Entrevista de Patricia G Fraga - elidealgallego.com - 20/09/2023
A pesar de que ya tocó el género policial en alguna de sus más de 30 creaciones literarias, Arturo Pérez-Reverte se adentra de lleno en las novelas policiales de antaño con ‘El problema final’, una novela repleta de homenajes a autores como Arthur Conan Doyle o Agatha Christie y en la que busca jugar con el lector y tratar de engañar al que ya conoce los ardides del género.
—¿Cómo se ha dado esta incursión en la novela-problema?
—Empecé leyendo este tipo de novelas. Tenía la suerte de que en mi casa había dos bibliotecas. Una era la de mi abuelo paterno, que era clásica —griegos, latinos—, y otra era de mi abuela materna, que era una mujer muy moderna, muy avanzada, muy de su tiempo, empoderada, como se dice ahora, y que tenía una biblioteca muy importante de novela policíaca, de "best seller" americano y de novela moderna. Y yo leía de las dos. La novela policial, esa antigua, que no era tanto de acción como de reflexión, me gustaba mucho. El tiempo pasó e hice otras cosas, pero seguí leyéndola.
—¿Por qué adentrarse ahora?
—Me di cuenta de que hay una especie de exceso de novela negra y dije: "Una novela policial, a la antigua, ¿funcionaría para un público de ahora? Una novela-problema donde no hay puñetazos, ni persecuciones, ni sangre, ni huesos, ni CSI, ni cosas de esas. Una cosa de gente reflexionando y pensando, ¿funcionaría?" Intenté recuperar esa novela policial antigua, muy canónica, pero para un público de ahora, utilizando lo que ya sabe. Es como un barman: metes en la coctelera elementos diversos que no son tuyos, pero la mezcla es tuya. Un experimento.
—¿Es un reto sorprender al lector que ya conoce los trucos?
—Claro. Esa es la cuestión. El lector ya ha leído, ya sabe, ya conoce, ya no es ingenuo. ¿Qué hago para engañarlo? Utilizo lo que el lector ya sabe. Tú piensas, con lo que sabes, que esto va a ser así, pero yo voy a hacerte trampa para que no sea así. Es una partida de ajedrez con el lector que a mí me ha divertido mucho, pero también hay mucho trabajo haciéndola. Hay dos niveles de lectura: el lector normal, ingenuo, que la va a leer como novela policial clásica, y el lector experto, que va a disfrutar con la estrategia perversa de la que el autor lo quiere hacer víctima. Ese es el lector ideal, el cómplice.
—Ha leído y releído novelas del género para crear esta obra. ¿Cómo es releer a Sherlock Holmes con la experiencia que tiene ahora?
—No había dejado de leerlas. He leído las novelas de Sherlock Holmes como seis o siete veces. No las tenía olvidadas. Lo que sí he hecho es volver a otras novelas que ya no leía, como las de Agatha Christie, que las leí todas en su momento, o las de John Dickson Carr, las de Ellery Queen, o las de Erle Stanley Gardner, novelas que ya no leía y he vuelto a releerlas. Ha sido como volver de nuevo a la infancia, como sentirte como cuando hueles a la manzana asada, el olor a chimenea... Ha sido como volver a la infancia, o a esa especie de sensación de joven que empieza a leer. Ha sido un ejercicio muy agradable, divertido, no melancólico, sino muy estimulante, muy vivo.
—Hay un momento, en una conversación entre Basil, el protagonista, y el personaje español, en el que el primero dice que nunca había sido tan feliz como leyendo a Holmes. ¿Con qué obras le pasa lo mismo a usted?
—Con esas me pasó. Me pasa con más también. Yo soy muy feliz leyendo a Sherlock Holmes y a Jack London, pero también a Robert Louis Stevenson, a Agatha Christie, a Dumas... a muchas. Digamos que le presto a Basil ese comentario, que en mi caso es mucho más amplio. Pero sí, la felicidad lectora es algo que está muy vinculado a mi vida y a mi memoria. Si mi infancia fue muy feliz —fui de los niños felices, tuve mucha suerte en eso— fue en parte porque crecí en bibliotecas, y las bibliotecas eran una fuente inagotable de felicidad.
—También demuestra mucho cariño por el cine de antaño.
—Sí, claro. Ten en cuenta que yo conozco la tele con doce años. En el cine, las películas duraban años en pantalla. Igual veía el estreno de ‘Ben-Hur’, ‘Los diez mandamientos’, ‘Río Bravo’ o ‘El hombre que mató a Liberty Valance’, que veía películas incluso mudas. El cine fue muy importante, no solo para mí, sino para mi generación. Eso está presente en la novela, hago una incursión por ese cine que a mí me marcó.
—Ahora que ha hecho esta incursión en la novela-problema, ¿se adentrará en otros géneros?
—Yo podía estar haciendo siempre la misma novela: si funcionó bien, ¿por qué no? Otros autores lo hacen muy bien. Pero a mí me apetece cambiar, me apetece tocar géneros nuevos, me apetece hacer incursiones nuevas. Porque así no es una mera manufactura mecánica, es aprender. Porque cada novela que hago es un aprendizaje, te obliga a leer, a pensar, a mirar, a ver el mundo según lo ven tus personajes. Entonces, si cambias, ves el mundo de diferente manera. Tengo 71 años y sigo aprendiendo, es como ir a la escuela, eso es maravilloso, es un privilegio. Yo soy muy afortunado.
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