17 mayo 2023

Jesús Fernández Úbeda: «La de 'Pueblo' es una historia que se ha olvidado y era justo recuperar»

Miguel Ángel Santamarina - zendalibros.com - 17/05/2023

Hay una frase que se repite como un mantra en 'Nido de piratas' (Debate, 2023), «'Pueblo' no era un periódico, sino una escuela de periodismo». El libro de Jesús Fernández Úbeda (Ciudad Real, 1989) ha resucitado del olvido la historia de uno de los diarios más míticos de la historia de España de la segunda mitad del siglo XX. Al enumerar a los periodistas que pasaron por allí es imposible no olvidarse de alguien, pero, para que nos hagamos una idea, en esa redacción estuvieron dándole a la tecla, entre nubes de tabaco y litros de whisky, Tico Medina, Jesús Hermida, Pilar Navarro, Rosa Villacastín, José María García, Raúl del Pozo, Arturo Pérez-Reverte, Jesús Hermida, Miguel Ors, Andrés Aberasturi…

'Pueblo' era el diario de los sindicatos verticales del régimen, que acabó convirtiéndose en uno de los más importantes del país, al mando de Emilio Romero, un director con un gran olfato para llenar la redacción de futuras leyendas del periodismo nacional. La Transición no le sentó bien, y aunque Luis Ángel de la Viuda —el sucesor de Romero— trató de poner orden administrativo y económico, el periódico comenzó un lento declive a finales de la década de los años 70 que culminó con su cierre en 1984. Llega a las librerías 'Nido de piratas', una hagiografía de un periodismo que ya nunca volverá, justo en el mismo mes en el cual uno de los medios de comunicación digitales que iba a revolucionar el periodismo declara la suspensión de pagos. Al primero dicen que se lo cargó el PSOE —con la ayuda de la UCD—, al segundo la Inteligencia Artificial. Como en las novelas de Agatha Christie, todos pueden ser los culpables.

Hablamos con Jesús Fernández Úbeda en Zenda del veneno de 'Pueblo', del Rey Sol, de bailarinas brasileñas pululando por la redacción, de la whiskería y de un periodismo en llamas más allá de Orión, cuya esencia se perdió entre Huertas 73 y la puerta de Tannhäuser.


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—¿Por qué había que rescatar al diario 'Pueblo' del olvido y por qué lo ha hecho alguien que nació cinco años después de que parasen sus rotativas?

—Creo que había que rescatar la historia del diario 'Pueblo' porque su ecosistema es un mundo perdido, apasionante, salvaje, lleno de bucaneros, una gente que buscaba hacer el mejor periodismo y conseguir la mejor de las historias. Esa pasión y esa voracidad son inéditas en mi generación. Si a ese hambre por contar le sumas el talento de firmas como Arturo Pérez-Reverte, Raúl del Pozo, Felipe Navarro «Yale», su hija Julia Navarro, Rosa Villacastín, etcétera, tienes la historia del periodismo español de los últimos cincuenta años. Esta es una historia que se ha olvidado, y era justo recuperarla para homenajear a esos periodistas sobre los que nos sustentamos los que ejercemos ahora esta profesión. ¿De dónde viene escribir este libro? Cuando publiqué, junto a Julio Valdeón, 'No le des más whisky a la perrita', una biografía de Raúl del Pozo, Arturo Pérez-Reverte, que ya me conocía de Zenda, pensó que después de escribir esa obra podía ser yo el que contase la historia, repleta de anécdotas, de Pueblo. Arturo y Raúl me citaron a comer en la Posada de la Villa con José María García y me ofrecieron el encargo. Yo acepté con mucho vértigo, pero también con mucha ilusión. Y ahí están las trescientas doce páginas del libro.

—La redacción de 'Pueblo' era mucho más que una redacción, era un clan, era una familia. Según Manolo Molés, había algo que los unió: el veneno.

