27 octubre 2025

"A mi edad tengo muy pocas certezas y muchas incertidumbres"


YouTube - 27/10/2025

¿Qué queda cuando se pierden las grandes palabras como patria, honor o fe? En esta conversación, Arturo Pérez-Reverte propone reconstruir una ética personal basada en la dignidad y la lealtad. Desde su experiencia como reportero de guerra y autor de 'El capitán Alatriste', reflexiona sobre cómo los jóvenes pueden aprender a distinguir el bien del mal en un mundo lleno de grises, donde la cultura se convierte en la mejor herramienta para no ser engañado. Una mirada honesta, crítica y profundamente humana sobre la necesidad de mantener la cabeza fría y el corazón decente en tiempos de confusión. #Aprendemosjuntos

Vídeo completo: https://www.youtube.com/watch?v=LCY2PIBdchU

Una entrevista sobre Alatriste que no hice a Pérez-Reverte

Javier Calles-Hourclé - tribunavalladolid.com - 27/10/2025

Si usted es de los que se les atraganta el cartaginés, y el titular lo atrajo con la expectativa de una jugosa escabechina, le pido disculpas. Soy revertiano. Es decir, en general me atrapan las historias que cuenta, disfruto con la forma en que las narra y, además, me cae bien el hombre. Pero no se vaya, le aseguro que no he ocupado las líneas del folio versando sobre autor de 'Misión en París'. Y no es que no merezca reconocimiento; al fin y al cabo, pasarle el plumero al Siglo de Oro español y ponerlo en la planta de moda joven tiene mucho mérito y no está al alcance de cualquiera —o puede que sí lo estuviese—. Sin embargo, fue Pérez-Reverte quien clavó la pica.

En cualquier caso, ya se han vertido cataratas de tinta sobre el asunto con mayor destreza que la mía, y lo que ocupa a estos píxeles es algo más cotidiano. Me refiero a la noble infantería del campo de batalla literario, nutrida de figuras como temerarios profesores de escuela que se baten contra hordas de dispositivos electrónicos, tratando de captar la atención de sus alumnos con un bloque de celulosa por única arma. Hombres y mujeres discretos, valientes, currantes, pacientes.

Alatriste vuelve a mi biblioteca, y con él, aventuras por la vieja Europa, horas de felicidad, y puede que hasta vuelva el adolescente que alguna vez fui. Observo al recién llegado, que reposa en mi escritorio, tocado con reluciente faja roja de soldado español. Unos centímetros más lejos, receloso, lo relojea el veterano de mil batallas y hojas amarillentas. Recuerdo haber empezado a leer aquel viejo libro sin entusiasmo, como a quien le mandan leer el Boletín Oficial del Estado o la guía telefónica, y recuerdo que algunas páginas más tarde ya no pude abandonar las calles del Madrid del siglo XVII, por las que la profesora de Lengua y Literatura, Cristina Charles, nos invitó a caminar.

Aunque lo intento, no logro recordar cómo fueron aquellas clases con Alatriste en el aula; y se me antoja una buena excusa para llamar a mi profe de Lengua y averiguarlo.

—Hola, Cristina. ¿Cómo estás?

—Bien, transitando el último tramo de la vida y extrañando la profesión.

—¿Cuántos años de docencia?

—En el Don Bosco creo que no llegué a treinta, veintiocho o veintinueve años. También trabajé en el Juan José Paso y un par de añitos dando Comunicación en el San Vicente de Paul.

—¿Y de jubilada?

—Diez años.

—¿Cómo se llevan?

—Me costó, porque era muy lindo trabajar con jóvenes. Dan mucha alegría y te reís mucho; tienen mucha vida. Pero también ya estaba un poco lejos de lo que piensan, de lo que sienten y de cómo ven las cosas. Eso me entristecía un poco, porque pienso que se están empobreciendo —por lo menos en la Argentina—, aunque supongo que es un fenómeno mundial, porque he leído que pasa algo similar en Francia.

—¿En qué ocupaste el tiempo?

—Me dediqué a mis hijos y a mis nietos, tratando de que lean. No lo estoy logrando mucho: tengo dos que son muy lectores, pero los otros no.

—¿Es difícil hacer leer a un joven?

—A veces sí. Me costaba encontrar textos que les gustaran, pero, por ejemplo, tuve éxito con Shakespeare, una cosa rara.

—Y eso que tal vez sea una lectura más dificultosa, ¿no?

—Sí, porque es más filosófico. Pero yo siempre me negué a darles a leer las obras escritas para jóvenes, porque siempre me parecieron una subestimación. Creo que los chicos están capacitados para entender más cosas, sólo hay que ayudarles a encontrarlas.

—¿Te acordás cómo llegaste a 'El capitán Alatriste'?

—Tiene que ver conmigo. Este libro y toda la serie está ubicada en el Siglo de Oro español, que fue la época literaria que más disfruté cuando estuve en la universidad; incluso trabajé como auxiliar en una cátedra de Literatura Española cuando me recibí. Y me pareció que justamente este libro sería muy interesante para quien le gustase la historia, porque hace una recreación muy fiel de los pensamientos, los sentimientos y la lengua de la época.

—¿Qué edad teníamos cuando nos diste ese libro?

—Diecisiete, más o menos. Yo siempre trabajé en los dos últimos años del secundario.

—Recuerdo que me gustó mucho; tanto, que lo tengo con la firma de Pérez-Reverte y Juan Echanove —la rencarnación cinematográfica de Quevedo— y estoy tratando de conseguir la de Viggo Mortensen. Pero ¿esto fue general? ¿Nos gustó a todos?

—A todos, no. Algunos protestaron y otros se engancharon, porque el libro tiene intriga, aventura y muchos elementos que pueden gustarle a un chico joven. Pero no es fácil. Intenté ayudarles a ubicarse en la época, porque me parecía importante para poder entender por qué los personajes actúan como actúan. Y siempre traté de que se identificaran con algún personaje, porque en esa edad siempre hay alguien que te inspira, que admirás o en quien proyectás lo que te gustaría ser, como le sucede a Íñigo. Por lo menos en esa época esto les sucedía a los jóvenes. No sé bien como será ahora, que los veo más orientados a la música, a ser cantantes.

—O "influencers".

—También. Eso de tener un modelo me parecía que podía inspirarles. Siempre traté de ligarlo a la psicología del adolescente. Ese personaje del Siglo de Oro no se parece en nada a uno de nuestro siglo, pero podés buscarlo a nivel de los sentimientos que te asaltan a esa edad: lo que sentís que te falta, lo que sentís que podés llegar a conquistar, las lealtades… Una cosa que tenemos —que es la amistad— está muy valorada en el libro, y creo que es algo bien argentino. La amistad y la lealtad hacia los amigos eran elementos que les llegaban, en esa época en que el colegio era de varones. No recuerdo si, más tarde, les llegaba igual a las chicas.

—Tratar de explotar el sentimiento de camaradería.

—Claro, porque los sentimientos de la amistad, que están presentes en el libro, podían ser una réplica de lo que los chicos sentían; sobre todo en el secundario, donde no podés traicionar la amistad. También maneja muy bien los círculos de poder y la sensación de desprotección frente a eso, otro sentimiento que tienen los jóvenes frente a los adultos, que les imponen sus reglas.

—Creo que me llamó la atención que el personaje pudiera ser un poco rufián, pero también un héroe, porque estaba acostumbrado a héroes impolutos y encontrarme con un personaje ambiguo fue una especie de desafío filosófico.

—Un personaje más alcanzable como persona y más posible como espejo, porque uno tiene sus renuncios, y el personaje perfecto es demasiado: te queda lejos y no lo alcanzás nunca. Este hombre [Pérez-Reverte], que ha sido cronista de guerra, tiene bastante claras algunas cosas que, aunque provengan de otras guerras, las rescata para sus personajes. Mi marido, que es de la época de 'Los tres mosqueteros' y de todas las novelas de espadachines, lo amaba. Se compró todo lo que había de él después de que aparecí en casa con el primer libro, 'El capitán Alatriste', y siguió leyendo otras de sus novelas. Tiene muchas muy buenas.

—A mí me gusta especialmente 'Un día de cólera', en la que narra la revuelta madrileña del 2 de mayo como un reportero a pie de calle.

—Ahí lo tenés a García Márquez, que decía que lo que da credibilidad es el detalle periodístico. Si uno describe que, en tal esquina, a tal hora, tal día, un señor así… el lector te compra la información, porque el detalle hace que parezca real. Te mete en la historia a partir de eso, que es algo que enseña el periodismo. Creo que es un buen consejo literario.

—¿Qué actividades hacíamos con el libro?

—Yo marcaba una cantidad de texto a ser leído, porque a una novela hay que partirla para tratarla con los chicos, y lo discutíamos en clase. Les hacía preguntas, pero también hacía mucho énfasis en la mirada que había tenido cada uno sobre lo leído. Es muy importante que, a medida que se lee, el alumno vaya sacando conclusiones personales y premiaba mucho la visión diferente. Siempre aconsejaba usar lápiz para escribir el libro anotando las ideas que fueran apareciendo y subrayando los párrafos que les llamaran la atención. Eso les servía para las evaluaciones, porque yo hacía dos cosas: control de lectura con diez preguntas sencillas a responder verdadero o falso en un minuto —esa era la parte policial del asunto— (ríe), y, una vez que estaba el control de lectura, que era la violencia para lograr que leyeran, empezaba a formular preguntas que implicaban establecer relaciones dentro de la obra y sacar conclusiones. Siempre pensé que la literatura te enseña muchas cosas, pero, sobre todo, a pensar y fundamentar las ideas. Y si un alumno dice «el personaje es aburrido», que tenga dos o tres ideas que lo fundamenten, que se encuentren en el libro y pueda hacer las citas que lo avalen. Solíamos hacer una ronda después de haber leído todo el libro, donde cada uno hacía un análisis propio y trataba de fundamentar o rebatir la idea de otro compañero, pero siempre con el libro en la mano como fuente y fundamento. Después podían buscar cosas adicionales. A veces hacíamos un ensayito escrito, como una forma de darme cuenta si al alumno había procesado y podía hacer un análisis del texto —cosa que ahora no les daría, porque harían un refrito con inteligencia artificial. Esto está pasando en la universidad y es terrible.

—¿Usabas el libro para hacernos saber que existieron unos tales Quevedo, Góngora, Lope y Cervantes?

—Sí, yo les abría el texto presentándolos y contando algunas anécdotas entre ellos —que hay muchas—, para humanizar a los personajes. Sobre todo a Lope, que era muy enamoradizo y tenía sus conquistas en ese ir y venir entre las mujeres y la iglesia, porque era un poco cura y un poco amante. También les hacía una ubicación en la época, pero no de entrada. Lo iba sacando en base a lo que aparecía en el libro: por qué determinadas visiones del mundo eran de una forma u otra. Recuerdo una anécdota de un condenado a muerte que caminaba hacia el cadalso erguido, envuelto en su capa, con actitud señorial, o de otro que entraba a Madrid a caballo y, al caérsele una joya valiosísima, siguió cabalgando sin siquiera darse vuelta para ver quién la había tomado, por ejemplo. Ese tipo de cosas que son propias de una época y pueden llamar la atención.

—Pérez-Reverte dice que un buen profesor con un libro en la mano, como por ejemplo el 'Quijote', tiene una herramienta para tratar infinidad de temas.

—Claro, Alatriste sirve para hablar de un montón de temas también. Obviamente, tiene menos personajes que el 'Quijote', que es más complejo, pero el 'Quijote' es de Cervantes y Cervantes no hay tantos. Diría lo mismo de 'Cien años de soledad', que es otro libro que he dado en la secundaria, y que es tan complejo que uno podría estar todo el año tratando distintos temas, como el rol de la mujer, la mística de los fundadores, etc. García Márquez decía que le gustaba la Biblia porque era un libro que tenía muchísimas historias, y entre tantas tenía que haber alguna interesante.

