10 octubre 2023

"Lo que está pasando en Israel ha pasado desde hace 3.000 años"

Entrevista de Voro Contreras - levante-emv.com - 10/10/2023

Arturo Pérez-Reverte anduvo ayer por València para presentar 'El problema final', una novela policiaca a destiempo. Es decir, sin mucha sangre ni asesinos apocalípticos y psicopáticos. Es, en cambio, una historia de misterio y precisión como las de Agatha Christie o Conan Doyle. De hecho, su protagonista, el actor Hopalong Basil, es un trasunto de aquel Basil Rathbone que interpretó a Sherlock Holmes en un buen puñado de películas y que en este libro se dedica a investigar un crimen al parecer inexplicable en un pequeño hotel. “Hay un aluvión de novela negra enorme. Algunas están bien, otras no tanto", dice Pérez-Reverte sobre los motivos que le llevaron a escribir 'El problema final'. "Así que me dije: "¿Y si volvemos a los clásicos? Esos no fallan". ¿Un lector de ahora aceptaría una novela a la manera de antes, un enigma de cuarto cerrado?”. 

—¿Es difícil escribir una novela siguiendo un canon?

—Es más difícil, porque hay normas que no puedes violar: "El asesino nunca puede ser un mayordomo ni un chino como Fu Man Chu". Jugar con un canon de hace un siglo y medio con un público de ahora no es nada fácil. Yo no sabía si iba a funcionar, y de hecho le envié a la editorial la novela sin el último capítulo para ver si funcionaba. Ser canónico es mucho más difícil que ser heterodoxo.

—¿Se siente uno más satisfecho cuando logra cerrar una novela como esta?

—El problema es que en una novela como esta si el final está por debajo de la novela quedas muy mal con el lector. Y si el lector llega antes que tú a la meta también quedas mal. Dosificar los ritmos, hacer que el lector vaya contigo pero nunca por delante y al final sorprenderlo era muy difícil. Eso requiere una planificación meticulosa, una estructura minuciosa, personajes calculados y que todo eso encajase sin dejar cabos sueltos. Pero de eso se trata, yo cobro por este trabajo.

—¿Para escribir una novela popular hay que renunciar a ser la novela seria, como dice uno de los personajes?

—No, pero para escribir una novela de este tipo hay que dejar de lado elementos que lastrarían la novela popular. Si tú le haces a un personaje un desarrollo psicológico de dos páginas, al lector popular lo dejas fuera. Mucha buena novela de misterio se malogra porque el autor quiere hacer una novela trascendente y la fastidia. La más elemental de las novelas de Agatha Christie no es una mala novela, solo se ajusta a las reglas canónicas de un género que exige ser escueto, eficaz y preciso. El problema es que haya gente que piense que una novela de Agatha Christie, Conan Doyle o Stephen King no sea una obra maestra. Lo es para su público, que por cierto podemos ser todos. Esa línea absurda que trazan algunos entre alta y baja literatura, entre Agatha Chriestie y Tolstoi, es falsa.

—¿No es un debate superado? 

—Superado por algunos. Hay otros que siguen en eso. 

—A usted le incluyen en ese debate.

—Sí, pero me da igual. Mi ventaja es que yo llevo ya 33 novelas publicadas y lectores en 40 países. Yo no soy un artista, yo soy un escritor profesional. Intento contar una historia y que me paguen por hacer ese trabajo. Así que pienso en el lector que tengo y en ganármelo en cada novela. No escribo pensando en la posteridad ni que voy a cambiar la historia de la literatura, sino en que cuantos más lectores me lean mejor. Que sea alta o baja literatura me da igual.

—Si no fuera escritor profesional ¿escribiría otras cosas?

—No sería escritor. Yo soy un lector, un tipo que lee desde los cinco o seis años, que tiene una biblioteca grande y que se ha pasado la vida viajando con un libro en la mochila. Para mí escribir no es una necesidad, es una manera de mirar el mundo. Pero si no escribiera leería y navegaría, y sería igual de feliz. Pero la vida me ha llevado aquí. De pronto vi que mis novelas se leían en muchos países y que eso me daba libertad. Me dejé el periodismo, que no me gustaba hacia dónde derivaba, y me dediqué a escribir. Escribir para mí no es un acto trascendente, es un acto cotidiano que además me garantiza un año o año y medio de felicidad: me obliga a leer, a visitar lugares, a fijarme en el agua que bebes o en si la chica lleva zapato de tacón o plano. Es decir, me obliga a mirar el mundo, a estar aquí, a mantenerme lúcido, a no volverme egoísta y a estar joven de cabeza.  

—Está en este mundo, pero su última novela ambientada en la actualidad ['El francotirador paciente'] tiene ya diez años. ¿De qué presente se refugia escribiendo?

—Mis abuelos nacieron en el siglo XIX y yo soy un hombre del XX al que le ha tocado estar en el XXI. Mira, mi teléfono [enseña uno bastante viejo] es de este tipo. Miro de una manera digamos que más clásica. Cuando era reportero para conseguir un teléfono tenía que sobornar a gente, enviar flores a una telefonista, engañar, mentir… Ahora haces así y hablas. No me interesa una novela donde hay un satélite y un "hacker". No es mi mundo, no me apetece. Eso ya lo hacen otros y lo hacen muy bien.

—Su protagonista, Hopalong Basil, acaba no diferenciándose del personaje que le ha hecho famoso. ¿Y usted, se diferencia mucho del “personaje” Pérez-Reverte que tiene miles de lectores y opina mucho en las redes sociales?

—Claro, claro. No te voy a desnudar aquí mi corazón, pero yo hago muchas trampas con eso, y para mí es muy divertido. La imagen de gruñón, broncas y duro me la han hecho otros y yo la he aceptado. Yo no soy un blando, he vivido en un mundo duro y soy un tipo duro por formación, educación y biografía. Pero los lectores y los tuiteros me han dado una imagen más dura de lo que soy, y no quiero decepcionarles.

