06 septiembre 2023

"Yo no escribo para mejorar el mundo, sino para hacer mejor mi vida"

Entrevista de Juan Cruz - epe.es - 06/09/2023

Hay un momento en esta novela de Arturo Pérez-Reverte (académico, periodista de leyenda, novelista de larga andadura, nacido en Cartagena hace 71 años) en que se le abre al lector la responsabilidad que le toca: leer el libro como si lo estuviera escribiendo, quizá con la misma intensidad que su autor, intrigado por la pericia del novelista pero también por la sensación de que lo que cuenta es cierto y no una ficción. La novela se titula 'El problema final', y es, como dice el autor, una novela-problema, no una novela negra ni un libro con otros adjetivos que ese: novela-problema.

Pérez-Reverte es un escritor de grandes ficciones, desde 'El club Dumas' a la serie de 'El Capitán Alatriste', pasando por 'El pintor de batallas', 'La Reina del Sur', 'Sidi' y 'El italiano', aparte de otras obras que, como las citadas, han tenido repercusión, y lectores, en todo el mundo. Entrevistarle ahora, cuando está a punto de presentar en Londres, en la misma zona en la que Sir Arthur Conan Doyle inventó un personaje legendario, Sherlock Holmes, que ha pasado a la historia como si fuera real, es someterse a la gozosa relación que tiene este hombre con la ficción, su alimento y su obsesión. Es Conan Doyle, a través de Holmes, quien le inspira ahora esta ficción que no te deja respiro hasta que hay el punto final de 'El problema final'.

El periodista de guerras y de mundos dio paso desde primeros de los años noventa al novelista que es hoy, y al académico, pero ni ha perdido aquella visión del mundo como lugar de controversias y contradicciones, y de batallas, que contaba como testigo de la realidad, ni permite que, ni por un momento, lo abandone la capacidad de inventar. Y en esta ocasión ha inventado, a partir de Sherlock Homes y las enseñanzas de Conan Doyle y de otros maestros del género que también (y tan bien) cultivó Agatha Christie, a un personaje, Hopalong Basil, actor supuesto de muchas de las producciones cinematográficas que tuvo el más famoso detective de ficción de la historia de la literatura. Este actor, refinado y pulcro, lleno de ironía, le sirve para montar una ficción que sucede en un hotel, que parece también un barco varado, como el barco de 'El tango de la Guardia Vieja', una de las ficciones tranquilas de Pérez-Reverte.

En un momento determinado de la trama este Basil, impuesto como un investigador de una muerte misteriosa habida en el establecimiento, hace una pregunta en medio de las certezas que hasta entonces indicaban que aquella muerte se debía a un suicidio: “¿Y si hay entre nosotros [los huéspedes del hotel] un asesino?”. En ese momento el giro hace que la novela tenga otros protagonistas principales: los lectores. Él se ha divertido escribiéndola y el lector (por ejemplo, este entrevistador) no para hasta que, en las postrimerías de la novela, sabe de quién demonios fue, en efecto, la autoría del drama que nos ha tenido en vilo. Como le pasaba al propio autor con los libros de Conan Doyle. Es una novela, naturalmente, pero es también una indagación sobre la propia escritura según la entiende Pérez-Reverte. Por ahí empezamos a preguntarle en la biblioteca de su editorial, Alfaguara, donde ha publicado prácticamente todos sus libros desde 1990.

Todo el libro es, en cierto modo, una indagación sobre la escritura. ¿Cómo nace esta obligación literaria?

Llevo tantos años escribiendo, leyendo… Es muy difusa la línea que hay entre los libros leídos y los libros escritos, porque ambos son parte de la vida, es imposible separar ahora lo escrito de lo vivido. Veo literatura por todas partes, desde Quevedo o Cervantes a Agatha Christie o Arthur Conan Doyle y Dashiel Hammett. La edad te lleva a esas combinaciones, de modo que todo lo veo en clave literaria. Así que se me van borrando en la cabeza las distinciones, literatura, vida, todo es lo mismo. Veo a mis personajes por la calle y con ellos veo a Madame Bovary y a Julien Sorel… En los últimos tiempos se ha producido una especie de saturación de lo que se ha llamado novela negra, y en ese marco yo he echado en falta la novela policial de antes, la que no era negra sino que era un arte distinto de la novela. La novela-problema, la que planteaba un problema a resolver por el lector, no la novela como un estremecimiento gore… Entonces me decidí a escribir esta, como novela-problema. Literatura y vida al servicio de una novela como las de antes han confluido en este libro.

