Pueblo, 28 de noviembre de 1975
[A tres meses del anunciado final de la presencia española en el Sahara, la situación en el territorio es la siguiente: las tropas españolas se encuentran replegadas, por razones estratégicas, a las zonas próximas al litoral, en torno a las ciudades de El Aaiún y Villa Cisneros. Al otro lado de lo que se ha dado en llamar "frontera militar", en una extensión de terreno que constituye casi las tres cuartas partes del Sahara, la ausencia de fuerzas españolas es total. Nuestro ejército ha abandonado ya definitivamente todos los puestos militares que mantenía próximos a las fronteras del territorio, a excepción de Daora y Hagunia, que, con Smara y Cucraa, se encuentran todavía incluidos en el sector que aún controlan nuestras tropas. El resto, con las ciudades de Auserd y La Güera y los puestos fronterizos de Guelta Zemmur, Hausa, Mahbes y Echdeiria es, teóricamente, "territorio saharaui", pero en la práctica no es sino una especie de tierra de nadie, donde el Frente Polisario se esfuerza por afianzar su autoridad y establecer una administración y donde las tropas marroquíes, cuya penetración se inició el pasado día 1 de noviembre, dominan ya importantes sectores en Hausa, Echeiría y El Farsia, bajo la frontera nordeste del territorio, llegando a profundizar más de sesenta kilómetros en el interior del Sahara. Unos y otros, marroquíes y polisarios, se hallan empeñados en una guerra cruel y encarnizada que, hasta el momento, se encuentra sólo en su fase inicial. De esa guerra, que todavía en buena parte permanece secreta y que tiene por escenario las montañas barridas por los vientos alisios, o el desierto, donde las temperaturas superan a veces hasta los 50 grados centígrados, 'Pueblo' ofrece este impresionante testimonio directo de nuestro enviado especial.]
El Farsia está en las proximidades de la frontera nordeste del Sahara, allí donde la "Hammada", la llanura que se adentra en el territorio desde Argelia, se quiebra en un laberinto de profundas gargantas y cauces secos de ríos, antiguos afluentes de la Seguia El Hamra. Desde hace un mes, en las trincheras de una posición abandonada por la Legión española, efectivos militares marroquíes, casi un batallón, apoyado por algunos blindados, se mantienen en territorio saharaui como en zona ocupada, hostigados de continuo por los guerrilleros del Frente Polisario. Lo mismo sucede en Hausa y Echdeiria, puestos militares españoles españoles que en otro tiempo salvaguardaban la frontera norte del Sahara y que ahora, con sus guarniciones replegadas hacia la costa, se encuentran en poder de las Fuerzas Armadas Reаles de Marruecos.
Porque Marruecos ha invadido el Sahara, al menos parte de él, con importantes fuerzas que cruzaron el раralelo 27,40 al amparo de la cortina de humo que en su momento constituyó la "marcha verde" de Hassán II. Con los españoles situados al otro lado de la frontera militar, para oponerse a la penetrаción marroquí sólo hay grupos de combatientes del Frente Polisario, que desde los primeros momentos iniciaron contra las tropas invasoras la única forma de lucha posible en vista de sus escasos medios y la naturaleza del terreno: la guerrilla. Encaramados sobre las rocas de las montañas que circundan El Farsia y Echdeiria, agazapados en el desierto en torno a Hausa, los polisarios combaten desde hace un mes, fusiles contra blindados y morteros, tendiendo emboscadas en los cauces secos, disparando sobre los convoyes de aprovisionamiento de las FAR y dispuestos, lo afirman ellos, a luchar hasta el último hombre por defender una independencia que consideran gravemente amenazada.
Durante ocho días he compartido la vida de los guerrilleros del Frente Polisario. Ellos me han llevado a la zona de los combates, hasta escasos metros de las tropas marroquíes atrincheradas en El Farsia. Me han mostrado su organización en el territorio que, quizá prematuramente, consideran "liberado", y me han explicado las razones de su lucha. No voy a entrar en consideraciones políticas, cuyas claves se debaten en otros escenarios. Voy a contar lo que he visto.