—Vas a tener que regalarle a tu marido el último Alatriste, que acaba de salir.

—Sí, no sabía que había salido un texto nuevo, pensaba que era una reedición. Del que más me acuerdo es del primero, porque era el que les di a ustedes, luego les dejé abierta la posibilidad de seguir leyendo los otros, pero no sé cuántos lo habrán hecho.

—Conmigo te funcionó.

—Sí, es algo lindo.

—Si Arturo Pérez-Reverte leyera este artículo, ¿qué te gustaría decirle?

—Que me encantaría tener un autor argentino que rescatara así una época tan valiosa de nuestra historia, con esa manera tan amplia y tan abierta. Pienso que me sentiría muy identificada y, como docente, me encantaría darlo en la escuela. Y la otra, bueno, felicitarlo porque es un muy buen narrador, pero eso él ya lo sabe.

—Muchas gracias por habernos presentado a Alatriste.

—Te agradezco. Me alegra que te acuerdes de él y de habérselos dado.

https://www.tribunavalladolid.com/noticias/421899/una-entrevista-sobre-alatriste-que-no-hice-a-perez-reverte

19 octubre 2025

Alatriste en la Academia: el regreso del soldado


María José Solano - zendalibros.com - 19/10/2025

Por un instante, la Real Academia Española contuvo el aliento. Entre retratos y ecos de siglos, apareció —como si emergiera del tiempo— la figura del capitán Diego Alatriste y Tenorio. No en carne y acero, sino en barro y trazo: el boceto que el pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau presentó como germen de la escultura que el próximo año se erigirá en Cartagena, la ciudad natal de Arturo Pérez-Reverte. El acto tuvo un aire de círculo que se cierra. Pérez-Reverte, académico desde 2003, evocó su propio ingreso en la institución:

—Yo llegué a la Academia por culpa de Alatriste —recordó, con una media sonrisa—. Vine con un discurso titulado El habla de un bravo del siglo XVII, hablando la lengua de los soldados, de los hombres de los tercios. Por eso tiene sentido que sea aquí donde se anuncie su estatua. Es como si el capitán volviera a casa, tres décadas después de nacer en mis páginas.

La obra, que será realizada en bronce por el escultor Salvador Amaya, se levantará a partir del diseño de Ferrer-Dalmau y medirá 2,40 metros de altura. Su emplazamiento será la plaza del Cuartel del Rey, junto a la Calle Real y los Jardines de Capitanía General, en un entorno cargado de memoria: allí donde los ecos de los antiguos cuarteles del siglo XVI aún resuenan, y donde la historia militar de Cartagena dialoga con la de los tercios españoles.

En el estrado, Ferrer-Dalmau miraba el boceto con la expresión de quien observa un hijo que empieza a andar. La figura de Alatriste, aún en papel, se erguía con su legendaria mirada glauca y la diestra amenazante en guardia, sobre el pomo de la espada, entre sombras y luz.

—Fue, paradójicamente, un trabajo fácil —admitió el pintor—. Llevamos tanto tiempo viendo su rostro en portadas, cuadros, películas… que parecía imposible reinventarlo. Pero Alatriste no es solo una cara: es cansancio, es peligro, es esa mirada que te advierte: “Niño, no te acerques demasiado”. No tuve que inventarlo, ya estaba ahí, esperando en la memoria. Yo he visto ese rostro en el de todos los soldados y las batallas que he pintado a lo largo de mi carrera.

El escultor Salvador Amaya, que materializará el diseño en bronce, detalló el proceso técnico con la sobriedad de un artesano que conoce el peso del metal y del tiempo:

—Todo comienza con el esqueleto de hierro —explicó—. Luego viene el barro, capa sobre capa, hasta que el personaje emerge. Y Alatriste surge solo, como si el barro recordara. Lo más difícil no es darle forma, sino contener su carácter. Tiene algo peligroso, un aire de quien ha sobrevivido a demasiadas guerras. Y eso debe estar presente en el bronce.

A su lado, Pérez-Reverte lo escuchaba en silencio, con la mirada fija en el boceto. Cuando habló, su voz sonó grave, como si hablara de un viejo amigo:

—Yo no soy escultor, pero sé cuándo alguien entiende lo que un personaje significa. Augusto lo dibujó y Salvador lo levantará del barro al bronce. Ese soldado que estará en Cartagena no es solo Alatriste. Es una España entera: la que fue grande y visceral, generosa y corrupta, admirable y terrible. En ese bronce estará todo eso.

El autor, que no suele prodigarse en sentimentalismos, se permitió una confesión:

—Yo moriré dentro de unos años, como todos. Pero quedará ese hombre de capa y acero en la ciudad donde aprendí a leer, a mirar el mar, a imaginar. Que Alatriste se quede en pie, frente al mar y al puerto de Cartagena, es una forma de que algo de mí también quede allí.

La alcaldesa Noelia Arroyo tomó la palabra.

—Esto ha sido una pequeña confabulación —admitió entre risas—. Durante años quisimos rendirle homenaje a Arturo Pérez-Reverte, pero él siempre se negaba. No quería calles, ni placas, ni reconocimientos personales. Así que encontramos la fórmula perfecta: homenajear a Alatriste, que es él sin serlo.

Arroyo explicó que el monumento tiene un triple propósito:

—Es, ante todo, un homenaje al capitán Alatriste en el treinta aniversario de su creación; también un reconocimiento a los tercios españoles y a todos los hombres de armas que forman parte de nuestra historia; y, por supuesto, un homenaje al propio Pérez-Reverte, nuestro paisano, que ha devuelto a Cartagena un lugar en la literatura y en la memoria colectiva.

El escritor intervino:

—Cartagena fue mi alimento —dijo—. Yo me crié allí, mirando el mar y soñando con aventuras. Todo lo que soy como escritor nació en esas calles y en ese puerto. Por eso este proyecto me emociona tanto: porque me devuelve a casa.

Cuando las palabras se fueron apagando, el boceto permaneció allí, en el centro de la sala, envuelto en una luz que parecía prestada de otro siglo. Algunos académicos se acercaron a mirarlo de cerca. En el rostro del capitán había algo que no era solo barro: una sombra de melancolía, una fatiga noble.

—Está vivo —apostilló el pintor de batallas—. Uno lo siente. No sé si es por la historia o por las palabras, pero tiene alma.

Y Pérez-Reverte, sin apartar la vista, respondió:

—Quizá porque nació del lenguaje. De la lengua de los soldados, de las germanías, del barro de España. Ahora vuelve, hecho bronce, para que nos sobreviva; para recordarnos durante un poco más, quiénes fuimos.

La presentación se cerró con aplausos.

En la Real Academia, donde las palabras se guardan como espadas antiguas, Alatriste había regresado. Y pronto, en Cartagena, junto a los viejos muros del Cuartel del Rey, el soldado cansado volverá a ponerse en guardia frente al mar. Un hombre de bronce, nacido del idioma y de la memoria.

https://www.zendalibros.com/alatriste-en-la-academia-el-regreso-del-soldado/

18 octubre 2025

Un mosquetero catalán en el Madrid del capitán Alatriste


Jacinto Antón - El País - 18/10/2025

Los demás pasajeros del AVE miraban con indisimulada curiosidad la gran bolsa de plástico roja que yo cargaba en el tren camino de Madrid. Sobresalían las cazoletas y parte de las hojas de dos espadas de juguete relativamente resultonas. En la bolsa llevaba con ellas un bonito disfraz de mosquetero del rey, del rey francés se entiende, concretamente de Luis XIII, que los creó como compañía de guardia real en 1622. En mi fondo de armario, en el que mira que hay cosas, no figura ropa de mosquetero, así que tuve que alquilarla. Lo hice en Menkes, la tienda barcelonesa de referencia a la hora de disfrazarse. La verdad, no estaba seguro de ir a encontrar algo satisfactorio: a la que te descuidas, ir de mosquetero queda cutre y pareces D’Artacán. Pero una dependienta muy atenta que me franqueó el paso a la zona reservada de alquileres pese a que no había pedido cita previa me puso ante los ojos un traje maravilloso. La casaca era perfecta: en forma de manto a cuatro lados, de lana azul (el color de la librea real) y con la emblemática cruz flordelisada de terciopelo blanco y llamas rojas. Me llevé la casaca y la gola de tela, pero descarté el resto del disfraz, camisa, pantalones y botas (al cabo los mosqueteros vestían al principio ropa civil debajo).

Cuando le expliqué a la dependienta que mi idea era presentar en Madrid vestido así el nuevo libro de Arturo Pérez-Reverte, 'Misión en París' (Alfaguara), la nueva aventura del capitán Alatriste en la que salen mosqueteros y, más que eso, los tres mosqueteros y D’Artagnan, se entusiasmó peligrosamente. Lanzo un sentido “¡uno para todos y todos para uno!”, me hizo añadir un gran sombrero rojo con pluma y un tahalí de cuero a fin de colgar la espada y me rogó encarecidamente que le expresara su admiración a Pérez-Reverte. Eso sí, no me hizo descuento.

Soy muy fan de los mosqueteros dumasianos y me ha hecho especial ilusión que Arturo los saque en su nueva entrega de Alatriste, la octava, 14 años después de la última. En 2014 vi una magnífica exposición que se les dedicó en el Museo del Ejército de París, en los Inválidos. Recorría toda su historia, la real y la literaria, con documentos, cuadros y objetos tan sensacionales como unas máscaras de hierro (!) de la época, espadas à taza, à coquille y à la Pappenheim y las botas que usó Gene Kelly en la adaptación cinematográfica de George Sidney de 'Los tres mosqueteros' (1948). Además, te brindaba la oportunidad de caracterizarte como uno de ellos, cosa que no dudé en hacer (como se ve, vestir de mosquetero no es algo nuevo para mí). El catálogo de la muestra ('Mousquetaires!', publicado por Gallimard) es uno de los mejores libros de referencia sobre esos hombres audaces, leales y pendencieros. Recoge cosas tan interesantes como que los guardias personales del cardenal Richelieu, que llegaron a componer casi un ejército (incluían hasta regimientos de caballería ligera y pesada) y vestían de rojo, eran realmente impopulares y rivales de los mosqueteros del rey. Richelieu, que se llevaba francamente mal con Monsieur de Tréville (Trois-Villes), el capitán de los mosqueteros, sufrió varios intentos de asesinato, lo que da más verosimilitud a la trama de 'Misión en París'.

La cita en Madrid con Pérez-Reverte era en el Teatro Español, cuyo director, Eduardo Vasco, muy amable, me dio una vuelta por el edificio y me explicó que con su hermano sustrajeron un asiento de un viejo reactor F-86 Sabre en Torrejón, donde volaba su padre, piloto militar —a veces me preocupa las cosas que la gente piensa que me interesan, y sobre todo que ¡no se equivocan!—. Aguardamos el escritor, Antonio Lucas y un servidor, en un camerino antes de salir al escenario, en el que nos precedieron las huestes del maestro Jesús Esperanza (un clásico de las presentaciones de Alatriste), con una demostración de esgrima teatral (por suerte no me vieron de mosquetero, igual me hubieran retado y eran muchos, y mi espada de plástico). A continuación fue el turno de los actores Luis Zahera y Oswaldo Digón, que leyeron 'Duelo en la taberna del Turco', interpretando el primero con su inconfundible acento gallego a Alatriste: bien pensado, Ferro es un apodo que le placería al capitán, como le gustaría la lealtad del personaje con su patrón en 'Vivir sin permiso'.

