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El gran escritor español mantuvo un diálogo en Madrid con corresponsales extranjeros del que participo 'El Observador' España. Y cuenta cómo concibió y escribió su nueva novela, 'La isla de la Mujer Dormida', en simultáneo en toda Hispanoamérica, saga con la que se sumerge en una historia de corsarios modernos ambientada en la Guerra Civil Española.
“De pequeño jugaba al mundo de los piratas, y lo mantuve en mi vida, como lector y como recuerdo de infancia. Con la edad vas acumulando historias que van contigo, evolucionan con los años, se van transformando, se convierten en novelas, y un día, estando en una isla del Egeo vi una historia de corsarios contemporáneos”, explica Pérez-Reverte.
Como es su costumbre, se trasladó hasta Grecia para recabar información del que sería el escenario de este nuevo relato, que cuenta, además, con dos de sus grandes pasiones: las aventuras y la navegación marítima. Así, irá desentrañando una historia en la que la armada franquista busca atacar el tráfico de armas soviético que atraviesa el mar Egeo rumbo a la República. Para eso envía a un mercenario, un marino mercante de la zona, para que cree una base secreta para interceptar a estos barcos. Allí se tejerá un triángulo “amoroso” entre el marino, el barón, dueño de la isla donde se instalará, y su esposa, a lo que se le suma la presencia de espías de ambos bandos en Estambul que, más allá de su trabajo, son amigos.
Con su pasión y su detallista habitual, Pérez-Reverte respondió a las preguntas de los periodistas que lo escuchaban.
—Sus libros se mueven en una zona de grises. ¿Cómo matiza esto en este libro?
—Como en todas mis novelas, esta transcurre en un territorio ideológicamente ambiguo. Es un tema en el que hay una especie de exigencia social de que uno debe pronunciarse, blanco o negro, respecto a una línea imaginaria que nadie ha trazado de una manera definida. Mis libros son justamente lo contrario. Hasta los que tienen personajes muy malvados transcurren en territorios ambiguos en donde el bien y el mal se confunden. Eso lo he aprendido a lo largo de mi vida. He vivido 21 años en un territorio difícil, conflictivo, y vi a la gente moverse. Con ese descubrimiento juvenil llego a mis 73 años con una orgullosa incertidumbre. A medida que me hago mayor tengo menos certezas de las cosas que cuando era joven. Mi mundo es más ambiguo y estoy orgulloso de eso en tiempos como estos en los que te exigen tanta definición.
—¿Cómo hace para evadirse de esas exigencias?
—Mi mundo es muy complejo, como el de cualquier persona medianamente lúcida y culta. No puedes pedirme que simplifique mi biblioteca y que me defina ideológicamente en un tuit a favor o en contra. La sociedad actual te exige eso. Tengo algunas ventajas: una edad, una obra hecha y lectores en más de cuarenta países. Puedo permitirme esas ambigüedades. Cuando me enfado doy puñetazos en la mesa. Otros periodistas o novelistas no pueden permitirse eso porque la sociedad los sancionaría, los perseguiría y los cancelaría. Asisto a la tragedia de mis amigos jóvenes, brillantes, talentosos, inteligentes, que se autocensuran, que no se atreven, que se ven coartados porque están bajo la espada de Damocles de la sanción pública. Eso es terrible. Les exigen que se definan y tienen que hacerlo, porque si no, son sospechosos. Tengo un enorme alivio de tener esta edad y mi obra. Tengo amigos y enemigos, gente que me ama y me detesta, y esto no va a cambiar en mi mundo por una opinión. En ese sentido, los periodistas debemos tener mucho más cuidado que antes a la hora de escribir. Lo veo con la calma de quien está “fuera de peligro”, pero también con la tristeza de que el mundo se está tornando un lugar muy peligroso, oscuro y triste donde no nos atrevemos a decir lo que pensamos por miedo a lo que mañana digan en Twitter.
—Una de las variantes que trae este libro es Lena Katelios. ¿A qué se debió esta decisión?
