13 mayo 2023

Una sociedad dolida, a punto de tomar una decisión crucial

Jorge Fernández Díaz - lancion.com.ar - 14/05/2023

Después de veintisiete años de firmar ejemplares en la Feria del Libro de Buenos Aires, y de hacerlo invariablemente de pie y durante largas horas con el buen talante de un mosquetero de Dumas, al escritor Arturo Pérez-Reverte le sucedió esta vez algo inusual, al borde de lo insólito: varios de sus lectores más agradecidos se le acercaban con los ojos llenos de lágrimas o directamente rompían a llorar cuando se hacían la foto de rigor. A medianoche, tomando la última copa con amigos y a punto de regresar a Madrid, nos preguntó qué pensábamos de aquel extraño fenómeno emocional. Supongo –cavilé entonces– que la pandemia convenció a muchos lectores de que ya no volverían a las viejas alegrías ni a los rituales de siempre, y que no tendrían nunca más la oportunidad de ver en persona a sus héroes literarios. Mi mujer recordó, sin embargo, la visita que Daniel Barenboim realizó en 2002 cuando, aislada y en default, detonada y humillada ante sí misma, con un clima deprimente y sombrío, la Argentina recibió al eximio hijo pródigo, que tocó al piano las 32 sonatas de Beethoven escandidas en ocho recitales; en el Teatro Colón no cabía un alfiler, y al término de las presentaciones lo esperaba una pequeña multitud devota, que en disciplinada fila le pedía al maestro un autógrafo en su programa de mano.

Muchos le entregaban pequeños regalos (alguna flor, bombones), no pocos lagrimeaban de emoción; la palabra que repetían era la misma: gracias. Gracias por haber venido a este confín olvidado por todos, por traernos una brizna de lo bueno que pasa más allá de las fronteras de nuestros desastres. Y gracias por recordarnos quiénes somos de verdad: algo que alguna vez fuimos, algo mucho mejor que esta degradación a la que nos han arrojado. Hablamos esa última noche con Pérez-Reverte de angustias colectivas, implícitas o manifiestas, y yo recordé a un mozo a quien conozco desde hace veinte años. Es un veterano de todas las batallas y de todos los infortunios argentos, y lleva en los ojos lúcidos y caídos un cansancio ancestral. Pertenece a la estirpe de los antiguos y eficientes camareros de chaqueta blanca y moño negro, y había comentado con él esa misma semana los estragos de la superinflación y la alarmante recesión creciente. Me recordó entonces que están por llegar nuevos aumentos de tarifas y que el sueldo se le disuelve enterito al cabo de la primera quincena, y de pronto dejó caer con un largo suspiro otra palabra decisiva. La palabra “dolor”. Que alude al primer sentimiento que cruza hoy a la empobrecida clase media –segmento en peligro de extinción–, y a las distintas clases bajas, que chapalean y se ahogan en un océano sufriente. “Estamos de vuelta en 2002 –me dijo, coincidentemente–. Y este gobierno es nuestra ruina: nos va a seguir haciendo doler más y más, y encima cualquiera que venga en diciembre nos va a tener que hacer doler si realmente quiere arreglar este quilombo. Porque yo no me voy a comer la galletita de cualquier chanta que trate de endulzarme la oreja con anestesias y soluciones fáciles: ése fija que es un mentiroso y un ladri. Y entonces, mire usted, no tenemos entusiasmo por nada ni por nadie; cuando llaman a casa para hacerme una encuesta, les corto o les digo la verdad: lo único que nos queda es elegir verdugo, señorita, no me moleste más”. Un sobrino le insiste con que vote a Javier Milei, y el mozo le responde una y otra vez: “Vos sos joven y yo jovato. Vos tenés rabia y yo tengo tristeza. Pero ése que a vos tanto te gusta es el que más dolor nos tiene que causar, si es que hace todo lo que promete”.

https://www.lanacion.com.ar/opinion/una-sociedad-dolida-a-punto-de-tomar-una-decision-crucial-nid13052023/

No hay comentarios:

Publicar un comentario