Alfaguara - 08/10/2024
Abril de 1937. Mientras en España transcurre la guerra civil, el marino mercante Miguel Jordán Kyriazis es enviado por el bando sublevado al mar Egeo para atacar de modo clandestino el tráfico naval que desde la Unión Soviética transporta ayuda militar para la República. En la base de operaciones, una pequeña isla del mar Egeo, la vida del corsario español se cruzará en turbio triángulo con la de los propietarios, el barón Katelios y su esposa: una seductora mujer madura que busca, con fría desesperación, el modo de escapar a su destino.
Ambientada en las Cícladas occidentales griegas, 'La isla de la Mujer Dormida', la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, es un duro relato de mar, de espionaje y de guerra, pero también la historia de tres personas que persiguen superar las heridas que arrastran del pasado. Una narración donde salen a la luz asuntos esenciales como la amistad, el amor, el peligro, la lealtad, la vida y la muerte.
«Pero eso es piratería...».
De nombre español y apellido griego por herencia de madre, la vida de Miguel Jordán Kyriazis, el protagonista de 'La isla de la Mujer Dormida', cambia el 18 de julio de 1936. Piloto de la Marina mercante, con esposa e hijo, el levantamiento lo sorprende en El Ferrol y, sin él preverlo, lo conduce, por méritos de servicio, a una misión que nunca hubiera imaginado. Elevado, por suerte o por destino, a alférez de navío de la Armada del bando nacional, su talante hace de él un hombre adecuado para llevar a cabo una arriesgada misión para la que no existen demasiados candidatos y que muy pocos aceptarían: dirigir una base en el Egeo con el objetivo de perseguir y hundir de manera clandestina los barcos que desde la Unión Soviética transportan armas y alimentos a la Segunda República.
Hasta ese momento, el Mediterráneo era un teatro de operaciones más de la contienda, pero Inglaterra y Francia están determinados a limitar el conflicto español a las costas de su territorio. Todo un inconveniente para una nación dividida en dos bandos que tienen intereses y aliados más allá de las fronteras. La Sociedad de Naciones también pretende sumarse a esa iniciativa, lo que complica el asunto y limita el radio de acción de los nacionales, decididos a boicotear la logística del adversario. Esto ha convencido a la Armada franquista de lo conveniente que resulta en ocasiones la guerra encubierta, y recurre a Miguel Jordán Kyriazis para poder convertirlo en un corsario del siglo XX.
Con la figura de este marino, abocado a convertirse en un hombre de fortuna, sin nación, pero con patente para actuar bajo sus criterios, Arturo Pérez-Reverte recupera para el siglo XXI las viejas historias de piratas. Lo hace con un héroe atípico en él, que no está desencantado (Alatriste) ni es irónico (Falcó) ni se ajusta a los deberes del uniforme (Teseo Lombardo) ni se desenvuelve en la frontera (como en 'Sidi'). Esta vez ha elegido a un civil ajeno a la guerra y sus reglas, que es honrado, aunque está destinado a practicar la piratería; que es bueno, a pesar de ser traicionado por sus sentimientos; que trata de hacer lo correcto, pero entiende que no siempre es posible. Un hombre sometido a las leyes de la aventura, que sacan a la luz sus propias contradicciones y ponen a prueba su valor.
«Sería la primera vez desde Homero que un extranjero llega a un hogar griego y no se sienta a la mesa».
Lena y Pantelis Katelios. Ella busca una felicidad imposible; él persigue un amor marchitado hace tiempo. Ellos son los otros protagonistas de 'La isla de la Mujer Dormida'. El haz y el envés de un matrimonio crepuscular y dos vértices de una relación triangular que tiene a Miguel Jordán en el último extremo.