—En mis novelas anteriores las mujeres siempre eran personajes fuertes que pelean en un mundo de hombres bajo un cielo sin dioses, como soldados perdidos en territorio enemigo. En esta, por primera vez, hablo de una que ya está derrotada, que no tiene retaguardia, que ha dejado su trabajo, su vida, se enamora de un hombre, lo sigue, tiene hijos, ajusta su vida a la de él, y un día descubre que esa persona es tan basura como cualquiera. Se cae el mito, el amor, se resquebraja el sueño, y entonces se da cuenta de que ha entregado su vida a un fraude, a una mentira, a una quimera. Entonces se escapa, busca cambiar de vida, pero llega un momento determinado en que ya no puede huir y se ve atrapada en esa isla. Sólo le queda un camino: vengarse. Utiliza al marino para esto. Hasta el sexo lo convierte en una herramienta intelectual de venganza.
—Muchos escritores dicen que sus personajes van cobrando vida e independencia a medida que trabajan en el libro. ¿Cómo es su proceso?
—A los míos los tengo acojonados, ninguno de ellos se salta. Soy un novelista muy minucioso, no un artista que lo inspiran las musas. Soy como un artesano, al igual que fui un periodista de trinchera, de ocho horas diarias, días y meses. Antes de una novela hago una planificación exhaustiva, un plan de trabajo de los personajes y de todos los puntos de vista, y lo desarrollo en un esquema. Mientras viajo me documento, hago fotos, leo libros, consulto en Internet. Cuando tengo ya hecho el esquema de la novela me pongo a escribirla. Pero existe un peligro: los personajes secundarios. Aquí hay algunos que son potentes, dos espías muy interesantes, que tendrían un libro para ellos solos. Está la tentación de darles más espacio, pero se pueden comer la historia principal. Hay una cosa que se llama economía narrativa y disciplina. Sé que si me engolfo y me dejo llevar por las cosas que van surgiendo pierdo de vista el eje central que he trazado. Consciente de ese peligro, sacrifico posibilidades a cambio de conseguir la seguridad de lo que quiero escribir. Esa es mi manera de entender la escritura. Entonces, no se me van, porque cuando lo hacen los agarro y los tengo marcando el paso. En ese sentido soy muy cuidadoso y autoritario con mi propio trabajo. Cuando se me escapan yo mismo paro. Intento mantener la disciplina interna en el mundo que creo.
—¿Qué hace cuando aparecen matices en sus personalidades que no había tenido en cuenta?
—La mujer de esta novela no cambia, pero aparecen cosas nuevas. Iba a hacerla completamente dura, sin corazón, que solo quiere vengarse. De pronto, está con el marino en el mar por la noche y me di cuenta de que era vulnerable y que eso encajaba con el momento. Entonces hice una escena en la cual ella se ha bañado de noche, se abraza a él y tiembla. Eso no estaba previsto. Lo descubrí trabajando. Eso ocurre con mucha frecuencia, pero siempre en un marco de libertad razonable, nunca más allá del espacio que intentó atribuirles.
—¿Qué lo motiva para seguir escribiendo?
—Me lo paso muy bien. Soy un escritor feliz. Hay algunos que sufren. Tengo amigos muertos por el miedo a la página en blanco, por la agonía creativa, por la lucha con el adverbio. En mi caso disfruto muchísimo escribiendo. He tenido una vida muy divertida y ya no puedo hacer por la edad lo que hacía cuando tenía cuarenta años. Con las novelas puedo torturar, amar, ser millonario, conquistar a chicas guapas otra vez, matar enemigos o hacer lo que se me venga a la mente. Es multiplicar mi vida por un montón de cosas que ya son imposibles: volver a ser joven, a pelearme en un bar, a hacer la guerra, a ser feliz o desgraciado... No pretendo otra cosa con ellas, no busco hacer mejor el mundo. No soy un intelectual sino un reportero que ahora cuenta historias, un novelista más. Hay autores como José Saramago, que era amigo mío, que querían cambiar el mundo. No es mi caso. Mis libros no son lecciones morales ni orientación intelectual, son historias, nada más.
—¿Qué siente cuando termina una novela?
