28 noviembre 1975

La guerra secreta del Sahara

Pueblo, 28 de noviembre de 1975

[A tres meses del anunciado final de la presencia española en el Sahara, la situación en el territorio es la siguiente: las tropas españolas se encuentran replegadas, por razones estratégicas, a las zonas próximas al litoral, en torno a las ciudades de El Aaiún y Villa Cisneros. Al otro lado de lo que se ha dado en llamar "frontera militar", en una extensión de terreno que constituye casi las tres cuartas partes del Sahara, la ausencia de fuerzas españolas es total. Nuestro ejército ha abandonado ya definitivamente todos los puestos militares que mantenía próximos a las fronteras del territorio, a excepción de Daora y Hagunia, que, con Smara y Cucraa, se encuentran todavía incluidos en el sector que aún controlan nuestras tropas. El resto, con las ciudades de Auserd y La Güera y los puestos fronterizos de Guelta Zemmur, Hausa, Mahbes y Echdeiria es, teóricamente, "territorio saharaui", pero en la práctica no es sino una especie de tierra de nadie, donde el Frente Polisario se esfuerza por afianzar su autoridad y establecer una administración y donde las tropas marroquíes, cuya penetración se inició el pasado día 1 de noviembre, dominan ya importantes sectores en Hausa, Echeiría y El Farsia, bajo la frontera nordeste del territorio, llegando a profundizar más de sesenta kilómetros en el interior del Sahara. Unos y otros, marroquíes y polisarios, se hallan empeñados en una guerra cruel y encarnizada que, hasta el momento, se encuentra sólo en su fase inicial. De esa guerra, que todavía en buena parte permanece secreta y que tiene por escenario las montañas barridas por los vientos alisios, o el desierto, donde las temperaturas superan a veces hasta los 50 grados centígrados, 'Pueblo' ofrece este impresionante testimonio directo de nuestro enviado especial.]

El Farsia está en las proximidades de la frontera nordeste del Sahara, allí donde la "Hammada", la llanura que se adentra en el territorio desde Argelia, se quiebra en un laberinto de profundas gargantas y cauces secos de ríos, antiguos afluentes de la Seguia El Hamra. Desde hace un mes, en las trincheras de una posición abandonada por la Legión española, efectivos militares marroquíes, casi un batallón, apoyado por algunos blindados, se mantienen en territorio saharaui como en zona ocupada, hostigados de continuo por los guerrilleros del Frente Polisario. Lo mismo sucede en Hausa y Echdeiria, puestos militares españoles españoles que en otro tiempo salvaguardaban la frontera norte del Sahara y que ahora, con sus guarniciones replegadas hacia la costa, se encuentran en poder de las Fuerzas Armadas Reаles de Marruecos.

Porque Marruecos ha invadido el Sahara, al menos parte de él, con importantes fuerzas que cruzaron el раralelo 27,40 al amparo de la cortina de humo que en su momento constituyó la "marcha verde" de Hassán II. Con los españoles situados al otro lado de la frontera militar, para oponerse a la penetrаción marroquí sólo hay grupos de combatientes del Frente Polisario, que desde los primeros momentos iniciaron contra las tropas invasoras la única forma de lucha posible en vista de sus escasos medios y la naturaleza del terreno: la guerrilla. Encaramados sobre las rocas de las montañas que circundan El Farsia y Echdeiria, agazapados en el desierto en torno a Hausa, los polisarios combaten desde hace un mes, fusiles contra blindados y morteros, tendiendo emboscadas en los cauces secos, disparando sobre los convoyes de aprovisionamiento de las FAR y dispuestos, lo afirman ellos, a luchar hasta el último hombre por defender una independencia que consideran gravemente amenazada.

Durante ocho días he compartido la vida de los guerrilleros del Frente Polisario. Ellos me han llevado a la zona de los combates, hasta escasos metros de las tropas marroquíes atrincheradas en El Farsia. Me han mostrado su organización en el territorio que, quizá prematuramente, consideran "liberado", y me han explicado las razones de su lucha. No voy a entrar en consideraciones políticas, cuyas claves se debaten en otros escenarios. Voy a contar lo que he visto.

Recorrí la zona nororiental del Sahara tras cruzar, sin complicaciones, la llamada "frontera militar" a la que se han replegado las tropas españolas. De allí en adelante, el territorio se encuentra bajo control del Frente Polisario. La bandera de los guerrilleros, con frecuencia de fabricación casera, ondea en cada "jaima", en cada campamento, en cada población. En el desierto, en los lugares que parecen más abandonados, centinelas del Frente se encuentran por todas partes, controlando el tráfico que, en vehículos de todo terreno, circulan sobre pistas polvorientas, donde los vehículos traquetean hasta que parecen a punto de romperse en mil pedazos.


Cada hombre tiene su fusil, a excepción de los chiquillos y los ancianos que no pueden combatir. Pero por la pista de Tifariti a Mahbes, cuartel general del Polisario, caravanas de Land Rovers y camiones se dirigen hacia el norte, conduciendo grupos de voluntarios saharauis que abandonan las ciudades para unirse a la guerrilla. Viajan amontonados, cubiertos de polvo, con el turbante envuelto en torno a la cabeza, con las provisiones justas para el camino, con una manta, a veces un cuchillo y un pequeño bulto que contiene ropa. Lo dejan todo tras de sí. Sólo hace un par de días se despidieron de su mujer, de sus "gualletes", de sus padres. Dijeron que se iban a luchar con el Polisario, que volverían, o quizá no volvieran nunca, que Dios es quien lo sabe. Y se fueron a la guerra.