—El veneno, el hambre, el duende, ese no sé qué que no sé lo que es, pero es lo único que importa, como canta Bunbury. Me están preguntando en las entrevistas qué es lo que más echo de menos de esa época. ¡Pero si a mí me faltaban cinco años para venir al mundo cuando cerró 'Pueblo'! (risas) Lo que sí puedo decir es que, ¡ostras!, me gustaría ver ese veneno en mi gente, y esa pasión y ese amor hacia un medio de comunicación, un periódico no sólo visto como el sitio al que vas a trabajar, sino como el lugar en el que vives. Uno de los personajes que más aparece en el libro es Manuel Marlasca Cosme, el padre de Manuel Marlasca. Este tío vivía por, para y casi en Pueblo. Tenía un nervio, un instinto, que le hacía ir a la redacción aunque no le tocara, simplemente iba porque ahí era donde realmente se sentía realizado y era feliz. Eso es algo que no solo tenía Manolo Marlasca, lo tenían todos ellos. Ojalá lo viéramos ahora.

—Vamos con los habitantes de la redacción de 'Pueblo'. Nos encantan Hunter S. Thompson y Tom Wolfe, pero aquí tuvimos a Yale. Después de leer la historia del trasplante de corazón del yernísimo de Franco, debemos reivindicar a este guerrillero de la noticia, como lo definió Carmen Rigalt.

—Emilio Romero, creo recordar, lo definió como un periodista que cuando los otros llegaban él ya estaba saliendo. Yale es una de las tres personas con las que no he podido hablar, porque falleció en 1994. Me hubiera vuelto loco poder entrevistarlo. Fue un reportero purasangre. Tenía un perfil hasta cinematográfico. Tuvo una poliomielitis de niño que le dejó cojo. Felipe Navarro, «Yale», era un tipo súper ingenioso, con un talento brutal, con un olfato increíble y que pese a su discapacidad era capaz de conseguir las exclusivas más potentes. Yale fue capaz de conseguir la exclusiva de las fotos del trasplante de corazón que hizo el «yernísimo» del general Franco. También acudió a entrevistar a Raymond Burr —el actor que interpretaba a Ironside, un asesor policial paralítico— en una silla de ruedas empujada por el boxeador José Legrá —que ejercía para la ocasión del otro protagonista de la serie de televisión, el sargento de color Mark Sanders—. Recomiendo leer su libro de memorias 'Un reportero a la pata coja' (Planeta). Su historia tiene un punto agridulce, porque él fue uno de los pioneros de la televisión y al final de su carrera se sintió marginado. Yale fue una de las grandes figuras no solo de 'Pueblo' sino de la historia del periodismo patrio.

—En su libro hay muchas voces, multitud de personajes, pero cada capítulo, cada historia, acaba llevándonos al mismo hombre. Si 'Pueblo' era un nido de piratas, Emilio Romero era su John Silver.

—Emilio Romero era el Rey Sol. Él fue quien convirtió 'Pueblo' en una criatura única de la prensa española. El tipo tenía olfato para la noticia y para elegir a los mejores profesionales que había en su momento. Todos sabemos que tenía una faceta, digamos, erótico-festiva…

—Era un «mujerista».

—Era «mujerista», pero yo ahí no me meto. Creo que hay que juzgar a Emilio Romero por su labor profesional, que fue mucho más buena que mala. Por poner un ejemplo, Carrero Blanco —el hombre de confianza de Franco— fue una vez y le pidió que despidiese a veintidós periodistas. El director de Pueblo le dijo que faltaba uno en esa lista. El almirante le preguntó quién era, y el periodista escribió «Emilio Romero» en el papel. Al final no echaron a ninguno. Que un gerifalte del régimen se niegue a despedir a unos comunistas que trabajan en su periódico, llevándole la contraria a todo un Carrero Blanco, me parece de una nobleza y de una lealtad hacia a su gente impresionantes.

—Tenía dos caras. Por una parte su voluntad para defender a su gente, y por otra el nepotismo.

—Sí. En el libro hay una relación de todos los parientes de Emilio Romero que trabajaban en Pueblo. Como no he podido hablar con los hijos de Emilio Romero, me he limitado a plasmar lo que me han contado de ellos, sobre todo Julio Merino, que es el único subdirector vivo del periódico. De esos testimonios, el más interesante cuenta que Emilio Romero junior quiso despedir a la novia oficial de su padre, Rosana Ferrero, que trabajaba en el periódico. Fue toda una tragedia de Shakespeare.

—Después de Emilio Romero llegó Luis Ángel de la Viuda, del que se comenta en su libro que «modernizó 'Pueblo'».

