27 mayo 1982

Crónica de una guerra anunciada

Pueblo, 27 de mayo de 1982

[Con el intento de asalto generalizado a las islas Malvinas por la fuerza aeronaval expedicionaria británica, la temida guerra del Atlántico Sur es ya una realidad. Las altas cifras de pérdidas humanas y materiales registradas por ambas partes desde los primeros momentos de la invasión, indican que la conflagración –dure lo que dure– va a ser particularmente sangrienta. Los argentinos, que han demostrado dominar los recursos de la guerra moderna, y que se encuentran convencidos de la legitimidad de la postura que defienden, constituyen un hueso muy duro de roer. Los británicos, que tienen el inconveniente de hallarse a millares de kilómetros de su patria, pero que se benefician, en cambio, de una abrumadora superioridad material y técnica, así como del apoyo material y logístico de la primera potencia mundial, los Estados Unidos, van a echar toda la carne en el asador. Saben que si fracasan, la turbamulta de países salidos de su troquel colonial, y que todavía respetan las decisiones de Londres, les perderán, por completo, el respeto. El episodio del Atlántico Sur es, pues, desgraciado y lamentable desde todos los puntos de vista. Sobre el mismo, sobre sus antecedentes más inmediatos e hipótesis de desarrollo próximas, publicamos un informe que ha sido elaborado, desde Buenos Aires, por Arturo Pérez-Reverte, y desde Madrid, por Vicente Talón.]

Las primeras noticias sobre el archipiélago de las Malvinas provienen del año 1501, cuando el navegante Américo Vespucio, arrastrado por un temporal cerca del estrecho de Magallanes, divisó la costa de estas islas. Noventa años más tarde, según la costumbre británica, Gran Bretaña intentó adjudicarse el descubrimiento, atribuyéndoselo a Davis y Hawkins, dos corsarios ingleses. Sin embargo, la primera ocupación efectiva fue francesa. Entre 1701 y 1764, la exploración dio paso al establecimiento de una colonia. 

La presencia francesa no pasó inadvertida a España, que por aquella época tenía incluido el archipiélago entre sus territorios de Río de la Plata, y aunque no había realizado su ocupación efectiva, éstos se hallaban incluidos en el tratado de Tordesillas. En 1767, las islas fueron devueltas bajo la autoridad de Madrid. 

Pero los ingleses, que habían descubierto el valor de aquellas aguas estratégicas, ya tenían planes sobre el futuro del archipiélago. El comodoro John Byron, al mando de la fragata ‘Dolphin’, había desembarcado en una de las islas, estableciéndose en una ensenada a la que llamó Puerto Egmont. Según una carta oficial británica de la época, “la lectura de estos documentos demostrará la importancia de la estación, que es indiscutiblemente la llave de todo el océano Pacífico. Esta isla debe dominar los puertos y el comercio con Chile, Perú, Panamá, Acapulco y, en una palabra, todos los territorios que dan sobre ese mar. Hará que, en adelante, todas las expediciones a esos lugares resulten lucrativas y de carácter fatal para España”. 

A España no le pasó inadvertida la maniobra británica. Un joven oficial español, el teniente de navío Mario Plata, fue el encargado de desalojar pacíficamente a los intrusos británicos. El capitán Anthony Hunt, jefe de las tropas inglesas, se negó. Acudió entonces a la zona el capitán de navío Juan Ignacio Madariaga, con cuatro fragatas y un jabeque, que utilizaron sus cañones hasta que los británicos resolvieron izar bandera blanca y se rindieron. Después de aquello, en 1771, Gran Bretaña y España firmaron un documento, que entró en vigor tres años más tarde, por el que los ingleses renunciaban a toda pretensión futura sobre las islas. Nadie discutió a partir de entonces la soberanía española, que fue transferida a Argentina en 1810, al obtener este país la independencia. 

Gran Bretaña había seguido codiciando el archipiélago a pesar de su anterior renuncia. Las Malvinas constituían una excelente escala en la ruta del estrecho de Magallanes, amén de ser una zona apropiada para bases balleneras y para cazadores de pieles de foca. En 1831, el buque de guerra norteamericano 'Lexington' hizo una incursión por la zona en la más pura línea de la tradicional piratería, destruyendo la guarnición argentina y “requisando” todas las pieles de foca que pudo encontrar. Al mismo tiempo, Estados Unidos hacía saber a Londres que no había pretensiones yanquis sobre el archipiélago, sino sólo el deseo de pescar libremente en aquellas aguas, añadiendo que en Washington se verían con buenos ojos unas Malvinas bajo pabellón inglés. 

