07 mayo 2023

“Nunca fuimos tan ignorantes como lo somos ahora”

Entrevista de Diana Fernández Irusta - La Nación - 07/05/2023

Cuando pasea por avenida Corrientes, no falta el porteño que lo saluda con un “¡Hola, maestro!”. Es que el escritor y académico español Arturo Pérez-Reverte ya es parte de esta ciudad y no sólo por la buena recepción que tienen sus libros: hace años que, junto con la capital de México, Buenos Aires es parada obligada en sus frecuentes visitas a la región. Ya anduvo por aquí en 1982 cuando, como corresponsal de guerra, cubrió la Guerra de Malvinas. Y podría decirse que nos conoció mucho antes, a través de los tangos que su padre –excelente y apuesto bailarín, según cuenta el hijo– entonaba mientras se afeitaba cada mañana. Por estos días, la cita es la Feria del Libro, donde presentó su último trabajo, 'Revolución' (Alfaguara), ambientado en la revolución mexicana.

Hombre de método, Pérez-Reverte es fiel a ciertos rituales (siempre desayuna en La Biela, aún se lamenta por el cierre de la Munich) y despliega en cada reencuentro con la Argentina la simpatía de quien se sabe cercano. En diálogo con 'La Nación', no se privó de su ya célebre estilo punzante, siempre listo para desmarcarse del eslogan y cruzar a la actualidad allí donde más incomoda.

En una columna publicada hace unos años, usted alertaba que “cada Titanic tiene su iceberg”. ¿Andamos con alguno cerca?

Es que ya hemos dado con él hace tiempo. Pero la orquesta no nos deja fijarnos. Oímos la música y pensamos que todo está bien a bordo, pero no es así. La cubierta se hunde cada vez más. Lo digo sin dramatismo. Antes, cuando venía algún cambio de época, estaba la esperanza de que lo que viniera sería mejor. Pero ahora eso no ocurre y el problema de verdad es que hay una especie de empeño en hacernos creer que no existen los icebergs. Negamos la existencia de los icebergs y pensamos que el barco es insumergible. Y como la orquesta está tocando… 

¿Cuál sería el ruido de esa orquesta?

Pues que vamos por la calle y oímos el teléfono móvil, y Shakira, y qué bonito, y como protegemos a las focas y las ballenas ya está el mundo resuelto. Además, hemos cancelado a Woody Allen, a Plácido Domingo y ahora vamos a ver en todas las películas dos lesbianas, un homosexual, un negro, y todo estupendo. Pero el mundo no es eso. Y cuando la realidad, que siempre ocurre, dice "hola, aquí estoy", pues tenemos jóvenes indefensos a quienes les estamos haciendo creer una serie de mitos vía películas, internet, vía todo. Es absurdo. En vez de dejar la explicación del mundo a los historiadores, los arqueólogos, los científicos, se la estamos dejando a los "youtubers", los oportunistas de las redes, los "influencers". Con todo respeto, pero… 

¿Podría decirse que las luces de la Ilustración están retrocediendo?

–Actualmente la ignorancia adopta formas socialmente muy aceptables. Se transforma y es muy fácil comprarla. Nunca hemos sido tan ignorantes como lo somos ahora. Nunca. Paradójicamente, ahora que tienes un teléfono móvil que tiene todo. Aquí [muestra su celular] tienes 9000 años de memoria, historia, literatura, cultura. Todo. Sin embargo, lo usamos para mandar WhatsApps. Pero claro, cuando dices estas cosas, hala, resulta que eres fascista, reaccionario, "no aceptas el progreso, viejo, viejuno". El otro día un lector me dijo: "Don Arturo, cómo lo admiro, usted es libre". Y yo digo que soy libre porque ese lector me hace libre. Al leer mis libros y artículos permite que yo no tenga que vivir de una beca o puesto que me dé el gobierno. Mi libertad se la debo a mis lectores, estoy en deuda con ellos. Puedo permitirme hablar como hablo porque no tengo nada que perder. Porque me da igual que gobierne en España el PSOE, el PP o quien sea. Voy a seguir siendo yo porque mis lectores me hacen libre. 