—“El rencor fatiga mucho”, dice otro de sus personajes. Con todos los libros que usted vende, ¿no se fatiga de estar contando y contestando a todo el mundo en las redes sociales?

—No, no, al contrario. Twitter es muy interesante porque es un magnífico escaparate del género humano. En Cartagena, cuando vamos a pescar, hacemos una cosa que es echar “grumeje”, cebo de baja calidad para que los pescados vengan. A mí me gusta echar “grumeje” en Twitter y ver cómo los peces vienen. Ves lo bueno y lo malo, lo despreciable y lo noble. Cada vez que echo grumeje y vienen los peces, aprendo y comprendo y entiendo cosas que no entendería sin Twitter.

—Como Basil, ¿ha intentado en su vida ser como los personajes que ha leído?

—Esto es complicado… Yo soy un niño de 7 años que lee 'Los tres mosqueteros', 'El conde de Montecristo', después a Graham Greene, a Conrad... Ese niño, hasta los 18 años, se forma con lecturas y quiere ser lo que ha leído. Y cuando sale al mundo con el objetivo de ser el americano tranquilo o Lord Jim, se encuentra con su propia vida y empieza a ser él. Conseguí ser lo que quería ser, viví en ese lugar, conocí a chicas guapas, amigos valientes, gente cobarde, hice cosas buenas y cosas malas… Ahora, a mis 70 años, ya soy yo, aunque sin renunciar al D'Artagnan o al Lord Jim que fui. 

—Cuando ve lo que está ocurriendo ahora en Israel y Palestina, ¿no le gustaría volver a ser el periodista que también fue?

—Lo que está pasando en Israel ha pasado desde hace 3.000 años. Ya lo he visto en Bosnia, en Croacia, en el Salvador, en Angola… En vez de con armas, con machetes. En vez de violar a una blanca, a una negra… Al ser humano siendo hijo de puta lo he visto siempre. Lo de Israel confirma una larga biografía, en la que he visto eso muchas veces. He estado 21 años estando ahí, pero ya no es mi trabajo.

—"No hay nada original bajo el sol", escribe en esta novela, aunque refiriéndose a la literatura. 

—Nunca hubo nada nuevo bajo el sol. ¿Qué hace Shakespeare? Lo que hacía ya Plutarco. Todo está en el teatro griego, y desde entonces el ser humano lo ha ido retomando y aportando el talento que tenga y la nueva visión que tenga. El problema es que ahora hay muchos creadores que no han leído un libro en su vida y que piensan que están descubriendo cosas. La desmemoria es el gran problema de la cultura occidental del siglo XXI. La emoción te ciega.

—En 'El problema final' usted defiende la inteligencia por encima de la emoción. ¿En la vida también?

—Sí, sí.

—¿Por qué?

—Porque la emoción te ciega. Es un sentimiento noble, al que todos estamos sometidos, incluso yo. Pero he visto que muchas veces te nubla el juicio. En el mundo actual se ha sustituido razón por sentimientos, y eso es muy grave. Ya no razonas, sientes. "Siento que los palestinos, siento que las ballenas, siento que las focas"… Excluyes el razonamiento, y eso, además, te hace sentirte en el bando bueno. Crea unas miradas dogmáticas, parciales, que excluyen el diálogo. Estamos creando una sociedad que se mueve por emociones y no por razón. Hemos sustituido humanismo por humanitarismo y eso es terrible. Es la nueva religión, y toda religión tiene apóstoles, profetas y, sobre todo, inquisidores. Esta nueva religión de los sentimientos está generando inquisidores que son implacables e injustos con los que no comparten su punto de vista.

—“Hasta ahora conseguí mantenerme ajeno a ese despiadado rencor que a menudo le inspira a uno sentirse viejo”. ¿Siente usted lo mismo que Basil?

—Completamente. Quizá por la vida que he llevado, o por carácter, no soy un hombre de rencores. En vez de odiar me río. Cuando tienes una edad y una biografía como la mía ¿cómo vas a tener rencor porque un tío…? Esto, traducido en palabras y puesto entre comillas y fuera de contexto se alejaría de la realidad, así que esta pregunta no te la voy a responder.

—Pues nada, acabemos. Foxá dice que de sus más de 30 novelas, ni media docena pasaría el filtro. ¿Usted tiene alguna que no se atrevería a releer?

—No he releído ninguna. Una vez he escrito una novela y la he corregido, no la vuelvo a leer.

—¿Pero está satisfecho con todas?

—Mis lectores están satisfechos, y si ellos están contentos yo también. Tengo novelas mejores y peores, algunas con las que estoy más a gusto que con otras. Pero no hay ni una sola que lamente haber escrito y que no me haya hecho feliz escribiendo, ni que no haya tenido lectores ni haya estado en la lista de los más vendidos. Soy consciente de ese privilegio, de ahí mi obligación con los lectores. Yo no voy por la vida en plan escritor envanecido.

—¿Cuál es el truco para no envanecerse cuando uno tiene miles de lectores?

—La biografía. Yo, como los generales romanos, recuerdo que soy mortal. Mi abuelo me decía que cuando subas por una escalera saluda a todo el mundo, porque vas a encontrártelos cuando bajes. Yo sé que al final bajas o que dependes de un virus, de una bala o de un semáforo en rojo. Y he visto a tíos muy poderosos pidiendo al día siguiente que no les mataran, y a la mujer más bella de la ciudad prostituyéndose por un paquete de cigarrillos. Así que vivo con esa saludable incertidumbre, no acojonado pero sí sabiendo que siempre estás expuesto.

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