Londres no dejó pasar la oportunidad. En enero de 1833, dos fragatas británicas desalojaban a los argentinos del archipiélago e izaban el pabellón de Su Majestad. Comenzaba la ocupación británica, que se caracterizó, desde el primer momento, por una dura represión contra los ciudadanos argentinos que allí habían quedado. En 1874, los argentinos protagonizaron una rebelión, ahogada por la fuerza de las armas. Desde entonces, colonos británicos pasaron a establecerse, y todas las sucesivas reivindicaciones planteadas por Buenos Aires fueros desoídas por Londres. 

En 1966, el Comité de Descolonización de las Naciones Unidas se ocupó del tema, junto con los Belice y Gibraltar, recomendando a Gran Bretaña y Argentina entablar negociaciones. Los únicos gestos concretos fueron los realizados por Argentina, que de forma creciente facilitó a los habitantes de las islas todos los elementos necesarios para su supervivencia: alimentos, comunicaciones, instalaciones, etc., corriendo con todos los gastos de la población isleña. Londres dejó hacer, porque eso le solucionaba el problema y no tenía así que ocuparse del bienestar de los malvinenses. Mientras tanto, los pobladores originarios argentinos habían sido desplazados, y la isla entera se encontraba en manos de ciudadanos de origen británico, dependiendo la mayor porción territorial de la todopoderosa Falkland Island Company, propietaria de las dos terceras partes del archipiélago, con numerosos “contactos” en el partido conservador británico. 

Hasta primeros de 1982, los sucesivos gobiernos argentinos han pedido a Londres entablar negociaciones serias, pero los intentos fueron truncados por el silencio inglés. 

En la crisis de las Malvinas, Gran Bretaña ha venido justificando los pasos que la han llevado hasta su agresivo despliegue colonial en el Atlántico Sur sobre tres bases principales: el recurso a la negociación diplomática como paso previo para resolver el problema, la condena del uso de la fuerza ejercida por Argentina sobre un territorio “británico” y, finalmente, el derecho de los pobladores de la isla a la autodeterminación, como demostración del espíritu democrático y civilizado del Reino Unido. 

Fracasada la negociación, con el precedente de que Argentina es la que usó primero la fuerza, y habida cuenta de que no se garantizan los derechos de la población malvinense, Gran Bretaña no tiene otro remedio que recurrir a las armas. Es así como Londres ha planteado la cuestión ante el mundo, procurando además hacer hincapié en el respaldo moral que, según los británicos, les proporciona el hecho de que el de Gran Bretaña es un gobierno europeo, democrático y civilizado, mientras que el argentino es tercermundista, militar, totalitario y represivo. 

Sin embargo, las razones británicas no son tan evidentes como Londres desea demostrar. El más leve análisis pone rápidamente sobre el tapete que el conflicto de las Malvinas no se inició el 2 de abril de 1982 por iniciativa argentina, sino que es consecuencia de una actitud británica usurpadora y constante, que, aparte de haberse iniciado en 1833, ha ido acumulando desde 1965 actos que han cerrado literalmente cualquier vía de negociación. 

Remontémonos a 1960. En aquel año, la resolución 1.514 de las Naciones Unidas estableció “la necesidad de poner fin, rápida e incondicionalmente, al colonialismo en todas sus formas y manifestaciones”. En este terreno, cinco años más tarde, la resolución 2.065 definió a las islas Malvinas como un caso de disputa entre la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña, instando a la inmediata negociación sobre la soberanía de las mismas y teniendo en cuenta los intereses de los pobladores del archipiélago. En 1973, la Asamblea General de la ONU aprobaba –por 114 votos a favor y cuatro abstenciones– la resolución 3.160, en la que manifestaba: 

-Su preocupación por haber transcurrido ocho años sin progresos en la solución del problema. 

-El reconocimiento a Argentina por los constantes esfuerzos para “acelerar el proceso de descolonización y promover el bienestar de la población de las islas”. 

-La necesidad de que se acelerasen las negociaciones. 

Fiel a su costumbre, Gran Bretaña permaneció absolutamente muda. Pero sus actitudes ya revelaban un interés especial en la riqueza de las islas. En 1969, las investigaciones oficiales británicas dieron como resultado el descubrimiento de la existencia de petróleo. Y en 1976, el llamado “Informe Shackleton” proporcionaba al Gobierno británico un plan integral político, económico y social para la administración de las islas, que no dejaba duda sobre la intención de no devolverlas jamás a sus propietarios. 

