Entrevista de Ana Trasobares - Esquire - 21/10/2024
Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) vuelve a abrir el baúl de los disfraces para jugar otra vez a piratas y corsarios. No son los que navegaban en galeras por el siglo XVII en 'Corsarios de Levante' (2006), una de las entregas de su famosa serie del Capitán Alatriste. En esta ocasión, la aventura se vive junto a los bucaneros modernos que surcaron las aguas del mar Egeo como parte de la contienda de la Guerra Civil española. Mientras unos intentaban interceptar las ayudas que enviaba la URSS a la República, los otros se las ingeniaban para que llegaran a puerto. Otra vez la diversión se alía con la Historia, porque así es como se lo pasa bien el escritor. También porque de niño se bebía las aventuras de Stevenson, Salgari, Dafoe, Julio Verne, Cervantes o Mark Twain y dice que uno es, en el fondo, las lecturas de su juventud.
Prolífico y concienzudo —va por la novela número 34 y hace solo un año presentó la anterior, 'El problema final'—, hoy vuelvo a encender mis notas de voz para grabar las palabras de un hombre que siempre tiene cosas que añadir. Ya le entrevisté por 'Revolución' (2022), una novela sobre el México del primer tercio del siglo XX cuando Pancho Villa y Zapata le dieron la vuelta a la historia de su país. Entonces me pareció un tipo que sabía exprimir la vida. No ha cambiado. Si para aquel libro regresó a su México lindo, esta vez se ha pegado unos cuantos viajes a las Cícladas occidentales griegas donde se desarrolla su nueva novela, 'La isla de la Mujer Dormida' (Ed. Alfaguara). Conoce bien la zona porque como reportero de guerra la transitó, pero como el trabajo de campo es una de sus principales herramientas —eso nos dice—, tampoco ha prescindido de volver esta vez. La isla que aparece en el libro es imaginaria, también el trío protagónico y los espías que por ahí deambulan. El resto es fruto de la documentación, la experiencia, la imaginación y el talento de conjugar todo ello. Y de su pasión marinera, que se me olvidaba, y que en este libro te cala hasta los huesos. Damos paso a un académico de la Lengua al que intentamos sonsacar su verdadera naturaleza, aunque solo a veces se despista.
—'La isla de la Mujer Dormida' es una novela de mar, de guerra, de espías, de amor, de venganza y de aventuras. La última vez que le entrevisté dijo usted que las novelas que escribe son el fruto de las historias que le acompañan desde hace más o menos tiempo. ¿Desde cuándo guarda esta? ¿Cómo se encontró con ella?
—No me trates de usted, por favor. Es cierto que hay historias que te acompañan toda la vida, pero evolucionan y se transforman en otras. Esta en concreto arranca en mi infancia. Cuando era niño no había televisión. La conocí con 12 años, así que mi entretenimiento principal era leer libros y ver cine. Mis favoritos eran los libros y las películas de piratas y corsarios: 'El capitán Blood', 'La isla del tesoro', 'El Corsario Negro'. De hecho, yo jugaba a eso. Entonces, cuando empecé a escribir libros, siempre tuve en la cabeza la idea de hacer una historia de piratas fuera de la ley con el mar de fondo, pero se cruzaban otras historias. Y un día, estando en una isla del mar Egeo, vi claramente la novela. “Este es el sitio”, pensé. Ya había escrito 'Corsarios de Levante', pero aquello nada tenía que ver con la modernidad. Y entonces, en ese lugar del Egeo, de pronto vi la isla, vi los barcos, vi el escenario. Pensé en todas las guerras que allí se habían librado y, al final, me decanté por la Guerra Civil Española como telón de fondo. La historia parte de un hecho real: el tráfico de mercancías y ayuda militar desde la URSS a la España de la República. Aquella ruta pasaba por el Egeo y era atacada por barcos italianos y también por españoles del bando nacional. Resumiendo: con 'La isla de la Mujer Dormida' he cumplido a los 73 años un sueño infantil. He ajustado cuentas con la infancia.
—¡Qué presente tienes al niño que fuiste!
