15 septiembre 2023

"Solo los tontos o los pedantes diferencian entre la alta y la baja literatura"

Entrevista de Álvaro de Luna - esquire.com - 15/09/2023

Quedamos con el periodista, académico de la RAE y escritor Arturo Pérez-Reverte con motivo de la publicación el pasado 5 de septiembre de su última novela —y van más de 30— que lleva por título 'El problema final' (editada por Alfaguara). Una novela-problema, como a él mismo le gusta definirla, ambientada en 1960 y que tiene como protagonista a Ormond Basil, un actor cuya mayor gloria fue interpretar en quince películas al archiconocido detective Sherlock Holmes. Ahora Basil se encuentra junto a una serie de variopintos individuos en la isla griega de Utakos sin ninguna escapatoria debido al mal tiempo. Cuando una de las huéspedes es asesinada el resto de personas allí también encerradas le encomendarán investigar el posible crimen dada su experiencia dando vida al personaje que nació en la mente de Conan Doyle.

Nos citan desde la editorial en una habitación del Hotel Palace de Madrid, frente al Congreso de los Diputados. Es 12 de septiembre, el bochorno en la calle es notorio, el sol irradia con fuerza y periodistas de diversos medios de comunicación están alerta en torno a la Cámara Baja a la espera de algún diputado. La actualidad política en España es un hervidero estos días (¿acaso ha cesado de serlo desde el último año?), esa misma actualidad de la que nuestro entrevistado prefiere no atender demasiado. "A mis 72 años hay cosas que me importan más ", nos dice. Como su última novela está repleta de citas literarias, esta entrevista también lo estará, extraídas en su mayoría de 'El problema final'. Tratamos con Pérez-Reverte de muchos asuntos —algunos de ellos soslayados por él con galantería— como la literatura, el cine, los premios, las guerras o la fama. 

—Ya había utilizado con anterioridad ingredientes de la novela policiaca en títulos como 'El club Dumas', por ejemplo, pero nunca había escrito una novela enmarcada al completo en este género.

—Ni tenía intención de hacerlo. Lo que ocurre es que me di cuenta que en los últimos tiempos se había producido una saturación de novela negra, en especial de la nórdica, que ha hecho mucho daño y de la que se han realizado muchas imitaciones. Lo mismo ocurrió en su momento con la novela-problema: el exceso provoca la saturación. Yo me pregunté si era posible que un lector de ahora, que ha leído novela negra moderna y ha visto mucho cine, disfrutaría con una novela-problema a la manera antigua canónica. ¿Es posible utilizar los elementos de la novela policial clásica o novela-enigma para un lector moderno? Y este fue el desafío. Entonces acudí a la literatura antigua y a los clásicos de este género, los cuales saqueé sin escrúpulos, los leí estudiando y buscando trucos y mecanismos narrativos y los apliqué para un público de ahora.

—¿Y cuál es ese público de ahora?

—Por una parte está el lector ingenuo, el que no ha leído ese tipo de novela y que se encuentra, por tanto, con un género nuevo, que no tiene nada que ver con el actual. Paradójicamente, lo antiguo viene a ser lo nuevo. Y por otra parte, está el lector que más me interesa, que es el que sí conoce el género, el lector cómplice que sabe, que conoce los trucos. Y yo sé lo que sabe, con lo cual intento tenderle trampas con lo que sé que conoce y será objeto de una estrategia perversa, un juego de partida de ajedrez entre autor y lector. Este era uno de los grandes objetivo que tenía antes de comenzar a escribir la novela.

—«En un relato policial siempre hay tres misterios clásicos: quién es el culpable, cómo lo hizo y por qué. El porqué y el quién suelen ser menos importantes, porque en la verdadera novela-problema, al autor y al lector inteligentes lo que de verdad interesa es cómo se hizo». Es un diálogo extraído de 'El problema final'. ¿Eso piensa acerca de la novela-problema?

