Pueblo, 17 de junio de 1982
¿Qué va a pasar ahora? Esa es la pregunta que se formula una Argentina a la que el discurso pronunciado por el Presidente Galtieri ha llegado tarde, mal y, además, no ha convencido. Cuando se esperaban las explicaciones sobre los porqués de una derrota; cuando los padres, hermanos, esposas e hijos de los soldados argentinos en las Malvinas aguardaba que alguien les dijera exactamente cuál es la situación de sus seres queridos; cuando lo que todos quería saber era si —como Londres asegura— en las Malvinas hay 15.000 prisioneros. Mientras aquí ni siquiera se ha pronunciado oficialmente las palabras “derrota” y “rendición”, el primer mandatario de la nación se limitó a dirigir al país una serie de promesas que, si hace unos días habrían sido bien recibidas, ayer sonaban demasiado a propósito para calmar los ánimos excitados por el desastre malvinense.
“Teniendo en cuenta la opinión de los distintos sectores del quehacer nacional, revisaremos y corregiremos todo lo que sea necesario en política interna y externa —dijo Galtieri—, rescataremos la República, reconstruiremos las instituciones, restableceremos la democracia”. Todo este atractivo programa político que surge inesperadamente tras la derrota, en lugar de haber surgido mientras tenían lugar el sacrificio y la batalla, vino acompañado por la conminación a Gran Bretaña —conminación insólita en estos momentos— para que “resuelva su actitud frente al conflicto”, indicando que Londres tiene ahora dos posibilidades: aceptar que la situación de las islas no sea ya la misma que hasta el día 2 de abril y negociar o restaurar el régimen colonial, con lo que no habrá seguridad ni paz definitiva, y recaerá sobre ella la responsabilidad por profundizar el conflicto”.
Sobre las vicisitudes del desastre, cuando todos esperaban una explicación realista y técnica, en el sentido más o menos de aquel histórico y sincero “tenemos que aceptar lo inaceptable”, Galtieri ofreció un discurso retórico, aludiendo una vez más a la “abrumadora superioridad de una potencia apoyada por la tecnología militar de los Estados Unidos, sorprendentemente enemigos de la Argentina y su pueblo”, terminando al señalar que “la dignidad y el porvenir son nuestros, y ello nos dará la paz y la victoria”, lo que suena hermoso, pero no compromete a nada.
Mientras estas palabras eran difundidas por los altavoces de la plaza de Mayo, todavía humeaban en ella las carcasas incendiadas de unos autobuses y el olor a gas lacrimógeno no se había disipado todavía. En efecto, tras una llamada oficial, y un tanto ingenua al “pueblo” argentino a concentrarse en la plaza de Mayo para escuchar el discurso del Presidente, los congregados manifestaron pública y sonoramente su disconformidad con la gestión gubernamental. Una dura represión policial y la actividad de grupos armados con cócteles molotov desembocaron en violentísimos enfrentamientos, que convirtieron el centro de Buenos Aires en el escenario de una batalla campal: balas de goma, barricadas, autobuses incendiados, granadas lacrimógenas, detenidos y heridos entre fuerzas del orden y manifestantes, incluyendo el apaleamiento, tanto por manifestantes como por policías, de periodistas nacionales y extranjeros, a los que también, por lo visto se les atribuyen responsabilidades por lo ocurrido en las Malvinas.
Mientras tanto, el ministro de Asuntos Exteriores, canciller Costa Méndez, a quien las gestiones de paz en las Naciones Unidades dieron, desde hace un mes, una altísima popularidad de cara a la opinión pública argentina, proponía al Presidente Galtieri la dimisión de todo el Gobierno tras los acontecimientos del Atlántico sur, y es posible que, a pesar de iniciales desmentidos, las próximas horas o los próximos días traigan alguna novedad en este sentido.
En el resto, mientras crecen serios rumores respecto a la existencia de graves divergencias entre el Ejército de Tierra, por una parte, y la Marina y la Aviación, por otra, Buenos Aires seguía viviendo ayer un clima extraordinariamente tengo y enrarecido, mezcla de temor y de amargura por el presente y por el futuro. En resumen, la Junta Militar argentina y el Gobierno de la nación no parecen estar en su momento de máxima popularidad. Y el país, exasperado por una derrota que ni digiere ni entiende, tiene la sangre caliente.
http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/CLIMA%20DE%20TENSION%20NACIONAL.pdf
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