—Sí, de hecho nunca he dejado de jugar a ser pirata, aventurero, espadachín. Lo que pasa es que ahora lo hago de una manera diferente, o sea, escribiendo novelas. Las novelas para mí, además de ser una gran diversión, son una especie de ajuste de cuentas, de ordenar cajones, de cerrar episodios de mi vida, de recordar, de homenajear y de dejar zanjados asuntos que tengo pendientes desde el niño lector que fui. Leer una novela es seguir jugando. Así es como yo me sigo disfrazando.
—A grandes rasgos, esta es la historia de una operación secreta contra la República. ¿Por qué nunca te posicionas ni entras en conflictos ideológicos, a pesar de que tus novelas se desarrollan en periodos trascendentales de la Historia?
—Hay dos líneas de respuesta a esta pregunta. Una es que mis novelas hablan del hombre actual, pero a mí la actualidad como elemento narrativo no me gusta. El mundo actual es demasiado vulgar, incluido yo, por supuesto: teléfonos móviles, "hackers"… Es lo que se oye cuando vas en el autobús. Y yo lo que hago es que me llevo los temas que me interesan a otras épocas. Hablo del hombre actual, pero me resulta más atractivo, narrativamente hablando, trabajar en el siglo XX, en los años 20, 30 o 40, que en 2024, con lo que esto significa. Por otro lado, el mundo actual tiende a exigir líneas entre el bien y el mal. Parece que hay que estar a favor o en contra de todo: Israel o Palestina, feminista o machista, de derechas o de izquierdas. Esto me parece un error, es tóxico, porque impide ver que el mundo es una amalgama de grises. La vida que llevé como reportero de guerra así me lo enseñó. Yo he hecho la guerra de Oriente Medio con palestinos, con Hezbolá, con Hamás, con los sirios, con los libaneses, con los israelíes, y he visto que cada uno tiene sus motivos para hacer lo que hace. Otras cosas es que, a nivel de grandes ideas, tengas claro que Putin es malo y Ucrania es buena, que la República era buena y Franco era malo. Por ejemplo, mi padre, mi tío y mi abuelo, que eran chicos de buena familia, de clase media aburguesada, lucharon por la República cuando lo esperado hubiese sido que lo hicieran en el otro bando. Quiero decir con esto que cuando te acercas a los seres humanos es cuando descubres los matices. Todos los tenemos. La tendencia que hay ahora de que todo tiene que ser blanco o negro, y si no es así es inadmisible, es falsa y peligrosa.
—O sea, que prefieres moverte en esa zona de grises de la que hablas porque, a fin de cuentas, así es el mundo, ¿no?
—Exacto, a mí me gusta trabajar en mis novelas las zonas de grises. El mundo es un lugar ambiguo, lleno de contradicciones. Hoy puedo ser un héroe y mañana un villano, o al revés. O pensar por el día una cosa y por la tarde otra. Todo es muy complejo, muy confuso. Ni siquiera somos los mismos cuando tenemos 20 años que cuando cumplimos 70. Por eso mis novelas tienen una deliberada ambigüedad ideológica, política, vital y humana. El mundo es así. Esa es mi libertad frente a la exigencia de posicionarnos.
—¿Serías el mismo escritor si hoy tuvieras 30 años?
—Cuando uno es joven tiene el problema de que la sociedad le exige un posicionamiento. Si no lo muestra, lo cancela. Pero con mi edad y con 34 novelas detrás, ya me da igual. Yo ya no tengo por edad las cortapisas ni las presiones sociales que el mundo actual impone a un escritor. Si yo ahora mismo tuviera 30 años tendría mucho cuidado, porque enseguida te etiquetan: “Este es un fascista, un machista, un izquierdista, un anarquista…”. Y ya te han fastidiado.
—Y tú, ¿quién eres?
—Pues depende del día y de quién me pise, y eso es lo que la sociedad actual no suele admitir. Pero este es el lujo que la edad, la obra, el tiempo que llevo en el oficio y los lectores que tengo me permiten.
—Háblanos de 'La isla de la Mujer Dormida'. ¿Nos describes brevemente quién es el trío protagonista y la relación que mantienen?
