05 junio 1982

"Ya no podemos claudicar"

Pueblo, 5 de junio de 1982

[Por razones de máxima seguridad, las Fuerzas Armadas argentinas no permiten la presencia de periodistas en la zona de guerra, y sólo algunos corresponsales argentinos han sido movilizados militarmente para informar desde algunas poblaciones del lejano Sur. Ningún periodista extranjero había llegado hasta ahora al teatro de operaciones desde el inicio de la guerra. Arturo Pérez-Reverte lo ha conseguido para 'Pueblo'.]

En una isla del teatro de operaciones (Atlántico Sur), de nuestro enviado especial Arturo Pérez-Reverte

Dentro y fuera del avión de la Fuerza Aérea argentina, la oscuridad es total. Adormecidos por el ronroneo de los motores de hélice, los soldados sentados en el suelo, desprovisto de asientos, entre las cajas cargadas de suministros y municiones, se despiertan con sobresalto cuando el piloto inicia un brusco picado. Algunas brasas de cigarrillos iluminan rostros crispados por la tensión. Descendiendo sin luces hacia la pista balizada con el mínimo imprescindible de señales, que se apagarán apenas rocemos tierra, todos cuantos vamos a bordo sabemos que en ese momento somos un punto luminoso en las pantallas de radar de los barcos ingleses, que están en algún lugar allá fuera, mar adentro, agazapados en la noche.

La isla es grande, pero no se permite escribir su nombre. No hay constancia de que haya tropas británicas en ella, aunque nadie descarta la posibilidad de que grupos tipo comando estén ya escondidos en algún punto a la espera. En la pista del aeródromo, en total oscuridad, filas de soldados trabajan como hormigas calladas y laboriosas, descargando los pertrechos que transportaba nuestro avión. El frío es insoportable, total, bajo el pesado cielo, inmensamente negro, que destila implacable humedad. El suelo es una pegajosa capa de barro en el que se adhieren las botas, en donde resbalan las ruedas de los vehículos. La luz de una linterna ilumina fugazmente una columna de hombres que marchan en la noche como monstruosos jorobados con sus grandes mochilas, bajo los ponchos impermeables relucientes de lluvia.

El oscurecimiento es por si vienen los Vulcan ingleses comenta alguien que me estrecha la mano y a quien no le veo el rostro; esperamos que una noche de éstas se ocupen de nosotros...

Estamos en el fin del mundo, en la línea del Círculo Polar Antártico, y aquí las Malvinas no son un remoto lugar en los mapas, una manchita de color allá abajo, junto a la Tierra del Fuego, sino una realidad próxima y concreta que sirve de escenario a una guerra. Una guerra en el confín del mundo.

La camioneta Chevrolet circula despacio, sin luces, cruzando casi a ciegas las tinieblas sobre la pista de tierra. Un brusco frenazo ante un destello de linterna y una sombra confusa, cubierta con bufanda, pasamontañas, casco de acero, poncho y capucha, que se asoma a la ventanilla para identificarnos. El frío es increíblemente atroz cuando nos detenemos ante una casa con las ventanas cubiertas por mantas y trozos de lona. Dentro arde un buen fuego, y sobre el paño gris que cubre una mesa de madera, junto a un sofá Chesterfield de buen y viejo cuero, hay una botella de whisky, media docena de vasos y cuatro uniformes con insignias de alta graduación. Nada de nombres. Nada de unidades. Nada de lugares. Aclarado ese punto, con las botas empapadas humeando junto al fuego, podemos hablar.

Soy el jefe de la unidad que se encuentra desplegada en este sector pelo corto, algunas canas, pipa Dunhill, tabaco holandés, aspecto tranquilo, apellido italiano y mi misión es defender esta zona de la acción británica. Parte de los efectivos bajo mi mando tienen ya experiencia de combate, e incluso algunos participaron en el operativo de desembarco del 2 de abril. Ignoro los pormenores diplomáticos de este asunto, porque soy un soldado. En mi opinión exclusivamente personal, Argentina ya ha ido lo bastante lejos en esta guerra como para no volverse atrás. No podemos claudicar ya. Un alto el fuego, toda dilación negociadora sin garantías beneficia a los ingleses, que consolidan así su posición militar. Hacer la guerra como caballeros nos ha costado muchos muertos, nos ha perjudicado mucho a los argentinos, porque los ingleses jamás hicieron una guerra limpia. Recurren a trucos y acciones como torpedear el 'Belgrano', ametrallar pesqueros, utilizar barcos hospital para desembarcar tropas al amparo de la Cruz Roja; mienten descaradamente en sus cifras de bajas. La experiencia nos ha demostrado que con ellos es inútil el "fair play". Hay que darles duro. Y la batalla de Puerto Argentino, la gane quien la gane, no es el final, es el principio.