En enero de 1981, el Gobierno argentino protestó formalmente ante el británico por la decisión inglesa de trasladar a las Malvinas a la población de color procedente de la isla de Santa Helena, otra posesión británica del atlántico, ya que ello significaba que, en plena disputa por la soberanía, Gran Bretaña actuaba con total desprecio de Argentina, continuando imperturbable la colonización del lugar con personal no argentino. Al mismo tiempo fracasaban en Nueva York dos nuevos intentos de negociación, ante la decisión inglesa de congelar la consideración del tema de la soberanía. En septiembre del mismo año, otro intento negociador argentino se estrelló con la siguiente frase del director general de las Malvinas en Londres, Brian Frow: “El Gobierno británico considera que se ha llegado al fin del camino de las negociaciones”. 

Ante las presiones internacionales, Gran Bretaña hizo últimamente hincapié en el argumento de la autodeterminación de los pobladores de las islas, a fin de justificar su negativa a entregar el archipiélago contra el deseo de los pobladores –colonos británicos– de seguir siendo británicos. Esta postura de Londres fue denunciada por Buenos Aires, según los siguientes puntos: 

-Esa alternativa de autodeterminación no se aplicó a los pobladores argentinos, desalojados por la fuerza en 1833. 

-La población actual de las Malvinas no es autóctona. Ni siquiera injertada. Es transplantada. 

-En un ochenta por ciento, esa población está compuesta por empleados del Gobierno inglés o de la compañía Falkland Island, carentes del arraigo que supone la vinculación a la tierra o a la vivienda. 

-La autodeterminación no tiene sentido referida a un conjunto de pobladores directamente subordinados a la parte que la invoca. De realizarse un referéndum, existiría un fraude electoral de ciento cincuenta años de antigüedad. 

-Finalmente, la presencia británica en unas islas internacionalmente reconocidas como territorio argentino heredado de España se debió exclusivamente a un acto de piratería y no fue reconocida por ningún tratado internacional de la época. 

El 26 de abril de 1982, en la XX reunión de cancilleres latinoamericanos, el representante de Venezuela resumía así la situación: “Cuando dos miembros de la sociedad internacional aceptan las reglas y dialogan a instancias del órgano superior sobre un tema de interés recíproco, el silencio, las evasivas, la indiferencia y el desdén, además de constituir un alzamiento contra las resoluciones de las Naciones Unidas y un acto de soberbia contra la otra parte, constituyen una forma expresa de violencia”. 

La chispa que desencadenó el conflicto surgió de un hecho inocente. El 19 de marzo, un grupo de trabajadores argentinos de una empresa ballenera desembarcaron en las islas Georgias para desmantelar una factoría. En los barracones en los que se alojaban izaron, según la costumbre, una bandera argentina. Ello produjo una desmedida reacción británica: al día siguiente, un grupo de pobladores atacó la oficina argentina de Puerto Stanley. El día 26, el buque 'Endurance', de la Marina británica, zarpó hacia las islas, mientras la Prensa inglesa hablaba de atentado a la soberanía británica y de defensa del honor de Gran Bretaña. Cuatro días después, lord Carrington, el ministro británico de Exteriores, rindió un informe ante la Cámara de los Comunes, señalando que “no hemos dudado nunca de la soberanía británica sobre las islas Malvinas”. El destructor 'Exeter' zarpó ese mismo día hacia la zona. 

El 1 de abril, Argentina presentaba a las Naciones Unidas y a la OEA sendas notas, llamando la atención del Consejo de Seguridad y del secretario de la Organización de Estados Americanos sobre la grave crisis. Un día después, reunida la Junta Militar argentina, decidió impartir la orden de desencadenar el 'Operativo Rosario', nombre clave de la operación planeada desde mucho tiempo antes en previsión de que se llegase a la actual situación. Desembarcando, desde las unidades de la flota, buzos tácticos y comandos anfibios de la Infantería de Marina argentina, recuperaron las islas Georgias y Malvinas, sin causar bajas entre las fuerzas defensoras británicas, que opusieron fuerte resistencia. En los asaltos perdieron la vida 16 argentinos y hubo cinco desaparecidos: un coronel, un capitán, cuatro tenientes, cuatro suboficiales y 11 soldados. Ese mismo día, el Gobierno británico rompió relaciones con Argentina. 