—Luis Ángel de la Viuda es el que pone orden en el periódico, cuadrando las cuentas y conservando el «espíritu Apache» de Pueblo. A veces fantaseo sobre qué hubiese ocurrido con el diario si él hubiese seguido en su puesto. Quizás se hubiese salvado, pero a Luis Ángel de la Viuda se lo cargan cuando lleva un año, un mes y un día. En su lugar ponen a Juan Fernández Figueroa, que quiere convertir a Pueblo en una especie de diario del falangismo socialista… Esa herida no es letal, pero hay un antes y un después. Pueblo resiste más o menos bien otros cuantos años con el sucesor de Figueroa, José Ramón Alonso, aunque va iniciando un declive que se hace más profundo con Manuel Cruz y José Antonio Gurriarán. Hay que ser justos: el diario Pueblo lo cerró el gobierno de Felipe González, pero el que deja los instrumentos de tortura colocados en la mesa y el modo de proceder fue el de Suárez, con un decreto en el que dice que los medios de titularidad pública se tienen que cerrar.

—Arturo Pérez-Reverte creció en ese periódico. Ha escrito el prólogo a su obra, y en sus páginas afirma sobre 'Pueblo': «Era una especie de adiestramiento en la dureza. Todos éramos, ellos y ellas, duros, audaces, desvergonzados, descarados, brillantes».

—Ahí está todo. Aunque también es cierto que en 'Pueblo' había gente de todo tipo. También me he encontrado con tipos muy formales, fantásticos a nivel profesional y personal como Jesús Soria, Gerardo Bustos y Mercedes Jansa. Pero digamos que el rock and roll lo pone la gente de la que habla Arturo, unas personas que literariamente ofrecen una barbaridad de recursos. El material con el que yo he trabajado es oro. ¿Esa gente actuaba de una forma ética? Pues evidentemente, inventarse una entrevista del tirón es algo que yo no aconsejo hacer. Yo nunca lo he hecho, ni pienso hacerlo jamás. Pero tampoco hay que ser presentistas.

—Lo de Tico Medina, que no sabía hablar una palabra de inglés, inventándose desde el primero hasta el último párrafo la entrevista con Indira Gandhi es épico.

—Lo comentamos en una comida de prensa. Varios compañeros les preguntaron a Arturo y a Raúl si nadie había protestado por esa entrevista. Y ellos respondieron que era tan buena que nadie se lo cuestionó. (risas)

—Pérez-Reverte cuenta en el libro sus inicios en la redacción, cómo entró a formar parte de la plantilla —algo que le costó tener mucha paciencia y tenacidad—, de qué forma se hizo reportero y acabó luego como jefe de internacional y tuvo a su mando a los «mosqueperros».

—Sí. Julio Merino le hizo ir cinco días seguidos hasta que lo contrató. A Pérez-Reverte se le recuerda por el reportero mayúsculo de guerra que era. A él no le gustaba mandar. Le nombraron jefe de internacional, pero iba muy de vez en cuando por la redacción. Lo de los «mosqueperros» fue en la última época. Se llamaban así porque tenían un dibujo de D’Artacán por ahí pegado. Entre esos mosqueperros estuvo Juan Ramón Lucas. El epígrafe, o llámalo equis, del capítulo de los corresponsales dedicado a Arturo es apasionante. No sé cuántas páginas habrá, pero se podría hacer un libro entero solo con sus experiencias.

—Lo de Eritrea.

—Sí. El hecho de que desapareciera y que lo dieran por perdido. Y que mandaran a un tipo para buscarlo y que cuando iba a buscarlo, Arturo estaba volviendo…

—Con disentería y medio muerto.

—Sí. Ahí hay una gran novela de aventuras.

—Vamos con José María García. Su primera gran portada en 'Pueblo' no fue una crónica deportiva, sino política, de una masacre, la matanza de la plaza de las Tres Culturas, en México. «Los muertos se amontonan» fue el titular.

