tiempodeloeste.com - 02/05/2023
Una de las pocas librerías de la avenida Corrientes abierta este 1° de mayo es La Cátedra, ubicada justo al lado del Palacio de la Papa Frita, en pleno microcentro porteño. A media mañana Mateo revisa historietas en las estanterías, como aprendió en la Biblioteca Tomás Jofré. A pocos metros, el escritor Arturo Pérez-Reverte curiosea entre pilas de libros, a la vez que guarda -sin saberlo- una sorpresa para el pequeño.
“¿Vos sos…?”, larga sin filtro el padre del pibe, y se queda pedaleando en el aire. “Yo soy… quien soy”, responde el novelista riéndose de la incredulidad. “¡¿Sos Pérez-Reverte?!”, insiste atolondrado quien todavía no cae, ante un interlocutor que asiente con la cabeza sin parar de reírse. Sin posibilidad de disimular la sorpresa por el encuentro, ni la admiración, le pide una foto a este curtido maestro del periodismo y de la “venganza” (tal como él define a la literatura). Uno podría pensar que molestar a una figura consagrada es como adentrarse en “territorio comanche”, pero no es el caso. Y hasta surge la charla.
El tipo habla cara a cara tal como escribe. Pone el mismo énfasis que en la escritura o en sus conferencias; no admite la expresión sin pasión. Vigor en las palabras y filo en la mirada. “No se puede venir a Buenos Aires sin ir a las librerías de la avenida Corrientes”, dice confesando una costumbre que lleva varias décadas. Esta vez la Feria del Libro vuelve a ser la perfecta excusa para llegar hasta el mismísimo culo del mundo.
“¡Mirá!”, grita Mateo a su padre mientras sostiene un número de 'Tintín' de los que aún le quedan por leer. No es el que buscaba. Pero es la pista que necesitaba para saber que el tesoro está allí. El cartagenero lo ve y va directo al encuentro del pequeño fan de las historietas: “Vas por buen camino”. Ahora la charla es entre Arturo y Mateo. No hay lugar para la condescendencia que suele contaminar el trato a los más chicos. Sólo Tintín comparte con ellos ese mismo espacio-tiempo. Un poco más alejados, aparecen el capitán Haddock y los inseparables Hernández y Fernández. Papá ve la escena de lejos: todo fantasía y a la vez todo realidad.
Arturo le cuenta que él supo disfrutar mucho de este sagaz personaje creado por el belga Hergé. Prueba de ello es la colección completa que tiene en su casa en Madrid, con las viejas primeras ediciones con lomo de tela de principios de los años 60. “Es lo primero que salvaría de la biblioteca en caso de incendio”, contó tiempo atrás. La taza con la imagen de Haddock en su escritorio es síntoma de que la locura por Tintín no se ha aplacado. “Elige, que te lo regalo”, le dice a Mateo señalando el rincón tintinesco de la librería. Se acercan ambos a la última estantería. El niño no se apura para nada. Al escritor no parece inquietarlo ningún reloj, ninguna agenda. Lo ayuda a bucear entre los ejemplares. Finalmente, el elegido es 'Los cigarros del faraón'. En alguna página Milú mueve la cola contento, en señal de aprobación.
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