En el Mediterráneo todos saben que trae mala suerte cambiar el nombre de las embarcaciones, pero la mujer se lo ha cambiado ya tres veces. Primero fue Helena Nikolaievna; a continuación, Lena Mensikov, y, por último, Lena Katelios. En la novelística de Arturo Pérez-Reverte abundan las mujeres de carácter, como Eva (la espía de la NKVD de la serie 'Falcó'); valientes, como Elena Arbués (en 'El italiano'), idealistas (las guerrilleras de 'Revolución') o la intrigante y peligrosa Angélica de Alquézar de la serie 'Alatriste'. Pero ninguna es igual a Lena Katelios, que se presenta ante el lector como un cofre cerrado o un enigma por descifrar. Una personalidad compleja y atormentada que trata de romper el cerco en el que se siente atrapada desde hace años. Con cuarenta y nueve años, el cabello corto veteado de canas, elegante, adorna uno de sus tobillos con una fina cadena de oro que funciona como la metáfora de todo lo desconocido que hay en ella. Al lado de Miguel Jordán, ella evoca todo un sendero de errores, una vida salpicada de recuerdos gratificantes, pero, también, de amores agostados y palabras amargas.
Pantelis Katelios, de setenta y dos años, propietario de la isla Gynaíka y simpatizante del bando nacional, es una persona de trabajada distinción, con una ostensible inclinación al lujo, que ha conocido los estragos de la Gran Guerra y combate cierta sensación de ajenidad que le provoca el mundo con los libros de su biblioteca. Desprecia la vulgaridad, el revanchismo de las clases populares y la ira que envuelve este tiempo, junto a esas proyecciones políticas nuevas que han nacido: el comunismo, el fascismo y los odios ancestrales que empujan al hombre a matarse por causas como la religión, la raza o la patria. Los dos formaron la pareja perfecta, al menos en apariencia, porque desde el principio la suya se reveló como una relación asimétrica. Ellos son la muestra del desgaste que produce el tiempo en los sentimientos y de la factura que se paga por perseguir el deseo hasta las últimas consecuencias.
«Los dos desarrollaron un insólito juego de lealtades y triquiñuelas: pacto de no agresión y, hasta donde era posible, de asistencia mutua».
Grecia, el Líbano o Turquía. Como marca la mejor tradición del género de espías, la acción de esta novela se reparte por distintas ciudades, escenarios y geografías: Beirut, Atenas, Syros o Estambul. 'La isla de la Mujer Dormida', que discurre en gran parte en Gynaíka, una aislada porción de tierra a poniente de Andros y Tinos, es también el relato de una sutil amistad entre dos espías y del juego de lealtades y de desconfianzas que comparten. Uno es nacional y el otro republicano, y sus nombres son, respectivamente, Pepe Ordovás y Salvador Loncar. Los dos están desplazados en Estambul por sus mandos para vigilar el tráfico de armas y lo que ocurre en esa zona. El primero es menudo, nervioso, de pelo crespo, orejas grandes y cierto aire zorruno. Se siente cómodo con sus contradicciones y no duda del triunfo de los suyos. El segundo es un agente de la República de intuiciones certeras, pero con una sombra de desencanto en la sonrisa al observar cómo los hombres son capaces de arruinar los ideales más altos con su intransigencia, mezquindad y fanatismo. Los dos, Ordovás y Loncar, comparten su pasión por el ajedrez, y en sus partidas parecen desarrollar las tácticas que necesitan aplicar en sus misiones profesionales. Pero, sobre todo, los une el mutuo intercambio de información. Un asunto delicado, pero necesario, y del que depende su supervivencia física y política. Aunque eso nunca está garantizado.
Ordovás y Loncar no permiten que la defensa de sus causas ciegue su sentido común y saben la que se avecina en España, gane quien gane. Son realistas y no se engañan sobre los rencores que habitan en él y los revanchismos que alientan las guerras fratricidas. A través de ellos, el lector se adentra en el contexto internacional, en sus alianzas y en sus movimientos diplomáticos. Italia y Alemania apoyan el levantamiento de Franco, y la Unión Soviética a la República. Pero el autor, a través de menciones a la matanza de Esmirna o a la revuelta venizelista de 1922, también aborda la historia de Grecia a través de Ioannis Metaxás, personaje que asoma al fondo del relato. Dirigió una dictadura en el país heleno entre 1936 y 1941 (cuando los alemanes lo invadieron) y nunca disimuló su simpatía hacia los sublevados en España. Es por esa razón por la que Miguel Jordán puede actuar con impunidad en sus aguas territoriales sin que nadie lo moleste.
«Al que madruga, San Carlos Marx le ayuda».