¿De dónde nace la complejidad que se concentra en este libro hasta llegar a ser un asunto novelesco?

He vuelto a leer a los maestros, desde Agatha Christie a Raymond Chandler y, por supuesto, Conan Doyle. Me zambullí en la novela policial de antes. Es una novela que plantea un desafío a la inteligencia; no a la emoción, a la inteligencia. Y ha sido un placer escribirla, con el apoyo de la experiencia, la mirada educada por los libros gracias a tantos que he leído. La novela quiere saber cómo se mató, por ejemplo. Y quise que en esta novela se produjera esa indagación inteligente sobre hechos que parten de una muerte. ¿Por qué se mata? Pasé tiempo estudiando el fenómeno, desde la muerte violenta; estudiaba con papel y lápiz, anotaba trucos, mecanismos narrativos. Ha sido un placer personal zambullirme de nuevo en esta literatura: volver a esas fuentes es como ir a tomar el té en un lugar elegante con viejas damas y viejos detectives. Un placer enorme. De leer y pensar nació este libro, esta novela-problema.

Cuando en la novela aparece la palabra "asesinato", en lugar de la tesis de suicidio que dominaba antes, el lector entra de lleno en el libro, ya es el lector de la novela. ¿Le parece?

En esta novela no hay nada casual. Responde a un plan elaborado minuciosamente. Es como en la realidad: se planea, pero no siempre lo planeado sale como parece prescrito… En este caso lo hago, naturalmente, pero siempre escribo un texto a mano, que luego paso, corrigiéndolo, en el ordenador, y ese proceso sigue casi hasta el final, para no dejar cabos sueltos, encajando piezas. Ha sido muy divertido, y puede ser agotador. Y, en efecto, el lector se convierte en determinado momento en ese cómplice que ando buscando. Se desconcierta ante una pista falsa, de pronto lee la palabra "asesinato", se desconcierta y ahí comienza otra lectura, estoy de acuerdo.

Usted escribe, también en este caso, como un lector.

Eso es, soy un lector. Como lector escribo, aunque también soy un novelista, pero no sería un novelista tal como lo soy si no fuera un lector. Hay muchos novelistas que ya no leen y por eso están muertos. Joseph Conrad es mi autor de cabecera, lo leo constantemente; ahora he leído 'Lord Jim' por enésima vez, y siempre es un libro diferente. Porque mi vida ha cambiado, mis ojos van cambiando, así que encuentro cosas que antes no había visto. Esa actitud de lector la sigo teniendo, y mi capital como escritor es que accidentalmente lo soy, pero en esencia soy un lector. Y quien me lea sabe que yo soy su cómplice, su hermano, y vamos a jugar juntos al juego que combina literatura y vida. Ese es el eje de la novela, la presencia del lector en las dos partes del libro: la del que escribe, la del que lee.

Y se vale de un escritor español, Foxá, como la parte que confronta ideas literarias con el propio Sherlock Holmes que investiga las muertes en el hotel.

¡Es el Watson de la novela!

Él se aventura con tesis que cuestionan, por ejemplo, fórmulas de la novela negra.

No soy un teórico de la literatura, de modo que no soy útil para hablar de ello. Lo cierto es que la novela-problema ha sido destrozada del mismo modo que se han cargado otros géneros similares por culpa de tantas imitaciones. Eso que pasó hace tiempo sigue sucediendo ahora, y ese abuso está matando géneros que han funcionado. Ya no es fiable cualquier estantería de novela negra. Mi novela no pretende cambiar el mundo. He hecho un ejercicio de placer personal. Yo no escribo para mejorar el mundo, sino para hacer mejor mi vida. La literatura me da placer, a mí y a mis lectores.