—Hay novelas negras que ahondan en la psicología del personaje que son muy buenas. 'Crimen y castigo', de Dostoyevski, es una novela policial, por ejemplo. Y las de Simenon son novelas policiales en las que el factor psicológico es muy importante. Pero a mí me interesaba más volver a la fuente original, a la novela-problema original en donde la emoción era lo de menos. Incluso el quién y el por qué eran lo de menos, porque lo que importa es el cómo. Yo he hecho una novela ajustada a este canon clásico en donde al lector lo que más le interesa es el cómo se hizo.

—«En las historias policiacas clásicas, donde se plantea un problema, la profundidad psicológica perjudica más que beneficia (…). No cabe ahí, porque en esa clase de relato es necesario que el novelista olvide cierto concepto de la literatura y se centre en otros aspectos».

—La novela policiaca clásica tiene unas normas. Tú le metes cien páginas más a una novela de Agatha Christie o de Conan Doyle y la revientas, porque hay una manera adecuada de contar estas historias. Querer introducir emociones psicológicas aquí hace que se transforme en otro tipo de novela, que puede estar muy bien, pero ya no es la novela-enigma clásica. Aunque el contenido sea mucho más perverso porque yo escribo ya para un lector diferente y también soy un autor diferente, en cuanto a la estructura general, diálogos y descripciones breves me he ajustado al canon.

—¿Existe la alta y la baja literatura?

—No, todo es alta literatura, eso de baja y alta es mentira, porque tan alta es una novela de Agatha Christie como una de Balzac o de Galdós.

—¿Y cómo definiría la literatura que hace el personaje de Foxá en su novela?

—Foxá es un autor de novela policial barata, de quiosco, pero el tío sabe mucho. Es que una novela barata de quiosco también hay que saber hacerla. Hubo gente en España como Mallorquí o aquellos que firmaban con nombres extranjeros que ganaron muchísimo dinero y obtuvieron gran éxito porque escribieron novelas muy buenas. Una novela no es mejor porque sea más compleja, más profunda, emocionalmente más intensa o psicológicamente más desarrollada, sino que una novela es buena si está bien contada para el público a quien va destinada. A un público que lee novelas del Oeste se sentirá decepcionado si le introduces un filósofo en una de estas novelas, le revientas sus expectativas. Por tanto, en cada género de novelas hay obras maestras, y estas pueden ser de quiosco o súper exquisitas. Yo en este asunto no tengo complejo alguno, nací en una casa que tenía dos bibliotecas. La de mi abuelo paterno era una biblioteca clásica, estaba Stendhal, Galdós, Balzac, Dostoyevski, Cervantes, Homero, Virgilio, Píndaro, Terencio… Y la biblioteca de mi abuela paterna, que por cierto era una mujer muy moderna, muy activa, muy de su tiempo y muy empoderada ya, albergaba novelas de tipo policial, novela negra, novela de enigma, "best sellers" americanos… Para mí las dos bibliotecas fueron muy importantes, leí de las dos por igual, y es por eso por lo que nunca hice de pequeño distinción entre una novela y otra, todo era literatura. Por eso en mis novelas hay una mezcla de literatura compleja y de literatura simple. Esta es mi manera de contar, porque soy fiel a mis lecturas originales.

—Son muchos los autores desprestigiados a lo largo de la historia por escribir novelas populares, de bastante éxito entre la población.

—Solo los tontos o los pedantes dicen “esto es baja y esto alta literatura”. No se puede afirmar, por ejemplo, que es baja literatura 'El asesinato de Roger Ackroyd', que es la mejor novela que ha escrito Agatha Christie, porque es tan buena en su género como puede serlo 'La montaña mágica', de Thomas Mann, solo que son novelas diferentes, en registros diferentes y para públicos diferentes. Hay tontos o esnobs que no admiten, que no consiguen entenderlo, pero es así.

—Dice Foxá en el libro: «La novela que llamamos negra, más innovadora, arrinconó los enigmas elegantes». ¿Opina así de la novela negra actual?