En 'Revolución', su último libro, hay un regreso a ciertas preguntas del siglo XX.

En el siglo XX la palabra esperanza todavía existía. Palabras como comunismo, anarquismo, fascismo, nacionalsocialismo todavía no habían mostrado su lado oscuro, eran cosas en las que gente honrada creía de verdad. Estaba la esperanza de que alguna de ellas cambiara las cosas para bien. Ahora sabemos que todo terminó como terminó, en gulags, campos de exterminio. Pasado el siglo de esperanza, ¿qué queda? La revolución sólo puede movilizar a aquel que tiene rencor social y quiere vengarse. Las revoluciones en el siglo XXI van a ser revoluciones más crueles y menos esperanzadoras que las del siglo XX. 

¿Qué peso tiene lo autobiográfico en el libro?

Se dan dos líneas: una es una revolución cuando todavía se pensaba que podía cambiar el mundo para bien. Y la otra es el aprendizaje a través de la violencia. Eso es lo que me pasó a mí. Pensamos que la violencia es mala, y lo es para quien la sufre. Pero la observación de la violencia es muy educativa. Enseña cosas sobre el ser humano. Vivimos con una serie de amortiguadores sociales que se llaman educación, leyes, derechos, cortesía, sentido común; la violencia los anula, destruye esas protecciones, enfrenta al ser humano a su propia realidad. Yo descubrí eso cuando fui corresponsal, de muy joven. Iba fascinado porque en la guerra aprendía. Pagaba mi precio, no iba de turista. Pero veía al ser humano en la realidad, en lo bueno y en lo malo, en la dignidad y la crueldad, en la barbarie, en el valor. Cuanto sé de la vida lo aprendí allí. Y quería una novela que contase eso: cómo un joven descubre, a través de la violencia, las leyes del mundo y de la vida. No quería hacer una novela autobiográfica en el sentido de mis vivencias en guerras como la de Eritrea. Por eso me fui a México. Pero la peripecia vital del protagonista es la mía. 

¿La guerra de Eritrea fue una experiencia decisiva?

Allí estuve con un grupo de guerrilleros eritreos, que eran unos tíos estupendos, conviví un mes con ellos. Me cuidaban, eran amigos míos. El día de la batalla pelearon como héroes, de una manera extraordinaria. Por la tarde habían ganado, y se dedicaron a saquear, matar prisioneros y violar mujeres. Ese día, el 4 de abril de 1977, me di cuenta de que un mismo ser humano es capaz de hacerlo todo a la vez. Lo bueno y lo malo. El que es un héroe también puede ser un villano. O al revés. A veces un ser humano que es un canalla durante 5 minutos de su vida es maravilloso. Y el que es maravilloso durante 5 minutos puede ser un canalla. Fue un shock intelectual ver que mis amigos podían matar y violar, que gente valiente y noble podía hacer esas cosas. ¿Esto anula lo anterior, el heroísmo? Ese tipo de situaciones me hicieron aprender mucho, con eso escribo novelas. Mi capital intelectual arranca de ahí. Tenía una ventaja: yo había leído, había leído mucho. Tener un libro que permite digerir de una manera intelectual eso que estás viendo… Troya y Héctor y Aquiles, la Divina Comedia, Cervantes te permiten intelectualizar de una manera no estúpida o esnob, sino nutritiva, todas esas cosas. Esos 20 años de corresponsal de guerra fueron una escuela muy intensa. 

¿Un aprendizaje que supone contradicciones?