—Cuando termino una empiezo otra. Es como cuando se te muere un perro: hay que tener otro perro enseguida. El vacío está bien, pero tengo miedo a no darme cuenta de la decadencia, a un día escribir malas novelas o que no interese o volverme un viejo estúpido o pedante o autista y que la gente que me quiere me diga: “Arturo, se ha terminado, déjalo ya”. No hay nada más triste que un escritor que está muerto y no lo sabe. Todos conocemos a muchos, y algunos son amigos míos o lo han sido. He tenido una vida muy muy interesante. Es como con la bicicleta: si te paras te caes. ¿Ahora voy a ponerme a leer a Montaigne y a ver televisión? Con esto sigo vivo. Una novela me obliga a salir de casa, a coger un avión, a irme a las islas griegas, o donde sea, a buscar libros, a mirar, a comprar, a preguntar, a mirar a la gente, a fijarme en cosas que no me había fijado, a revisitar lugares y libros que conocí con la mirada que me ha dejado la vida a la edad que tengo... Es un bullir continuo de sensaciones, de vida, de novedad. Uno puede ser el más chulo del mundo, pero trabajando tiene que ser muy humilde profesionalmente. Esto me devuelve la humildad, me obliga a preguntar a quien sabe. Yo sólo sé lo que no sé.
La Prensa - 27/10/2024
Otra vez la guerra civil española da el marco a una trama de amor, aventura, espionaje y amistad. El escenario es el mar Egeo en abril de 1937. Con su nueva obra Pérez-Reverte vuelve a reivindicar el valor de la cultura del Mediterráneo.
Arturo Pérez-Reverte no se considera un “intelectual” sino apenas un “periodista que cuenta historias”. Pero eso no le impide lamentar la “demolición general” de la cultura de Occidente, donde a su juicio ya no quedan pensadores ni estadistas europeos de la talla de Churchill, De Gaulle o Berlinguer. "El siglo XX, con todos sus horrores, para bien o para mal tuvo intelectuales lúcidos, prestigiosos, capaces de contar y de construir una Europa brillante. Pero ese siglo se acabó”, protestó en un reciente diálogo con la prensa extranjera.
La excusa era la presentación de su última novela, 'La isla de la Mujer Dormida' (Alfaguara, 416 páginas) en la que por tercera vez regresa a la época de la guerra civil española. "La gente piensa que la guerra civil española se libró solamente en España, pero no es verdad -aclaró el novelista traducido a 50 idiomas y con 27 millones de ejemplares vendidos en todo el planeta-. También se luchó en el Atlántico, en el canal de Sicilia o en el mar Egeo".
Pérez-Reverte ya ha explorado la contienda bélica disputada entre 1936 y 1939 en otras novelas como 'Línea de fuego' (2020) o 'El italiano' (2021), que acaba de publicar en Francia la editorial Gallimard. En 'La isla de la Mujer Dormida' la guerra es el telón de fondo de una novela de aventuras que habla de amistad entre rivales y de un triángulo amoroso, y que desvela una mirada desencantada a un mundo en el que "la línea entre el bien y el mal nunca está clara. Es un territorio ideológicamente ambiguo, llevado al extremo, que reivindico en un mundo como el actual, donde se impone la necesidad de posicionarse en un bando o en otro, todo es blanco o negro. Mis novelas son todo lo contrario. El mes que viene cumplo 73 años con una orgullosa incertidumbre, que ha ido creciendo a medida que he ido madurando. Me enorgullece moverme en los pliegues grises del ser humano".
Para un literato que se formó entre tres bibliotecas, "con un territorio literario que va de Somerset Maugham a Stevenson, pasando por Hemingway, Conrad, Irving Wallace y Stefan Zweig, es imposible definirse". Después de los libros, el enfrentamiento bélico constituyó para Reverte "un maestro de vida. Eso te da una libertad de conciencia, no estás sometido a ideologías". Lo contrario de lo que, en su opinión, ocurre en la actualidad con la evocación de aquella sangrienta pugna entre españoles. Así ha encontrado "gente que ni la vivió, ni la conoció, ni se la han contado sus testigos, (y que) están utilizando la guerra civil como herramienta de oposición y de enfrentamiento".