—Para resolver un enigma inteligente en una novela-problema hace falta hacerlo de manera casi matemática, con más razón y reflexión que músculo, acción, puñetazos, tiros, persecuciones… Este tipo de novela se pone de moda con Edgar Allan Poe, Conan Doyle, Agatha Christie, Gaboriau, Futrelle, John Dickson Carr, Ellery Queen, Erle Stanley Gardner… y en un momento dado se satura y comienzan a publicarse novelas malas. Y aparece la novela negra con Hammett, Chandler o Simenon, en la cual ya no importa tanto el cómo se hizo sino el quién y el por qué lo hizo. Se trata de una novela más psicológica, con personajes como el policía corrupto o el asesino con el que podías ponerte de su parte. Entonces este modelo de novela también se puso moda y de nuevo se saturó. Y entonces se pasó a la novela de espías como las de James Bond y también se saturaron. Las modas han ido cambiando poco a poco y ahora, como decía, hay un exceso de novela negra. En vista del panorama, me apetecía volver a la novela-problema pero para un lector de ahora.

—¿Lee novela negra contemporánea?

—Ahora debo decir que no, pero hasta hace poco sí que la he leído y muchas de ellas son muy buenas. Digamos que mi interés por la novela negra contemporánea termina con Patricia Highsmith, con Chandler, con Hammett… Sí es cierto que algunas que han escrito amigos míos las he leído, pero ya me interesan menos. Novela policial de la de antes sí leo mucho.

—«Ocurre con el cine y la literatura: cuanto más fieles a la ficción son los relatos que apelan a un pacto cómplice con el lector más valiosos se vuelven. Demasiada realidad acaba traicionándolos». ¿No le gusta el "cinéma vérité" o el neorrealismo italiano?

—Claro que me gusta, he visto muchísimas películas y tengo en casa una buena videoteca. Porque me guste una cosa no tengo porque excluir la apuesta. Lo que ocurre es que cada uno tiene sus preferencias, y yo prefiero la película 'Centauros del desierto' a 'La rodilla de Clara'.

—¿Y en el caso de la literatura con respecto a lo que se ha denominado como autoficción? ¿Le interesan autores como Annie Ernaux, Vivian Gornick, Emmanuel Carrère, Karl Ove Knausgård?

—No, me interesan mucho menos. Yo tengo 72 años, he leído mucho en mi vida y me han pasado muchas cosas, y uno ya en su etapa final tiene claro lo que le interesa y lo que no. Ahora prefiero mirar hacia atrás. Sin embargo, por ejemplo, el otro día vi 'The Equalizer 3', con Denzel Washington, que es buenísima, y me encantó, o también he visto 'Oppenheimer'. Pero mi placer, mi felicidad, es sentarme a ver una película de John Ford o leer una novela de Patricia Highsmith, de Agatha Christie o de Conan Doyle. Yo vivo en mi mundo. No le doy la espalda, no estoy rechazando lo nuevo, pero dedico más tiempo a releer novelas que leí con quince o veinte años, ahora con una mirada distinta, que a descubrir cosas nuevas.

—«Nunca hasta este momento (…) había comprendido la fuerza intensa que la ficción puede alcanzar entre los seres humanos», afirma Malerba en la novela. Leyendo 'El problema final' uno tiene la sensación de que con mucho cine visto y mucha literatura leída se es capaz de desenvolverse por el mundo bastante mejor. Su novela es también una alabanza a la importancia de la ficción en nuestras vidas.

—Claro. Pasa una cosa, y es que la vida está llena de situaciones que para un joven son imprevistas. Los que somos viejos o lo que hemos leído sabemos que todo ha ocurrido ya. La literatura ayuda a prevenir, a comprender, a resolver incluso. El problema que hay hoy día es que al privar a los jóvenes del pasado, al privarlo de los mecanismos narrativos, inductivos e intelectuales del pasado les impides comprender el presente. Entonces, la ficción ayuda a comprender. No mejora la vida, porque leer a Thomas Mann, a Agatha Christie, a Virgilio o a Homero no hacen mejor el mundo, pero te ayudan a comprenderlo, hacen que el mundo te duela menos, que todo lo sitúes en su sitio. La ficción no cambia el mundo, pero te cambia a ti frente al mundo. Y en un mundo como este, tan caótico, cada vez más desgarrado, confuso, con las redes sociales machacando y confundiendo a la gente, tener un bagaje literario que te permita entenderlo mejor es un privilegio. Por eso me dan tanta pena las personas que no utilizan esta herramienta, que van por la vida desorientadas sin darse cuenta que en una biblioteca tienen al menos veinte clásicos que le ayudarán a comprender y hasta a sobrevivir intelectualmente en el mundo confuso que nos viene encima.