Claro, yo me incluyo. Como reportero he hecho cosas de las que no me enorgullezco. Para sobrevivir, para transmitir, para mandar mi crónica a tiempo. Tengo muchos remordimientos, hay cosas que he hecho mal. O que no he hecho. Lo que cuento en mis novelas no me lo he aprendido en los libros ni en las historietas ni en la barra de un bar. Lo he aprendido viéndolo. Es un capital real. Cuando hablo de estas cosas no es teoría, es mi vida. Es biografía. Recuerdos. Cómo se tortura a un prisionero no me lo han contado, lo he visto. El torturador no lleva un cartel que dice soy torturador, ni cuernos ni un rabo: puede ser un tipo normal, guapo, simpático. 

¿La cultura actual, tan edulcorada y plagada de eufemismos, es peligrosa porque evita que conectemos con el propio monstruo?

Estamos engañándonos. Con la cancelación estamos eliminando aquello que nos da la realidad. El peligro de la cancelación no es la injusticia, que lo es. ¿Cómo vas a hacer que Woody Allen no muestre sus películas? El peligro es que nos priva del contacto con la realidad. Interponemos tantos prejuicios, tantos filtros, tantos bloqueos, que al final no nos llega la realidad. 

¿Por qué puso en su cuenta de Twitter la frase: “No tengo ideología, lo que tengo es biblioteca”?

Evidentemente es una broma, una "boutade". Es una forma de decir: "Mi ideología no es algo inconmovible, cerrado, sino que depende de los libros". ¿Quién que haya leído al mismo tiempo a Marco Aurelio, Dante, Virgilio, Homero, Cervantes y Shakespeare puede decir "tengo esta ideología"? No, tienes un montón de cosas en la cabeza, y depende del punto de vista. Una biblioteca te da la capacidad de ver el mundo en varias dimensiones, no solamente plano y en blanco y negro, como solemos hacer. Te ayuda a eso. Si me preguntan "¿usted es de derecha o de izquierda?" respondo: "Pues depende qué pie me pise usted". 

Difícil responder algo así hoy.

Pues claro. Mira, para unas cosas soy de derechas, y para otras de izquierdas. Soy partidario del aborto; en ese caso, soy de izquierdas. Pero si me preguntan "¿cree usted que la propiedad es un robo?" digo que no, pues creo en la propiedad. En eso soy de derechas. Y me dicen: "Mójese, don Arturo, defínase". Bueno, me llevo definiendo 40 años con mis novelas y artículos. Es que el ser humano es muy complejo. A eso me refería con esa broma. 

¿No tiene costos un planteo de este tipo en un clima social que reclama posicionamientos todo el tiempo?

Es que nadie intelectualmente lúcido puede definirse como de esto o de aquello. Quien hace eso o es tonto o está mintiendo. Me refiero a definirse de una manera rotunda. Después, puedes decir: "No, mira, yo me veo más cerca de esto, de aquello". Pero nadie verdaderamente lúcido, honrado, puede desconocer que todo es cambiante. Cuando alguien me dice "yo soy esto", sospecho. O es tonto o tiene intereses. Esos maximalismos, esas líneas tan tajantemente establecidas... Siempre sospecho de ellos. Si un intelectual es militante radical de algo, está excluyendo todo lo demás. Por eso [Manuel] Chaves Nogales, [Miguel de] Unamuno, tanta gente, se vio entre unos y otros. Al final no te quieren ni los unos ni los otros, te pueden fusilar unos y otros. Para mí la mayor garantía de una persona es que puedan fusilarla tanto los unos como los otros [risas]. 

Vuelvo con las redes: son muy conmovedoras las fotos de combatientes de los dos bandos de la Guerra Civil Española que, a partir de la publicación de 'Línea de fuego', subió a su cuenta de Twitter.