Los hay de todas las edades: jóvenes a los que todavía no despunta la barba y hombres ya curtidos, habitantes del desierto o de las ciudades. Mohamed es uno de ellos: muy joven, con lentes, comparte conmigo su manta y su comida. Seremos compañeros de viaje hasta Mahbes. Allí, tras ponerse a disposición del Frente Polisario, lo veré partir una noche, su manta al hombro, enfundado en el uniforme, que le viene grande, en dirección a un lugar desconocido.

Antes de partir, Ahmed me habló de sus motivos para unirse a la guerrilla. Son, más o menos, los de todos los hombres con quienes conversaré durante estos ocho días. España se va, Marruecos está entrando en el Sahara y hacen falta brazos para luchar por la independencia. "El Frente Polisario es el único que está dispuesto a pelear por ello. No podemos permitir que Marruecos se adueñe del Sahara, porque nosotros somos saharauis, no marroquíes". Para estos hombres, el planteamiento es sencillo. No se trata ya de fosfatos, ni les preocupan los condicionamientos políticos de los países implicados en el tema del Sahara. Es sólo cuestión de supervivencia como pueblo independiente, de luchar contra quien les invade. "No hay acuerdo válido sobre el papel si en la práctica no está rubricado con el fusil", oiré decir en el cuartel general de Mahbes.

En Amgala, pequeña poblacion fronteriza con Mauritania, el Polisario ha establecido un campamento de instrucción, donde los nuevos reclutas aprenden la lucha de guerrillas. Pasaré allí una noche, hablando con el joven responsable militar. La población civil está perfectamente encuadrada, recibe clases, de formación política. Los niños, los "gualletes", hacen instrucción militar y aprenden a utilizar con soltura la terminología revolucionaria. Los veré en Tifariti y Mahbes, desfilando en formación con el fusil ametrallador MAT en bandolera.


También las mujeres aprenden el manejo de las armas. Lulei, secretario general del Frente de Liberación, me dice en su puesto de mando que "hasta el momento no combaten las mujeres y los niños, pero si es necesario irán también a la guerra. De una parte, la invasora, hay tropas bien pertrechadas con armas de la OTAN; por la nuestra, gente con pocas armas y pocos recursos, sin ropas y sin alimentos. Pero Dios está con el derecho y, aunque se alargue la guerra, el que tiene el derecho tendrá éxito".

Es curioso: he podido constatar idéntico optimismo, la misma fe en la victoria final, a todos los niveles. En El Farsia, los guerrilleros, que desde hace un mes se encuentran en las montañas, parapetados tras las rocas, disparando sus viejos fusiles MAS-36 contra los marroquíes, que rocían las crestas con disparos de morteros del 120, los hombres que desde casi un mes se mantienen en sus puestos, helados por el viento que sopla del norte, con unos dátiles y un poco de agua sucia, me han hablado de su lucha, que ahora parece la de David contra Goliat, con una inmensa confianza en el futuro. La ayuda argelina es mínima, lo he comprobado personalmente: se reduce a viejos fusiles y metralletas dejados en Argelia por los franceses, munición y combustible. Ni un mortero, ni un lanzagranadas. Valor inmenso y cero de medios materiales. Sin embargo, me han dicho cosas como ésta: "No tenemos prisa, amigo. Los saharauis sabemos esperar. Sabemos que una guerra como ésta no se gana en un mes, quizá tampoco en un año. Nuestra lucha, como nuestra revolución, es a largo plazo. Tenemos ejemplos, amigo, tenemos ejemplos. Está el pueblo vietnamita, están los palestinos... Si nosotros no vemos el final, lo verán nuestros hijos. Marruecos entra en una tierra que no es suya, tiene muchas armas, pero nosotros tenemos el apoyo del pueblo, somos el pueblo y nos movemos en un terreno que conocemos como nadie, como jamás podrá соnocerlo Marruecos".

No me he atrevido a decirles que el pueblo vietnamita y que los palestinos tienen detrás países poderosos que los respaldan, que les dan armas y apoyo, que les entregan dinero para hacer revolución y la guerra. Y sin embargo, estos hombres delgados y quemados por el sol, con chocantes barbas y con su enternecedora fe en sus propias fuerzas, no cuentan con nadie. Ahí, a pocos kilómetros, está Argelia, sí. Quizá dentro de unos días, mañana mismo, entregue importantes cantidades de armamento, ofrezca dinero, incluso entre en guerra con Marruecos... Pero hasta hoy, hasta este momento, la ayuda argelina en medios materiales es mínima. 

