Herme Cerezo - diariosigloxxi.com - 27/10/2023
La reciente novela de Arturo Pérez-Reverte, ‘El problema final’, publicada por Alfaguara, significa una nueva incursión en el género policiaco por parte del escritor cartagenero. Digo nueva porque no es la primera. Ya lo hizo con anterioridad en ‘La tabla de Flandes’, ‘El asedio’, aunque con matices por el trasfondo histórico en que se enmarca, o en el mismo ‘El Club Dumas’.
Como ha comentado, e incluso puesto por escrito el propio autor en el suplemento cultural del diario 'ABC', ‘El problema final’ «no es una novela negra, dicho sea con todo el respeto para quienes las escriben, sino una novela problema como las de antes, sólo que de ahora». Pérez-Reverte ha intentado regresar al tiempo en que lo importante de las novelas policiacas era no sólo descubrir al autor o autora de los crímenes, sino también averiguar su modus operandi, utilizando el argot típico del género.
La acción de la novela ubica a nueve personas en el hotel Auslander de la isla de Utakos, situada frente a Corfú. Incomunicadas por un infame temporal, ninguna de ellas puede entrar o salir de la isla. Irremediablemente, el planteamiento de la situación y el escenario remiten la imaginación del lector a los ‘Diez negritos’ de Agatha Christie. Y este punto de partida, el recuerdo de novelas policiacas inolvidables, será un denominador común del texto, trufado de citas, frases y referencias de Conan Doyle, la propia Christie, Ellery Queen o Thomas de Quincey, entre otros.
En Utakos pronto aparecerá la primera víctima, Edith Mander, una discreta turista inglesa, lo que despertará la inquietud de los huéspedes del Auslander. Como no podía ser de otro modo, la policía, a causa del temporal, tampoco puede acercarse a la isla para efectuar las averiguaciones pertinentes. Entre las personas alojadas, figura un tal Hopalong Basil, de verdadero nombre Ormond, un remedo del actor Basil Rathbone, que, en su tiempo, alcanzó la fama por haber protagonizado quince películas encarnando al personaje de Sherlock Holmes. Ante la falta de recursos policiales, los huéspedes y la propia dueña del hotel encargarán la investigación del caso a Basil, aduciendo que de sus interpretaciones del célebre detective británico para el cine «algo se le habrá pegado». Para rematar la similitud con Holmes, dibujada con gesticulaciones y palabros, Basil no fuma en pipa, pero sí consume unos puritos pequeños, que guarda en una lata, muy propia de los años sesenta en que transcurre la historia. Este sencillo recurso, convierte el consumo de estos puritos en un rito sagrado, irreemplazable, esperado y deseado a lo largo de la narración.
Aunque a regañadientes, Basil inicia sus pesquisas para identificar al criminal. En su cometido contará con la ayuda de Paco Foxá, un escritor español de novelas policíacas de poco fuste. En los diálogos entre ellos, y también con algunos otros personajes, las referencias a situaciones holmesianas serán constantes. Pérez-Reverte ha volcado en estas páginas su bagaje de lecturas y relecturas pasadas, lo que de alguna manera significa también rendir un homenaje al género y recuperar aquel tiempo anterior en el que, como él mismo señala en el mencionado artículo del 'ABC', «cada página leída era sorpresa, emoción e intriga».
A la vez, el creador de Alatriste establece, como han hecho siempre los grandes autores policíacos, un juego con el lector, que debe aceptar una cierta dosis de inocencia para participar en él. El suministro de pistas, a través de los diálogos y de los nuevos acontecimientos que se suceden, es el vehículo del que se sirve para desarrollar su juego. Una lucha de inteligencias entre autor y lector, una partida de ajedrez, una apuesta tácita, la imaginación del primero contra la del segundo.
Por momentos, a causa de la abundancia de diálogos, uno tiene la impresión de que el libro que sostiene en sus manos corresponde a una obra de teatro. De hecho, uno de los personajes, la soprano Farjallah, no duda en reconocerlo cuando, en una de sus conversaciones con Basil, afirma que «me parece estar en un escenario, entre decorados en los que entran y de los que salen personajes y situaciones». En este sentido, mi imaginación ha volado no hacia los ‘Diez negritos’ de la Christie, sino hacia otro espacio de ficción, el cine, representado por la película ‘Key Largo’ (‘Cayo Largo’), dirigida por John Huston.
No quiero olvidarme de la portada del libro. Una buena portada es el primer paso para atraer la atención del lector. La edición de ‘El problema final’ ha sido muy cuidada y la ilustración de la cubierta, con aires de art déco, obra de Riki Blanco, es un completo acierto. Destaca sobre los demás libros en cualquier mesa de novedades editoriales.
Hay por último, interpelaciones al lector, referencias a la realidad y la ficción y reflexiones acerca de la propia novela por parte de los personajes. Introducir al escritor Foxá, como un sosias del Doctor Watson, da pie a todo ello. A este respecto, tropezamos con muchas frases memorables en el texto: «Un número insuficiente de crímenes defraudará a los lectores de una historia policial...» o «Nosotros estamos en otra novela». Los personajes, dentro de su irrealidad, viven su propia realidad. Nosotros, como lectores, asistimos a sus tribulaciones reales e irreales y las interpretamos.
Acabo ya. En ‘El problema final’ el peso de Conan Doyle es innegable. El mismo título es testigo de ello. Pero, en el fondo, dejando a un lado a los protagonistas, sus obras y sus parrafadas célebres, huelo el sello de Agatha Christie. Tal vez quede solapado porque detecto su huella en la carpintería interior: dosificación de la información, cierta o falsa; golpes de efecto; sospechas y posteriores descartes de los presuntos culpables; y el espacio solitario de la isla, óptimo para desplegar las artes de un crimen premeditado y matemático. Y, a mi juicio, lo mejor del libro es su desenlace. Una vuelta de tuerca, doble o triple, a las típicas soluciones de las novelas-problema, con o sin habitación cerrada. Una muestra magistral del oficio de Pérez-Reverte como escritor. Solo por el último capítulo, el número 9, "Análisis post mortem", merece la pena haber leído los ocho anteriores para despejar la incógnita de este problema final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario