19 octubre 2025

Alatriste en la Academia: el regreso del soldado


María José Solano - zendalibros.com - 19/10/2025

Por un instante, la Real Academia Española contuvo el aliento. Entre retratos y ecos de siglos, apareció —como si emergiera del tiempo— la figura del capitán Diego Alatriste y Tenorio. No en carne y acero, sino en barro y trazo: el boceto que el pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau presentó como germen de la escultura que el próximo año se erigirá en Cartagena, la ciudad natal de Arturo Pérez-Reverte. El acto tuvo un aire de círculo que se cierra. Pérez-Reverte, académico desde 2003, evocó su propio ingreso en la institución:

—Yo llegué a la Academia por culpa de Alatriste —recordó, con una media sonrisa—. Vine con un discurso titulado El habla de un bravo del siglo XVII, hablando la lengua de los soldados, de los hombres de los tercios. Por eso tiene sentido que sea aquí donde se anuncie su estatua. Es como si el capitán volviera a casa, tres décadas después de nacer en mis páginas.

La obra, que será realizada en bronce por el escultor Salvador Amaya, se levantará a partir del diseño de Ferrer-Dalmau y medirá 2,40 metros de altura. Su emplazamiento será la plaza del Cuartel del Rey, junto a la Calle Real y los Jardines de Capitanía General, en un entorno cargado de memoria: allí donde los ecos de los antiguos cuarteles del siglo XVI aún resuenan, y donde la historia militar de Cartagena dialoga con la de los tercios españoles.

En el estrado, Ferrer-Dalmau miraba el boceto con la expresión de quien observa un hijo que empieza a andar. La figura de Alatriste, aún en papel, se erguía con su legendaria mirada glauca y la diestra amenazante en guardia, sobre el pomo de la espada, entre sombras y luz.

—Fue, paradójicamente, un trabajo fácil —admitió el pintor—. Llevamos tanto tiempo viendo su rostro en portadas, cuadros, películas… que parecía imposible reinventarlo. Pero Alatriste no es solo una cara: es cansancio, es peligro, es esa mirada que te advierte: “Niño, no te acerques demasiado”. No tuve que inventarlo, ya estaba ahí, esperando en la memoria. Yo he visto ese rostro en el de todos los soldados y las batallas que he pintado a lo largo de mi carrera.

El escultor Salvador Amaya, que materializará el diseño en bronce, detalló el proceso técnico con la sobriedad de un artesano que conoce el peso del metal y del tiempo:

—Todo comienza con el esqueleto de hierro —explicó—. Luego viene el barro, capa sobre capa, hasta que el personaje emerge. Y Alatriste surge solo, como si el barro recordara. Lo más difícil no es darle forma, sino contener su carácter. Tiene algo peligroso, un aire de quien ha sobrevivido a demasiadas guerras. Y eso debe estar presente en el bronce.

A su lado, Pérez-Reverte lo escuchaba en silencio, con la mirada fija en el boceto. Cuando habló, su voz sonó grave, como si hablara de un viejo amigo:

—Yo no soy escultor, pero sé cuándo alguien entiende lo que un personaje significa. Augusto lo dibujó y Salvador lo levantará del barro al bronce. Ese soldado que estará en Cartagena no es solo Alatriste. Es una España entera: la que fue grande y visceral, generosa y corrupta, admirable y terrible. En ese bronce estará todo eso.

El autor, que no suele prodigarse en sentimentalismos, se permitió una confesión:

—Yo moriré dentro de unos años, como todos. Pero quedará ese hombre de capa y acero en la ciudad donde aprendí a leer, a mirar el mar, a imaginar. Que Alatriste se quede en pie, frente al mar y al puerto de Cartagena, es una forma de que algo de mí también quede allí.

La alcaldesa Noelia Arroyo tomó la palabra.

—Esto ha sido una pequeña confabulación —admitió entre risas—. Durante años quisimos rendirle homenaje a Arturo Pérez-Reverte, pero él siempre se negaba. No quería calles, ni placas, ni reconocimientos personales. Así que encontramos la fórmula perfecta: homenajear a Alatriste, que es él sin serlo.

Arroyo explicó que el monumento tiene un triple propósito:

—Es, ante todo, un homenaje al capitán Alatriste en el treinta aniversario de su creación; también un reconocimiento a los tercios españoles y a todos los hombres de armas que forman parte de nuestra historia; y, por supuesto, un homenaje al propio Pérez-Reverte, nuestro paisano, que ha devuelto a Cartagena un lugar en la literatura y en la memoria colectiva.

El escritor intervino:

—Cartagena fue mi alimento —dijo—. Yo me crié allí, mirando el mar y soñando con aventuras. Todo lo que soy como escritor nació en esas calles y en ese puerto. Por eso este proyecto me emociona tanto: porque me devuelve a casa.

Cuando las palabras se fueron apagando, el boceto permaneció allí, en el centro de la sala, envuelto en una luz que parecía prestada de otro siglo. Algunos académicos se acercaron a mirarlo de cerca. En el rostro del capitán había algo que no era solo barro: una sombra de melancolía, una fatiga noble.

—Está vivo —apostilló el pintor de batallas—. Uno lo siente. No sé si es por la historia o por las palabras, pero tiene alma.

Y Pérez-Reverte, sin apartar la vista, respondió:

—Quizá porque nació del lenguaje. De la lengua de los soldados, de las germanías, del barro de España. Ahora vuelve, hecho bronce, para que nos sobreviva; para recordarnos durante un poco más, quiénes fuimos.

La presentación se cerró con aplausos.

En la Real Academia, donde las palabras se guardan como espadas antiguas, Alatriste había regresado. Y pronto, en Cartagena, junto a los viejos muros del Cuartel del Rey, el soldado cansado volverá a ponerse en guardia frente al mar. Un hombre de bronce, nacido del idioma y de la memoria.

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