Inmediatamente, el Departamento de Estado norteamericano pidió a Argentina el cese de hostilidades y la retirada de sus tropas de las islas. El 4 de abril, convocado por Gran Bretaña, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó por 10 votos frente a uno el cese de hostilidades y la evacuación de los efectivos militares argentinos, mientras, en Londres, Margaret Thatcher anunciaba en envío de una poderosa “Task Force” aeronaval para recuperar la colonia. Al día siguiente zarparon desde Portsmouth 20 buques británicos, entre los que se contaban los portaaviones 'Hermes' e 'Invincible', los cruceros 'Antrim' y 'Seamorgan', los destructores y fragatas 'Sheffield', 'Glasgow', 'Coventry', 'Alacrity', 'Antelope', 'Arrow', 'Broadsword', 'Brilliant', 'Plymouth' y 'Yarmouth'; buques de asalto anfibio, submarinos nucleares, aviones Harrier y helicópteros. Ese mismo día, en el seno de la Organización de Estados Americanos, el ministro de Exteriores argentino, Costa Méndez, anunciaba que su país pediría apoyo del continente ante una eventual agresión británica. Y mientras, en Bruselas, la Comunidad Económica Europea decretaba sanciones contra Gran Bretaña, la flota argentina salía a la mar: un portaaviones y un crucero, ambos muy anticuados: el '25 de Mayo' y el 'General Belgrano'; 11 destructores y fragatas: 'Hércules', 'Santísima Trinidad', 'Rosales', 'Almirante Storni', 'Segui', 'Hipólito Bouchard', 'Piedra Bueno', 'Comodoro Py', 'Drummond', 'Guerrico' y 'Granville'; cuatro submarinos y seis aviones Super Etendard, embarcados en el portaaviones y armados con misiles Exocet. Al mismo tiempo, la Fuerza Aérea y el Ejército de Tierra se preparaban para la guerra y comenzaba el envío de refuerzos y la fortificación de las Malvinas. 

EL 6 de abril, ante el agravamiento de la situación, el Presidente de los Estados Unidos designó al secretario de Estado, Alexander Haig, para intentar una gestión de paz. Haig se reunió ese mismo día en Washington con Costa Méndez, y salió al día siguiente para Londres, mientras en Port Stanley, rebautizado Puerto Argentino, asumía el mando de las tropas el nuevo gobernador de las islas, general de brigada Mario Benjamín Menéndez. El 8 de abril, Margaret Thatcher anunciaba la imposición de un bloqueo naval en un círculo de 200 millas en torno a las Malvinas. Alexander Haig seguía viajando entre Londres, Washington y Buenos Aires, sin lograr conciliación entre las partes. Mientras tanto, la Fuerza Aérea argentina establecía un intenso puente aéreo para trasladar material y equipo a las Malvinas, y, en la capital argentina, una impresionante manifestación, en la que participaron todas las fuerzas políticas y sectores sociales, se congregaba para apoyar la acción del Gobierno en las Malvinas. 

El 12 de abril, a las 04.00 (hora local), la flota británica, mandada por el almirante Woodward, iniciaba el bloqueo. Haig seguía efectuando gestiones, sin éxito. El 15, Margaret Thatcher informó a la Cámara británica sobre el estado de las gestiones de paz y pese a las fuertes críticas de la oposición por haber lanzado una ventura militar, obtuvo el respaldo parlamentario. Al día siguiente, el Presidente Reagan advertía a la URSS que se mantuviese fuera del conflicto. Haig regresaba a Buenos Aires, manteniendo sesiones de conversación con la Junta Militar y con el ministro argentino de Exteriores. Sin embargo, las propuestas norteamericanas favorecían demasiado a Gran Bretaña. Al mismo tiempo, la Thatcher manifestaba en Londres que rechazaba las últimas propuestas argentinas. Por su parte, el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos, reunido con carecer de urgencia, aprobaba la petición argentina de recurrir al Tratado de Asistencia Recíproca (TIAR), con 18 votos a favor y las abstenciones de Estados Unidos, Colombia y Trinidad-Tobago. 