Recorrí la zona nororiental del Sahara tras cruzar, sin complicaciones, la llamada "frontera militar" a la que se han replegado las tropas españolas. De allí en adelante, el territorio se encuentra bajo control del Frente Polisario. La bandera de los guerrilleros, con frecuencia de fabricación casera, ondea en cada "jaima", en cada campamento, en cada población. En el desierto, en los lugares que parecen más abandonados, centinelas del Frente se encuentran por todas partes, controlando el tráfico que, en vehículos de todo terreno, circulan sobre pistas polvorientas, donde los vehículos traquetean hasta que parecen a punto de romperse en mil pedazos.
Cada hombre tiene su fusil, a excepción de los chiquillos y los ancianos que no pueden combatir. Pero por la pista de Tifariti a Mahbes, cuartel general del Polisario, caravanas de Land Rovers y camiones se dirigen hacia el norte, conduciendo grupos de voluntarios saharauis que abandonan las ciudades para unirse a la guerrilla. Viajan amontonados, cubiertos de polvo, con el turbante envuelto en torno a la cabeza, con las provisiones justas para el camino, con una manta, a veces un cuchillo y un pequeño bulto que contiene ropa. Lo dejan todo tras de sí. Sólo hace un par de días se despidieron de su mujer, de sus "gualletes", de sus padres. Dijeron que se iban a luchar con el Polisario, que volverían, o quizá no volvieran nunca, que Dios es quien lo sabe. Y se fueron a la guerra.
Los hay de todas las edades: jóvenes a los que todavía no despunta la barba y hombres ya curtidos, habitantes del desierto o de las ciudades. Mohamed es uno de ellos: muy joven, con lentes, comparte conmigo su manta y su comida. Seremos compañeros de viaje hasta Mahbes. Allí, tras ponerse a disposición del Frente Polisario, lo veré partir una noche, su manta al hombro, enfundado en el uniforme, que le viene grande, en dirección a un lugar desconocido.
Antes de partir, Ahmed me habló de sus motivos para unirse a la guerrilla. Son, más o menos, los de todos los hombres con quienes conversaré durante estos ocho días. España se va, Marruecos está entrando en el Sahara y hacen falta brazos para luchar por la independencia. "El Frente Polisario es el único que está dispuesto a pelear por ello. No podemos permitir que Marruecos se adueñe del Sahara, porque nosotros somos saharauis, no marroquíes". Para estos hombres, el planteamiento es sencillo. No se trata ya de fosfatos, ni les preocupan los condicionamientos políticos de los países implicados en el tema del Sahara. Es sólo cuestión de supervivencia como pueblo independiente, de luchar contra quien les invade. "No hay acuerdo válido sobre el papel si en la práctica no está rubricado con el fusil", oiré decir en el cuartel general de Mahbes.
En Amgala, pequeña poblacion fronteriza con Mauritania, el Polisario ha establecido un campamento de instrucción, donde los nuevos reclutas aprenden la lucha de guerrillas. Pasaré allí una noche, hablando con el joven responsable militar. La población civil está perfectamente encuadrada, recibe clases, de formación política. Los niños, los "gualletes", hacen instrucción militar y aprenden a utilizar con soltura la terminología revolucionaria. Los veré en Tifariti y Mahbes, desfilando en formación con el fusil ametrallador MAT en bandolera.
También las mujeres aprenden el manejo de las armas. Lulei, secretario general del Frente de Liberación, me dice en su puesto de mando que "hasta el momento no combaten las mujeres y los niños, pero si es necesario irán también a la guerra. De una parte, la invasora, hay tropas bien pertrechadas con armas de la OTAN; por la nuestra, gente con pocas armas y pocos recursos, sin ropas y sin alimentos. Pero Dios está con el derecho y, aunque se alargue la guerra, el que tiene el derecho tendrá éxito".