Quiero insistir en esto. No he visto ni rastro de ayuda material argelina importante. En El Farsia, cuando estábamos a quinientos metros de los blindados marroquíes, Sidahmed, uno de mis acompañantes, me decía que con un solo mortero se podría desde aquella colina mасhacar a los marroquíes enterrados en trincheras. Pero no hay morteros, Sidahmed. ¿Recuerdas? Cuando entraron seis blindados marroquíes en El Farsia, tus camaradas detuvieron dos, causándoles ligeras averías, pero lo hicieron a pecho descubierto, con latas de gasolina y algunas granadas. Cuando cae muerto algún enemigo, los guerrilleros se juegan la vida para ir a buscar su arma automática, que en estas montañas es un don del cielo. Así se han obtenido esos fusiles de asalto Kalashnikov, Fal, Cetme y Beretta, que los guerrilleros me muestran con orgullo. Han muerto muchos marroquíes, setenta y tantos, en El Farsia, pero no es posible capturar todas las armas. Y los obuses de mortero estallan en las montañas, como aquel que mató a Sidi Mohamed Uld Lehbib, cuya tumba he fotografiado junto a la соlina. 


¿Qué sucede con los heridos? ¿Con qué medios sanitarios cuenta el Frente Polisario? No tiene ni un médico. El Frente cuenta con algunos ayudantes técnicos sanitarios que están en lugares fijos, como la muchacha de Amgala, o recorren el territorio distribuyendo medicamentos entre la población civil. También hay alguno en las proximidades de los combates, pero su ayuda debe limitarse a heridas de poca consideración. Todo lo que es grave, cuando requiere cuidados especiales o cirugía, resulta imposible de remediar, a menos que se traslade al herido a Tinduf, en Argelia, a través de cientos de kilómetros de pistas infernales. Eso me lo ha contado el joven ATS que he conocido cerca de Tifariti, y que ahora se debe encontrar atendiendo a los setecientos refugiados, las muieres, niños y ancianos de Echdeiria, que huyeron hacia el sur ante el avance marroquí y que se concentran en un punto al sur de El Farsia, sin comida, sin mantas, sin agua, calentándose en las noches heladas a la escasa luz de pequeñas hogueras en medio del desierto. Hacia ese lugar, y a otro campamento situado un poco más al Oeste, acuden todos aquellos que no pueden empuñar las armas. Como esas tres mujeres que, con el crío de la mano y un borriquillo, encontramos un anochecer en mitad del desierto, sin otra cosa que lo puesto. Bajaban hacia el Sur, caminando desde El Farsia. Los marroquíes, nos contaron desesperadas, habían incendiado sus "jaimas", les habían quitado las mantas y los objetos de valor y se habían llevado a los hombres a Marruecos. Ellas habían escapado solas, aprovechando la noche, y caminaban sin saber a dónde ir, huyendo de la guerra.

En los cadáveres de los marroquíes muertos los guerrilleros han encontrado, a veces, pulseras y objetos de plata saharauis. Uno de mis acompañantes me cuenta que mató a un soldado de tres disparos y me enseña sus sandalias, una pulsera saharaui de plata y una carta que el soldado debió de recibir poco antes de morir. En ella su esposa le dice que le lleve algún recuerdo del Sahara a su regreso. "Es difícil que le lleve nada ahora", comenta el guerrillero encogiéndose de hombros, mientras guarda, cuidadosamente doblada, la carta en el bolsillo.

Es cierto que han muerto muchos marroquíes. He visto sus sandalias, distintas a las "nailas" saharauis, en los pies de los guerrilleros que les dieron muerte. He visto algunas de sus armas, sus granadas, sus uniformes agujereados, sus cascos de acero que no les libraron de las balas del Polisario. En el bolsillo de la camisa llevo un macabro recuerdo de esta guerra: un botón dorado, con la corona y una estrella de cinco puntas, de la guerrera de un oficial de las FAR acribillado a tiros en las montañas. Esta es una guerra despiadada, las condiciones en que se desarrolla son terribles, y no hay hay cuartel para ninguno de los dos bandos. 

Muchos de los guerrilleros que aquí combaten visten todavía el uniforme de la Policía Territorial y Tropas Nómadas. Son aquellos que fueron desarmados y licenciados por España, que se han unido al Polisario en la lucha contra Marruecos. Algunos me conocen, hemos hecho patrulla juntos, me abrazan riendo como niños: "Cuando vuelvas a El Aaiún di a nuestros oficiales que nos acordamos de ellos".


"Peleamos contra el FAR", me dirá Lulei en Mahbes, "que han entrado en nuestra tierra para arrebatárnosla. Marruecos sólo busca nuestra riqueza; viene al Sahara para vivir más cómodamente. Pero es poca la comodidad que aquí va a encontrar. Aquí sólo hay un pueblo con una dignidad dispuesto a defenderla, a matar y a morir por conservarla. La Administración española se ha retirado de esta zona, pero nosotros no lo lamentamos. Ahora ondea aquí nuestra bandera y trabaja nuestra propia Administración". El Polisario rechaza cualquier acuerdo sobre el territorio que se concluya sin su participación y rechaza de antemano cualquier referéndum sobre el futuro del Sahara. "El futuro lo estamos decidiendo ahora por medio de las armas", me dice un responsable militar. "Es completamente falso que la población saharaui, como se empieza a afirmar, sea favorable a Marruecos. Esa, quizá, sea la postura de muchos oportunistas, pero el pueblo, lo estás comprobando con tus propios ojos, piensa de forma distinta y por eso empuña las armas. Tienes por testigos a los cadáveres marroquíes que se pudren en El Farsia".