Cuando salimos nosotros yo seguía aferrando mi MacGuffin, mi bolsa roja de plástico que nadie entendía por qué la llevaba. Igual pensaban que era un amuleto o que portaba ejemplares para que me los dedicara Arturo (Zahera, gran fan, le hizo firmar uno a uno los ocho libros de la serie). Mientras Pérez-Reverte y Lucas arrancaban el acto con la requerida seriedad me puse la casaca por la cabeza y exclamé ante el público que llenaba hasta la bandera el teatro confiando que no pensaran que iba a recitar el 'Tenorio' o 'La venganza de don Mendo': “¡Vengo a defender el honor de los mosqueteros!”. Vi como al escritor se le ponían los cortos pelos de punta —y eso que no alcancé a ponerme el sombrero emplumado—, aunque reaccionó con gran flema y un simple “estás loco”, que no fue una interjección sino una constatación. Ir de mosquetero me sirvió, además de para darle un meneo al acto, para entrar de lleno en la comparación entre esa elegante guardia real y los espadachines de aquí te veo aquí te trincho como Alatriste. Enseguida estábamos hablando muy sueltos de las distintas maneras de reñir (y matar si cabe) de ambas formas de concebir la esgrima y la vida y que aparecen en la novela especialmente cuando el autor enfrenta a Alatriste y Athos (su mosquetero favorito, en cambio Aramis le cae mal), y luego, en el sitio de La Rochelle, a Íñigo y el mismísimo D’Artagnan.

Expliqué emocionado (probablemente a causa de la casaca, que te pone muy francés) lo que me había gustado la escena de ese segundo duelo en la que los dos jóvenes, el vascongado y el gascón mezclan literalmente sus sangres, consagrando una inesperada fraternidad y la unión esencial de los dos mundos conjurados por Pérez-Reverte. Hablé, atropellándome, de amistad, de cómo la erosionan los malentendidos, la distancia, el tiempo, otras personas y los orgullos, seas mosquetero o veterano de los tercios. El autor se asentó en la conversación como quien se ordena para dar una lección de esgrima o un asalto, tomó la conducción del asunto y pasamos a hablar de otros aspectos de la novela, en la que Pérez-Reverte ha conseguido algo tan difícil como que a las cuatro páginas y después de casi un lustro te vuelvas a meter en el mundo de Alatriste como si nunca hubieras salido. “Oficio”, sintetizó.

Explicó la dificultad de encajar en su libro a los mosqueteros de Dumas (a los que quería rendir homenaje con el amor de las primeras lecturas), a M. De Tréville a Richelieu, manteniéndolos a raya, haciéndolos salir solo de refilón. Y justificó que por eso no aparece Milady de Winter: hubiera sido demasiado, se corría el riego del pastiche (no confundir con el "panache" de Cyrano, al que por cierto el hijo de Paul Féval juntó en una novela con D’Artagnan). Y mira que le gusta a Pérez-Reverte Milady. “Es mi gran amor, no hay otra mujer como ella”. Continuó: “¿Te imaginas llegar hasta la habitación con ella y descubrir que lleva marcada a fuego en la piel la flor de lis?, y algún que otro latigazo”, añadió con una sonrisa lobuna, de las suyas. Milady, “esa mujer espléndida, que murió dos veces, ahorcada y decapitada a espada, que tenía su propia agenda…”. Es verdad también, le comenté para sacarlo de la fría ensoñación bajo los focos, que además él tiene ya en la serie una mini-Milady, Angélica de Alquézar, a la que hace vivir en 'Misión en París' un episodio tórrido, y muy romántico, besando las cicatrices de Íñigo (que le hizo ella). ¿Y se ha basado en el rapto del general Kreipe en Creta en 1943 por Paddy Leigh Fermor para la operación contra Richelieu, la encamisada?, pregunté haciéndome el listo. “No, en la de Geoffrey Keyes y sus comandos británicos en 1941 contra el cuartel general de Rommel en el Norte de África para asesinarlo”. Vaya, y ya que estamos, ¿el que Íñigo sea correo del rey es influencia de Miguel Strogoff, el correo del zar? “Tampoco, se debe a que encontré un libro muy bueno sobre los correos de los Austrias, que recorrían esforzadamente toda Europa”.

Aprovechando la casaca le pregunté al escritor por qué no le gusta disfrazarse, que es tan divertido: se negó hasta a ponerse una gorra de Sherlock Holmes cuando presentó 'El problema final' en Baker Street. “Ya me disfrazo en mis personajes”, respondió

En 'Misión en París', descubrimos un lado siniestro de Alatriste: le cortó con la daga la cara a una mujer que por eso acabó de puta en Montecalvario. “No hay héroes de una pieza”, consideró, cayendo en una suerte de melancolía, como si se acabara de morir Quevedo. ¿Y ese pesimismo nuevo, Arturo? “Mi mundo y mi tiempo se acaban”, contestó como si estuviéramos solos esperando la carga francesa en el último cuadro de los tercios en Rocroi en 1643 (como me gusta mucho disfrazarme yo pienso más en el cuadro inglés que rompen los derviches en Abu Klea: ahí llevaríamos salacot). “Tengo 73 años, me formé para otra época, no reconozco mis valores en este mundo”. Me costó pensar qué le pasaba. Al cabo el teatro estaba lleno para escucharle, la mayoría de la gente le profesa una gran admiración y mucho aprecio (es verdad que también hay quien no le aguanta), y está vendiendo su último libro a ritmo no de mosquete sino de ametralladora. Entrecerró los ojos, como un viejo tigre que dudara entre saltar o abandonarse a los disparos en este tiempo de hienas y chacales, como dice él. Le pregunté para cerrar el acto "in bellezza" si en su corazón dividido es más de los mosqueteros del rey o de los soldados de los tercios. No lo dudó: de los soldados de los tercios, como era de esperar, vive Dios.

Acabada la presentación, se entregó a una larga sesión de firma de ejemplares en el escenario. Se formó una gran cola a la que se iban agregando progresivamente nuevos lectores que esperaban pacientemente en las butacas. Me marché con mi casaca pasando junto al Congreso de los diputados mucho más elegante que el 23-F. Aquella lejana noche yo además estaba en el golpe con la guardia del cardenal, no con los fieles mosqueteros.

A los pocos días de haber regresado a Barcelona y devuelto el disfraz —la dependienta me hizo explicarle la presentación con todo detalle— me llegó a la redacción una voluminosa caja, un regalo. Contenía una enorme figura de Napoleón en uniforme de coronel de cazadores a caballo de la Guardia que parecía salida de 'La sombra del águila'. La tengo puesta en mi mesa de trabajo sobre una pila de libros y a menudo entrecruzo una mirada con el personaje que, es sabido, no era un hombre fácil. No sabría decir si veo en sus ojos éxito o derrota, Austerlitz o Santa Elena, pero me hace mucha compañía.

https://elpais.com/espana/catalunya/2025-10-18/un-mosquetero-catalan-en-el-madrid-del-capitan-alatriste.html

15 octubre 2025

Arturo Pérez-Reverte carga contra Luis García Montero y acusa al Gobierno de Sánchez de querer «colonizar» la RAE

ABC - 15/10/2025

Arturo Pérez-Reverte, académico de la Real Academia Española (RAE), deja su postura clara frente a los ataques que el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, dirige a la Docta Casa y que han cruzado el oceáno hasta el X Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), que se celebra estos días en Arequipa (Perú). A través de la red social X, el escritor señala que detrás de las duras palabras de García Montero se esconde una intención política del Gobierno de Sánchez. «Exteriores, a través de su mediocre y paniaguado director del Cervantes (criatura de Albares) pretende meter mano ahí también; colonizar el ámbito natural de la RAE abriéndose paso a codazos para protagonizar la fotografía».

De acuerdo con Pérez-Reverte, no es casualidad que los ataques de Montero hayan protagonizado hasta la inauguración del Congreso que ambas instituciones contribuyen a organizar. «Es sencillo de explicar: la incompetencia de los sucesivos ministros de Exteriores, en especial del último, nos ha hecho perder la América hispana. El único vínculo de prestigio diplomático que aún se mantiene con ella, gracias a la RAE, es la lengua española». Con esas palabras, el académico incide en que, en los últimos tiempos, la política exterior española en Iberoamérica ha causado un progresivo declive de las cumbres frente a los vínculos conservados por la Docta Casa a través de diccionarios y tratados. Por ello, el CILE, el evento más importante de la lengua española, aparece como la ocasión perfecta para llevar a cabo el primer asalto y «protagonizar la fotografía».

Fue en vísperas de su inauguración, en un desayuno informativo organizado por Nueva Economía Fórum, cuando García Montero arremetió por primera vez contra el máximo responsable de la RAE, Santiago Muñoz Machado. La Academia, dijo Luis García Montero, «está en manos de un catedrático de Derecho Administrativo experto en llevar negocios desde su despacho para las empresas multimillonarias, y eso, personalmente, también crea unas distancias». El director del Cervantes criticó también la «cerrazón» de la RAE «a reconocer la riqueza» del español y de las demás lenguas del Estado.

Más tarde, ya en la rueda de prensa de inicio del congreso, ambos directores hicieron referencia a la polémica en el turno de preguntas. El conflicto seguía latente, pero podía esperar hasta después del CILE. No obstante, García Montero abrió un nuevo melón: «Ya habrá tiempo de hablar no solo sobre el director de la Real Academia Española, sino sobre el sucesor que están preparando».

A juicio de Pérez-Reverte, el director del Cervantes revelaba entonces el objetivo de la guerra: «De cara al futuro próximo, prepararse para controlar también la Academia, si se le permite hacerlo. O sea, ponerla a su servicio y contaminarla como han hecho con todas las instituciones españolas. Lo que se traduce, en el caso que nos ocupa, en una siniestra mezcla de egos revueltos y mala fe».

Cabe recordar que la RAE es una institución cultural financiada con dinero público. No existe un precedente en la historia tricentenaria de la Academia de acoso de un gobierno democrático. Sí con Franco, como recordó en un tuit Pérez-Reverte. En 1940, ordenó a todas las academias quitar plaza a los académicos en el exilio. «La RAE fue la única que se negó a obedecer y las conservó hasta su muerte o regreso. En ese momento la dirigía Pemán: literato franquista; pero, como ve, honorable», rememoraba en el texto.

https://www.abc.es/cultura/arturo-perezreverte-carga-luis-garcia-montero-acusa-20251015121114-nt.html

14 octubre 2025

Arturo Pérez-Reverte tendrá una estatua del Capitán Alatriste en Cartagena: "Yo moriré en cinco o 10 años, pero ahí seguirá esa estatua de bronce"


Pablo R. Roces - El Mundo - 14/10/2025

Con sombrero de ala, capa en mano, espada en guardia y gesto pendenciero. Así será desde hoy el capitán Alastriste, el personaje que Arturo Pérez-Reverte ideó en 1996 y que en su 30º aniversario contará con una estatua de bronce en Cartagena, ciudad natal del escritor. Una efigie que contará con la financiación del Ayuntamiento, con el boceto de Augusto Ferrer-Dalmau, con la escultura de Salvador Amaya y, sobre todo, con el beneplácito del literato.

"El sueño de cualquier escritor es ser conocido incluso por quienes no leen sus novelas", ha arrancado Pérez-Reverte durante el acto que ha servido de presentación de esa estatua, celebrado en la Real Academia de la Lengua Española (RAE), haciendo referencia a que los taxistas le preguntan por su personaje. "Nunca fue mi objetivo, pero el asunto desbordó mis expectativas. Que Alatriste sea una referencia, un hito para gente que no lee ni va a leer está muy bien", ha incidido el escritor.

El autor de las novelas, que ya han vendido más de seis millones de ejemplares entre sus ocho entregas, ha apuntado que este homenaje no es tanto a él como autor sino a "una España que fue grande y miserable, luminosa y sucia, corrupta y maravillosa, lo mejor y lo peor", en referencia al esplendor del Imperio español durante el siglo XVII. "Sé que yo moriré dentro de cinco o 10 años, pero ahí seguirá una estatua de bronce en la ciudad donde me nutrí", ha ahondado.