Es curioso: he podido constatar idéntico optimismo, la misma fe en la victoria final, a todos los niveles. En El Farsia, los guerrilleros, que desde hace un mes se encuentran en las montañas, parapetados tras las rocas, disparando sus viejos fusiles MAS-36 contra los marroquíes, que rocían las crestas con disparos de morteros del 120, los hombres que desde casi un mes se mantienen en sus puestos, helados por el viento que sopla del norte, con unos dátiles y un poco de agua sucia, me han hablado de su lucha, que ahora parece la de David contra Goliat, con una inmensa confianza en el futuro. La ayuda argelina es mínima, lo he comprobado personalmente: se reduce a viejos fusiles y metralletas dejados en Argelia por los franceses, munición y combustible. Ni un mortero, ni un lanzagranadas. Valor inmenso y cero de medios materiales. Sin embargo, me han dicho cosas como ésta: "No tenemos prisa, amigo. Los saharauis sabemos esperar. Sabemos que una guerra como ésta no se gana en un mes, quizá tampoco en un año. Nuestra lucha, como nuestra revolución, es a largo plazo. Tenemos ejemplos, amigo, tenemos ejemplos. Está el pueblo vietnamita, están los palestinos... Si nosotros no vemos el final, lo verán nuestros hijos. Marruecos entra en una tierra que no es suya, tiene muchas armas, pero nosotros tenemos el apoyo del pueblo, somos el pueblo y nos movemos en un terreno que conocemos como nadie, como jamás podrá соnocerlo Marruecos".
No me he atrevido a decirles que el pueblo vietnamita y que los palestinos tienen detrás países poderosos que los respaldan, que les dan armas y apoyo, que les entregan dinero para hacer revolución y la guerra. Y sin embargo, estos hombres delgados y quemados por el sol, con chocantes barbas y con su enternecedora fe en sus propias fuerzas, no cuentan con nadie. Ahí, a pocos kilómetros, está Argelia, sí. Quizá dentro de unos días, mañana mismo, entregue importantes cantidades de armamento, ofrezca dinero, incluso entre en guerra con Marruecos... Pero hasta hoy, hasta este momento, la ayuda argelina en medios materiales es mínima.
Quiero insistir en esto. No he visto ni rastro de ayuda material argelina importante. En El Farsia, cuando estábamos a quinientos metros de los blindados marroquíes, Sidahmed, uno de mis acompañantes, me decía que con un solo mortero se podría desde aquella colina mасhacar a los marroquíes enterrados en trincheras. Pero no hay morteros, Sidahmed. ¿Recuerdas? Cuando entraron seis blindados marroquíes en El Farsia, tus camaradas detuvieron dos, causándoles ligeras averías, pero lo hicieron a pecho descubierto, con latas de gasolina y algunas granadas. Cuando cae muerto algún enemigo, los guerrilleros se juegan la vida para ir a buscar su arma automática, que en estas montañas es un don del cielo. Así se han obtenido esos fusiles de asalto Kalashnikov, Fal, Cetme y Beretta, que los guerrilleros me muestran con orgullo. Han muerto muchos marroquíes, setenta y tantos, en El Farsia, pero no es posible capturar todas las armas. Y los obuses de mortero estallan en las montañas, como aquel que mató a Sidi Mohamed Uld Lehbib, cuya tumba he fotografiado junto a la соlina.
¿Qué sucede con los heridos? ¿Con qué medios sanitarios cuenta el Frente Polisario? No tiene ni un médico. El Frente cuenta con algunos ayudantes técnicos sanitarios que están en lugares fijos, como la muchacha de Amgala, o recorren el territorio distribuyendo medicamentos entre la población civil. También hay alguno en las proximidades de los combates, pero su ayuda debe limitarse a heridas de poca consideración. Todo lo que es grave, cuando requiere cuidados especiales o cirugía, resulta imposible de remediar, a menos que se traslade al herido a Tinduf, en Argelia, a través de cientos de kilómetros de pistas infernales. Eso me lo ha contado el joven ATS que he conocido cerca de Tifariti, y que ahora se debe encontrar atendiendo a los setecientos refugiados, las muieres, niños y ancianos de Echdeiria, que huyeron hacia el sur ante el avance marroquí y que se concentran en un punto al sur de El Farsia, sin comida, sin mantas, sin agua, calentándose en las noches heladas a la escasa luz de pequeñas hogueras en medio del desierto. Hacia ese lugar, y a otro campamento situado un poco más al Oeste, acuden todos aquellos que no pueden empuñar las armas. Como esas tres mujeres que, con el crío de la mano y un borriquillo, encontramos un anochecer en mitad del desierto, sin otra cosa que lo puesto. Bajaban hacia el Sur, caminando desde El Farsia. Los marroquíes, nos contaron desesperadas, habían incendiado sus "jaimas", les habían quitado las mantas y los objetos de valor y se habían llevado a los hombres a Marruecos. Ellas habían escapado solas, aprovechando la noche, y caminaban sin saber a dónde ir, huyendo de la guerra.