En El Farsia, agazapados tras las rocas que nos protegían del fuego marroquí, observando los cuatro blindados que apuntan sus cañones hacia las montañas, enterrados en zanjas de las que sólo asoman las siniestras torretas metálicas, un guerrillero me ofreció un sorbo de agua con una sonrisa. "¿Sabes una cosa, periodista? Yo, personalmente, no sé si ganaremos o perderemos esta guerra. De lo que sí estoy seguro es de que, mientras quede un saharaui vivo capaz de empuñar armas y dispuesto a luchar por la libertad de su pueblo, el Sahara continuará existiendo. Dios nos ve".

http://icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/LA%20GUERRA%20SECRETA%20DEL%20SAHARA.pdf


12 noviembre 1975

Continúa la penetración marroquí / A la espera del referéndum


Pueblo, 12 de noviembre de 1975

Una vez más, el Sahara ha entrado en un compás de espera, en el que los acontecimientos dignos de interés escasean. Hay, eso sí, un tema de extraordinaria importancia, pero éste se desarrolla al otro lado de la "frontera militar", en el sector del territorio que ha sido abandonado por las tropas españolas. Sin embargo, según las últimas declaraciones oficiales, lo que allí está sucediendo no es competencia de las tropas españolas, cuya presencia se reduce en estos momentos a las zonas próximas al litoral, englobando El Aaiún, Daora, Hagunia, Smara, Bucraa y lo que los escasos periodistas que en estos momentos permanecemos en el Sahara calificamos de "el islote de Villa Cisneros".

En esta zona que ya no controlan las tropas españolas, según palabras del teniente general Cuadra Medina, tampoco puede decirse que por el momento se estén produciendo nuevos acontecimientos cuyos ecos hayan llegado hasta aquí. No hay intormaciones confirmadas oficialmente de lo que está sucediendo en el nordeste del territorio, y todo lo que se sabe es a través del rumor o "jabara". Según estas noticias, continúa la penetración marroquí y las FAR controlan ya Hausa, Echdeira y Mahbes, y merodean más al sur, en las proximidades de Tifariti, siendo hostigadas en su avance por guerrilleros del Frente Polisario. 

En esa zona de vacío se está produciendo en estos momentos una auténtica guerra secreta. Fuentes próximas al Frente de Liberación señalan, asimismo, que en La Güera, situada en la frontera sur del territorio y recientemente abandonada por el ejército español, el Polisario se ha establecido de forma definitiva. De todos los edificios oficiales existentes tan sólo se han ocupado las escuelas, donde se imparten clases y formación política a los niños saharauis. Asimismo se está desarrollando entre la población nativa una eficaz labor de organización, con responsables del ala política del Frente, que se encargan de preparar a sus compatriotas para la lucha por la independencia del Sahara.

Entre tanto, noticias llegadas de la ciudad de Auserd, también evacuada por los españoles, señalan que el Partido de Unión Nacional Saharaui (PUNS) está creando entre sus simpatizantes en la ciudad una milicia armada, e igual labor se desempeña en otros puntos del territorio. Ya se han producido, al parecer, choques incruentos entre punsistas armados y las unidades militares del Polisario, aunque ambos grupos pretendan luchar por la independencia. La explicación a esta aparente incongruencia puede residir en que un amplio sector del PUNS goza, en los últimos tiempos, de una fama pro marroquí. En estos momentos, segun las noticias llegadas a El Aaiún, tropas del Frente Pоlisario estarían cercando la ciudad de Auserd, donde se han hecho fuertes elementos punsistas. Resulta penoso para el cronista comprobar cómo en unos momentos en que los marroquíes penetran en el territorio por todas partes los grupos políticos saharauis, en vez de unirse contra el que debe ser considerado enemigo común, malgastan tiempo y fuerzas jugando a la guerra civil.


En el Sahara, que era español, la situación ha experimentado cambios desde el comienzo del presente mes. Todo cuanto sucede aquí recuerda que los días de nuestra presencia están contados. El Aaiún es una ciudad muerta, cuyos únicos transeúntes, al caer la noche, son las patrullas de jóvenes soldados que recorren las calles con el arma en bandolera y el dedo en el gatillo. Con nuestro Ejército replegado "por razones tácticas", según portavoces oficiales, a las zonas de El Aaiún y Villa Cisneros, en el litoral, y una "frontera militar" que no llega más allá de Daora y Hagunia, al norte, y Smara, al este, un importante sector del territorio constituye en estos momentos una zona de vacío, de la que nuestras tropas están ausentes, zona donde se mueven unidades marroquíes, fuerzas del ala militar del Frente Polisario y, posiblemente, pequeñas unidades del Ejército argelino. Marruecos, amparado tras la cobertura publicitaria que le ha prestado la marcha verdе», ha iniciado la invasión militar de aquel sector, situado al norte del Sahara Occidental, que fue abandonado por los españoles. Informaciones llegadas de la "zona de vacío", que no lo es tanto, confirman la presencia de importantes efectivos de las FAR, y en Hausa, sesenta kilómetros al sur del paralelo 27,40, así como en Echdeiria, Mahbes y El Farsia. Pero según unas muy recientes declaraciones del capitán general de Canarias, teniente general Cuadra Medina, esa zona no es ya responsabilidad de las tropas españolas, sino que debe ser considerada "territorio saharaui".

