22 octubre 1975

Liberados el industrial canario y el soldado médico


Pueblo, 22 de octubre de 1975

[El Aaiún, crónica telefónica de nuestro enviado especial, Arturo Pérez-Reverte]

"No, no guardamos rencor a los que durante tanto tiempo han sido nuestros guardianes". 

En una sala del hospital militar de EI Aaiún, ante una veintena de enviados especiales de los medios informativos españoles, los dos hombres liberados ayer por el Frente Polisario entornan los ojos bajo la luz de los "flashes" y los focos de televisión. El industrial canario Antonio Martín, fuertemente bronceado por el sol, contrasta junto a la piel pálida del soldado médico Francisco Sastre. Acaban de llegar, por vía aérea, desde Mahbes, donde fueron entregados por sus captores, a las once horas de ayer. Con ellos vino el féretro que contiene los restos mortales del soldado Ángel Moral Moral, que resultó muerto cuando, en un desesperado intento por hacer frente a los nativos sublevados de la patrulla Domingo, fue acribillado a tiros el 11 de mayo en las proximidades de Mahbes.

Los dos prisioneros y el cadáver llegaron desde Argelia por tierra hasta Mahbes, acompañados por un representante del Frente Polisario y un alto oficial del Ejército argelino. Les esperaba el delegado gubernativo de la región norte del Sahara, quien asistió al intercambio de prisioneros. Los siete saharauis acusados de sabotear la cinta transportadora de Fos Bucraa y los cinco militantes del Frente Polisario capturados en un combate en torno a Hausa fueron entregados al representante del Frente en el curso del canje. El representante español anunció, asimismo, la próxima puesta en libertad de los cinco saharauis que todavía permanecen prisioneros cumpliendo condenas en cárceles españolas.

Antonio Martín está de un humor excelente. Acaba de abrazar en el aeropuerto a su esposa y a sus tres hijos.

—A pesar de tantos meses entre saharauis, no he sido capaz de aprender su idioma, el "hassanía".

Sastre, el médico de veinticuatro años que fue capturado sin órdenes expresas del Polisario, mientras hacía unas visitas sanitarias en unas jaimas próximas a la frontera mauritana, acaba de hablar con su padre a través del teléfono particular que el gobernador general, Gómez de Salazar, ha puesto a su disposición.

—En el momento de mi captura vestía de paisano. No llevaba uniforme. Se me ha tratado bien, como a Martín. En ningún momento hemos recibido malos tratos por parte del Polisario.

—¿Cuándo se encontraron ustedes por primera vez?

—El lunes por la tarde, horas antes de ser puestos en libertad. No nos habíamos visto nunca durante el tiempo que estuvimos prisioneros.

—Señor Martín, ¿por qué fue secuestrado usted por el Frente Polisario?

—No lo sé. Muchas veces he hecho esa pregunta, pero nunca me ha respondido nadie.

—¿Donde lo han tenido desde su captura?

—Es difícil saber el sitio exacto. Durante varios meses estuve en una especie de cueva, pero me permitían salir fuera para pasear y tomar el aire. Alrededor había personas, saharauis, en número de ocho, diez o doce. Iban y venían. También había vehículos Land Rover, que pasaban por allí. Me dejaban salir y pasear con poca vigilancia, porque era imposible escaparse. Estábamos en medio del desierto. Los guardianes se portaban bien conmigo. Nunca me trataron mal.

—¿Cómo se siente ahora? 

—Estupendamente. Sobre todo después de haber visto, por fin, a mi mujer y a mis hijos. Me sentí muy emocionado al encontrarles de nuevo.

—¿Se quedará en el Sahara?

—No lo sé. No sé si me podré quedar en El Aaiún.

—Señor Sastre, se ha dicho que durante su cautiverio cuidó a los heridos del Polisario.

—Atendí, efectivamente, a algunos enfermos, pero nunca vi heridos. Necesitaban mis conocimientos, mi asistencia sanitaria. Cumplí mi deber con ellos.

—¿Dónde lo han tenido desde su captura?

—Me sería imposible identificar la zona.

—¿Qué va a hacer usted ahora?

—No lo sé. Supongo que cuando finalice nuestra observación médica en el hospital iré a casa, a Barcelona. Me licencio en marzo.

La entrevista es breve. Los dos hombres están fatigados tras el largo viaje de regreso. Y al salir de la habitación, al cerrarse la puerta a sus espaldas, se cierra con ella un largo período de incertidumbre, se cierra toda una etapa de la historia del Sahara que los periodistas estamos viviendo hace meses. Y este enviado especial tiene la impresión de que la historia auténtica e importante de los días futuros, la nueva y decisiva etapa, no se va a vivir aquí, sino en otros escenarios muy distintos del Sahara occidental.