¿Ah, viste el álbum? Hay gente a la que no le gustó, me han dicho que cómo equiparaba unos con otros. A ver, una cosa es que tú como republicano o fascista lo veas desde arriba, pero a nivel de trinchera, ¿crees que hay diferencia entre un chico comunista y un chico como mi padre, que era de buena familia, bien situada económicamente, que luchó por la República? Mi suegro, que era un joven izquierdista, campesino, luchó con los nacionales porque le tocó. 'Línea de fuego' es un intento de explicar algo más allá de que, evidentemente, la República tenía razón y los franquistas no la tenían. ¿Pero la gente que está luchando en la calle, los chiquillos? Mi novela intenta recuperar la dignidad, la memoria, de los que lucharon de verdad y apartarlos de la basura de los que estuvieron en la retaguardia matando, violando, saqueando, politiqueando, mintiendo; gente que nunca se arriesgó, cuyos hijos no fueron al frente porque pagaban para que se quedaran en una oficina. Miras las fotos, esas caras destruidas por la guerra… ¿Cómo vas decir "ese hijo de puta que estaba con Franco"? ¿Cómo le vas a decir eso, si era un chiquillo de 18 años al que le tocó porque estaba en el pueblo y los de uno de los bandos le dijeron "tú vienes con nosotros"? 

El ejercicio de ver matices.

El problema es que la sociedad actual los rechaza. Cada vez vamos más a los términos redondos sin matices, y eso es muy peligroso. 

¿Queda algo por decir del lenguaje inclusivo?

Yo soy un escritor profesional. Necesito que en mis novelas el lenguaje sea eficaz. Que el lector entienda lo que quiero contarle. Todo aquel que contamina mi herramienta de trabajo, todo aquel que la pervierte por intereses no narrativos ni literarios, es mi enemigo. Soy un profesional, la lengua es una herramienta. Necesito que sea limpia y eficaz, pero si la llenan de política o de lo que sea, hacen que el lector no entienda lo que le estoy contando. Una cosa es el feminismo, que es necesario. Y otra la estupidez. 

En lo que hace a la lengua en sí, ¿en 'Revolución' hubo un esfuerzo por incorporar expresiones y estilos del habla mexicana?

Hay una realidad evidente: existen 600 millones de hispanohablantes que hablan la misma lengua, usan la misma ortografía y la misma gramática, el mismo diccionario. Y eso es una maravilla. Eso es lo que en tiempos de las guerras de independencia hicieron los hombres inteligentes decir: "Bueno, la lengua está aparte de todo esto. Es nuestra patria común, respetémosla y mantegámosla para no perder esa familia hispana que tenemos". Así ha sido durante mucho tiempo. ¿Sabes?, todas las academias de la lengua se coordinan, hacen el diccionario y se consultan entre sí. Es un privilegio que un médico argentino, un estudiante colombiano, un arquitecto español utilicen la misma gramática, la misma ortografía. Es algo de lo que tenemos que estar orgullosos. Es algo noble. Nos une y además es hermoso. Porque la lengua española es estupenda. 

Usted es parte del proyecto de la colección de novelas de aventuras Zenda-Edhasa, que se lanzó recientemente. ¿Por qué sigue atrayendo tanto este género?

La idea de la colección es recuperar aquellos libros de aventuras muy seleccionados que permiten no solamente la evasión, sino también maneras distintas de abordar el mundo. Los libros de aventuras de ahora son diferentes de los de antes. Pero hay libros de antes que tienen claves. Ejemplos, morales y éticos, que hemos perdido, que incluso ridiculizamos. Cuando un ser humano de poca talla moral se ve ante algo virtuoso o noble tiene tendencia a ridiculizarlo para bajarlo a su altura. Como no lo puede alcanzar, busca bajarlo. Eso está ocurriendo ahora. Hay cantidad de cosas nobles, buenas, elegantes, dignas, y el que no las comprende o no las puede alcanzar se burla para rebajarlas y quitarles puntuación. Con Zenda Aventuras intentamos recuperar un tipo de novelas que te hacía sentir mejor, que te inspiraba deseos de viajar, de conocer. Que te hacían humilde porque te hacían comprender que el mundo es un lugar complejo en el cual hay que moverse con amigos leales, con valor, con coraje. Recuperar un poco esas reglas de supervivencia intelectual y moral. O sea, hay un objetivo moral también: sin dar moralina, decirle al lector que todavía es posible encontrar viajes, personajes, amigos, episodios que no tienen que ver con la banalidad tan contaminada de ahora. Volver a libros que admiramos todos, libros de los que ya nadie habla. Los primeros son 'Las cuatro plumas' [A.E.W. Mason], que es un libro extraordinario, y 'Taras Bulba' [Nikolái Gogol]. Ediciones muy bonitas, historias no adulteradas por lo políticamente correcto. Si un personaje mata a un indio, lo mata; forma parte de ese mundo, ese mundo era así. 