Arturo Pérez-Reverte, que ha tocado la Guerra Civil española en distintas ocasiones ('Línea de fuego', 'La Guerra Civil contada a los jóvenes' o 'El italiano') con ecuanimidad y rigor, aborda en 'La isla de la Mujer Dormida' un tema poco tratado hasta el momento: lo que sucedió en la Marina Española al comienzo de la contienda. A través de las conversaciones que sostienen los personajes, salen a relucir embarcaciones conocidas, como el crucero Canarias, y acontecimientos célebres, como el combate del cabo Machichaco, pero también los tristes sucesos que tuvieron lugar en los navíos españoles en 1936.
El propio Miguel Jordán recuerda cómo la ideología convierte a los hombres en lobos y la disciplina en caos. Pero, sobre todo, tiene muy presentes las devastadoras noticias que saltaron en esos primeros días de guerra y los asesinatos que se cometieron con impunidad en ambos bandos. Como subraya Pepe Ordovás, espía nacional, fueron estos hechos los que diezmaron la operatividad de los republicanos en el mar y, como recuerda Antón Soliónov, uno de los hombres de la URSS de Stalin en Estambul, es lo que hizo que la flota de este bando, con todo su poderío, quedara anclada en los puertos. El autor recurre al personaje de Nicolás Molina, vicedelegado del gobierno en la flota republicana, de raíces anarcosindicalistas y una personalidad marcada por el rencor y los complejos. Un individuo con una mala reputación ganada por su responsabilidad en las matanzas que se cometieron en los barcos prisión Río Sil y España número 3, en Cartagena.
«Era una máquina de guerra rápida y eficaz».
"Lykaina". Loba. Éste es el nombre de una lancha torpedera alemana. En concreto, la que Miguel Jordán Kyriazis emplea en sus arriesgadas incursiones en el mar. Una embarcación, como mandan las tradiciones del Egeo, con un ojo dibujado en el casco, esbelta, ensamblada en los astilleros Lürssen de Vegesack, que alcanza los treinta y seis nudos de velocidad y está provista de dos tubos torpederos, uno por cada banda. Si en 'El italiano' Arturo Pérez-Reverte descubría a los lectores los "maiali" y mostraba cómo era la guerra bajo las aguas del estrecho de Gibraltar durante la Segunda Guerra Mundial, en 'La isla de la Mujer Dormida' nos presenta una peligrosa y letal arma de la Kriegsmarine, la Armada alemana: la Schnellboot S-7.
Desde que escribió 'La carta esférica', una historia de buscadores de naufragios, el mar es uno de los grandes escenarios de la novelística del escritor, aparte de ser una de sus más reconocidas pasiones. En esta novela muestra su conocimiento de las costumbres y de las supersticiones marinas, su dominio de la jerga y la pericia marinera, y ofrece en sus páginas un largo catálogo de barcos de distinto perfil. El mar, para el autor, es un adecuado espejo, no sólo para narrar aventuras, sino también para retratar, desde una oportuna lejanía, los hechos que suceden en tierra, a la vez que le sirve para reivindicar el legado de las civilizaciones mediterráneas a lo largo de la historia desde aquellas mil naves que contó Homero y que llevaron a los aqueos al sitio de Troya, una guerra a la que se brinda un homenaje en estas páginas.
«Hundir barcos no es un acto civilizado en el siglo veinte».
Para contar la historia de 'La isla de la Mujer Dormida', el autor se sirve de una serie de personajes de convicciones y personalidad muy distintas, desprendidos de carnés ideológicos, que por una soldada no les importa afrontar una misión arriesgada. No son los más nobles, ni tampoco los mejores, ni hay que buscar en ellos un comportamiento ejemplar. Se manejan con desenvoltura en sus oficios, saben lo que tienen que hacer y sólo responden ante ellos y sus principios. Ninguno es un iluso y casi todos conocen la fuerza del azar y las normas que imperan en los conflictos bélicos. A través de ellos, Arturo Pérez-Reverte, que siempre ha reconocido que deseaba escribir una novela de corsarios modernos, relata una aventura llena de imprevistos y giros, y saca a relucir el tráfico de armas al que dio pie la Guerra Civil española.