—Fue un exclusivón. Y eso dice mucho de él, de su inteligencia periodística. García llega a cubrir unos Juegos Olímpicos a México y se da cuenta de que allí hay unos chispazos sociales, que la noticia está en la calle. Entonces llama a 'Pueblo', lo explica y le dicen lo de siempre: «Allá tú, pero tráeme las noticia». Y le dan dos portadas por sus crónicas de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas. Además, hizo un chanchullo para entrevistar a la periodista italiana Oriana Fallaci, que estaba en el hospital porque había sido herida por varios disparos.

—Esa era la siguiente pregunta.

—Insisto, a lo mejor no son procedimientos dignos de un monaguillo del padre Ángel, pero estamos hablando de periodistas, no de monaguillos del padre Ángel.

—'Pueblo' fue un periódico innovador en muchos aspectos: este diario fue uno de los primeros que contó con una presencia destacada de mujeres como Rosa Villacastín, Carmen Rigalt y Julia Navarro.

—Y otras como Pilar Narvión, que fue subdirectora. En los años 60, en los 70 y en los 80 no había cuotas de igualdad equiparables a las de ahora. Pero sí que es verdad que 'Pueblo' fue un periódico en el que las mujeres tuvieron peso, mujeres bravas, que desarrollaban su labor como el más macho de de los que había allí. Según los testimonios que he consultado, 'Pueblo' era el periódico en el que había más mujeres, incluso más que en 'El País'.

—Hay otro gran personaje —uno de mis preferidos— en su ensayo que no estudió para periodista ni escribió una sola línea en el periódico, Paco el Pata.

—Paco el Pata, el de la UGT (Unión General de Televisores). (Reímos) Para escribir ese capítulo hablé con Cristina Peña, una súper abogada que litigó en casos como el GAL, el de los Fondos Reservados, el de los papeles del CESID o Football Leaks. De ella se podría escribir también un librazo. Esta mujer empezó a trabajar en 'Pueblo' como «censora», como asesora, aconsejando lo que se podía publicar y lo que no. De repente se encuentra con que tiene que defender a un conserje, Francisco Galán, alias Paco el Pata, que ha montado una red de robo de electrodomésticos y que está retenido en la Dirección General de Seguridad (DGS). Ella les explica a los policías que Paco es un tío trabajador, y entonces le dicen «señora, venga aquí» y la meten en una habitación llena de televisores hasta el techo. (risas) La historia de Paco el Pata es fabulosa. Él era el que llevaba la whiskería.

—De la whiskería quería yo preguntarle.

—En 'Pueblo' había un bar, digamos de alto "standing", la whiskería. Paco era el que servía las copas y ponía bandejas de jamón. Raúl Cancio me ha dicho que cree que allí no pagaba ni Dios. (Risas) Imagínate un bar, al margen del hecho de que se fume, de que se beba en un periódico o de que se hagan timbas, pero imagínate un bar de copas, no una cafetería o un comedor. Es un mundo perdido y muy atractivo.

—Además de whisky y timbas, en Pueblo hubo hasta unas bailarinas que llevó Arturo Pérez-Reverte.

—(Risas) Bailarinas brasileñas. Sí. Eso me lo chivó Manuel Marlasca en una entrevista para Zenda. Me dijo: «Que te cuente Arturo lo de las bailarinas brasileñas». Y es fabuloso. Un día se presentó Pérez-Reverte con un grupo de bailarinas brasileñas en la redacción. Había tres o cuatro y montaron un fiestón. Al día siguiente José Ramón Alonso, el director, lo llamó al despacho y le dijo, «Me han dicho que es usted propenso a la macumba».

—En el organigrama de 'Pueblo' había una sección que, según Raúl del Pozo, era vital, los telefonistas.

—No sé cómo lo hacían, pero sabían dónde estaban los periodistas. Estamos hablando de una época en la que no había Internet ni redes sociales ni teléfonos móviles. Si el director te necesitaba, los telefonistas te encontraban. Era como en la película 'La vida de los otros': tenían a todo el mundo fichado.

—Raúl del Pozo es otro de los grandes periodistas que estuvo en 'Pueblo' cuando militaba en el Partido Comunista.