Así están las cosas mientras la primera fase de la Operación Golondrina toca a su fin. Es de suponer que la segunda fase, la evacuación militar, no se produzca hasta que España cumpla su compromiso de realizar un referéndum entre la población saharaui. Un referéndum que, se opina aquí, parece difícil de llevar a cabo en las actuales circunstancias, con nuestras tropas controlando físicamente tan sólo la mitad del Sahara Occidental.

11 noviembre 1975

Comenzó el repliegue de la "marcha verde"


Pueblo, 11 de noviembre de 1975

[El Aaiún, por teléfono, de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]

Tres temas integraban ayer la actualidad en el Sahara: la retirada de la "marcha verde", la situación en la zona nordeste del territorio y las declaraciones del capitán general de Canarias, teniente general Cuadra Medina.

Desde primeras horas de la mañana los campamentos marroquíes emplazados junto al borde norte de la Sebja de Um-Deboaa, ocho kilómetros al sur de la frontera, соmenzaron a ser desmontados por los voluntarios de Hassán II. Las tiendas de campaña fueron abatidas, los millares de camiones colocados en dirección norte y los primeros contingentes de marroquíes comenzaron a desandar el camino hacia la frontera. 

Lo mismo sucedía en el otro campamento, situado en las proximidades del río Agbaro, a unos ochenta kilómetros al este de Tah. Con el amanecer, los observadores aéreos españoles dieron cuenta del movimiento de personas hacta el Norte. Con una perfecta organización, en un alarde de disciplina у control, los voluntarios civiles de la "marcha verde" marroquí se replegaban del Sahara acatando las órdenes de su Monarca.

Un incidente que se produjo ayer por la mañana prueba, entre otras muchas cosas, el control total que en todo momento han mantenido los responsables de la organización de la "marcha verde" sobre quienes participan en ella. Mediada la mañana, cuando altos mandos militares y un buen número de periodistas se encontraban en lo que se ha dado en llamar "frontera militar", línea elástica situada ahora a trece kilómetros al sur de la frontera geográfica, un grupo compuesto роr un сentenar de marroquíes comenzó a bordear por la derecha el campo minado número 1, profiriendo gritos e insultos contra España. Las tropas españolas destacadas en la zona, obedeciendo las órdenes recibidas, permanecieron impasibles. En aquel momento llegó al lugar una patrulla de gendarmes marroquíes que, tras repartir una lluvia de golpes entre los manifestantes, se los llevó hacia el campamento, apartándolos de allí. Poco faltó en aquella escena sorprendente para que los gendarmes marroquíes diesen disculpas a nuestros legionarios.

Pero a estas alturas la "marcha verde" ha perdido importancia, quizá una importancia artificial que nunca poseyó realmente. La preocupación en los medios militares del Sahara sigue centrada en aquello que la cortina de humo producida por la marcha no llegó а ocultar del todo: la invasión marroquí en el sector nordeste, en la zona abandonada por las tropas españolas. Según fuentes militares de El Aaiún, los marroquíes han profundizado ya en algunas zonas hasta sesenta kilómetros al interior del territorio, apoderándose de una franja de terreno que, lejos de parecer dispuestos a abandonar tras el discurso de Hassán II, se muestran decididos a ampliar. Observadores aéreos españoles hablan de una importante columna militar marroquí que el pasado domingo se dirigía hacia Hausa. Otras informaciones aluden a las intenciones marroquíes de tomar la ciudad de Smara apenas se efectúe su evacuación total por nuestras tropas. Smara, la ciudad santa del Sahara, раrece también incluida en el repliegue táctico del que hace pocos días hablaban portavoces oficiales.

Ya nadie utiliza aquí el término "integridad territorial". Y es en este contexto de la silenciosa e inexorable penetración marroquí en el nordeste donde se insertan las declaraciones que ayer efectuó aquí el capitán general Cuadra Medina: "Las fronteras son imprecisas, de difícil control. Por eso España ha establecido una "frontera militar". No tenemos actuación fuera de ella. Dentro de esta fronterа militar cumpliremos con lo que hemos dicho siempre, con nuestras promesas. Lo que hay fuera de estos límites no es territorio español, sino saharaui. España es donde están nuestros soldados. Lo que está fuera de la línea defensiva que hemos adoptado no podemos controlarlo. El ejército no puede inmiscuirse en las directrices de la política. El mando militar sólo debe aceptar órdenes. Todo esto ha sido una "entente" entre países razonables para contribuir al mantenimiento de la paz".

Para terminar, el capitán general de Canarias hizo el siguiente  comentario sobre la "marcha verde": "El desarrollo de esta situación ha demostrado que el problema se ha tratado entre países civilizados. ¿Que si es civilizado invadir un país? El Sahara ha sido invadido de forma civilizada".