Ioannis Eleonas
«Era un griego de cabello rizado y salpicado de canas que también apuntaban en el mentón apenas pasaba unas horas sin afeitarse. Tenía el aplomo físico de los hombres de fiar: tostado de sol y vientos etesios, estatura mediana, manos rudas, ancho de rostro, torso y cintura». El piloto de Loba es un hombre de palabras claras y gesto elocuente. Racional, prudente, pero valiente y decidido en la acción. Alguien hecho a los peligros de la mar y del contrabando, y que se conoce esa porción del Egeo como su mano. Comprende a Miguel Jordán y sus preocupaciones, y, a pesar de las distancias que impone el grado, se convertirá en uno de sus mejores apoyos. De hecho, a través de ellos dos, el autor escribe una gran historia de amistad (otro de los cabos de esta novela) entre dos hombres que, sin demasiadas palabras, son capaces de entenderse y afrontan inmutables los peligros.
Bobbie Beaumont
«Tan alto como Jordán pero flaco y de piernas muy largas, desproporcionadas con el torso. Mejillas hundidas, ojos de color aguamarina, húmedos tras el cristal de unas gafas de concha». Es inglés, elegante, con un porte singular y distinguido. Sirvió en la Armada británica, a bordo del Southampton, durante la Primera Guerra Mundial, y ahora servirá de telegrafista a Miguel Jordán. Le gusta citar obras literarias, habla con cierta amplitud y arrastra tres problemas: el alcoholismo, cierta misantropía y los recuerdos vividos en la guerra de 1914. Aunque ninguno de estos aspectos estorba a la hora de trabajar y de salir a la mar, es un ejemplo de cómo las experiencias tuercen el pulso de las personas y, también, de las consecuencias que tienen las guerras en los individuos.
Jan Zinger
«Treinta y un años, buzo profesional, ex suboficial con experiencia en armas submarinas. Desertor, once meses antes, del crucero neerlandés De Ruyter». Goza de los ímpetus y la vehemencia de las juventudes mal templadas. Ofensivo y faltón en ocasiones, tiende a respetar galones a bordo, pero a descuidar la jerarquía y los modales cuando ha desembarcado. Una personalidad que mantendrá una relación tirante con la tripulación y, de una manera especial, con Miguel Jordán, que tiene que hacer valer su autoridad para sostener la disciplina, sujetar egos y mantener a raya comportamientos inapropiados.
Antón Soliónov
«Era corto de estatura, poderoso de hombros, con tupidas cejas pajizas bajo el sombrero de ala ancha y torso de atleta cubierto por un abrigo con cuello de astracán, largo hasta los zapatos». Su nombre en clave es Tolstoi y es representante en Estambul de Sovietflot, el organismo oficial de la marina mercante soviética. Un hombre que arrastra un pasado terrible: su papel en las purgas en la flota mercante rusa. Es el enlace del agente republicano en Turquía. Reconoce cuándo hay que apostar y arriesgarse y cuándo ser prudente y quedarse con discreción en un segundo plano. Es el hombre afectado por los hundimientos de Miguel Jordán, y la persona, también, que se encarga de buscar una solución para que la ruta marítima de sus barcos vuelva a ser segura.
Entrevista a Arturo Pérez-Reverte
«El mar mata igual al bueno que al malo. No tiene sentido de la justicia».
—¿Por qué le apetecía escribir una historia de corsarios?
—Para los que nos hemos formado en ciertas lecturas, la palabra "corsario" siempre ha estado vinculada a la aventura y la literatura. Esto es algo que tienes en la cabeza y que nunca terminas de olvidar. 'El Corsario Negro', 'La isla del tesoro' y otros muchos libros, además de las adaptaciones cinematográficas posteriores, integran tu formación inicial, como las primeras emociones. Como escritor, intento, con mi literatura, recobrar la infancia y la juventud, pero no imitándola, sino transitando de nuevo por ella. La literatura me permite volver allí con una mirada adulta y proyectar lo que he vivido en estos años, las cosas que me han sucedido, y, de esta manera, entender mi pasado y mi presente. Esta historia reúne muchos aspectos fundamentales para mí. Uno es, como decía, mis lecturas juveniles, pero es fundamental también el Mediterráneo, mi patria. Grecia es tan patria mía como lo pueden ser las aguas de Marruecos, Turquía o España. 'La isla de la Mujer Dormida' me aseguraba un año y medio de placer y de viajes. Y me hacía mucha ilusión. Tengo una ventaja: soy un escritor que puede elegir lo que escribe. Por eso elijo lugares que me hacen feliz. El Egeo y la historia de los barcos que ayudaban a la República me brindaban la oportunidad de ser feliz con esta novela. Por otra parte, existe una diferencia entre el pirata y el corsario: el pirata actúa sin ley y el corsario lo hace por mandato de su país o de su rey. El corsario tiene una justificación moral y el pirata carece de ella. El corsario es más tolerable moralmente.