Los planes que manejan en el Ayuntamiento de Cartagena, según ha explicado su alcaldesa, Noelia Arroyo, es que la estatua esté instalada en una plaza que se está remodelando junto a la Capitanía General y la Puerta del Arsenal Militar, a lo largo del próximo año, cuando se cumplen los 30 años del capitán. La regidora popular ha puesto un plazo de seis o siete meses para cumplir todos los trámites.

"Nos hemos confabulado algunos paisanos y buenos amigos porque es verdad que Cartagena quería hacerle un homenaje a Arturo Pérez-Reverte y él siempre se ha resistido a que fuera un homenaje a título personal", ha apuntado Arroyo, que ha asegurado que el escritor siempre se ha negado a tener su nombre estampado en una calle o una plaza de su ciudad natal. Será en ese momento cuando se haga el acto oficial de inauguración de la estatua a su personaje.

Tras la presentación ha llegado el turno de preguntas, donde la guerra abierta entre el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado, y el director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, ha sido el tema predominante. Pérez-Reverte, académico, ha evitado entrar en esa polémica después de la tensa rueda de prensa que ambos protagonizaron ayer en el 10º Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) en la localidad peruana de Arequipa. García Montero había cargado la pasada semana contra Muñoz Machado acusándole de entregar "negocios desde su despacho" a "empresas multimillonarias".

"Me pilla muy lejos, no he leído la prensa estos días", ha respondido el escritor a una primera pregunta. A una segunda ha afirmado: "Estoy con una novela en estos momentos, soy un marciano en el mundo". Y a una tercera ha insistido: "Las guerras son malas. No voy a dar mi opinión, hoy he venido a hablar de mi libro". Haciendo referencia a la mítica frase que acuñó Francisco Umbral en una entrevista con Mercedes Milá en 1993.

Lo que sí ha abordado Pérez-Reverte es el futuro de la saga de Alatriste que, según ha señalado, le gustaría "rematar con el noveno episodio". "No sé lo que me queda, si voy a vivir uno, cinco o diez años. Si vivo lo suficiente y mi cabeza de escritor aún está bien, quizás haya un último Alatriste. [...] Si vivo, lo haré", ha remarcado antes de descartar que, en caso contrario, otro autor pudiera culminar esa historia. "Alatriste sale de aquí [señalando su cabeza], tiene mi mirada y es muy difícil que alguien pueda hacerlo. No hablo de talento, hablo de biografía y dudo mucho que alguien lo pudiera continuar", ha concluido.

https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2025/10/14/68ee2f06e4d4d8546b8b45b5.html

Vídeos: https://www.youtube.com/watch?v=U0hjrJ4PO2k

https://www.youtube.com/watch?v=Mwbs7eAfHsI

Otros enlaces:

https://www.eldebate.com/cultura/20251014/perezreverte-rechaza-entrar-polemica-asalto-garcia-montero-rae-guerras-son-malas_344458.html

https://www.elespanol.com/el-cultural/letras/20251014/perez-reverte-presenta-estatua-alatriste-homenaje-espana-grande-miserable/1003743968625_0.html

https://www.elindependiente.com/tendencias/cultura/2025/10/14/perez-reverte-esquiva-la-polemica-de-garcia-montero-con-la-rae-no-me-entere-de-nada/

https://www.europapress.es/cultura/libros-00132/noticia-perez-reverte-presenta-boceto-escultura-alatriste-elude-combate-rae-cervantes-guerras-son-malas-20251014142302.html

https://www.lavozdegalicia.es/noticia/cultura/2025/10/14/perez-reverte-sobre-polemica-rae-cervantes-guerras-malas/00031760441838819282876.htm

https://www.laverdad.es/murcia/cartagena/arturo-perezreverte-presenta-boceto-escultura-capitan-alastriste-20251014142931-nt.html

https://www.murcia.com/cartagena/noticias/2025/10/14-alatriste-tendrx-en-la-ciudad-natal-de-pxrez-reverte-un-monumento-erigido-por-el-ayuntamiento-de-car.asp

12 octubre 2025

“París tenía que estar. Yo quería meter a los mosqueteros como fuera”

Entrevista de Rogorn Moradan - zendalibros.com - 12/10/2025

En febrero de 2025, Arturo Pérez-Reverte y la editorial Alfaguara me anunciaron que seis meses más tarde se publicaría 'Misión en París', la octava novela de 'Las aventuras del capitán Alatriste', y me encargaron la redacción del dosier de prensa y de otro breve librito a modo de sorpresa y homenaje, sobre cómo nació y evolucionó esta peripecia editorial. A mediados de mayo hice una primera entrevista a Pérez-Reverte y me llevé a casa un taco de hojas A4 con la versión finalizada, a falta de mínimos retoques y revisión de erratas, recién salida de su impresora y aún sin ilustraciones ni los poemas del final. Después de leerla tuvimos una segunda conversación sobre el nuevo libro, y una versión resumida de todo esto sirvió como parte del dosier. Y ahora he aquí, para todos los lectores de Zenda, la versión completa de las dos conversaciones. Mi agradecimiento al autor y a su editorial por la oportunidad de haber podido entrar de esta forma en la cocina de un acontecimiento literario de este calibre.

—Han pasado 14 años desde la publicación de la última entrega, 'El puente de los Asesinos'. La pregunta clásica de inicio sería por qué esperar tanto tiempo para escribir otro alatriste, y por qué escribirlo ahora.

—Bueno, fundamentalmente me cansé, hasta cierto punto. La serie de novelas iba muy bien, se había hecho una película, había penetrado mucho tanto en España como en el extranjero… pero no quería hacer alatristes toda mi vida. Tenía varias cosas en la cabeza para contar otras historias, y durante los años siguientes he ido publicándolas. Eran ya siete novelas de Alatriste y dije: “Bueno, siete ya está bien, es una buena cifra. No sé lo que me queda de vida operativa, y cuando haya escrito esas otras novelas, pues ya veremos lo que hago”. Nunca tuve intención de “dejarlo” ni de no hacerlo. No lo tenía en la cabeza, simplemente. Pero hace cosa de un año o año y medio, hablando con mis editores —yo no había caído en la cuenta— me dicen: “Arturo, pronto se van a cumplir 30 años del primer Alatriste”. Me quedé con la eso en la cabeza, y de pronto digo: “Bueno, ¿y por qué no escribir otro?”. Porque además hay un tipo de lector que me insulta directamente, en las redes sociales y en persona, porque no hago el siguiente de Alatriste. Quizá mi error fue prometer dos títulos que no había escrito aún. Y otra cosa que me recordaron es que Alatriste es un personaje de dominio público, es un personaje conocido ampliamente, y eso no es frecuente en la literatura española, al menos desde el Gabriel Araceli de Galdós o el marqués de Bradomín de Valle-Inclán. Hubo un montón de factores que se juntaron, y al fin y al cabo, “pues sí, voy a ver”. Y eso significaba retomar un tono y una manera de contar distinta a la habitual.

—¿Ha sido difícil? Hay quien ya llama “alatristés” al tipo de lenguaje que usa en estas novelas, esa mezcla aquilatada del español del Siglo de Oro con lenguaje comprensible para el XX-XXI.

—Más que difícil, ha sido laborioso, porque yo estaba muy alejado de esas formas narrativas. Un alatriste tiene una forma de narrar muy específica, ese lenguaje que no tiene que ser ni muy moderno ni muy antiguo, porque si es demasiado antiguo suena arcaico y si es demasiado moderno suena anacrónico. Al mismo tiempo que tenga un aroma clásico, tiene que funcionar para un público actual. Eso ha requerido, primero, releerme todos los alatristes, además tomando notas de todos ellos, porque yo nunca releo mis libros. Doy un vistazo a las ediciones en inglés, italiano, francés y portugués para ver que son correctas —otras lenguas no puedo, son unas cuarenta traducciones—, pero eso es todo una vez que los termino. Después, he releído otros libros que ya había consultado, y leído otros que todavía no había usado, para esta novela en concreto. Documentación, personajes, indumentaria, costumbres, topografía…. He comprado mapas de Francia de la época, y también recurrí a mapas que ya tenía del París de entonces. Ha sido un trabajo, primero, de ambientación personal, hasta que le he pillado el tono, el ritmo, el lenguaje, el estilo, las expresiones del XVII. Y después, sobre todo, la cuestión habitual de a ver cómo lo cuento esta vez. Con una dificultad adicional: que el público ha cambiado y yo también he cambiado. Es una cosa de la que me di cuenta con 'Sidi' (2019). Ahora yo prefiero más presencia del diálogo, y que en el diálogo estén presentes los conceptos, más que en las descripciones o en las reflexiones del narrador o de los personajes. Intento que mis novelas sean más ágiles, más picadas, más dialogadas. ¿Por qué? Primero, porque tras escribir muchas novelas, me divierte más esa nueva exploración, esa forma de contar. Y después, porque el público de ahora no es el de hace treinta años. Es un público más directo, que quiere cosas más concretas, que se pierde más con las reflexiones, que se aburre más con las direcciones, así que se ha juntado mi deseo de no aburrirme cuando escribo con el de hacer fórmulas diferentes, que llevo utilizando desde hace unas novelas, sin traicionar para nada lo que es el Alatriste de siempre, y además pensando en el público que me lee, sea español, mexicano, chino, croata o polaco. A la hora de escribir, tengo que asegurar que mis conceptos se entiendan, y si no se trabajan bien un lector asiático, por ejemplo, o marroquí, no los va a entender. Los primeros dos meses fueron más duros, y el primer capítulo me costó más, pero después enseguida estuve muy cómodo.

—Desde 'Falcó' (2016) ya se veía ese estilo. ¿Quizá por las convenciones de la novela negra y de espías?

—Falcó me ayudó a eso, sí. Yo es que soy muy respetuoso con las normas básicas de los géneros —novela negra, histórica, romántica—, que uno puede transgredir solo una vez que los conoce. Yo ajusté Falcó a las normas de la novela de espionaje y policial, y noté que su manera típica de narrar, con más síntesis y diálogo más picado, beneficia a la narración. Me di cuenta de que esos escritores están mucho más acertados de lo que creíamos, que Hammett, Chandler, Ross Macdonald, Agatha Christie, Conan Doyle, a quienes por otra parte yo nunca desprecié, como he dicho muy a menudo, tenían muchas más lecciones que darnos. Me puse a leerlos con más detenimiento, y de hecho lo que más leo ahora es novela policiaca y de espionaje. Y me va muy bien, porque con Falcó comprendo que el mecanismo narrativo moderno que ellos aplicaron tan bien en su momento es más eficaz para un público actual, y empiezo yo a usarlo de una manera técnica y profesional en mis nuevas novelas, que se benefician de eso. Ahora parecen más ligeras, pero con el mismo contenido. Ha sido un desafío técnico que me apetece y me divierte mucho. En este alatriste se verá que hay una diferencia de ritmo en ese sentido.

—Desde luego, Alatriste y Sebastián Copons hablan más de lo que hacían antaño. Copons resulta hasta entrañable, con retranca, con capacidad de admiración y hasta con curiosidad por saber más del mundo. ¿Cómo impacta esto en la imagen taciturna y misteriosa que ya se tenía de estos dos personajes?

—Se les ve menos pensar y se les oye más hablar, es cierto. Pero también es verdad, y lo sé por gente que conozco, como mi cámara Márquez o mi amigo Farid, a quien acabo de visitar en el Líbano, que hay personas poco habladoras que hacia el final de su vida sienten un poco la necesidad de decir lo que no habían dicho, quizá no públicamente, pero sí con gente de su confianza, abriéndose un poco más. Me ocurre incluso a mí. Y he querido que Alatriste y Copons se beneficien de esa percepción mía. Además, Íñigo ya tiene 18 años y puede hablar con ellos de cosas de las que antes no hablaba.