07 noviembre 1975

Última orden: que no llegue a El Aaiún


Pueblo, 8 de noviembre de 1975

[Frontera norte del Sahara, crónica telefónica de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]

Escribo esta crónica desde la posición más avanzada que mantienen las tropas españolas frente a la "marcha verde" marroquí. Un grupo de enviados especiales de todo el mundo nos encontramos a un kilómetro del campo minado número 1 y a catorce kilómetros del paralelo 27'40. Frente a nosotros, a una distancia de cinco mil metros, dispersos en un enorme frente que se prolonga hacia el Este, desde el nacimiento de la Sebja de Um-Deboaa, los voluntarios de Hassán II continúan congregándose en el inmenso campamento que montaron hace dos días, cuando un primer contingente de veinticinco mil hombres cruzó la frontera por Tah avanzando hacia el sur. Ahora son más. En este momento, las cinco de la tarde de ayer para los lectores, columnas de vehículos que se dirigen desde Tarfaya hacia el Sahara levantan una gran nube de polvo que, desde hace horas, permanece suspendida en el horizonte. Los camiones cargados de marroquíes afluyen sin cesar a los tres campamentos que se distinguen a simple vista, a unos cinco kilómetros de nuestra posición. Con la ayuda de prismáticos se observan perfectamente las tiendas de campaña, los centenares, miles, de camiones aparcados en torno; la masa de personas que permanece inmóvil, esperando. Hacia el borde norte de la Sebja, un antiguo lago desecado, siluetas empequeñecidas por la distancia se mueven recogiendo arbustos para encender fuego. Algunas columnas de humo gris, de las hogueras donde se cocinan los alimentos, se alzan verticales al cielo, surcado de continuo por aviones y helicópteros españoles que, a través de la radio, comunican incansablemente detalles de la situación a los puestos de mando. Los marroquíes, al parecer, se están congregando en esta especie de cuña, de ocho kilómetros de profundidad. Los millares de personas aumentan a cada hora que pasa. Se supone que cuando todos estén allí, hoy o mañana, reanudarán el avance.

Una columna compuesta por 150 camiones militares, presumiblemente cargados con tropas marroquíes, está llegando al flanco izquierdo del campamento. En el vehículo que sirve como enlace de transmisiones, situado a unos metros de donde escribo, los operadores de radio anotan los datos suministrados por los helicópteros de observación. En torno a nosotros, blindados ligeros y cañones antiaéreos del tercio se alinean en un frente disuasorio, esparcido a lo largo de varios kilómetros, tras las alambradas que señalan el campo de minas número 1. Si los marroquíes avanzan hasta la zona minada, estas unidades tienen órdenes de replegarse hacia la línea del campo minado número 2, a la altura de Daora.

Con unos potentes binoculares de camраñа, oficiales del Estado Маyor del Sahara observan el campamento marroquí, erizado de banderas rojas. Es sorprendente el orden y la organización que demuestran los marroquíes. Las tiendas de campaña no se han plantado de cualquier manera, sino formando calles perfectamente delimitadas. Se cavan letrinas, se deposita material como si los marroquíes estuviesen dispuestos a permanecer ahí durante algún tiempo. Camiones de avituallamiento distribuyen víveres y agua a grupos de personas que se congregan en torno. De los camiones recién llegados descienden hombres y mujeres que son inmediatamente distribuidos por la zona por quienes parecen ser responsables de la organización. Todo, ahí enfrente, se está llevando a cabo como una operación perfectamente sincronizada. 

Gómez de Salazar, el general gobernador jefe del sector del Sahara, llega a bordo de un helicóptero, levantando una enorme polvareda en la tierra removida por las ruedas de los vehículos militares. Frente al campo minado, junto al general Timón de Lara, posa para los fotógrafos. El gobernador opina que los marroquíes no atravesarán los campos minados. Existe un plan para detenerlos, declara, pero no puede ser hecho público todavía. Tampoco quiere decir dónde, de no detenerse, serán frenados los marroquíes sí continúan su avance hacia el Sur. Sus palabras pueden ser interpretadas, según los gustos, de modo ambiguo o de modo muy significativo: "Mi orden, mi última orden, es que ningún marroquí entre en El Aaiún". Pero desde Tah a El Aaiún hay 70 kilómetros... ¿Hasta dónde, mi general, se permitiría penetrar a los marroquíes?... "No hay respuesta, señores. Secreto militar".

Pero la discreción del general Gómez de Salazar no puede ocultar lo que resulta fácil ver sobre el terreno. Las tropas españolas se encuentran fuertemente atrincheradas en Aguil Til Li, en la línea defensiva que, amparada tras el campo minado número 2, se extiende a la altura de Daora, a 27 kilómetros de la frontera. Es allí, aseguran fuentes que se dicen informadas, donde los marroquíes serían frenados definitivamente, de proseguir en su avance. La radio militar del vehículo que sirve de enlace a las transmisiones carraspea, mientras una voz lejana informa que aproximadamente unos ochenta mil marroquíes han cruzado ya la frontera y se disponen a pasar la noche en los tres campamentos establecidos.

Ni un solo tiro

Pueblo, 7 de noviembre de 1975

[El Aaiún, crónica telefónica de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]

Marruecos ha invadido el Sahara. Ignoro si es una invasión controlada o no, si va a detenerse en algún punto determinado o si pretenderá continuar adelante. El hecho concreto es que la "marcha verde" ha cruzado la frontera y que los marroquíes están dentro del territorio, avanzando en la vertical de El Aaiún, hacia el sur.