—¿Cuál fue el origen de la narración?
—Conozco bien la Guerra Civil española. He escrito 'Línea de fuego' y en mi biblioteca tengo una amplia sección sobre este tema. A la vez, el mar me gusta. Navego mucho y soy marino. Así que todo se juntaba. La historia parte de un hecho real: el tráfico de mercancías y ayuda militar desde la URSS a España. Pasaba por el Egeo y era atacado primero por barcos italianos y luego por nacionales. También había servicios de información en Turquía. Pero en ese marco histórico se desarrolla en la novela una acción ficticia: me invento una isla, una misión, una tripulación y lo que hacen esos hombres. La torpedera —basada en un modelo auténtico que he estudiado bien— y esos tripulantes son lo realmente revertiano. A partir de ahí, construyo la historia. Pero las circunstancias son históricas y, por supuesto, hubo muchos barcos hundidos.
—El protagonista es un héroe atípico, con familia.
—Es un marino profesional, convencional, como tantos otros. Es un homenaje personal a estos hombres. Yo me crie entre marinos mercantes. Mi padre era amigo de muchos capitanes que navegaban por el Golfo Pérsico y América. Toda mi infancia la he pasado junto a ellos, escuchando las cosas que contaban. Lo que más respeto en mi vida es a un marino mercante, sobre todo de los de antes. Les tengo aprecio, me gusta cómo son, sus maneras profesionales. A eso hay que sumar mis lecturas. Con todo ello he creado un territorio muy agradable, personal, mítico y familiar. Ya en la segunda entrega de la serie 'Falcó', que discurre en Tánger, hay un barco republicano y aparece uno de esos marinos a los que tanto respeto les tengo. Esta es mi manera de homenajearlos. No quería un militar, ni un profesional, ni alguien con ideología. Quería una persona a la que la vida ha situado ahí, con todas sus virtudes y carencias. Este personaje me da más juego, porque la guerra, en su caso, es un accidente. Por eso pensé que un protagonista desligado de fanatismos y rencores, un tipo normal, con un matrimonio infeliz y un hijo, era oportuno. Él cumple con su obligación, que es la misión. Pero hay que tener en cuenta un aspecto: los marinos mercantes son muy distintos a la gente de tierra. Ese distanciamiento, esa falta de ligazón con la tierra firme, esa libertad que te da la soledad en el barco, que poseen estos hombres, es fascinante. Al menos siempre me lo ha parecido a mí. Luego existe una realidad ineludible: yo no puedo escribir una novela de buenos y malos. Lo siento. Ni aunque me lo proponga: me resulta imposible. Hasta Malatesta, el enemigo del capitán Alatriste, tiene ángulos tiernos y compasivos. Y esto se trasluce en todos mis libros.
—¿De dónde surge Lena, la protagonista?
—De la vida, de la literatura y de las mujeres que conozco. No hay ninguna mujer concreta en la que me haya apoyado para construirla. En todas las mujeres de mi literatura hay un aire familiar, desde Adela de Otero, en 'El maestro de esgrima', hasta Julia, en 'La tabla de Flandes', Olvido Ferrara, en 'El pintor de batallas', Teresa Mendoza, en 'La Reina del Sur', o Elena Arbués, la librera de 'El italiano'. Todas comparten ese aire. Cada novela me permite abordar este tipo de mujer que me interesa, que es compleja y real. Lena Katelios pertenece a este grupo, con un pasado y con una trayectoria. Hay pocas mujeres jóvenes que me interesen literariamente, me atraen más, para escribir, las que poseen ya una vida detrás que les da densidad. Son mujeres que arrastran estragos y daños producidos por la vida. Es un tipo de mujer que no encontraba en otros libros. Para mí, caminan solas bajo un cielo sin dioses, como un soldado perdido en territorio enemigo. El amor de esas mujeres hace que los protagonistas masculinos de mis novelas, como Teseo Lombardo o Miguel Jordán, gente normal, dejen de ser vulgares y anodinos y reciban un valor especial. Es la mirada de esa mujer superior lo que hace que el hombre se convierta en héroe.