—Sí, por ejemplo Copons le tira indirectas sobre todas las mujeres que estará conociendo en sus correrías como correo.

—Porque para Copons ya es un igual, ya es uno de ellos, no el postizo o el acompañante que había sido hasta ahora.

—En 'Misión en París' conocemos a un nuevo compañero de armas, Juan Tronera. Háblenos un poco de él.

—Como dos o tres personas para la misión eran pocas, pensé en añadirles un hombre más, y para no repetir siempre los mismos reclutados, escogí a otro típico soldado de la época, duro y experimentado, de los que se iban de casa con 17 años para escapar de un futuro sin posibilidades. Quería alguien que me diera pie a hablar de la vida soldadesca, a pesar de que ya hemos visto algo en novelas anteriores, y al hacerlo de otro lugar diferente, cordobés del barrio del Potro, eso me permitía explorar otros sitios de vida golfa y peligrosa. Además, en este caso conoce algunos de los pecados de juventud de Alatriste, que es una tensión nueva que quería crear.

—El pasado es precisamente un tema importante en este libro. Hay muchos recuerdos a escenas anteriores. ¿Esto fue a propósito, para refrescar la memoria de nuevos lectores, o salió espontáneo? Porque el primer alatriste llevaba la dedicatoria: “Por la vida, los libros y la memoria”. No deja de ser una buena síntesis de lo que es Alatriste.

—En parte sí, porque cuando aparecen Spínola o Buckingham no son personajes nuevos, pero tampoco puedo ponerme a contar en un aparte de Íñigo lo que había pasado en los libros anteriores, así que necesitaba una manera de hacerlo que no perjudicara ni al lector veterano ni al nuevo, que puede ir a buscar el episodio que sea al volumen correspondiente. Como yo nunca releo mis libros, al hacerlo esta vez me encontré con detalles que ni recordaba.

—En ocasiones, sin embargo, no se trata de una mera batallita que recordar. Por ejemplo, Alatriste se ve confrontado con las consecuencias de cómo terminó su historia con aquella italiana de su juventud, que ahora tiene nombre, Emilia, y un cruel destino final.

—Exactamente, en su caso profundizamos un poco más en sus demonios, en su afición al vino, en su mala leche cuando se enfada, en su lado oscuro de la vida, que a veces lo lleva a querer matar… Le define muy bien. Más que un pecado de juventud fue un pecado de pasión que luego te acompaña toda la vida y por el que tienes que pagar un precio. Tronera funciona un poco aquí como la conciencia de Alatriste.

—Hace unos años, cuando salió 'Todo Alatriste', decía usted que cuando lo retomara “mi principal temor es que renazca de mí un alatriste contaminado por mi edad cuando vuelva a escribirlo”. ¿Le ha ocurrido?

—No, realmente no. Entré más preocupado de lo que al final resultó ser. Por mi formación profesional y personal, con el tiempo que he pasado en países en guerra, tengo una conciencia de la posibilidad del desastre muy acusada, que se manifiesta en mi vida constantemente —por ejemplo, en mi casa tengo un generador y cuando se fue la luz aquel día no hubo apagón—, así que yo siempre pienso qué es lo malo que puede ocurrir y tomo precauciones frente a eso. Me acostumbré desde muy temprano a pensar así. Y en este caso, yo tenía asumido que podía sucederme que los años, la vejez, podían hacerme perder algo. Algún día me pasará, si no ahora dentro de un año, dos, cinco o diez: al final las facultades merman, el talento se atenúa, la imaginación se embota, y al final, si nadie te dice “cuidado”, puedes meter la pata. Ese miedo, esa certeza, la tengo siempre. La certeza del desastre. ¿Soy capaz de enfrentarme a otro desafío? ¿Soy capaz de recuperar todos esos personajes, reencontrarme con Alatriste, con un Íñigo que sigue creciendo, con todo ese mundo? Vine con preocupación, o con inquietud, o con una especie de tensión operativa. Pero a medida que me iba moviendo, me di cuenta de que no había ningún problema. Entré con mucho cuidado, de puntillas, por si acaso, y si no me hubiera visto capaz habría parado. Ya me ha pasado otras veces. Si a un escritor una novela no le funciona tiene que parar. Seguir queriendo reanimar a un cadáver que está muerto es muy peligroso en un novelista. Como también lo es escribir una novela antes o después del momento adecuado. Siempre digo que es como jugar a las siete y media: si no pones cuidado, o te quedas corto o te pasas.

—Todo el que ha leído los alatristes y 'Los tres mosqueteros' sabe que Navidad de 1627 es cuando acaba la séptima novela alatristesca, 'El puente de los Asesinos', y que en agosto de 1628 sucede la muerte, tanto histórica como dumasiana, del duque de Buckingham, que por su parte ya había aparecido también en el primer alatriste. La cronología es muy tentadora.

—Lo voy a resumir diciéndolo de la siguiente forma: 'Misión en París' no es un pastiche. Es una novela cuidadosamente planteada, en la que aparecen por ella, como personajes que están de paso, protagonistas de 'Los tres mosqueteros', a veces con sus nombres y todo, que llegan, hacen sus cosas y se van, sin permanecer en la trama todo el tiempo, como han hecho antes otros personajes, reales y ficticios, de otros alatristes. Pero no es una novela sobre 'Los tres mosqueteros'. La misión en París —y más allá— tiene que ver con lo que está pasando en Francia en ese momento. Y estoy muy contento de cómo ha quedado, porque fue difícil, poniendo sobre todo mucho cuidado en evitar la parodia barata y facilona, el ¿quién ganaría, Alatriste o D’Artagnan? La clave era hacerlo creíble y natural, que pudiera haber ocurrido así. Es lo que al principio más trabajo me dio y más me preocupó.

—La cronología exacta no era el fuerte de Dumas. ¿Cómo se ha manejado con esto?

—La he esquivado en lo que he podido. Si alguien nota alguna discrepancia sobre cuándo se hizo mosquetero D’Artagnan o cualquier otro detalle, que sepa que de la misma forma en que Dumas se pasaba por el arco del triunfo lo que necesitaba de la realidad, lo mismo he hecho yo. Dumas no es una fuente fiable. Pudo haberse equivocado, o pudo haberse equivocado el alférez Balboa en su cronología.

—Hablando de ella, la cronología “oficial” de 'Todo Alatriste' sugiere que Angélica no iba a aparecer en 'Misión en París', sino en el libro siguiente, 'La venganza de Alquézar'.

—Esa cronología se basa en las memorias de una persona ya mayor, sin una gran cantidad de fuentes para comprobar lo que cree que recuerda, así que puede haberlos mezclado o confundirse de año. Yo, como me limito a transcribir los 'Papeles del alférez Balboa', no soy responsable de eso.

—¿Y por qué no aparece Milady?

—Para evitar el pastiche, precisamente. Lo más fácil habría sido sacarlos a todos: a Milady, a Rochefort, a la señora Bonacieux… Pero yo no quería hacer eso, yo quería usar algunos elementos narrativos de Dumas para contar mi historia. Además, no habría sido plausible que todo el que saliera en Los tres mosqueteros de repente estuviera en los mismos sitios en tres días en París y luego en La Rochela. Preferí mantenerme en el límite de la verosimilitud. Pensé en sacar una mujer rubia medio vista en la noche saliendo de la casa de Richelieu, pero solamente lo habrían entendido los más dumasófilos. Era meterse en un jardín que prefería evitar.

—Los personajes femeninos siempre han sido muy importantes en su obra, y 'Las aventuras del capitán Alatriste' no es una excepción. Comparado con otras épocas, ¿es difícil encontrar personajes femeninos interesantes, dadas las limitaciones que sufrían en su tiempo?

—Para mí ha sido facilísimo, porque yo he mantenido esos personajes en el límite de lo creíble, cosa que muchos otros se pasan por el forro. Solo hay que saber sacarle partido a la Historia. La mujer del siglo XVII tiene muchas posibilidades, desde posaderas hasta marquesas, manteniendo siempre la credibilidad. No voy a poner a una mujer mandando una galera, pero sí puedo incluirla en Venecia de espía.

—Athos es el mosquetero que más aparece en 'Misión en París'. ¿Esto es a propósito?

—Sí, por dos razones. Una, como ya he dicho, huir del pastiche en el que aparecieran todos porque sí. La realidad es así, además, nadie conoce a todo el mundo. Puedes conocer a una persona, pero no necesariamente a sus primos, amigos, vecinos, etc. Y dos, Athos es el mosquetero que más me gusta, el más serio, y además el que más le gustaba a mi padre, así que es un guiño personal también. Mi madre incluso llamaba Athos a mi padre, porque hasta se parecían físicamente: delgado, alto, elegante, con bigote, frente despejada… Puestos a tener un interlocutor entre Alatriste y los mosqueteros de Dumas, Athos es el más interesante, el más adecuado. D’Artagnan es secundario en mi historia, y Porthos y Aramis también. Además, como ya conté en su día, mi padre escribió una vez un relato titulado 'El caballero del jubón amarillo', que se perdió cuando durante la Guerra Civil explotó una bomba en la casa de mis abuelos, y que usé como título del quinto alatriste. De ella mi padre solo recordaba el comienzo, que mencioné en 'El club Dumas' y que ahora he trabajado como comienzo de 'Misión en París'. Por todo el fondo de Alatriste está mi padre, porque fue el que me dio a leer 'Los tres mosqueteros', y con esta novela ese guiño familiar se cierra y se culmina.

—Athos y Alatriste se andan buscando las vueltas durante todo el libro en busca de poder batirse a gusto. Recuerda a 'Los duelistas', de Joseph Conrad.

—Puede, pero es una coincidencia, no es deliberado, no ha hecho falta. Lo que sí es verdad es que quería era frustrar al lector con esas ganas del duelo definitivo, porque en la vida muchas veces las cosas no quedan cerradas y resueltas. Hay mucha gente que he conocido en mi agitada vida de la que nunca volví a saber más. Pero a pesar de todo, Athos y Alatriste encuentran un punto de complicidad, de reconocimiento mutuo, que a mí me interesaba. Sin querer sonar soberbio, creo que Dumas habría sonreído al leer esta parte.

—¿Hay aquí también un componente de clase a tener en cuenta?

—Alatriste es de clase humilde y Athos es aristócrata, con unos comportamientos nobles. Uno se bate a la española y otro a la francesa. Alatriste es un profesional, no se bate para quedar bien ante Tréville y sabe que por ahí, por las maneras y por la fama pública, le puede entrar a Athos. Alatriste ya se había negado a algo similar en Breda, y esta vez acepta porque le tocan un poco la moral, pero él no puede jugarse una estocada que no le va a beneficiar en nada y le puede perjudicar mucho.

—Conocidas características de Diego Alatriste como personaje son su paulatino cansancio y su lúcida amargura, provenientes de sus años de experiencias y su veteranía. Para el autor han pasado treinta años, pero para los personajes solo cinco. ¿Se nota esto?

—No, porque tampoco son ancianos todavía. El lector va a reconocer al Alatriste al que aprecia y va a quedar contento con él. En cada nueva misión aprendemos algo nosotros de la época, pero él también aprende cosas que no había visto antes, aunque ya no se sorprende de lo que ocurre. Junto a él, seguimos avanzando en el conocimiento de ese héroe cansado, de ese héroe amargo, y sobre todo de la tragedia de ser español en el XVII. Hay una cosa que me interesa mucho de este libro y que quiero subrayar, y es que se dio una cosa muy curiosa: cuando salieron las primeras novelas hubo un ataque hacia Alatriste por sectores de la izquierda, incluso de gente que no había leído el libro. “Alabanza de la España imperial”, que si los tercios, la grandeza, la gloria militar… Y eso que creo que son los libros, y lo digo con absoluta seguridad, donde se dicen cosas más amargas y duras sobre España. Esto llegó hasta el Parlamento y todo. Pero después, a la mitad del recorrido, fue la ultraderecha la que empezó también a atacar a los alatristes, “negrolegendario”, etcétera. Y al final tengo los dos lados, la ultraizquierda diciendo que es un libro que alaba la España imperial y la ultraderecha diciendo que es un libro que denigra la España imperial.