En los cadáveres de los marroquíes muertos los guerrilleros han encontrado, a veces, pulseras y objetos de plata saharauis. Uno de mis acompañantes me cuenta que mató a un soldado de tres disparos y me enseña sus sandalias, una pulsera saharaui de plata y una carta que el soldado debió de recibir poco antes de morir. En ella su esposa le dice que le lleve algún recuerdo del Sahara a su regreso. "Es difícil que le lleve nada ahora", comenta el guerrillero encogiéndose de hombros, mientras guarda, cuidadosamente doblada, la carta en el bolsillo.
Es cierto que han muerto muchos marroquíes. He visto sus sandalias, distintas a las "nailas" saharauis, en los pies de los guerrilleros que les dieron muerte. He visto algunas de sus armas, sus granadas, sus uniformes agujereados, sus cascos de acero que no les libraron de las balas del Polisario. En el bolsillo de la camisa llevo un macabro recuerdo de esta guerra: un botón dorado, con la corona y una estrella de cinco puntas, de la guerrera de un oficial de las FAR acribillado a tiros en las montañas. Esta es una guerra despiadada, las condiciones en que se desarrolla son terribles, y no hay hay cuartel para ninguno de los dos bandos.
Muchos de los guerrilleros que aquí combaten visten todavía el uniforme de la Policía Territorial y Tropas Nómadas. Son aquellos que fueron desarmados y licenciados por España, que se han unido al Polisario en la lucha contra Marruecos. Algunos me conocen, hemos hecho patrulla juntos, me abrazan riendo como niños: "Cuando vuelvas a El Aaiún di a nuestros oficiales que nos acordamos de ellos".
"Peleamos contra el FAR", me dirá Lulei en Mahbes, "que han entrado en nuestra tierra para arrebatárnosla. Marruecos sólo busca nuestra riqueza; viene al Sahara para vivir más cómodamente. Pero es poca la comodidad que aquí va a encontrar. Aquí sólo hay un pueblo con una dignidad dispuesto a defenderla, a matar y a morir por conservarla. La Administración española se ha retirado de esta zona, pero nosotros no lo lamentamos. Ahora ondea aquí nuestra bandera y trabaja nuestra propia Administración". El Polisario rechaza cualquier acuerdo sobre el territorio que se concluya sin su participación y rechaza de antemano cualquier referéndum sobre el futuro del Sahara. "El futuro lo estamos decidiendo ahora por medio de las armas", me dice un responsable militar. "Es completamente falso que la población saharaui, como se empieza a afirmar, sea favorable a Marruecos. Esa, quizá, sea la postura de muchos oportunistas, pero el pueblo, lo estás comprobando con tus propios ojos, piensa de forma distinta y por eso empuña las armas. Tienes por testigos a los cadáveres marroquíes que se pudren en El Farsia".
En El Farsia, agazapados tras las rocas que nos protegían del fuego marroquí, observando los cuatro blindados que apuntan sus cañones hacia las montañas, enterrados en zanjas de las que sólo asoman las siniestras torretas metálicas, un guerrillero me ofreció un sorbo de agua con una sonrisa. "¿Sabes una cosa, periodista? Yo, personalmente, no sé si ganaremos o perderemos esta guerra. De lo que sí estoy seguro es de que, mientras quede un saharaui vivo capaz de empuñar armas y dispuesto a luchar por la libertad de su pueblo, el Sahara continuará existiendo. Dios nos ve".
http://icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/LA%20GUERRA%20SECRETA%20DEL%20SAHARA.pdf

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