Amanece despacio y tarde en estas latitudes australes, especialmente bajo este denso cielo gris plomizo, de nubes bajas que se apoyan en la tierra y cubren el aire de una espesa bruma que impide ver a diez metros. La tierra está cubierta de una costra helada, barro duro como la piedra, congelado por las bajísimas temperaturas que están más allá de los cero grados. En un agujero hay un soldado inmóvil, del que la única señal de vida está en los ojos enrojecidos que brillan entre la espesa lana del pasamontañas que le cubre el rostro. Sus manos, cubiertas con gruesas manoplas, empuñan el fusil de asalto. Abajo, una decena de metros al pie de la pendiente, al otro lado de la cortina de niebla, se escucha el rumor del agua contra la playa.

¿Cómo te llamas, soldado?

Martín Codazzi, señor. Con dos zetas.

¿Qué edad tienes?

Dieciocho años, señor. Soy de Salta, salteño.

¿Qué harás si dentro de un rato te salen los ingleses de la niebla?

Los cago a tiros, señor.

Bajo una red de camuflaje hay media docena de hombres agazapados en pozos de tirador. En torno a un cañón de 105 milímetros, una radio zumba en algún lugar, entre la bruma, y la voz de un oficial llega nítidamente con las coordenadas de tiro.

¿Es un tiro de ejercicio o disparan ustedes contra algún objetivo?

No hay respuesta. Con las manos entumecidas por el frío, los soldaditos se pasan los proyectiles, los introducen, cierran la recámara. La radio emite un carraspeo y una orden, y un segundo después el estampido hace aletear la red de camuflaje. Tumbados sobre la mezquina hierba helada, dos soldados fuman un cigarrillo tras la ametralladora, con los cascos de acero calados hasta los ojos y las bandas de munición dorada alrededor del pecho, como bandidos mejicanos. Otro disparo de cañón. Y otro. Un oficial surge de la niebla por la derecha y se pierde en la niebla por la izquierda, con el auricular de radio pegado a la oreja, con el operador que le pisa los talones, la larga antena balanceándose en el aire.

Mis papás son españoles, señor el soldadito, otro soldadito, chapotea con las enormes botas en el fango helado que cubre el fondo de su trinchera—. ¿Por qué no nos han apoyado más ustedes en esta guerra? Es como si España hubiese tenido, qué sé yo, pudor, vergüenza o miedo de ponerse abiertamente a nuestro lado...: eso me ha decepcionado mucho. ¿Sabe?, yo a España la quería, mis padres me enseñaron a quererla, y ya ve usted...

La radio emite ahora una serie de comunicaciones en lengua inglesa "están tan cerca que captamos perfectamente sus comunicaciones", dice alguien desde donde llegan los graznidos de las gaviotas espantadas por los cañonazos. Sin embargo, junto a una cerca pastan tranquilamente diez o quince ovejas, lanudas y empapadas de humedad, que ni se interrumpen para mirar con curiosidad las siluetas vestidas de verde oliva que se mueven a su alrededor entre la bruma.

El clima que tenemos aquí es terrible. Uno se pasa el día continuamente empapado, la ropa no se seca, las prendas mojadas se hielan durante la noche... Y si es duro para nosotros, también lo es para los ingleses. Con la diferencia de que ellos son profesionales, soldados a sueldo que pelean por una colonia que ni les importa, mientras que nosotros, como ustedes con Gibraltar, hemos estudiado en la escuela que las Malvinas son argentinas. Además, en Europa creen por lo visto que los ingleses son unos tipos preparadísimos para hacer la guerra y nosotros unos pobrecitos indios con arcos y flechas. Bien, pues ya lo están viendo. Aunque tomasen todo el archipiélago, eso no les serviría de nada si no toman Puerto Argentino, porque esa ciudad, con el grueso de la población malviniense, es el verdadero objetivo militar y político de esta guerra. Quien lo posee, posee las Malvinas. Por eso, aún en el caso de que nos lo arrebatasen de nuevo, volveríamos a pelear para recuperarlo otra vez. Ustedes los europeos han demostrado que no conocen a los argentinos.

El cañón vuelve a disparar a través de las nubes bajas hacia el Este ¿o es hacia el Nordeste? Imposible orientarse en esta niebla espesa como puré de guisantes. El hielo cruje bajo las botas de los soldados que acarrean la munición y la humedad chorrea por sus ponchos empapados. La radio sigue carraspeando con interferencias de comunicaciones británicas.

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/PEREZ-REVERTE%20EN%20LA%20ZONA%20DE%20GUERRA.pdf


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