—Y usted está encantado con eso.

—Claro. ¡Es que es exactamente lo que yo quería! Alatriste es al mismo tiempo luces y sombras. La España del XVII fue gloriosa y turbia, fascinante y terrible. Tuvo las dos cosas. Mi intención ha sido siempre, justamente, hablar de España en lo bueno y en lo malo, y que el lector se quede tanto con lo bueno, que fue mucho, como con lo malo, que no fue poco.

—De hecho, esa fue una de sus primeras declaraciones al presentar la primera novela.

—Exacto. Realmente era eso. Y esta gente ha confirmado mi acierto. Me han dado la razón. O sea, realmente ni la izquierda extrema ni la derecha extrema han entendido la palabra España. Ni el siglo XVII, ni los Austrias, ni nada.

—Como cualquier lector puede comprobar, Alatriste es una historia en la que se puede leer tanto “España, perra ingrata” como “tuvimos a Europa agarrada por las pelotas”.

—Y es verdad. Eran las dos cosas. De ese contraste, de esa luz y sombra, sale la grandeza de ese momento. Y el interés. Alatriste es hijo de esa época, el que ha hecho esa España, para bien y para mal. Y por supuesto, mal pagado, ingratamente recompensado y maltratado por los nobles y los poderosos. Esa lectura social, política, moral de España viene de Quevedo. Quien me acuse de ser severo con España, que se lea a Quevedo, que es todavía más duro que yo, se burla más y ataca más. Alatriste bebe en Quevedo, es su fuente espiritual. La fuente física está clara: Alonso de Contreras, Miguel de Castro, Diego Duque de Estrada, Jerónimo de Pasamonte, el teatro de Lope de Vega, Calderón de la Barca y Tirso de Molina… Eso está claro. Pero el fondo de Alatriste viene directamente de Quevedo, es hijo suyo. Quevedo es el padrino espiritual y moral de los alatristes. Incluso el autor es hijo de Quevedo. Yo me alimento de Quevedo desde que soy pequeño. Mira, nunca lo había dicho así hasta ahora: incluso ya fuera de Alatriste, la visión que yo tengo de España pasa a través de Quevedo.

—Es normal que aprendan el uno del otro. Pasan mucho tiempo juntos durante las novelas. Lo que ocurre es que Alatriste sabía callarse y Quevedo no, y por eso el poeta acabó como acabó, ¿no? Alatriste es “mi rey es mi rey” y Quevedo sería “precisamente porque eres mi rey te hablo así”.

—Esa es la frase fundamental de Alatriste, y hasta le da un pescozón a Íñigo al decírsela. Es un soldado, y se calla porque es un soldado.

—Uno de los ganchos que tenía la saga desde el principio era Íñigo. Para atraer a la gente más joven, era un personaje de su edad, doce años al principio, los que tenía la hija de usted, Carlota, que participó en las labores de documentación para el primer libro —y que ya tiene cuarenta y tantos, mientras que Íñigo todavía va por los con 18—. ¿Cree que todavía hoy la gente joven de 18 años puede aprender algo del Íñigo de estas novelas?

—No lo sé. Corresponde a ellos decidirlo. Yo solo puedo ponerles estas historias delante, y que sean ellos quienes las aprovechen, o no. Yo soy un escritor. Yo cuento historias. Lo he dicho muchas veces: me lo paso bien, soy feliz contando historias, y si la gente las lee puedo seguir contando más historias. Cuanto más las lean, mejor me pagan y más puedo dedicar mi tiempo y mi vida a esto. En vez de buscarme la vida en otro lado, me la busco contando historias. Mi objetivo es ese. Yo no quiero hacer mejor el mundo. Alatriste lo hice para mi hija, para que entendiera la dolorosa lucidez de ser español. Y lo conseguí. Mi hija comparte eso, y de hecho, me ayudó en ese libro a comprenderlo y a explicarlo. Ese fue el único objetivo inmediato: ella, y de paso su generación. Pepe Saramago, que era amigo mío, sí que creía en el papel de la literatura como medio de cambiar y mejorar el mundo, con todo el derecho —me pidió además que lo metiera como personaje, y así lo hice en 'El oro del rey'—, pero esa nunca ha sido mi misión. Que el lector saque conclusiones me parece muy bien, pero mi objetivo no es que el lector entienda mejor el mundo, sino que me acompañe a conocerlo, a venirse de aventura conmigo. Yo no quiero educar al chico joven en la historia de España. Me alegro de que sirva para educarlo, y que profesores determinados utilicen mis libros, como lo hacen, para que sus alumnos aprendan sobre la historia de España del XVII y trabajen sobre ello. Y de hecho, habrá críos que me aborrezcan porque han tenido que estudiar Alatriste en el colegio. Pero educar no era mi objetivo, y sigue sin serlo.

—Cada libro de la saga, además de una misión que cumplir o de unas batallas que sobrevivir, tiene un tema dominante. ¿'Misión en París' tiene un tema destacado también, o eso es ya secundario?

—Sí, en cierta forma lo tiene: la relación de España con Francia, porque al final Francia será Rocroi. Francia es fundamental en la historia de Europa, y justamente es en este momento cuando el cardenal Richelieu y el conde-duque de Olivares están echando ese pulso europeo. Los dos son personajes muy interesantes. Es una pareja con la que Plutarco podría haber hecho unas 'Vidas paralelas', la verdad, porque es apasionante. Tienes a un Richelieu frío, fino, calmado, con una visión amoral de la política, y tienes a un Olivares más impetuoso, pero al mismo tiempo más pasivo, más resignado, más fatalista, como cristiano. Por un lado Richelieu quiere que su rey sea poderoso y sabe que Francia, rodeada de enemigos como está, tiene que ser fuerte y unida, y tiene un rey que le hace caso. Por el otro, Olivares tiene un rey abúlico pero que no se deja orientar mucho, dedicado a la caza, a las mujeres y a correr toros en la plaza Mayor, y al mismo tiempo tiene a una nobleza y un imperio muy difíciles de gobernar, porque hay cuestiones de fueros en la Corona de Aragón, en Andalucía, en Portugal… Son distintos, pero son dos personajes que se respetan mucho mutuamente. Los dos tienen insomnio, los dos trabajan de noche… Hay muchos puntos en común. España parecía unida, pero estaba falsamente unida, y justamente lo que está intentando Richelieu es conseguir la unidad, política y religiosa de Francia, resolver la cuestión de los hugonotes, y después ocuparse de España. Podría haber ganado España esa lucha, pero la acabaría ganando Francia. Es un momento en el cual se juega la hegemonía del futuro siglo en Europa, y por eso se le dedica este alatriste.

—¿Cómo ve personalmente, más allá del personaje de Dumas, al personaje histórico de Richelieu? ¿Un digno y ambicioso heredero del príncipe de Maquiavelo, como dicen algunas biografías?

—Richelieu era cardenal y usaba la religión para mantener sujeto a Luis XIII y para hacer frente a la nobleza protestante. Quería hacer una nación grande, mientras que el conde duque de Olivares tenía que hacer un imperio grande. Y al final, por agotamiento, ganó Richelieu. Era demasiado peso, como habría dicho Porthos.

—¿Y cómo ve el episodio histórico del asedio de La Rochela? ¿Era gente admirable que luchaba por sus ideas, o fanáticos de un solo libro?

—Eran fanáticos, sin duda, pero cada uno puede ser lo que quiera, evidentemente. Se piense lo que se piense de ellos, La Rochela fue tal prodigio de valor y resistencia admirable y durísima que no se mató a sus líderes cuando acabó el cerco.

—En 'El puente de los Asesinos' el objetivo que cumplir se anuncia casi desde el principio, pero aquí la misión parisina se oculta casi hasta el final.

—Es una táctica narrativa, simplemente. Esta vez quería añadirle un aspecto de intriga enigmática, en lugar de revelar el objetivo de la misión casi desde el principio.

—París en toda su obra es muy importante. Probablemente sea la ciudad que más aparece en todos sus libros, desde pequeños detalles como que el húsar Frederic Glüntz compró allí un caballo, o que Jaime Astarloa se hizo allí maestro de esgrima, o que era donde el anticuario César de 'La tabla de Flandes' compraba sus perfumes, hasta ser el escenario principal de novelas como 'Sabotaje' en el siglo XX, 'Hombres buenos' en el XVIII, o ahora con Alatriste en el XVII, por no hablar de 'El club Dumas'. ¿Qué significa París para usted?

—Muchas cosas. Yo no fui a París por primera vez hasta los catorce o quince años, pero a mi padre le encantaba París. Pero primero fueron 'Los tres mosqueteros', que lo leí con nueve años, y además en casa teníamos una especie de Trivial Pursuit con preguntas. “¿Cómo se llamaba el guardia del cardenal?”. “¿En qué calle ocurrió tal duelo?” [más sobre esto puede leerse en el artículo de Pérez-Reverte “La novia de D’Artagnan”]. Es decir, que París estaba muy presente en la conversación y en el folclore doméstico-cultural de mi casa. Por otra parte, mi formación es francesa. Aunque yo leí mucha literatura inglesa, mi lengua extranjera de pequeño era la francesa, y lo hablo muy bien. Yo el inglés lo hablo muy mal, es un inglés atroz, brutal, para hablar con taxistas y en hoteles. Yo di francés, latín y griego. Y además, como ya he contado alguna vez, un abuelo de mi bisabuela estuvo en la batalla de Waterloo. Aunque leo a Dickens o a Conrad, para mí son fundamentales Stendhal, Balzac, Féval, Eugenio Sue, Julio Verne… Y después, los ilustrados franceses son muy importantes en mi vida cuando los descubro: Voltaire, Rousseau, anteriormente Montaigne… En cuanto a mi cuna cultural y sentimental, aunque leo de todo, es mucho más potente la francesa. Además me pasa en Francia una cosa, que es que cuando voy allí me siento estimulado, con ganas de escribir, de ser novelista. París me inyecta una especie de optimismo creativo, me sugiere novelas o me confirma ideas que tengo en la cabeza. Compro libros, me cargo la maleta y tengo la casa plagada con muchísimos de ellos. París tiene mucho peso cultural y sentimental en mi vida, y por eso es normal que aparezca con frecuencia en mis novelas.

—Además, 'Misión en París' no solo es una de “Las Seis Originales” que estaban planeadas desde 1996, sino la que iba a cerrar la serie entera de Alatriste.

—Sí, pero aunque se cruzaron otras tres por el camino, París tenía que estar. Yo quería meter a los mosqueteros como fuera.

—¿Ha pensado cómo van a recibir este libro en Francia? A usted siempre lo han tratado muy bien allí, se traduce al francés casi todo lo que publica, ha recibido multitud de premios y condecoraciones francesas, y desde hace tiempo lo apodan “el nieto de Dumas”.

—Irá bien, como todas. Hasta un general francés ha mencionado a Alatriste hace poco. En Francia no tienen los complejos que hay aquí. Aquí no sabemos dónde están los huesos de Cervantes, Velázquez o Quevedo, Chaves Nogales está enterrado en Londres, Machado en Collioure… Además, son muy listos: todo lo que es cultura, en Francia se lo apropian. Allí soy de los suyos.

—Las diferencias entre Francia y España es precisamente uno de los temas más notables de la novela.