El 25 de abril, Royal Marines y unidades aeronavales y británicas atacaron Puerto Leith y Puerto Grytviken, en la isla San Pedro, del archipiélago de Georgias del Sur, haciendo prisioneros a 189 argentinos –150 militares y 39 civiles–. Entre los militares se contaba la dotación del submarino 'Santa Fe', alcanzado y hundido por aviones británicos durante los combates. Al día siguiente, en la reunión de cancilleres latinoamericanos, Argentina recibió nuevo respaldo, al exigir el inmediato cese de hostilidades por parte de Gran Bretaña, con las abstenciones de Estados Unidos, Colombia, Chile y Trinidad-Tobago. El 27 de abril, Ronald Reagan presentó, sin éxito, un nuevo plan de paz. El 28, la Junta Militar argentina, temiendo en las próximas horas un ataque a las Malvinas, puso en estado de máxima alerta a sus efectivos en el archipiélago y en el sur del país. Al mismo tiempo, Gran Bretaña decretaba, además del naval, el bloqueo aéreo. 

El 29 de abril, tras haber concluido sin éxito su gestión mediadora, el Presidente Reagan se pronunció claramente a favor de Gran Bretaña, anunciando que le prestaría apoyo político y material en el conflicto con Argentina. Al mismo tiempo, Washington adoptaba medidas de presión contra el Gobierno de Buenos Aires, al que hacía responsable del fracaso negociador. 

EL 1 de mayo, Gran Bretaña lanzó un intento de invasión de las Malvinas que fue rechazado por las defensas argentinas. A las 4,40 del sábado día 1 diez Harrier bombardeaban Puerto Argentino, mientras un destructor y dos fragatas lanzamisiles abrían fuego sobre la costa desde 12 kilómetros de distancia. Dos Harrier eran abatidos por la artillería antiaérea y otro se retiró tocado mientras las baterías costeras entablaban un duelo con las unidades navales británicas. Dos horas más tarde, al SO de Puerto Argentino, efectivos del Ejército y aviones Pucará se enfrentaron a un intento de desembarco heliportado británico. Durante todo el día, los combates aéreos, acciones de intercepción e incursiones de bombardeo se sucedieron sobre las islas. Media docena de Harrier habrían quedado fuera de combate, así como tres aviones argentinos. 

El 2 de mayo, a las 17,00 horas, el crucero argentino 'General Belgrano' fue hundido por el sumergible británico 'Conqueror' cuando navegaba fuera de la zona de guerra. El desastre causó tres centenares de muertos entre la tripulación. Al día siguiente, una escuadrilla de helicópteros británicos de ataque bombardeó al aviso 'Alférez Sobral' cuando éste, enarbolando la bandera de la Cruz Roja, se dirigía a rescatar a un piloto derribado sobre el mar. Ocho de los tripulantes resultaron muertos y el 'Sobral', gravemente averiado, pudo regresar a su base. Como represalia por estas acciones, la aviación británica recibió la orden de pasar a la ofensiva. El 4 de mayo, a las 10.50, un avión Super Etendard realizó un ataque con misiles contra un destructor y una fragata británica al norte de Gran Malvina, sin que se conozca hasta ahora el resultado de la acción, ya que por aquellas fechas los británicos comenzaron a ocultar celosamente sus bajas. Sobre las Malvinas se registraron nuevos combates aéreos, y tropas de tierra y aviones Pucará rechazaron nuevos intentos de desembarco heliportado británico. Continuaban los duelos artilleros entre buques ingleses y baterías costeras. A las 18.00 un Super Etendard logró, con un misil Exocet, hundir al destructor británico 'Sheffield'. Se aseguró también que el portaaviones británico 'Hermes', atacado por aviones argentinos, había sufrido ciertas averías. 

Durante los días siguientes, las acciones aéreas continuaron, pero no hubo más intentos de desembarco británico. Según Buenos Aires, el número de aviones británicos derribados ascendía ya a 11. Seguían partiendo nuevos refuerzos desde Gran Bretaña hacia la isla de la Ascensión, convertida en la gran base logística británica para sus operaciones en el Atlántico sur. Informes dignos de crédito señalaban que los aviones AWACS y los satélites espía norteamericanos transmitían a los británicos información sobre los movimientos de la flota argentina. Al mismo tiempo, mientras los países latinoamericanos renovaban sus ofertas de apoyo a Argentina, incluyendo el de material militar, Buenos Aires rechazaba el ofrecimiento de ayuda militar soviética “porque el precio es demasiado alto”. El secretario general de la ONU, Pérez de Cuéllar, emprendió una nueva gestión mediadora para lograr un alto el fuego y una negociación entre las dos partes. El 7 de mayo, mientras Gran Bretaña seguía guardando absoluto silencio sobre sus bajas, Argentina reconoció oficialmente que sus Fuerzas Armadas tuvieron 19 muertos y 37 heridos en los combates de primeros de mes. 