Ayer, ante la línea minada que los españoles tendieron a trece kilómetros de la frontera, este enviado especial vio la primera oleada de voluntarios marroquíes que, formando un frente de ochocientos metros de ancho por dos kilómetros de fondo, rebasaba el paralelo 27'40, descendiendo lentamente en forma de inmensa mancha de hombres y vehículos. Las avanzadas móviles españolas, situadas en una loma tras el campo de minas número uno, a trece kilómetros de la línea fronteriza, observaban el avance marroquí a distancia, con la ayuda de prismáticos, sin disparar un solo tiro. Un puesto de transmisiones daba cuenta periódicamente al mando de los progresos de la marcha, y los vehículos del tercio, desplegados tras el campo de minas, permanecían a la expectativa.

Las órdenes que, según nos contaron los soldados ayer, obraban en poder de las avanzadillas españolas eran terminantes: no abrir fuego y dejar penetrar a los marroquíes hasta la linde del campo minado número uno. Si los marroquíes comenzaban a atravesar éste, replegarse hasta el campo minado número dos, a unos 27 kilómetros de la frontera, en la zona de Aguil Tel-Li. Si los marroquíes pretendían atravesar también esta segunda línea defensiva, el avance debía entonces ser frenado sin contemplaciones.

En vista de las circunstancias, parece que es en este lugar, Aguil Tel-Li, donde el general gobernador del Sahara declaró hace unos días que los marroquíes no avanzarían ni un metro más abajo de la frontera militar. Ingenuamente, un buen número de enviados especiales habíamos interpretado sus palabras creyendo que la "frontera militar" era la línea de minas número uno, la que se еxtiende a trece kilómetros del paralelo 27'40, pero parece que no es así, que los marroquíes, según los informes recibidos, poseen patente de corso para profundizar casi veintisiete kilómetros en el Sahara. La ventaja de tener una "frontera militar" en el territorio es que ofrece inmensas posibilidades de elasticidad.

Ayer, en la primera línea española, la sensación de quienes desde allí observábamos los progresos de la marcha marroquí era completamente irreal. Una mancha oscura, formada por miles de personas y vehículos, se movía hacia nosotros como una enorme oruga que se desplazase sobre el desierto. A simple vista se роdían distinguir coches, que se destacaban de la masa en dirección al campo minado, deteniéndose ante las alambradas que lo circundan, como inspeccionando la zona. Sobre la riada humana que se acercaba hacia nuestra posición, a unos seis u ocho kilómetros, helicópteros y aviones de caza españoles evolucionaban sin intervenir, radiando mensajes que eran captados por la unidad de transmisiones emplazada junto a nosotros. Los reconocimientos aéreos habían permitido establecer la cifra aproximada de participantes en la "marcha verde", que había cruzado o se encontraba a punto de hacerlo, desde las diez de la mañana, la frontera norte del Sahara: unas doscientas mil personas.

Para los españoles habría sido muy fácil frenar físicamente a los marroquíes, de habérselo propuesto. Una barrera de artillería, salida de las bocas de las piezas distribuidas por el desierto a nuestras espaldas, habría bastado para cortar el paso a los voluntarios de Hassán II, pero, como si todo aquello no fuese más que el desarrollo de algo perfectamente ensayado con anterioridad, los cañones permanecieron en silencio y los marroquíes prosiguieron su avance. 

Ayer, la línea avanzada española parecía cualquier cosa menos un frente de batalla. Los legionarios se encontraban en sus puestos, sobre sus vehículos blindados ligeros o sentados en torno a las piezas antiaéreas, emplazadas sobre camiones. Pero la sensación de peligro estaba ausente por completo. Se observaba aquello con absoluta calma, como si se tuviese la certeza de que no iba a pasar nada. "Les dejaremos llegar hasta el campo minado", dijo un oficial. "Si comienzan a atravesarlo, nos replegaremos hasta la segunda línea, veintisiete kilómetros al sur de la frontera. Es allí donde, si continúan adelante, no vamos a tener otro remedio que machacarles".

Ayer este enviado especial tuvo oportunidad de comprobar personalmente la casi absoluta certeza de que la marcha se detendría ante el primero o el segundo de los campos minados. Medios informados de El Aaiún aludían a la existencia de un acuerdo con Marruecos, mediante el cual la marcha efectuaría una penetración simbólica de diez o veinte kilómetros en el territorio sin proseguir adelante. En las próximas horas comprobaremos si tal pronóstico se confirma.



06 noviembre 1975

La marcha terminará en la frontera

Pueblo, 6 de noviembre de 1975

[El Aaiún, de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]

Ayer, en la reunión que a diario mantienen portavoces militares con periodistas, el gobernador jefe del sector del Sahara, general Gómez de Salazar, anunció que en el día de hoy se esperaba el comienzo de la última etapa en la "marcha verde" sobre el Sahara. El general aseguró que la invasión marroquí "dará comienzo y terminará en la misma frontera". Naturalmente, Gómez de Salazar hablaba en términos simbólicos: la marcha, según todos los indicios, penetrará, de llevarse a cabo, una decena de kilómetros al sur del paralelo 27,40, en territorio del Sahara, aunque se espera que se detenga ante una segunda línea defensiva, la "frontera militar", situada sobre los campos de minas que se apoyan en la Sehja Um Deboa, prolongándose hacia el este, formando una línea paralela a la frontera, a 13 kilómetros de Tah.

