26 mayo 2025

«Vuelve» Alatriste y todos somos sus ahijados

Adrián J. Sáez - ABC - 26/05/2025

Ayer, Arturo Pérez-Reverte escribió un tuit breve como una consigna secreta: «Vuelve», acompañado por un vídeo con la silueta inconfundible del capitán Alatriste. Entonces, a mí como a miles de lectores, se me aceleró el pulso, se paró el tiempo y fui a buscar mi espada: casi 15 años después habrá otra novela.

Y es que hay libros que hacemos nuestros y que, al mismo tiempo, nos forjan a su imagen y semejanza: es casi un acto divino, que con la magia de las mejores cosas sucede sin saber muy bien por qué, pero que marca a fuego para toda la vida. Un miembro de este selecto club es, por derecho propio, la serie del capitán Alatriste de Pérez-Reverte, que ha formado a toda una generación de lectores que podemos considerarnos con orgullo ahijados de Alatriste. Y llevamos media vida esperando este momento.

De hecho, van a perdonar que hable en primera persona, pero es mi caso y lo digo sin rodeos: soy lo que soy gracias al capitán Alatriste. Recuerdo que, en ese travieso tiempo de la adolescencia, un buen día mis padres me pusieron en las manos los primeros volúmenes de la saga: no sé ya si fueron tres de golpe ('El capitán Alatriste', 1996, escrito al alimón con su hija Carlota, 'Limpieza de sangre', 1997 y 'El sol de Breda', 1998), cuatro (con 'El oro del rey', 2000) o quizás incluso cinco ('El caballero del jubón amarillo', 2003), luego seguidos de otras dos entregas más ('Corsarios de Levante' y 'El puente de los asesinos', 2006 y 2011), cuya simple aparición ya causaba una alegría digna de una cita galante. Poco importa, porque me acuerdo perfectamente de que fui leyendo con tanta devoción como voracidad cada nueva aventura de este capitán que en verdad no es capitán y de Íñigo Balboa, joven narrador-testigo que crece a su lado mientras cuenta su historia de primerísima mano.

Pérez-Reverte ha dicho siempre que en un acto de chulería decidió iniciar este proyecto para compensar la oscuridad en que estaba condenado el Siglo de Oro en los libros de texto. ¡Y a fe mía que lo consiguió! Y de la mejor de las maneras posibles: con una combinación perfecta de relato clásico y moderno, pues se trata de una reescritura estupenda de las vidas de soldados de los siglos XVI y XVII con los que ofrece entre líneas un verdadero programa ético mientras entre otras cosas salvan a un príncipe inglés, se enfrentan a la Inquisición, combaten como corsarios o conspiran contra Venecia.

Gracias a Alatriste y a su apicarado compañero me apasioné de ese tiempo de luces y sombras de la historia de España y decidí estudiar Filología Hispánica (que es lo que hace quien sólo sabe que le gusta leer). Para rizar el rizo, con el tiempo he acabado como profesor de literatura áurea y hasta he tenido la fortuna de conocer a don Arturo. Es más: recientemente me he unido al club Dumas de los amigos y estudiosos alatristescos, que preside el querido Alberto Montaner.

Una vez, en un aula abarrotada hasta la bola de la Universidad de Huelva y lo entienda quien quiera confesé en público mi deuda con Alatriste y don Arturo respondió con retranca marinera: «No asumo esa responsabilidad». Y, sin embargo, sé que conmigo hay muchos lectores que darían lo que fuera por unirse a Quevedo, fiel amigo del capitán, y gritar «¡No queda sino batirnos!».

He recordado al autor de Alatriste, aunque no hace ninguna falta porque es cosa archisabida y porque Alatriste posee la categoría de mito que parece tener vida propia: en las novelas, claro, que se leen con tanto gusto sueltas al ritmo de la publicación como del tirón una tras otra, pero igualmente en los dibujos de Joan Mundet, las películas y las series (sobre todo con ese gran Aragorn-Viggo Mortensen).

La historia había quedado abierta con el final sin final de la conjuración veneciana en la séptima novela y Pérez-Reverte había pasado a otros quehaceres, que son muchos y buenos. Pero yo, que prefiero a Alatriste pese a haber leído todo lo demás, tenía una espinita clavada en el corazón. Por eso, la reciente noticia del regreso o resurrección de Alatriste casi me hizo tener un infarto de alegría. Y ahora cuento los días jugando a adivinar qué pasará en la nueva novela, esperando para disfrutar con una de esas novelas con las que uno siempre es feliz como en verano (o como en las canciones). Al fin y al cabo, todos somos un poco como Íñigo Balboa: somos a mucha honra ahijados de Alatriste, y estamos listos.

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