—Antes de inventar, uno debe conocer, así que por eso he leído tanto antes de escribir esta novela, y toda la serie. Y en esta novela en concreto todos esos elementos no son míos, sino que están reflejados como la gente de aquel tiempo los dejó escritos . “Los hombres en Francia trataban a sus mujeres como a sus amantes y en España como a sus criadas”. Es una frase auténtica de la época. Que “eran más libres para vestir”. Eso se ve en los cuadros, grabados e ilustraciones de entonces. Lo de que los franceses no llevan armas por la calle excepto los gentilhombres es cierto, hasta el punto de que fuera de España se burlaban de que zapateros o barberos se pusieran espada para parecer hidalgos o caballeros, y lo veían como algo típico español. No invento nada, y eso incluye también lo del equivalente francés de la Inquisición. Todo eso viene de la documentación, que es una fase muy divertida y que hago con mucho placer.

—Se describe una París que era más ciudad incluso que Nápoles… pero que carecía del arte que florecía en Madrid. Es un contraste interesante, porque hoy en día, Prado aparte, y aun así, no muchos pondrían a Madrid por delante de París en lo artístico. ¿Era así?

—Yo no me había puesto a pensarlo así, pero eso lo decían autores franceses además, que en París envidiaban la vida cultural de Madrid, y el teatro español fue imitado por todos: Molière, Corneille… Para darse cuenta, no hay más que poner en un panel los nombres culturales españoles y franceses de aquel siglo —pintores, autores, arquitectos, escultores, etcétera—. En otras cosas serían superiores los franceses, pero en esto no. Que París era más sucia también se decía. Y sobre la reputación de los soldados de ambos, era así como se veía, no me lo invento: los franceses muy feroces en ataque pero poco fondo al defender, mientras que los españoles, siempre luchando lejos de casa, tenían una disciplina defensiva férrea.

—Con respecto a hace treinta años, ¿ha cambiado su manera de trabajar los alatristes? En los 90 internet estaba en su infancia, mientras que ahora hay gran cantidad de información disponible con muchísima rapidez. Antes sería todo buscar manualmente cada detalle en libros, enciclopedias, mapas de papel…

—Y lo sigue siendo. No he cambiado mi manera de trabajar. Yo no tengo internet donde trabajo, para evitar hackeos o filtraciones. Si alguna vez miro algo, como algún mapa o una fecha concreta, lo hago en otro ordenador en el piso de arriba. Pero es que además me gusta trabajar así. Es un placer estar en mi biblioteca. Es un lugar que está vivo, y sé dónde tengo los libros de cada tema, porque los estoy sacando y consultando con frecuencia.

—¿Ha utilizado los mismos libros y materiales de consulta que ya tenía?

—Algunos sí, más algunos adicionales, porque esta novela transcurre en un escenario nuevo, la Francia del XVII. He usado varias historias de Francia, biografías de Richelieu, Ana de Austria, Luis XIII, Spínola y Buckingham, la edición de 'Los tres mosqueteros' de La Pléiade en francés —quería una fuente limpia, sin problemas de traducciones—, varios libros sobre los mosqueteros como cuerpo y sobre la Guerra de los Treinta Años, sobre el París de la época, contemporáneos de entonces y modernos de más tarde, las memorias del cardenal de Retz y las de Gatien de Courtilz de Sandras, que fueron las que usó Dumas para D’Artagnan, un callejero histórico de París, libros de grabados de Abraham Bosse y Jacques Callot, varios libros en francés sobre la calle, la noche, la delincuencia en el París de la época… Y mapas de Francia, París y La Rochela. Yo tengo una biblioteca amplia, con muchos libros que aún no he leído porque los tengo ahí para el momento preciso en que me hagan falta. Una biblioteca no es solamente un almacén de libros que ya has leído, sino también un proyecto de vida futura y de trabajo. Si un día necesito un libro sobre los ferrocarriles en Siberia o sobre la marina de los fenicios, sé que tengo ahí material esperando, y otros puede que no los utilice nunca. Yo ya sabía que cuando hiciera el alatriste sobre la Francia de Richelieu y los mosqueteros ahí estaba todo preparado, así que solo había que sacarlo y usarlo, más algunos mapas y otras cosas que he comprado recientemente. Además, la Francia de Richelieu ya era muy conocida para mí, por razones personales y familiares.

—Cuando ya se habían publicado unos cuantos alatristes dijo usted que lo concebía como un solo libro de dos mil páginas publicado en trocitos de doscientas y pico. Ahora que se ha vuelto a leer todos los alatristes desde el primero, ¿se confirma esa sensación de continuidad?

—Sí. Aunque sean episodios diferentes hay una unidad, una intención común, sin nada artificial ni forzado. Podría hacer mañana la siguiente en esa misma línea.

—¿Y va a ocurrir eso? ¿Va a salir 'La venganza de Alquézar' justo después de 'Misión en París'? ¿Alatristes consecutivos, como ocurría antaño?

—No, mi siguiente novela, en la que ya estoy trabajando, no va a ser otro alatriste. Ni otro falcó.

—Hablando de la novena novela, si tiene lugar poco después de la octava y ya es la última de las planeadas, quedará entonces un hueco de unos quince años todavía hasta la batalla de Rocroi, que es donde morirá Alatriste. ¿Va a quedar vacío ese espacio?

—Rocroi no lo voy a contar, porque el lector ya sabe lo que ocurrirá allí, y no lo necesita. Alatriste y Falcó quedarán como mis últimos cartuchos de reserva cuando, como un remero que necesita un último esfuerzo para llegar a la orilla, necesite algo que escribir cuando mis facultades ya no sean las mismas, así que de ese espacio puedo sacar algo cuando yo quiera solo si me hace falta. No cerraré esa puerta, estará ahí abierta, pero no será una prioridad. Nördlingen, la campaña de Portugal y Cataluña, Fuenterrabía… Tengo un montón de situaciones. Si quisiera hacer solo alatristes a partir de ahora, de ahí podrían salir cinco o seis.

—Desde que existe Falcó siempre quieren compararlo con Alatriste… y con usted.

—Son personajes de ficción, no se trata de parecerse o no. Es peligroso buscar al autor detrás de los personajes, aunque es cierto que nadie pone lo que no tiene, en cuanto a puntos de vista. Ninguno de ellos soy yo, pero de los dos, encuentro a Alatriste más próximo a mí. Hay cosas que hace Falcó que yo nunca haría, y hay cosas que Alatriste, puesto en su contexto y en su época, yo sí habría hecho.

—Alatriste e Íñigo se llevan la mayoría de los comentarios, pero usted siempre presta mucha atención a los secundarios, tanto escribiendo como leyendo o siendo espectador de cine o series. ¿Cuáles le parecen los más sobresalientes de las aventuras de Alatriste?

—Sebastián Copons me gusta mucho. Creo que es mi favorito, y además se basa en un personaje real de ahora, pequeño, duro, seco, aragonés, que da igual si lo echan en el Sáhara, en la División Azul o en Tenochtitlán, y al que además homenajeé también en 'Línea de fuego'. Una vez jugó al fútbol con un menisco roto, por ejemplo. Y murió además de una manera muy romana. Muchos de mis secundarios se apoyan en algo real, no necesariamente personajes completos, pero sí detalles concretos de gente de todo tipo que conocí tras la vida que llevé. El personaje de Juan Tronera ilustra lo mismo: ¿qué hago, quedarme aquí sometido al noble o cura de turno, irme a una ciudad más grande donde acabar, como mucho, de paje, cochero o ayudante de barbero, o agarrar una espada, con lo cual ya valgo tanto como un rey, y buscarme la vida buscando un botín en América o Flandes? Por eso se iba la gente de España por ahí fuera, por hambre. La grandeza es justamente esa mezcla de horror y épica. Tíos que esa misma mañana habían estado ciscándose en el rey, por la noche tomaban una plaza al asalto para poder cobrarse lo que no les habían pagado. El año pasado escribí un artículo, “Con solas sus espadas y sus dagas”, donde me refiero a todo esto, incluyendo unos versos que aparecen en 'Misión en París': “pasando a nado un foso hicieron cosas / que plegue a Dios que en ocasión las hagas”. Y parte de eso todavía existe hoy. Hace poco hablé con el famoso soldado Vladimiro, todo un personaje al que conocí en Bosnia y que aparece en otro artículo mío. Alatriste es, no un homenaje, sino más bien un reconocimiento, una aproximación al lector de ese tipo de gente, sin la que no se explica lo que hicieron.

—Alatriste tiene otra peculiaridad con respecto a sus otras novelas, que es la participación de otros colaboradores, en concreto el ilustrador (Joan Mundet) y quienes escriben los poemas del final de cada libro. ¿Qué importancia tienen para el resultado final de cada entrega?

—Para mí eso no tiene peso, en el sentido de que no pienso en el aspecto gráfico cuando escribo las novelas. Solo cuando termino la primera escritura, todavía en bruto, se la mando a Mundet, y él la va ilustrando tras preguntarme y discutir las escenas: yo le digo lo que quiero, él me sugiere, y luego lo ejecuta. Pero eso es la segunda parte de la operación. Cuando escribo no pienso en eso. De hecho, me daría igual que se publicara sin ilustraciones, y de hecho hay ediciones de las novelas sin ellas. Les dan un plus, y decidimos desde el principio que las llevaran.

—¿Fue idea suya?

—Fue idea mía, sí. A la vez que ayudaban al público más joven, recordaban las viejas ediciones por entregas e ilustradas del siglo XVIII y XIX y recuperaban ese aroma de libro de aventuras clásico.

—En todas las novelas de la serie hay algún hecho histórico real, en este caso el asedio del puerto de La Rochela. ¿Son estos acontecimientos verdaderos una ayuda a la hora de escribir, o un estorbo? ¿Solucionan el problema de qué contar u obstaculizan la inventiva?

—Es una ayuda. Me gusta que todas las novelas de Alatriste tengan un sustrato histórico, aunque no utilizo la Historia directamente. La conspiración contra el dogo de Venecia en 'El puente de los Asesinos' no era esa en concreto, pero me inventé otra basada en ella. El combate de las bocas de Escanderlu en 'Corsarios de Levante', o la conspiración contra Felipe IV en 'El caballero del jubón amarillo' también vinieron de ideas históricas en las que me apoyo para contar mi aventura. También me permiten usar personajes reales, como Saavedra Fajardo o Espínola, que vuelve a aparecer aquí, y eso me estimula. Mezclar a Richelieu con Alatriste o que la reina Ana de Austria reciba a Íñigo y Quevedo me gusta mucho.

—Los alatristes se pueden dividir en “alatristes de guerra” y “alatristes de misión”. ¿Cuáles le gusta más hacer? ¿Es más difícil escribir una batalla o una conspiración?

—Me lo paso tan bien con una intriga urbana como 'El caballero del jubón amarillo' como con la guerra de 'El sol de Breda'. La acción, sin embargo, me es más fácil que la no-acción. Me es más fácil contar una batalla, un duelo, un combate, un abordaje, una encamisada nocturna que una reflexión tranquila o un diálogo entre dos personajes.

—De hecho, tiene usted varios otros libros que son principalmente luchas y batallas: 'Línea de fuego', 'Cabo Trafalgar', 'Un día de cólera', 'La sombra del águila'…

—Claro. Es que yo tengo una ventaja para la acción: que yo lo he vivido. Escenas como correr con la ropa mojada bajo el fuego o degollar a un prisionero me salen solas porque [se apunta a la sien] "a ver: Boldai matando a aquel prisionero etíope en 1977". Y ya está. Está chupado. Para esto solo tengo que recordar. Lo otro me lo tengo que inventar.

—Cuando iba presentando los primeros alatristes dijo que los veía un poco como “un divertimento” y que sus novelas realmente serias eran las otras. Puede que eso fuera simplemente una manera de hablar, o que con eso quisiera decir: “Sí, son un divertimento, y a mucha honra, porque hacer novelas divertidas es una cosa muy seria también”. ¿Ha cambiado esa concepción?

