28 octubre 1975

Toque de queda en el Sahara

Pueblo, 29 de octubre de 1975

[Por teléfono, de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]

Ayer, a las seis de la tarde, los soldados nativos integrados en las tropas españolas del Sahara fueron desarmados y licenciados por sus oficiales, mientras el Sahara entero quedaba tomado militarmente. Media hora más tarde, el toque de queda era impuesto en el territorio, para evitar, según un portavoz oficial, "actos terroristas".

Con las tropas acuarteladas, mientras un dispоsitivo de seguridad cierra todos los accesos y salidas de El Aaiún, a primeras horas de la tarde comienzan los españoles a tomar bajo control militar todos los puntos neurálgicos de la capital del Sahara.

A las 17 horas, vehículos cargados de tropas, саñones sin retroceso, autoametralladoras y patrullas de soldados armados abandonan los cuarteles e inundan la ciudad. A las 17,15, mientras la población europea observa estupefacta el extraordinario despliegue de tropas, una columna de la Legión, compuesta por 23 vehículos con ametralladoras, cаñones sin retroceso y media docena de carros blindados ligeros suben hasta el barrio de Colominas y se colocan a lo largo de la carretera que conduce al aeropuerto y al mar.

En el barrio musulmán de Casas de Piedra, los saharauis forman desconcertados corros en las calles, discutiendo la situación con evidente nerviosismo. "Nos van a entregar a Marruecos", se oye gritar, mientras en las proximidades los vehículos militares españoles toman posiciones en los cruces de calles y en los descampados. A las 17,30, el barrio de Corco es acordonado por legionarios con autoametralladoras blindadas. Los coches se agolpan en las gasolineras repostando combustible, en previsión de lo que pueda suceder, y algunos europeos cierran las puertas de sus comercios, alarmados. A las 17,45, una columna interminable de carros blindados atraviesa el centro de la ciudad, destrozando el asfalto y las aceras con sus orugas metálicas.

En un coche alquilado, desde primeras horas de la mañana, dos periodistas españoles recorremos El Aaiún, encontrando sin cesar vehículos militares que se dispersan sobre la ciudad. Nuestro coche es apedreado por un grupo de nativos. En las calles del barrio del cementerio y en las proximidades del Hospital Civil, grupos de soldados, con el dedo en el gatillo, identifican a los escasos nativos que todavía recorren las calles céntricas de la ciudad. Un teniente coronel del Ejército español, con una metralleta en la mano, pasa a nuestro lado, acompañado por varios de sus hombres.

Ante el cuartel de la Policía Territorial, asistimos a la escena más penosa que ayer se produjo en el Sahara. Desarmados, desprovistos de sus cartucheras, con la cabeza baja y sin saber a dónde ir, los policías territoriales nativos salen por la puerta del que hasta ayer fue su acuartelamiento, tras serle requisadas sus armas y munición, licenciados tras el pago de una indemnización. No quieren hablar con nosotros y, sin embargo, nos conocemos bien; habíamos patrullado juntos el desierto. Con la mirada perdida, se alejan sin responder a nuestras preguntas. Comienzan a comprender... Uno de ellos se detiene a, mi lado. Es un cabo, ha luchado contra los Polisarios en Tifariti, contra los marroquíes en Tah. Hace tres meses me regaló un anillo de plata, que conservo todavía. Hasta ayer éramos amigos. Durante unos segundos me mira; después, rechaza mi mano extendida y se va sin decir ni una palabra. En este preciso momento, los soldados nativos de Tropas Nómadas y Policía Territorial están siendo desarmados en todo el territorio. 

Al oscurecer, la población civil europea se encierra en sus casas, mientras los militares españoles patrullan por las calles. En cada esquina, en cada cruce de carreteras, en cada lugar importante de la ciudad, las autometralladoras y los blindados son lúgubres protagonistas de una ciudad en estado de sitio. En los barrios musulmanes se escucha como un zumbido de abejas, mientras los militantes del Pоlisario se reúnen clandestinamente y pasan misteriosas consignas. El clima de inquietud e incertidumbre es total. Entre la población europea se está divulgando la noticia de una inminente evacuación forzosa.

Agolpados en un coche, al que hemos pegado un rótulo con la palabra "periodistas", en castellano y saharaui, agotando los últimos minutos antes del toque de queda, un reducido grupo de enviados especiales recorremos las calles muertas de El Aaiún. En cada esquina, entre las sombras, sonido de cerrojos y soldados con uniforme de combate. Con el dedo en el gatillo y el arma en posición de fuego, los centinelas españoles se mueven como fantasmas en la oscuridad que cae sobre el Sahara.

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