Las expectativas sobre un arreglo pacífico se iban viendo defraudadas por la intransigencia británica, que exigía, prácticamente, el retorno a la anterior situación en las islas para cesar sus acciones militares. El 'Queen Elizabeth II' navegaba ya hacia el Atlántico sur con tres mil soldados más a bordo, acompañado por buques de guerra y de transporte. Los observadores coincidían en afirmar que Gran Bretaña no estaba dispuesta a negociar nada y que seguía las gestiones diplomáticas únicamente para dar tiempo a que su flota contase frente a las Malvinas con efectivos suficientes para lanzar el asalto. El 9 de mayo, aviones británicos atacaron y hundieron el pesquero argentino 'Narwal'. Si el torpedeamiento del 'Belgrano' y el ataque al 'Sobral' habían hecho brotar la indignación internacional, el 'Narwal' fue la gota que desbordó el vaso. El apoyo con el que contaba Gran Bretaña empezó a disminuir y comenzaron a escucharse las primeras condenas hacia la agresión británica procedentes de países no latinoamericanos. 

En los días siguientes prosiguieron las incursiones y escaramuzas en torno a las Malvinas, mientras nuevos refuerzos británicas seguían afluyendo a la zona. El bloqueo británico se extendió a todo el Atlántico sur, mientras Margaret Thatcher mantenía como condición previa a cualquier cese el fuego la retirada de las tropas argentinas de las Malvinas. El 12 de mayo, Argentina reconoció la pérdida de dos aviones, y los británicos, la destrucción de otros dos. Dos fragatas inglesas fueron ligeramente dañadas por el ataque de aviones argentinos. 

El tiempo comenzó a empeorar en la zona, con grandes temporales, vientos y fuerte oleaje. El día 13, aviones Skyhawk argentinos lanzaron un nuevo ataque, dañando seriamente la fragata británica 'Brilliant' y alcanzando también a otra unidad naval británica no identificada. Por su parte, Gran Bretaña hundió al buque de transporte 'Isla de los Estados', averió al 'Río Carcañá' y atacó, sin éxito, al 'Bahía Buen Suceso'. El 14, los ingleses devolvieron los 189 prisioneros de guerra hechos en las Malvinas, reteniendo al capitán de corbeta Alferdo Astiz. Durante el penúltimo fin de semana, los británicos lanzaron nuevas incursiones contras las Malvinas, incluyendo un intento de ocupación de la isla de Borbón, al norte del archipiélago, que fue rechazado por las tropas argentinas. Las acciones británicas se han venido intensificando en los últimos días, mientras la mediación del secretario general de la ONU concluía sin éxito. Esperando un ataque masivo británico, las tropas argentinas permanecieron toda la pasada semana atrincheradas, listas para oponerse al asalto enemigo. El día 20 el comandante de la flota británica recibió la orden de invadir las Malvinas en cuanto fuese militarmente posible. En Buenos Aires a la hora de cerrar esta información la moral era alta y se aseguraba que Londres pagará un precio muy alto en vidas humanas si intenta poner pie en las Malvinas. 

Tras el fracaso de la mediación que tuvo lugar a través del secretario general de las Naciones Unidas, el contraalmirante Sandy Woodward, comandante en jefe de la “Task Force” británica en el Atlántico sur, recibió el pasado viernes órdenes de “recapturar” las islas Malvinas en cuanto las condiciones reinantes lo hicieran posible. La orden fue emitida por el Gabinete Thatcher después de un debate parlamentario en el que la primer ministro británica explicó el fracaso de las negociaciones para un solución pacífica y dio a entender que la guerra es inevitable. Por su parte, el ministro de Exteriores británico, Francis Pym, manifestó que la presión militar británica tendría forma de incursiones rápidas para mantener una guerra de desgaste contra las tropas argentinas acantonadas en las islas, aunque ello no descartaba una invasión masiva del archipiélago. 