—Está el marino mercante, Miguel Jordán Kyriazis, un marino como los que han formado parte de mi vida desde que soy niño. Luego está el barón Katelios, un hombre culto cuyo mundo se está desmoronando. Este es un fenómeno muy actual, eso ahora mismo también está ocurriendo, solo que él lo vive en el año 37. Ese mundo del ayer está presionado por fascismos, comunismos, socialismos, nazismos, anarquismos. Él, desde su mundo aristocrático, estable, elegante y elitista, se repliega en su biblioteca y está como muerto en vida. El problema es cuando aparece el otro personaje, ella, su esposa, Lena, la verdadera protagonista de esta historia. Ella responde a un fenómeno para mí muy interesante que es intemporal. La figura del héroe, del hombre admirable construido porque la mujer lo admira. Al principio, como en cualquier relación, ella solo ve en él virtudes. Pasado el tiempo, se pregunta por qué ha dejado su vida en un segundo plano y es entonces cuando ese héroe se resquebraja porque ya no es admirado. Te despiertas una mañana, miras al tío dormido que hay en tu cama y te dices: “¿Por este gilipollas he dejado mi vida y me he atado a él para siempre?”
—Y es entonces cuando Lena se alza como protagonista absoluta. No es la primera vez que una mujer protagoniza una de tus novelas. De hecho, en tus libros, hay muchas mujeres valientes, audaces, con carácter, mujeres que pelean por sobrevivir en un mundo de hombres, pero Lena es diferente. ¿Por qué?
—Porque ella es una mujer derrotada que sabe que ya no hay victoria posible, sus naves están quemadas. ¿Qué le queda? La venganza. Y en la venganza de una mujer inteligente hasta el sexo tiene que tener un factor intelectual. Ella ajusta cuentas con ese hombre de una manera calculada, utilizando paradójicamente el sexo y el desprecio, pero, como digo, como elementos intelectuales. El conflicto surge cuando aparece Jordán, el marino, y ella se enamora. La venganza entonces resulta perfecta. Esta novela es la historia de la venganza de una mujer. Es mi primera novela protagonizada por una mujer derrotada que prefiere morir matando, nada que ver con la protagonista de 'El italiano' (2021). Aquí la desesperanza, la soledad, el fracaso, la tristeza, la nostalgia de esta mujer es mucho más intensa porque sabe que no va a cesar nunca. También porque sabe que el hombre que aparece en su vida, el marino, tampoco es la solución. Es más bien una especie de analgésico, de pausa en el camino hacia ese final que ya está recorriendo. En esta historia de amor desesperado ninguno dice “te amo” porque los dos saben que un día reanudarán su camino por separado.
—En esta historia de amor también hay sexo, imagino que necesario para ver cómo es esta mujer en todas sus facetas.
—Sí, quería que fuera evidente que es ella quien genera esos encuentros. Ella es la que maneja la situación, mientras él se deja llevar. Ella le conduce a la casa, ella le hace sentarse, ella es la que actúa. Y él asiste a todo ello casi con estupor. Lena lo controla todo, también el sexo. Pero no solo es material narrativo. También quería con ello romper el estereotipo y la idea de que en el sexo —y no hablo solo de temas de cama, sino en general— es el hombre el que actúa y da el primer paso. Eso no es siempre verdad, a menudo es la mujer la que toma esas decisiones. Atribuir a la mujer un papel pasivo en el sexo y en la vida es un error, porque normalmente no es así.
—Bueno, eso ocurría sobre todo en el pasado por los convencionalismos y las reglas sociales, ¿no crees?
—Claramente, y aún así ellas siempre han tomado sus decisiones con los medios que la sociedad les permitía tener a su alcance. Y a las que se saltaban las normas y rompían tabúes había que matarlas y quemarlas en la hoguera o llamarlas zorras. Afortunadamente, ahora las mujeres pisan mucho más fuerte en ese y otros muchos terrenos. Hay que reconocer que cuando una mujer es segura de sí misma, es sólida, toma la iniciativa, da miedo.
—Hace unos días hablamos con Pedro Almodóvar de sexo, con motivo del estreno de 'La habitación de al lado'. Dos de sus personajes, casualmente corresponsales de guerra como lo fuiste tú, piensan que en medio de una matanza atroz el sexo se convierte en la necesidad de demostrarse a uno mismo que sigue vivo y que el sexo es el mejor escudo para luchar contra la atrocidad de la guerra. El cineasta confesó que él también piensa así. ¿Estás de acuerdo?
