04 mayo 2023

“Estamos viviendo la revolución del rencor y no podemos pararla”

Entrevista de Patricio Zunini - infobae.com - 04/05/2023

Con más de treinta títulos publicados —y otros tantos guiones— Arturo Pérez-Reverte, por prepotencia de trabajo, se ha convertido en uno de los escritores que explican el mundo. O mejor: que muestran la inestabilidad del mundo. Con novelas que no se atan al presente ni al pasado, que suceden tanto en España como en otros países de Europa, su literatura tiene un tono marcado que intenta responder quién es el Hombre, qué es, qué lo constituye.

Su nueva novela, 'Revolución', que tiene destino de "best seller" —y, como cuenta en esta entrevista con Infobae Leamos, tiene también destino audiovisual—, Pérez-Reverte regresa en el tiempo para contar desde los ojos de un español la Revolución Mexicana. Con fuertes nexos autobiográficos, que parten de los años en que era corresponsal de guerra, pero también con vínculos familiares —el protagonista es ingeniero de minas, como lo fue su abuelo— la novela sigue con una mirada ¿desencantada? a Pancho Villa o Francisco Madero.

Es una novela histórica con un tono de "western" norteamericano, aunque él prefiere otra clasificación: es una novela de aprendizaje. “Una novela es un artefacto complejo que nace de forma compleja”, dice ahora en un salón del Hotel Alvear, de visita en Buenos Aires, donde presentará su libro este sábado a las 19 en la sala José Hernández, en la Feria del Libro. “La novela es una idea. Tú decides qué contar: la soledad, la muerte, el dolor, la venganza... Y cómo lo cuentas. Esta vez yo quería contar una historia de aprendizaje a partir de la violencia. Cómo la violencia, que tiene mala prensa, puede ser también una excelente escuela de aprendizaje cuando te enfrentas de una manera nutritiva. Todo cuanto yo hago, escribo y trabajo tiene raíces profundas en los veinte años que pasé viviendo en un mundo violento. Entonces, para mí fue un aprendizaje muy interesante”.

—¿Por qué?

—Fui a la violencia con una biblioteca leída. Yo había sido lector muy temprano, desde muy niño. Y cuando fui a la guerra reconocí a Héctor, a Aquiles, a Troya, a Ulises, a Virgilio, a Homero... Las lecturas me permitieron digerir de una manera positiva cosas que son negativas. Aprendí sobre el ser humano, la dignidad, el coraje, el valor, la crueldad, la maldad, el dolor, la soledad, el fracaso, la destrucción... Yo le debo a la guerra, a la violencia que la guerra implica, un aprendizaje que no habría tenido. Aquí todo eso está rodeado de una serie de filtros, pero allí las cosas son desnudas. Yo quería contar cómo la violencia puede ser educativa y puede forjar individuos, caracteres y hacer cometer (?) las reglas crueles del mundo.

—Le decía, hay una escena del… libro. Casi digo la película, porque es una historia muy visual.

—Quieren hacer una serie de televisión.

—Hay una escena en donde Garrett tira una carga explosiva contra la línea enemiga. Esa imagen del hombre que tira la carga es muy icónica. Pienso en las fotos de diciembre de 2001: hay una de un hombre que tira piedras a la policía a la altura del obelisco. Esa escena se puede repetir casi en todo el mundo. ¿Cómo plantea esas escenas? ¿Cómo se expresa la violencia a través de lo icónico?

—Una novela es un mecanismo narrativo que debe resolver un problema matemático. Yo debo seducir a 200.000 lectores en España, a 30.000 en Argentina, a 50.000 en México. Necesito usar herramientas que me permitan resolver ese problema de una manera eficaz. Que el lector quede atrapado. Hacer que el lector vea lo que yo veo. Ese gesto en concreto es una situación que he vivido. Yo no tiré la carga; hice fotos de quien la tiró. Yo tengo la ventaja técnica de veintiún años de aprendizaje no teórico: yo no he aprendido cómo se mata, cómo se tortura o cómo grita un herido en la literatura. Lo he aprendido viendo a quienes lo hacían. Las escenas de 'Revolución', aunque son universales, provienen de recuerdos personales.

