16 junio 1982

Galtieri oculta la derrota

Pueblo, 16 de junio de 1982

La derrota de las Malvinas no ha despertado precisamente la locuacidad de los altos jerarcas militares argentinos. Ayer, en Buenos Aires, mientras los padres de los combatientes que se manifestaban en la plaza de Mayo eran dispersados con gases lacrimógenos, el protagonista era el silencio oficial. El último parte militar había sido emitido a las 4:30 de la madrugada, confirmando la rendición entre el comandante de las fuerzas británicas y el de las argentinas, y la redacción de un acta “en la que se establecen las condiciones de cese el fuego y retiro de tropas”. Nada más. Sin embargo, a esas horas ya todo el mundo sabía en Buenos Aires que se vivía la derrota total, sin paliativos, y que reporteros británicos ya transmitían a Londres crónicas desde el interior de una ciudad que vuelve a llamarse Port Stanley. Y mientras los miembros de la Junta Militar seguían reunidos a puerta cerrada en el más total hermetismo, todo el angustiado país estaba pendiente de la radio y la televisión, esperando que alguien diese la cara para explicar lo que ocurrió realmente allá abajo. 

“Dimos nuestros hijos, y nos los mataron. Los jefes nos traicionaron”... Unas seiscientas personas se congregaron con ese “slogan” a media mañana de ayer, ante la Casa Rosada, protestando por una derrota que, vista desde aquí y a la luz de las manifestaciones oficiales de los últimos días, aparece inexplicable. Pero lo cierto es que, como esos padres dispersados ayer de forma contundente en la plaza de Mayo, la opinión pública argentina ha comenzado a plantearse graves preguntas sobre las responsabilidades que a cada cual incumben en este triste desenlace. Y aunque se insiste una y otra vez en la “cohesión” reinante en el seno de las fuerzas armadas, lo cierto es que en sectores militares se comentaba ayer el “excesivo optimismo” con que el Alto Mando encaró la presencia británica en la isla Soledad tras el desembarco en la cabeza de puente de San Carlos, y se señala que el despliegue y la acumulación de medios militares británicos para la ofensiva final “ha constituido una sorpresa”, pues no se esperaba “que habían logrado meter allí todo aquello”. Y a tal respecto se añade que sólo hace tres días, en una reunión con altas jerarquías militares, éstas mostraron su plena seguridad de que Puerto Argentino podría resistir “por tiempo indefinido” frente a los ataques británicos. 

Pero no se trata sólo de eso. Otro de los “puntos oscuros” de esta historia radica, según los analistas, en la táctica defensiva terrestre adoptada desde el primer momento, encerrándose el grueso de los efectivos argentinos en la ratonera de la capital del archipiélago y abandonando prácticamente el resto de la isla a los ingleses, lo que ha posibilitado los movimientos de aquéllos y el transporte de su material hasta la zona del asalto final. A esta táctica tímida y estática, de trinchera, se añade el hecho de que en ningún momento se ha recurrido a otros efectivos situados fuera del archipiélago para intentar organizar contraataques o movimientos que permitiesen aliviar la presión sobre Puerto Argentino, o dislocar los movimientos logísticos británicos. Desde el primer momento, ésa es la impresión, la guarnición de Puerto Argentino abandonó a su suerte a los defensores de Goose Green, tras la ofensiva inglesa desde la cabeza de playa de San Carlos y, a su vez, más tarde, la propia guarnición de Puerto Argentino fue abandonada por el resto de los efectivos militares propios que, a excepción de la aviación, no llevaron a cabo intento alguno por cambiar el curso de los acontecimientos. 

La conclusión parece evidente: igual que Gran Bretaña infravaloró inicialmente la potencia y la profesionalidad de la aviación argentina, lo que se tradujo en muchos y serios descalabros para la flota inglesa, en la batalla de isla Soledad fueron los argentinos quienes subestimaron la capacidad logística y la potencia de fuego, así como la avanzada tecnología bélica británica. 

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/GALTIERI%20OCULTA%20LA%20DERROTA.pdf

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