—La guerra es un caos, y el sexo en la guerra, para quien lo practica —recalco, para quien lo practica— puede ser una vía de escape, un desahogo, un analgésico, una forma de olvidar, una forma de compensar horrores, dolores, angustias y otras muchas cosas más. La promiscuidad en la guerra es muy frecuente entre periodistas; no todos, pero algunos de ellos sí. Es lo más que te puedo decir, que es cierto, que no es inexacta esa apreciación. Pero es todo mucho más complejo, habría que dedicarle una larga conversación.
—Y hemos venido a hablar de tu libro, así que continuemos, por ejemplo, con los capítulos marítimos por el mar Egeo, llenos de acción y aventura, que resultan tan reales como literarios y cinematográficos. ¿Es resultado de un trabajo profundo de documentación o como eres marino, tu gran pasión, ya te lo sabes todo?
—Sí, por un lado es un mundo que conozco bien, pero también he tenido que estudiar los torpederos de la época y los barcos de entonces. Tengo muchos libros, fotos, memorias y documentos que me han permitido ambientar técnicamente la novela, en la que aparece la lancha Lykaina, Loba, una lancha torpedera alemana con la que el protagonista hace arriesgadas incursiones en el mar, o la letal Schnellboot S-7. Pero para recrear los paisajes, la luz, el color, la oscuridad, el frío, los machetazos de la lancha, el cielo y la lluvia, no me ha hecho falta documentarme. Todo eso lo he vivido. Llevo navegando desde que era niño y tengo barco propio desde hace 30 años ya. Mi experiencia como marino me ha ayudado mucho a crear ese ambiente para que el lector no sea un espectador. Yo quiero que el lector esté conmigo, se suba a la lancha, oiga los disparos, se moje, tenga frío. Para conseguirlo, recurro a mi memoria personal. Yo sé lo que es llevar una toalla al cuello para que la humedad, el relente, no te cale hasta los huesos. Introducir esos pequeños toques de realidad, de experiencia, pero sin abusar, la hacen más creíble y el lector lo aprecia.
—En todas tus novelas realizas un trabajo de campo previo. ¿Cómo te ha ido esta vez? ¿Es la parte del proceso que más disfrutas?
—Primero planifiqué toda la operación poniéndome en la piel de un militar, de un hombre de mar, estudiando las cartas de navegación de la zona. Luego viajé al mar Egeo para buscar la isla adecuada, barcos de la época, los faros que daban luz en el año 1937… Esta parte del trabajo lógicamente es la más divertida, la que más disfruto. Han sido seis meses muy intensos.
—Imagino que conoces bien la zona por tu pasado como corresponsal de guerra. ¿Te trajo algún recuerdo de entonces?
—Sí, todo aquello me es muy conocido porque cubrí la guerra de Chipre en Chipre, que está muy cerca. Y con la guerra del Líbano, como no funcionaban los aeropuertos en Beirut y fui mucho desde el 76 al 82, primero volaba a Atenas, de allí a El Pireo, luego cogía un barco a Chipre y de Chipre hasta allí. Eran barcos que rompían el bloqueo israelí y llegaban con armas y combustible. Eran de traficantes, estaban oxidados, y yo pagaba y me sentada en la cubierta. Conozco bien la zona, navegué mucho por las islas del Egeo, sé cómo es la luz, las corrientes, el viento, lo que se tarda en llegar de un sitio a otro, cómo es la gente: mucho sinvergüenza de los que venden hasta a su madre. Toda esa experiencia personal la vuelco en la novela y los tripulantes de las naves se benefician de ello.
—Es cierto que tus secundarios resultan muy jugosos. ¿No crees que podrían protagonizar sus propias novelas?
—Sí, pero hago un ejercicio de contención para que no crezcan de más. Los personajes secundarios son muy importantes en una novela y también en el cine, no hay más que ver las películas de John Ford. Pero también son un problema para la disciplina narrativa. Yo soy un escritor profesional y sé cómo tengo que hacer mis novelas. Es cierto que surgen problemas cuando los secundarios resultan muy atractivos, pero hay que saber dedicarles el tiempo justo por la línea argumental.