—Borges decía que toda novela, toda literatura, al final es autobiográfica. Esta novela, entonces, ¿es la más autobiográfica de todas?

—No, la más autobiográfica es 'El pintor de batallas', que la escribí a mediados de los años 90. Cuento la historia de un fotógrafo de guerra que quiere pintar la foto que nunca pudo hacer, una foto que resume el horror de todas las guerras. Compra una torre circular en el Mediterráneo y pinta un fresco alrededor. Ese fotógrafo hizo una fotografía a un hombre que le cambió la vida y que lo ha buscado para matarlo, pero antes quiere decirle por qué lo va a matar. Entonces conversan mucho tiempo en torno a esa fotografía. Y todo lo que ocurre en esa novela me pasó a mí. En esta lo autobiográfico no está en los hechos, sino en la manera con la que el joven va progresando a través de la guerra. Las mujeres, la violencia, los amigos, la lealtad, la camaradería, la certeza de que hay unas reglas de crueldad en la naturaleza... Que no hay dialéctica ni retórica que consiga cambiarlas.

—¿Qué le permite la mirada del extranjero para entender los procesos políticos o revolucionarios que los locales no ven?

—Es que él no es un revolucionario. Justamente yo no quería implicarlo, porque si lo hacía dejaba de tener la fría mirada que necesitaba para el personaje. Si hubiera sido un revolucionario que creyese en la causa, como John Reed, por ejemplo, habría perdido ese carácter. Yo quería darle un carácter de testigo frío, no de actor. Él actúa, pero nunca está implicado. Él está siempre como fuera. Igual que yo. Yo he estado con todos los bandos posibles en muchas guerras: en el Líbano, con los israelíes, con los palestinos, con libaneses, con todo. Pero nunca me he sentido parte. Desde muy joven comprendí que todo hecho tiene dos lecturas. O muchas. Y que nunca un bando tiene la lectura completa. Es como lo que pasa ahora en Argentina, donde hay una división evidente entre dos grupos. Y los dos tienen una lectura correcta.

—…

—Sí, sí, sí. Y a eso voy. No es un aspecto ideológico. Voy a intentar explicarlo. El mundo no es blanco o negro, es una infinita gama de grises. Y eso lo aprendes viviendo. Un ejemplo es lo que viví en Eritrea, 4 de abril de 1977: yo estoy con los guerrilleros eritreos, todos en la ciudad de Tessenei. Yo he estado durante un mes con ellos esperando el ataque. Son chicos de mi edad, veinte años. Nos hemos hecho amigos al final de tantas noches juntos hablando de tal y tal, de mi novia, mi mujer, mi hija, mi madre. Yo me agarré disentería y estaba que me vaciaba de sangre y me cuidaron como un hermano. Hicieron por mí cosas increíbles. El combate es por la mañana y veo a esos chicos matar y morir. Los veo luchar heroicamente. Por la tarde han ganado la batalla. Y empieza la posbatalla: empiezan a robar, a saquear, a matar prisioneros y a violar mujeres. ¡Mis amigos! Eso no anula el heroísmo de la mañana ni el mes que han estado cuidando de mí. Pero me enseña una faceta nueva. ¿Debo decir que son unos hijos de puta? Sí. ¿Debo decir que son unos héroes? Sí. ¿Debo decir que son unos tíos estupendos? Sí. Pues, ¿se puede ser al mismo tiempo hijo de puta? Sí, esa es la respuesta.

—¿Estamos preparados para ver que se puede ser todo a la vez?

