Pueblo, 23 de julio de 1975
[El Aaiún, por teléfono, de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]
En la explanada del cuartel de la Legión, bajo un sol de justicia, los soldados aplauden a Karina, a Rosa Morena, a Lolita Sevilla... Desde el improvisado escenario, ante una multitud de uniformes verdes y caquis, los participantes en el festival-homenaje a las Fuerzas Armadas entregan a los soldados del Sahara el saludo de España. De pronto, los altavoces enmudecen y un oficial del Ejército, con un papel en la mano, se adelanta hasta el micrófono, haciendo resonar sus palabras sobre un silencio expectante. Esta mañana, una de nuestras patrullas de nómadas y legionarios ha capturado una patrulla marroquí... El recinto vibra de entusiasmo y una ovación ensordecedora atruena el aire.
A las diez horas veinte minutos de la mañana, cuando el fuerte calor comienza a abrasar el desierto, una patrulla mixta del Ejército español recorre la frontera en misión rutinaria de reconocimiento. Con ella, vistiendo uniforme de las tropas nómadas, va un periodista español, Luis Espejo Valdelomar. Hace varios días que recorre la frontera, durmiendo en pozos individuales, cubiertos de arena y abrasados por el sol. De improviso, los españoles descubren un camión de las Fuerzas Armadas marroquíes que circulan dentro de territorio saharaui, ocho kilómetros al sur de la línea fronteriza, entre Sequem Jaui Naam.
El vehículo avanza confiado, como si se encontrase en territorio propio. A bordo viajan el sargento Douali, dos cabos y trece soldados de las FAR. Su armamento, moderno y totalmente automático, consiste en una ametralladora rusa, subfusiles y fusiles de asalto Kalashnikov, de fabricación soviética. Los marroquíes ignoran que se encuentran en territorio del Sahara.
El oficial que manda la patrulla española se lanza en persecución de los marroquíes. Legionarios y nómadas saharauis y españoles se preparan al combate, las armas a punto, mientras un grupo se despliega en movimiento envolvente para cortar la retirada a los fugitivos, que ya han comprendido lo que ocurre e intentan desesperadamente ganar la frontera. Pero es demasiado tarde para los marroquíes. Cuando ven en el camino de huida a las tropas españolas, que se despliegan en orden de combate en las proximidades de la línea fronteriza, los soldados del Ejército Real se detienen y buscan abrigo en los accidentes del terreno, dispuestos a la lucha.
Pero los marroquíes se hallan entre dos fuegos, y los aviones de caza de El Aaiún, rápidamente alertados, surcan el cielo sobrevolando la zona, listos para atacar. EI sargento Douali comprende que cualquier tipo de resistencia es inútil, y cuando el oficial español les conmina a la rendición, los marroquíes dejan las armas y se entregan, brazos en alto, sin haber disparado un solo tiro.
Trasladados a la base de Hagunia, los dieciséis marroquíes, sin comprender todavía muy bien lo que está sucediendo, suben a los helicópteros, que les trasladarán a El Aaiún, mientras escuchan a un oficial español, que, con suma corrección, les ofrece comida:
—Todos ustedes serán tratados según la convención de Ginebra.
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