07 septiembre 2023

Reseñas sobre 'El problema final'

Raúl R. Méndez - 22minutoscon.com - 07/06/2023

Quien más o quien menos ha visto a Sherlock Holmes fumar pipa alguna vez en su vida. Un personaje de su talante, profundamente atemporal, es una apuesta segura para cualquier proyecto cinematográfico; tanto que desde Robert Downey Jr. a Henry Cavill, pasando por Benedict Cumberbatch, muchos son los actores que (tan sólo recientemente) han encarnado ya al mítico y perspicaz detective londinense. Y muchas las novelas que, con mención o sin ella, han seguido la estela del completísimo personaje de Conan Doyle. Y Arturo Pérez-Reverte no iba a ser menos: necesitaba, a su curiosa manera, redactar una historia basada en la resolución de un misterioso crimen; una novela de esas que sólo con la sinopsis a uno le entran ganas de prepararse un café, recostarse en su lugar de lectura y no cerrar el libro hasta que la luz de la luna sea insuficiente como para continuar fulminando capítulos.

Invocando a Sherlock Holmes en el cuerpo mortal de un actor británico que precisamente se encuentra en decadencia tras haber interpretado al personaje de Conan Doyle en algunas películas, Reverte logra en 'El problema final' (Alfaguara) aunar en una sola novela los dos mundos que domina el detective de Londres: el cine y la literatura. Y todo ello aglutinado en una intrigante historia con aroma a tabaco, sospechosos, giros inesperados y una honda investigación hasta descubrir la verdadera causa de la muerte de Edith Mander. 328 páginas de enigmas y misterios.

Vaya, que Arturo Pérez-Reverte está empeñado en superar a sus más recientes novelas, 'El italiano' y 'Revolución', que respectivamente han vendido 300.000 y 200.000 ejemplares, ahora con una obra que nace de sus entrañas y su profunda admiración por Basil Rathbone, el reconocido intérprete que entre 1939 y 1946 encarnó a Sherlock Holmes y boceteó su ya clásica apariencia: traje, lupa, sombrero y, sobre todo, pipa. De hecho, no es la primera vez que Reverte advierte de su palpable afición por el distintivo género que inauguró Conan Doyle: "Lo he dicho en varias ocasiones: considero que Sherlock Holmes y Watson son, con Don Quijote y con los Tres (cuatro) Mosqueteros, los personajes más grandes, fascinantes y originales de la literatura universal".

Ubicada en Utakos, una pequeña isla de apenas un kilómetro cuadrado cerca de Corfú y con vistas a la costa de Albania, que aún conserva los restos de un bello fuerte veneciano, y en lo alto de una colina arbolada los vestigios de un antiguo templo griego, 'El problema final' desarrollará su trama en el hotel de la zona donde, a causa del temporal, todos los personajes, potenciales sospechosos del asesinato de la turista inglesa, quedan atrapados. Allí serán testigos de las inesperadas dotes de Hopalong Basil como un inteligente investigador del crimen «frente a la moda impuesta por el cine americano y la novela negra». Asimismo, el protagonista de la trama ahonda en una profunda reflexión sobre las novelas de detectives, propia de las mejores obras de metaficción. A través de los ojos de Hopalong Basil y los múltiples encuentros que mantendrá con Paco Foxá, un escritor español de novelas de kiosco, el libro añora los relatos de antes; esos que, pese a no ser tan modernos, innovadores y no pertenecer al género de la novela negra, nunca arrinconaron los enigmas elegantes de esta clase de historias.

La novela, publicada por la editorial Alfaguara, salió a la venta el pasado 5 de septiembre y está ya disponible en todas las librerías y macroempresas que, parcial o enteramente, se dedican al comercio de libros. El problema final tiene un precio unificado de 21,90€ en tapa dura y de 12,99€ en formato digital: sin descuentos, ese es el precio que el lector tendrá que abonar para inmiscuirse en un profundo y detectivesco viaje que, nacido de la pluma del académico de la RAE, promete convertirse en una de las novelas más ambiciosas de 2023.

En suma, Arturo Pérez-Reverte apostata de las modas para entregar a sus lectores una obra como las de siempre. De Sherlock Holmes, cigarros, un creído suicidio que finalmente se convertirá en asesinato con una gran sarta de sospechosos de toda calaña siendo investigados, un personaje que deberá usar su más audaz ingenio para resolver el crimen y una obra que pretende despertar la propia inteligencia del lector a fin de invitarle a resolver el crimen junto con el protagonista. Reverte solamente se deja influenciar por sí mismo, y por eso añade una nueva novela de intriga a su ya gigantesca obra literaria; una que comparte género con 'La tabla de Flandes' y 'El club Dumas' y que pretende aprovechar el gran momento de inspiración que atraviesa el novelista español.

https://22minutoscon.com/2023/09/07/el-problema-final-arturo-perez-reverte/

Pérez Reverte y Holmes: el juego sigue

Carlos Colón - granadahoy.com - 10/09/2023

Los apócrifos de Sherlock Holmes son un género. Cientos de relatos y novelas protagonizadas por el detective más admirado del mundo han sido escritas por folletinistas que se aprovechaban del éxito del personaje o admiradores que querían homenajearlo. A este segundo grupo, porque está claro que no necesita escudarse tras Holmes para vender libros, pertenece Pérez-Reverte, con quien comparto tres de esas pasiones que hermanan: Joseph Conrad, Conan Doyle y John Ford.

Ya en 'El club Dumas' introdujo a Irene Adler (“Para Sherlock Holmes ella es siempre la mujer”, escribe Watson en 'Un escándalo en Bohemia'). Ahora le dedica una novela, 'El problema final', haciendo de paso un guiño al mejor intérprete de Holmes que ha existido, Basil Rathbone (también en esto coincidimos) y a los escritores españoles de novelas populares, que son los Holmes y Watson (guiño también a Nigel Bruce, el divertido Watson de las películas de Rathbone) de esta novela ambientada en una isla frente a Corfú en 1960 (quizás otro guiño: para hacer propaganda antinazi la mayoría de los 14 Holmes interpretados por Rathbone entre 1939 y 1946 no respetan la época, ni las localizaciones, ni los argumentos originales).

Se inscribe así Pérez Reverte en la larga nómina de autores que por interés o admiración han seguido la exclamación del detective –“¡el juego comienza!”– para que millones de lectores puedan seguir jugando más allá del canon de Doyle. Entre los más desvergonzados están los folletinistas y periodistas Kurt Matull y Matthias Blank que, en vida de Conan Doyle, publicaron en Alemania 230 nuevas aventuras de Holmes –tan tremebundas como divertidas– que pueden leer en las antologías publicadas en Funambulista por David Felipe Arranz y los volúmenes de 'The Sherlock Holmes Collection' de RBA. Entre los más nobles están los relatos de Holmes escritos por J. M. Barrie, Stephen King, John Dickson Carr o Julian Symons que publicó Valdemar en los 14 tomos de 'Los archivos de Baker Street', la antología editada por Isaac Asimov –'Sherlock Holmes a través del espacio y el tiempo'– con relatos de F. J. Farmer, G. R. Dickson, E. Wellen y el propio Asimov o los escritos por Maurice Leblanc (que lo enfrentó a su Arsenio Lupin), Mark Twain, Jardiel Poncela, Nicholas Meyer, Julian Barnes o Umberto Eco (no olvidemos su Guillermo de Baskerville, un Holmes monacal y medieval). A estos se une ahora Pérez-Reverte.

https://www.granadahoy.com/opinion/articulos/Perez-Reverte-Holmes-juego-sigue_0_1828617214.html

'El problema final'

Karina Sainz Borgo - abc.es - 10/09/2023

https://www.abc.es/cultura/karina-sainz-borgo-problema-final-20230910190849-nt.html

Una de tantas versiones y perversiones de Sherlock Holmes

José Luis G Gómez - laopiniondemalaga.es - 10/09/2023

Arturo Pérez-Reverte no puede parar. Viendo su aspecto de curtido cuarentón, lo que le envidias cuando recuerdas que tiene ya 71 años, imagino que además de escribir, lo que dice que hace todos los días para mantenerse despierto y vivo, este incansable escritor también pasa más que un rato en el gimnasio –no creo que sea uno con luces de neón, supongo que será algo más parecido a un viejo club de boxeo sacado de una película en blanco y negro-. Y con esto de no parar, a Pérez-Reverte no le bastan sus personajes e historias, por lo que su novedad para esta temporada es un homenaje a Sherlock Holmes –sí, se ha atrevido con los personajes de Arthur Conan Doyle, los mismos que en la película ‘Madrid Days’ casi acaban con el crédito que le quedaba a José Luis Garci-. Pérez-Reverte se ha aproximado de forma lateral al mito detectivesco en ‘El problema final’ (Alfaguara), y parece que su Holmes es un actor decidido a resolver un caso gracias a que ha interpretado al vecino de Baker Street en muchas ocasiones. ¿Qué se puede decir de este seguro éxito de ventas? Así, de primeras, superada la pereza de criticar a Pérez-Reverte, se me ocurre que esto ya lo hemos leído y visto, porque el autor de ‘La piel del tambor’ no es el primero que no ha resistido la tentación de retomar al personaje de un modo u otro. Yo creo que me quedo con la versión de Chuck Jones para Warner Bros con el Pato Lucas de protagonista.


Santos Sanz Villanueva - elespanol.com - 12/09/2023

Parte Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) en 'El problema final' de un modelo narrativo clásico, el lugar cerrado donde se comete un delito que nadie ajeno a ese espacio ha podido llevar a cabo. Tal circunstancia propicia un rosario de conjeturas cuya exploración y esclarecimiento constituyen el meollo de la conocida como novela enigma, la más pura y para muchos la más exigente variante de la literatura de suspense y criminal.

Pérez-Reverte inventa un caso semejante a lo dicho. Una de las nueve personas que se alojan en el familiar hotel de una mínima isla griega, Utakos, se suicida, pero algunos indicios apuntan a un asesinato. Un temporal mantiene varios días el lugar aislado e impide que acuda la policía desde la cercana Corfú. Entre los huéspedes se encuentra el actor británico Basil Rathbone, ya en cierta decadencia profesional, pero famosísimo en el momento de la acción, el verano de 1960, por sus múltiples interpretaciones de Sherlock Holmes. La gente del hotel le pide a Basil que haga unas pesquisas preliminares. Lo acepta y con él colabora otro huésped con quien ha intimado, el español Paco Foxá. Así, ambos duplican en la ficción la pareja Holmes-Watson creada por Conan Doyle. Se producen dos nuevos asesinatos. En fin, la novela desmenuza la intrincada investigación, de la que sería impertinente dar aquí detalles.

En cuanto novela criminal y de enigma, Pérez-Reverte hace un trabajo magnífico, completo, redondo, que responde con plenitud a todas las exigencias del género. Encadena incógnitas, tuerce varias veces el rumbo previsible de los sucesos, siembra dudas, llega a convertir a la propia pareja de sedicentes detectives en sospechosa, apela desde dentro del relato a la credibilidad del lector…

Aunque quizás retuerza un poco las conjeturas, todo lo anuda con solvencia absoluta. No se contenta con una labor ligera para despachar una ingeniosa trama. La consuma con un quehacer serio, estudiado, rico en documentación complementaria histórico-cultural (cine y literatura) y meticuloso en los detalles. El maestro del arte de contar que es se beneficia en esta ocasión de enfrentarse a un tipo de relato que tiene su misma razón de ser en el placer de narrar. El resultado de la trama anecdótica no puede ser mejor. Ya podemos suponer, sin embargo, que Pérez-Reverte no se va a limitar a montar una historia absorbente que nos mantenga pendientes de los vaivenes de los sucesos. Sin minusvalorar este alcance, la novela va añadiendo capas a la cebolla central. De tal modo, es mucho más que una novela-enigma.