—Sí. De hecho, Emilio Romero y Julio Merino lo mandan a Moscú para que pruebe las mieles del Soviet. Hay una cosa graciosa en este libro. En 'No le des más whisky a la perrita' Raúl me hablaba con una fascinación tremenda de la Unión Soviética, de Moscú… Lo que no me dijo entonces es lo que sí que me contó Julio Merino para 'Nido de piratas'. Por lo visto, cuando Raúl enviaba alguna noticia y llamaba por teléfono a España les decía «por favor, sacadme de aquí», y ellos le respondían: «¿Pero tú no eras comunista?». (risas) A Raúl le pilló el 23-F en el congreso con la acreditación de 'Mundo Obrero'.

—En 'Pueblo' también hubo un gran fotoperiodista, Raúl Cancio.

—Cuando me encargaron el libro, Arturo, Raúl y José María me dijeron que primero hablase con ellos para darme unas bases y a partir de ahí ir contactando con el resto de la gente. El problema era que Arturo estaba de promoción con 'El italiano', José María García tiene una agenda complicada y Raúl estaba perezoso. Total, que cuando ya llevo dos o tres semanas que me están dando largas, dije: «Voy yo por mi cuenta». La primera persona con la que hablé fue Raúl Cancio y hubo un entendimiento fabuloso. Nos hicimos amigos y he recurrido varias veces a su testimonio mientras redactaba 'Nido de piratas'. Y nos hemos hecho tan amigos que lo considero de mi familia. Aparte de que es el mejor fotoperiodista deportivo de la historia de España.

—En 'Pueblo' había castas, y la más baja era la Pelagra, de la que formaron parte periodistas como Andrés Aberasturi.

—Los de la Pelagra a veces se tiraban meses sin cobrar, o empezaban a hacerlo pero mal, no estaban dados de alta en la Seguridad Social…  Pueblo encima era el periódico de los sindicatos verticales. Luis Ángel de la Viuda acabó con esta situación cuando llegó a la dirección.

—El libro está lleno de buenas anécdotas. Una de las mejores es la de Felipe Mellizo en Moscú.

—Hay muchas anécdotas, pero el libro, más que centrarse en la anécdota, lo hace en la categoría. Lo que pasa es que las anécdotas son una salsa que le dan un sabor muy potente al filete. Dicho lo cual, lo de Felipe Mellizo es fascinante. Para eso hay que valer. No lo quiero desvelar mucho, pero digamos que Mellizo le dice a su mujer que se va a ir a cubrir algo, no sé si a París o no sé dónde, pero en realidad se va con su amante a Moscú. En paralelo, la mujer de Mellizo se va con una amiga a la capital de Rusia y cuando están haciendo cola en la tumba de Lenin se los encuentran… ¿Qué pasa a continuación, queridos amigos? Lean 'Nido de piratas'.

—Terminamos. Usted pertenece a una generación de periodistas que trabaja en un lugar más parecido a un laboratorio de biogenética que a la jungla de tabaco, whisky y máquinas de escribir del diario 'Pueblo'. ¿Qué daría por haber vivido como esa experiencia? ¿Un dedo? ¿Una mano? ¿El brazo entero?

—No sé. Es que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió, que canta Sabina. Yo creo que es peor añorar lo que nunca jamás se vivió. Pero sí que me hubiera gustado tener ese amor incondicional y voraz que tenía esa gente por su trabajo. Esa especie de adicción romántica. No sé si daría un dedo, pero me hubiera fascinado haber sido becario de Manolo Marlasca o de Vasco Cardoso, y haber hecho unos pinitos en la sección de sucesos con esa gente que cuando se moría el marido hacían llorar a la viuda para la foto. Eso sí que es absolutamente imposible hoy día, gracias a Dios. Esas costumbres son hijas de su tiempo y está bien que lo sean. Si eso se hiciese hoy yo sería el primero en censurarlo. A fin de cuentas, soy un buen tipo, un pequeño burgués, civilizado. No me veo recurriendo a ese tipo de prácticas, pero me hubiera gustado probarlo y vivirlo.

https://www.zendalibros.com/jesus-fernandez-ubeda-la-del-diario-pueblo-es-una-historia-que-se-ha-olvidado-y-era-justo-recuperar/

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Diario 'Pueblo': una inmoralidad que fue necesaria