No entró en detalles Gómez de Salazar, pero de sus palabras parece desprenderse que las fuerzas españolas van a consentir una marcha pacífica de los marroquíes, siempre y cuando no profundice demasiado y no intente atravesar la "frontera militar", como ya aventurábamos en nuestra crónica de ayer. Existen datos suficientes para pensar que se ha llegado a una solución de compromiso, a un acuerdo mediante el cual los españoles permitirán entrar unos kilómetros a los marroquíes y éstos se contentarán con pasearse simbólicamente, sin pretender, por supuesto, llegar hasta El Aaiún. Todo el mundo salva así la faz. Sin embargo, portavoces militares aseguran que cualquier intento marroquí de continuar adelante una vez se alcance el tope establecido de penetración sería contundentemente frenado. En palabras del propio gobernador general del Sahara, los marroquíes "no avanzarán ni un metro más acá de la frontera militar". En los 57 kilómetros que separan ésta de la capital del Sahara, las tropas españolas se encuentran en estado de alerta. El que todo transcurra sin dar lugar a una confrontación violenta depende ya exclusivamente de los marroquíes. Nuestras tropas, por su parte, están preраradas para afrontar cualquier hipótesis, incluida la más peligrosa.

En el interior, entre tanto, la situación vuelve a la normalidad. El amplio dispositivo de seguridad que se mantenía días antes ha desaparecido casi por completo, y en las calles se ven muy pocas patrullas militares, aunque permanece el toque de queda. Fuerzas de la Policía Territorial se encargan ahora de mantener el orden público, tras relevar el lunes por la noche a los legionarios que acordonaban los barrios musulmanes de la ciudad. Los controles se han reducido al mínimo indispensable, cesan los registros, los cacheos, las identificaciones, y los detenidos соmienzan a ser puestos en libertad, las cosas vuelven también a sus cauces. La huelga casi total de días раsados se ha resuelto con normalidad tras los contactos que el Gobierno territorial mantuvo con representantes saharauis, a quienes convenció de que España continúa salvaguardando sus legítimos derechos. Ayer fue considerable la asistencia al trabajo por parte de los saharauis, y en líneas generales, y según me aseguran portavoces del Gobierno territorial, la situación laboral puede considerarse normalizada.

La evacuación sigue su curso, aunque se tropieza en esta primera fase con la resistencia pasiva de algunos residentes civiles que pretenden permanecer hasta los últimos momentos, entorpeciendo así la fluidez de la operación. Veinticuatro personas han sido multadas con 50.000  pesetas cada una por no haber obedecido la orden de evacuación forzosa. El ejército, por su parte, está procediendo al empaquetado de todo aquel material que no le es absolutamente necesario. La vida y la animación de la capital del Sahara, muy disminuidas en los últimos tiempos, se están apagando rápida y definitivamente.

Sobre los incidentes armados en la zona fronteriza abandonada por el ejército español, fuentes oficiales desmienten categóricamente rumores que circulaban días pasados, según los cuales una unidad del Frente Polisario había causado 140 bajas a los marroquíes en un choque armado con tropas de las FAR. En el enfrentamiento, que se produjo realmente, el número de bajas no es superior a diez, sumando muertos y heridos de ambas partes. Los encuentros armados que se producen en el sector, aseguran portavoces oficiales, son siempre de escasa magnitud, entre pequeñas unidades que merodean en torno a la frontera norte del territorio. A tal respecto, informaciones fidedignas señalan que en la ciudad se ha instalado el toque de queda ante el temor de infiltraciones por parte de comandos del Frente Polisario.

Según informes fidedignos, a lo largo de las dos semanas en que se han ido concentrando los 350.000 marroquíes, de ellos 35.000 mujeres, en los campos de vivaqueo de Tarfaya, se han registrado tres mil violaciones de jóvenes de ambos sexos. Las condiciones de vida de los voluntarios en tiendas de lona o chabolas de piedra recubiertas de mantas han sido penosísimas durante la semana que duró una tempestad de arena. El agua escasea, los alimentos también, y la situación higiénica a causa de las letrinas deficientemente montadas es propicia para la propagación de toda clase de enfermedades infecciosas. ¿Cómo es posible —preguntamos— que ni en España ni ningún otro país hayan planteado el caso de la "marcha verde" ante la III Comisión de las Naciones Unidas, que trata de los derechos humanos? Porque ya no se trata sólo de un problema político, sino de otro puramente humanitario, del que la citada Comisión ha debido ocuparse con urgencia.

Otra pregunta, a propósito de los célebres chimpancés que, al parecer, han sido adquiridos por el Gobierno de Marruecos en diversos países africanos, con el propósito de lanzarlos como vanguardia de la marcha, para que hagan estallar las minas enterradas. ¿Cómo es que ninguna de las muchas asociaciones protectoras de animales que en el mundo hay ha protestado?