Ante todo, encontramos un cumplido ensayo abundante en datos y observaciones sobre la novela criminal en el que el conocimiento y análisis del género se vierte no en abstracciones y generalidades académicas sino en materia inmediata y viva del propio relato. El cual, además, reivindica la pureza de un género que ha sucumbido a la ganga sociológica y al pistolerismo policial y gansteril impuestos por la novela negra y el cine americano. Tirando por elevación, 'El problema final' también contiene apuntes notables sobre la invención literaria, la vida en la literatura y viceversa. Todo ello se relaciona, a su vez, con anotaciones sobre la otra gran modalidad narrativa, la cinematográfica. Y este meollo de cuestiones desemboca en un asunto sustancial: la verdad y la ficción, el arte y la mentira. Así, una canónica novela de suspense, de las que piden leerse sin respiro, se convierte en homenaje a la ficción, en un libro profundamente cervantino que nos sitúa en la encrucijada en que se cruzan realidad e invención.


Arturo Pérez-Reverte encuentra a Holmes

Jesús Martín - kevinjesus20.com - 14/09/2023

Arturo Pérez-Reverte regresa a la actualidad literaria con una novela-problema, en la que se incluye la tesis escenográfica de la habitación cerrada. Esta catalogación, en apariencia moderna y muy usada en el argot periodístico, en realidad no es más que una traslación actualizada del tipo de escritos que autores como Sir Arthur Conan Doyle y Agatha Christie popularizaron hace muchas décadas, bajo la categoría de novelas de misterio, protagonizadas por detectives sagaces y plenamente capaces para resolver los puzles asesinos más rocambolescos y laberínticos.

Tal vez debido a sus preferencias lectoras, Pérez-Reverte ha escogido a Sherlock Holmes, de Conan Doyle, como el ídolo de papel al que rinde tributo en su libro 'El problema final' (Editorial Alfaguara), a pesar de que la naturaleza de la muerte a descubrir parece estar más relacionada con el universo existencial y laboral de Hercule Poirot y Jane Marple (los investigadores estrella de Agatha Christie), que con los trabajos más sesudos del detective residente en el 221B de la calle londinense de Baker Street.

Por los ingredientes esenciales del argumento de 'El problema final', la mente viaja con rapidez a las extensiones tenebrosas de 'Diez negritos', de Christie, más que a los complicados tejemanejes racionales que suelen usar el icónico Sherlock Holmes y su inseparable doctor Watson. No obstante, los narradores y creadores audiovisuales no han parado de someter al detective ideado por Conan Doyle a realidades bastante ajenas a su concepción original, como ocurría en el film 'Elemental, doctor Freud' (Herbert Ross, 1976), en el que el guionista  Nicholas Meyer sometía al investigador de la pipa a un análisis psicológico inspirado en las rompedoras teorías de Sigmund Freud.

Pérez-Reverte innova al invocar la presencia de Holmes de manera subliminal, y nunca literal. Esto permite al narrador incorporar las características propias de un papel diferente a quien quiere representar, lo que otorga una mayor libertad de acción al responsable de 'La piel del tambor'. El escritor nacido en Cartagena no tiene los mismos intereses que el desconcertante y polifacético Conan Doyle, ya que la formación de ambos es notablemente diferente; quizá por eso la inclusión de la imagen de Sherlock Holmes está totalmente idealizada en 'El problema final', a través de un actor que se metió en el héroe residente en el 221B de la calle londinense de Baker Street años atrás, y que saca a pasear su caracterización por la isla griega en la que tiene lugar el terrible misterio que amenaza a los nueve protagonistas de la historia.

La trama de 'El problema final' ocurre en el mes de junio de 1960. En la isla de Utakos, frente a la famosa Corfú, nueve personas se hallan atrapadas en el hotel de la localidad, sin posibilidad de escapar por el mal tiempo que azota a la costa. Mientras el nerviosismo y la ansiedad corre por los distintos rincones del inmueble, una turista inglesa aparece muerta en su habitación. La estancia está cerrada a cal y canto, y no hay signos de que alguien haya forzado la cerradura. Sin embargo, lo que en primera instancia se antoja como un suicidio, pronto se convierte en algo más parecido a un asesinato. Lo bueno del caso es que los sospechosos están ubicados en la propiedad hostelera, tan solo falta un detective capaz de descubrir los puntos oscuros de semejante asunto. La figura del portador de las células grises de Poirot es el actor Hopalong Basil: un profesional de los escenarios en decadencia, que se ganó la vida representando a Sherlock Holmes, en un pasado sembrado de aplausos y comentarios admirativos.

El estilo directo y rítmico usado por Pérez-Reverte dista bastante de los de Doyle y Christie, aunque no desentona en el contexto de una novela de inspiración deductiva, en la que los giros están medidos al milímetro. Un trabajo que pretende convertir a los lectores en personajes invisibles del suspense planteado, al invitarles a seguir las afortunadas o desnortadas tesis de Basil.

Probablemente, algunos piensen que este terreno de novela-problema no es el habitual en la trayectoria del autor murciano, pero en la mayoría de sus obras existen misterios de difícil resolución, que implican una labor intelectual de los protagonistas más que notable. En este sentido se puede citar el rompecabezas literario que libró el oscuro Corso, en 'El club Dumas'; o la hipnótica búsqueda que emprende la restauradora de arte llamada Julia, en 'La tabla de Flandes'. En 'El problema final', el fantasma ficticio de Sherlock Holmes adquiere una dimensión diferente a la habitual, a pesar de estar encarnado por un perfecto desconocido. Arturo Pérez-Reverte enfatiza con esta acción que, a veces, no hay como meterse en la piel de un personaje para exponer sus secretos mejor guardados.


Pérez-Reverte hace brillar al clásico Sherlock Holmes
Elena Méndez Pérez - lavozdegalicia.es - 15/09/2023

¿Quién es el asesino? Arturo Pérez-Reverte nos sorprende con una obra que cae muy lejos de sus registros habituales y nos desafía a descubrir al malvado Moriarty (salido de la genial inventiva de otro Arturo, Conan Doyle) que se esconde entre los moradores de un maravilloso hotel ubicado en la isla griega de Utakos, frente a Corfú. Son los elegantes años sesenta. Una fuerte tormenta en el mar Jónico desencadena la trama de esta novela de corte clásico plagada de referencias literarias y cinematográficas. Por su culpa, nueve huéspedes y cuatro empleados del establecimiento hotelero quedarán aislados durante días. Resignados a su suerte, se preparan para pasar la tormenta de la forma más confortable posible, pero una muerte inesperada rompe la calma.

Por suerte (o tal vez no) entre los retenidos en el hotel se encuentra Sherlock Holmes, o mejor dicho, Hopalong Basil, el actor (inventado por Reverte para la ocasión) que mejor le ha dado vida en las pantallas a lo largo de los años. Por acuerdo tácito de los implicados él será el encargado de investigar este crimen que se presenta como un enigma clásico de habitación cerrada. Lo hará con la ayuda de otro huésped: un escritor español de segunda fila especializado en literatura criminal. Será su Watson. Realidad y ficción se aproximan a lo largo de las páginas hasta desdibujar sus fronteras. «Una vez descartado lo imposible… (ya sé, ya sé… Se lo oí decir montones de veces en el cine) lo que queda, por improbable que parezca, tiene que ser verdad», dialogan los investigadores en un intento de aclarar (o enredar) los hechos. Prepárate para lo imposible.

Todo está dispuesto para que el lector entre en el juego. Una partida en la que Pérez-Reverte nos reta a ser más listos que él. Nos muestra y nos oculta, nos guía y nos confunde en un tira y afloja tan divertido como retorcido. «Las mentiras pueden revelar tanto como la verdad, si se las escucha con atención», nos advierte, así que abre los ojos.

Con la primera impresión parece que nos enfrentamos a una revisión de la aclamada Diez negritos. («Tenga en cuenta que Agatha Christie inventó prácticamente todas las situaciones imaginables»). Pero al seguir avanzando descubrimos que los préstamos y referencias van mucho más allá. Toda la trama, en la que Conan Doyle y su principal personaje Sherlock Holmes ocupan lugar preferente, es un homenaje a las novelas-enigma ideadas como un reto a la inteligencia. «Por eso me atrae la idea de regresar a la novela-problema en esta extraña isla. Reivindicar la investigación criminal inteligente frente a la moda impuesta por el cine americano y la novela negra», nos explica Reverte por boca de su escritor-Watson. No podemos más que coincidir.

Nuestro Sherlock falso («solo soy un actor») no fuma en pipa, aunque lo ha intentado, pero observa y deduce siguiendo las pautas del personaje creado por Doyle. O al menos eso pretende, con éxito irregular. «Yo era el primero en saber que la mayor parte de las deducciones e inferencias de Sherlock Holmes —como las de Hércules Poirot o cualquier otro— no resistían un análisis lógico. Si triunfaban era porque sus creadores novelistas permitían que lo hicieran», desvela para los más crédulos. Toma nota. Pero Pérez-Reverte nos anima a lanzarnos a este apasionante juego metaliterario, en el que los personajes se salen del guion, sin perder de vista la trama criminal, esa que nos roba el sueño, y no nos deja cerrar el libro. Pasados oscuros, identidades confusas, venganzas y celos desfilan con los personajes por los jardines y salones de este hotel encantador que oculta algunas sorpresas menos glamurosas.

Pérez-Reverte da brillo y esplendor al personaje de Sherlock Holmes sin necesidad de gorros estrambóticos, ni nieblas perturbadoras. Lejos de Londres, el detective revive para tomar un nuevo rumbo y diseccionar ante nuestros ojos a esos personajes que caen bajo la sospecha: el matrimonio alemán, las turistas inglesas, el productor de cine italiano y la diva de la ópera, el camarero guapo, la directora del hotel con pasado oscuro... Cada uno oculta algo. Historias que se entrelazan para formar una red de mentiras y verdades en la que nos deslizamos con placer. Puertas cerradas, relojes que atrasan, citas en la noche, pasaportes desaparecidos. Todos los ingredientes para disfrutar de unas horas de felicidad con un libro entre las manos. Y un final, que desde luego no voy a contar. Elemental.


Entre Sherlock Holmes y Agatha Christie, para un público actual
José María Sánchez Galera - eldebate.com - 16/09/2023

Arturo Pérez–Reverte (Cartagena, 1951) es un nombre que no necesita de mucho comentario previo: pocos españoles habrá que no lo conozcan. Sin embargo, conviene recordar que uno de los factores más determinantes de su vida, y de su obra literaria, es su extensa dedicación al periodismo de guerra. Dos décadas en casi tantas conflagraciones armadas por lugares tan distantes como Eritrea, Mozambique y las Malvinas, o tan incómodamente próximos como la antigua Yugoslavia. Parte de estas tremebundas experiencias se relatan en 'Territorio comanche' (1994), expresión que ha cuajado en nuestro lenguaje cotidiano. Y, como comparte en una entrevista en 'El Debate', aquellos años han asentado en Pérez-Reverte una mirada muy específica sobre el ser humano. «El bien y el mal tienen siempre una frontera muy difusa bien»; y añade: «[lo] he comprobado empíricamente». En consecuencia, «uno puede llegar a admirar la manera en que los malvados ejercen su maldad».

En esta ocasión, el célebre académico opta por una novela de género, lo que él denomina «novela problema» o «novela enigma». Reencarnando a Sherlock Holmes en un actor que le da vida en la pantalla, Pérez-Reverte lo sitúa en un ambiente propio de las tramas de Agatha Christie: comienzos de verano de 1960 en un hotelito dentro de una acogedora isla griega. Un temporal aísla a los protagonistas de esta historia, en la que el crimen acontece más o menos rápido. A partir de este momento, el hombre que ha de ejercer de detective inicia sus hábiles pesquisas, y, como en juego de engaños y de ajedrez complejo, van avanzando las páginas hasta que la pirotecnia argumental desemboque en la anagnórisis definitiva. Poco más conviene contar de cómo se desarrolla la diégesis, pero sí ha de señalarse qué se observa mientras tanto: personajes de tono internacional —como de costumbre, el autor nos introduce a un español—, de modales educados y formas elegantes, y con la tecnología que existía hace dos generaciones. Con teléfonos móviles e Internet, esta trama no tendría su necesario empaque y carga psicológica y de indagación humana.