Daniel Ramírez - elespanol.com - 17/05/2023

Raúl del Pozo tiene la mano apoyada en la mesa. Mantel blanco y comedor grande en la Posada de la Villa. El otro Raúl, Cancio, amaga con clavarle un cuchillo en el centro de la palma: “Éramos compañeros, pero cuando llegaba el momento de la verdad, no dudábamos en darnos la puñalada”. El “momento de la verdad” era la pelea por la primera página del diario 'Pueblo'. Y su traducción fue lema en aquella redacción de la calle Huertas: “En el pan como hermanos, en la información como gitanos”. Arturo Pérez-Reverte, que está sentado con los dos Raúles, fue el chaval que, como nosotros ahora, quedó fascinado por lo que había dentro de 'Pueblo' cuando llegó. Y nosotros, los que no habíamos nacido, podemos conocer esa historia gracias al otro miembro de la mesa: el escritor y periodista Jesús Fernández Úbeda. El libro, recién publicado, se titula 'Nido de piratas' (Debate, 2023). 

En la Posada nos tratan hoy a los plumillas como trataban en los restaurantes de los sesenta y setenta a esa élite periodística que fue 'Pueblo': como no sabemos cuándo volveremos a comer así, dudamos todo el tiempo entre la libreta y el plato. Fernández Úbeda ha escrito la historia de 'Pueblo' desde el asombro, que es el único camino posible. Los Raúles y Pérez-Reverte eran y son hermanos. Se saludan con un abrazo y un beso en la mejilla. Pero confirman la hipótesis de Cancio y el puñal. 'Pueblo' era así. Para firmar en la portada, no había escrúpulo que valiese.

El libro de Úbeda, vamos comentando a lo largo de la comida, tiene una virtud inquietante. Obliga preguntas que tambalean la creencia de lo políticamente correcto, que es donde más confortable se está. Asumir el gris y digerirlo nos deja sin credo; y ese es el estado más vulnerable de hombres y mujeres. Preguntas como por ejemplo éstas: ¿cómo es posible que el periodismo más libre de entonces se hiciera en el diario del sindicato vertical? ¿Cómo es posible que el periodismo más brillante ocurriera en un lugar donde no importaba la veracidad? ¿Cómo es posible que el fin siempre justificara los medios? ¿Cómo es posible que los piratas de aquel nido recuerden con nostalgia un lugar donde trabajaban asesinos, fascistas, militantes de extrema izquierda y “simpatizantes de ETA”? "¡Qué coño simpatizantes!", tercia Raúl del Pozo cuando Úbeda los define como “simpatizantes”. Etarras, vamos. A nosotros, educados en la deontología de la facultad, también nos cuesta entenderlo. Pero el libro de Úbeda, sin ser un evangelio, nos convence a través de una narración de los hechos que a ratos, ¡tantos ratos!, parece una novela.

Conviene precisar algo: los nostálgicos de 'Pueblo' aquí presentes no creen que deba volver a existir un periódico como aquel. Es más, se reiteran en lo contrario. Pérez-Reverte: “'Pueblo' no debe volver a existir”. Lo dice a cuenta de una pregunta que trasladamos los que todavía tenemos abril en los ojos, que decía Ruano. “No había sentido de la moral”, concluye el académico. Arturo y los Raúles no creen que el periodismo necesite de aquel ambiente para germinar. Fue una “coyuntura”, una situación muy concreta. Pero ocurrió, pasó y, en ese clima, renació el periodismo. Siempre se escribió bien en la España de Franco. Muy bien. De hecho, las plumas azules de Falange merecen muchísima consideración estilística: el cura Yzurdiaga, Ridruejo, García Serrano, Torrente Ballester, Cunqueiro, Ángel María Pascual… Pero el periodismo languidecía asfixiado por el nacionalcatolicismo. Y 'Pueblo' inventó un género: esa especie de populismo que consistía en burlar al máximo posible la censura para contar todas esas historias amarillas, vivas, humanas. Es icónica la definición de censura que hacía Emilio Romero, su director: “La censura es una cuchilla que baja rítmicamente cada tres segundos. Si entiendes el mecanismo, puedes pasar”. 

Han sacado ya la carne roja. Casi todos los bueyes al punto y poco hechos. Lame la sangre nuestros platos. Y es una imagen visible, agradable, de bonito contraste con el mantel blanco… y fiel parecido con aquella redacción. Momento por tanto de dibujar –sin destripar demasiado– lo que convenimos en llamar “el ambiente de 'Pueblo'”.