Lo cierto es que ninguna de las dos posibilidades constituyen tarea fácil para el almirante Woodward. La primera requeriría la intervención de un elevado número de tropas de asalto y una superioridad artillera y aérea que permitieran establecer con éxito cabezas de playa en las islas. La segunda, un despliegue de armas y efectivos, con gran esfuerzo logístico, de extrema complejidad. Por otra parte, tanto la artillería como, especialmente, la fuerza aérea argentina, son extremadamente eficientes. Los pilotos argentinos han llevado sobre sí hasta ahora el peso de las operaciones, causando serios daños a la flota de invasión británica. Si no han podido operar más se debe a que la “Task Force” se encontraba alejada hacia el Este, lejos del alcance de los aparatos argentinos, pero el ataque contra las islas pone a buques y tropas británicas dentro del radio de acción de los aviones de combate argentinos. 

Hace sólo unos días, el jefe de la Fuerza Aérea Argentina, brigadier Lami Dozo, aseguraba que todo el poder aéreo argentino entraría masivamente en acción si los británicos optaban por la invasión. Los cálculos efectuados sobre el costo de un ataque frontal inglés se sitúan en un millar de bajas británicas, y al menos tres buques más de la Royal Navy. Es por ello que las incursiones de envergadura llevadas a cabo por tierra, mar y aire contra las Malvinas se consideran el comienzo de una serie de desembarcos múltiples encaminados a hacer posible un desgaste de la aviación argentina y una posterior invasión en regla del archipiélago. De esta forma, Gran Bretaña pretendería incrementar gradualmente la presión sobre las islas, con un empleo creciente de los medios de que dispone. 

Peligro de “escalada” 

Firmado por Vicente Talón 

Aunque este es un tema que se viene soslayando, tal vez porque impresiona hasta su simple mención, en los planteamientos bélicos del Reino Unido, de cara a Argentina, figura el empleo del arma nuclear. De momento, y pese al riguroso silencio oficial con el que Londres ha envuelto tan grave cuestión, nadie ignora que la fuerza expedicionaria británica lleva a bordo artefactos de destrucción masiva. Y constituiría un simple juego montarlos en los aviones Vulcan que, restablecidos en vuelo por aerocisternas Víctor, de la Royal Air Force, bombardearon –con más ruido que nueces– Puerto Argentino, la capital de las Malvinas, y que ahora, gracias a que podrán valerse de los servicios de esas gigantescas gasolineras volantes que son los KC-10 norteamericanos, se encuentran en condiciones de atacar objetivos en el suelo continental argentino. 

Para huir de cualquier fuente que pueda resultar dudosa, o interesada, mencionaremos, al respecto, al famoso periodista Jack Anderson, quien desde los tiempos de la guerra del Vietnam ha venido demostrando, en los principales medios de comunicación de masas de los Estados Unidos, lo bien fundado –y muy a menudo espectacular– de sus informaciones. Hace un par de semanas, entrevistado por la cadena televisiva ABC, Anderson reveló que el Gobierno británico le había hecho llegar al Presidente Reagan un documento clasificado como supersecreto, pero que como tantos otros de esa misma naturaleza, consiguió que le fuese filtrado, en el que, después de admitir que la flota desplazada a las Malvinas estaba dotada con armas nucleares tácticas, se señalaba que las mismas serían utilizadas “tan sólo bajo graves circunstancias” y que “el comandante de la Armada, el almirante John Woodward, tiene autoridad para emplear esas armas”. 

Anderson, que rechazó la puntualización de un funcionario británico en el sentido de que tales ingenios nunca serían empleados en el Atlántico Sur, en razón de que la palabra “nunca” no figura en el documento recibido por el Presidente Reagan, dijo que, de acuerdo con expertos militares norteamericanos, “la Armada británica tendría que estar amenazada de destrucción inminente para que el almirante Woodward apretase el gatillo nuclear”. Esa posibilidad, añadió, es remota, pues si por un lado se consideraba improbable que los argentinos lanzasen un ataque aéreo contra la escuadra enemiga, por otro, los buques de guerra de la misma “están equipados con suficientes armas convencionales para defenderse”. 