Como reconoce el escritor, el libro procura ceñirse a los estándares del género, pero con la intención de dirigirse de manera eficaz a un lector de nuestros días. Para ello, el señor Pérez-Reverte incide en los rasgos más habituales de sus novelas, empezando por la profusión de detalles concretos: nombres de calles, centímetros que mide el ala de un sombrero, temperatura y hora exactas, denominaciones concretas de marcas comerciales, etc. A lo cual ha de combinarse una abundancia de diálogos. Ambos aspectos dotan a esta novela de una gran facilidad para su adaptación cinematográfica; no olvidemos que Pérez-Reverte cuenta con suficiente número de películas que versionan sus narraciones. Desde 'El maestro de esgrima' (1992), 'La tabla de Flandes' (1994) o 'Territorio comanche' (1997) hasta 'La novena puerta' (1999), 'Alatriste' (2006) o 'La carta esférica' (2007). No en vano, en 'El problema final' —título que emula el del libro con que Arthur Conan Doyle pretendió, sin conseguirlo, llevar a Sherlock Holmes a la tumba— no sólo hay un protagonista que es actor cinematográfico, sino que surgen por doquier referencias a ese mundo repleto de magia, glamour y mentiras. Pero no crea el lector que todo queda en algo peliculero; las alusiones a literatura, arte, historia son constantes y se nota en ello el deleite de un escritor al que le fascina leer y releer docenas de obras, como tarea investigadora de cada página que rellena con sus palabras.


Encerrado con el juguete del ingenio
Domingo Ródenas de Moya - elpais.com - 16/09/2023

El 16 de octubre de 1936, 15 días después de iniciar su colaboración en la revista para amas de casa 'Hogar', Borges estableció los cuatro requisitos esenciales de la novela policíaca: explicitud de todos los términos del problema, economía de personajes y recursos, primacía del cómo sobre el quién y solución necesaria y sorprendente pero no sobrenatural. Lo hizo para afirmar que la última novela de su favorito, Ellery Queen ('Centro de rehabilitación') los cumplió. Unos meses más tarde, en junio de 1937, volvió a escribir sobre este autor apócrifo creado por Frederick Dannay y Manfred B. Lee (del mismo modo que Bioy y él mismo parieron en aquella época a H. Bustos Domecq para contar los casos del detective paródico Isidro Parodi) y en esta ocasión se detuvo en “un problema de interés duradero: el del cadáver en el cuarto cerrado”, que había nacido en la historia 'Los asesinatos en la calle Morgue', de Edgar Allan Poe, de quien obras maestras como 'El misterio de la habitación amarilla', por Gastón Leroux. 

Menciono todo esto porque la novela que acaba de publicar Arturo Pérez-Reverte, cuyo título hace referencia a uno de los mejores cuentos de Arthur Conan Doyle, cumple con todos los requisitos de Borges y, además, lo hace desarrollando con elegante habilidad un rompecabezas de habitación cerrada. Pero eso no es todo, porque Pérez-Reverte no sólo pretende ensamblar con precisión el mecanismo interno de un misterio que atrae y desafía al lector, con sus efectos conseguidos de una manera aún más difícil, sino que también quiere rendir homenaje a la ficción policial (y a través de ella a la llamada literatura popular) y al cine clásico de los años 1930 a 1950, cuyas estrellas brillan en los diálogos con su resplandor público y sus vidas turbulentas. Esta dimensión festiva debe ser aplaudida con especial deleite por los aficionados al género y más aún por quienes conocen las historias del detective de Baker Street, de las que Reverte toma abundantes préstamos intertextuales que pone en boca de sus criaturas. 

De hecho, cine y literatura se unen en el protagonista de la novela, que no es otro que el Sherlock Holmes del celuloide, es decir, el actor británico Basil Rathbone, que aparece aquí como Hopalong Basil, ya en una etapa ocaso de su carrera. Estamos en el verano de 1960. El enigmático suicidio de una inglesa en el seno de la pequeña comunidad de veraneantes de la isla griega de Utakos significa que, todos coinciden: la investigación queda confiada al actor, que se supone está infectado con los atributos del personaje, hasta que llegue la policía.

Si la idea de confundir al cómico con su encarnación ficticia resulta muy sugerente, resulta aún más productivo proporcionarle un doctor Watson español llamado Paco Foxá y que escribe novelas de quiosco sobre vaqueros y policías bajo seudónimo, pero que también tiene una teoría consistente sobre el funcionamiento de la novela policíaca y sus trucos técnicos. Las conversaciones entre Basil/Holmes y Foxá/Watson impulsan el desarrollo de la trama con abundante munición de citas y guiños cinéfilos y literarios. Pero es cuando se involucran en conversaciones metaliterarias que la novela se vuelve irónicamente consciente de sí misma y deja al descubierto ante el lector las normas que la sustentan. Por ejemplo, que la novela policíaca exige renunciar a la profundidad psicológica y, con ella, “lo que algunos llaman novela seria”, pues su objetivo es engañar al lector, desafiar deliciosamente su inteligencia.

La prueba de que está bien construido es que es imposible que el lector descubra al asesino antes que el detective (lo dice Foxá), a menos que esté en el secreto de las reglas y trucos (añade Basil). Y para ello el novelista no puede ser honesto o, dicho de otro modo, debe ocultar algunos datos para dificultar la tarea de responder cómo se cometió el crimen. En su duelo con el lector no puede perder, porque eso reduce su invento a una mala novela. No es para nada el caso de 'El problema final', que lleva a la práctica estas normas sin dejar de reivindicar el género policiaco como novela seria, aunque la modalidad que más estimula a Pérez-Reverte no es el "noir", ni el "hard-boiled", del que deriva una novela con más músculo que cerebro, sino la que plantea una situación que descoloca y reta la inteligencia, la novela enigma que también excitaba a Borges.

'El problema final' pertenece a esta categoría y logra mantener la incertidumbre hasta el final, con una danza de sospechas, alguna hipótesis desacertada (también aquí se reflejan los patinazos del Holmes de Conan Doyle, como se homenajean a los enemigos Moriarty y la astuta Irene Adler), venganzas y desquites, algún cambio de identidad y una muy literaria concepción del crimen (imaginario) como una de las bellas artes. El elenco de personajes es inmejorable para este Cluedo y supera en su diversidad (un exnazi, una superviviente del Holocausto, una diva operística, un productor de cine…) el de la película 'Puñales por la espalda' (2019), montado también sobre un esquema de cuarto cerrado. Puro, ingenioso y excelente juego resuelto con una elipsis final algo forzada y tras la que se echa de menos un último asomo del personaje de Paco Foxá.


El Sherlock Holmes de Pérez-Reverte
Iñaki Ezkerra - elcorreo.com - 16/09/2023


Sherlock Holmes lo hace cualquiera
Alberto Olmos - elconfidencial.com - 17/09/2023

Debe de ser cada año que a uno le llega una novela nueva de Arturo Pérez-Reverte. Esto vuelve sensato odiar a Pérez-Reverte, porque así no tienes que leer una obra suya cada curso. Algunas tienen quinientas páginas. La amistad dispensa servidumbres que la enemistad ignora, y ser amigo de un escritor prolífico obliga a leerlo más horas de las que lo tratas, para salir del brete la próxima vez que lo veas. "¿Leíste mi libro?". Ahí tiemblan muchos, mienten muchos, sucumben numerosas relaciones. No leerme es no quererme, piensa el autor. A un amigo que escribe y publica mucho hay que leerlo, sí; o, en su defecto, quedar poco con él. Yo a Pérez-Reverte lo leo a veces, ahora que nos llevamos y, por supuesto, no lo leo si no quiero, porque yo soy, antes que amigo, mala persona. Cuando entró en casa 'El problema final' lo traté como a cualquier otro libro: sin la más mínima piedad.

Esto quiere decir que lo dejas sobre una mesa, para que sufra. Unos días. Luego, realmente porque mi vida es muy aburrida, lo abro y leo la primera página y quizá la segunda y sigo o no. Me da igual quién sea el autor. No voy a leerlo con calculada caridad. La primera frase de 'El problema final' dice: "En junio de 1960 viajé a Génova para comprar un sombrero". Pueden tener la completa seguridad de que un libro que empieza así es muy bueno. Lo que se conoce como "incipit" dice muchas cosas sobre las intenciones, capacidades y referencias de su autor. La novela negra (la mala y la buena) suele empezar con un muerto, con sangre, incluso con imágenes cadavéricas grotescas. Principiar con cosas pequeñas y apenas anecdóticas transparenta un enorme convencimiento en la historia que vas a contar, y además no asustas al lector como si fueras una bruja de Halloween revenida. Esta primera frase de Reverte nos pone en el tiempo y el espacio del relato, y nos genera curiosidad por un personaje capaz de irse a la otra punta de Europa sólo para comprar un sombrero. En el fondo, queremos que ese sombrero le traiga problemas, como así sucederá en efecto.

Debido a un encuentro fortuito, nuestro hombre tocado de panamá clásico acaba en una isla, en un hotelito, en un crimen imposible y con tormenta. Empieza ahí esta "nivola" detectivesca, la puesta en abismo de las obras completas de Arthur Conan Doyle. La condición metaliteraria y estratifical del libro la posibilita un protagonista fantasmático. Soy consciente de lo enrevesado de la frase. El caso es que el protagonista es actor, algo decaído, y su papel más popular y recordado es el de Sherlock Holmes en varias adaptaciones a la gran pantalla. Por haber encarnado a Sherlock Holmes, la solución del delito le llama; los circunstantes le piden que sea, de hecho, lo que sólo fue ficcionalmente, y él, ebrio de celuloide triunfal, acepta y se pone a investigar como si tuviera la menor puta idea de lo que hace. Esta suerte de suplantación psicótica se me antojó brillante. Le sigue, en fin, un caso práctico de investigación, pistas, testimonios, más pistas, más testimonios falsos, culpables posibles y resolución "in extremis". Todo el periplo averiguativo está salpicado de citas de las novelas de Sherlock Holmes y de la delirante necesidad de que un crimen real (para los personajes) siga la lógica de los crímenes de ficción de Conan Doyle y de otros autores que han leído varios personajes (Agatha Christie, etcétera). A la manera de 'Scream' (Wes Craven, 1996), Sherlock Holmes y Watson (que se hacen llamar así o se burlan llamándose así el uno al otro) anticipan lo que va a suceder precisamente porque se creen dentro de una narración de género (el terror, en 'Scream'; la novela-enigma en 'El problema final'), lo que da a la novela finalmente su condición posmoderna. "Si yo estuviera escribiendo esta novela", leemos, "su amigo el productor italiano sería el próximo asesinado". Y también: "Es casi imposible que el lector descubra al culpable antes que el detective". 

Este lector no consiguió, en efecto, descubrir al culpable antes que el detective, jueguecito delicioso que tiene en el capítulo 8 de 'El problema final' su clímax: de pronto, crees que lo sabías desde el principio, pero no es así. La novela, en fin, es excelente, te pongas como te pongas. Una prosa impecable, una trama mecanizada hasta lo germánico, unos toques de humor, cultura y humanidad precisos y subrayables. No en vano, el autor en alguna entrevista ha condenado la grosera impericia de los escritores jóvenes, que básicamente escriben un trozo de su vida cada día y, cuando han escrito setenta y siete u ochenta y cinco trozos, ya tienen "novela". Todas estas novelas podrían titularse 'Mis cositas', y pueden leerse, sus cositas/trocitos, en cualquier orden, saltándose algunos o, más juiciosamente, saltándoselos todos.