Ayer por la mañana, un grupo de enviados especiales viajamos hacia el norte, recorriendo los 70 kilómetros que separan El Aaiún de la frontera. Al Sahara llegan sin cesar alarmantes noticias respесto a la concentración de voluntarios marroquíes en las ciudades próximas a la frontera, dispuestos a emprender la última etapa de la "marcha verde" de Hassán II. Hemos querido observar de cerca el escenario por el que se pretende hacer discurrir la oleada humana, los cientos de miles de personas que pacíficamente pretenden unir el Sahara a Marruecos.

Si los voluntarios de Hassán echasen una ojeada al terreno, se cancelarían seguramente muchas inscripciones. Desde El Aaiún hasta el puesto fronterizo de Tah, el panorama es impresionante. Hay minas por todas partes, muchas más de las que pude observar durante mi última visita a la zona, hace ya casi un par de meses. A lo largo de la única vía de acceso posible en el sector, que discurre junto a la Sebja de las Hienas, un antiguo lago de secano, entre la carretera y el mar, los campos minados, a los que rodean alambradas, obligan a circular por estrechas franjas de terrеno, fáciles de bloquear por las unidades militares espаñolas.

Junto a la frontera, las zonas de minas están señaladas por carteles con pintura roja que, en castellano y en árabe, advierten del peligro enterrado bajo una delgada capa de arena. En el interior, a bastantes kilómetros del paralelo 27,40, los zapadores españoles efectúan trabajos de revisión en el desierto, bajo un sol implacable. Circulan por todas partes camiones militares cargados con enormes ovillos de alambrada, y los vehículos patrullan el desierto en todas direcciones. En el cruce de Daora, un estricto control militar nos tuvo detenidos durante un buen rato, comprobando cuidadosamente la documentación de los vehículos y los salvoconductos.

No está el tiempo para bromas. Eso parecen decir las miradas impasibles de los legionarios que, en larga columna, están detenidos en un lado de la carretera, recostados en sus vehículos, con una expresión de dureza acentuada por las gafas contra la arena y la gorra que adelgaza sus rostros, dándoles aspecto de lagartos. La columna verde, sobre Land Rovers pintados de amarillo, se alarga como un extraño insecto erizado de armas y antenas de radio. Los legionarios muerden un bocadillo, fuman, beben latas de cerveza y contemplan con gesto hosco las cámaras fotográficas. Hay que apartar nuestros coches de la carretera. Una patrulla de la Policía Territorial nos adelanta en interminable sucesión de vehículos que levanta nubes de polvo. Los soldados, españoles y nativos, llevan el rostro cubierto por turbantes y gafas de plástico con cristales oscuros.

En Tah, los soldados nativos de la guarnición se dejan fotografiar y nos señalan las columnas de polvo que, al otro lado de la frontera, levantan los vehículos militares marroquíes. Hablan de los campos minas, colocados por soldados y comandos marroquíes en su propio territorio, señalando el peligro que para los voluntarios de Hassán II significa atravesar una zona donde, ocultas, sin señalizar, hay enterradas un número indeterminado de minas marroquíes. 

Los soldados de Tah conocen ya la guerra. Varias veces, en un pasado reciente, debieron rechazar ataques al puesto que defienden, en una ocasión con este enviado especial por testigo. Son hombres resueltos, tienen armas, son saharauis. Se declaran dispuestos a impedir que los marroquíes crucen la zona que les ha sido confiada. Aunque sean mujeres y niños, aunque su marcha sea pacífica, los soldados saharauis de Tah saben que el objetivo es invadir su tierra. Están resueltos a disparar si es necesario, porque es su futuro el que están defendiendo. No comprenden, no comprenderán nunca, por qué Hassán es secundado por su pueblo en una aventura tan estúpida, tan absurda...

El sol cae de plano cuando emprendemos el retorno a El Aaiún. En sus puestos de observación, con los prismáticos pegados a la cara, los soldados territoriales siguen observando el movimiento de vehículos marroquíes y las columnas de polvo que se ven cerca de la frontera.

Por último, ayer tuvo lugar en El Aaiún una reunión, en el curso de la cual se resolvió, en vista de la actual situación, hacer llegar a los residentes en el Sahara el consejo del Gobierno territorial sobre la conveniencia de que las mujeres y niños de todo aquel que lo desee abandonen el territorio.

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