Y a Joseph Conrad, ¿a cuánto estamos de que se lo cancele o reescriba?

A Conrad le faltan dos días [risas]. A ver, ¿por qué a bordo de un barco de Conrad no hay mujeres? Sólo hombres, testosterona, machismo. Los capitanes son tiranos. Pues bueno, un barco no es una democracia. 

Además de la corresponsalía de guerra, ¿su escuela de vida fue el mar?

Mucho. Yo crezco con libros junto al mar. Es fundamental. Estar leyendo y ver pasar barcos. Sacar ánforas romanas del fondo del mar. Tengo un tío que es capitán de la marina mercante. Los puertos, los barcos, los marinos. Mi mundo empieza a desarrollarse con una biblioteca que mira al mar. Nunca ha sido un estorbo, siempre ha sido un camino. Me embarqué en un petrolero con 19 años. Estuve navegando medio año con él. El mar estuvo muy presente en mi vida. Y ahora que no puedo ser reportero, cuando necesito ponerme a prueba, cuando necesito recuperar el respeto por mí mismo, me voy en mi barco. Navego en cualquier momento del año, con buen o mal tiempo. 

¿En el Mediterráneo?

Sí, que es muy cabrón. Cuando se pone duro es terrible. Yo navego con métodos clásicos, uso poco el GPS. Enfrentarte a esos problemas de soledad, supervivencia, pericia marinera, eso me devuelve a la época en que me respetaba a mí mismo. El mar sigue siendo un recurso, un consuelo, un lugar, un refugio. ¿Sabes lo que es llegar al barco por la noche para zarpar de madrugada, estar en el puerto donde no hay nadie por esas horas, preparar el barco, subir las velas, quitar las fundas, la bandera, el equipo? Y a las cuatro de la mañana soltar amarras, todo a oscuras, tú solo... Es como cuando era pequeño e iba a ver a los Reyes Magos. Esa ilusión todavía la tengo, voy a un lugar donde van a pasar cosas y tendré que demostrar lo que soy capaz de hacer. 

¿Donde es posible lo imprevisto?

Y donde no hay nadie más que yo para resolver. Si hay mal tiempo, no puedo decir "paren, que me bajo". 

Contra lo que podría pensarse, no parece que sea la adrenalina lo que lo guía.

Nunca busco la adrenalina; ha sido una consecuencia. Sé cómo sabe, sé lo que es el corazón cargado, bombeando, porque lo he vivido. Pero nunca he sido un aventurero, no he ido buscando la aventura, he ido buscando aprendizaje. Cosas que me permitieran entender el mundo, ver si los libros, enfrentados a la vida, resistían o no. Y algo más: no es lo mismo tener 50 años que tener 70 y seguir saliendo al mar. Físicamente no soy el mismo, tres días sin dormir hacen que lo pase muy mal. Se trata de ver de qué soy capaz, cómo envejezco, cuáles son mis reacciones… Es un ejercicio personal interesante. Muy egoísta también, porque no beneficia a nadie más que a mí. Pero es ponerte a prueba con la vida.

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