La historia de la novela transcurre en una isla imaginaria de las Cícladas donde un marino mercante medio español medio griego, Miguel Jordán Kyriazis, es enviado por el bando nacional a torpedear de forma clandestina el tráfico naval con el que la URSS envía ayuda militar a los republicanos. Pérez-Reverte encuentra en ese mar, cuna de la cultura occidental, de la democracia y la guerra, de los dioses y la poesía, el perfecto reflejo de la condición humana, "con toda la sangre y toda la gloria, la luz y la sombra" y la mejor "escuela de vida y de memoria histórica. Tendemos a pensar que todo tiene solución, que la guerra tiene solución, que lo de Gaza tiene solución, que un matrimonio desgraciado tiene solución, pero a veces la vida te pone en callejones sin salida. Nos han hecho creer que vivimos en un mundo confortable y protegido y no estamos preparados para cuando viene el dolor, pero el dolor y el horror vienen siempre", agregó el autor de la popular saga del capitán Alatriste. Por eso, alertó, "cada vez somos menos cultos" y "estamos más indefensos". Sugirió "educar a los niños en el dolor, en el horror" y dejar que vean "el mal", porque "si le tapas la boca al malo, no sabes quién es y cuando te trinca por el pescuezo no sabes cómo defenderte".
En su novela la mirada crepuscular de Pérez Reverte, quien fue corresponsal de guerra durante 21 años (1973-1994), se extiende al triángulo amoroso entre el protagonista y los dueños de la isla, un barón que simpatiza con los fascistas y su esposa, Lena, a la que define como "una mujer derrotada. En mi novela siempre hay una mujer que lucha en un mundo de hombres, con reglas de hombres, y que lucha de una manera heroica", observó, pero esta vez quería "una mujer derrotada, que ya no tiene una segunda oportunidad". En su opinión, "el héroe masculino no existe si no hay una mujer que lo mire"; "es ella quien lo convierte en héroe con su mirada", y cuando ese proceso "se resquebraja" es cuando llega "el rencor, el ajuste de cuentas".
El tercer eje de la historia es la amistad que mantienen dos espías de bandos opuestos, el nacional y el republicano, establecidos en Estambul. Estos hombres tienen aficiones comunes y forjan un pacto de no agresión mutua e incluso de cierta colaboración, alejados de la primera línea del frente. Es en esa amistad entre varones donde radica la parte más luminosa del libro que, por lo demás, refleja un mundo que se desmorona y en el que Pérez-Reverte ve paralelismos con el actual, donde "hay más tontos que malvados", algo que juzga problemático porque "con el malvado, si es inteligente, puedes negociar, pero con el tonto es imposible".
En cuanto a la crisis política en España, Pérez-Reverte denuncia lo mismo que aflige al resto de Europa: "es un problema de educación, de cultura. Estamos demoliendo todo lo que nos da certidumbre, solidaridad, historia común -se lamentó-. Estamos asesinando a Voltaire, a Montagne, a Rousseau, a Cervantes, a Galdós, los estamos exterminando. Estamos formando generaciones de jóvenes, carentes del espíritu crítico necesario para defenderse de la mentira y la canallada”.
“La isla de la mujer dormida es la historia de una mujer derrotada que se venga en un mundo de hombres”
Gatropolis - 27/10/2024
Estas son algunas de las impresiones de Arturo Pérez-Reverte en la presentación que ha realizado recientemente sobre 'La isla de la mujer dormida' (Alfaguara). A sus 38 años como escritor, el cartagenero ha demostrado que sigue en forma. Su última obra así lo certifica, con una historia ambientada en las islas Cícladas, en el centro del mar Egeo. Es un relato de espionaje, de corsarios, bélica, pero con un tema central, la relación sentimental que viven sus tres personajes principales, el marino mercante Miguel Jordán, la singular Lena y Pantelis Katelios, esposo de ésta, un millonario griego propietario de esa isla a la que llegan los tripulantes de La Loba. Sucede la trama en abril de 1937, con la Guerra Civil Española de telón de fondo.
—¿Qué es 'La isla de la mujer dormida'?
—La isla de la mujer dormida es una historia de amor, de aventuras, del mar, el Mediterráneo, el Egeo… Siempre he dicho que nací allí, en esa orilla; es mi patria, realmente. Más que español o europeo, me siento mediterráneo. Conforme me hago mayor, este mar aparece con más frecuencia en mis novelas.
—¿Por qué una historia de corsarios en plena Guerra Civil Española?