En la primera página aparece Graham Greene. A lo largo de la novela son innumerables sus referencias a autores, actores, directores de cine… Pero Greene parece un símbolo de sus preferencias.

Mi biblioteca es un homenaje a esa literatura, a esas literaturas. No son guiños, son homenajes. A Greene, a Conan Doyle… Estoy reconociendo mi deuda con ellos. Estoy diciendo: "Son mis bisabuelos, son mis abuelos, es mi familia". No digo que yo sea como ellos, sino que yo vengo de ellos. Estoy confesando mis vínculos sentimentales con esas lecturas, con la lectura de los otros.

En el caso de Greene, además, se da ese sosiego que cuenta el placer de vivir. Y en medio de lo que sucede, en este libro suyo también hay un canto a los placeres de vivir.

Una novela como esta, tan dialogada, tiene un canon que incluye un tipo de descripción breve, un cierto ritmo, un tipo de capítulo… De modo que me he ido al canon de la novela policial, de la novela-problema clásica, tal como ésta la plantea. Me he ceñido a ese canon, y ahí está sin duda la escritura de Graham Greene. En ese sentido, quiero que el lector se siente a mi lado y lea conmigo los libros que yo he leído, que disfrute igual que yo disfruto mientras leo. Para mí el lector es un compañero, y por eso en la novela le doy los elementos que permitan que siga a mi lado. No quiero tenerlo enfrente, no lo quiero mirar por encima del hombro. Busco al lector cómplice, y creo que lo tengo.

En algún momento el autor de la novela, es decir, usted mismo, está ensayando la autobiografía de un novelista.

Es parte de la energía de un novelista. Si eres novelista tu vida es indisoluble de tu escritura, y mi vida ha sido dura, llena de aventuras, de trabajos aventurados, difíciles, de modo que muchas veces salen a flote, aun sin querer, elementos de esa biografía. Y esta novela, claro que sí, responde a una parte absolutamente concreta de mi vida. Como lector, sobre todo, y eso significa muchísimo.

La novela contiene, desde el inicio, hechos cuya descripción llevaría a causar "spoilers" que el lector no le perdonaría el periodista. Pero esta frase, que está casi al final de 'El problema final', me permite hacerle la penúltima pregunta, en este caso muy personal.

Adelante.

El protagonista habla del silencio que deja. Él mismo dice que bastan veinte preguntas para averiguar qué le pasa a una persona. ¿Como escritor, pero sobre todo como persona, cuáles son ahora sus preguntas, qué le gustaría preguntarle a la literatura?

Hay algo que me interesa mucho, que es cómo se siente uno cuando se acerca al final. Tengo una vida maravillosa, pero ahora mi verdadera inquietud, mi verdadera pregunta, es cómo va a llegar el final, cómo transcurre la última etapa. ¿Cómo se van diluyendo la lucidez, el intelecto, las pasiones, los odios? ¿Cómo te planteas el último día si sigues lúcido en el porvenir? Esas son mis preguntas. La gran pregunta es cómo voy a afrontar el último día. La literatura me ha ayudado a prepararme. Quiero saber cómo acaba una vida.

Esa es una invocación que podría llamarse también 'El problema final'.

Toda mi vida, durante los últimos 50 años, siempre pensé que iba a morir, por las guerras, por los viajes, por la vida… Eso hace que la muerte o el final estén presentes continuamente en tu obra y en tu vida. Ahora que me acerco de verdad, cuando casi tengo 72 años, lo veo sin preocupación, sin agobios.

Su novela, y no es 'spoiler', incluye al final esta frase de su protagonista que podría parecer suya: “Antes dije que esto es una novela, y prefiero que sea una buena novela. Yo me iré con mi silencio y usted se quedará con su incertidumbre”.

¡Y no parece mío! Está bien, muchas gracias.

A usted.

https://www.epe.es/es/cultura/20230906/entrevista-arturo-perez-reverte-autor-problema-final-91697730

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