Reverte sale campante de 'El problema final', pues era todo un riesgo proponer novelas neutras, limpias y cerebrales en estos tiempos donde el cinismo las desaconseja. Es como ponerse a hacer una película a lo Buster Keaton cuando hasta los niños están acostumbrados a dragones, sexo explícito y brazos amputados. Lo que más me ha gustado de este libro que me ha gustado mucho es que presenta una masculinidad distinta a la que vemos en 'Línea de fuego' o la serie de Falcó. Tiene menos testosterona, pero también menos autoconciencia. Por primera vez, no sale el típico personaje femenino valeroso y heroico que, diría uno, acaba siendo un poco previsible en las novelas de Reverte, por eso de que no le frían las feministas (que, en realidad, le fríen y refriegan igualmente). Aquí lo que hay es el placer inmenso de leer una novela impecable.


Crimen en el paraíso
José Luis García Martín - elcomercio.es - 22/09/2023


Elemental, querido Watson
José María Carabante - elconfidencialdigital.com - 23/09/2023

Solo los muy estúpidos dudarían de la potencia narrativa de Pérez-Reverte. Ahí están sus libros, sus sagas, para mostrarla, así como la adicción que provocan. Desde este punto de vista, o sea, en cuanto a la forma, su trabajo solo merece aplausos. Y si ha conseguido perfilar sus relatos de un modo tan magistral, tan paradigmático, es porque ha bebido de los grandes narradores de la historia.

'El problema final', su última novela, sigue esa línea. Se trata de un libro que bien podría haber firmado un autor del XIX. Su factura es impoluta; estamos ante la clásica novela de detectives, con aire de misterio y protagonizada por un investigador tan inteligente como estiloso. Recuerda, sí, a Agatha Christie y a Conan Doyle: la atmósfera, los decorados, la actitud de los personajes. Incluso, lo que es más importante, el desvelamiento del misterio, su desenlace final y el magistral modo con que Pérez-Reverte consigue que todo cuadre, resolviendo el rompecabezas.

He aquí la historia: una serie de huéspedes quedan aislados en Utakos, una isla cercana a Corfú, en un pequeño hotel. Mientras esperan que el tiempo mejore, aparece una mujer inglesa muerta. Todo apunta a que se ha suicidado. Sin policía, ni juez que se encargue de levantar el cadáver, encomiendan la investigación a Basil, un actor famoso, ya retirado, conocido por interpretar a Sherlock Holmes. Otro de los hospedados, Foxá, actuará como acólito, ocupando el papel de Watson.

En las incontables entrevistas que ha concedido con motivo de la publicación de su novela, el antiguo corresponsal de guerra ha comentado que su deseo era rendir homenaje a los detectives que han poblado sus tardes, haciéndoselas pasar tan placenteramente. Pérez-Reverte es de los que sabe que la vida, por desgracia, no se parece demasiado a la literatura y se refugia en ella, o en la historia, para paliar el tedio de la cotidianidad. Eso es algo que se desprende también de sus artículos y conferencias: tiene un punto de vista ácido y mira con algo de condescendencia el patio de colegio de la política y la cultura contemporáneas.

Se nota que en 'El problema final' todo está medido, estudiado; es menos una novela apasionada que el resultado de una fórmula matemática. Porque Pérez-Reverte escribe como otros se dedican a fabricar mesas: sabiendo que, como decía uno, cada día hay que apretar las tuercas y poner las cosas en su sitio, no esperar que las musas se abajen y se pongan a disposición de un escritorzuelo. Ese es su principal mérito: narrar historias. Se sabe que los grandes guionistas de la edad dorada de Hollywood, y si no recuerdo mal Billy Wilder, cumplían a rajatabla horarios en los que daban rienda suelta a su creatividad, escribiendo escenas de diferentes películas en un mismo día. Uno se imagina que la literatura y el arte de la pantalla es un trabajo arrebatador, pero todo está mucho más medido de lo que pensamos. Quizá, desde fuera, seríamos incapaces de ver la diferencia entre la forma en que trabaja uno de estos creativos y la de un oficinista. 

Dos apuntes más, para terminar. 'El problema final' está lleno de cultura y de referencias artísticas. Es decir, no solo los personajes comentan una y otra vez películas y escenas, sino que también su sentido narrativo es principalmente cinematográfico. Por otro lado, la cultura que desprende estas páginas es la gran cultura visual y libresca que formó la mente de las generaciones que nos precedieron y que hoy hemos perdido: los filmes de Hitchcock, los grandes detectives. Salgari o Stevenson. Y también la divertida y familiar cultura que consistía en pasar una tarde en casa jugando al Cluedo.

Por otro lado, Pérez-Reverte está reivindicando una forma de escribir netamente narrativa, como si denunciara que los libros se hayan vuelto demasiado políticos o sangrientos. Justo esta semana hemos sabido que uno de los seleccionados para el prestigioso premio Goncourt había recurrido a un experto para que leyera cuidadosamente su libro, a fin de purgar sus errores identitarios o sus posibles ofensas, como si el arte tuviera que rendirse a la corrección política. Pero 'El problema final' es también un tributo a la inteligencia, a la agudeza del lector. Pérez-Reverte recuerda las novelas clásicas de misterio, en las que era más importante el desafío intelectual que ensañarse en lo gore. Poco a poco, como denuncia uno de los personajes, el género fue desvaneciéndose, ensangrentándose, haciéndose más visceral y violento. Eso que hoy llaman el "true crime" es menos un arte que una forma de apelar a los instintos y al escándalo, a lo turbio de nuestra animalidad. Frente a esta tendencia, el remedo de Sherlock Holmes que dibuja Pérez-Reverte es una delicia. Elemental, querido lector.


'El problema final'
Javier Barbés - vigohoy.es - 24/09/2023

En junio de 1960, un grupo de personas quedan confinadas por un temporal en un pequeño hotel de la isla de Utakos, enfrente de Corfú, en Grecia. Después de la primera noche, aparece muerta Edith Mander, una de las turistas, en lo que parece haber sido un suicidio. A causa del temporal la policía tampoco puede llegar hasta la isla. Pero, casualmente, está también allí Hopalong Basil, el actor que ha encarnado tantas veces a Sherlock Holmes para la gran pantalla. Con la ayuda de un mediocre escritor de novelas de detectives también confinado en la isla, el español Paco Foxá, que le hará de Watson, intentará deducir lo que ha pasado, con los métodos que ha aprendido al encarnar durante tanto tiempo al famoso detective londinense.

Cada nueva novela de Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) se anuncia a bombo y platillo, y tiende a convertirse en un éxito editorial. Todos damos por hecho que es uno de los mejores escritores en español que quedan en activo, muchas de sus novelas han sido llevadas al cine, y tiene personajes (véase el capitán Alatriste) que se han convertido en clásicos. Esta vez el autor cambia completamente de registro y escribe una verdadera canción de amor a las novelas policiacas antiguas. Hoy día las novelas de detectives (como las protagonizadas por Sherlock Holmes, o las que escribe Agatha Christie), tan célebres a finales del XIX y hasta mediados del XX, han sido sustituidas por novelas de suspense, donde el detective es una mezcla de superhéroe y villano, o bien por la novela negra (de la que soy fan), que se adentra en lugares tenebrosos del cerebro humano. Olvidamos los pequeños detalles de Holmes, o las células grises de Poirot. Pues bien, Pérez-Reverte rescata del cajón la novela tradicional y le hace un cariñoso y verdadero homenaje.

Junio de 1960. Ormond Basil, un actor conocido sobre todo por haber encarnado en quince ocasiones a Sherlock Holmes en el cine, queda casualmente confinado por un temporal marítimo en la isla de Utakos, en Grecia. Allí solamente están los que han quedado con él en el hotel de la isla: la mujer que lo regenta, tres personas de servicio, un matrimonio alemán, dos mujeres inglesas muy discretas, un médico turco, un escritor español de novelas bastante mediocres, y el propio Basil con una pareja a la que acompaña. Después de la primera noche, una de las inglesas aparece muerta en un pabellón que el hotel tiene en la playa. Parece un suicidio, pero hay cosas que no están claras… Los huéspedes le piden a Basil, que es un actor, pero conoce perfectamente el modo de actuar de Sherlock Holmes, que investigue qué fue lo que pudo ocurrir. Enseguida se ofrece Foxá, el español, para hacer de Watson.

Pérez-Reverte crea una historia muy entretenida, perfectamente estructurada –no desdice en absoluto de lo que pretende imitar, las novelas de Sir Arthur Conan Doyle, a quien cita hasta con demasiada frecuencia–, y la pareja de detectives improvisados funciona como un reloj. Ellos mismos son buenos conocedores de los personajes a los que remedan, por lo que toman sus papeles con completa naturalidad y sin estridencias. Es fácil imaginar al actor que es el protagonista, pues claramente es un trasunto de Basil Rathbone –a quien el autor dedica el libro–, el actor que encarnó al detective londinense en quince [sic] películas de los años 40, y cuya cara fue la de Sherlock en el imaginario de toda una generación. Y que Watson sea un español cuadra perfectamente con la imagen que todos tenemos de él.

Y el final del libro, muy épico. Muy británico, como su personaje principal. He disfrutado mucho, de verdad.


Elemental, querido Pérez-Reverte
Matías Vallés - diariodemallorca.es - 24/09/2023

Una novela detectivesca debe funcionar como una orquesta bien temperada. Arturo Pérez-Reverte cumple religiosamente con este mandamiento en 'El problema final', donde la sombra de Sherlock Holmes aparece impresionada desde la misma portada. Ante la lluvia de las proverbiales muertes violentas, los huéspedes confinados en un hotel mediterráneo en el verano de 1960, al estilo de 'Maldad bajo el sol', de Agatha Christie, no llaman en su auxilio a un detective famoso, como en las notables y seriadas encarnaciones de Hercule Poirot a cargo de Kenneth Branagh. Los clientes y trabajadores, aterrorizados, deberán conformarse con un actor crepuscular que ha interpretado las obras completas de Arthur Conan Doyle hasta confundirse con su fetiche.  

Olviden las divagaciones anteriores, y 'El problema final' abunda en inofensiva erudipausia, para recordar que el protagonista de las obras de Pérez-Reverte es siempre su autor, apenas disimulado. El guiño explícito se dirige aquí desde la dedicatoria a Basil Rathbone, pero el escritor teme que su devoción naufrague en la actual ignorancia enciclopédica. De ahí que el improvisado detective Ormond Basil sea fácil de equiparar al Falcó que protagoniza una acertada trilogía bajo la misma firma. El medio centenar de obras completas de Pérez-Reverte componen una venganza (el escritor prefiere la palabra «ejecución») contra los literatos que menospreciaron sus debutantes y espléndidas 'El húsar' o 'El maestro de esgrima' (la reacción troglodítica puede sintetizarse en Baltasar Porcel hablando de «tebeos»). El ansia de contrarrestar los embates desde la disertación se nutre de errores ocasionales, como en la censura a las «películas aburridísimas, por cierto, las del tal Godard y los otros, pero que en esa época hacían furor». La primera película del director francosuizo, que dejó al cine 'Sin aliento', se estrenó en París durante el mismo 1960 en que transcurre la acción de 'El problema final', por lo que sobran el plural y la generalización a un estado de opinión concretado. En honor de Pérez-Reverte, brilla incluso cuando suena a Wikipedia. 

En cuanto a la resolución de los crímenes que se van amontonando según exige el género, el autor se comporta como un prestidigitador que reta constantemente a su lector a descubrir el truco. Hasta proponerse incluso como candidato a culpable. 'El asesinato de Roger Ackroyd', siempre la tía Agatha. El «elemental, querido Pérez-Reverte» establece que la victoria absoluta sobre el crimen es inalcanzable. También aquí se somete 'El problema final' a la doctrina relativista de los tres grandes maestros contemporáneos del género, Michael Connelly, Mick Herron y Jo Nesbo, por este orden. En fin, no sería una novela del autor de Alatriste si contuviera sexo explícito. Sus personajes abundan en la promiscuidad dilapidada, pero siempre la ejercieron antes de que empezara la novela.