—Usted lo ha comprobado de primera mano.

—Cuando era reportero y fui a las primeras guerras yo había leído mucho, llevaba además libros en la mochila. Cuando llegaba a Beirut o veía las matanzas en El Salvador, en Nicaragua, o cómo torturaban a un tío en Angola no me volvía loco, porque el haber leído me permitía comprender al ser humano y soportar todo aquello. Era la demostración física de lo que había leído y me consolaba. Si te enfrentas a todo eso sin esa preparación previa te encuentras desconcertado, como pollo sin cabeza. La literatura te prepara para el mundo. No es lo mismo, por ejemplo, entender el actual terremoto de Marruecos habiendo leído a Voltaire cuando habla del terremoto de Lisboa que sin haberlo leído.

—Es un gran lector, y en sus artículos ha reflexionado mucho sobre sus autores favoritos (Conrad, Verne, Camus, Cervantes, Doyle…) y los libros que han marcado su vida. También ocurre con el cine. En esta misma novela cita muchos libros, películas, autores, directores, actores… ¿Se ha planteado escribir algún ensayo sobre literatura o cine?

—No, yo soy novelista, un tipo que cuenta historias, un artesano. No soy un teórico de la literatura ni un talento especial, ni siquiera soy un artista. Yo construyo historias eficaces e intento que sean lo más eficaces posibles para un público que no es español, sino que es de cuarenta países y con edad muy diferente. Yo sí pienso en mis lectores cuando escribo una novela porque sé que son muy diversos y quiero pensar en todos. Así que bastante tengo ya con esto como para ponerme ahora a teorizar. Sin embargo, en novelas como esta el lector cualificado descubre claves ensayísticas o teorías narrativas que les puede servir. Pero mi intención no es educar, no es hacer un mundo mejor, sino contar historias.

—Ayer fue 11 de septiembre, una fecha en la que se conmemoran grandes acontecimientos históricos tanto a nivel nacional como internacional. También ayer se cumplió un año del triste fallecimiento de su amigo Javier Marías. «Que haya muerto sin el premio Nobel le quita mucha categoría al Nobel», dijo usted cuando murió. ¿Cree que hay algún autor o autora en España que merezca hoy día tal galardón?

—(Reflexiona silencioso durante varios segundos). No, no lo hay. Ni en España ni en Europa. Y no premiar a Marías fue una vergüenza. Desde mi punto de vista, el Nobel hace mucho tiempo que ha dejado de ser algo importante. Se ha convertido en otra cosa, en una operación de tipo comercial, social, que nada tiene que ver con los méritos reales.

—¿No piensa entonces que el Nobel de Literatura establezca el canon literario en la actualidad?

—No. Mira la lista y mira las ausencias. Los premios, en general, no me interesan. En España yo no tengo ninguno, ni tampoco me he presentado nunca a alguno. Dejemos este tema.

—«Es rehén de su propio papel, de esa imagen del detective por excelencia que sus películas nos dejaron a todos. Así que no puede elegir», le dice la dueña del hotel al protagonista en un momento del libro. ¿Se ha sentido alguna vez rehén de esa imagen que muestra en sus artículos o en sus tuits?

—No, yo soy un hombre libre. Mis lectores, ya sean españoles, polacos, rusos, colombianos o franceses, me hacen libre. Puedo despertar odios o amores, los dos igual de injustificados, pero no estoy condicionado por eso. No tengo una presión social, aunque se ejerza sobre mí no tengo la necesidad de defenderme ante ella. Soy demasiado mayor, si tuviera 20 ó 30 años quizás sí, pero llevo escribiendo 35 años, los lectores me conocen de sobra. He escrito crónicas, reportajes, artículos cada semana… Está todo ahí, quien me conoce me conoce muy bien y quien no me conoce no lo va a hacer ya.