Muy poco después de que tales propósitos se difundiesen tuvo lugar, en una irreprochable operación militar, el hundimiento de uno de los más temibles y sofisticados navíos de la flota británica, el 'Sheffield', mientras que el portaaviones 'Hermes' hubo de ser retirado del teatro de operaciones seriamente dañado por el aguijón de un minúsculo bimotor Pucará, avión pensado, desarrollado y construido para tareas de mucha menos envergadura. A partir de ese instante, los planificadores de la guerra, en Londres, se dieron cuenta de haber cometido un gravísimo y ya irreparable error de planteamiento. Habían creído que los argentinos eran alguna especie de quincalla tercermundista, gente subdesarrollada e incapaz de servirse de los medios de combate que poseían con la debida eficacia, encontrándose con que, por el contrario, demostraban no sólo redaños, sino lo que hoy en día es tanto o más importante, conocimientos profesionales técnicos de primer nivel. Y cuando constataron que debían vérselas con un enemigo de cuidado, cuando su lista de bajas materiales y humanas se hizo sobrecogedora, cuando estuvo ya claro que no se habían embarcado en una decimonónica expedición de castigo, tipo “paseo militar”, sino en una guerra propia y verdadera, se aterraron. 

Prueba de ello fue la comisión de errores tan histriónicos como el lanzamiento de costosos misiles superficie-aire del tipo Sea Dart contra bandadas de pájaros confundidas con aviones contrarios, y cargas y misiles contra ballenas, cuyos ecos confundieron con los de los submarinos 'Salta' y 'San Luis', a los que siguen sin localizar y por los que sienten un salutífero temor. La pericia demostrada por los argentinos en el campo de la electrónica, en el manejo de las armas “inteligentes” y en otros avanzados recursos, el fracaso de los dos intentos inconfesados de invasión llevados a cabo hasta ahora, etcétera, ha hecho que la fuerza expedicionaria británica tuviera que engrosarse constantemente hasta constituir, en la actualidad, el combinado naval más poderoso y variopinto jamás visto desde los tiempos de la última conflagración mundial. Y, así y todo, el desembarco generalizado continúa posponiéndose por saberse que, inevitablemente, significará un precio brutal en bajas humanas y, lo que es peor, que existen posibilidades de que, así y todo, se fracase. 

¿Qué ocurriría en esas circunstancias? La tentación de acudir al recurso nuclear, es de temer, sería enorme. Una jefatura militar que ha llevado a cabo actos tan reprobables como el hundimiento del achacoso crucero 'General Belgrano', del pesquero de salvamento 'Narwal', de un helicóptero que acudía en socorro de los náufragos de esta última unidad y de dos barcos mercantes de cabotaje es capaz de cualquier cosa. Eso sí, si aprieta el botón nuclear lo hará con la bendición de los Estados Unidos, que en 1945 justificaron los genocidios de Hiroshima y Nagasaki con la absurda pretensión de “ahorrar vidas humanas” y que, en la actualidad, piensan que las armas de destrucción masiva deben desempeñar un papel más activo que el de ser simples referencias estadísticas. 

En efecto, de acuerdo con análisis llevados a cabo por el Instituto Brookings, de Washington, la Administración Reagan pretende que su bastón nuclear obtenga los efectos debidos también cerca del llamado Tercer Mundo, lo que significa extender el concepto de la disuasión nuclear a los movimientos de liberación nacional y a los países poco dóciles que, en el pasado, fueron colonias europeas. Según el citado Instituto Brookings, los Estados Unidos han hablado por lo menos en treinta y una ocasiones distintas de emplear estas armas “en teatros ultramarinos de operaciones militares”, situados todos ellos en regiones descolonizadas, y no es un secreto que desde su llegada a la Casa Blanca el Presidente Reagan propicia, por un lado, la extensión de las “responsabilidades” de la OTAN fuera de las fronteras que ella misma se fijó y, por otro, el retorno en fuerza de sus principales aliados a las zonas que padecieron, a veces durante siglos, su dominio. 

En este contexto, una intervención nuclear en el Atlántico Sur no puede en modo alguno descartarse, ni, por supuesto, una reacción en cadena que nadie sabe adónde puede conducir. Recordemos que cuando un joven iluminado disparó su pistola sobre el heredero de la corona austrohúngara estaba lejos de suponer que acababa de provocar el estallido de la primera guerra mundial; que cuando Hitler decidió la invasión de Polonia ignoraba que había alumbrado una pira en la que él mismo y cientos de millones de persones morirían y, que cuando los norteamericanos llegaron a Vietnam, con unos cuantos asesores, para meter en cintura al Vietcong no imaginaban que acabarían rodando por una pendiente que involucraría al final a medio millón de sus soldados y que concluiría con una afrentosa y sangrienta derrota. 

http://www.icorso.com/hemeroteca/PUEBLO/PDF/CRONICA%20DE%20UNA%20GUERRA%20ANUNCIADA.pdf

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