'El problema final', de Arturo Pérez-Reverte.
totalnoir.wordpress - 26/09/2023

Durante la promoción de esta novela, Pérez-Reverte ha dicho: “No planteo un duelo entre el detective y el asesino sino entre el autor y el lector”. ¿Qué lector, amante de la novela-problema, podría resistirse a este desafío? Yo no. He recogido el guante y aquí cuento el resultado del duelo.

La novela la relata en primera persona Hopalong Basil, un actor que se hizo mundialmente famoso  por dar vida en una serie de películas a Sherlock Holmes. Pero en 1960 -año en el que transcurre la historia- hace ya tiempo que la carrera de Basil está, prácticamente, muerta. Su interpretación del genial detective fue tan buena que quedó definitivamente encasillado en ese papel, sin que después le ofrecieran ningún otro que mereciera la pena. Basil afronta esa situación, así como la entrada en la vejez -tiene sesenta y cinco años- con dignidad. Es un hombre inteligente y cuenta con los suficientes recursos intelectuales y económicos para llevar una vida agradable.

Esta es su situación cuando, por diversas circunstancias, es invitado por un rico productor italiano a unirse al crucero que está realizando con su amante por el mar Jónico. Pero la travesía se ve interrumpida por un fuerte temporal que deja su yate varado en la diminuta isla de Utakos, vecina de Corfú, en la que no hay más que un pequeño y exquisito hotel. Basil, el productor y su amante se ven así aislados en la isla junto a otros seis huéspedes, la dueña del hotel y sus tres empleados. Trece negritos en lugar de diez.

Lo que parecía una simple molestia se convierte en algo más alarmante cuando una de las huéspedes aparece muerta en un pabellón de la playa. En principio parece un suicidio, pero pronto nacen las sospechas de que pudiera haber sido un asesinato. Sin posibilidad de que la policía acuda desde Corfú hasta que el temporal amaine, los huéspedes -unos con mejor talante que otros- aceptan que Basil se encargue de realizar una investigación -oficiosa- de esa muerte. La idea es que, puesto que el actor estudió en profundidad el método y las historias de Holmes, -para así poder interpretarlo verazmente- reúne los requisitos adecuados para llevar a cabo esa investigación. Basil acepta porque, en el fondo de su alma, odia “la estúpida monotonía de la existencia” y con el resucitar del papel de Holmes vuelve a sentir la vida bullendo en sus venas. El huésped más entusiasta en devolver el papel de Holmes al actor es un español, Paco Foxá, escritor de novelas policíacas populares, que asume encantado el papel de Watson. Hasta aquí puedo contar de la trama.

Por supuesto, cualquiera que haya visto algo de cine clásico, habrá identificado en Hopalong Basil a un sosias de Basil Rathbone, el actor que realmente, entre 1939 y 1946, interpretó catorce películas del personaje de Conan Doyle, con tanto éxito que para muchos, aún hoy, el detective tiene el físico de ese actor. Y cualquier lector medianamente aficionado a la novela-enigma habrá recordado a Agatha Christie –'Diez negritos'– en el aislamiento de las posibles víctimas y su asesino. Sí, toda la novela es un evidente y declarado homenaje al detective de Conan Doyle y a Agatha Christie, tanto en la trama como en los personajes; quizás con más tendencia a Doyle en los personajes y más a Christie en la trama. Pero no quiero decir con esto que haya sombra de plagio en esta novela. Lo que hace Pérez-Reverte es coger elementos que son ya patrimonio universal y utilizarlos hábilmente a su gusto y conveniencia para crear su propia historia.

Un personaje que nada debe a Doyle ni Christie es Paco Foxá, el escritor español que hará de Watson en esta novela. Este personaje nace con la función no sólo de ser el Watson de esta historia sino -gracias a sus grandes conocimientos sobre la novela problema- para guiar al lector por el canon de este género literario. Foxá, como escritor de novelas-problema, se siente especialmente orgulloso de la última de ese género que escribió -el gusto popular le ha obligado a dedicarse a un género más negro-, 'El puñal desvanecido', “donde el asesino fabrica un puñal de hielo mediante una bombona de gas carbónico, a ochenta grados bajo cero. Lo clava en la víctima y el arma desaparece al derretirse mezclada con la sangre, sin dejar indicios…”. Un aspecto fundamental de la novela-problema es el método de asesinato, y quien haya leído muchas de estas novelas se habrá encontrado con los más peregrinos, y algunas veces disparatados, métodos, como, por ejemplo, el repique de campanas de 'Los nueve sastres', de Sayers, así que el método de Foxá-Pérez-Reverte me ha parecido brillante. Pero mi arma asesina favorita sigue siendo la de un relato de Roald Dahl, en el que una mujer engañada por su marido -un policía- lo mata asestándole un golpe en la nuca con una pata de cordero congelada que inmediatamente guisa, para ofrecerles después el guisado a los compañeros de su marido que van a investigar el asesinato.

Las conversaciones de Basil y Foxá sobre las convenciones de la novela-problema son muy interesantes y esclarecedoras. Así, sobre el objetivo del escritor de este tipo de novelas, Foxá le dice al actor: “Ensordecer al lector cuando se le muestra algo, y cegarlo cuando escucha. También, jugar con su capacidad de error y de olvido. Lo importante es tener una idea, ocultarla y confundir a quien te lee con todo aquello que pueda llevarlo a una idea distinta…”. Por lo tanto, bien advertido queda el lector del juego que el autor va a practicar con él durante la novela. Por si éste fuera poco aviso, Hopalong Basil le dice a Foxá: “El verdadero arte del narrador policial, como usted sabe, no consiste en contar una historia, sino en hacer que el lector, equivocado o no, se la cuente a sí mismo. El buen narrador no hace sino incitarlo a ello”. Queda claro, pues, que para tener alguna posibilidad en ese duelo imaginario entre autor y lector, este último tiene que centrarse en imaginar lo que el autor pueda haber pensado más que en dejarse guiar por lo que ha escrito. Eso será más fácil para aquellos que hayan transitado por un mundo imaginario similar al del autor; a los que hayan tenido la dicha de disfrutar de todo el bagaje literario y cinematográfico al que se hace referencia a lo largo de la novela.

Pero eso no quiere decir que lectores que no conozcan esas referencias no puedan disfrutar de esta novela. Estoy segura de que cualquier lector, sea de la edad que sea, podrá pasárselo muy bien con ella, porque esa es una virtud que Pérez-Reverte mantiene muy conscientemente, la de su conexión con cualquier tipo de lector. Además, ahora es una época en la que estamos asistiendo a un renacer del gusto por las novelas-problema, gracias a excelentes reediciones de clásicos y también a un renovado interés  cinematográfico por este género –'Puñales por la espalda', las adaptaciones  que Kenneth Branagh está haciendo de novelas de Christie, etc.- Pero está claro que en esta novela hay muchas referencias cinematográficas y literarias que algunos entenderán más que otros. Y los que mejor las entiendan más posibilidades tienen de hacer suposiciones acertadas sobre las intenciones del autor. O en palabras de Holmes, citadas también al final de esta novela: “Un cerebro adiestrado es capaz de leer en otro cerebro, si dispone de signos visibles en los que apoyarse…”.

Pues tirando de esas referencias comunes, yo afronté el último capítulo de la novela con bastante seguridad de saber quién era el asesino, ya que a mí -a diferencia de lo que consideran Pérez-Reverte y otros- me sigue pareciendo, junto con el cómo, el objetivo principal de este género -por algo los británicos hablan de "whodunnit"-. Cuando el quién deja de ser prioritario es porque la novela-problema ha comenzado a agotarse y busca otros caminos de la mano de autores como Francis Iles o Richard Hull. Así que al llegar al penúltimo capítulo tenía claro que solo existían tres posibles finales. Agotados dos de ellos en fuegos de artificio, el tercero se presentaba como evidente ganador, y de las dos hipótesis que se encerraban en él, una tenía clara ventaja sobre la otra, por motivos en los que no puedo entrar para no anunciar más de la cuenta. Elemental. Sí puedo decir que me parece un final perfecto. Un broche impecable para una novela que me lo ha hecho pasar muy bien.


'El problema final'
Carlos Fernández-Villaverde - hoyesarte.com - 26/09/2023

La obra de Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) actúa sobre mí de una manera sorprendente y curiosa. Se ha convertido en una suerte de pulsómetro del tiempo, un metrónomo que marca el compás de los años. Más que la capa castellana de Ramón García o el cuenco repleto de uvas, es la nueva obra del cartagenero la que me advierte de que he sumado una muesca más en mi revólver: "¿De verdad que ya ha hecho un año de la última de Pérez-Reverte?", me pregunto no sin cierta angustia vital. Pues sí, el calendario revertiano marca un nuevo año en mi particular almanaque: el de 'El problema final' (Alfaguara), que sigue al año de la 'Revolución' (2022), como este siguió al de 'El italiano' (2021), acudiendo así fiel a su cita con los miles de lectores que le agradecen su puntualidad sin que el entusiasmo decaiga. No hay asomo de reproche a nuestro Míster T de la Real Academia (perdón por la chanza, pero a mí me resulta simpática), todo lo contrario. Muchos antes, como Lope de Vega, Stefan Zweig o Woody Allen en el cine, demostraron que no siempre abundancia y calidad son antónimos y que pueden combinarse con más o menos éxito. Así pues, podríamos considerar la obra de Pérez-Reverte prolífica, que no prolija.

En 'El problema final' ejecuta un inesperado tirabuzón y otorga un renovado aire a su obra, adentrándose en la literatura detectivesca, un género que no le es del todo ajeno, ya que, quizá encuadrada en el negro, su saga de Falcó transita por vericuetos similares. El resultado es encomiable y asombroso, y no porque desconfiemos de las cualidades del autor, sino porque se antojaba a priori una empresa complicada. Uno cree (o creía) que el género deambulaba desgastado, manoseado hasta la saciedad y, por ello, en desuso, por culpa de novelas convertidas en obras indistinguibles unas de otras, con tramas que se hacen repetitivas, recursos previsibles y desenlaces estomagantes. Con esa premisa, no podía evitar repetirme con cierto escepticismo esa cantinela del “Ay, Arturo, si no sabes torear pa’ qué te metes”. Pronto, de hecho en la primera frase, comencé a retractarme de mis reparos. Porque el autor entra en la plaza con los machos bien atados y recibiendo al lector a portagayola.

Esa es la principal virtud de 'El problema final', que no pretende reinventar el género o alargar sus estertores, sino que busca seguir el patrón clásico de los que lo hicieron grande. El académico realiza una evidente declaración de intenciones al hacer que Sherlock Holmes y su autor, precursor del género, sobrevuelen toda la obra sin descanso (tengo una teoría que desarrollaré más adelante). Pero ojo, porque la jugada podría haberle salido rana no estando a la altura, y ahí es donde el escritor remata una faena de aliño: sin adornos, nos atrapa en una trama canónica y en un juego en el que va de cara desde el comienzo, retándonos en incontables ocasiones a entrar al trapo, ese al que uno embiste con decisión y orejeras: ¡a ver, señor, que yo me las sé todas! Pues oiga, resultó que no…

Sin destapar nada de la trama, señalo algunos apuntes formales. La ambientación me trasladó más a las novelas de Agatha Christie que a las de Conan Doyle. Los personajes están construidos sobre patrones clásicos e introduce una variable que me pareció curiosa por inusual, pero arriesgada porque podía volvérsele en contra: está narrada en primera persona. En las novelas arquetípicas del género es el autor y no el protagonista el que actúa como prestidigitador ante el lector, lo que le permite utilizar el truco a su antojo. El engaño se justifica solo y no hay reproche alguno: vale, me la has metido doblada. Así, la artimaña flagrante del narrador-protagonista habría deslegitimado la obra (como ha sucedido tantas veces, en ocasiones, incluso a grandes genios del estilo), pero resulta que no la hay: las pesquisas y consiguientes descubrimientos del improvisado detective Ormond Basil suceden ante los ojos del lector, uniendo a ambos en una intrincada partida de ajedrez contra el escritor. Pérez-Reverte actúa con notable destreza, dándole un mayor lustre al resultado final.

