Pueblo, 8 de noviembre de 1975
[Frontera norte del Sahara, crónica telefónica de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]
Escribo esta crónica desde la posición más avanzada que mantienen las tropas españolas frente a la "marcha verde" marroquí. Un grupo de enviados especiales de todo el mundo nos encontramos a un kilómetro del campo minado número 1 y a catorce kilómetros del paralelo 27'40. Frente a nosotros, a una distancia de cinco mil metros, dispersos en un enorme frente que se prolonga hacia el Este, desde el nacimiento de la Sebja de Um-Deboaa, los voluntarios de Hassán II continúan congregándose en el inmenso campamento que montaron hace dos días, cuando un primer contingente de veinticinco mil hombres cruzó la frontera por Tah avanzando hacia el sur. Ahora son más. En este momento, las cinco de la tarde de ayer para los lectores, columnas de vehículos que se dirigen desde Tarfaya hacia el Sahara levantan una gran nube de polvo que, desde hace horas, permanece suspendida en el horizonte. Los camiones cargados de marroquíes afluyen sin cesar a los tres campamentos que se distinguen a simple vista, a unos cinco kilómetros de nuestra posición. Con la ayuda de prismáticos se observan perfectamente las tiendas de campaña, los centenares, miles, de camiones aparcados en torno; la masa de personas que permanece inmóvil, esperando. Hacia el borde norte de la Sebja, un antiguo lago desecado, siluetas empequeñecidas por la distancia se mueven recogiendo arbustos para encender fuego. Algunas columnas de humo gris, de las hogueras donde se cocinan los alimentos, se alzan verticales al cielo, surcado de continuo por aviones y helicópteros españoles que, a través de la radio, comunican incansablemente detalles de la situación a los puestos de mando. Los marroquíes, al parecer, se están congregando en esta especie de cuña, de ocho kilómetros de profundidad. Los millares de personas aumentan a cada hora que pasa. Se supone que cuando todos estén allí, hoy o mañana, reanudarán el avance.
Una columna compuesta por 150 camiones militares, presumiblemente cargados con tropas marroquíes, está llegando al flanco izquierdo del campamento. En el vehículo que sirve como enlace de transmisiones, situado a unos metros de donde escribo, los operadores de radio anotan los datos suministrados por los helicópteros de observación. En torno a nosotros, blindados ligeros y cañones antiaéreos del tercio se alinean en un frente disuasorio, esparcido a lo largo de varios kilómetros, tras las alambradas que señalan el campo de minas número 1. Si los marroquíes avanzan hasta la zona minada, estas unidades tienen órdenes de replegarse hacia la línea del campo minado número 2, a la altura de Daora.
Con unos potentes binoculares de camраñа, oficiales del Estado Маyor del Sahara observan el campamento marroquí, erizado de banderas rojas. Es sorprendente el orden y la organización que demuestran los marroquíes. Las tiendas de campaña no se han plantado de cualquier manera, sino formando calles perfectamente delimitadas. Se cavan letrinas, se deposita material como si los marroquíes estuviesen dispuestos a permanecer ahí durante algún tiempo. Camiones de avituallamiento distribuyen víveres y agua a grupos de personas que se congregan en torno. De los camiones recién llegados descienden hombres y mujeres que son inmediatamente distribuidos por la zona por quienes parecen ser responsables de la organización. Todo, ahí enfrente, se está llevando a cabo como una operación perfectamente sincronizada.
Gómez de Salazar, el general gobernador jefe del sector del Sahara, llega a bordo de un helicóptero, levantando una enorme polvareda en la tierra removida por las ruedas de los vehículos militares. Frente al campo minado, junto al general Timón de Lara, posa para los fotógrafos. El gobernador opina que los marroquíes no atravesarán los campos minados. Existe un plan para detenerlos, declara, pero no puede ser hecho público todavía. Tampoco quiere decir dónde, de no detenerse, serán frenados los marroquíes sí continúan su avance hacia el Sur. Sus palabras pueden ser interpretadas, según los gustos, de modo ambiguo o de modo muy significativo: "Mi orden, mi última orden, es que ningún marroquí entre en El Aaiún". Pero desde Tah a El Aaiún hay 70 kilómetros... ¿Hasta dónde, mi general, se permitiría penetrar a los marroquíes?... "No hay respuesta, señores. Secreto militar".
Pero la discreción del general Gómez de Salazar no puede ocultar lo que resulta fácil ver sobre el terreno. Las tropas españolas se encuentran fuertemente atrincheradas en Aguil Til Li, en la línea defensiva que, amparada tras el campo minado número 2, se extiende a la altura de Daora, a 27 kilómetros de la frontera. Es allí, aseguran fuentes que se dicen informadas, donde los marroquíes serían frenados definitivamente, de proseguir en su avance. La radio militar del vehículo que sirve de enlace a las transmisiones carraspea, mientras una voz lejana informa que aproximadamente unos ochenta mil marroquíes han cruzado ya la frontera y se disponen a pasar la noche en los tres campamentos establecidos.
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