—¿Qué deseaba contar con esta relación triangular?
—Contar una historia, con unos personajes y tramas que son una invención, bien contada, para que el lector participe del mundo. Yo no pretendo desvelar las relaciones de matrimonios fallidos, sino que el lector viva una historia potente y que quede atrapado en sus páginas. No quiero que el mundo sea mejor al terminar mi novela, no tengo una misión didáctica. Sólo construyo tramas interesantes con el ánimo de que el lector las viva conmigo. En este caso, le propongo que hunda barcos en el mar Egeo y que viva una relación triangular con un matrimonio en decadencia. No pretendo nada más. Lo único que quiero es contar buenas historias.
—Es una historia en tiempos de guerra. ¿Son muy diferentes a las que surgen en la paz?
—Sí. La guerra directa, o como fondo, propone situaciones insólitas. Lo que podría suceder a lo largo de meses o de años ocurre en un único día. Las personas se transforman con idéntica rapidez. La guerra imprime una velocidad que no existe en la paz. He vivido veintiún años en la guerra. Aunque lo quisiera evitar, mi manera de ver las relaciones, la enfermedad, el horror, el fracaso, el estrago, está mediada por la guerra. Fue mi escuela, su mirada es la que empleo como autor. Para mí la guerra es muy útil narrativamente, porque me ofrece una variedad de situaciones, de tensiones o incertidumbres que me resultan muy ricas y que en la paz me costaría más encontrar. Me voy a ese territorio porque estoy más cómodo en él. Es paradójico: estoy más cómodo en el desastre que en la normalidad, tanto en lo vital como en la escritura. Esto es una consecuencia de la vida que he llevado. Actúo con más calma, con más conocimiento en esas coyunturas. No es que busque la desgracia, es que estoy acostumbrado a ella. Cuando surge una crisis, mi forma de actuar es más eficaz.
—Hay una frase en 'La isla de la Mujer Dormida' que dice: «No es civilizado hundir barcos en el siglo XX».
—La guerra es especialmente dura en el mar. Ya es un lugar duro sin guerra, así que con ella más. La mayoría se acerca a él como un lugar de vacaciones, pero el mar tiene momentos terribles, no tiene compasión. Mata igual al que es bueno y al que es malo. No tiene sentido de la justicia. El mar es muy democrático: no respeta ni oropeles ni galones ni laureles. Si, además, añades la guerra, la dureza de este medio crece: lo normal, si se hunde un barco, es recoger a los supervivientes, pero en cierta clase de guerra, como la de la novela, tienes que abandonarlos. Ésa es la regla, el drama. Y de ahí provienen los remordimientos.
—También es un relato sobre la amistad.
—En ese aspecto, recurro a mi memoria personal. Si has vivido situaciones extremas, sabes que las tragedias y las conmociones unen a la gente. La guerra y la supervivencia crean lazos de camaradería. En mi caso, todavía mantengo muchos de esos vínculos con determinadas personas. James Warner Wallace dijo: «Nunca podría odiar a los que ese día cabalgaron conmigo por aquel valle». Y es cierto, estás unido a esas personas para siempre. El mar es un lugar muy adecuado para crear esas lealtades.
La crítica ha dicho:
«Me gusta Pérez-Reverte, me recuerda a Dumas y Salgari». Umberto Eco
«Pérez-Reverte ha inventado novelas y géneros que no existían en España». Alexis Grohmann
«Pérez-Reverte sabe cómo retener al lector a cada vuelta de página». 'The New York Times Book Review'
«La etapa creativa que está atravesando Arturo Pérez-Reverte resulta asombrosa». Sergio Vila-Sanjuán, 'La Vanguardia'
«Arturo Pérez-Reverte elabora sus novelas como un viejo barman español refinado y elegante que se emborrachase de vez en cuando con Corto Maltés». 'Minute'
«El novelista más perfecto de la literatura española de nuestro tiempo». 'El País'
http://www.icorso.com/LIMD/DOSIER/DOSIER%20ALFAGUARA%20-%20La%20isla%20de%20la%20Mujer%20Dormida.pdf
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