Para concluir, el juego del detective que en realidad no lo es me pareció francamente ingenioso, no sólo en la forma sino también por su rica significancia. En esta ocasión, un recreo metaliterario que plantea el autor y que nos presenta a Ormond Basil como una transfiguración de sí mismo, un viejo y prestigiado actor al que se le encomienda la investigación de un crimen, y a los huéspedes del hotel en la de sus lectores, que, aun sabiendo que este no lo es, se lo solicitan con vehemencia. Lo interpreto, aquí la teoría anticipada y vaya usted a saber si yerro en la intención, como un gesto humilde del académico, un planteamiento de honesto respeto a sus lectores: ni yo soy Conan Doyle, ni Ormond Basil es Sherlock Holmes, pero les aseguro que lo voy a intentar y ustedes lo podrán juzgar, parece que trata de decirnos. Y a nosotros, agradecidos, no nos queda otra que reconocerle que vaya que si lo logra. Lo hace, además, con una obra que es elegante y sofisticada, tanto como culta y estimulante, salpicada de ciertas dosis de humor y con unos guiños cinematográficos de delicioso bocado que recuerdan a los de nuestro añorado Marías. Se intuye una labor de documentación ímproba y, por qué no, fascinante. Nada en la obra es cargante o superfluo, demostrando a los puristas que un "best seller" no tiene por qué ser una chufla inconsistente.

'El problema final' es un divertimento puro, un entretenimiento honorable y virtuoso; quizá la obra más notable de las últimas del autor (no es un desdoro para las anteriores, sino un halago a esta). Y dense prisa en leerla, que cuando menos se lo esperen tendremos una nueva obra de Pérez-Reverte sobre la mesa para anunciarnos que somos un año más viejos, y eso, su exquisita insistencia en recordarnos la levedad del tiempo, es lo único que le podemos afear al cartagenero.


'El problema final', de Arturo Pérez Reverte: homenaje a las clásicas novelas policiacas
Jose María de Loma - epe.es - 01/10/2023

Arturo Pérez-Reverte cambia de nuevo de registro. Tras 'Revolución', una inmersión en el México de Pancho Villa, y 'El italiano', ambientada en los años cuarenta durante la Segunda Guerra Mundial, cuando buzos de combate italianos hundieron o dañaron barcos aliados en la bahía de Gibraltar, nos ofrece una novela, hay que decirlo pronto, deliciosa e inteligente. Entretenidísima. Un homenaje, un manifiesto en sí misma, a favor de las novelas policiacas de toda la vida. Esas novelas en las que lector y escritor mantienen un duelo de inteligencias. Novelas alejadas de la moda, que ya dura décadas, de esas estilo nórdico "noir". Esas de inspectora o inspector atormentado, pasado de vuelta, que se enfrenta a asesinos de monstruosos crímenes. Esas en las que a veces el autor hace trampas y en las que no falta la sordidez.

Pero no: El problema final es un monumento admirativo, con alguna brizna de parodia, hacia las aventuras de Sherlock Holmes salidas de la mente de Conan Doyle. Hacia las novelas de Agatha Christie también. Y de tantos otros. Y se inscribe, por duplicado o triplicado, en esos misterios que en literatura detectivesca se denominan caso de habitación cerrada. O sea, encuentran un cadáver y de lo que se trata es de deducir cómo diablos alguien pudo entrar, matar y salir. Un problema de lógica, de ingenio.

En esta historia hay frecuentes alusiones al cine y a las novelas de Doyle y se citan abundantes nombres reales del cine, el arte, la sociedad y la literatura. Y aunque el conjunto pueda parecer a primera vista ligero, es en realidad un libro con enjundia, con varios niveles de lectura y con una potente historia, revisitada: la de gente que se ve atrapada contra su voluntad en un sitio, gente muy diferente, que ve cómo comienzan a sucederse crímenes. Todos son sospechosos. 'Diez negritos', sí. Todo narrado con elegancia, con diálogos sutiles, envolventes.


Pérez-Reverte trae de vuelta a Sherlock Holmes
Pedro M Espinosa - diariodecadiz.es - 01/10/2023

La novela negra clásica debe guardar las formas. Unos cánones que incluyen, por ejemplo, que el asesino nunca puede ser el mayordomo ni –no me pregunten por qué– un chino. Autores como Edgar Allan Poe, Agatha Christie o Arthur Conan Doyle sentaron las bases de un género que tiene millones de seguidores en todo el mundo y que goza de una excelente salud. Pero tras el esplendor de los casos de Poirot o Holmes llegó la novela negra americana, impulsada por Hammett o Chandler con sus rudos detectives. Sam Spade o Philip Marlowe ganaron protagonismo en la gran pantalla y sentaron las bases de la figura del detective con gabardina en blanco y negro. Más recientemente han sido los escandinavos quienes han marcado el paso con agentes atormentados y alcohólicos que resuelven crímenes macabros. Quizá por esta sobreabundancia de sangre, Arturo Pérez-Reverte ha decidido hacer una transfusión a esa novela-problema clásica en su último libro, publicado por Alfaguara en septiembre y que nos ha resultado una delicia al paladar.

Porque 'El problema final' es una obra redonda en la que el autor nos adentra en un juego tan viejo como el del gato y el ratón. Además, Reverte realiza un sentido y merecido homenaje a uno de los detectives más importantes de todos los tiempos, Sherlock Holmes, a su autor, Arthur Conan Doyle, y al actor que prestó su rostro y su imagen en el cine, Basil Rathbone. Ambientada en 1960, la historia también rinde tributo al cine y, en última instancia, a la ficción y a su indiscutible influjo en la realidad. Porque el autor cartagenero aprovecha los duelos dialécticos entre su particular Holmes y un inesperado Watson, encarnado por un español autor de novelas negras, para introducir en el relato anécdotas de algunas de las más rutilantes estrellas del Hollywood del momento, coetáneas de Basil y con el que compartieron algo más que rodajes. Algunas de ellas son sencillamente maravillosas.

La trama se sitúa en 1960. Un temporal mantiene aisladas en la idílica isla de Utakos, frente a Corfú, a nueve personas alojadas en el pequeño hotel local. Nada hace presagiar lo que está a punto de ocurrir: Edith Mander, una discreta turista inglesa, aparece muerta en el pabellón de la playa. Lo que parece un suicidio revela indicios imperceptibles para cualquiera salvo para Hopalong Basil, un actor en decadencia que en otro tiempo encarnó en la pantalla al más célebre detective de todos los tiempos. Nadie como él, acostumbrado a aplicar en el cine las habilidades deductivas de Sherlock Holmes, puede desentrañar lo que de verdad esconde ese enigma clásico de habitación cerrada. En una isla de la que nadie puede salir y a la que nadie puede llegar, inevitablemente todos se acabarán convirtiendo en sospechosos, hasta los propios investigadores. 'El problema final' resulta culta sin caer en la pedantería. Pérez-Reverte juega con el lector y ambos se lo pasan de miedo.

El gran protagonista de nuestra página de hoy es sin duda Sherlock Holmes y el actor que mejor lo ha encarnado en el cine: Basil Rathbone. Entre 1939 y 1946 la 20th Century Fox estrenó una serie de 14 películas protagonizadas por Basil, también estrella en la novela de Pérez-Reverte 'El problema final'. Podríamos recomendar cualquiera de ellas, pero me decanto por la primera, que es, a su vez, una de mis obras favoritas de Conan Doyle. Les hablo de El perro de los Baskerville. En ella ya veremos esa lucha titánica entre una extraordinaria mente criminal, la del Profesor Moriarty, el archienemigo de Holmes, y nuestro sabueso. En esos parajes pantanosos de Devonshire nos adentraremos en la intriga cuando Charles Baskerville muere tras huir despavorido hacia su casa. ¿Muerte natural o asesinato? Es cierto que la película ha envejecido, pero, ¿acaso no es emotivo ver a Basil/Sherlock en escena? Elemental.


Apuntes sobre la última novela de Arturo Pérez-Reverte
Julio Pernús - listindiario.com - 01/10/2023

Sería injusto si no reconozco que aprendí a degustar novelas policiales mientras recorría en un P-15 (ómnibus cubano) la ruta que va de la barriada de Guanabacoa a la de Centro Habana y devoraba en mi teléfono las historias de Mario Conde contadas por el escritor cubano Leonardo Padura. Arturo Pérez-Reverte me devuelve la añoranza por la novela negra con su último libro, 'El problema final'. Hablo de un texto que le restituye al lector los tiempos “holmesianos” ofreciendo un sentido homenaje a una generación que creció leyendo Edgar Allan Poe (1809-1849), Agatha Christie (1890-1976), Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930), Thomas Stearns Eliot (1888-1965), por solo mencionar algunos nombres.

Arturo ha decidido beberse todo lo relacionado con Sherlock Holmes y catapultarlo en 'El problema final'. Los que lo leemos desde hace años sabíamos que de adentrarse en un proyecto de este tipo no pararía hasta convertirlo en un enigma al estilo de esas series televisadas sobre las novelas de Agatha Christie's Poirot y que, al menos en Cuba, trasladan al gustado programa Arte 7 del domingo en la tarde.

“El mundo actual tiende a menospreciar a quienes juegan”. Esta frase de la historia nos remite a una trama donde hay nueve personas que se alojan en el familiar hotel de una mínima isla griega, Utakos. Una de ellas se suicida, pero algunos indicios apuntan a un asesinato. Un temporal mantiene varios días el lugar aislado e impide que acuda la policía desde la cercana Corfú. Entre los huéspedes se encuentra el actor británico Basil Rathbone [sic], ya en cierta decadencia profesional, pero famosísimo en el momento de la acción, el verano de 1960, por sus múltiples interpretaciones de Sherlock Holmes. La gente del hotel le pide a Basil que haga unas pesquisas preliminares.

Si a usted le gusta la lectura que busca descifrar el mal, en 'El problema final' se encontrará un enigma perfecto. Una historia que le instruye sobre un mundo cinematográfico que revolucionó a toda una generación, que creció viendo cómo solucionar los crímenes de forma inteligente, sin la mediación de una máquina estilo GPT –inteligencia artificial– que les concediera una respuesta.

La verdad es que, acostumbrado a leer a Arturo Pérez-Reverte en novelas de corte historiográfico, temía que su deseo por satisfacer su infancia literaria y cinematográfica lo llevara a escribir algo sin la trascendencia de sus obras anteriores. Pido excusas a Reverte por no confiar en él, pues el buen escritor triunfa aunque lo pongan a teclear informes técnicos sobre las moscas y 'El problema final' no decepciona a quienes reconocemos en el autor español a uno de los grandes de nuestra lengua en la actualidad. “A menudo el talento depende del lugar donde se ejerce”, dice un diálogo entre Basil Rathbone (Sherlock Holmes) y Paco Foxá (Watson), y entonces el lector no puede dejar de pensar que es el propio Reverte quien describe la alegría que le provoca hacerse este (auto)regalo que algunos llamarán novela.


'El problema final', de Arturo Pérez Reverte
Fernando Molina - elpais.bo - 01/10/2023

Luego de una larga racha de libros bélicos e históricos, Arturo Pérez-Reverte ha entrado en un género, el policial de investigación y misterio, con el que coqueteó en sus comienzos como novelista ('La tabla de Flandes', 'El club Dumas'). 'El problema final' es, ya desde el título, un intento de traer nuevamente a Sherlock Holmes a la literatura. El enésimo intento, habrá que decir. La influencia de este personaje sobre la cultura popular comenzó cuando todavía vivía Arthur Conan Doyle, que, como es sabido, recibía decenas de cartas para el detective. No tengo idea de cómo será ahora, pero a fines del siglo pasado la oficina de correos de Londres había creado una casilla para la correspondencia espontánea para con el hombre capaz de “abducir” (antes que “deducir” o “inferir”) las respuestas a los enigmas más diversos, desde el trayecto realizado por un caminante para llegar a determinado lugar, hasta el culpable de un crimen.