—Como Pepe Ordovás y Salvador Loncar, dos tipos peculiares que se mueven por Estambul y que a ratos juegan al ajedrez. Con ellos la ración de novela de espías también está servida.
—Las líneas entre el bien y el mal son muy frágiles, ya lo decía antes. Y estos hombres son dos espías que se conocen de antes, se llevan bien, pero son enemigos porque cada uno trabaja para un bando. Esto es muy español: juegan al ajedrez, se hacen trampas, se hablan con ese cariño donde el insulto es casi un piropo. “Te estás quedando calvo, hijo puta”, se dicen, pero en el fondo se quieren. Esta relación ambigua en una zona gris me interesaba mucho. Ideológicamente no son fanáticos. Ese perfil no es interesante. Me interesa más la gente que se busca la vida. Creo que son unos personajes muy revertianos, porque tienen muy claro que el bien y el mal son conceptos relativos. Cada uno hace su trabajo, pero ninguno pierde la humanidad.
—De eso quiero que nos hables, de los valores con los que se mueven por la vida tus personajes. Serán más o menos canallas, pero la mayoría aprecia la amistad, la lealtad, la camaradería, el honor aunque sea solo consigo mismos. ¿Son el reflejo de tu personalidad?
—No, no son míos, son los valores que yo admiro. No los profeso ni los practico. No los tengo, pero sí son los que me interesan. A mí las personas con valores convencionales como patria, religión y bandera me dan repelús. Prefiero a las personas que no tienen tan claros sus valores. Mis personajes, en general, es gente para quien las grandes palabras no significan nada o han dejado de significar. Cuando esa gente se encuentra sin las ideologías que el ser humano necesita para vivir, esas reglar necesarias para moverse por el mundo y respetarse a sí mismos, se crean sus propios códigos y generan su propia moral. Palabras como dignidad, lealtad, amistad o amor son las que funcionan en mis novelas. Mis personajes no son patriotas ni fanáticos, solo son personas que profesan el culto a ciertas palabras menores que se convierten en mayores a través de las relaciones humanas.
—Dices que no son tus valores, pero se te intuyen algunos de ellos. ¿Qué clase de niño fuiste? ¿En qué valores te educaron?
—Yo fui un niño bien educado en un mundo de caballeros: los curas eran buenos, los guardias eran honrados, los políticos eran intelectuales de altura. Pero cuando la vida me llevó a la realidad, vi que no era así, que era un joven caballero en un mundo de canallas. ¿Qué me pasó? Que todas esas ideas se me fueron al diablo. Y pensé: “¿Qué me queda?”. Pues los valores con los que no te equivocas: la lealtad, la palabra dada, los amigos, la dignidad, el amor, la compañía, el respeto, la decencia, la solidaridad… Con estos principios no te equivocas nunca, con la religión y las ideologías sí.
—Cerremos esta entrevista hablando del amor que has narrado con tanto dolor y emoción en 'La isla de la Mujer Dormida'. ¿Es porque en el fondo eres un romántico o te fuerzas para vestir esa piel?
—Yo también tengo emociones y para escribirlas basta con utilizar el sentido común. Además, tengo 73 años, canas en la barba y he vivido, he leído, he observado, me han pasado cosas. Tengo bastante información al respecto, aunque yo nunca hable de mí en mis novelas.
—En algunas ['Territorio comanche' (1994), 'El italiano' (2021), 'Revolución' (2022)] un poco sí, ¿no?
—Mas bien aflora lo que uno es, nadie escribe de lo que no tiene. Pero mis novelas son artefactos narrativos en los que utilizo mi vida, mi mirada. Da igual que yo crea o no crea. Yo escribo con mi forma de ver el mundo. Yo no quiero hacer mejor el mundo. Yo no escribo para que el mundo sea mejor, la gente se quiera más y se acaben las guerras. De hecho, eso sería imposible. Yo escribo porque me encanta escribir historias y me gusta que haya gente que las comparta conmigo. “Ven a vivir esta aventura conmigo”, digo. Y lo hago de la forma más honrada y eficaz posible. El amor forma parte de la vida, pero yo no hablo de mis historias de amor. Hablo de lo que la mirada me ha dejado sobre el amor, sobre las relaciones y sobre todas esas cosas. Escribo con mi mirada.
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