Hilario, el conserje, mata las ratas en Talleres con un 9 mm largo. Paco el Pata, otro conserje, ha fundado la UGT (Unión General de Televisores): toda una red de robo, contrabando y venta de teles, cámaras de fotos… Hay dos asesinos en la redacción. Uno mató a puñaladas a su novia. Otro tiró a un paralítico por las escaleras. Los ha fichado en la cárcel Julián Camarero. Vasco Cardoso, el jefe de Sucesos, tiene un cartel en su pared: “Menos urnas, más crematorios”. Tomás García de la Puerta, el crítico de cine, lleva una pistola prendida del cinto. Eso en estático, pero veamos algunas de las técnicas periodísticas empleadas: Felipe Mellizo, corresponsal en Londres, escribe unas crónicas magistrales… desde un hotel en El Escorial, donde se funde la pasta que le ha dado el director. Tico Medina hace toda la cola de los pobres que recibía Indira Gandhi. Cuando le toca el turno, Medina se abraza a la hija de la paz, un fotógrafo escondido dispara... y luego el texto: “Entrevista exclusiva”. José María García le repite a la viuda del suceso: “Su marido se ha muerto”. Cuando, al fin, la viuda llora, el fotógrafo escondido dispara de nuevo. Toda esta galería de personajes representa el lado más extremo de 'Pueblo', pero el resto de reporteros, quedándose la parte más útil de estas técnicas, conseguía información veraz, brillante, relevante. Irma Deglané se infiltró como enfermera en el hospital donde se extinguía Franco. Yale logró las fotos del primer trasplante de corazón en España. Las guerras de Pérez-Reverte, las de Vicente Talón. Los sucesos de Marlasca padre.

Gobernaba este sindiós Emilio Romero, un “rey feudal” que, según nos explican los piratas de 'Pueblo', tenía su propia Corte: sus pelotas, sus amantes, sus bailarinas, sus bufones, sus esclavos… Romero permitía ese ambiente porque su despacho estaba en otra planta y porque él era el máximo exponente de ese maquiavelismo. Si follas conmigo, portada. 'Pueblo' era un edificio mastodóntico con su peluquería, su whiskería, su médico y su gimnasio. No fue Romero ni de lejos reflejo de ese tan manido como falso “para ser buen periodista hay que ser buena persona” de Kapuscinski. Pero su carisma, su olfato y su defensa de los periodistas le encumbraban ante sus trabajadores. Una vez, el régimen le llevó una lista. “A estos 22 los tienes que despedir por rojos”. Él contestó: “Falta un nombre. Son 23”. Y añadió de su puño y letra: “Emilio Romero”. Cancio, con esas gafas de sol que lo presentan como un agente del FBI, nos cuenta que Romero le pagó durante meses el tratamiento de la meningitis.

A Úbeda le brillan los ojos cuando narra el proceso de elaboración del libro: más de treinta entrevistas con protagonistas directos, sus días en la hemeroteca de Conde Duque. Tiene el autor una habilidad especial –escrita y hablada– para dibujar ambientes, para resucitarlos. Coincide con sus padrinos en que 'Pueblo' tenía que morir. Pero lamenta que muriera de aquella manera triste, sobrevenida, cruel. 'Pueblo' fue, al cabo, el gran alborotador de aquellos años finales de dictadura. Si nos creemos, como Miller, que un periódico es “una sociedad mirándose a sí misma”; el que mejor la retrataba era 'Pueblo'. En una dictadura, ¿qué es más importante? ¿La veracidad de lo publicado o la libertad de lo publicado? Es otra de las preguntas que van naciendo en la tertulia.

Raúl del Pozo firmó el artículo en la última contraportada de 'Pueblo'. Escribió: “He visto muchas cosas. La dictadura, la libertad, los pases y los goles. Me he dejado aquí la esperanza y media vista y ya no creo que el periodismo es una pasión, sino una gaceta que cuenta cada día las relaciones de clase y las contradicciones sociales. Pero cuando suena el teléfono, mi corazón de reportero aún se acelera”.

https://www.elespanol.com/opinion/columnas/20230517/diario-pueblo-inmoralidad-necesaria/764553564_13.html

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