La idea que tuvo Pérez-Reverte para lograr su propósito es simple y pudo haber sido eficaz, de no mediar los problemas de ejecución. Puso en el centro de su novela a un actor de principios del siglo XX que había encarnado 13 [sic] películas de Sherlock Holmes. Cuando este actor, Basil, se encuentra en un típico escenario de la novela de misterio, una isla de la que nadie puede salir o entrar a causa de un temporal, y se comienzan a producir muertes sospechosas, los ahí presentes dan con él como una suerte de sucedáneo de la policía que no puede llegar al lugar. Este paso del actor al personaje que encarnó a lo largo de su vida y cuya apariencia corporal ha llegado a constituir con su rostro y su facha resulta algo artificioso, pero en mi opinión no lo es menos que otros elementos típicos del género (el crimen dentro de una habitación cerrada, el criminal que mata y al mismo tiempo hace referencias literarias o da señales de sus próximos movimientos). Sin embargo, parece que Pérez-Reverte lo encontró (encontró este punto del ESTATUTO del investigador y narrador de la novela) tan problemático, que nos atosiga durante dos tercios de la novela con justificaciones y, también, con sucesivos cuestionamientos del mismo. El propio Basil se entrega a esta disputa identitaria (“soy un actor, no un detective”, etc.), pese a que ya “actúa” (este verbo funciona aquí como un juego de palabras) como el amigo de Watson. 

A propósito, en la novela también existe un Watson. Es el escritor español Foxá, que acompaña y aplaude a Basil y le da la investidura holmesiana que necesita. Todo este trámite no solo es redundante y, por tanto, aburrido, sino que impide que entremos en la novela. O, mejor dicho, cuando ya hemos entrado, cuando hemos suspendido la incredulidad, cosa que siempre se requiere hacer en la literatura de género e incluso, si me apuran, en la literatura en general, hete aquí que el autor nos saca de nuevo con sus mensajes de: “ojo, que este no es un verdadero detective, su investigación no es más que un juego”, en fin. Cargoso posmodernismo, que debe acuñar el texto y, a la vez, su interpretación. Foxá es el sospechoso inmediato porque, igual que Basil, domina la literatura de Conan Doyle de una manera que solo es concebible para la inteligencia artificial o para los verdaderos fans. Y los crímenes están codificados con referencias a esta literatura. Ergo el asesino deben ser un erudito holmesiano, pero esa pista, la más evidente, es una de las que, se reconoce en el libro, los autores de literatura de misterio escamotean para que las descubra el lector por su cuenta. Y, claro, entonces debe ser un pista falsa. ¿O no?

El libro tiene un giro final que gustará más a unos que a otros, pero que cumple el ritual del género de dejar que el “alargado y narigón” Sherlock de turno tenga la última palabra, inclusive por encima de la ley. Esto último creo que es más propio de Pérez-Reverte que de Conan Doyle, pero, bueno, uno se confunde con la cantidad de citas del segundo que el primero ha puesto en su última obra. Los personajes activos de la novela se la pasan recitando citas de esta índole, dudando de sí mismos, como ya dijimos, deseando beber (Basil es un alcohólico redimido) y fumando como chimeneas. Los personajes pasivos son, en otra convención del género, sombras apenas entrevistas en el curso de la investigación: su única entidad proviene de la posibilidad de que se conviertan en nuevos cadáveres o sean descubiertos como los asesinos.

No dudo que 'El problema final', con su facultad de incitar la nostalgia de todos los lectores por sus lecturas de la juventud, se venda bien, incluso en Bolivia. Pero eso no le quita el ser un libro muy menor en la bibliografía de Pérez Reverte, el más internacional de los escritores españoles del momento.


Dedicado al lector detective

Francisco Ansón Oliart - lacritica.eu - 05/10/2023

'El problema final' es una novela policiaca clásica, pero muy, muy original. Digo clásica porque los asesinatos ocurren en cuartos cerrados, donde nadie ha podido entrar o salir (sobre el asesinato en cuarto cerrado se ha escrito bastante, y la descarga psicológica, cognitiva, que supone para el lector enfrentarse a un hecho imposible). Así mismo, los crímenes se producen en una isla griega, Utakos, cerca de Corfú, de apenas un kilómetro cuadrado, aislada duran tres o cuatro días, debido a una fortísima borrasca, por lo que además de la imposibilidad de acudir de la policía, necesariamente el asesino se encuentra entre las nueve personas que en ese momento están en la isla (la referencia que se hace, explícitamente, a la novela 'Diez negritos', de Agatha Christie, resulta obligada). Pero añado que se trata de una novela muy original porque está llena de trucos y el lector debe dudar de casi todo, desde los títulos de las películas hasta desentrañar el simpático motivo –lleno de recuerdos– del nombre del personaje que hace de detective, dado que junto a una gran erudición existe un sentido del humor, de la ironía, que permite suponer que Arturo Pérez-Reverte, además de disfrutar escribiéndola tanto como yo leyéndola, ha escrito la novela pensando en un lector moderno, capaz de apasionarse con el apasionante juego que le presenta.

'El problema final' analiza, con algún detalle, y compara la novela policiaca con la novela negra: “Bajo su influencia, hasta el final de los años 30 se publicaron miles de novelas con enigma. Eso liquidó el género… Sam Spade y Marlowe ridiculizaron a Hércules Poirot o Philo Vance… Leen a esa turbia norteamericana, la Highsmith, con sus personalidades de sexualidad confusa, o se abrazan a lo negro simple y duro, con policías más corruptos que los delincuentes a los que persiguen. Y si eso ocurre con las novelas, imagine el cine. El público prefiere temblar a pensar”. (p. 56). En efecto, la novela de Pérez-Reverte, constituye un a modo de homenaje a autores como Arthur Conan Doyle y su personaje Sherlock Holmes, Edgar Allan Poe, Agatha Christie y los compara con Hammett, Chandler (a los que considera unos excelentes autores) y a la citada Patricia Highsmith. La conclusión es: “El thriller ha matado el escalofrío intelectual”.

Siguiendo esta comparación, merece destacar en la novela de Arturo Pérez-Reverte, el contraste entre la novela negra de ambientes con mucha frecuencia oscuros, sucios, brutales, con algunos personajes depravados o enfermos, capaces de llevar a cabo verdaderas monstruosidades, aunque también con un montón de aportaciones e informaciones positivas y enriquecedoras, y 'El problema final', que transcurre en un ambiente limpio, distinguido, elegante, educado, con protagonistas siempre con chaqueta y corbata y el usted por delante en el tratamiento entre ellos.

En la novela policiaca se presentan tres misterios. Quién es el asesino, cómo lo hizo y por qué cometió el asesinato o asesinatos. Destaca Pérez-Reverte, una y otra vez, que el reto no está entre el asesino y el detective, sino entre el autor y el lector. Si el lector descubre al asesino antes que el detective, el autor ha perdido. Pues bien, debo decirle a mi admirado Arturo Pérez-Reverte que yo sí descubrí al asesino, por un detalle que honestamente cita Arturo y lo aduce al final de la novela. Naturalmente, al fijarme en ese hecho, Arturo Pérez-Reverte comprenderá que intuí el motivo del crimen. Pero ¿qué hizo conmigo Arturo? Lo que dice que debe hacer el autor de estas novelas: cegarme, despistarme, proporcionándome tal número de pistas, verdaderas y falsas, que me hizo cambiar de opinión. Arturo Pérez-Reverte me ganó. Cedo el reto a mi lector.


Ya era hora
Ramón Clavijo Provencio - diariodejerez.es - 06/10/2023

El otoño es una época tradicionalmente propicia para el lanzamiento de novedades literarias, y quizás influya en ello la cercanía del periodo navideño que, como sabemos, es el momento en el que las ventas -se vende de todo y por supuesto, faltaría más, también libros- alcanzan el pico anual. No es de extrañar pues, que muchas editoriales reserven pacientemente sus mejores apuestas para ese momento, y ello pese al excesivo número de novedades que irrumpen de repente en el mercado al mismo tiempo, y que dificultaran la visibilidad de muchos libros, sobre todo de aquellos que no tienen el respaldo de un gran sello editorial.

Pues bien, en estos prolegómenos otoñales, entre las muchísimas novedades hay una que sin duda está destacando sobre las demás, y que como ya muchos habrán adivinado, es la novela ‘El problema final’ de Arturo Pérez-Reverte. Cuando digo destacado sobre las demás, no entiendan que con ello estoy juzgando su calidad o interés en relación a otras novedades que estos días van presentándose ante los lectores (como la última e interesante propuesta de Muñoz Molina, ‘No te veré morir’, o la de Irene Vallejo con ‘La leyenda de las mareas mansas’, entre otros muchos), simplemente doy fe de una realidad como es el protagonismo indiscutible que dicho libro está acaparando en los medios de comunicación, tanto especializados como generalistas desde su aparición, atención que viene acompañada en este caso, no lo olvidemos, por el cómplice respaldo de los lectores.

Lo cierto es que he leído ‘El problema final’ y me he divertido mucho transitando por unas páginas llenas de guiños literarios y cinéfilos -un acierto recordar a través de Francisco Foxá, uno de sus personajes, a esos autores que sobrevivían en nuestro país durante la larga posguerra, con aquellas novelitas policiacas sin muchas pretensiones pero que hicieron furor entre el público de la época-. Es esta una novela elegante, llena de diálogos salpicados de útiles observaciones para el lector inteligente, lo que se traduce en una placentera lectura, uno de los principales objetivos de cualquier novela que se precie.

Pero hay algo que creo debemos agradecer por encima de todo al autor con la publicación de este libro, y es esa reivindicación de la mejor novela policiaca, esa que pasó al olvido entre otras razones por la irrupción del subgénero negro que también hoy, como la novela clásica ayer, sufre los embates de escritores y escritoras que hacen un flaco favor sacrificando literatura por la truculencia más zafia. ‘El problema final’ (guiño a otra novela de Conan Doyle) además de hacernos partícipes como lectores de una excelente historia, es un conseguido homenaje a los clásicos policiacos muchos de los cuales hoy sólo podemos encontrarlos bien en librerías de viejo, almacenados y olvidados en depósitos de bibliotecas públicas o en reediciones de algunas valientes editoriales como Valdemar o Siruela. Ya era hora. 


El asesino nunca puede ser el mayordomo
José Belmonte - laverdad.es - 07/10/2023


¿Se puede emular a Sherlock Holmes?
Miquel Escudero - elimparcial.es - 11/10/2023

El contacto frecuente e intenso con personas amables, sensatas y razonables eleva nuestra calidad de atención y raciocinio. Igual sucede con la lectura de los grandes libros. Quevedo llegó a decir que gracias a esa compañía vivía en conversación con los difuntos y que con sus ojos escuchaba a los muertos. El asunto es instalarse en la realidad como un ser adulto con sentido crítico e ir más allá de la puerilidad.

Yo recomiendo a mis estudiantes que lean en inglés la obra completa de Sherlock Holmes, el célebre detective al que Arthur Conan Doyle dio vida. Tienen la oportunidad de aprender no sólo inglés sino de adiestrarse en el arte de deshacerse de prejuicios y seguir con docilidad el camino que señalen los hechos. Hay detalles que parecen insignificantes, pero, para no engañarse, no habría que considerarlos como tales. Hay que combatir nuestra torpeza y nuestro estado de confusión, y no deformar los hechos para encajarlos en nuestras impresiones precipitadas.