—La Guerra Civil no es más que un decorado de fondo. La he usado como podría haber sido otra. Me pregunté cuál era el lugar adecuado. Y me decidí por ésta. Desde pequeño, el cine y las novelas son lo que me han nutrido. Y las películas de piratas, de corsarios. Yo jugaba a eso. Y tenía en la cabeza escribir una historia sobre eso. Durante unos meses trabajé en la localización de una isla, en el plan, en la estructura. Así que he querido escribir una novela de piratas desde niño, pero unos piratas modernos, como los que aparecen aquí.
—El perfil del marino Miguel Jordán.
—Miguel Jordán no es un apasionado del mar. Él es un profesional, un tipo que es marino mercante, al que la guerra lo lleva a vivir otra experiencia, en la que ha de tomar partido. Es un tipo sin imaginación, normal, gris; ni siquiera es culto ni simpático. El mar es su lugar de trabajo. Para él matar no es algo extraño, pero se horroriza cuando ve que tiene que matar a marinos como él, a hermanos del mar, a compañeros de trabajo. Su tormento, pues, no es matar, sino matar a su propia gente.
—¿Quién es Lena?
—Lena es la esposa de un millonario, dueño de la isla, llamado Pantelis Katelios. Ella es la que lo convierte en alguien singular. Y esa es la historia que hay de fondo en la novela, la que me ha llevado a desarrollar la parte central. Ella forma parte de algo muy habitual en mis novelas. Es la mujer que ha dejado su vida, su trabajo, por seguir a un hombre, del que se enamora porque proyecta en él sus sueños y sus ilusiones. Y lo sigue. Es un tipo que no es nada pero que ella se ha inventado. Pero un día, ese hombre, por la edad, por la vida, se resquebraja. Y cae. Se encuentra con tres posibilidades: se va y lo deja, pero no es algo que se plantee después de haber sacrificado su vida por él; se va pero antes se venga, le pasa la factura por los años perdidos y malgastados por él; o, cuando ya tiene perdida su vida, sin posibilidad de rehacerla, está derrotada, mantiene una relación con Miguel Jordán. Ella es una mujer peleando en un mundo de hombres, sin la esperanza de recuperar su vida. Su deseo es vengarse del hombre con el que convive. 'La isla de la mujer dormida' es la historia de una mujer derrotada que se venga en un mundo de hombres.
—Pantelis Katelios, un miembro de la vieja aristocracia europea
—El barón Katelios es un miembro de la vieja aristocracia europea, griego. Es el dueño de la isla a la que van Jordán y su tripulación. Es testigo de la destrucción de un mundo que existió en el siglo XIX. Hablamos del año 1937. Lena se ha casado con él seducida por el misterio de ese personaje. Pero él no la quiere. La usa como un trofeo. Es guapa, elegante. Todavía hoy en día hay muchos hombres que buscan ese tipo de mujer. Ella sí lo ama. A medida que conviven, él empieza a amarla, pero ella ya no lo ama. Están descoordinados. Los tiempos de ambos son distintos. Y Lena sabe que esa isla es su cementerio. Y al aparecer el marino Miguel Jordán, se convierte en una víctima para esa venganza de ella sobre Pantelis”.
—Cuando yo era joven tenía certezas. Y con el tiempo he ido descubriendo que no hay una línea que separe el bien del mal. El mundo es un lugar ambiguo, en el cual las cosas pueden ser de muchas maneras. Una misma persona puede ser estupenda por la mañana y una miserable por la tarde o por la noche. Con los años tengo menos certezas y más incertidumbres. Me encuentro en una zona gris. En ese territorio en el que los amigos, los enemigos, los buenos, los malos son todos difusos. Y me gustan mis incertidumbres. Me siento orgulloso de ellas. Lo único malo son los tontos. Mi certeza son los tontos. Un malo puede ser negociable, sobornable. Pero con un idiota no hay manera. Mi única certeza absoluta es que lo peor en el mundo son los tontos; hay más tontos que malos.
—Hacerte mayor sin fe, sin palabras como Dios, Patria, Religión, bueno, malo te da un distanciamiento moral. Sufres menos. No te sientes tan desgarrado como si tuvieras fe, una fe traicionada, violentada o vulnerada. Esto te da una ecuanimidad, una equidistancia, no un distanciamiento. Puedes ver que incluso en tu adversario hay cosas de interés. Lo malo de España y del mundo, en general, es que nunca se acepta una virtud en el enemigo ni un defecto en lo tuyo.
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