Entrevista de Dolores Pruneda Paz - telam.com.ar - 04/05/2023
Pérez-Reverte usa el escenario de la revolución mexicana entre 1911 y 1913 para contar una historia de aprendizaje que tiene al protagonista, un joven extranjero que se mezcla con los rebeldes, como su "alter ego". El ingeniero Martín Garret funciona como testigo y narrador de un conflicto armado que le es ajeno (lo mismo que el autor, que fue corresponsal de guerra 21 años, entre 1973 y 1994) y se mezcla con personajes ficticios, figuras históricas y actores reales, desde Pancho Villa, Emiliano Zapata y Genovevo Garza, a las soldaderas y Nellie Bly, pionera del periodismo gonzo, que en la publicación de Alfaguara lleva el nombre de Diana Palmer. 'Revolución' surgió de un relato familiar legendario, de las cartas que recibía su bisabuelo de un amigo español que vivió en México durante la revolución; del deseo de que la novela "se escuchara en mexicano" y "se viera en blanco y negro", de la fascinación por los "westerns" de infancia.
Pérez-Reverte se declara "contento" con su llegada al país. Iba a venir justamente el año de la pandemia y ya sumaban cinco años sin venir, "así que para mí ha sido reencontrarme con la ciudad, con los amigos y con todo". Fue un cambio de década: la última vez que vino cursaba los sesenta y pico, ahora tiene 71, pero sobre todo fue "otro mundo", dice. "Todo ha cambiado y Buenos Aires ha cambiado también mucho".
—¿Y esta novela cuándo la escribió: previo, durante o en el pasaje de ese mundo a otro que dice?
—Fue después de la pandemia, me llevó un año y medio. Fui a México para trabajar un poco en ella y la corregí en Europa.
—¿Cuánto impacta una extensa experiencia de vida en la forma de mirar, la construcción y el ritmo de 'Revolución'?
—Yo tengo una ventaja: tuve una biografía muy movida. Salí muy joven de casa y anduve por el mundo durante muchos años. Entonces, claro, cuando se trata de hablar de violencia, de momentos conflictivos, no tengo que recurrir a la memoria literaria ni al cine. Lo he vivido, es mi propia memoria. Ese capital que he ido acumulando en la vida como reportero y tal, pues es el cotidiano para mis libros, y esta novela es en realidad un proceso de iniciación. Hay una parte autobiográfica, que es cómo un joven madura a través de la violencia. Y bueno, usé la revolución mexicana porque era un buen escenario, le iba muy bien. El siglo XX fue de las revoluciones todavía con esperanza, ahora son revoluciones con desesperanza, ahora es el rencor, no es el futuro lo que hace que pueda haber revolucionarios, y quería irme a una época en la que la revolución todavía daba ilusión.
—¿Pero eso tiene que ver con una edad del mundo o con la tuya?
—La edad tiene que ver. ¿Sabes qué pasa? La edad lo que te da es una especie de lucidez. Es decir, antes al mundo lo dividíamos en bueno y malo, en blanco y negro, ¿no? Y el siglo XXI ha demostrado que no hay líneas que separen. Ahora cuando dicen: "Defínase usted: ¿de derecha o de izquierda?". "Pues mire, soy de izquierda porque defiendo el aborto, pero soy de derecha porque la propiedad privada me parece que debe ser respetada". El ser humano ya no es tan inocentemente simple como era en el siglo XX. Ahora es mucho más complejo, más contradictorio, y es un momento muy interesante para reflexionar sobre todo eso. La idea de revolución ya no es lo mismo que hace 50 o 100 años.
—¿El ser humano en el siglo XX era más simple, o se complejizaron las miradas y las construcciones que podemos hacer en torno a él?
—Mira, yo hice la revolución de Nicaragua. La hice yo, fui varias veces, y vi a esa gente luchar, morir, todo eso para que ahora un tipo que se llama Daniel Ortega tenga una finca que se llama Nicaragua y para que el escritor Sergio Ramírez esté en el exilio. Eso te produce con la edad un cierto escepticismo respecto a las grandes palabras. El problema de vivir una vida larga es que ves cambiar demasiadas cosas y deshacerse demasiadas ideas bonitas sobre el mundo y la vida.
—Ve que hay un sistema que persiste, lo mismo que esas leyes que va descubriendo Garret en 'Revolución'.
