no les importaba la literatura sino la estupidez intelectualoide de cuatro. Pensaban que la literatura es para cuatro privilegiados, lo demás es chusco”. Entonces desembarcó él, libre de complejos y prejuicios, y comenzó a combinar en sus novelas aires clásicos y modernos, literatura popular y otra más profunda; como él mismo define: “'Los tres mosqueteros' con 'La montaña mágica'. Quizá por eso, en ese momento, mis novelas son todo un éxito, porque eso no se hacía, porque era o una cosa u otra. Mis novelas tienen los dos mundos, y entran así en un espacio muy compartido por muchos públicos diferentes. Yo nunca he sido un autor de hombres, de mujeres, de jóvenes o de mayores; me leen todos por igual. E igual en Japón que en Rusia, en Colombia o en Cracovia. Y es justamente por eso, porque escribo desde la falta de complejos literarios. Nunca los he tenido y sigo sin tenerlos”.
Es en la librería que había en casa de su abuela materna donde el autor de 'El Club Dumas' tuvo su primer contacto con Sherlock Holmes, "leit motiv" de su última novela. “Leí todo Holmes con ocho o nueve años y me quedé fascinado. Ha estado conmigo toda la vida. Volví de vez en cuando a leerlo. En mis novelas incluso aparecen a veces referencias a su universo, como en 'La tabla de Flandes'”. Y un día, de pronto, todo ese mundo, esas lecturas, más la vida que ha llevado, acabaron dando forma a esta nueva novela. Nos matiza que ese “de pronto” es más bien una forma de hablar, porque no cree que ninguna novela nazca, así, de pronto. “Cuando eres un escritor profesional que lleva treinta años en el oficio y una vida lectora como la mía, las novelas no son de pronto, son fruto de una acumulación de cosas de vida, lecturas, películas vistas, cosas observadas que un día cuajan y toman forma”.
Toman forma despacio, por supuesto, como un puzle que va dibujándose en la imaginación. Y, desde luego, no hay nada improvisado: “Una novela, para mí, es un acto deliberado, es un plan. Yo tengo que convivir durante año y medio o dos años con una historia, con unos personajes. Tengo que leer, comer, caminar, mirar, en definitiva, vivir metido en ese mundo. Así que necesito un mundo en el que esté a gusto, un universo en el que me sienta confortable. Por eso cada novela es un acto de deliberada y fría planificación”. Con esos libros resultantes, Pérez-Reverte tiene claro un objetivo, y no es salvar a nadie. “Yo no escribo novelas para hacer mejor el mundo, escribo novelas para hacerme feliz yo. Allá cada cual que busque lo que necesita, en eso no me meto. Yo no soy un apóstol. Me da igual si la gente lee o no lee, que hagan lo que quieran. Mientras me lean a mí para justificar que siga escribiendo, me da igual. De hecho, he tenido amigos, como Pepe Saramago, por ejemplo, que querían hacer mejor el mundo a través de sus novelas. Y está muy bien, pero no es mi objetivo. Yo quiero ser feliz contando una historia y que la gente sea feliz leyéndolas”.
El padre literario del capitán Alatriste reconoce que no podemos considerarlo un “hombre Tapas”. Con eso quiere decir que el gastronómico no ha sido nunca uno de sus placeres. Eso sí, siguiendo con el juego del nombre de nuestra revista, nos desvela que, para él, la tapa perfecta es una copa de vino tinto y jamón ibérico. Pero en tacos, “aunque se enfaden mis amigos sevillanos, pero es que yo soy de Cartagena”.
Esa falta de interés por los placeres gastronómicos tal vez haya sido inducida por sus muchos años de experiencia como reportero de guerra. Lejos de la imagen romántica de la abuela preparando el guiso familiar antes de la partida del hijo a la primera línea de batalla, el autor de 'Territorio comanche' asegura tajante, con voz severa: “En la guerra no hay gastronomía, hay supervivencia. Yo he visto gente pelearse por un pedazo de pan, pero pelearse a hostias, o por un trago de agua corriente”. Eso no quiere decir que el viejo reportero no atesore recuerdos. Como el del sabor del pan caliente en los Balcanes –“cuando encontrábamos pan caliente”–, o el olor del té o de un cuscús durante la guerra del Golfo. “Tengo asociaciones gastronómicas, pero ninguna tiene que ver con el placer, con la exquisitez… Todas tienen que ver con situaciones concretas. Cuando todo se va al diablo, la gente lo que quiere es sobrevivir. No hay tiempo de otras cosas. Y una lata de sardinas comida en Vukovar [Croacia] puede ser el manjar más exquisito del mundo. Por el simple hecho de que la tienes”. Como periodista en decenas de conflictos, Pérez Reverte recuerda el gran contraste que suponía estar en el frente –“en El Salvador, en la guerra de Nicaragua o en de los Balcanes, por ejemplo”– viendo a gente que no tenía qué llevarse a la boca, estando ellos mismos sin probar bocado durante uno o dos días, “y luego volvías al hotel y ahí tenías de todo. Ese contraste entre la miseria del frente y los lujos… Claro, con dólares todo se podía comparar”. Pero las sensaciones no se quedaban en el territorio hostil. Las más extrañas le asaltaban al volver a casa: “Durante 10 o 12 días me sentía como un marciano. Me costaba mucho adaptarme. No sólo por la comida, por todo: por la música, por la gente, por el comportamiento de la gente… Venía de un sitio donde comerte un huevo frito era un lujo. ¡Te costaba ocho marcos! Había contrastes enormes y era muy difícil adaptarse a ellos. Pero bueno, al final mi vida fue así y acabé aceptándolo”.
Hablar con Pérez-Reverte es un lujo y un placer, sobre todo de literatura y de cine, que son dos de sus grandes pasiones que ahora se dan la mano en su novela 'El problema final'. Pero nosotros somos Tapas y queríamos saber cómo se desenvuelve el literato si le quitamos el teclado de las manos y le damos un cucharón. Y como ya nos advirtió que la gastronomía no le vuelve loco, decidimos llevárnoslo a otro de sus territorios naturales, su barco, para preguntarle qué comeríamos si fuéramos con él de grumetes. La respuesta llega rápida y directa: pasta y latas. “A bordo siempre cocino yo y soy bueno combinando latas. Con un arroz de estos que se meten en el microondas y media docena de latas y de salsas indias y no indias, puedo hacer una combinación bastante razonable. Y también hago mucha pasta a bordo. Eso comeríais”. Teniendo en cuenta su galería de personajes y su propia actitud vital, nos lo habíamos imaginado caña de pescar en ristre para prepararnos una buena cena, pero nos sorprende con una confesión inesperada: “Hace mucho tiempo que no pesco nada. No me gusta matar bichos innecesariamente, ni cazar ni pescar. Respeto a quien lo hace, pero a mí no me gusta. No sé por qué, a la vejez me ha dado eso. Así que en mi barco nunca hay pescado fresco. El mar para mí es una cosa diferente. Así que las sardinas, en lata y los calamares, también. Con el tiempo me he vuelto un poco sentimental con ese tipo de cosas”. No sabemos si el capitán Alatriste compartiría esas opiniones, pero es seguro que Hopalong Basil respondería con un “Elemental”.
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