—Recuerdo haber dicho que esto era una especie de relajo, planteándomelo como un juego más allá de lo que hago con las otras novelas, aunque yo sigo jugando con todas. El concepto de juego es fundamental en todas mis novelas.

—Sí, exactamente. Una cita suya es: “Me dije que bueno, para desengrasar y para jugar, voy a hacer una novela de aventuras”. ¿Sigue viéndolo así, entonces?

—No, ya no. Ese divertimento, si alguna vez fue solo eso, pasó hace tiempo a ser algo mucho más importante. Mis editores de entonces son testigos de que yo pensaba que Alatriste no iba a vender gran cosa. ¿Una novela de aventuras, de espadachines, de un soldado de los tercios? Hoy ya estamos acostumbrados, y Alatriste lo puso de moda, y hay más autores y editoriales que se han ocupado de ese periodo, pero en aquel entonces nadie hablaba de ese tema en la literatura española. Ni los libros de historia de los colegios, que fue otro de los motivos de la idea. Pero yo no lo pretendía. Pensé que vendería quince o veinte mil solamente. Hubo incluso quien me planteó cambiar el concepto y hacer un libro dirigido solo “para críos”. Pero no, yo lo quería como lo había pensado, y si esa novela no se vendía, si era un fracaso, ya se vendería la siguiente sobre otro tema.

—Pues, sin esperar ni nada a ver el resultado, la primera novela ya salió anunciando que iban a ser seis, con los títulos de las cinco siguientes y todo.

—Bueno, porque aunque no se vendieran tanto, la idea habría sido ir alternándolas con otras que sí se vendiesen. Y al final, para mi sorpresa y la de mis editores, fue un pelotazo, enganchó muy fuerte y resultó que tuvieron éxito tanto las unas como las otras. Porque los temas de "thriller" cultural de 'La tabla de Flandes' o 'El club Dumas' tampoco se veían tanto entonces. Eduardo Mendoza había hecho 'La ciudad de los prodigios', Antonio Muñoz Molina 'Beatus ille' y 'El jinete polaco', Juan Eslava Galán 'En busca del unicornio'… Mi fortuna es que sorprendí al público haciendo novelas que entonces no se hacían, y por eso muchos lectores me aplaudieron. Si Alatriste se me hubiera ocurrido ahora, yo sería del montón, uno más como novelista, pasaría inadvertido por completo. Pero sigo jugando, y por eso sigo vivo. El día que ya no me apetezca jugar, se acabó.

—Porque el día que usted ya no esté, la primera línea de la noticia dirá…

—No dirá nada, en seis meses nadie me recordará.

—Más que eso, seguro. Pero dirá: “Arturo Pérez-Reverte, el creador del capitán Alatriste”.

—Ah, no, sin duda, y me parece muy bien. Estoy muy orgulloso de eso. Cuando un taxista me reconoce y me pregunta por Alatriste, puede que sin haberlo leído siquiera, es ¿cómo se dice en los videojuegos? Es como pasarse de pantalla. Te guste o no te guste yo como autor, Alatriste forma parte del imaginario literario español.

—Uno de los factores del éxito de los alatristes es la creación de un personaje que sale de las páginas impresas para permanecer en la memoria colectiva. Ese soldado ferozmente leal, cansado de batallas, siempre medio arruinado, que se busca la vida como puedo con su espada pero siempre fiel a sus propios códigos. El compañero que uno querría tener en una trinchera o un duelo. Diego Alatriste y Tenorio ha superado incluso la saga que le dio vida. ¿Cómo es vivir acompañado de la sombra del capitán? ¿Es demasiado peso?

—Lo sería si lo tuviera demasiado en cuenta, como también lo sería ir por el mundo continuamente como el novelista que ha escrito treinta y pico libros. Sería muy incómodo, me sacaría mucho de mí. Lo llevo como todo, forma parte de mi mochila, y en el caso de Alatriste me gusta que tantas personas sepan quién es y hasta que se hagan tatuajes —me han enseñado como treinta—. Que haya gente que diga de sí misma que “soy Alatriste”.

—Cuando le quisieron proponer a usted para la Real Academia Española, Gregorio Salvador le dijo: “Vamos a ver, le voy a hacer una pregunta: ¿si yo le dijera que Alatriste es el único personaje de ficción del siglo XX con una entidad lo bastante grande como para ser reconocido en cualquier calle de España, qué le diría a quien lo creó, si no fuera usted? ¿No merecería ese autor estar en la RAE?”.

—Las dos primeras veces que me llamaron de la RAE dije que no, y esa tercera vez le dije a Salvador que yo estaba a mis cosas, en mi mundo, y que no me veía en la Academia. Y sí, ese fue el principal argumento con el que me convencieron. Ahí estoy ahora, y todos los lectores de Alatriste entraron conmigo.

https://www.zendalibros.com/arturo-perez-reverte-paris-tenia-que-estar-yo-queria-meter-a-los-mosqueteros-como-fuera/

09 octubre 2025

«Yo no tengo futuro, no me interesa. Quiero morir solo»

Daniel Llagüerri - eldebate.com - 09/10/2025

Arturo Pérez-Reverte desgranó durante una hora sus largos años de periodismo y literatura en el programa 'En primicia', de La 2 de TVE, presentado por Lara Siscar. A sus 73 años, el escritor recordó su paso por el diario 'Pueblo' y, sobre todo, por TVE como corresponsal de guerra. También repasó su brillante trayectoria literaria, desde 'El capitán Alatriste' hasta 'La tabla de Flandes', «el libro que ya me permitió vivir holgadamente y replantearme tranquilamente el futuro».

Sobre ese futuro, Pérez-Reverte fue tajante: «Yo no tengo futuro, tengo pasado, pero no futuro. No me interesa. Espero tener suficientes fuerzas para afrontarlo, pero no va a ser cómodo. Antes había mecanismos, había consuelo: la religión, la patria, la familia, el amor… mil mecanismos que te engañaban, pero aunque fueran un engaño servían para cobijarse en ellos. Ahora somos más vulnerables que hace 30, 50 o 200 años».

El académico reflexionó también sobre la muerte y su retiro: «Mientras pueda leer y navegar seré feliz», explicó el autor, que ha sido testigo de decenas de muertos durante su labor como reportero de guerra. «Me gustaría, cuando me muera, estar solo. Sin nadie querido o no querido. Nadie. Me gustaría quedarme en un rincón del mar o en la tierra, donde fuera, y que nadie me viera. Acabar solo. He visto tanta gente… que no. El ser humano tiene derecho a terminar como ha vivido. Tener ese derecho. A ver si la vida me lo concede a mí».

Para Pérez-Reverte, la lealtad es el valor más importante, y sostiene que «la guerra de verdad es la soledad. Te sientes solo, vulnerable, desamparado». Los recuerdos de las guerras que cubrió siguen presentes en su memoria: «Nunca sabes si eres culpable de esas imágenes o no. Llevé a un niño en mis brazos y se murió. No pudimos hacer nada. En esos lugares, el juego de la moral, el remordimiento, el bien y el mal son muy relativos y cambiantes».

El escritor relató un episodio especialmente duro: «Entré en un orfanato en llamas. Le pedí al cámara que grabara 30 segundos y me metí a sacar niños, pero… esperé 30 segundos. Te queda en la cabeza ese momento; quizás en esos 30 segundos hubiera podido sacar algún niño más».

Aunque reconoce que aún tiene muchas historias por contar, es consciente del paso del tiempo: «Tengo muchos libros, pero sé que me quedan, con 73 años, tres o cuatro por escribir. El resto seguirán dando vueltas por mi cabeza y no sé cuáles morirán conmigo».

Partidario de mostrar la realidad sin filtros, defendió la emisión de imágenes «duras»: «Muertos, mutilados… lo que ocurre en la realidad». Recordó su etapa como presentador de 'Código Uno' en TVE en 1993: «Funcionó bien, pero al final dominaba el amarillismo para subir audiencia. Esto es basura, y como es basura lo voy a dejar. Estoy presentando basura». Y lo dejó.

Entre los recuerdos más impactantes de su carrera está uno ocurrido en Eritrea, el 4 de abril de 1977: «Los guerrilleros hacían la guerra por la mañana en Tesere, y por la tarde mataban prisioneros y violaban mujeres. A nosotros nos respetaban, pero yo era un testigo impotente». Narró el encuentro con un mercenario portugués, Felipe, que torturaba a un prisionero: «Le pregunté qué sentía en esos momentos. ‘No se siente nada —respondió—. Esto es un trabajo’. Me explicó que los prisioneros inteligentes se rinden antes, porque se torturan a sí mismos».

De esa experiencia extrajo una lección: «El torturador puede ser un buen maestro de vida. El horror, el dolor y la muerte son tan nutritivos intelectualmente como la felicidad o la libertad. Estoy orgulloso tanto del torturador como del héroe, del valiente como del cobarde. Me hicieron comprender que solo los estúpidos trazan líneas que dividen lo bueno de lo malo».

Amante declarado de Tintín, Pérez-Reverte recordó que su pasión por el periodismo nació leyendo las aventuras del joven reportero. Hoy ocupa el sillón T de la Real Academia Española y considera a sus lectores «amigos». Vive, dice, en una «saludable incertidumbre»: «Las certezas me las fue quitando la vida. Esa falta de certezas me hace estar vivo, despierto».

Vídeo completo:

https://www.rtve.es/play/videos/en-primicia/arturo-perez-reverte/16759419/

04 octubre 2025

Espadas, palabras y memoria: Arturo Pérez-Reverte presenta Misión en París en el Teatro Español


Damián León - queestapasando.com - 04/10/2025

El Teatro Español se vistió de historia y literatura para acoger la presentación de 'Misión en París', la nueva novela de Arturo Pérez-Reverte y octava entrega de las aventuras del capitán Alatriste. A las siete de la tarde, el emblemático escenario madrileño reunió a cientos de lectores que aguardaban con expectación el regreso del veterano soldado, símbolo de una España antigua, contradictoria y heroica.

La velada comenzó con una exhibición de esgrima en la que participaron cinco duelistas, que recrearon con precisión la tensión y, en ocasiones, la falta de ética del combate cuerpo a cuerpo. El sonido del acero resonando sobre las tablas evocó la elegancia y la brutalidad de una época donde el valor se medía a golpe de espada.

A continuación, los actores Luis Zahera y Oswaldo Digón ofrecieron una lectura dramatizada de un fragmento titulado "Duelo en la taberna del Turco". Su interpretación, sobria y apasionada, dio vida a los personajes con el tono áspero y el humor seco que siempre acompañan a Alatriste, sin necesidad de verso ni artificio, solo con la fuerza de la palabra dicha en voz alta.

Tras la representación, se desarrolló una conversación entre Arturo Pérez-Reverte, Jacinto Antón y Antonio Lucas, que derivó en un brillante ejercicio de reflexión sobre el paso del tiempo, el oficio de escribir y el lugar de la lucidez en un mundo saturado de ruido. Habló el autor del devenir del tiempo y del método que sigue para dar forma a una nueva novela, de cómo cada historia se gana a pulso, con trabajo, paciencia y muchas horas de navegación. También hubo espacio para una reflexión más amplia sobre el futuro de Europa, el deterioro cultural y el peligro de los extremismos.

'Misión en París', publicada por Alfaguara, sitúa al capitán Alatriste en la Francia del cardenal Richelieu, en medio de intrigas políticas y guerras secretas. Con la prosa precisa y cinematográfica que caracteriza a su autor, la novela combina aventura, espionaje y reflexión sobre la lealtad, la vejez y la pérdida de un mundo que se apaga.

El público, entre aplausos, reconoció no solo al novelista, sino al contador de historias que ha sabido devolver dignidad literaria a la épica y al carácter español. Entre espadas y palabras, el Teatro Español vivió una noche que recordó que la literatura —cuando se escribe con verdad y con riesgo— sigue siendo la forma más noble de resistencia.

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