—El mundo es un lugar peligroso lleno de hijos de puta, ese es el mundo en realidad. Es muy difícil envejecer sin que la vida te arranque palabras como patria, dios, religión, honor, bandera, incluso amor; y de ese proceso de demolición de palabras que en mi infancia y juventud fueron importantes —fui educado en ellas— salen mis novelas. ¿Qué queda cuando todo eso se va al carajo? ¿Qué te queda? Te quedan pues palabras como dignidad, amistad, lealtad y amor también, junto a los restos del naufragio, para escribir novelas. El problema de mi punto de vista está en que en el mundo actual estamos creando barreras que impiden ver la vida como es. Estamos contando a los jóvenes, también a los adultos, un mundo que es mentira, hecho de correcciones políticas que nada tienen que ver con la realidad. El Titanic de lo que llamamos Occidente se está hundiendo, es evidente. Vendrá otro mundo, mejor o peor, pero este está desapareciendo, y estamos intentando camuflar todo eso con conceptos, ideas que nada tienen que ver con la realidad. Y la realidad pronto llega y golpea. Entonces, yo creo que los chicos ahora están siendo educados de una manera equivocada.
—¿Pero vos creés que alguna vez se educó con la verdad sobre el mundo?
—No, pero antes un chico joven tenía los medios para confirmar eso o rechazarlo. Viajaba, leía... Ahora les estamos amputando todo aquello que es violento, que es desagradable. Todo aquello que es amargo y que es humano lo estamos apartando, y contamos el mundo no como es sino como nos gustaría que fuera. Hasta sustituimos la razón por los sentimientos: "Yo es que siento, y como siento no tengo que razonar. Porque siento, no debo razonar".
—¿Te referís a la posverdad?
—En mis novelas intento, digamos, de alguna forma, mantener viva la realidad que es la crueldad del mundo, la crueldad del ser humano, la soledad, el fracaso, la violencia. La novela es una reflexión sobre la violencia, y la violencia educa.
—Vos decís: "La violencia educa". ¿La paz educa?
—Cuando tienes una formación adecuada —yo fui a la guerra por primera vez con 20 años, pero con muchos libros leídos, entonces llegué y veía en aquello lo que había leído y reconocía cosas que ya había visto en los libros— entonces para mí la guerra, la violencia, fue una forma de ver al ser humano sin el camuflaje, sin la mentira que la vida social esta de ahora impone. Ver al ser humano pudiendo matar, torturar, violar sin freno social ninguno es muy interesante, porque permite convertir al ser humano en lo bueno y en lo malo.
—Vos tenías la particularidad de que como cronista entrabas y salías de las guerras. Pero para el que no está pudiendo salir de esa geografía de la violencia, se trata de una educación muy diferente a la que estás contando.
—Cuidado, porque yo estaba dentro y pagaba el precio. Me encarcelaron, me golpearon. Lo que intento explicar es que quien ha vivido como víctima o autor de la violencia, quien ha vivido en ese mundo, tiene más herramientas defensivas frente a la vida, comprende mejor la realidad, comprende mejor las reglas crueles e implacables de la vida. Aquel chico que ha pasado por un mundo violento, un mundo duro y amargo, que conoce el fracaso, la muerte, el dolor, la crueldad, está más preparado vitalmente, es incluso mejor persona cuando sobrevive. Fíjate la generación de nuestros padres y abuelos. Cuando hablo de violencia no hablo de disparos, hablo del mundo como violencia: la enfermedad, la catástrofe, el dolor, la muerte prematura... Quien ha vivido ese mundo cerca de lo real es más humano que aquel que ha vivido en una realidad ficticia donde todo le entra a base del teléfono móvil.
—Pero estás hablando de ciertas comunidades dentro de ciertos países. En el resto del mundo encontrás esas posibilidades de aprendizaje que decís solamente con subirte a un tren en hora pico.
—Tú como argentina estás más preparada para la vida que un español.
—Es de una mirada muy local ese señalamiento, muy de la tierra propia e incluso de una pequeña parte de la tierra propia. Hay lugares puertas adentro de España y en Europa donde es otra historia.
—Mira, yo no soy un sociólogo, soy un novelista, cuento historias. En mis novelas esto es lo que cuento. Yo cuento mi visión del mundo, hecha por la vida que llevé. La vida que llevé me dejó una manera de mirar el mundo, que es esta de la que estaba hablando. Yo no pretendo adoctrinar, no soy apóstol de nada ni quiero cambiar el mundo: quiero contar buenas historias de una forma eficaz. Soy un escritor profesional.
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