He leído con gusto la reciente novela de Arturo Pérez-Reverte, 'El problema final' (Alfaguara), donde el académico y antiguo reportero de guerra ha tomado como modelo de su protagonista al actor Basil Rathbone, quien interpretó el papel del mítico Sherlock Holmes en quince películas. Lo sitúa hacia 1960. En un hotel de la isla griega de Corfú se desarrolla una trama policíaca que se presta a ser leída más de una vez. El actor que durante quince años convivió con el detective al encarnarlo para la ficción cinematográfica, leyó cada una de sus novelas y relatos decenas de veces, para impregnarse así del carácter del personaje de Baker Street. ¿Hasta qué punto llegó a absorber las impecables destrezas del detective? Las circunstancias le obligaron a hacer de la necesidad virtud, llenar el vacío de un investigador imaginativo y riguroso: “usted fue Sherlock Holmes”, símbolo y referencia de una autoridad de método y coherencia, sabe que se ve el hecho y no su explicación. Le acompaña en el papel del Doctor Watson Paco Foxá, un salado escritor de historias baratas, policíacas y del Oeste que se encuentra por allí de vacaciones.

Pérez-Reverte despliega atractivos conocimientos de actores, actrices y películas. Sabedor de que el género policíaco debe estimular la inteligencia y la emoción del lector, no puede entretenerse en lo que denomina profundidades psicológicas. Reivindica, no obstante, la investigación criminal inteligente que juega con la capacidad de error y de olvido, que asoma por la frontera entre lo real y lo irreal; qué huella deja en un actor los papeles que largamente ha representado. Una manera de pensar con aplomo y de narrar una historia de modo que “el lector, equivocado o no, se la cuente a sí mismo”. Por lo general, prosigue Arturo Pérez-Reverte, “la gente no responde a lo que se le dice, sino a lo que cree que estás pensando cuando se lo dices”.

Reflexionar sobre estas ideas ilumina nuestra realidad, nos orienta a superar el desconcierto inevitable y a ser conscientes del ruido que nos envuelve. El escritor cartagenero explica la técnica de “ensordecer al lector cuando se le muestra algo y cegarlo cuando escucha”. ¿Nos permite esta exposición identificar la estrategia que los políticos con poder y sus medios afines siguen de forma automática con nosotros los ciudadanos?

Las novelas y relatos de Sherlock Holmes fueron publicados en revistas durante cuarenta años, entre 1887 y 1927. En este escrito de Pérez-Reverte se detalla que en todos ellos hubo veintisiete problemas de huellas y que en varias ocasiones el detective rehusó entregar a un delincuente: “una o dos veces a lo largo de mi carrera tuve la impresión de que haría yo más daño descubriendo al criminal que éste al cometer su crimen”. No me paga la policía, dirá por su parte el actor reciclado de urgencia en investigador, para que les haga el trabajo. Y añadirá que nunca tuvo interés en restablecer el orden social: “No, desde luego, en el mundo en que vivimos”.


'El problema final'
Marisa G - lecturapolis.com - 13/10/2023

Lo comenté por redes cuando empecé a leer este libro. 'El problema final', la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte, me estaba gustando mucho. Por entonces, tenía avanzada la lectura unas cien páginas. Y en líneas generales, tras haberla leído en su totalidad, sigo manteniendo la misma impresión. No obstante, sí debo confesar que hay algún punto que me crispó una mijilla. 

No se le puede negar a Arturo Pérez-Reverte un toque de originalidad e ingenio en esta novela. Rara es la vez que leo una sinopsis antes de iniciar lectura. Me gusta la aventura, dejarme sorprender y comenzar a leer sin tener la menor idea de lo que me voy a encontrar. Por eso, si tengo intención de abordar un libro y me topo con una reseña, la leo en diagonal. Así que, cuando comencé esta lectura, fui de sorpresa en sorpresa. Os cuento. Hay muchas cosas que me han gustado de esta novela. Para empezar, me parece una genialidad hacer protagonista de una novela negra a un supuesto actor que interpretó a Sherlock Holmes en casi una veintena de películas. Ormond Basil no existió realmente, pero si les echas un vistazo a los actores (más de setenta) que dieron vida al detective creado por sir Arthur Conan Doyle, y por similitud en el nombre, podemos pensar que el personaje de Reverte está inspirado en Basil Rathbone. Confieso que, al principio, pensé que Ormond Basil había existido realmente. Me sonaba el nombre pero claro, lo que realmente me sonaba era el Basil, de Basil Rathbone. Real o ficticio, a mí me sigue pareciendo una genialidad.

Luego, es una novela muy metaliteraria, en la que, por un lado, he encontrado mucha crítica al género negro y, por otra, se permite al lector visitar la trastienda de lo que debe ser una buena novela de misterio. Arturo Pérez-Reverte pone sus miras en lo que siempre se ha llamado como la novela-problema, novelas que planteaban un enigma inteligente (respondiendo a las preguntas quién, cómo y por qué cometió el crimen) y que únicamente los lectores inteligentes podrían llegar a resolver. Aunque, «cuando una novela está bien construida, según las reglas del género, es casi imposible que el lector descubra al culpable antes que el detective». Frente a eso, «el thriller ha matado el escalofrío intelectual» y hoy día, las novelas están llenas de «detectives privados turbios, policías corruptos y rubias peligrosas», fruto de la «moda impuesta por el cine americano», y un gusto por una novela negra más insustancial porque «el público prefiere temblar a pensar».

A lo largo de toda la narración vamos a ir desvelando los elementos y requisitos que necesita una buena novela negra para ser una «novela seria». Se hace alusión al dominio de la técnica narrativa, al perjuicio que ocasiona la profundidad psicológica frente a lo verdaderamente importante, que no es más que «estimular la inteligencia o la emoción del lector». También se hace hincapié en la contribución de Agatha Christie al género  y de la que se dice que «inventó prácticamente todas las situaciones imaginables», por lo que a los autores actuales solo les queda copiar lo que ya hicieron otros. En fin, que todas esas reflexiones sobre el género negro me han parecido interesantísimas. Y es que, no sé vosotros, pero a mí me suele suceder que, en ocasiones, siento como si estuviera leyendo siempre la misma novela, con los mismos recursos, los mismos artificios, los mismos personajes. Hoy día, es muy difícil que una novela negra sorprenda. 

Y tres cuartos de lo mismo ocurre con el cine, otro de los grandes temas de este libro. El hecho de que Ormond Basil sea un actor permite al autor adentrarse entre bambalinas, colocarse detrás de la cámara, y analizar qué cine se hacía antes, en esos años 50 y 60, haciendo a la vez un repaso a los actores más importantes del momento, grandes intérpretes que, al igual que los autores más brillantes, vieron cómo otros llegaron para desbancarlos de su lugar. Habrá lugar para recordar películas como 'La máscara de hierro', 'Dos caballeros y una rubia', 'La ventana indiscreta', en la que James Stewart «se vuelve detective sin pretenderlo», sin dejar atrás la maravillosa 'El crepúsculo de los dioses'. Y siendo Ormond la encarnación de Sherlock Holmes, no puede faltar la mención a títulos como 'El perro de los Baskerville'. Largometrajes que apetece volver a ver, o descubrir por primera vez, a la par que te invitan a reflexionar sobre el cine que se hace en la actualidad. Yo, que soy fan del cine clásico, de ese otro al que tampoco le hacía falta el color, me he preguntado muchas veces si el cine de antaño no es mucho mejor que el de ahora. A aquel le faltaban recursos y técnica pero era inteligente. Hoy día, muchas películas tienen un gran presupuesto pero cuentan con un guion muy empobrecido.  En el otro extremo del tema, los actores y las actrices. Por estas páginas también pasean los nombres de Roger Moore, Rita Hayworth, Tyrone Power, Ava Gadner y, especialmente, Errol Flynn y David Niven. El lector encontrará muchas anécdotas. Me preguntaba, ¿será cierto lo que dice de tal o cual actor? La respuesta es sí. El mismo Arturo Pérez-Reverte lo admite en muchas de las entrevistas que ha concedido estos días, a raíz de la publicación de esta novela. 

Me ha gustado también asomarme a una novela negra de corte clásico, a una novela-problema. El número de personajes te hace pensar en 'Diez negritos', de Agatha Christie. El hecho de que supuestamente Ormond Basil haya sido el actor que más veces ha encarnado a Sherlock Holmes te pone en la mente de manera constante a Arthur Conan Doyle. Y luego está el "modus operandi" de los crímenes, siempre perpetrados, como podríamos decir, a puerta cerrada, aludiendo a esos asesinatos cometidos sin que, a priori, se pueda saber cómo ha entrado o salido el asesino, pues el cadáver es hallado en una habitación cuyas puertas y ventanas están cerradas por dentro. Durante toda la narración hice mis propias cábalas. ¿Quién era el asesino? ¿La dueña del hotel? ¿El camarero atractivo? Ya os adelanto que no acerté ni de lejos. 

Solo hay una cuestión que, en algún momento, enturbió mi lectura. 'El problema final' se sustenta casi continuamente en el diálogo. ¿En qué afecta la predominancia del diálogo frente a la narración? Pues que la novela se lee en un suspiro. Sin embargo, cuando ya había traspasado la mitad de la historia, tanto diálogo comenzó a incomodarme, con lo cual, surtió el efecto contrario. En vez de avanzar muy deprisa, empecé a estancarme, especialmente en las conversaciones entre Ormond y su Watson particular, Paco Foxá, del que hablaré seguidamente. Pero bueno, eso es una apreciación muy personal y probablemente, a otros lectores no le ocurra como a mí. 

De todos los personajes, a mí me intrigaba mucho que Reverte hubiera elegido a un escritor de novela negra llamado Paco Foxá, para ayudar a Ormond en la investigación de los crímenes. A medida que lo vamos conociendo, me atrevo a pensar que es un personaje que podría venir a representar al tipo de escritor que más abunda hoy día. Dice Foxá que se gana la vida con el género que está de moda (todos sabemos que el "thriller", la novela negra y policíaca se llevan gran parte del pastel literario), novelas que requieren «más músculos que cerebro», pero que satisfacen a lectores porque estos ya son menos exigentes que los de antes. Y continúa diciendo, que de la treintena de novelas que lleva publicadas, «ni media docena pasaría un filtro de calidad. Las despacho en un mes». ¿Soy yo o aquí el autor está lanzando dagas a diestro y siniestro? Que lo mismo son cosas mías pero en estas afirmaciones y en este personaje, yo he visto el panorama literario actual: infinidad de nuevos escritores que surgen como champiñones; autores que son capaces de despacharse una novela cada seis meses; lista interminable de novelas negras, cuyas tramas, en muchas ocasiones, parecen muy repetitivas,... Y ojo, que no digo que tales autores y sus novelas no deban existir porque gustos literarios hay de todo tipo. A unos les gusta leer algo ligero que lo entretenga sin más complicaciones. Y otros prefieren otro tipo de lectura, que le plantee preguntas y lo empujen a reflexionar. 

'El problema final' cuenta con nueve capítulos de media extensión, funcionando el último a modo de epílogo, donde se desvelará la verdadera identidad del criminal y sus motivaciones. Escrita en primera persona, en la voz de Ormond Basil, el personaje cuenta esta historia desde el presente y retrocediendo en el tiempo, eso le confiere cierta perspectiva y capacidad de análisis. Como dije antes, la carga de diálogo es brutal, factor que suele jugar a favor de una lectura fluida pero, en mi caso particular, tanta conversación terminó por abrumarme un pelín. En definitiva, El problema final es una novela que, bajo mi punto de vista, encierra más de lo que cuenta. Es un bonito homenaje a la novela policíaca de corte clásico que tanto éxito tuvo en su momento y que ha sido desbancada por otra forma de hacer misterio y suspense. Por suerte, autores y autoras como Agatha Christie se siguen leyendo porque aquellas novelas tenían algo especial, lo mismo que tenía el cine de la época dorada de Hollywood que nunca envejece. Así que, Pérez-Reverte mete en una coctelera a Conan Doyle, Agatha Christie, literatura, cine, escritores, actores y actrices, un buen puñado de reflexiones y nos sirve en una copa de cóctel, aderezada con una aceituna, una historia entretenida que a mí, particularmente, me ha gustado mucho leer. 

Cierro esta reseña con una frase que me parece magnífica: «El duelo en una novela policíaca no es entre el asesino y el detective, sino entre el autor y el lector» [pág. 264]

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