—Ya que ha citado por segunda vez sus crónicas de guerras, ¿está siguiendo de cerca la guerra entre Ucrania y Rusia?

—No mucho. Realmente, la actualidad del mundo la sigo muy poco. Hay cosas que me importan más que la guerra de Ucrania, aunque suene raro.

—Sigamos con las citas de su libro. «La humanidad no es sino un grupo desamparado en demanda de alguien que ofrezca esperanza física o espiritual».

—Sí, y eso es bueno y es malo. Sobre todo porque en momentos de crisis hay líderes que se hacen con el mando de las masas y no siempre son líderes honrados. Esa tendencia de la gente a buscar amparo, liderazgo o protección es buena, pero también puede llevarnos a lugares oscuros y muy malos. Ha ocurrido ya, con el nazismo, y hay muchos ejemplos en la historia. Por eso debemos ser siempre muy prudentes con aquellos que se ponen a la cabeza de los movimientos populares.

—Explicaba hace poco en un artículo en 'XL Semanal' la razón por la que últimamente ya no escribía sobre política actual. Yo le pregunto, ¿cree que habrá investidura o elecciones?

—No sé de qué me estás hablando.

—Entonces del caso Rubiales ya ni hablamos, ¿no?

—(Ríe). Es que de baloncesto yo no entiendo, no tengo la menor idea sobre este deporte.

—No han pasado ni siete días desde que saliera a la venta y ya se ha colocado 'El problema final' como número uno en la lista de libros más vendidos en España.

—Eso de los número es muy relativo. Mañana puedo estar en el dos, en el cinco o en el seis. Eso es muy simple, temporal y aleatorio. Lo importante es que los lectores, aquellos que me llevan leyendo toda la vida y me son fieles, no se sientan decepcionados. La presión es acertar, no equivocarme; que mi lector, que es mi amigo, porque un lector es un amigo, no diga “este año Reverte me ha dejado tirado”. Lo único que me importa es no decepcionar al lector, lo demás no, yo tengo la vida resuelta hace mucho tiempo.

—Pero se sentirá satisfecho de ser un autor tan leído y admirado, ¿no?

—¡Por supuesto! Me encanta leer libros y que se publiquen en cuarenta países, cómo voy a renegar de todo eso. Pero sinceramente, no es tan importante.

—¿Volveremos a leer otra novela-problema de Pérez-Reverte?

—No creo. Mi misión está cumplida, prueba superada. Ya está. Ahora estoy con otra cosa que no tiene nada que ver con esto. Además, yo no sé lo que me queda como novelista, si un año, si dos, diez…

—¿Se ha planteado escribir unas memorias?

—No. Mis memorias están escritas ya. En mis artículos y en mis novelas están mis memorias. En 'Territorio comanche', en 'El pintor de batallas' o en mis artículos, donde cuento continuamente historias personales. Otra cosa es que alguien algún día las recopile, pero yo las he escrito ya.

—Entonces, algo de autoficción ha escrito Pérez-Reverte.

—No es autoficción, es realidad. Curiosamente, mis novelas están llenas de realidad. La vida que llevé me ha ayudado a construir mis novelas. En ellas afloran continuamente mi vida y las vidas de gente que conocí, pero estas están vestidas de literatura. No, yo no hago ficción con mi vida, es mi vida la que aflora en la ficción.

—¿Le da vértigo cuando publica una nueva novela, o uno se termina acostumbrando?

—Yo escribo todos los días. No tengo presión alguna, ni la editorial me presiona ni nadie lo hace. Tengo 72 años, 33 novelas publicadas, una biografía bastante movida, ¿qué vértigo me va a dar? Eso sí, el temor a que los lectores no les guste la novela existe siempre. Por eso intento hacerlo lo mejor posible. Yo nunca estoy seguro de nada, cada novela es una apuesta que haces. Si me equivoco, intentaré no equivocarme en la siguiente.

https://www.esquire.com/es/actualidad/libros/a44999066/arturo-perez-reverte-el-problema-final-entrevista/

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