—Yo creo que el principal problema que hay en Argentina, en España y en todo el mundo es que necesitamos, por razones de preferencia intelectual, clasificaciones claras. A ver, Arturo ¿usted es de izquierdas o derechas? En el aborto soy de izquierdas, evidentemente. En cuanto a que la propiedad privada debe ser respetada, pues soy de derechas. La vida me enseñó eso. No sé si te respondí la pregunta. Yo tengo amigos en los dos lados. Soy muy amigo de Reinaldo Sietecase y de Jorge Fernández Díaz. Son mis amigos de toda la vida.

—Con respecto a la idea de revolución, ¿hay una mirada pesimista en el libro?

—Aunque no es el objetivo de la novela, hay un montón de temas que están ahí y evidentemente afloran. Yo he visto revoluciones. Yo estuve con los sandinistas. Los he visto luchar y morir. Y ahora hay un hijo de puta que se llama Daniel Ortega, que ha hecho una finca que se llama Nicaragua. Todos mis amigos muertos, para que Daniel Ortega tenga exiliados a los intelectuales como Sergio Ramírez y Gioconda Belli, para que tenga callada a la Academia de la Lengua. Como vengo de un siglo y ahora estoy en otro, y he vivido lo bastante para ver las cosas, tengo la certeza de que el siglo XX fue un siglo de la esperanza y que en el XXI la revolución sigue siendo necesaria, pero no va a ser la revolución de la esperanza, sino que va a ser la revolución del rencor.

—¿Qué significa la revolución del rencor?

—La esperanza quiere cambiar el mundo para que el mundo sea feliz. La revolución del rencor quiere destruir un mundo injusto. Que merece ser destruido por otra parte. Este es el siglo de esas revoluciones. Es imposible parar porque el mundo ya no absorbe el rencor como parte del sistema. El rencor queda fuera del sistema.

—Y la violencia, ¿cómo juega ahora? Yo pienso que en la Argentina de hoy no hay ninguna posibilidad de convocar a revolución desde la violencia. Y en España, cuando se dio el movimiento independentista de Cataluña, tampoco fue por las armas.

—Pero fracasó. Hay una diferencia importante. Yo no soy argentino, yo vengo aquí de visita, pero tú me preguntas y yo me atrevo a hablar. En Argentina —y es mi opinión, y puedo estar equivocado— hay una polarización que en España no se ha dado todavía. En Argentina esa masa central tan decisiva en situaciones históricas está más fragmentada. Y eso tiene peor solución, porque a medida que desaparece esa masa central desaparece el contrapeso. Yo soy muy pesimista con Argentina, como lo soy con España, como lo soy con Europa.

—La polarización es un movimiento que se va a dar a nivel mundial. Alguna vez entrevisté a John Irving, que me dijo que los Estados Unidos eran dos naciones.

—Pues es lo mismo. Por eso he dicho que el siglo XXI no es como antes. Ahora hay un gran rencor justificado, porque realmente se ha vendido un fraude a los jóvenes. Los jóvenes están desesperados. Ayer me paseaba por Corrientes, buscando librerías y veía chicos durmiendo en los portales. Chicos jóvenes todos, además. Ese chico le pongo una molotov en la mano y va a arrasar el mundo, con razón.

—Ha mencionado sus años cubriendo guerra. ¿Nunca sintió la necesidad de entrar en un bando?

—Al principio sí. La primera guerra fue en el sur del Líbano y veía a los aviones israelíes bombardeando y veía a los niños muertos, que yo los sacaba en brazos. Coño, pues lógicamente me cago en los israelíes. Pero cuando estuve con los israelíes vi sus puntos de vista, y ya se te atenúan los impulsos. He combatido una vez en mi vida porque no tenía más remedio. Fue en Eritrea: hubo una ofensiva etíope con aviación cubana y me dijeron: “Arturo, hay que irse a Sudán, toma un kalashnikov y búscate la vida, porque no podemos ayudarte”. Fue por razones de supervivencia, no por razones ideológicas.

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